Capítulo 10

La noche estaba fría y ella se acurrucó en su manto. Las manos de él le ayudaron y él le colocó una parte de la tela sobre su cabeza. Las noches en el desierto la temperatura bajaba considerablemente.

- No quiero que vuelvas a enfermarte. –le dijo.

- Lo siento. –dijo ella arrebujándose en el cálido confort de la tela. –no volverá a pasar. –estaban sentados en mantas en la arena, cerca del campamento. Ella había salido maravillada por la noche estrellada y la hermosa luna. Él la había visto absorta en su contemplación de las estrellas y había traído las mantas.

- No era un reclamo, sólo que es la verdad. No me gustaría verte enferma de nuevo. –sus ojos reflejaron el resplandor de la luna ¿Por qué tenia que ser un hombre tan atrayente a la vista?

Después de ese día en que había caído enferma en el desierto. Había sido colmada de atenciones por parte de todos, pero más por parte de él y eso era mucho decir. El medico la veía a diario, era supervisada respecto a sus medicamentos y si no hubiera protestado hubiera sido puesta entre algodones. Y ella no podía evitar verse atraída por ese hombre del desierto. Demasiado atraída, le buscaba con la mirada, se inquietaba si no lo veía, estaba perdida.

- ¿Quién eres León? –le soltó de pronto.

- Un hombre del desierto.

- ¿Qué mas? –insistió ella.

- ¿Qué más te gustaría que fuera?

- Esa no es una respuesta. –le frunció el ceño frustrada.

- ¿Quién es Gabriela?

- Una mujer de la ciudad.-le respondió emulándolo y él sonrió con diversión.

- ¿sólo eso?

- No. Soy más, mucho más. Pero, tú no dices casi nada sobre ti. Así que así estamos a mano. ¿provienes de una tribu nómada?

- Parte de mi familia aun deambula por zonas del desierto, pero solo en ciertas épocas. Más por costumbre que por tradición.

- ¿Estás casado?

- ¿Crees que estaría aquí si así fuera?

- No sé si quieres que responda a eso.

- Solo hazlo Gabriela. –le dijo y ella maldijo por sus adentros la manera en como le ponía la piel erizada cuando le hablaba en ese tono bajo, suave que parecía prometerle una vida llena de sensaciones.

- Creo que puedes estarlo, hay árabes que tienes muchas esposas y...

- ¿Harenes? –completó él casi riendo.

- Eso...

- Tienes una imaginación muy productiva ¿te funciona bien en tu trabajo?

- Construimos edificios con mi familia, pero me enfoco más en la parte del papeleo y las negociaciones.

- Y los haces pedazos cuando no quieren lo mismo que tú ¿verdad?

- Yo no lo diría de esa manera –dijo de inmediato.- soy la menor de tres hermanos, los mayores son varones y digamos que desde pequeña me las ingenié para conseguir mis objetivos. Se me ha dado bien negociar hasta ahora, no soy la mejor, pero me gusta lo que hago. Mi imaginación la uso cuando me paso por el área de diseño y doy una que otra idea, pero no es algo que haga con frecuencia. –uso mi imaginación cuando invento alguna historia y la escribo pensó ella. Por eso estaba allí después de todo. –No has contestado mi pregunta.

- No, no me he casado nunca. ¿y tú?

- Tampoco, no es algo que entre en mis planos inmediatos.

- Bien. Mira –dijo señalando el cielo. – si quieres saber sobre estrellas, esa es la constelación de Kemir.

- Nunca había oído sobre ella. –dijo viendo las estrellas.

- Porque es una leyenda de mi pueblo.

- ¿De qué va? –le dijo acomodándose para mirarlo mejor toda entusiasmada. Él rio al ver su expresión emocionada.

- De un príncipe y su amada. Él partió a la guerra y le pidió que le esperara.

- Me suena familiar...

- No he terminado.

- Lo siento, adelante.

- Al parecer no confiaba demasiado en su amor, pero cómo él estaba tan enamorado no importaba. Hizo que se casaran antes de irse, pero no pudieron consumarlo.

- Oh...

- Si, oh... debió haber encontrado tiempo ¿no crees? –eso la hizo reír.

- Supongo.

- ¿Supones? Créeme, yo habría encontrado el tiempo más que necesario. –eso casi la hizo sonrojar pero sonrió moviendo la cabeza.

- Continúa.

- Él marchó a la guerra y siempre le escribió, aunque ella nunca lo hizo.

- Las cartas son tan románticas. –suspiró ella.

- ¿Aun en nuestros tiempos de correos electrónicos y redes sociales?

- Aun y a pesar de ello. Son personales, demuestran interés autentico. El príncipe era un romántico.

- O era un obsesivo desconfiado.

- El romance no es lo tuyo. –le dijo ella riendo.

- En su última carta él le dijo que si no le respondía abandonaría todo e iría por ella. No obtuvo respuesta así que abandonó todo y fue por ella.

- ¿Y que pasó?

- El día que llegó a palacio ella estaba dando a luz una hija.

- ¡Pero cómo!

- Por los métodos tradicionales.-se burló de ella.

- ¡Sabes a qué me refiero!

- Lo sé. –le sonrió- ella le fue infiel por supuesto, él no pudo obtener su venganza pues su amada murió y le dejó con una hija que no era suya. La leyenda dice que el príncipe Kemir iba a matar a la criatura.

- ¡No!

- Sí. Pero la recién nacida le tomó de un dedo cuando él la sostenía a punto de estrellarla contra el suelo.

- ¡Dios!

- Ese gesto lo detuvo y observó cuanto se parecía a la mujer que había amado. La dejó en palacio y regresó a la guerra, donde se dice que siempre que podía mandaba una rosa a la pequeña. Cuando al fin volvió la niña tenía tres años...

- ¿Cómo se llamaba?

- Amina. Significa mujer leal, sincera y fiel en quién se puede confiar.

- Todo lo que su madre nunca fue.

- Así es. Él esperaba que la niña fuera diferente.

- ¿Lo fue?

- Lo fue. Ella le dio todo la lealtad y amor como si hubiera sido su hija. Poco después que Kemir murió aparecieron esas estrellas, si te fijas y las unes forman una rosa.

- Así que es la historia de un amor filial.

- Sí y no. Al final también es de amor romántico, él amó tanto a la madre de la niña que en realidad la hubiera perdonado. La perdonó por medio de Amina.

- Es cierto. Fue un amor real.

- Al menos por parte de él, sí o quizás solo cabezonería.

- Sigues quitándole todo el romance al asunto. ¿no te gusta nada de eso?

- ¿El amor?

- La idea de perder la cabeza, el corazón, todo por alguien.

- Eres una romántica. –le dijo él dirigiendo su mano hacia su rostro, ella pensó que dejaría su mano sobre su mejilla, pero él en realidad estaba acomodando la tela que había caído de su cabeza.

- No demasiado, solo lo justo.

- ¿A ti te gustaría?

- ¿Qué cosa?

- Perder todo por alguien.

- No precisamente. –le dijo sonriendo nerviosa y viendo hacia la constelación de Kemir. –en teoría suena atrayente, pero creo es demasiado peligroso.

- Sí, pero a veces detrás de los mayores peligros están las mayores recompensas. –le dijo con voz aterciopelada.

- Quizás. –le volteó a ver y esta vez si puso su mano sobre su rostro, le giró la cabeza hacia él, se acercó y la besó. Esa había sido su primera noche con él. Sin promesas, sin reclamos, sin futuro. Solo ellos dos y ella pensó esa vez, ilusamente que eso bastaría.

***

La luz del sol se filtraba por las ventanas. Gabriela se sentó de golpe. Era tardísimo, se había quedado dormida. A su padre no le gustaba que llegara tarde. De pronto, la realidad la golpeó, se fijó en la enorme cama, en la habitación y vio su vestido de la noche pasada puesto sobre una silla. Se fijó en su cuerpo y se dio cuenta que estaba en ropa interior. Seguro León le había quitado el vestido. Volteó a ver si él seguía allí y solo la marca en la almohada indicaba que allí había estado.

Vio el reloj y eran pasadas las ocho de la mañana. Tarde muy tarde. Seguro las princesas a la fuerza o no, se levantaban temprano. Se acordó que no había llamado a su familia, solo había mandado mensajes a su hermano menos al llegar a Durban el día anterior y nada más. Seguiría mandando mensajes pensó. Si la escucharan al teléfono, se darían cuenta que nada marchaba bien. Rememoró la noche pasada y el pecho lo sintió apretado, debería haber llorado y liberado toda su angustia, pero no había podido. León la había sostenido en sus brazos con delicadeza pero su agarre era firme y no la había soltado en toda la noche. Ella al fin se había quedado dormida y no había oído cuando él se había marchado. Se levantó y fue al baño. Escuchó sonidos en la habitación y al salir vio a Salma acomodando el vestido rojo. Al verla, la chica le dirigió una reverencia.

- Buenos días princesa.

- Hola. – le dijo sin siquiera poder sonreír. Estaba abatida, cansada y por supuesto herida.

- ¿No ha dormido bien? Oh... lo siento, yo...-se inclinó avergonzada.

- Tranquila. Todo está bien. Un baño me dejará como nueva. –esta vez si pudo sonreír, Salma pensaba que su patente desvelo era producto de una apasionada noche al lado de su esposo. Nada más lejos de la realidad.

- Se lo preparo enseguida. ¿Qué desea para desayunar?

- El rey ya lo hizo me imagino.

- Oh sí, lo hizo con el príncipe.

- Ni siquiera escuché salir a mi esposo. –admitió ella sentándose en un diván.

- El jet lag princesa, es terrible me han dicho.

- Seguro es eso. –le sonrió.

- El príncipe desayunó temprano y se fue a atender su agenda.

- Claro. – no era lógico esperar que él se quedara a ver como había amanecido, como se sentía.

- Le prepararé el baño. –Salma puso la bañera agregándole sale y especies aromáticas, olía tan delicioso que terminó disfrutando el baño y olvidando por momentos su situación. Salió envuelta en su albornoz y se topó con un ramo enorme de diversas flores.

- Son para usted. –Salma le extendió la tarjeta.

Soy el hombre más egoísta sobre la faz de la tierra.

Sé que no te merezco, pero no me atrevo a dejarte marchar.

No he podido quedarme a verte despertar, aunque moría por hacerlo.

Sólo dime, dime como compensarte en algo por todo lo que ha pasado.

León.

¿Compensación? Esa solo podría ser si la dejara ir, pensó Gabriela triste. La desdicha la invadió, ni cerca ni lejos de él podría ser feliz ahora ¿Qué hacer? Por lo pronto tenia que quedarse. Sobrevivir a todo esto, vio las flores y las acarició distraída, Salma las colocó en jarrones y las esparció por las habitaciones. Desayunó lo mejor que pudo pese a su falta de apetito, pero no quería dar pie a comentarios. Se vistió de manera informal pues no tenia planeado salir de sus habitaciones al menos durante las horas de la mañana. Preguntó por el rey y le dijeron que descansaba en sus habitaciones, tenia pensado ir a visitarle en la tarde o comer con él.

- Princesa. Jazmín está aquí.

- ¿Quién? –dijo levantando la vista del libro que intentaba leer.

- Su asistente.

- Que pase. –dijo extrañada.

- Su Alteza. –dijo la nueva chica al verla y ella al reconoció de inmediato.

- ¡Jazmín! Qué gusto verte de nuevo. –era la chica que tan bien le había tratado en el desierto. Ella le hizo una reverencia.

- Sabía que en un futuro sería nuestra princesa. –dijo respetuosamente.

- ¿Ves el futuro?- le preguntó Gabriela bromeando.

- Vi los ojos del príncipe y lo supe. La amó casi desde el primer instante.

- Que romántico sonó eso Jazmín. –le dijo y caminó hacia ella y le abrazó, lo hizo porque deseaba hacerlo y porque así aprovechaba a limpiarse las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. – dime. –le dijo separándose. -¿Cuál es tu función?

- Ayudarle en todo lo que se le ofrezca. Por lo pronto traigo su agenda ¿desea que la veamos juntas por si tiene dudas?

- Tengo todas las dudas del mundo.

La agenda estaba llena casi todos los días y con múltiples compromisos sociales, culturales y relacionados a su posición, además tenía clases del idioma, protocolo e historia del país. Tardaron horas en las cuales Gabriela preguntó muchas cosas, cuando llegaron al tema de la familia real eso último le recordó algo.

- Jazmín no vi ayer al príncipe heredero.

- No se encuentra en el país, suele viajar a Dubái con frecuencia. Va con su esposa. Y tardan semanas allí.

- ¿No hay hijos?

- Solo niñas y quedan con niñeras.

- Ya veo.

- Tengo entendido que intentan concebir un varón y dicen que alejados de la vida de palacio es más fácil. –interrumpió Salma.

- ¡Salma! No hables así. –le regañó Jazmín.

- Sólo digo lo que escucho. –dijo frunciéndole el ceño a Jazmín.

- Perdone a mi hermana, princesa.

- ¡Ah, pero son hermanas! –vio el leve parecido.

- Sí, se nos educó para servir en la corte desde niñas.

- Me alegra tenerlas chicas. –les dijo sincera. –Y dime Jaz ¿Qué tengo en la agenda hoy?

- Es su único día libre por el momento.

- En ese caso comeré con el rey. Alguien le avisa ¿o como es esto?

- Le informaré a su secretario, usted puede prepararse mientras tanto. –dijo Jazmín presta.

Gabriela eligió un discreto traje color verde oscuro de falda y chaqueta y se dirigió al comedor al ser informada que el rey estaría encantado de recibirle. Conforme avanzaba seguía sintiéndose rarísima al recibir tantas muestras de respeto y reverencia, se dijo que tendría que acostumbrarse a ello, Jazmín iba detrás de ella. A lo lejos vio un grupo de mujeres que al verla se acercaron a su encuentro, al verlas más de cerca vio que entre ellas venía Amal y se tensó de inmediato. Todas le hicieron una reverencia cuando se toparon al fin, la de Amal fue totalmente burlona pero solo ella se dio cuenta.

- Princesa, es un gusto conocerla. Somos primas de León. –pues cuantas más hay pensó Gabriela a un paso de la exasperación. Todas eran jóvenes e iban con atuendos tradicionales aunque sin el velo, cosa que le llamó la atención pero antes habló.

- ¿Primas de sangre o solo de nombre como Amal? –soltó sin poder evitarlo.

- De sangre princesa. –le contestó una guapa morena de cabellos ensortijados y sonrisa traviesa. –Amal ha estado por aquí desde pequeña y por eso algunos de la familia real le llaman prima ¿no es así Amal?

- ¿Qué no es lo mismo? –dijo la aludida.

- Claro que no. –contestó otra de ellas de abundante pelo liso y enormes ojos. –Soy Habiba, ella es Baasima –señaló a la chica de sonrisa traviesa. –Y ella es Azima. –dijo mostrando a la que había hablado primero. –Y a Amal veo la conoce.

- Así es. Es un placer conocerlas, espero tener la oportunidad de seguirlo haciendo. –dijo Gabriela más relajada.

- El placer será nuestro. –se retiraron sonrientes todas menos Amal.

- Algo me dice que debo tener mucho cuidado. –dijo en voz baja, pero Jazmín le escuchó.

- Todas son princesas, aunque no tienen título de Alteza Real, eso solo los hijos del rey y sus nueras si él se los concede como a usted. Y ellas le deben respeto princesa. No dudo lo obtenga de casi todas. –añadió con precaución.

- ¿casi todas? Creo que sé por quien lo dices. –dijo risueña y siguieron su camino para su comida con el rey. Antes de llegar Jazmín checó su teléfono.

- Princesa, su esposo el príncipe León se unirá a ustedes en la comida.

- ¿En serio? –dijo ella parando de golpe su camino y tensándose completamente. Aun no estaba lista para verlo, aun no.

- Sí, en cuanto supo que usted comería con el rey paró su agenda y ya está acá.-informó la chica sonriente.

- Genial. –respondió Gabriela con una sonrisa apretada. Pidió fuerzas al cielo. Estar cerca de él le consumía todas las energías, las buenas y las malas. Con pesar descubría que el estar lejos de él por ahora no remediaría nada. Que tendría que sobrellevar la situación, era una princesa ahora y tenia que actuar como tal. Una princesa que amaba y odiaba a su marido casi a partes iguales. Con terror pensó que en realidad el amor superaba con creces el otro sentimiento. Pese a su traición, pese a sus mentiras. Tonta, mil veces tonta. Llegó al comedor y le vio. Le lanzó una mirada que echaba chispas ¿Cómo rayos se las había ingeniado para colarse y quedarse en su corazón pese a todo?

¡Lindo finesito!

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