Capítulo 34
Gabriela charlaba animadamente con un importante empresario afincado en el país, dado que ambos sabían inglés, la conversación era en ese idioma. Estaban a punto de entrar a cenar, la mayoría de los presentes no era de la zona de oriente medio. Así que por vez primera ella había optado por un vestido de cóctel al estilo occidental. El hombre era un gran conocedor de la cultura de Durban y le platicaba algunos detalles que eran de su interés en ese preciso momento. León no había aparecido desde que le había dicho que no saliera de su habitación hacía unas horas, cosa que ella había decidido no acatar. Habiba había creado un lío y aunque quería ahorcarla a ella y a las otras dos...cuando las encontrara, por lo pronto había decidido ignorarlo, sobre todo porque en realidad ella no estaba en peligro, no iba a ser reclamada por un Jeque del desierto, ella ya tenía el suyo y no pensaba admitir que no la había tocado en mucho tiempo. Eso no quería decir que le diría la verdad a León, no tenia idea en que iba a resultar todo, pero por lo pronto quería seguir viendo la reacción de su arrogante príncipe.
- Aun estoy poniéndome al día con muchos asuntos. –le decía ella al hombre que tendría unos sesenta años y era muy culto. –Durban tiene un caudal de tradiciones increíbles.
- Así es Princesa. Pero estoy seguro que se pondrá al corriente enseguida.
- ¿Sabe usted algo sobre una tribu que reclama esposas de otros hombres? –preguntó ella sin poderse quitar el asunto de la cabeza. El hombre le sonrió divertido.
- Ah, así que ha oído de ellos.
- Sí, y la verdad es que jamás había oído hablar de semejante cosa.
- En Terkel también tienen esa tradición pero es cuando apenas la mujer queda en estado de viudedad. En Durban ciertamente se adelantan todo lo que pueden. –comentó jocoso.
- ¿Podría contarme un poco más?
- Machos Alfas reclamando la mujer que desean sin importar nada más o nadie más. Eso parece a simple vista ¿cierto?
- Exacto.
- Básicamente si la esposa es desatendida en... pues, en varias cuestiones relacionadas a lo que se espera en un matrimonio y es de conocimiento publico, puede ser reclamada por los hijos del Jeque de la tribu o por alguien que pida por ella y la solicite al Jeque. Esto último no es común, por lo general ha pasado cuando un hijo de un Jeque lo requiere y es porque la mujer deseada es toda una joya.
- Vaya...
- No todo es tan crudo como parece...
- Pero ¿y si el esposo fue herido o está enfermo? Y eso hace que no pueda como usted dice... cumplir en todo a su esposa ¿O es ella la que no ha podido?
- Se hace un pequeño juicio. Se toman en cuenta todas las partes implicadas, es una tradición arcaica, pero me temo que aun vigente, si bien, no tengo datos de casos recientes.
- ¿Ah no? Eso está bien.
- Y si en el juicio todo indica que la mujer debe seguir al lado de su esposo y quien la reclamó no lo acepta, siempre queda el último recurso.
- ¿Y ese es...?
- Lucha a muerte.
- Santo cielo. –gimió ella.
- Tradiciones interesantes ¿no cree?
- Y complicadas. –susurró.
- ¿Perdón?
- Si, muy interesantes. –Gracias a Dios que todo era un montaje, sin embargo ahora entendía porque León había reaccionado así. Una risa nerviosa revoloteó por su garganta. Iba a matar a sus primas. Las puertas del comedor se abrieron y ella entró primera ya que era la de más rango en ese momento. Ni León ni su suegro habían hecho acto de presencia y Omar seguía en un estado de semi enclaustramiento. Dada su vida tan disipada que había tenido, nadie lo echaba en falta. Se sentó en la cabecera de la mesa y con una sonrisa disculpó a los ausentes y la cena empezó.
- Quiero resultados inmediatos, pondré toda la gente que sea necesaria...
- No. –dijo el rey atajando a su furioso hijo.
- ¿No? ¿dices no a una cuestión tan importante?
- No vas a molestar de ninguna de las maneras a nuestros invitados. Con algunos las cosas son tensas y no dejaré que compliques nada.
- ¡Se trata de Gabriela! –explotó León.
- No tienes pruebas de nada. Solo muchas flores. Es obvio que pudo ser cualquiera, ella es alguien que siempre llamará la atención y lo sabes.
- ¡Es un obvio cortejo previo! Son los Al-Khaled padre.
- Tiene años que no siguen esa costumbre. Y ellos no están aquí.
- Como bien dices Gabriela es una mujer que cualquiera observa y quiere ¿No podrían haber retomado dicha costumbre y reclamarla? ¡Claro que sí! Quizás han venido de incognito. –León se paseaba furioso de un lado a otro enfrente de su padre, el cual esbozó una sonrisa divertida la cual ocultó cuando los relampagueantes ojos dorados de su hijo se posaron en él.
- Tenemos excelentes relaciones con los Al-Khaled, tus primas incluso pudieron haber sido reclamadas siendo solteras cuando ellos las encontraron en esa loca expedición que hicieron y ninguna fue reclamada y los dos sabemos que las tres son mujeres hermosas. –Los Al-Khaled eran una poderosa tribu del desierto, nómadas solo por cierta temporada, y que en los últimos años habían encontrado yacimientos de petróleo en la zona que tenían asignada por el rey, lo encontrado se les había dado en su totalidad y pese a que ahora todos eran ricos y poseían un sitio base aun recorrían el desierto como casi siempre. Los conocían bien, ya que León y él mismo siendo más joven, solían visitar todas las tribus de su territorio. Si bien, los Al-Khaled eran legendarios guerreros, seguían siéndolo actualmente y eran una pieza clave y fuerte a favor del el reino que heredarían Omar y León. Nunca estaba de más un aliado. Por ello conocía también de primera mano sus costumbres y dudaba que estuvieran pretendiendo a Gabriela, eso desataría una guerra interna y si algo tenían los Al-Khaled era lealtad al rey de Durban. Sospechaba de tres pillas de la corte. Además el Jeque de la tribu y su comitiva habían descartado llegar a los festejos, se lo había hecho saber con anterioridad.
- Hermosas y un lío con piernas, nada aptas para un Jeque del desierto.
- En eso te equivocas, Habiba o Baasima estarían encantadas de vivir las aventuras de una vida nómada.
- Tienes razón, aunque Azima no. Aun así...
- Quiero que Azima se case con tu hermano. –eso detuvo la contestación de León.
- Vas arruinarle la vida a ambos. Ya hablaremos sobre ello y no, no estoy de acuerdo. –movió la mano en un gesto negativo. –Si un Al-Khaled reclama a Gabriela ni siquiera esperaré a un juicio, lo mataré por haberse atrevido a semejante cosa.
- Supongamos que es así y la están reclamando ¿Por qué no mejor cortas de raíz el asunto? –León lo miró sin entender y el rey resopló enfadado. –Hazle el amor a tu esposa. –dijo serio.
- Padre... -León lo vio con el enojo refulgiendo en sus ojos.
- No es que me esté metiendo, es la solución a un problema que tú crees que existe.
- Está aun delicada...
- Está llena de vida, salud y energía. Deja de desperdiciar el tiempo. Tienes a tu lado a una mujer hermosa, inteligente. Mejor princesa no podrías haber encontrado. Y porque estuviste a punto de perderla de pronto decides tenerla como una muñeca en una caja de cristal. Ella no está hecha para ser un mero objeto de decoración. Sigue así y realmente vas a perderla. Y ahora tú, me has hecho perder una importante cena ¿sabes quien está como anfitrión? Tu esposa nada menos.
- Le dije que no saliera. –rugió yendo a la salida.
- Alto. –le dijo su padre con firmeza. - No la quieres para ti y para nadie más ¿Qué lógica es esa?
- Por supuesto que no la quiero para nadie más. –le dijo habiéndose detenido muy a su pesar.
- ¿Ni siquiera para ser la princesa del país? ¿no quieres que sea princesa para el pueblo?
- No me refería a eso.
- Así que pretendes coartar su libertad por una amenaza con poco fundamento. Al rato será una cosa u otra. Ella es no solo fuerte sino valiente, es hora de que lo entiendas. La vida es corta León y tú has encontrado a alguien con quien vivirla que amas y te ama de vuelta. Deja de echarlo a perder ¡maldita sea!
- ¡Padre! –sorprendido se acercó más a él.
- No te crie para esto.
- Lo sé. –se pasó las manos por el cabello.
- Arregla este problema sin causar más. Y ahora déjame dormir.
- Bien.
- Hablo en serio.
- Esto también lo sé. Me retiro... gracias padre.
- ¿Por qué?
- Por todo.
León seguía hecho una furia pero las palabras de su padre se repetían en su cabeza. Fue con paso rápido a donde se llevaba a cabo la cena pero fue informado que esta había finalizado.
- ¿Mi esposa? –preguntó enseguida.
- En sus habitaciones Alteza.
Fue hacia allá intentando calmarse, ciertamente quería reclamar el hecho de no haber sido obedecido. No se trataba de un tonto capricho, alguien la quería, alguien la deseaba y estaba dispuesto a enfrentarse a él, quien debajo de la capa de refinamiento que lucía, había un guerrero forjado durante años que solía ser letal. Deseaba sobremanera que se apareciera el que se había atrevido a iniciar esa tontería para hacerlo pedazos. Entró y azotó la puerta, no la vio por ningún lado y la llamó sin contestación alguna. Su corazón empezó a latir desbocado, la buscó por toda la habitación que si bien era como un enorme departamento, la recorrió en segundos y al no hallarla, corrió hacia la puerta, esta se abrió y Gabriela entró, él suspiró de alivio.
- ¿Dónde estabas? –le dijo a bocajarro.
- Donde estabas tú, más bien. –la vio quitarse los tacones nada más entrar. Tragó saliva al verla tan preciosa, eso lo enervó al recordar que era observada de cerca.
- Te dije muy claramente... -empezó y ella alzó una mano callándolo.
- Estoy muy cansada, me tocó ser la anfitriona y acabo de volver de una pequeña reunión para la fiesta de mañana y tú no te apareciste por ningún lado. –ella se llevó las manos a la espalda empezando a bajar la cremallera, la vio detenerse e ir al vestidor.
- ¿Por qué te vas? – Gabriela no había ocultado nunca su cuerpo de él, el verla buscar privacidad lo desestabilizó y aumentó un poco más su enojo.
- No voy a pelear contigo mientras me desvisto.
- Eso nunca te ha detenido antes.
- Pero antes el asunto terminaba diferente. –le dijo sin reproche, vio resignación en su mirada y eso lo dejó estático, ella fue al vestidor y cerró la puerta. Claro, que sus escasas peleas nocturnas acababan diferente antes, si es que podían ser llamadas así, por lo general tenían un pequeño debate por una tontería y era él quien la terminaba de desvestir, muchas veces dejando su ropa inutilizable al ser rasgada por sus manos, ella nunca se lo había reclamado, ella siempre había estado dispuesta... se llevó las manos a la cabeza con sentimientos encontrados. Ella salió pocos minutos mas tarde, sin pizca de maquillaje y con aquel maldito camisón, que reconoció segundos después ya que no dejaba de admirar la belleza de Gabriela al natural.
- Quítate esa cosa y quémala. –dijo con brusquedad.
- Santo cielo ¿Qué rayos te pasa hoy? –respondió molesta.
- Es probable que un imbécil te reclame ¿lo sabias? –ella lo miró con el ceño fruncido.
- No sé de que estás hablando.
- Hay una tribu –dijo acercándose a ella. – que entre sus tradiciones tiene la de reclamar esposas ajenas.
- ¿En base a qué? –preguntó fingiendo ignorancia. Él avanzó otro paso. Ella retrocedió.
- En base a que han sido desatendidas por su esposo.
- Bueno, tú me prestas muchísima atención. Sobre todo después de lo que pasó. –dijo con inocencia.
- No esa clase de atención. –él avanzó de nuevo y ella se preguntó si León se daba cuenta de que estaba acechándola. Sintió burbujear la sangre debajo de su piel. –quítate eso. –repitió.
- No hasta que me digas por qué y me expliques todo eso del reclamo...
- Esto. –dijo con desprecio tocando un olan de la parte superior del camisón ya cerca de ella. –es con toda probabilidad parte del cortejo previo para reclamarte. –ella abrió los ojos aparentando sorpresa. –las flores, lo mismo.
- Por cierto ¿Dónde están?
- ¿Qué donde están? ¿te preocupa eso ahora mismo? –rugió. Ella sonrió internamente.
- Eran bonitas.
- ¿Has oído lo que te he dicho?
- ¿Qué culpa tenían las flores? –él arrugó el camisón entre sus manos con frustración y en un intento de controlarse.
- Gabriela...
- Así que según lo que dices, un camisón artesanal bellísimo por cierto y flores son parte de un cortejo y que alguien va a reclamarte para sí. Eso es muy loco. –intentó dar un paso atrás para ver su reacción y él siguió aferrando el camisón impidiéndoselo. – ¿No te lo estás inventando verdad?
- Lamentablemente no. –contestó arrastrando las palabras.
- Y todo porque... ¿no me das atención? Háblame claro ¿Qué clase de atención?
- Eres mía.
- Ajá. ¿Qué clase de atención? –insistió ella mordiéndose el labio inferior para controlar una sonrisa, vio que él seguía el movimiento con la mirada. Lo oyó suspirar con fuerza y cerrar los ojos.
- Atención sexual. –dijo al fin entrecortadamente.
- Ah, ya veo. –Gabriela apartó su mano, lo hizo a un lado y se dirigió a la cama, él la detuvo de un brazo. Ella se giró a verlo alzando una ceja interrogante.
- ¿Qué ves?
- Que es una costumbre rarísima y que no pasará nada ¿me sueltas?
- No.
- No pasará nada, si me preguntan y obvio que va ser de lo más embarazoso, diré que me has dado atención... sexual. Mentiré ¿contento?
- Todo el mundo sabe que no te he tocado.
- Pero, ¿Cómo que todos saben? –dijo con verdadera sorpresa.
- No soporto que te roce ni siquiera el aire por Dios santo.
- Porque soy de cristal, claro...-dijo con ironía, intentó que la soltara, él no lo hizo.
- Todos saben que no dejo que haya la mínima posibilidad para que salgas lastimada, es como sumar dos más dos, la actividad sexual es intensa, por lógica, no te he tocado, es obvio.
- Entonces ¿Qué propones? No soportas que me pase nada, por eso no quieres tocarme, alguien más no solo lo sabe sino que, piensa tomarme para sí -lo vio apretar la mandíbula. – dime, ¿Qué haremos?
- Lo mataré, en cuanto sepa quien es.
- ¿Esa es tu solución? –hacerme el amor sería lo mejor, idiota... dijo Gabriela por dentro empezando a enfurecerse.
- Por lo pronto, sí.
- ¿Y si no averiguas quién es?
- Tendrá que aparecer. –ella volvió a retorcer su mano y él al fin la liberó.
- ¿Y si decide que no quiere arriesgarse a que lo maten y me secuestra?
- No sale nadie de aquí sin que yo lo sepa, no entra nadie sin que me entere, no pasará eso. Quítate ese maldito camisón.
- Estás muy seguro de eso, bien. Confiaré en que no seré secuestrada por un hombre que está más que deseoso de hacer lo que tú no. –espetó.
- ¿Perdón?
- Me has oído. Dime, si me toma aquí mismo, dentro de palacio ¿entonces qué? –por la conversación que prosiguió con el empresario, sabia que si la mujer tenia relaciones con quien la reclamaba antes de un juicio, automáticamente pasaba a ser liberada del antiguo esposo y a ser la nueva cónyuge de quien la había pedido.
- Lo mataría de la peor de las maneras. –le dijo furioso. –pero, eso jamás pasará. No saldrás de aquí hasta que esto se aclare.
- Saldré cuando yo quiera de aquí León, lo tuyo son puras suposiciones y si fuera cierto, tienes la maldita solución en tus manos, atrévete a encerrarme aquí y provocaré un escandalo que se sabrá en todo el mundo. No quieres tocarme perfecto, lo tengo asumido. Pero, no te atrevas a condicionarme, encerrarme o querer controlarme. –dijo cada palabra acercándose ella esta vez a él. –porque no lo voy a permitir. Y si el supuesto hombre aparece, le daré las gracias. –lo vio ponerse pálido y abrir los ojos con horror.
- ¿Qué... dices? –la tomó por los hombros.
- Sí, las gracias. Por querer hacer algo que tú no...
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