Capítulo Veintiocho
Me sentía desbordada, incapaz de gestionar todas las emociones que tenía.
Quizá por eso lo que quedaba de fin de semana no salí de mi habitación. Permanecer ahí era mi forma de afrontar lo que había ocurrido, de afrontar las consecuencias de mis actores.
Haber perdido el control no era excusa. Nada lo era. Podría haber matado a mi madre.
Y no era lo único. No podía seguir mirando a mi familia a la cara después de lo que había hecho y lo que podría haber causado si no hubiese vuelto a tener consciencia de mí misma.
Sentía un gran vacío en el pecho y una gran culpabilidad, pera incapaz de llorar, no me salían las lágrimas.
Estar sola me hizo poder pensar con claridad, o al menos intentarlo, sobre la situación.
La última frase que me había dicho mi madre antes de que me refugiase en mi habitación, que el fuego podía consumirme, no dejaba de dar vueltas en mi cabeza.
No lo entendía, no le veía sentido.
Nunca había tenido problemas con el fuego, si no tenía en cuenta lo que me costaba controlarlo, jamás me había quemado a mí misma mientras lo usaba. Cuando lo manejaba no me sentía agotada ni mucho menos, cuanto más fuego empleaba, más fuerte me sentía, más poderosa, más inalcanzable, más invencible...
Era lo que siempre decía mi madre, al ser un hada teníamos que hacer un uso diario de nuestro don para no debilitarnos, nuestro elemento nos hacía fuertes.
Y a mí el fuego me hacía imbatible; o esa era mi sensación.
Sin embargo, según sus palabras, el fuego podía llegar a consumirme.
¿Por qué? ¿Era solo mi problema? Porque dudaba mucho que el aire pudiese consumir a mi padre, o que mis hermanas pudiesen tener ese problema con sus poderes.
Pero se había mostrado tan convencida, estaba tan segura... Era como si hubiese estado esperando que me pasase algo así desde hace tiempo, como si que perdiese el control solo fuese cuestión de tener paciencia.
Y eso me hacía plantearme mucha cosas.
Mi madre tenía más información de las hadas de fuego de lo que decía. Si no, ¿cómo sabía que el fuego podía llegar a consumirme?
No hubiese dicho eso si no lo supiese con claridad y había decidido que el mejor momento de decírmelo era ese, cuando estaba al borde de un abismo en el que, quizá, no hubiese sido capaz de superar.
Sabía mucho más de lo que decía, como siempre, ya no me sorprendía.
¿Pretendía que tuviese miedo?
Porque si era su intención no había salido como quería. No tenía miedo de consumirme a mí misma, no si de ese modo salvaba a mi familia.
Esa frase me provocó, aún más, más curiosidad por saber más de lo que era y de lo que suponía ser un hada y el motivo por el que el fuego podía consumirme y era tan peligroso perder el control.
Desde que tenía memoria, el fuego había sido mi fiel compañero, de las pocas cosas que me hacían desconectar y olvidarme de todo.
Era parte de mí, parte de lo que era, parte de mi esencia.
Y si por no poder tener control sobre él, me consumía, sería mi culpa, no tenía miedo.
Si moría por el fuego, lo haría por no ser capaz de frenar mis emociones.
Si era sincera, la muerte no me daba miedo.
Sin embargo, sí había algo que me aterraba.
Yo.
Tenía miedo de mí misma, de mis acciones cuando no era consciente de ellas. Miedo de poder hacer daño a mi familia, hacer daño a mis hermanas y a mi madre; pavor a lastimar a las personas más importantes de mi vida; terror a que me pasase lo mismo y no ser capaz de parar a tiempo.
¿Qué hubiera pasado si Hebe no me hubiese parado? ¿Si no hubiera recuperado el control? ¿Hubiera matado a mi madre? ¿La hubiese herido de gravedad?
Cualquier posibilidad me daba pánico de imaginármela y sabía que si una se hubiera convertido en real, me sentiría todavía más culpable. Haberme encerrado en mi habitación, era solo una forma de escapar de esa culpa, de evadir la realidad, pero no desaparecía, solo me escondía de ella.
Hebe y Febe se habían acercado con intenciones de entrar más de una vez ese fin de semana para ver si estaba bien. Primero para hablar conmigo y luego para dejarme la comida delante de la puerta. Ninguna de las dos me culpaba, intentaban distraerme pidiendo que jugase con ellas en el jardín o que les ayudase a hacer los deberes, pero ni les respondí.
Me sentía tan decepcionada conmigo misma... Tanto que no podía verlas.
Hebe de nuevo era la que había tomado la iniciativa de las dos, la que más hablaba cuando se sentaban al otro lado del marco de la puerta. Parecía más mayor de lo que era por su forma de hablar, sin culparme de nada, diciendo que todas alguna vez habíamos perdido el control de nuestro don y que mamá estaba bien, que solo habían sido unas quemaduras superficiales que ya estaban casi curadas, que no había pasado nada.
Pero ni escuchando eso quería salir de mi habitación, porque no me lo creía, sabía que lo decían para hacerme sentir mejor.
Febe por su parte hacía crecer césped por debajo de la puerta, haciendo que entrase en mi habitación para al menos sacarme una sonrisa, haciendo sus típicos comentarios que antes me hacían reír esperando que de nuevo funcionasen, pero no lo hacían.
Al no haber respuesta por mi parte acababan por irse durante un tiempo dejándome de nuevo sola.
—Aerith. —Cuando la voz que me llamaba desde detrás de la puerta de mi habitación no fue la de mis hermanas, me sorprendí—. Sé que estás ahí encerrada, tu madre me ha llamado. ¿Me abres la puerta y hablamos cara a cara?
Blake estaba ahí, esperando que abriese la puerta. Tal y como me había dicho mi madre le había pedido que viniese a ver si así reaccionaba. ¿Eso es lo que creía? ¿Que si Blake venía saldría de mi habitación? Mi madre no podía estar más equivocada. Yo quería que fuese ella la que viniese, que ella me dijera que todo iba a ir bien, que ella estaba bien, que me perdonaba. Pero no, prefería enviar a las gemelas o a Blake antes que a ella misma por lo que nada iba como tenía que ir. Por lo que había dado por hecho que sí estaba enfadada conmigo aunque lo negase.
Al saber que era él, me levanté del banco de la ventana, dejé de mirar el bosque y me coloqué justo delante de la puerta para escucharlo mejor.
—Podrías al menos contestarme, sé que me estás escuchando. ¿No quieres verme? ¿Hablar conmigo? —Pese a que insistía, permanecí en silencio—. Aerith, no me hagas tirar la puerta abajo, tu madre se enfadaría y no quiero que mi suegra se moleste conmigo, quiero llevarme bien con ella—bromea para hacerme sentir mejor, como suele hacer, pero ahora esa broma no me saca ninguna sonrisa.
—No somos novios —espeté, muy molesta, en voz tan baja, creyendo que no me escucharía, pero lo hizo—. No digas tonterías. Lo hablamos el otro día.
—Me has contestado, eso ya es un progreso. Abre la puerta, por favor.
—No. Nos veremos el lunes, Blake, vete.
—No me quiero ir. Abre la puerta —insiste.
Desde que había subido a mi habitación me había transformado en hada, me sentía mucho más cómoda de este modo, me sentía menos culpable que con mi forma humana, quizá era porque estaba siendo yo realmente o quizá es que cuando era una hada era mucho más fría que cuando era una humana.
—Tiraré la puerta abajo, te lo he dicho. Por favor, si estás mal quiero estar contigo y ayudarte a que estés mejor.
—Vete.
—Aerith, tu madre me lo ha contado, sé que perdiste el control y que...
—¡Vete! —estallé.
—Estás creando llamas delante de mí y ni siquiera estás cerca. Sé que agobiarte no es lo mejor, solo necesito saber que estás bien... o lo estarás.
No, no era lo mejor, ¿por qué no se iba de una vez?
—Lo estaré —susurré—. O eso espero al menos.
—Has dicho que el lunes irás a clase, te doy hasta ese día de tiempo, si no te veo ese día me será igual derribar la puerta de tu habitación.
Blake no dijo nada más, se fue y me dejó de nuevo sola, por lo que volví a sentarme en el banco de la ventana y miré hacia el bosque. Mi primera idea cuando me refugié en mi habitación fue empacar varias cosas e irme al bosque, pero la acabé desechando. Si desaparecía, mi familia se preocuparía aún más por mi culpa y no se lo merecían.
El domingo por la noche, después de seguir sin hablar con nadie, la ventana de mi habitación se abrió dejando entrar a mi madre transformada en hada.
—Ya basta con tu actitud de víctima, Aerith. ¿No ves que estoy bien?
—Pero, mamá...
—Perdiste el control, sí, ¿y qué? ¿Me ves alguna herida? —De hecho, sí, le veía quemaduras en las manos mucho menores de las que me imaginaba—. ¿Ves que me compadezca o te culpe de algo? No. No lo hago, Aerith. Estás preocupando a las gemelas con tu silencio e incluso Blake se fue muy preocupado.
—No lo entiendes, podría haberte matado.
—Podrías, deja de compadecerte con ideas hipotéticas y sigue con tu vida normal. Si sigues así será peor. ¿Cuánto tiempo llevas sin crear ni una simple llama? Queriendo, porque de forma involuntaria lo hiciste con Blake —habló, seria—. Te avisé de que el fuego podía consumirte con la esperanza de que tuvieras más cabeza cuando lo usaras, no para que hicieses esto. Así que deja de comportarte como si tuvieses la edad de las gemelas y baja a cenar con nosotras. Y mañana vas a ir al instituto.
Justo era lo que estaba esperando de mi madre, esa actitud, ese comportamiento. Y así lo hice, bajé a cenar con ellas, aunque no hablé mucho.
—Blake ha venido a buscarte, Aerith —me dijo mi madre—. No lo hagas esperar, no tiene muy buena cara, está preocupado por ti. A todo esto, cariño, ¿dónde está tu escayola?
—No lo sé la verdad... Desapareció.
—Quizá cuando te transformaste en hada pasó eso... —murmuró en referencia al incidente— el yeso se derritió. Al ser hadas nos curamos antes que los humanos. ¿Te duele al hacer algún movimiento?
—No, ya no me duele.
—Eso es que estás curada —sonrío y le brillaron los ojos—. No hagas esperar más a Blake.
Me despedí de ella y de las gemelas, salí al jardín donde Blake estaba apoyado en su coche mirando el cielo.
—Buenos días —lo saludé sin saber bien qué decir.
—Buenos días —respondió y lo vi dudar sobre cómo seguir—. ¿Vamos?
—Sí.
Me mantuve callada durante el trayecto por mucho que Blake intentase sacar tema de conversación o me preguntase lo mismo que mi madre, si me dolía el brazo, ya que no llevaba escayola.
—Mira, Aerith. Tu actitud es suficiente. —Blake, al llegar al instituto y al apagar el coche, se giró para mirarme—. No sé qué te pasó, pero quiero ayudarte, no puedes estar así, me preocupas.
—Te dije que estaría bien— murmuré sin apartarle la mirada, no me acordaba.
—Lo sé. —Blake quiso acariciarme la mejilla, pero me alejé muy molesta. Él lo entendió, pese a que frunció el ceño—. Puedes contar conmigo para lo que quieras, ¿eres consciente?
—No me acaricies sin permiso —gruñí—. Menos aquí.
—Creía que habíamos superado eso, Aerith.
No sé qué esperaba Blake de mí, le había dejado las cosas claras, no sentía lo mismo que él, no tan fuerte al menos.
No podía presionarme de ese modo, así que lo reté con la mirada, haciéndole ver que era firme con lo que decía, que no me echaba atrás.
No sé cuánto tiempo estamos así, pero Lydia nos saludó desde fuera del coche con una ceja alzada. Quizá la situación se podía malinterpretar, así que aprovechando que las primeras horas las tenía con ella, cuando bajé del coche me cogió de la mano y me alejó de Blake sin decir nada.
—Habla, sé que quieres hacerlo tú primero —me ofreció la rubia—. Lo mío puede esperar.
—Lydia, no es lo que crees —me excusé sin perder la calma—. Blake y yo...
—Te dije que no me importaba si teníais algo —recordó—. Solo quiero ser la primera en saberlo, me lo debes. Aunque creo que llego tarde, la manera en la que te mira Blake...
—No exageres, Lydia.
—No lo hago. Te mira como si fueras lo más importante de su vida, como si fueras su posesión más valiosa. A mí no me miraba así.
—Blake y yo no somos nada —afirmé. Éramos amigos, solo eso, porque yo, de momento, no quería más—. De verdad, no lo somos.
—Pero lo seréis y cuando pase eso me lo contarás todo —sonrío—. No tengo dudas.
—¿Tú y Matthew? —pregunté con la esperanza de desviar la atención de mí—. ¿Cómo te va?
—Coqueteamos mucho y yo creía que pasaríamos a algo más pero... nada. Parece interesado en mí, aunque creo que hay algo que le interesa más.
—¿El qué?
—No lo sé, ese es el problema. Que no sé qué es más interesante que yo. Y me frustra.
Matthew para ella también era un misterio por lo que cuando tuve la oportunidad en una clase, una que no compartía con Lydia ni con Blake, me senté al lado del chico.
—Hola, Aerith. Qué placer el mío que te sientes a mi lado, me siento honrado con tu presencia. —Al ver mi cara, Matthew se rio y le aparecieron de nuevo esos hoyuelos en las mejillas que había visto desde el día que lo conocí, cuando se presentó. Estaba mucho más relajado que otros días, algo que era ya destacable porque el chico desprendía tranquilidad y seguridad—. No te quedes callada, pelirroja —siguió hablando—. Si te has sentado a mi lado es por algo, quieres hablar conmigo. La verdad, yo encantado de que quieras hacerlo, ya sabes, los chicos nuevos juntos haciéndose amigos pudiendo con todas las adversidades de la vida moderna... —De nuevo se rio al ver mi cara y se rascó la barba—. ¿Te gusta que lleve barba? —preguntó sin que me lo esperase—. A mí no mucho porque me pica, no estoy acostumbrado, pero sé que a las chicas os gustan estas cosas por lo que me he dejado crecer la barba.
¿A mí que me importaba todo eso? ¿Estaba hablando para ser amable o solo para ver mi incredulidad constante?
—¿A Lydia le gusta? —rebatí, usando la misma táctica que había usado con la rubia, centrar la atención en ella.
—Qué decepción. —El chico negó con la cabeza haciéndose el ofendido—. Solo me hablas porque quieres saber cómo me va con tu amiga. ¿No te doy pena? ¿No quieres conocerme un poco? Yo a ti sí.
—Nunca dijiste por qué te habías mudado a esta ciudad —aproveché lo que había dicho para intentar saber un poco más sobre él—. ¿Tus padres conocían la ciudad?
—Algo así —contestó de forma vaga—. Mi padre estuvo, hace muchos años, pero no lo recordaba bien, solo pequeñas cosas... Supongo que se vieron atraídos a West Salem por una fuerza sobrenatural.
Y volvió a reírse a carcajada limpia, ¿se estaba mofando de mí?
—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? No paras de reírte.
—¿No puedo reírme? Me siento muy cómodo contigo, Aerith, por eso me río. —También me sentía así con él, y eso me asustaba. ¿Por qué me sentía así con alguien que no conocía? Blake no se fiaba de él por algo que no me había contado, por lo que sus razones tendría—. Cuéntame algo de ti —pidió—. ¿Con quién vives? ¿Con tu familia?
—Sí, con mi madre y mis dos hermanas pequeñas —respondí de forma escueta—. Son gemelas, tienen nueve años.
—¿Y tu padre? ¿No vive con vosotras?
—No. —Fui seca porque no me gustaba hablar de esa persona, tampoco le interesaba.
—¿Por qué no? ¿Tus padres se divorciaron?
—Matthew, no quiero hablar de ello, el tema de mi padre es complicado.
—Tomaré eso como un sí y que hay más que no quieres decir. El señor Ignis es un idiota, tomo nota para cuando volvamos a hablar. No mencionarlo si no quiero que me asesines con el fuego de tu mirada —mencionó como si nada—. En serio, se te ve muy molesta, lo veo en tus ojos.
Fruncí el ceño. No podía ser casualidad la elección de sus palabras.
—Ignis es el apellido de mi madre —aclaré, dando pie a una conversación para escuchar con atención cualquier detalle que me hiciera sospechar aún más de él.
—Te dije que me parecía un apellido muy bonito, ¿verdad? —Asentí y vi cómo a Matthew se le caía un bolígrafo al suelo por lo que me agaché para cogerle el material y él hizo lo mismo. Me paralicé al notar la misma sensación—. Lo siento, acabo de pasarte la corriente —se disculpó—. Debe ser por el jersey que llevo, es de lana, debo tener mucha corriente electrostática. Eso dicen que une a las personas, ¿no?
Le miré a esos ojos marrones que me devolvían una expresión divertida, porque esa había sido la peor excusa que alguien me había dicho nunca.
¿Nadie en West Salem era normal?
Porque Matthew no parecía serlo.
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