Capítulo 11

Hola chica(o)s: espero tengan un lindo inicio de semana. Agradezco sus comentarios muchísimo, esos nos animan mucho/demasiado a quienes escribimos.  Me gustaría pasármela escribiendo pero hay muchos factores que imposibilitan que lo haga: el trabajo, las labores en casa, mi pequeña vida social (que sí salgo, pero pues más bien poco) y a veces sencillamente no hay inspiración. Quienes me conocen saben que tardo en completar mis historias (@Natamarsol @istarjg mis sisses), ese problema es la mayor razón por la que empecé a subir a esta plataforma de wattpad, para obligarme a terminar, por eso subo cada semana y planeo seguir haciéndolo pero es muy dificil que lo haga más de una o dos veces por semana. Así que agradezco la espera y la paciencia ¡abrazos!

- Gabriela.... –le dijo él acercándose y ella maldijo a su estúpido corazón al sentir como se aceleraba, sabia que no era debido a la furia. No, era debido a lo que él siempre le provocaba.

- Vine a comer con tu padre, no contigo.

- Lo sé. –se siguió acercando a paso lento como si temiera que saliera corriendo, lo cierto es que estaba a punto de hacerlo. No quería enfrentarlo aun, hacia unas horas estaba en su hogar, trabajando al lado de su familia, con el corazón roto pero reponiéndose. Aparecía él y todo se iba a la borda de nuevo.

- Quédate donde estás. –le dijo alzando una mano a modo de barrera.

- No podemos continuar así.- y le pareció ver un destello de dolor en su mirada. Imaginaciones suyas por supuesto, corazón traidor que le daba fugaces ilusiones. Él no sentía nada, solo llegaba, tomaba y se iba.

- Pienso ser civilizada, no soy una niña. Pero ahora, no. Solo pido espacio. –dijo y escuchó como entraban varios empleados a poner la comida. –tu padre está por llegar, puedo aparentar y fingir después de todo he aprendido del mejor ¿no es así?- Se calló de inmediato.

- Eso que dices aunque no lo creas es totalmente injusto. Jamás fingí ni aparenté nada contigo. –vio que hizo una señal y los que estaban por entrar se retiraron.

- No claro, solo omitiste verdades y dejaste que pensara lo que quisiera. Mira, olvidemos eso por estos momentos. No quiero disgustar a tu padre. – el rey entró y ella le dedicó una reverencia.

- Gabriela, querida y... ¡vaya! Mi hijo tendrá dos comidas conmigo el día de hoy. Quien diga que no has sido una bendición a esta casa, está equivocado.

Ella le sonrió con toda la alegría que pudo demostrar. Nuevamente entraron los empleados.

- ¿Está teniendo un buen día Su Alteza?

- Quedamos en que me dirías...

- Padre. ¿está teniendo un buen día padre? –le repitió sonriendo.

- Gracias a ti sí.

- Ah bien, y para mí ¿no hay nada de todas esas alabanzas? –dijo León ayudando a su padre a colocarse a la mesa. Después lo hizo con ella. Su cercanía y su aroma la hizo casi tambalear. Esbozó un leve gracias y él sin poder contenerse le besó en la sien.

- Nunca había visto a mi hijo así ¿sabes?

- ¿Ah no? –carraspeó ella. León se puso a la derecha de su padre y nuevamente quedaron frente a frente.

- No. Esto significa que...

- ¿Qué padre? –preguntó León sentándose.

- ¿Qué tendré pronto un nieto?

Gabriela empezó a toser.

- Pero, ¿con qué te ahogaste querida? –le dijo el rey. Ellos no podían empezar a comer hasta que él lo hiciera, así que Gabriela ni siquiera había tocado la copa de agua, se ahogaba de puro nerviosismo. -¿Estás bien?

- Perfectamente. –dijo con voz entrecortada.

- La pones nerviosa padre.

- Tonterías, claro que no. Un hijo es algo natural en un matrimonio ¿no es así?

- Claro, sólo que apenas empezamos y bueno, es pronto... -dijo ella.

- Y ya se están tardando. León espero que te apliques en ello. –Gabriela tosió aun más, la verdad es que se estaba ahogando con quien sabe qué, pero se estaba ahogando.

- Padre... -dijo León y escuchó reír al rey, quien tomó un poco de agua y le indicó a su nuera que hiciera lo mismo, ella lo agradeció y bebió un buen sorbo para tratar de controlarse.

- Espero que no nos metas prisa padre. Las cosas se darán de forma natural.

- Y no espero menos hijo, es solo que siempre he querido un nieto.

- Tienes muchas nietas.

- A las que amo, pero ciertamente quiero llegar a conocer un hijo tuyo.

- Mi hermano hace lo que puede para darte el nieto anhelado.

- Lo sé, no debería esforzarse tanto, su esposa ya dio cuatro niñas. Es obvio que mi hijo solo dará niñas.

- Así que quieres un hijo mío para ver si será un varón ¿no es así?

- No, claro que no. Aunque parte de mí ansía que el próximo heredero provenga de ti y no del desobligado de tu hermano. Aun si tienes una niña créeme que pensaría en hacerla la próxima reina. Mis nietas han sacado la pereza y holgazanería de su padre y la tontedad de su madre. Al menos son lindas. Podremos casarlas pronto.

- ¡Padre! –exclamó León.

- ¿Una niña la próxima reina? –intervino por fin Gabriela ya que pudo hablar, escuchaba sin poder creer lo que se decía en la mesa.

- Me encantaría hacerlo pero jamás sería permitido. Al menos no mientras viva, pero quizás en vida de León y de mis nietos. Los que me darán, claro.

- Agradezco que piense en que un hijo de... nuestro... sea heredero pero, nosotros aun...

- Queremos disfrutar el uno del otro por ahora y no hemos pensado cuando tener bebés. –añadió León para sacarla del apuro.

- Pero estos vendrán ¿verdad? –insistió el rey.

- Por supuesto padre. –dijo de inmediato León y ella lo miró atónita. Eso no estaba en el plan. Ella pensaba en sobrevivir lo mejor posible, no pensaba en una vida a futuro lejano allí. No pensaba en niños. Tragó saliva y tragó su coraje. Bebió toda su copa de agua. La comida fue servida, y se esforzó como nunca en la vida para tener una conversación agradable con su suegro, interactúo lo justo con León para no despertar sospecha alguna y cuando la comida terminó y el rey se retiró, ella salió echa tromba del lugar, no le dirigió una sola mirada a él. No iba a estallar allí tan cerca de medio mundo, casi corrió rumbo a su habitación. Le pidió a Jazmín quien la seguía corriendo un té, para quedarse sola. Alegó un dolor de cabeza.

Por supuesto León entró casi enseguida de ella, no tenia ni medio segundo que ella había entrado a la habitación.

- Deberías entender que es más seguro para los dos que te alejes de mí. –le espetó ella enfrentándolo.

- Estamos casados, eso no cambiará...

- ¿Y por eso debemos tener hijos? ¿debo darte uno? ¡Ah! Es que se me olvidaba que estamos en un matrimonio de lo más normal ¿no?

- ¡Sabes que este matrimonio no permitiré que termine!

- ¡Eres el ser más egoísta que he conocido en toda mi vida!

- No, espera... ¡espera! – le dijo cuando ella intentó rodearlo y salir. Le bloqueó la puerta con su cuerpo. – Sé que he hecho todo mal contigo ¡todo! He actuado de maneras absurdas. Pero, el hecho es que...

- ¿Qué? –dijo ella con ira buscando otra manera de salir.

- No me imagino con nadie más a mi lado Gabriela. Te repito que me sentí insultado cuando insististe con la idea del harén y sí, callé al ver que seguías con la idea pese a los días y noches que pasamos juntos en el desierto, me asombraba comprobar que no creyeras en mi honestidad que te demostré con hechos. Fui sincero respecto a lo que me hacías sentir, no estuve con nadie más. Cuando viniste a mí reclamando sobre lo mismo, en mi furia volví a guardar silencio, quería ver que harías. Cuando quise aclarar todo, te habías ido.

- No todo iba a ser cuando tú quisieras.

- ¡Evité esos días una guerra entre tribus! Tuve que viajar al desierto, por eso me ausenté una semana entera.

- Está bien, hubo malos entendidos y reacciones estúpidas pero dime, ¿debo olvidar el matrimonio del que apenas me enteré? ¿la forma en qué me has traído aquí?

- No me disculparé por ello.

- ¿Perdón? –exclamó sin poder creer lo que había oído.

- No voy a disculparme por ello, jamás. Hice lo que consideré necesario para conseguirte. Lo haría de nuevo.

- ¿Y eso que rayos es? ¿empecinamiento? ¿soy el capricho de un príncipe al que nunca le han dicho que no?

- Nada de eso. Pero... solo un tonto dejaría ir a una mujer como tú.

- Eso no te salva ni te disculpa. Esto va ser un infierno para mí ¿lo sabes, verdad?

- No solo para ti.

- No veo de qué manera puede serlo para ti.

- Me odias ¿cómo no va ser un tormento?

- Y aun así insistes...

- Déjame demostrarte que sí podemos ser felices juntos.

- No tenemos las bases para ello. Estamos cimentados en mentiras, medias verdades, omisiones, chantaje... ¿sigo?

- No. Tu punto ha quedado claro. Solo espero me des, nos des otra oportunidad.

- Yo solo espero que esto acabe. –le dijo con la voz cargada de tristeza y sentándose agotada. Solo supo que salió pues oyó el sonido de la puerta al cerrarse. Esta vez fue a la cama y lloró, lo hizo amargamente, después se durmió.

- Princesa... princesa. –escuchó una voz que a lo lejos le llamaba. –debe despertar.

- ¿Es muy tarde?-se levantó enseguida quedando sentada en la cama.

- No. Solo ha dormido una hora. –le dijo Salma.

- ¿Entonces?- se desplomó de nuevo.

- El rey quiere verla.

- ¿En serio? –dijo incorporándose esta vez en su totalidad. –Llama a Jazmín por favor.

- Enseguida. –La chica entró poco después.

- El rey ha mandado por mí –dijo Gabriela. –sabes más sobre estas cosas que yo ¿se deberá a algo en particular?

- No se preocupe princesa, considero que quiere conocerla más. Sin embargo... debo comentarlo algo.

- Claro, dime.

- Tengo entendido que Amal ha sido expulsada de la corte el día de hoy.

- ¿Cómo? –exclamó. Sabía que León iría al fondo del asunto respecto a su huida anterior. Pero eso había quedado relegado a segundo plano cuando las cosas habían empezado a salir a la luz. Ni siquiera se acordaba de lo que él había dicho que haría.

- Quizás el rey quiera comentarlo con usted. Es sabido que Amal fue grosera con usted delante de todos en la cena.

- Bueno, hizo un mal comentario pero... no creo valiera su expulsión. –ella sabía las causas reales.

- El rey la ha considerado una sobrina desde que nació porque su abuelo es muy buen amigo suyo. Debo decirle princesa que se rumora, que el príncipe León ha decidido desterrarla del país.

- Oh, por Dios. –no es que le causara eso a ella un problema, pero no quería empezar con el pie izquierdo ¿Qué pensarían los demás? No sabían su pasada historia. Todos pensarían que se castigaba demasiado severamente a Amal por su comentario tonto en una cena. Pensarían que ella habría pedido a León que actuara de esa manera. Eso no la dejaría bien a ella en ningún aspecto ni con su suegro, ni con la familia real o la corte. Su vida era demasiado complicada para añadirle más leña al fuego. –Iré a ver al rey inmediatamente.

- Padre. –dijo ella entrando a las habitaciones del rey y saludándole como dictaba el protocolo.

- Siéntate a mi lado Gabriela. –le indicó.

- Lamento la demora, después de la comida tuve que recostarme unos minutos.

- Me dijeron que te dolía la cabeza. Por ello iba a cancelar mi pedido de que vinieras. Pero ¿estás mejor?

- Por supuesto. Suele pasarme a veces. No es nada.

- Quiero un chequeo completo de tu salud. Haré que lo pongan en tu agenda.

- No creo sea necesario...

- Lo es. Quiero que la madre de mis nietos tenga una salud óptima.

- No cede en ello ¿verdad? –le dijo con una sonrisa.

- No y espero salirme con la mía. –le devolvió la sonrisa.

- No puedo prometer nada inmediato.

- Claro que no, suele llevar unos meses.

- Padre, mejor no hablemos sobre ello.

- Está bien, está bien. –concedió dándole unas palmaditas en la mano. – cuando te mande llamar no será porque quiera saber cosas de ti, al menos no será siempre. Estamos en proceso de conocernos pero, si te llamo lo más probable es que sea porque quiero compañía. Y, no tienes porque esperar a que te llame, puedes venir cuando quieras.

- Gracias.

- Solo que esta vez si tengo algo que quiero comentarte.

- Claro. Adelante. –se empezó a poner nerviosa.

- Sé que Amal fue muy grosera contigo en la pasada cena y por ello iba a ser castigada.

- No lo veo necesario.

- Lo es, porque tú eres la princesa del país, quizás no la heredera pero tu título solo está solo por debajo del de mi hijo. Y Amal ni siquiera es princesa o de sangre real. Su abuelo ha sido un leal súbdito y ha ocupado importantes puestos en palacio. Lo que le ha dado privilegios especiales a él y a su familia. Por ello su única nieta los ha obtenido también. Sin embargo, he oído que León la sacó de la corte y que pretende desterrarla del país y eso se me hace excesivo. Mi hijo no actúa de esa manera solo porque sí, así que debo saber ¿Qué más ha hecho Amal?

Gabriela tragó saliva literalmente, sentía la garganta seca ¿Qué decir? ¿Qué callar? ¿Qué hacer?

- Hay muchos ojos en palacio Gabriela. Sé que te ha saludado de manera sumamente grosera. –ella se sorprendió al oír eso. –claro que lo sé. –le confirmó.

- Es alguien que quizás esperaba más de su permanencia en palacio. –dijo con cautela.

- Esperaba ser la esposa de León sí, lo imagino. Eso lo esperaba ella y muchas más. De todas, era la menos indicada, por muy amigo mío que fuera su abuelo. Su carácter no podría ser más diferente de lo que a mi hijo podría gustarle de alguien.

- Amal no ha sido amable, eso es cierto. -Confirmó esperando que con eso zanjara todo pero el rey era demasiado listo.

- No creo te hayas quejado de eso. –afirmó con sabiduría.

- ¿Cómo podría saberlo?

- Eres más que capaz de librar tus propias batallas. Lo sé, créeme lo sé...

- Creo que debería decirme qué tanto sabe padre. –le dijo empezando a comprender.

- ¿Empiezo yo a hablar?

- Sólo así podré entender... por favor. –le pidió.

- Sé que mi hijo salvó a una turista que pretendía entrar a Durban a pie. –empezó y ella se sonrojó. – que después la llevó al desierto donde ella enfermó y asustó a mi hijo por ello. Sé que compartieron el lecho mucho después. –sonrió al ver como ella empezó a toser de la nada. –y sé más cosas que te han permitido ser su esposa pese a que estuvieron juntos antes de casarse. Sí, te sonará vergonzoso pero tengo que decírtelo. Somos anticuados en ello querida y yo en ese aspecto sigo siéndolo. Si mi hijo no hubiera sido el primero en tu vida, yo habría impedido esa boda. Pero, no fue así y él debía hacerse cargo de su responsabilidad y sé que ha sido el único. Quería ver que haría él a continuación, después de todo eras extranjera, podía dejarte ir sin problemas.

- Pero no lo hizo. –pudo decir ella por fin.

- Sí, no lo hizo. Me asombré cuando supe que se preparaba una ceremonia, que él la había pedido. Fue todo absolutamente secreto para el pueblo y él creía que para mí también, pero ya ves que no.

- ¿Él pidió la ceremonia en absoluto secreto?

- Sí. ¿tú le pediste eso?

- No.

- Creo que quería encontrar la manera de darlo a conocer sin generar problemas, buscar la forma de decírmelo en el momento justo en qué yo no pudiera hacer nada para impedirlo. Pero, no quise impedirlo. León siempre ha sabido con certeza clara lo que ha querido de la vida. Nunca ha necesitado demasiado tiempo para decisiones trascendentales ¿sabes? Y sí tuvo muchas... mujeres –el rey carraspeó incomodo. – llegué a pensar que nunca sentaría cabeza, que no había mujer que se la hiciera perder. Y llegaste tú. Había tontos rumores de que yo le obligaría a casarse o que le regalaría un harén, quizás ese último si lo oíste.

- Yo...

- Como te dije, cuando sabe lo que quiere no pierde tiempo. Aun así pensé que no habría boda tan pronto.

- Sí, fue muy rápido. –dijo algo incomoda.

- ¿Él te explicó sobre esa ceremonia?

- Poco.

- ¿Poco o nada?

- Padre, yo...

- Háblame con la verdad querida, no hay nada que temer.

- No sabía mucho sobre ella. -Dijo ella claudicando. Para su sorpresa el rey empezó a reír.

- Así que en realidad el León acechó, engañó y cazó a su presa ¿eh?

- Algo así - aceptó ella con una mueca que hizo reír al rey aun más.

- Te trajo a palacio para ser presentada, sí. Eso también lo supe. Así que, aquí tenías a este pobre viejo esperando por conocer a su nuera y luego supe que no estabas ¿Qué pasó?

- Creo que León le explicó que tenía que ir a casa y resolver cosas allá...

- ¿Y eso te llevó tanto tiempo?

- Sí. –dijo ella sin poder sostenerle la mirada.

- Pero, ya en palacio ¿sabías que estabas casada?

- La verdad es que no.

- ¡Pero cómo!

- Se tomó su tiempo en decírmelo.

- Temía tu reacción, ¿ves como conozco a mi hijo? Y mejor aun, como es que ya voy conociéndote a ti.

- Si él me lo hubiera pedido no le hubiera podido decir que no. –admitió.-Pero, simplemente lo hizo y yo sin saber... ¿esa ceremonia es legal?

- Si no, no estarías aquí.

- Pero...

- Es legal, totalmente. La cuestión es ¿Por qué te fuiste? Y no me digas que por ir a casa a resolver cosas.

- En parte sí, pero ¿podríamos dejar ese tema para después? –suplicó ella. – no quiero mentirle, pero ahora mismo no puedo...

- Entiendo, entiendo. Solo queda el centro de todo esto... Amal.

- Fue una horrible persona en los días que estuve en palacio. Así de simple. Nunca se lo dije a León, no entiendo... -No podía decir que era porque la había ayudado a escapar. Las demás cosas que Amal le había hecho no podían ser públicas pues solo habían estado ellas dos.

- Todo se sabe aquí.

- Él confiaba en ella, tanto como para pedirle que me hiciera compañía esos días. Quizás ella supo antes que yo, que estaba casada con él. Puede ser que se enterara de su trato y por eso ahora...

- Quizás...

- Aun así, no permita que sea desterrada.

- ¿Aunque lo merezca?

- Nadie sabrá las verdaderas razones, pensarán que es desterrada solo por lo de la cena. Eso no me dejaría bien a mí.

- Eres perspicaz. Le diré a León que no lo permitiré. Él pensará que es por proteger a la nieta de un amigo, aunque la verdad solo la sabremos tú y yo. Mejor... diré que tú has pedido que no sea desterrada, esa sí es la verdad.

- Se lo agradezco padre. –e impulsivamente se levantó y depositó un beso en su mejilla. Al hacerlo se dio cuenta y enseguida se disculpó.

- Oh no, no te disculpes. Recuerda, eres mi hija.

Se quedó con el rey un rato más charlando temas diferentes y que no tenían que ver con ella o León, le informó que pronto sería presentada formalmente a la corte y al pueblo y que ese día sería en una semana, mientras tanto se enfocaría en sus clases. Estuvo cuando el medico checó al rey y después tomaron juntos té con pasteles típicos. Se fue hasta que era hora de que él descansara. Ella por lo pronto sentía un peso menos en los hombros. Su vida con León no era fácil, pero sentía que tenía un aliado en su suegro. Caminó hacia su alcoba con Jazmín a la zaga sintiéndose algo mejor, ya había anochecido y las luces iluminaban todo, el palacio tenía muchos jardines y quiso ir a uno de ellos para observar las estrellas y terminar de relajarse.

- ¿Cuántos jardines hay Jazmín?

- Bueno... número exacto no sé, pero muchos Su Alteza.

- Llévame a uno de donde se puedan ver mejor las estrellas. –pidió y Jazmín así lo hizo, la llevó al que estaba más lejos de las alas principales. Formaba parte del antiguo palacio. Estaba sin embargo bien cuidado, tenía una enorme fuente en el centro, bancas, palmeras, flores y se podía ver las estrellas. Se sentó y Jazmín fue a pedirle otro té pues la noche había hecho que refrescara y ella quería quedarse un poco más allí, como el sitio estaba alejado y no era ocupado no había sirvientes cerca.

En su observación vio la constelación de Kemir y se le llenaron los ojos de lágrimas. Suspiró y se obligó a controlarse. No sería de ayuda que se conmoviera tan fácilmente. Solo que los recuerdos eran poderosos, esa noche León la había tendido en las mantas y besado a conciencia. Para después parar de golpe y levantarla en brazos alegando que el suelo estaba frío. La había dejado en la entrada de su habitación, pero ella esta vez era la que lo había retenido. Simplemente le había dicho: sin promesas, sin futuro, sin condiciones. Era curioso que la mujer fuera la que dijera esas palabras, pero no quería espantar a ese magnifico ejemplar masculino, a falta de pruebas de un harén por lo menos en el desierto, ella lo quería sin importar como. Vio el desacuerdo en sus ojos o eso es lo que ella había creído, quizás él era el que hubiese querido decir esas palabras antes, pero no pudo decir nada pues ella lo había besado esta vez y él no se había podido controlar. Se había sorprendido al ser el primero pero ella no experimentó temores ni culpa, solo placer en sus brazos. Placer que le hizo vivir todos esos días y después todo se había estrellado, aun antes de irse del desierto había escuchado a algunas doncellas sobre el regalo que según le darían a su amo y pese a ella.

Su padre le había conseguido todo un harén de ansiosas jovencitas. Había salido corriendo al desierto para intentar calmarse lejos del campamento, se había pasado un tiempo allí tratando de racionalizar todo, no podía ser cierto ¿verdad? Se había dispuesto a librar las batallas que fueran y a que, si era verdad se largaría de inmediato. Por lo pronto había callado, había esperado. Pero, desde el mismo día en que le había anunciado que tenían que ir a la ciudad todo había cambiado. De pronto, le decía que tendrían una ceremonia en la mezquita de una pequeña ciudad cercana llamada Ahmad, supuestamente de bendición y prosperidad. Lo había notado serio y decidido. Ella simplemente había aceptado por temer a ofender sus tradiciones. Después de ello, habían pasado allí la noche, en una pequeña fortaleza que él le había dicho era propiedad de un amigo y pese a las comodidades y la belleza que le rodeaba no se había cuestionada nada, estaba demasiado enamorada y ansiosa por que todo funcionara por creer que lo del infame regalo paternal era mentira. Tontamente enamorada. Esa noche él no la había dejado prácticamente dormir, le había hecho el amor como siempre, con pasión y ardor pero, esta vez había sido todo mucho más intenso. Luego, el día siguiente enfilaron rumbo a Durban había sido dejada en lo que ahora sabía había sido el palacio. Y otra vez resultaba ser una fortaleza pero ella ya no había hecho preguntas pues pensaba que seguramente era de algún otro amigo, era la parte antigua de un palacio, una que no tenía el esplendor del palacio moderno y renovado por lo que no había sido tan difícil de creer que era una gran mansión. Había pocos sirvientes, ella había sido depositada en una habitación y se le había hecho llegar a Amal, prima de León que estaría allí para su compañía. Y de allí todo simplemente había ido a peor. Habían pasado cosas raras, había tenido pequeños accidentes como resbalado de una escalera, encontrado el té que le habían servido casi hirviendo, espinas de rosas en su cama, cosas pequeñas pero extrañas. La animadversión de Amal fue patente desde el inicio y ella le había dicho sobre el harén de su primo. Abdul le había confirmado a regañadientes. Había enfrentado a León y él después se había ido. Pasaron los días y fue cuando había acudido a Amal tragándose su orgullo había pedido ayuda a quien sabia no se la negaría pues la quería obviamente lejos. Había pocos sirvientes pero estaba fuertemente custodiada, suponía que León tenía posibilidades económicas, no lo creía un Jeque sino alguien que podía permitirse pagar todo ese personal, no es que le hubiera importado.

- Voy a irme. –le había dicho a Amal y esta había sonreído de radiante maldad.

- ¿Quieres ayuda verdad?

- Sí.- esa palabra tan corta le había costado un mundo decirla

- Te la daré... 


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