Capítulo 5

- Aún estás a tiempo. – Le dijo ella sosteniendo su mirada.

- ¿Sí? ¿A tiempo de qué? – Preguntó con un brillo de diversión en sus ojos ambarinos y sentándose enfrente de ella sin dejar de mirarla.

- De cambiar de opinión, por supuesto. – No quería que su voz sonara desesperada, logró controlarse y que se oyera como si estuviera en la sala de juntas del edificio Kensington en una negociación.

- ¿Respecto a ti? – León se recostó en el asiento, parecía estar relajado pero Gabriela sentía que estaba más que listo para atacar y rebatir cualquier argumento que ella arguyera.

- ¿Acaso llevas a otra pobre mujer en contra de su voluntad a bordo del avión? ¿Dónde está? ¿Escondida por algún rincón? – Lo miró con desdén, o al menos lo intentó.

- Jamás he necesitado hacer uso de estos métodos...hasta que llegaste tú, claro. Eres demasiado necia y testaruda. – Dijo ignorando las preguntas que ella le había hecho - En todo caso te di opciones ¿no es así?

- Oh, claro, me había olvidado de tu magnanimidad – Rebatió ella sintiendo como la ira le subía por la garganta. – Déjame recordar esas opciones: O me venía contigo y mi familia quedaba sin la amenaza de quiebra o me quedaba y miraba como se hundía todo gracias a ti. – Él únicamente se limitó a observarla viendo como ella luchaba contra sus deseos de aventarle algo o hacerle daño físico.

- ¿Tan difícil es volver conmigo?

- Estoy volviendo a Durban contigo, pero no estoy retomando nuestra relación ¡Por todos los cielos, ni siquiera sabía que estaba casada contigo! ¿Qué ganas con que regresemos juntos? Tu pueblo aceptaría de buen grado que te divorcies de mí, pues soy una extranjera y en cuanto a quien caliente tu cama, puedo decir sin temor a equivocarme que habrá muchas haciendo fila para ello.

- Muchas... sí, es cierto. – Dijo sin más y casi con aburrimiento. - ¿Divorciarnos? Olvídalo. Mi pueblo aceptará lo que yo diga, en todo caso no soy el heredero al trono. Acepta de una vez por todas Gabriela que regresas a Durban conmigo y todo lo que eso significa.

¿Todo lo que eso significa? Se preguntó Gabriela haciendo un esfuerzo para no gritar. Él la había engañado de la peor de las maneras, él era el que tenía todo un harén regalo de su padre esperándolo en el palacio de la capital de Durban. Práctica que no había muerto del todo en varios lugares del medio oriente, ella le había dado todo: su amor, su pasión y para él todo eso únicamente había sido un entretenimiento en lo que llegaba al palacio y se dedicaba a estrenar sus nuevas adquisiciones, con rabia había salido corriendo al desierto cuando se había enterado, lejos del campamento y asombrosamente sola pues nadie se había percatado de su salida, había llorado de furia y se había reprochado lo tonta e ingenua que había sido, así que decidió tomarlo de la misma manera que él, como una simple aventura, aunque de simple no tenía nada pues ella ya estaba enamorada como una tonta. Había regresado serena y lista para librar una batalla contra él. Aguantando los recuerdos de cómo había caído presa de su hechizo.

Aquella primera noche en el campamento después de haber sido rescatada por él en el desierto, ella le había dicho que si la poseía sería una violación, con su natural arrogancia él le había dicho que jamás había forzado a una mujer en su vida y que ella consentiría, cosa que aun en ese momento no le pareció del todo imposible sobre todo por que ya se sentía afectada por su presencia de maneras que no quería admitirse ni a ella misma ¿Eso le sucedía por ser una tonta romántica y no haberse entregado a nadie más antes? ¿Por qué rayos esperaba sentirse enamorada para tener relaciones? ¿Por qué no lo hizo solo por que si, como todas sus compañeras de escuela? Se le aparecía un hombre con un aura increíble de sexualidad, guapo a decir basta y voz profunda y aterciopelada y ella ya estaba dudando de su cordura, pues era una cautiva que daba indicios de estar seriamente interesada en su captor.

- ¿Podrías ser más específico? – Preguntó ella para tratar de salir de esos pensamientos. Los ojos de su flamante marido parecieron emitir un destello dorado, ella apartó la vista, esos ojos le recordaban la pasión que había experimentado a su lado.

- Eres mi esposa.

- Por un error.

- ¿Eso crees? – Le dijo él.

- Nunca me dijiste la verdad acerca de esa ceremonia.

- Si te lo hubiera dicho ¿Qué hubieras hecho?

Ni loca le respondería con la verdad, si él le hubiera dicho que quería casarse con ella, de mil amores ella le habría dicho que sí. Sin embargo, el por qué él no había sido sincero en ese momento, seguía siendo una interrogante enorme para ella. Ya había admitido que era por tenerla en su cama, pero, algo no cuadraba con todo eso, asunto que la ponía tensa y nerviosa.

- Teníamos poco de conocernos, no era lógico un casamiento así de apresurado. – Mintió para protegerse. No le diría que en espacio de días había quedado su corazón completamente a su merced.

- Conocí de ti más que suficiente. – Aseguró él, ella esperó burla en su rostro, pero su seriedad la dejó confundida.

- ¿Hay manera de anular la ceremonia? – Preguntó y con cierto placer vio que a él esa pregunta no le agradaba nada ¿acaso esperaba que ella se adaptara a todo lo que él quería?

- No se anulará nada, vete acostumbrando al hecho irrefutable de que eres mi esposa. – Dijo con dureza. – Y como tal compartirás todo conmigo.

- Hablamos de mi cuerpo ¿no? – Respondió con odio.

- Entre otras cosas... - Sonrió esta vez con burla. – Tengo cosas que hacer, estoy segura que disfrutaras mi ausencia. – Se levantó del asiento y ella simplemente enfocó su mirada hacia la ventanilla, no esperaba que él agarrara su barbilla ni que se inclinara para besarla tan de improviso que la tomó por sorpresa, fue un beso rápido pero intenso que cuando acabó a duras penas pudo poner una mascara de indiferencia en su rostro, él se alejó sin más. Era un pequeño preludio de lo que le esperaba a su lado, con él siempre había sido una especie de montaña rusa de emociones.

Lo vivido a su lado regresó con fuerza mientras ella cerraba los ojos y se recostaba en su asiento. Estaba muerta de miedo esa vez cuando ya estaban solos y ella seguía exigiendo que la regresara a su País o por lo menos a la embajada. Miedo a él, a su propia reacción frente a ese increíble hombre. Para sorpresa de Gabriela él se recostó entre suaves e invitadores almohadones que había en la habitación y la invitó a hacer lo mismo.

- No, gracias. – Rechazó ella. - ¿Podría enviarme en un helicóptero a la capital de Durban? – Se aventuró a pedirle.

- No. – Fue la escueta respuesta.

- ¡¿Por qué no?! – Exclamó ella al borde de un ataque de nervios.

- Vamos a cenar. – Respondió como si tal cosa, como por arte de magia entraron varios sirvientes quienes sirvieron abundante comida en bandejas y después de múltiples reverencias se alejaron dejándolos nuevamente solos. Ella no había comido desde... ya ni se acordaba y muy a su pesar tuvo que admitir que tenía bastante hambre. Además si quería escapar tendría que sentirse en buenas condiciones físicas. Un tanto reacia se acomodó en los cojines, lo más lejos que pudo de él. En pocos minutos se olvidó de muchas cosas, pero no de la comida la cual estaba deliciosa. Lo escuchó con reservas en cuanto él empezó a conversar y después se encontró con que estaba fascinada por él, por la manera de haberle hecho olvidar que era su cautiva y no una invitada. Evitó su mirada todo lo que pudo por que ya hacía estragos en ella. Se unió a la conversación con cierta reticencia y al final de la cena habían discutido y debatido sobre diversos temas de manera cordial y amena. A pesar de que la había pasado bien, no pudo reprimir un bostezo, el día había estado lleno de emociones y estaba sumamente cansada. – Debes descansar ahora. – Le dijo.

- ¿Y mañana me mandará a casa? – Preguntó esperanzada. Por única respuesta él sonrió enigmático.

- ¿La has pasado mal?

- No, es un excelente anfitrión, pero no olvido que estoy aquí en contra de mi voluntad.

- No esperaba que lo olvidaras tan pronto. Pero considérate mi invitada por favor.

Ella lo miró con cautela.

- ¿Ya no soy una más del harén? En ese caso, una invitada puede irse cuando así lo desea.

- De acuerdo con las condiciones climatológicas, se esperan tormentas de arena de manera sucesiva en los próximos días. – Informó con tranquilidad. A ella no se le pasó por alto que él no contestó a su pregunta de si era o no una más de sus adquisiciones femeninas. – Salir al desierto sería un suicidio.

- ¿Aquí es seguro? – Inquirió con aprensión.

- Por supuesto. – Sonrió divertido. Ella nuevamente desvió la mirada, inquieta se amonestó por sentirse tan atraída por él. Pero cuando sonreía se volvía más atrayente si es que eso era posible. No era justo. – Aquí dormirás. – Le indicó.

- Gracias. – Y sintió un nudo enorme en el estomago ¿Pretendería dormir él allí también?

- Sola. – Dijo percibiendo sus temores. Ella suspiró aliviada, pero el alivio fue breve, pues añadió: Por ahora. – Gabriela deseó haberle dicho muchas cosas, pero la verdad es que se quedó en blanco, él se alejó después de darle las buenas noches. Como autómata se fue a la cama y se deslizó entre las sabanas sin importarle que no tenía más opción que dormir con esa ropa. Este era el lío más enorme en el que se había metido, el más tremendo, el más monumental ¿Qué diría su familia? ¡Santo cielo! Ella misma había dicho que no estaría comunicándose con frecuencia, no la echarían en falta por lo menos en unas dos semanas. Y en dos semanas podrían pasar muchas cosas. El sonido del viento llegó a sus oídos, azotaba con fuerza afuera, se acurrucó entre las sabanas y abrazó una almohada, tuvo que aceptar que por primera vez en su vida no sabía que pasaría, ni sabía que podía hacer para salir de ese problema. Un problema súper interesante en forma de hombre ¿se resistiría llegado el momento? Porque llegaría, las miradas que él le lanzó durante toda la velada eran de un hombre que acechaba y que sabía esperar, pero sobre todo de alguien que conseguía lo que quería. Tantos pensamientos frenéticos deberían haberle dejado en vela, pero el caso es que poco después se durmió profundamente...

Gabriela se estiró entre las sabanas sintiendo que había dormido bien y descansado de todos los problemas que le había presentado el día anterior. Con un movimiento rápido que después la mareó, se sentó de golpe en la cama. Jazmín estaba sentada en una esquina de la habitación y se levantó también de golpe al verla despertarse.

- Buenos días. – Hizo una reverencia cortes. - ¿Ha dormido bien? – Pregunto con una sonrisa, ella no pudo más que corresponderle.

- Sí, muy bien gracias Jazmín.

- ¿Desea un baño ahora o después de desayunar?

- Creo que primero desayunaré. Gracias. – Dicho eso la joven se excusó para cumplir lo que ella quería. Cuando le trajo el suculento desayuno preguntó por su maleta.

- La traerán enseguida, lamento que haya tenido que dormir con esa ropa pero... - Jazmín se sonrojó.

- ¿Pero qué? – sintió curiosidad.

- Pensamos que no necesitaría nada para dormir. – Continuó la joven que seguía con el sonrojo a todo lo que daba.

- No entiendo por que pensaron eso. – Dijo ella sin entender aún, pero luego lo entendió al ver que la chica apartaba la mirada incomoda. - ¡Pensaron que para dormir no necesitaba nada, por que dormiría en la cama de... de...!

- De mi señor, así es. Lamento la confusión. – Aclaró la chica.

- No te preocupes. – Dijo Gaby entre dientes mientras bebía un sorbo de café. - Así que es normal que tu señor traiga mujeres aquí ¿no?

- Oh, claro que no. – Se apresuró a explicar la chica. – Por eso precisamente pensamos que... bueno que... usted sabe.

- Lo que sé es que no sé nada. Me vendría bien el baño ahora, gracias.

- Por supuesto. – Y se apresuró a proporcionarle todo lo necesario. Su maleta llegó al fin y ella escogió un pantalón cómodo en color gris y una blusa fresca en color blanco. - ¿No prefiere la vestimenta típica de aquí mi señora?

- No lo creo Jazmín, después de todo no creo que se me permita salir y explorar ¿verdad?

- Nos han dado órdenes de que cumplamos todos sus deseos.

- ¿Todos?

- Excepto el que le permita irse. Por las tormentas que se avecinan claro está.

- Si, supongo que por eso. – Sintió de nuevo la impotencia de no hacer nada.

- ¿Así que puedo pasearme por el campamento?

- Sí, yo seré su acompañante.

¿Acompañante o sutil vigilante?

- ¿No hay problemas en que vista de pantalón? ¿No heriré sensibilidades?

- Es usted extranjera señora no se espera que respete nuestras costumbres, al menos no todas. Los súbditos de Durban no somos fanáticos.

- En ese caso, ¿me das una visita guiada por el lugar?

- Claro. – la precedió en la salida y pasó agradables horas en compañía de Jazmín mientras le mostraba el lugar, el campamento era enorme albergaba a muchísimas personas, había muchos caballos y ella se entretuvo allí acariciando una hermosa yegua de color blanco. Los hombres simplemente apartaban la mirada cuando ella pasaba y las mujeres la observaban con curiosidad prudente. En todo momento estuvo a punto de preguntar por su captor, pero se contuvo, probablemente Jazmín tenía órdenes de dar un informe completo de lo que ella había hecho y dicho. No quería darle la satisfacción de que supiera que había preguntado por él pensaba mientras seguía en su contemplación de la yegua que corría alegre por el cerco. Era un borrón blanco que quería confundirse con los colores que daba el desierto a esa hora, era media mañana y el calor estaba en su punto cúspide. Ansiosa por su situación ni siquiera se había puesto bloqueador solar ni tomado demasiadas medidas para no quemarse. Así que cuando se sintió algo mareada por el calor decidió que era hora de regresar.

- ¿Pretendes morir de insolación? – Le preguntó una voz profunda que ella ya conocía bien.

- Sería una manera de salir de aquí ¿no crees? – Le respondió con acidez a pesar de que dudaba en llegar caminando tranquilamente al campamento y eso que no quedaba a mas de diez metros, parpadeó al sentir otro mareo y lo vio decir una maldición al tiempo que la alzaba en brazos, ella muy a su pesar no pudo ni protestar, una asustada Jazmín los seguía. Entraron y la depositó en la cama mientras oía como daba órdenes. Empezó a quitarle la blusa y a pesar de su debilidad pudo protestar. - ¿Qué haces?

- Necesitas refrescarte. – Le dijo.

- Sí, pero sola.

- Eres demasiado necia, ni siquiera puedes hacerlo tú sola ¿en serio querías morir? – Ella no respondió, ver sus fuertes y grandes manos quitándole la blusa fue suficiente para que su corazón se desbocara. 

Le quitó la blusa sin miramientos y ella tragó saliva incomoda al ver como quedaba expuesta, únicamente con el sujetador blanco de encaje que cubría apenas sus senos, siempre le había gustado la lencería sobre todo la femenina y sensual, ese sujetador estaba diseñado para ser admirado si bien ella no lo había comprado por eso. Él se quedó mirando detenidamente esa parte de su anatomía y ella furiosa con las pocas fuerzas que le quedaban tomó una almohada y se cubrió.

- Que lastima, la vista era estupenda. – Comentó burlón, para luego añadir: –Jazmín te traerá una loción especial para evitar que en esa preciosa piel quede huella alguna por quemaduras. Desnúdate. –Ordenó sin más y ella lo miró con la boca abierta, después la cerró y se echó a reír provocando que él la mirara ceñudo.

- Eres... -Dijo tratando de encontrar las palabras para describir lo que le hacía sentir ¿desnudarse? Delante de él... Ni loca. -¿Realmente crees que me desnudaré delante de ti? – Preguntó al fin, quizás eran los efectos de la insolación pero todo empezaba a verlo desde un ángulo realmente divertido y soltó una carcajada.

- Estás delirando. – la miró preocupado.

- No, solo me estoy riendo. – Y dejó escapar otra carcajada. Lo escuchó decir una maldición en voz baja, para luego gritar una serie de órdenes a dos chicas que aparecieron de la nada.

- No estás bien y es mi culpa. – Lo escuchó decir ella, justo cuando empezaba a sentir un terrible calor por dentro y por fuera. – Debo quitarte la ropa ¿Lo entiendes, verdad? – Ella de pronto ya no tuvo fuerzas para contestar y solo movió la cabeza accediendo. En cuestión de segundos quedó completamente en ropa interior, <Vaya que tiene experiencia> pensó ella un momento antes de sumergirse en una espesa bruma.

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