Capítulo 16


- ¡Pero él la obligó! –replicó Gabriela.

- Tienen una hija juntos. –dijo León con voz calmada, todo él rezumaba tranquilidad y eso la enervó aún más.

- Así que eso lo justifica todo ¿verdad? – ella se obligó a modular su tono.

- Yo no dejaría un hijo o hija mío lejos de mí, pelearía con todo.

- Claro. Solo que en tu caso con hijos o sin ellos peleaste con todo.

- Que yo sepa no la obligó. –dijo al tiempo que se ponía la chaqueta del esmoquin e ignorando el rumbo que la conversación estaba por tomar. Ella se giró para no verle, solía llevar las de perder cuando veía lo guapo que era, su cuerpo decidía dejar de pelear y rendirse.

- Platiqué ampliamente con ella y créeme él movió todo para forzarla a tomar esa decisión. –ella buscó unos pendientes entre los cajones de un enorme mueble antiguo con cajones diminutos regalo de Baasima para poner joyas. Hubiera azotado el cajón donde al fin los encontró de no haber sido regalo de su prima política.

- Está loco por ella. –le dijo él a todas luces intentando que no estallara una pelea en toda regla.

- ¿Quién dice? –respondió ella poniéndose los pendientes.

- Bueno, se nota.

- Lo entiendes perfectamente porque al igual que él has hecho lo que has querido.

- Gabriela, estamos por irnos a una recepción de gala y no quiero...

- Tú empezaste.

- Solo te pedí que fueras amable con él.

Y eso había abierto la frágil caja de pandora que solían abrir y cerrar de continuo. Stefano Troyanos había llegado a hacer negocios, gran amigo había dicho León y ella había sentido como su sangre empezaba a calentarse. Allyson y Jaquie dos de sus mejores amigas habían compartido con ella sus experiencias al lado de dos de los tres hombres más Alfas, testarudos y difíciles del planeta, ellas tenían uno cada una y ella por lo pronto tenía al tercero. Lo que habían pasado sus amigas tenia demasiadas semejanzas con lo que ahora ella vivía, por lo que tenía la empatía elevadísima, por mucho que ahora Jaquie estuviera casada con Troyanos y que las noticias proclamaran lo felices que eran, eso no impedía que ella fuera abierta en mostrar su animosidad. Sobre todo, porque no podía llamarle a Jaquie, no se había atrevido a hacerlo ni con ella ni con Allyson, no conocía a las niñas de sus amigas más que por fotos y eso también la enfurecía, porque la razón por la cual no había podido hacerlo es porque su flamante príncipe del desierto se la había llevado en cuanto había podido y querido hacerlo. Fue hacia el vestidor y se quitó la bata para enfundarse el magnífico vestido que portaría. Cerró de un portazo.

Se sentó en un diván sintiéndose tensa. Días antes todo parecía encaminarse apropiadamente. Él le había pedido volver a la habitación, a su cama y ella lo había considerado. Esa misma tarde él había tenido que irse por unos días a un viaje de negocios. Ni siquiera había podido despedirse de él, pues había sido algo urgente. Y había llegado apenas hoy, después de cinco días y 12 horas aproximadamente. ¡Dios! era patética, sabía cuanto tiempo había estado fuera.

En cuanto había sabido de su llegada, había prácticamente corrido a su encuentro, antes de que le abrieran la puerta a la sala donde él estaba, Jazmín jadeando le había alcanzado y dicho:

- Princesa, está acompañado.

- ¿Por quién?

- Stefano Troyanos.

Su sonrisa se había helado y después difuminado. La puerta había sido abierta y ella había entrado con el porte de lo que ahora era, una Princesa. Le había dicho bienvenido a su marido, él había fruncido el ceño ante la escueta bienvenida y después el otro había hablado.

- Princesa. –había dicho Troyanos con una pequeña reverencia y ella al fin le había mirado.

- Stefano Troyanos ¿no?

- Sí. –le dijo con una radiante sonrisa. Si ella no estuviera enamorada de su esposo estaba segura que habría quedado más que impactada, el hombre era realmente guapo, entendía el por qué su amiga había caído rendida ante sus encantos, aunque después se hubiera arrepentido, pero, nuevamente eso no importaba.

- ¿Cómo está Jaquie? –dijo sin más.

- Perfectamente.

- Permíteme que lo dude.

- Gabriela... -dijo León con suavidad pese a que era una advertencia, mínima, pero advertencia al fin y al cabo y eso por supuesto, la molestó.

- León... -contestó ella sin amilanarse en lo más mínimo y Troyanos soltó la carcajada. – sabía que solo vendrías tú, no pude evitar sentirme decepcionada. –le dijo a Troyanos.

- Ya lo creo. –contestó el aludido aun sonriendo. –Supe que te escapaste de León en un acto casi mágico. –dijo él de pronto y ella parpadeó sorprendida, sí que eran muy buenos amigos si León le había contado eso.

- Supe que perseguiste a mi amiga por medio mundo.

-Así que en cuanto supo en donde estaba el hombre fue en su búsqueda. –había dicho Allyson muerta de risa, esa vez que se habían visto en el café. –Al ver su desesperación casi le creí.

-Sólo porque es un obstinado. –dijo Jaquie resoplando enfadada.

-¿No hay nada de mérito que haya ido a buscarte? –había preguntado Gabriela.

-Pero claro que no.

-Sí lo hay - había refutado Ally. -No solo ha ido allí para encontrarla...-Y había pasado a mencionar todos los lugares en los cuáles él la había esperado encontrar.

- Me dijeron que sueles caminar sola por el desierto. –soltó Stefano entonces.

Gabriela respiró hondo.

- Me enteré que te abandonaron en un hotel en México.

-Así que el hombre me seduce y yo inocentemente caí.

-¡Já! ¿Inocentemente? Por Dios Jaquie, eso no te lo creemos.

-Deberías Allyson porque, tú igual caíste "inocentemente" ¿no? –dijo la palabra haciendo señas de comillas con las manos.

-Somos unas inocentes entonces. –completó Gabriela y las tres prorrumpieron en carcajadas.

-El caso es que cuando me di cuenta de mi "error" me levanté con sigilo, me vestí y me largué.

-¿Sin decirle nada? –había preguntado Gabriela.

-Exacto, si por él fuera nos habríamos pasado la semana entera en la cama.

-No suena mal. –dijo Allyson y las tres volvieron a reír. –pero que mala, dejarlo abandonado a su suerte en un Hotel en México.

-Se lo merecía.

- ¡Gabriela! –dijo León con sorpresa por el intercambio de palabras, pero Stefano parecía todo menos enfadado. Lucía divertido.

- Oh sí, pero te puedo asegurar que ya no se me volvió a escapar.

- Claro, el lazo del matrimonio. Ustedes suelen usarlo mucho ¿verdad?

- No nos ha quedado de otra. –dijo Stefano con fingida inocencia.

- Supongo sabes que aquí existe la pena de muerte. Ve con pies de plomo si no quieres ponerme en bandeja de plata la solución a los problemas de mi amiga. –dicho eso se dio la media vuelta y se fue, dejando a dos hombres con la boca abierta.

- ¿Me acaba de amenazar de muerte? –preguntó Stefano sorprendido.

- Eso me temo. –León se pasó la mano por la nuca incómodo.

- Ya entiendo muchas cosas. –dijo empezando a sonreír.

- ¿Cuáles?

- El por qué es amiga de mi esposa y por qué te casaste con ella.

- Estamos condenados ¿cierto?

- Cierto. Necesito un trago.

- Que sean dos.

Minutos después León se había despedido de Troyanos e impaciente había ido nuevamente al encuentro de Gabriela. Lo hubiera hecho nada más llegar pero, ante todo se debía a su posición y había recibido a otros invitados que se hospedarían en palacio y platicado un poco más con Stefano, aunque habían viajado juntos a Durban y durante el vuelo habían hablando largo y tendido de lo que implicaba la vida al lado de mujeres nada convencionales. Lo cierto es que después de un trago, Stefano había dicho que llamaría a Jaquie y él había aprovechado a ir a ver a su respectiva esposa. La encontró mirando por una de las ventanas mientras en la mano sostenía una taza de probablemente café, deseó que no se la aventara.

- Tu bienvenida fue todo menos cálida. –le dijo una de las cosas que no podía dejar de pensar.

- Digamos que me enfrió ver a Troyanos. –le dijo sin mirarle aún.

- Si hubiéramos ido a la boda creo que las dos se nos hubieran escapado en nuestras narices.

- No, claro que no. –dijo sin dignarse a verle.

- ¿Segura?

- Sí, no hubiéramos sido dos, sino tres. Te olvidas de Maddie. –dijo refiriéndose a la niña de Jaquie y Stefano.

- Muy graciosa. –él se acercó y la abrazó por la espalda. - ¿Qué es tan interesante allá afuera?

- En realidad, nada.

- ¿Entonces porque no me regalas una sola mirada? -dijo posando su mentón en la curva de su hombro.

- Intento no relacionar lo que le pasa a Jaquie con lo que ahora mismo paso yo. –lo oyó suspirar.

- ¿Una vida que no escogiste a mi lado? –preguntó soltándola. Ella se sintió vacía cuando lo hizo. Se giró y vio como se quitaba la chaqueta y la aventaba a una silla, para luego remangarse los puños de la camisa hecha a medida. Todo en él tenía las medidas ideales, anchos hombros, caderas estrechas, largas y musculosas piernas, apetecible trasero, ahora fue ella la que suspiró. Y eso que solo lo estaba viendo de atrás.

- Quiero dejar eso atrás. –susurró para sí, pero él la escuchó y se giró con rapidez hacia ella.

- ¿Estás segura? ¿De verdad lo vas a intentar?

- Quiero, otra cosa es que pueda. –dijo con sinceridad.

- Los Troyanos te remueven todo ¿no es así?

- ¿Tan difícil es que nos hubieran dejado escoger? -dijo haciendo referencia a que tanto Stefano como León simplemente las habían atrapado con el matrimonio sin darles margen a decir que no.

- Te fuiste, no me escogiste. Me dejaste... -ella le pareció ver un fugaz destello de dolor.

Le dolió, pero recordó que en realidad no tenía mucho por qué quedarse. Él no le había dicho nunca que la amaba, esa realidad le pesó mucho en ese momento. Pero ya no quería mas peleas que no llevaban a nada. Lo malo, es que ya se sentía pérdida, sabia que cedería y estaba enojada consigo misma por no presentar más batalla que sabía debía dar. Sabia que él estaba haciendo mucho por mantenerla feliz, pero borrar de un plumazo lo que había hecho, sería renunciar a su dignidad, a lo que ella era, por eso aun lo tenía en vilo. Ella no se merecía todo lo que había pasado. Sin embargo, perdonaría se dijo, lo haría si no, se volvería loca, sería por su propia paz mental. De allí en más no sabía que pasaría. Llevaba semanas a su lado y había logrado no ceder, había sido una labor titánica y justo cuando pensaba que era suficiente, aparecía Troyanos como un cruel recordatorio. Era injusto comparar, pero le recordaba que todo seguía siendo demasiado frágil entre ellos.

- Ya no hablemos sobre ello.

- Salió a colación. –dijo él dándose de nuevo la vuelta para quitarse la corbata.

- Debes estar cansado, deberías dormir un poco ¿has comido?

- Ahora suenas como una esposa. –le dijo mirándola pensativo.

- Bueno, es lo que soy ¿no?

- Sí, lo eres. Mi esposa, mía...

- ¿Se te quitará algún día lo cavernícola?

- ¿Contigo? No.

- Ya veo. Entonces, ¿comida o descanso?

- He comido, solo quiero dormir un poco. –le vio realmente cansado hasta ese momento, lo vio pasarse las manos por el pelo y el cuello, lo hacia cuando estaba cansado.

- Duerme entonces.

- ¿Aquí?

- Sí. –de pronto recordó algo que quería saber. - ¿Dónde has dormido en días pasados?

- Nuestras habitaciones son lo suficientemente grandes como para encontrar donde.

- Sí, pero donde.

- ¿Qué importancia tiene?

- Simple curiosidad.

- Te lo diré después ¿Entonces me dejarás dormir aquí?

- Claro, hazlo.

- ¿Solo ahorita o siempre? -preguntó con evidente interés.

Ella consideró su respuesta.

- ¿Podemos dejar esa conversación para después?

- Sabía que dirías eso. Tenemos una cena como recepción oficial a los invitados esta noche.

- Lo sé. Descansa, nos vemos después. –le dijo saliendo de allí antes que las hormonas traidoras la atrajeran a sus brazos y a la cama.

Horas después, él le había pedido más amabilidad hacia Stefano y había suscitado esa discusión. Escuchó como tocaban a la puerta de su vestidor.

- ¿Quién? –preguntó pensando que a lo mejor era Salma para ayudarla a vestirse.

- ¿Hay forma de que hagamos las paces por esta noche? –escuchó la voz de León.

- No voy a dejarte en ridículo si es lo que te preocupa. –respondió sintiéndose ya cansada.

- Me preocupas tú.

- No haré nada que deje en mal a nadie. –repitió. – saldré en cuanto esté lista. –lo oyó pasear de un lado a otro de la puerta. –No seré mala con tu amigo. –añadió.

- Bien. ¿saldrás pronto de allí?

- Necesito a Salma.

- Entonces te espero afuera. –dijo y lo escuchó marchar.

Ella salió del vestidor poco después, como siempre él alabó su belleza y se encaminaron a la recepción. Frente a la puerta y antes de ser anunciados Fátima apareció.

- De acuerdo a mi posición voy primera ¿no es así querido cuñado? –dijo ataviada tradicional y mirando con desprecio el vestido de Gabriela. Lo cierto es que esa noche Gabriela había elegido un vestido de seda en tono azul, mucho más cubierto que el anterior y largo hasta los tobillos, había elegido sobriedad y solo faltaba un velo para que pareciera que estaba usando vestimenta típica de Durban, así que la mirada de Fátima no tenía razón de ser.

- Te ves muy linda. –le dijo sin embargo, no quería más enemigas y las rabietas y provocaciones de su concuña las tomaba como lo qué eran: destellos de furia por una vida que le amargaba la existencia.

- No te he dicho que puedes dirigirme la palabra. –le dijo seca. Gabriela alzó las cejas ante el tono y las palabras.

- ¿Tenía que pedir permiso? No lo sabía. –le dijo a su esposo sinceramente confundida.

- No, no tienes por qué. No eres reina aun Fátima. Ni tienes por qué ir primera ni tiene mi esposa por qué pedirte permiso para nada ¿no sabes que están en el mismo nivel? ¿Mi padre no te ha informado? –León le habló con un suave tono letal.

- ¡Jamás estaremos al mismo nivel! –explotó la mujer.

- Por ahora, sí. Cuando mi hermano llegue al trono y seas la reina podrás hacer y disponer de muchas cosas, aunque lo dudo.

- No dudes que haré todo lo que esté en mis manos para hacer mi soberana voluntad.

- Querrás, pero que puedas es otro asunto. Algunas leyes están en proceso de ser cambiadas, el consejo tiene mucho peso ¿sabes? El rey no es totalmente autónomo, una reina mucho menos. En el momento en que mi hermano suba al trono, Durban no quedará enteramente en sus manos aun así no tengo intención de quedarme a ver como arruinan lo que sí esté a su alcance. – puso la mano de Gabriela en su brazo y se dirigió al portero. –Anúncianos. -Fátima estaba roja de rabia y estuvo a punto de adelantarse cuando una voz llegó a ella.

- Deja de hacer el ridículo mujer. –Omar estaba allí y Fátima lo miró con odio.

- El ridículo lo haces tú.

- ¿Desde cuando haces esta clase de teatros enfrente de todo el mundo? Creo que nos retiraremos a nuestras habitaciones. –le dijo con una mirada de advertencia y Fátima enseguida calló. –Hermano, Gabriela... bella como siempre.

- Gracias. –dijo Gabriela queriendo estar a kilómetros de allí.

- Y además discreta, no como tú ¿verdad querida? –le dijo a su esposa que parecía a punto de explotar. Y hermano, por mí quédate con el trono. Sabes cuan poco me interesa tener que resolver demandas de medio mundo. Lamento si eso frena tus ansias de poder esposa.

- No es lugar ni momento. Anúncianos a todos. –repitió León y el portero tuvo la inteligencia de anunciarles a todos en conjunto.

El rey no se había presentado puesto que se encontraba demasiado cansado y reposaba. Estando Omar se esperaba que él se encargara al lado de Fátima de ser los anfitriones, pero este dejó todo descaradamente en manos de León enfocándose en platicar con las damas presentes y claro, bebiendo. Fátima hizo gala de mal humor apenas enmascarado y todo se hubiera ido al garete de no ser por las dotes diplomáticas de León. Gabriela hizo lo que estuvo en sus manos para imitarle y conversar con todos luciendo una sonrisa. Stefano resultó un excelente invitado quien al lado de León deleitaron a los demás con algunas anécdotas graciosas de sus tiempos de universidad, mencionando en todas ellas a Máximo otro gran amigo y esposo de Allyson, amiga de Gabriela. La actitud de la pareja heredera quedó relevada al olvido, mientras todos parecían disfrutar la velada.

- León hizo una magnifica elección con usted Princesa. –le dijo Stefano cuando todos habían sido pasados para hacer un pequeño tour a una amplia sala que exhibía antigüedades de Durban. Omar se había retirado ya borracho y Fátima también sin siquiera despedirse.

- Y tú lo hiciste con Jaquie. –le respondió ella.

- Lo sé. Aunque sé que le incomoda sobre manera la manera en como terminamos casados.

- Me veo reflejada, por eso mismo entiendo por lo que ella está pasando.

- ¿Casadas en contra de su voluntad? –preguntó él.

- ¿Tan difícil era pedirlo de la manera tradicional?

- Jaquie me hubiera mandado al diablo, lo ha hecho, por cierto, en muchas ocasiones. En su caso, estoy seguro que, aunque cree que hubiera dicho que sí a León, con toda probabilidad se lo hubiera pensado mejor y habría salido huyendo.

- ¿Qué te hace pensar eso? Y deja de tratarme tan formal, es incómodo sobre todo cuando quiero insultarte. –Stefano soltó una carcajada y León los vio con curiosidad.

- No quiero pecar de falta de modestia. –le dijo aun divertido. –pero, tantos años en el mundo de los negocios te hace conocer en realidad a la gente aun sin que te digan una sola palabra. En cuanto vi a Jaquie supe que era única ¿sabes? Fui lento con ella esperando no asustarla o presionarla demasiado.

- ¿Tú? ¿lento? –dijo irónica.

- Sí, o al menos todo lo lento y paciente que pude ser. –dijo acercándose a un cuadro de un oasis. – Una fotografía de Jaquie no desentonaría para nada aquí.

Estaban rodeados de antigüedades bellísimas de siglos pasados, con valor cultural, emocional y material incalculables, eso él lo sabía y comparaba una fotografía de su talentosa esposa con lo que los rodeaba. Gabriela estaba de acuerdo, pero consideraba que expertos en la materia no lo estarían. Fue allí cuando lo supo. Pero calló. Quería saber más del hombre que parecía a todas luces amar a Jaquie.

- Entonces –prosiguió ella. – no la presionaste y luego cambiaste de técnica por qué ella escaparía de ti.

- Bueno, lo hizo.

- La acusaste de una tontería.

- Fui un idiota. –admitió y Gabriela sonrió. -Oh, me he ganado una sonrisa de la princesa.

- Solo porque dijiste una verdad.

- Pese a lo que soy, ya sabes... rico, guapo, encantador y todo eso. –bromeó y ella puso los ojos en blanco. – sabía que eso no la tentaría en lo más mínimo. Aun insiste en realizar arriesgados trabajos cuando podría limitarse a no hacerlo. Solo Maddie es quien la detiene. El caso es que la perdí y recuperarla solo hablando no iba llevar a nada, aunque, lo intenté.

- Quizás no demasiado.

- Jaquie y tú, son de esas mujeres que no perdonan tan fácil si es que lo hacen cuando han sido profundamente heridas. Añadiría a la lista a mi prima Allyson, es por eso que Máximo su esposo también tomó medidas no convencionales, pero bueno, esa historia también la conoces. Y también se piensan demasiado todo ese rollo de dejar la libertad en manos de ¿Cómo dice Jaquie? En manos de un patán playboy. Cosa que no he sido nunca.

- Ajá. –dijo ella empezando a divertirle y cada vez más intrigada por la descripción o seudo explicación de Stefano de porque había que tratarlas a ellas de forma diferente.

- Cuando me insulto a mí mismo sonríes... curioso. Le diré a León que use esa técnica.

- Prosigue en tu nada atinado perfil psicológico que has hecho de nosotras. –pidió.

- Aun si Jaquie se hubiera enamorado de mí esa primera vez en Grecia, -él dudaba si su amiga lo quería, ella había visto destellos de amor en los ojos de Jaquie cuando hablaba sobre él, pero se había limitado a escucharla y no presionarla porque dijera lo que en verdad sentía, ver a un hombre como él esa inseguridad le confirmó que amaba a Jaquie. –no hubiera aceptado casarse conmigo si se lo hubiera pedido, habrían pasado años para que me dijera que sí. Hasta que estuviera cien por ciento segura de mí. Para entonces, te puedo jurar que la habría secuestrado y obligado a casarse con nuestra bebé de por medio o sin ella... -calló pues había dicho demasiado.

- Ya sé que la amas y no sé si se lo has dicho.... Veo que no. –dijo al verlo en su rostro. – no se lo diré yo, te corresponde a ti.

- Se supone que soy yo el que las está analizando no al revés. –dijo sin contestar a la afirmación de Gabriela. Que cabezotas son, pensó ella.

- Está bien, continua.

- Jaquie me habría dicho que no aun sin problemas de por medio, tú te hubieras negado a un pedido de León de matrimonio, sí... aunque pienses lo contrario. Te lo habrías pensado aun siendo una respuesta afirmativa a los cinco segundos de decir que sí. Y Máximo seguro emborrachó a Allyson para que aceptara tan pronto. –finalizó riendo. –tengo que preguntarle cómo lo logró.

- ¿Qué te hace pensar que me hubiera negado o retractado?

- Aman tanto la libertad que piensan que estar con hombres como nosotros las coartaría demasiado, cuando no es así. Así que, mujeres únicas, medidas únicas. Hombres desesperados, medidas desesperadas.

- Es una explicación nada acertada.

- ¿Sí? Piénsalo más detenidamente. Casi hay que obligarlas a ver la verdad.

- Bueno, mi libertad si ha sido coartada. –dijo ella despacio.

- Porque León no se fía de ti, cree que puedes dejarlo otra vez. Cuando él se sienta seguro de ti, tendrás más libertad que un canario o al menos toda la libertad que una Princesa pueda tener. –alguien reclamó la atención de Stefano y él se retiró con una leve reverencia, ella rodó los ojos y él sonrió.

¿Ósea que ellas eran más testarudas y cabezotas que ellos? O más bien estaban a la par. Claro, que ella amaba su libertad pero, si él le hubiera pedido matrimonio ella hubiera aceptado ¿no? Vio el cuadro que habían observado hacia instantes con Stefano. Un oasis que le recordó al que tenían cerca del campamento cuando ella había estado en el desierto con León, había añorado a su familia pero, no tanto como para desear irse tan pronto.

Aunque tarde o temprano ella habría querido volver a casa, no por falta de amor hacia León, sino más bien por temor a dejar de ser ella misma y por no ser lo que él necesitaba, temor a que se aburriera de ella, era mejor poner tierra de por medio antes de que eso pasara, antes de que todo eso la destruyera. Sí, esas dudas las había tenido y ahora las recordaba con toda su fuerza. No le cabía duda de que León la había podido leer en ese entonces, aun sin que ella dijera una palabra, era demasiado inteligente, demasiado sagaz. Había intuido que ella se marcharía y lo dejaría atrás. Si él le hubiera pedido matrimonio, no se hubiera negado, pero habría pedido tiempo y en ese tiempo seguro las dudas, el miedo y la cobardía la habrían consumido. Él lo había sabido. Pensó ella un poco abrumada. Cuando te topabas con un hombre así, un hombre que te absorbía y te llenaba de esa manera, que era tanto, que era demasiado, sacaba a flote lo bueno, pero también lo malo y ella no había podido lidiar con eso, quizás eso le había pasado a Jaquie también.

- ¿Todo bien? –dijo León poniendo su mano en su espalda baja.

- Sí. –dijo ella carraspeando.

- Has visto ese cuadro demasiado tiempo ¿lo quieres en tu habitación?

- No, solo lo admiraba. –él se puso a su lado y contempló el cuadro también.

- Es el oasis en el cual se suele poner el campamento en el que estuviste.

- ¿Ah sí? –dijo ella con un hilo de voz. - ¿Por qué no me dijiste que la ceremonia era de boda? –susurró ella.

- Creí que ya lo habíamos hablado. –dijo él sorprendido.

- No lo suficiente. Dímelo.

- Pensé qué si no lo hacía, nada más te ataría a quedarte a mi lado.

Ella tragó saliva ¿eso era amor? ¿Qué era? ¿obsesión, cabezonería, terquedad?

- ¿Por qué querías que me quedara?

- Por egoísmo.

- ¿Perdón?

- Vivir sin ti era demasiado cruel. No creí poder soportarlo, pero ¿tú lo soportaste demasiado bien verdad? –le dijo de pronto con reproche.

- Pensé que nadie te había calentado mejor la cama que yo, eso dijiste ¿recuerdas?- ambos hablaban en voz muy baja.

- Cuando un león está herido suele atacar...

Varios hombres se acercaron reclamando su presencia. Él no tuvo más remedio que irse y fue a tiempo pensó ella porque los ojos se le llenaron de lágrimas.

Hola: feliz inicio de semana, calculo que llevo el 70% de esta historia, aunque no sé, no sé.

Casi 4,300 palabras (Ya me obsesioné con saber cuantas son)

Gracias por sus comentarios, son bienvenidos si se hacen con respeto. 


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