Capítulo 6
Un sonido la despertó, como el de un chapoteo en el agua. Abrió los ojos lentamente y vio que estaba totalmente sumergida en una enorme tina, mientras dos mujeres dejaban caer aceites en el agua que estaba deliciosamente fresca, su cabeza estaba apoyada sobre una toalla y era sujetada por Jazmín. Palpó su cuerpo y con asombro se dio cuenta de que estaba desnuda, preguntó a Jazmín quien la había desnudado.
- Yo le quité el resto de la ropa. Nadie más lo hizo, le doy mi palabra. Mi amo me lo ordenó. Él jamás le haría algo a una mujer en contra de su voluntad y menos en el estado en el que se encontraba. – Terminó de decir la joven con toda la convicción del mundo que ella no tuvo más que creerle.
- Gracias Jazmín. – Dijo en un susurro. Que débil se sentía, cosa que le extrañaba por que ella no era ninguna debilucha y no era el primer sitio inhóspito en el cual hubiese estado. – No sé que me pasó.
- No se trata solo de una insolación me temo. – Le comunicó la joven. – Un médico ha estado aquí y dice que la fiebre es por que tiene usted una fuerte infección en la garganta que empeoró con este clima y la exposición que hizo al sol esta mañana. Tuvimos que meterla aquí para bajarle la fiebre y para aliviarle el ardor de la piel. Ya estaba usted quejándose.
- ¿En serio? – Preguntó ruborizada.
- Mi señor estuvo sumamente preocupado hasta que el médico le aseguró que no había de que preocuparse.
Seguro que una extranjera muerta en su campamento sería un terrible embrollo, pensó con cinismo. Aunque en realidad no tenía por que ser así, ella estaba en tierra de nadie prácticamente, podían simplemente abandonarla a su suerte y nadie jamás sabría nada.
- ¿Hay aquí un médico?
- Por supuesto, tenemos todo lo necesario. Creo que ya es hora de que salga del agua mi señora. – Gabriela suspiró al escuchar ese apelativo tan serio y respetuoso, pero estaba demasiado cansada como para empezar a protestar. Salió del agua y enseguida fue envuelta en una enorme toalla. El ardor de la piel ya no lo sentía si bien, tenía un ligero tono rosado en la piel. Tomó los medicamentos que le dio Jazmín, aunque antes de hacerlo echó un vistazo a las formulas que tomaría. Sintió muchísimo sueño y después de ponerse la bata más bonita y cómoda de su vida, se tendió en la cama y se durmió.
- Estamos por aterrizar su excelencia. – le informaron despertándola, había estado recordando y había decidido cerrar los ojos y luego, por lo visto se había quedado dormida. Gabriela se enderezó en su asiento y se puso el cinturón de seguridad, sabía que aún no habían llegado, era una parada técnica para repostar el avión, probablemente ni siquiera saldrían de la nave, no vio a León por ningún lado, mejor, se dijo. El avión tocó tierra y una sobrecargo le dijo lo que ella se había imaginado, no tardarían mucho, únicamente cargarían combustible.
- ¿Dónde estamos?
- Parando para repostar Princesa. – ella frunció el ceño al escuchar por segunda vez el título en menos de un minuto. –Estamos en Doha.
¿Ya habían pasado tantas horas? Se preguntó ella, así que después de todo sí que había dormido. León seguro estaría en la cabina, le encantaban los aviones, pilotar, volar y romper corazones añadió con sorna. Se levantó para ir al baño. El reflejo que vio de ella en el lujoso espacio le recordó lo vivido, lucía fatal. Se limpió el rostro intentando ocultar las señales de cansancio y se maquilló levemente, peinó su largo cabello y nuevamente lo recogió en un moño suelto. No era para que él la viera bien, se dijo. Era porque necesitaba echar mano de todo su arsenal para estar lista para esta guerra. Cuando pensó en lo que se avecinaba con horror vio como sus ojos se llenaban de lágrimas, parpadeó deprisa, ella no era de las que lloraban, con un suspiro se sentó en el inodoro obligándose a calmarse. Estaba casada con un Príncipe del desierto, sonaba tan excitante e interesante y resopló ante la ironía de la situación. Ella quería estar muy lejos de allí, en la seguridad de su departamento, haciendo planes para la boda de una de sus mejores amigas, en cambio iba rumbo a un País que conocía apenas, con un hombre que de igual forma no conocía, uno que le había mentido y que la había arrancado de su vida, todo porque ella llenaba su cama como nadie más ¿Qué pasaría cuando eso no fuera suficiente? El divorcio y adiós, supuso. Esperaba que ese día llegara pronto se dijo con furia.
- Gabriela... -Escuchó de forma queda la voz de León al otro lado de la puerta. Su tono preocupado le sorprendió. Sin embargo siguió sin responder. – Gabriela. –repitió él.- ¿Estás bien? Habla o echaré abajo la puerta, sabes que lo haré.
- Estoy bien.-dijo ella y odió el modo en que su voz salió levemente temblorosa.
- Abre la puerta.- dijo él con suavidad engañosa. Sabía que si no lo hacía echaría abajo la puerta él mismo, sin contemplación alguna. Así que se levantó, miró su reflejo en el espejo y hasta que estuvo segura de que tenía puesta su armadura invisible abrió, no sin cierta violencia.
- ¿Ni siquiera tendré un momento para mí a solas...? –espetó al verlo.
- Te dejé sola la mayor parte del vuelo. –contestó él y se hizo a un lado para dejarla pasar al verla tan furiosa.
- Gracias. Esperaba tuvieras la amabilidad de que fuera por todo el vuelo. –Ella avanzaba a paso veloz a su asiento. Él la siguió sin esfuerzo.
- Lo siento, no logro quedarme lejos de ti demasiado tiempo.
- ¿Lo dice quien me buscó meses después de que me alejé? No, no pretendo reclamarte por ello, si por mí fuera sabes que estaría todo mejor si no hubieras aparecido. –se sentó con brusquedad. Para su consternación esta vez él se sentó justo frente a ella. No decía nada, solo la miraba como intentando descifrarla, sus miradas siempre eran demasiado para ella, demasiado intensas, demasiado provocadoras, demasiado... calientes. Sus ojos no dejaban margen para miradas débiles.
- Te di tu tiempo, no puedes culparme por ello.-dijo al fin.
- Te culpo por aparecer.
- Oh, lo sé.
- ¿Y si dejamos toda esta farsa? – Gabriela dijo aferrándose a la escasa posibilidad de que él se retractara.
- ¿Qué farsa?-preguntó ceñudo y con los ojos entrecerrados.
- Esta. La nuestra. Te doy el divorcio, podemos estar divorciados es un santiamén. Déjame aquí, regreso a Italia, nos divorciamos y... -dijo casi desesperada.
- No hay ninguna farsa en nuestro matrimonio. –tronó, ella parpadeó por su tono. Por supuesto que sabía que el hombre tenia carácter, lo demostraba a todas horas, con todo el mundo, no necesitaba hablar para imponerse allá donde fuese, pero con ella siempre había sido como el acero enfundado en seda. La había tratado como una reina. Excepto cuando la había engañado, excepto cuando había traicionado su confianza y excepto cuando le había destrozado el corazón. Ella bufó molesta al recordar, nada temerosa por la pequeña demostración de genio de León.
- No me grites. –dijo digna.
- No lo hice.- dijo él sorprendido.
- Estuviste a punto, una octava más y hubiera sonado como un grito.
- Yo no puedo hacer eso pero, ¿tú sí?
- ¿Cuándo te he gritado?
- ¿Cuándo no?
- Exageras León.
- Me gritaste cuando te encontré en el desierto, nada agradecida por que te salvé de unos barbaros, también cuando...
- Ya basta. –dijo ella al recordar lo del desierto, y después cuando ella le había reclamado y sí, gritado al saber la verdad de la vida que le esperaba en Durban, y eso que no se sabía casada.
- No tengo nada que reprocharte en cuanto a tus gritos en la cama. –le soltó complacido.
- Calla. –pidió ella bajando la voz. –Esto no nos llevará a ninguna parte.
- Eres Princesa de Durban, allí es a donde esto te llevará. A mi país, a mi casa, a mi cama...
- Quiero que me asegures la protección de mi familia. Quiero la constancia de que no los arruinarás. –ignoró la sensación de anticipación dentro de ella al escuchar sus últimas palabras, se tuvo que enfocar en lo que en realidad apremiaba.
- Tú eres la garantía.
- Lo quiero por escrito.
- ¿Y que se supone que dirá ese documento?
- Que cuando te canses de mí y al fin me liberes por medio del divorcio, no intervendrás en nada de los negocios de mi familia.
- Tienes mi palabra, si es que eso llega a suceder...
- ¿Se supone que debo conformarme con ello? No caeré en el juego de nuevo. No me obligues a jugar duro, que yo sepa no firmamos un prematrimonial ¿no?
- Ah, mi bella esposa cree que tiene un arma poderosa contra mí.-sonrió burlón.
- ¿No es así?
- En realidad... No. Todo lo que tengo está blindado, soy Príncipe de un País asquerosamente rico, ¿Crees que no tenemos legiones de abogados a nuestro servicio? Lo que puedas quitarme en realidad sería una migaja aun sin contrato prematrimonial.
- Algún punto débil has de tener.- dijo ella cruzándose de brazos enfadada.
- Sí, claro que lo tengo. –respondió y ella vio no sin cierta fascinación como sus ojos pasaban del avellana al dorado. –hablaremos de ello al llegar, si es que eso te tranquiliza.
- No demasiado.
- Que te hagan los documentos que quieras pero, si me dejas, si me abandonas todo será invalido.
- No esperaba menos de ti. –le dijo ella con sorna. -¿Por qué me dicen Princesa? –preguntó de pronto, recordando.- Ese título se da después de una fastuosa boda y la aprobación del rey ¿no?
- Mi padre te lo concedió en cuanto supo de la boda.
- ¿Ah sí? ¿Y que dijo al ver que la novia resultó ser una fugitiva? Debería haberte obligado a divorciarte de mí ¿Por qué no lo hizo?- el honor en ese mundo valía oro, ahora que lo pensaba en voz alta, dudaba que su suegro la tuviera en alta estima.
- Le dije que habíamos querido hacerlo privado porque tenias que regresar por unos meses a tu país a arreglar tus negocios y asuntos con tu familia. –informó no sin cierta diversión al ver la cara estupefacta de Gabriela. –Que iría por ti, se haría público y bueno, él de inmediato te concedió el titulo en cuanto supo que querías arreglar tus asuntos familiares primero antes de enfocarte en mí. Mi padre cree que necesito alguien que no me tenga por encima de todo, suena irónico, lo sé. Pero quiere alguien equilibrada y sensata, es curioso que no sepa de lo que eres capaz, la palabra sensata no te queda exactamente, así que, te repito, al saber que por fin venías a ocupar tu lugar, te concedió el título.
- ¡Le mentiste!- explotó obviando la clara alusión a su insensatez. León era prueba de ello después de todo.
- No exactamente ¿acaso no es así como sucedieron las cosas?
- ¡Vengo bajo amenaza y manipulación tuya!
- Y no me arrepiento, haría lo necesario para conseguirte.- la voz de pronto dura hizo estremecer a Gabriela, debería haber sentido miedo pero no, nuevamente otras emociones la embargaron.
- ¿Qué harás cuando pase la emoción de la caza, de la captura? –el dorado de sus ojos volvió, vaya nombre apropiado tenía se dijo ella. Tenía el tono ámbar-dorado como los ojos de un león.
- Piensas demasiado, imaginas demasiado, por eso pasó lo que pasó. –sus palabras enigmáticas la hicieron fruncir el ceño.
- ¿A que te refieres...?
- Vamos a despegar. –anunció la azafata e interrumpió el momento.-deben abrocharse los cinturones Su Alteza, princesa...
- Sí claro.- Gabriela buscó el cinturón, sus manos estaban torpes, hablar con el hombre era una batalla en sí misma. Estaba demasiado tensa. Dio un respingo cuando vio sus manos bronceadas posarse sobre las suyas y quitarlas del cinturón, para luego con suma lentitud intentar abrocharlo. Estaba inclinado sobre ella, su cabello negro lo tenía al alcance de sus manos, las cerró en puños para evitar tocarle. Sabía que ese cabello era sedoso, sabía que él disfrutaba que ella lo tomara de allí como quisiera, bruscamente, suavemente. Cerró los ojos desesperada por los recuerdos, por su proximidad. Aspiró el aroma a limpio y algo más que definía quien era León.
- Apresúrate. – susurró, no había querido que su voz saliera así pero no había podido evitarlo.
- Siempre tan impaciente. – dijo él abrochándolo al fin y levantando su rostro quedando a escasos centímetros del suyo. –dorados pensó ella, son dorados cuando desea algo, cuando me desea a mí. Oscuros casi negros cuando se enfada, de un suave avellana cuando está tranquilo, y café verdoso cuando se concentra o cuando está bajo tensión que no sea la femenina. Él vio sus labios...
- Vamos a despegar, debes abrocharte el tuyo. –Gabriela se obligó a romper el momento, o si no se odiaría por haber sido ella la que iniciara el acercamiento, la que iniciara un beso.
Gabriela no podía fingir dormir esta vez, les quedaban sus buenas cinco horas de viaje y ella ya había dormido lo suficiente. Había tomado su laptop y abierto la historia que erróneamente pensaba publicar en breve, el giro de los acontecimientos le planteaba preguntas ¿podría hacerlo ahora que era una Princesa? La sola palabra y todo lo que conllevaba se le antojaba tan rara que le provocaba punzadas en la sien. Buscó el archivo de lo que había escrito y con horror vio que no había avanzado en meses. Suspiró frustrada y se llevó las manos al cabello para deshacer el moño que pese a estar flojo lo sentía tirante sobre la cabeza. Metió sus manos en el y masajeó levemente, el breve alivio la hizo cerrar los ojos. Cuando oyó una suave inspiración se detuvo y miró hacia donde provenía. León nuevamente la miraba con ese resplandor dorado. Ella bajó las manos de inmediato.
- No lo hacia con un doble sentido. –dijo aclarando.
- No he dicho nada.
- Seguro lo pensaste.
- No, eres sensual por naturaleza. –Gabriela se sonrojó profundamente y él emitió una pequeña risa. – Lo mejor y lo peor de eso es que no eres consciente cuanto. Eso puede traer problemas. –añadió pero esta vez serio.
- ¿A mí? –preguntó confundida.
- No, a quien se atreva a querer disfrutar de esa sensualidad. A quien no respete lo que es mío.
- ¿Volvemos a lo del macho tradicional?
- Llámalo como quieras.
- Esta especie de relación o lo que sea mientras dure, deberá ser equitativa. Tú solo pides, ordenas, exiges. Sabes que así no se lleva un matrimonio ¿verdad? Aún uno como el nuestro.- Gabriela posó su mirada azul en él, no dispuesta a ceder nada más así como así. Lo oyó suspirar con frustración y esta vez él fue el que pasó sus poderosas manos por su cabello, ella tragó saliva al ver el gesto, así que ella era sensual ¿no? Patrañas. El que destilaba sexo era él.
- Tú tendrás lo que quieras, puedes tener el mundo a tus pies si es lo que quieres.
Me gustaría tenerte a ti...
El pensamiento fuerte y claro dejó impactada a Gabriela, sabia que no era inmune, no era tonta, pero creía que lo tenía todo bajo control, ilusa. Al ver que no contestaba, León prosiguió. –Puedes trabajar en múltiples organizaciones caritativas, apoyar las nuevas tecnologías y tendencias mundiales en programas que ayuden a la gente que así lo necesite. Estarás codo a codo conmigo si es lo que quieres.
- No esperaba tener un rol pasivo, en realidad no esperaba nada. Aun no asimilo esto. Me refiero a nuestra vida fuera de la pantalla que vamos a representar.
- ¿Qué quieres? Dímelo y te lo daré...
- Libertad.
- Puedes ser libre conmigo.
- ¿Te recuerdo de que forma lograste que viniera? –suspiró- Quiero saber si todo el tiempo estaré vigilada y no, no es porque planee escapar, simplemente aspiro a un poco de normalidad. Quiero saber si puedo viajar a casa cuando sea necesario, si puedo ir a ver a mis amigos, a la boda de una de mis mejores amigas por ejemplo...
- Sí, como Princesa de Durban y mi esposa nunca estarás sin protección. Te daré todo lo que pueda en cuanto a normalidad pero ni yo sé exactamente qué es eso. No, me temo que no podrás viajar cada vez que así lo quieras, no me arriesgo a que trames algo brillante y logres dejarme sin que haya repercusiones para tu familia.
- No soy tan brillante, daría lo que fuera para lograr salir de este embrollo.
- ¿Boda de quién? –le dijo de pronto.
- Jaqueline Alcántara. Somos amigas desde hace años, ella y Allyson son las únicas a las que puedo llamar amigas intimas.
- ¿Jaqueline Alcántara? ¿La fotógrafa?
- ¿Cómo sabes de ella? –preguntó sorprendida.
- Compré dos de sus fotografías en una exposición en Paris, por recomendación de un amigo, Stefano, que al parecer estaba muy interesado en ella a juzgar por la forma en que describió su trabajo y su personalidad. Es excelente en su trabajo–se interrumpió al recordar algo. –Stefano dijo que le urgía hablar conmigo, algo sobre una invitación...
- Stefano... amigo tuyo y él de hecho es el que se casa con Jaquie.
- Que coincidencias de la vida. –dijo sonriendo ampliamente.
- No sugerirás una cena los cuatro ¿no?-dijo ella con sorna.
- ¿Por qué no?
- Jaquie no se casa exactamente feliz de la vida. Él ha hecho de todo por atraparla.
- No puedo juzgar al hombre cuando estoy actuando igual.
- Dios los hace y ellos se juntan. –resopló indignada y él rio con fuerza.
- Stefano no es de mis personas favoritas ahora mismo, hacerle eso a Jaquie...
- Él sabe lo que hace.
- Sí claro, defiéndelo. Tú sabes lo que pasa ¿verdad?
- Tienen una hija juntos Gabriela, deben intentarlo por la pequeña. No pensé que lo lograra tan pronto. Es testarudo, una de las razones por las que somos amigos ¿debería decirte o recordarte más bien, que Máximo también es amigo mío?
- ¿Que el esposo de una de mis mejores amigas sea tu amigo, crees que te ayudaría en algo?
- No necesariamente, pero sí te puede hacer ver que estamos más conectados de lo que crees.
- ¿Iremos a la boda? –retomó el punto de todo esto.
- Me temo que tenemos compromisos ininterrumpidos por semanas, a Stefano no le molestará.
- Pero a mí no me importa él, si no Jaquie ¿No he puesto un pie en Durban y mi agenda está llena?
- Eso me temo.
- Quiero ir a esa boda. –insistió molesta.
- No será posible.
- Ya veremos...
Dicho eso se concentró en su lap o más bien fingió que estaba ocupada e hizo todo por ignorarle. Sabía que él no tomaba su actitud en serio. Le dolía no ir a la boda de Jaquie. Mucho temía que en realidad no podía hacer nada.
Las horas pasaron y pese a su negativa inicial cenó algo, seguía sin emitir sonido, lo cierto es que volvía a estar cansada y tensa, muy tensa. León por su parte parecía haberle dado su espacio y estaba inmerso en su propia laptop seguramente checando sus finanzas, era un genio decían. Observó su gesto concentrado y se preguntó por milésima vez como sería su vida al lado de él. No quería imaginarlo, mucho temía que entraría en una montaña rusa de emociones. Poco después anunciaron el aterrizaje, pegó un respingo en su asiento. Empezaba todo de verdad. Habían llegado a Durban.
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