Capítulo 3
Gabriela bajó de la camioneta con piernas temblorosas. Hacía seis meses que no lo veía, seis meses que intentaba no pensar en él y también que fallaba inútilmente. Al entrar al vestíbulo se dio cuenta que nadie trabajaba como debería ser. Muchos curiosos cuchicheaban acerca del recién llegado que al parecer había hecho una entrada espectacular a juzgar la conversación de dos ociosas recepcionistas.
- ¡Es tan hermoso! – Lo alababa una de ellas con un suspiro.
- ¿Has visto que sensual es? ¡Ese hombre ha de ser tremendo en la cama! – Añadía entre risas excitadas la otra.
- ¿No deberían estar pendientes de los teléfonos? – Increpó Gaby algo molesta por la breve conversación de las mujeres. Los teléfonos sonaban y esas dos estaban en otro mundo, no era molestia por que estuvieran embobadas con León, no señor, era por que no cumplían con su trabajo. No podía ser por otra cosa ¿o sí? ¡Por supuesto que no!
Las dos chicas se pusieron rojas y enseguida atendieron los teléfonos disculpándose con ella.
- ¿Qué es esto? ¿Un maldito circo? – Preguntó elevando la voz y dirigiéndose a los empleados que había en el vestíbulo. Todos se giraron sorprendidos a mirarla. Ella no era así, todo el mundo sabía que era de carácter fuerte pero que jamás había tratado mal a un empleado, era justa, amable y bondadosa. No pasaba por alto las faltas graves pero siempre lo hacía con un alto sentido de la justicia. En resumen, a ella no era fácil verla molesta o enojada como lo estaba ahora, al menos no con los empleados. En las juntas directivas era sabido que defendía su postura con uñas y dientes pero jamás se desquitaba con quienes no tuvieran nada que ver con el motivo de su enojo. Y ella ahora estaba tensa, enojada y no podía evitar sentirse a punto de explotar. Encontrárselos allí sin nada que hacer más que comentar sobre el hombre que la alteraba a grados indecibles la enfurecía. Todos los empleados empezaron caminar apresuradamente hacia sus puestos de trabajo y por un momento se sintió culpable.
Entró al ascensor privado que sólo usaban los altos mandos y los dueños de la compañía, es decir su familia y oprimió el botón que la dejaría en el piso donde estaba la sala de juntas que era dónde imaginaba estaba León. De pensarlo se le revolvió el estomago, puso su frente sobre la pared recubierta de fina madera del ascensor en un intento de controlarse. Demasiado pronto llegó al piso indicado y salió con paso poco firme, no podía enfrentarse a él en ese estado ¿Qué rayos le pasaba? ¿Por qué de pronto se iba al garete toda su famosa y conocida fuerza de carácter? Tenía que hacer una parada antes de verlo, se escabulló al baño y al ver su reflejo en el espejo se enfureció con ella misma, porque lo que ella era no tenía nada que ver con esa cara de conejillo asustado y temeroso. Con la ira aflorando y viniendo en su ayuda, se retocó rápidamente el maquillaje y se compuso el pelo, no quería impresionarlo pero tampoco se presentaría en fachas. Estaba muy lejos de estar en fachas, pero Gabriela estaba lejos de pensar con objetividad.
- Tú puedes hacerlo – Le dijo a su reflejo. – Ve y acaba con esto de una buena vez por todas.
Al salir preguntó a la recepcionista de ese piso:
- Cristina ¿Hace mucho que esperan por mí?
- Como media hora, señorita. El hombre más impresionante que he visto en mi vida la aguarda en la sala de juntas – Añadió con evidente tono de colegiala ¿Qué les pasaba a las recepcionistas ese día? Ignorando el gesto de fastidio de su Jefa, prosiguió: - No querrá que le pase llamadas ¿verdad?
- ¿Por qué habría de no querer que me pases llamadas? – Dijo con tono helado, si estuviera en sus cabales admitiría que debía prohibir que le pasaran llamadas pues estaría tratando un asunto sumamente importante, pero el tono de Cristina sugería que se encerraría a tener una orgía y eso la molestó, no porque León fuera un hombre que quitaba el aliento, ella saltaría encima de él a la menor oportunidad. Un pensamiento acorde con esa idea asaltó su mente y la hizo remontarse a esas apasionadas noches a su lado en los que toda inhibición o timidez las había lanzado al viento, sólo de pensarlo se acaloró. – Pásame las llamadas, pero solo las absolutamente necesarias.
- Por supuesto. – Le dijo Cristina lanzándole una mirada de abierta envidia que alcanzó a ver y que solo sirvió para irritarla. Se detuvo y la joven compuso el gesto con rapidez.
- ¿Quiénes más están en la habitación? – Preguntó deseosa de escuchar que estaba lleno de gente y haciendo caso omiso a esos gestos.
- Nadie más señorita Kensington. – Y otro brillo de envidia afloró a los ojos pardos de Cristina.
- Avisa a mi padre que me reuniré con Su Alteza.
- ¿Es un Príncipe?- Preguntó emocionada, con la boca abierta y un brillo de emoción intensa en la mirada. Todo al mismo tiempo.
- Sí, pero no el de mis sueños – Le aseguró sintiéndose una hipócrita por decirlo. Pero la recepcionista ya no escuchaba nada y notó que observaba hacia la nada como si estuviera drogada o algo así. El efecto "León" ya estaba en todo su esplendor en la ilusa chica. Negándose a perder más tiempo apretó el paso y avanzó por el piso de mármol blanco impoluto, extraído directo de Carrara. Llegó a la puerta de dos hojas y abrió sin darse oportunidad de salir corriendo. La espalda más masculina y sensual que ella consideraba había visto en su vida fue lo primero que vio. Él estaba frente a los ventanales observando las vistas que habían desde allí de Milán. Enfundado en un traje color beige, casi sintió dolor físico al verlo de nuevo o en todo caso al verle la espalda y ese maravilloso trasero. Él se giró conciente desde el primer momento de su presencia y la taladró con esos ojos ambarinos y como siempre que lo veía se olvidó de respirar, se quedó muy quieta observándolo y paseó su mirada sin poder evitarlo por todo su cuerpo, empezando desde los pies que iban elegantemente en unos zapatos hechos a mano, pasando por sus poderosas piernas, siguiendo por la entrepierna que la hizo ponerse a sudar y luego ese musculoso torso hasta llegar a su rostro, descubriendo que él la había sometido a la misma inspección que ella había hecho de su cuerpo.
- Gabriela... - Le dijo con esa voz aterciopelada y enseguida sintió que se erizó toda.
- León... - Contestó con voz baja y controlada - ¿O debo decir Su Alteza? – Añadió con todo el sarcasmo del que fue capaz. Dadas las circunstancias lo quería todo lo lejos posible, la estaba afectando demasiado. Era el único que podía ponerla en un estado de furia y excitación sensual todo al mismo tiempo. Quizás refugiarse en la furia fuera la mejor opción en esos momentos.
- Tú puedes llamarme de la manera que quieras – Le dijo atravesándola con una mirada cargada de significado y ella casi tragó saliva para quitar el nudo que se le había hecho en la garganta, ella le había llamado de muchas maneras cuando hacían el amor... sexo, se corrigió mentalmente.
- El caso es que no sé ni quien eres... ¿León? ¿Asad? ¿Jeque o Príncipe? - Dijo apresuradamente pero sin dejar de añadir cinismo.
- ¿Por qué te fuiste? – Preguntó sin más preámbulos y acercándose a ella. Sin pensarlo dos veces Gabriela levantó el rostro en claro gesto de desafío.
- Quédate donde estás. – Trató de que sonara como una dura advertencia.
- ¿Por qué? – La ignoró y continuó su camino hacia ella.
- ¿Qué es lo que quieres?
- A ti. – Quedó a pocos centímetros. Ser alta en ese momento le pareció una ligera ventaja, con los tacones quedaba unos centímetros menos que él, no tenía que levantar tanto el rostro para verlo. Aunque el verlo no suponía ventaja alguna y menos teniéndolo tan cerca. Reconoció la fragancia que usaba y el aroma la inundó, los recuerdos se agolparon en su mente y se obligó a no acercarse a él para sentirlo mejor, para tocarlo, para fundirse con él en un beso y algo más. Sintió pánico al reconocer los claros síntomas que le indicaban que aún tenía un largo camino por recorrer si quería olvidarse de León ¿Olvidarlo? Uno no olvidaba a un hombre como él admitió, pero se esforzaría para que no le afectara tanto, para pasar página y sacarlo de su sistema. – Mírame – Le dijo con firmeza.
- ¿Es una orden?
- ¿Por qué eres tan difícil? – Con una mano le tomó de la barbilla y le obligó a mirarlo, ella no hizo gesto de apartarse pues no quería que la viera como una cobarde. Los ojos de León adquirieron el tono del oro al fundirse y ella recordó lo que esa mirada significaba...deseo puro ¿Así que eso era? Aún no se había cansado de ella, aún no tenía suficiente y sobre todo no había estado listo todavía para desecharla y como magnifica culminación se añadía el hecho de que era ella la que había puesto tierra de por medio y se había ido, no había sucedido al revés. Sí había habido una separación previa, o ella así lo había entendido porque ¿se habían separado antes de que ella se fuera no?
- Lo diré una vez más – Se esforzó para lograr articular tan sencillas palabras, debería estar furiosa con él pero lo cierto era que ahora no pensaba en otra cosa que no fuera ese deseo que la había consumido, efecto que no había quedado atrás y sentía en esos momentos - ¿Qué es lo qué pretendes? Te recuerdo que yo no soy una más de tus posesiones.
- No. Sólo la más preciada y sobre todo la que más deseo.
Ella se hizo hacia atrás para apartar la mano de su cara, pero él sin perder el tiempo la tomó por la muñeca para impedir se alejara más.
- No juegas limpio. – Sentir su mano sobre ella le provocó escalofríos. Trató de soltarse pero la presión en su mano aumentó si bien no le hacía daño. – Suéltame- Dijo con la mirada relampagueando de furia.
- No pienso volver a perderte de vista. Fue realmente ingeniosa tu manera de irte lo que me hace pensar que has visto demasiadas películas de espías, leído demasiados libros de intrigas o me casé con una agente del servicio secreto. – Levantó una aristocrática ceja y le sonrió burlonamente.
- Ni lo uno ni lo otro. Las soluciones más sencillas suelen ser las más eficaces.
- ¿Ah si?
- No iré contigo a ninguna parte León yo... - Se detuvo a tiempo para registrar algo muy importante que había dicho – ¡Yo no estoy casada contigo!
Aprovechando su momentánea confusión la atrajo hacia él, la atrapó entre sus brazos y demasiado tarde ella trató de forcejear, cosa que era batalla perdida tomando en cuenta ese cuerpo de acero que la sujetaba. Puso su mano en su nuca y con lentitud le rozó los labios, acercó su boca a su oído y le susurró:
- Eres toda mía. – Enseguida notó como ella se ponía más rígida y sonrió, esta vez no la dejaría ir por nada del mundo. Le había dado su espacio, demasiado en realidad, había luchado como nunca contra sí mismo, para permitirle ese lapso de tiempo y a decir verdad creía que ella le buscaría. Pero era hora de recuperar lo que era suyo por derecho. Se inclinó para besarla pero ella empezó a luchar por liberarse, la dejó ir por el momento...
- ¡Explícate!
Fue hacia el elegante sillón que estaba a la cabecera de la enorme mesa de caoba en la cual se reunían, se sentó con un fluido y elegante movimiento y se giró hacia ella, sin dejar de mirarla le soltó:
- Para ser específicos, hoy hacemos siete felices meses de casados.
- ¡Eso no puede ser posible! – Exclamó ella advirtiendo que, aunque ella estuviera de pie y él sentado seguía sintiéndose en desventaja.
- ¿Recuerdas aquella ceremonia en la mezquita de Ahmad?
- Dijiste que era una ceremonia tradicional muy común de bendición y prosperidad ¡Nunca mencionaste que era una ceremonia de...de...!
- ¿De matrimonio? – Terminó por ella con un brillo de diversión en la mirada.
- ¡Me mentiste! – Le increpó.
- No. No lo hice. La ceremonia de matrimonio es una ceremonia tradicional y muy común por supuesto, de bendición y claro, de prosperidad para la pareja. Eso te lo expliqué tal cual.
- Dijiste para la pareja ¡No para un matrimonio!
- ¿Cuál es la diferencia? – Preguntó con arrogancia.
- ¿Qué cual es la diferencia? – Elevó la voz - ¿Quieres saber la maldita diferencia?
- Por favor... - Le pidió con suma tranquilidad, lo cual la enervó más.
- ¡Tú! Un soltero por excelencia, del que todos saben que jamás se ataría a un compromiso mayor de 4 semanas y sin papeles de por medio con una mujer ¿Me pregunta eso?
- Sí. – Fue su escueta respuesta.
- ¡Una cosa era ser amantes y otra muy distinta el estar casados! El matrimonio no es cosa de juego, es un compromiso importante ¡Al menos para mí lo es! Es un enorme compromiso que no estaba dispuesta a aceptar y sigo pensado lo mismo.
- ¿Qué te hace pensar que es cosa de juego para mí?
- ¿Tu manera de actuar con las mujeres? – Le espetó con sarcasmo. – Cambiándolas como si de calcetines se tratara.
- Ciertamente no con todas.
- ¿Así que pasé el reto de permanecer a tu lado más de 4 semanas?
- Con creces... - Sonrió burlón.
Gabriela empezó a caminar de un lado a otro para controlarse ¿De que se trataba todo esto? ¿Qué era lo que quería al tratar de continuar este matrimonio basado en un equivoco? Peor aun ¿Por qué se había casado con ella? Él se aburría pronto, iba a pastos más verdes o mejor dicho "esos pastos verdes" iban por si solos a él.
León contempló con gesto divertido el ir y venir de Gabriela, tenía que hacerla entender que estaban legalmente unidos, era cierto que había omitido que la ceremonia aquella noche no era tan inocente como parecía, pero él no le había mentido.
- ¡Fue una mentira descarada! – Dijo ella en ese momento – Por omisión o como fuera, pero no deja de serlo. Pero la pregunta es ¿Por qué?
León esperaba esa pregunta, pero la verdad él aún no sabía con certeza la respuesta o prefería ignorarlo. El deseo por tenerla a su lado, por despertar con ella en sus brazos por las mañanas, por escuchar su risa, ver su cara resplandeciente después de hacer el amor, escucharla defender con ardor sus ideas, su pasión sin igual ¿Cómo le hacía un hombre para retener una mujer así? Se casaba con ella para tenerla más unida a él, no era la única forma, pero sabía que ella la encontraría como un muy fuerte nudo, uno no tan fácil de pasar por alto. Estar unidos legalmente sabía que le serviría tarde o temprano ya que sabía que Gabriela era un ser libre y sobre todo impredecible, no se había equivocado. Atraparla por medio del matrimonio... cualquiera que lo conociera, no podría creerlo, estaba usando la trampa favorita que muchas mujeres le habían intentado tender sin éxito ¿Quién lo diría? Casado por las buenas, porque así lo deseó y seguía deseándolo, por su propia voluntad. Era de risa sobre todo tomando en cuenta que su flamante esposa no quería estar atada a él ¿se habría vuelto loco? Sin duda ella era la que lo tenía en ese estado. Ese traje que llevaba no podía haberle quedado mejor a nadie más, la blusa moldeaba sus senos exquisitos, esa falda que le llegaba a las rodillas en realidad no era tan modesta dado que se le pegaba como un guante mostrando un trasero firme y bien moldeado y dejando adivinar una cintura estrecha y unas piernas interminables, la melena estaba atrapada en un moño y frunció el ceño a él le encantaba ver su pelo libre y suelto.
- ¿Por qué León? – Repitió la pregunta y él se obligó a darle una respuesta.
- ¿Por qué no?
- No es agradable que te contesten con otra pregunta.
- No se me ocurre que más decirte.
- ¿La verdad? Ó ¿Quizás es mucho pedir?
- ¿La verdad? ¿En serio quieres saberla? – Gabriela quiso gritar que si, pero algo le dijo que era mejor dejarlo todo como estaba, simplemente decirle que se fuera al averno y que de allí no saliera y la dejara en paz. Pero como siempre la imprudencia venía cuando menos se le necesitaba.
- No espero menos León – Respondió tensa.
- Ninguna mujer ha llenado mi cama como tú – Le dijo sin más y el rostro de ella se tornó de un tono intenso de rojo pero no por otra cosa que no fuera la furia y la humillación.
- ¡Por eso lo hiciste! ¿Matrimonio por buen sexo? – Casi eran gritos, casi...
- Excelente sexo, diría yo.
- ¿Cómo pudiste? – Esta vez si fue un grito, cerró los puños intentando no hacer algo más violento.
- Fue muy sencillo ¿Crees que desperdiciaría la oportunidad de tener una mujer como tú de todas las maneras posibles?
- ¡Te sobran las mujeres ardientes León! ¡Las que están más que dispuestas a ser lo que tú quieras en la cama!
- No me interesan. Tú tienes algo que siempre me obliga a estar alerta en todo aspecto. – Con una sensual sonrisa añadió – Eres mi esposa Gabriela.
- Existe el divorcio y no creas que no pararé hasta conseguirlo ¿Crees que me quedaré a tu lado solo porque disfrutas conmigo mucho mejor que con otras? – Al decirlo sintió una especie de excitación mezclada con incredulidad ¿Sería posible que fuera cierto lo que decía? Era halagador y humillante al mismo tiempo y ella se sentía de las dos formas cuando en realidad únicamente debería sentirse furiosa.
Él se levantó de inmediato y con mirada amenazante se acercó a ella.
- No lo conseguirás mientras yo así no lo quiera.
- No estamos en la época de las cavernas.
- Eres mía Gabriela y más vale que lo entiendas de una vez por todas, no me iré de aquí sin ti, aunque si prefieres quedarte...
- ¡Claro que lo prefiero!
- Volverás a mí rogando – Afirmó con una sonrisa cruel.
- Primero volarán los cerdos León.
- Estás tan segura... Quédate aquí y haz lo que quieras pero prepárate para ver hundirse la empresa de tu adorada familia, para que se haga añicos todo lo que tienen. Después de que intentes por todos los medios luchar contra mí, descubrirás que es imposible, así que ahórrate tan malos momentos. Tu madre es encantadora, créeme cuando te digo que no me gustaría verla pasar por todo esto.
- Eres un canalla. – Siseó sintiendo como la ira la hacía temblar.
- Nos vamos hoy mismo. – Dijo sin más.
- Es demasiado pronto...
- Hoy. Ni un día más ni uno menos, ya te di suficiente tiempo.
- Te odio. – Susurró con rencor.
- Eso es lo que tú quieres creer.
- Es lo que siento...
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