Capítulo Veintinueve

El tiempo empezó a pasar de forma rápida, casi sin que me diese cuenta. El color anaranjado del bosque, característico de otoño, con el follaje en el suelo, acabó tiñéndose de un blanco por la nieve que empezó a caer casi a diario acompañando al frío.

En West Salem el invierno era muy frío, de los más fríos de las ciudades en las que había estado. Todo el mundo lo comentaba e iban muy abrigados, sobre todo mis hermanas pequeñas que sufrían mucho por este tiempo. A mí no me ocurría, jamás había tenido problemas con las temperaturas bajas, quizá por ser un hada de fuego, quizá porque este me mantenía caliente o quizá porque no era una persona friolera.

Personalmente, me gustaba esa estación del año, era mi preferida porque podía practicar mi poder sin tener miedo de quemar nada. Cada vez que iba al bosque cuando estaba nevado me transformaba en hada y la nieve se derretía a mi alrededor por mi presencia más cálida de lo habitual, o se fundía por las bolas de fuego que lanzaba.

A mitad del invierno los hermanos de Blake nacieron. A él no le entusiasmaba la idea de volver a ser hermano mayor, o eso explicaba, ya que decía que le volvería a tocar cambiar pañales y a hacer de niñero, algo que odiaba porque decía que ya había pasado esa etapa, que había tenido suficiente con Carol, pero no le creía.

Al hablar de sus hermanos siempre se le iluminaban los ojos, se notaba que los quería muchísimo y que los defendería de cualquier cosa. Supongo que se sentía igual que yo con las gemelas, que al ser los hermanos mayores teníamos la necesidad de protegerlos de cualquier cosa o peligro.

No supe el porqué Blake insistió tanto en que yo fuera a conocer a sus dos nuevos hermanos, el pequeño Zac y la pequeña Gabriella, una vez que su madre y los bebés habían vuelto a casa después del parto. Como no tuve ganas de discutir con él o quitarle esa felicidad que tenía, porque por mucho que se quejase se le veía pletórico por tener nuevos hermanos, acabé diciendo que sí, que quería conocer a sus hermanos pequeños.

Tuve miedo de tocarlos por temor a hacerles daño o por no poder controlar mis poderes y quemarlos sin querer. Toda la familia de Blake insistió mucho en que cogiera al menos a uno de los bebés, porque no podía dejar de mirarlos embobada, y al final, accedí, cogí en brazos a Zac, que pese a tener pocos días de vida ya se veía su increíble parecido con Blake, o mejor dicho, a Joseph como el resto de sus hijos; todos eran sus copias, por el contrario, las chicas eran iguales a la señora Lycaon.

Nunca entendí el motivo por el que me invitaron, no supe qué hacía ahí. Solo estaba la familia cercana y yo no lo era.

Me trataron muy bien, me sentí integrada y cómoda. A excepción de Zara, que me miró de malas maneras y solo me habló para criticarme, acompañadas de inmediatos de disculpas vacías obligadas por sus padres.

En este tiempo mi relación con Blake había avanzado. Seguía desconfiando de él, eso no se me olvidaba, pero nos habíamos vuelto más cercanos. Pasábamos mucho tiempo juntos, entre ir al instituto juntos a diario, porque decía que era más seguro para mí ir acompañada, que habíamos retomado las clases de defensa personal para que supiese defenderme sin problemas, que todo sea dicho, había progresado mucho en eso y las escapadas en el bosque para desconectar.

Los únicos momentos en los que no estaba con él era cuando estaba en mi casa o cuando me escapaba para seguir aprendiendo con el señor Fitzgerald las cosas que ni Blake ni mi madre querían explicarme.

Nadie sabía que él también me daba clases de defensa personal enseñándome los puntos débiles de las criaturas sobrenaturales, remarcándome que debía anteponerme a los posibles movimientos de los vampiros y a saber usar mi poder para tener una ventaja real y no solo el factor sorpresa. Aprendí a diferenciar las diferentes criaturas, o al menos las características básicas de cada una si no estaban ocultas o transformadas en humanas, y si era así los pequeños detalles que podían delatarlos.

Pero sobre todo, en lo que más insistió en estos meses, fue en enseñarme a defenderme según el tipo de vampiro que podía atacarme, ya que cada uno tenía un formación diferente, algunos más ofensiva y otros defensiva.

El señor Fitzgerald era muy exigente, quizá demasiado, no obstante, me gustaba. Con él aprendía de verdad, tanto a defenderme como a saber las clases de criaturas que me rodeaban e insistía mucho en que no me dejase llevar por mis emociones.

Aunque eso era una batalla perdida; siempre me dejaba llevar por mis sentimientos por mucho que lo evitase.

Además, cada vez confiaba más en él, quizá el señor Fitzgerald era la persona en la que más confiaba porque nunca me había mentido, siempre había ido con la verdad por delante y se lo agradecía.

Sin embargo, no se me olvidaban las palabras del diario de Carlin, que releía de tanto en tanto, seguían muy presentes en mí. Podía confiar en el señor Fitzgerald, pero nunca lo haría al completo, siempre tendría un atisbo de duda.

Del mismo modo que tampoco lo hacía de Blake, ya que me ocultaba algo, por mucho que dijese que él quería decírmelo pero no podía por su padre.

Ni de mi madre, que seguía mintiéndome o evitaba mis preguntas directas. Eso sí, me había intentado ayudar a controlar mis poderes, no se había rendido conmigo pese a mis últimas acciones, seguía a mi lado insistiendo en que yo podía dominar el fuego, que confiaba en mí, que debería hacer lo mismo.

En realidad, en estos meses no había pasado mucho, tampoco en el instituto.

Matthew seguía con la misma actitud bromista de siempre, lo había conocido un poco más de carácter, porque de su vida no hablaba, era muy reservado con esos temas. Intentaba usar su encanto para conocer mejor a los que le rodeaban, pero eludía queriendo que las conversaciones se centrasen en él. Lo poco que sabíamos de él eran pequeñeces, cosas superficiales que no tenían importancia y que por eso nos las había dicho.

Y no entendía el motivo.

Hasta con Lydia era así de misterioso, o eso es lo que ella decía. Ella lo conocía mejor que ninguno del grupo de amigos, no dejaban de quedar fuera del instituto y se relacionaban de forma más íntima que cualquiera de nosotros. Porque sí, Lydia había conseguido su objetivo, encontrar en Matthew una distracción para acabar de superar el tema de Blake, que ella decía que ya era cosa del pasado. Ella en todo momento me dijo que no pasaba nada si Blake y yo teníamos una relación, que lo entendía, que desde un primer momento lo había sospechado. El supuesto odio que Blake me tenía cuando nos conocimos era su forma de defensa, algo inútil en mi opinión, pero según Lydia él era así, no quería hacerla sufrir y por ello me trató mal para evitar sentir algo que no debía cuando aún tenía novia.

—Hola, Aerith. ¿Te apetece que vayamos a pasear por el bosque? —Blake tenía ese tipo de confianza con mi madre por la que podía entrar en mi casa sin ningún tipo de problema ni que le molestase, y era raro, o al menos a mí me lo parecía.

—Hola, Blake —saludó mi madre con una sonrisa.

Las gemelas al escuchar a Blake dejaron de dibujar y fueron corriendo a abrazarlo. Se había ganado a toda mi familia, y tanto Hebe como Febe les encantaba ver fotografías de los bebés, siempre se las pedían, comentar que eran adorables y que querían tener un hermano pequeño.

—Antes de que lo preguntéis, Will está en casa cuidando a Gabriella y a Zac. Le encanta ser el hermano mayor, aunque ya lo era, pero ahora es consciente de lo que significa. Deberíais verlo, siempre ayudando a mi madre en todo, ofreciéndose para hacer los biberones, contándoles historias para que se duerman...

—Nosotras queremos conocer a Gabriella y a Zack, ¿verdad, Febe?

—Sí, Hebe. ¿Cuándo podremos conocerlos? Queremos hacerlo.

—Tened paciencia, niñas —intercedió nuestra madre—. Aún son muy pequeños y necesitan tranquilidad. Cuando sean un poco más mayores sé que los conoceréis. Y Aerith, si os vais fuera ve con mucho cuidado.

—Siempre voy con cuidado, mamá. —Puse los ojos en blanco, el comentario era innecesario—. Voy con Blake, confías más en él que en mí así que no deberías preocuparte.

Ella asintió y Blake y yo salimos de mi casa dirección al bosque. Cuando no llevábamos más de cincuenta metros recorridos una de sus manos buscó la mía y yo hice lo mismo.

La primera vez que lo hizo, a finales de otoño, me extrañó, no supe cómo actuar o si devolverle el gesto. Al final, accedí porque era más sencillo caminar así en el bosque, y a partir de ese día se había convertido en una costumbre.

Pero era muy consciente de que para él no significaba lo mismo que para mí.

—No sé cómo lo hacemos pero siempre acabamos en el bosque —murmuré mientras Blake me ayudaba a saltar una gran raíz de un árbol.

—Es nuestro refugio, lo hemos dicho desde que nos conocimos, Aerith, bueno, desde que empezamos a hablar más.

—Está muy bonito así, tan blanco. —Observé el paisaje, era una maravilla.

—Hace demasiado frío. —Blake se bajó un poco las mangas de su chaqueta—. Odio el invierno.

—Espera. —Me detuve y me giré para mirarlo frente a frente, haciendo que mis manos desnudas tocasen su cuello.

Él dudó con mis gestos, extrañado que lo tocase de ese modo, pero no se alejó.

—¿Cómo has hecho eso?

—Estoy aprendiendo poco a poco cosas nuevas de mis poderes —admití en voz baja—. Y esta es una de ellas.

—Es genial, ya no tengo frío.

—Lo sé, te he pasado un poco de calor sin llegar a quemarte.

Sonrió y vi sus intenciones antes de que las hiciera. Quería besarme, por lo que me alejé un poco y acabó besándome la mejilla.

Seguía sin tener claro lo que sentía por él, por lo que no le daba falsas esperanzas, no nos habíamos besado desde el encuentro con ese vampiro.

—Acabas de hacerme la cobra —dijo entre risas, acariciándome la mejilla—. Y ahora sonríes...

—¿No puedo sonreír?

—Me encanta que sonrías, Aerith —afirmó y me besó la frente—. ¿Seguimos?

—Sí, por favor.

Mientras caminábamos hasta el que era nuestro lugar habitual, con la pequeña cascada al lado, Blake me explicaba anécdotas de los bebés y de alguna travesura que ya habían dicho.

—Todo está nevado —remarcó lo obvio—. No podemos sentarnos.

—Blake, qué poca confianza en mí —me reí y derretí la nieve cerca de nosotros para poder sentarnos—. Puedes sentarte, está seco.

—Has avanzado mucho con tus poderes, cada vez sabes hacer más cosas.

—Sí. —No quise hablar mucho de ello, fui seca.

Todo lo que había aprendido nuevo había sido porque el señor Fitzgerald me había explicado que podía hacerlo y me había obligado a que lo intentase.

—Me alegro mucho por ti. —Era sincero por lo que le guiñé un ojo—. Me gusta que no tengas miedo de usar tu poder y que poco a poco lo vayas controlando.

—No dejan de ser cosas sencillas, Blake. No hay para tanto.

—No le estás dando la importancia que merece... —Negó con la cabeza y se sentó en el suelo, obligándome a que me sentase a su lado—. Ven, tonta.

Me volví a reír, apoyando la cabeza en su hombro, haciendo que él rodease mi cintura con uno de sus brazos.

Estábamos cómodos y tranquilos, hasta que su expresión cambió.

Y cuando escuché lo que supuse que era una pisada en la nieve entendí el motivo.

Reaccioné ante el posible peligro y lancé una bola de fuego con toda mi potencia a mi espalda porque sabía que detrás de mí había alguien.

No me equivoqué.

Escuché un grito de dolor cuando la bola de fuego impactó y me giré para saber quién era.

No lo conocía, pero sus grandes ojos negros lo delataron como un vampiro por lo que antes siquiera de que pudiese levantarse lo quemé vivo sin ningún tipo de remordimiento.

—Aerith, creo que ese no era el único —me susurró Blake—. Deberíamos estar atentos.

—Deberías irte —afirmé sin dejar de estar pendiente de nuestro alrededor—. Era un vampiro guerrero, tenía los ojos negros. Habrá más.

—Parece que a la chica alguien le ha enseñado muy bien. Sabe por el color de nuestros ojos qué clase somos.

Alcé la vista para ver que encima de los árboles cercanos había varios vampiros, tanto hombres como mujeres, que nos miraban con superioridad.

Aproximadamente nos diez, dejándonos a Blake y a mí en una clara desventaja. No podría con todos ellos yo sola, debía pensar una estrategia.

—Blake, detrás de mí.

—Ni en sueños —contestó e intentó protegerme con su cuerpo.

Los vampiros seguían encima de los árboles sin hacer ningún movimiento, solo estaban pendientes de nosotros. Acabé hartándome de la situación, me pudo la impaciencia e intenté quemar los árboles. No sirvió de nada, se lanzaron hacia el suelo como si nada y pude ver mejor qué clase eran.

Había vampiros de casi cada clase, dos cazadores con los ojos azules, dos rastreadores con los ojos marrones, cuatro guerreros, como el que había matado, y dos defensores con los ojos ámbar. Eran demasiados para ser solo una casualidad, estaban aquí por algo.

—Chico, deja que nos llevemos a la chica por las buenas y te borraremos la memoria sin hacerte ni un rasguño —habló un defensor.

—Bajo mi cadáver os llevaréis a Aerith —gruñó Blake.

—Supongo que tendrá que ser por las malas —aseguró uno de los guerreros mientras sonreía.

Sabía a por quién tenía que ir primero, el señor Fitzgerald me lo había remarcado más de una vez. De este grupo los más peligrosos, aunque no lo pareciesen, eran los dos rastreadores: más rápidos y más astutos que el resto.

No hice ni un movimiento esperando que atacasen o que se acercasen a nosotros. Blake hizo lo mismo, nos quedamos quietos esperando sus reacciones. Lo más probable era que nos atacarían primero los guerreros mientras que los defensores estarían ejerciendo su función con los otros.

Fue justamente así, dos de los guerreros vinieron a su velocidad sobrenatural, pero me lo esperaba, por lo que en un ágil movimiento, antes de que se colocase delante de mí para atacarme, le arranqué el corazón. No es el único cuerpo que cayó al suelo inerte, Blake había hecho lo mismo.

¿Sabía cómo matar a un vampiro? Podía ser ya que su familia conocía los secretos sobrenaturales. Sin embargo, ¿y esa facilidad? ¿Había matado a otro vampiro antes?

Preferí no pensar en ello porque podría distraerme y me centré en los otros vampiros.

—Saben luchar, pero ¿veis? Os superamos en número. Solo queremos a la chica.

—La chica no quiere irse con vosotros.

Suspiré y me transformé queriendo en hada de fuego para poder tener mayor control de mí misma, de mis poderes y tener más agilidad, porque estaba en desventaja. Blake me miró, sorprendido quizá por verme en mi aspecto real, pero no dijo nada.

No era el momento.

—Sin duda es ella —susurró uno de los vampiros—. Es el hada de fuego.

Me dejé llevar por mis instintos y maté a dos vampiros más con fuego, anticipándome a cada movimiento que harían gracias a las enseñanzas del señor Fitzgerald. Estaba tan concentrada en lo que tenía delante que no me di cuenta de que Blake estaba retenido por tres vampiros, los únicos que quedaban vivos.

—Entrégate y no le haremos nada al chico, se ve que te importa —ofreció el vampiro defensor.

—Aerith, no los escuches. —Blake forcejeaba para intentar liberarse—. ¡Vete, corre!

—No me voy a ir sin ti, Blake.

—Hazme caso y vete, puedo retenerlos para que tengas tiempo de irte. Avisa a mi familia y...

Uno de los vampiros mordió a Blake y la rabia me invadió de tal manera que estuve a punto de explotar.

Casi, porque cuando miré a Blake ya no era el que conocía.

Ya no tenía esos ojos azules que le caracterizaban, ya no tenían esa expresión humana.

Y cuando quise darme cuenta ya no tenía a Blake delante.

Sino a un lobo.







Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top