Capítulo Treinta y Tres
Nunca pensé que llegaría un momento en el que me pondría en contra de mi madre de esa forma, no había dudado con lo que hice o dije. Tampoco creía que le diría las cosas que le había dicho al saber que me estaba mintiendo de la forma en la que lo hacía. No obstante, todo cambió al llegar a West Salem.
Desde que tenía uso de memoria habíamos sido nosotras cuatro, mi madre, las gemelas y yo. No me imaginaba una vida en la que ellas no estuvieran presentes, en las que no tuvieran un papel importante. Habíamos estado desde siempre juntas y lo estaríamos para siempre.
O eso era lo que yo creía, pero la situación se había vuelto insostenible. No podía seguir permitiendo que nuestra madre nos tratase así, no solo por las mentiras que me decía a mí, sino por las que le diría en un futuro a las gemelas.
Además, ¿y si por ocultarles las cosas a Febe y Hebe salían heridas? Quizá yo no podía estar ahí para salvarlas, o ellas no tendrían a alguien como el señor Fitzgerald que apareciese de la nada para impedir que las atacasen, lo más probable era que no tuvieran tanta suerte como la había tenido yo.
Febe y Hebe eran mis pequeñas, mis niñas. Siempre me había sentido un poco responsable de ellas, eran mis hermanas y tenía que protegerlas de todo.
Aunque mi madre en esos tiempos no me había dicho el porqué huíamos en parte me sentía la culpable, al igual que el motivo por el que nuestro padre nos abandonó.
Al sentirme de ese modo me volqué al completo con las gemelas, yo les había arrebatado la oportunidad de tener un padre. Fue por mi culpa, o era lo que creía, por lo que las mimé y consentí en todo lo que querían intentando suplir el cariño que debería haberles dado Jake con el mío.
Amaba tanto a mis dos hermanas que haría cualquier cosa por ellas, lo que fuese, llegando a matar si era necesario. Las quería tanto que estaba dispuesta a aventurarme en una búsqueda de otras hadas y su reino para estar a salvo.
Sin embargo, antes de irme con ellas debería investigar acerca de dónde se situaban para poder protegerlas mejor y tener un plan. Era muy impulsiva, sí, pero cuando mis hermanas estaban por medio intentaba ser lo más racional posible.
Quizá debería hablar con el señor Fitzgerald sobre ello. Lo más probable era que él supiera algo más que yo, que no era difícil. Él parecía conocer todo acerca de las criaturas sobrenaturales, sus puntos fuertes, sus debilidades y su localización.
Suspiré y seguí sin apartar la mirada de mi madre, quieta, observándola después de confesar en voz alta que si no me decía la verdad me llevaría a las gemelas lejos. Yo esperaba que reaccionase, que dijese algo, pero no decía o hacía nada. Estaba quieta, apoyada en el marco de la puerta sin ni siquiera mirarme a los ojos procesando lo que acababa de decirle.
—¿No vas a decir nada? —pregunté—. ¿De verdad? Acabo de decirte que me llevaré a las gemelas lejos de ti y tú no dices nada.
Negó con la cabeza aún sin mirarme y se marchó, dejándome sola con mis pensamientos y mi propia rabia.
A la mañana siguiente, intenté pasar el máximo tiempo posible con las gemelas, calmarlas sobre todo ya que seguían muy preocupadas por haberme visto hacer las maletas, tenían miedo de que las abandonara.
—¿De verdad que no te irás? —Hebe me miró con el ceño un poco fruncido y con esos ojos azules que tenía, los mismos de Febe y mi madre.
—Os lo prometí. Yo cumplo mis promesas.
—Lo sabemos. —Febe asintió—. No como mamá.
—¿Qué pasa ahora con mamá?
—Siempre que nos vamos de una ciudad nos dice que volveremos pero nunca lo hacemos... —musitó Febe.
—Entre otras cosas —añadió Hebe.
—¿Otras cosas?
Creía que a la única que mentía, al menos por el momento, era a mí. Pero por lo que me estaban contando, no era así, las gemelas se daban cuenta aunque fuesen tonterías o cosas simples.
—El otro día vimos algo en el jardín mientras jugábamos —me explicó Hebe muy seria—. Algo extraño que estaba en el borde del bosque.
—Muy extraño —secundó Febe—. Nos asustamos un poco.
—¿Qué visteis?
Tenía miedo a que algún vampiro las estuvieran acechando por mi culpa.
—Un lobo —respondió Hebe—. Pero no era un lobo normal como el de los libros... era más grande.
—¡Mucho más grande! —Febe le dio énfasis a lo que estaba diciendo su hermana haciendo gestos con las manos—. ¡Y sus ojos brillaban!
—¡Brillaban mucho!
—¿Estáis seguras?
—Claro que estamos seguras. —Hebe me miró un poco enfadada—. Lo vimos las dos, no nos lo inventamos. Era un lobo grande con ojos brillantes. Tú nos crees, ¿verdad, Aerith?
—Mamá no lo hace —murmuró Febe—. Dice que nos lo hemos inventado para llamar la atención, que mentir está mal.
—Os creo, no sé ni por qué lo preguntáis. Si lo decís es porque es verdad.
—¡Exacto! —Hebe pareció mucho más tranquila al saber que las creía—. ¿Tú qué crees que era?
—No lo sé —mentí para tranquilizarlas—. Puede ser cualquier cosa. No quiero que os acerquéis al bosque, ¿de acuerdo? Por si acaso.
—¿Y si es algo peligroso? ¿Y si viene a por nosotras?
—Entonces os protegeré, Febe —sonreí para tranquilizarlas—. Si estáis conmigo nunca os pasará nada malo. Pero tenéis que hacer lo que he dicho, no os podéis acercar al bosque solas, ¿de acuerdo?
—¿Lo prometes? —preguntaron al unísono—. ¿Prometes que no nos pasará nada malo?
—Lo prometo.
El resto de la mañana lo pasé jugando con ellas en el jardín, ellas hacían flores para luego pedirme que las quemase y luego volver a hacer que crecieran. Mientras jugamos no podía evitar pensar en qué hacía un hombre lobo cerca de nuestra casa. Porque estaba más que claro que era uno de ellos. Un lobo grande, más de lo normal, y que tenía los ojos brillantes. ¿Nos estaban protegiendo? ¿Vigilando? O alguna otra posibilidad, todo lo que incluía a los hombres lobos era extraño y desconcertante.
—Aerith, tu móvil no para de vibrar —comentó Febe al acercarse a mí—. ¿Es normal?
—Deben estar mandándome mensajes, nada de lo que preocuparse. Ahora estamos pasando tiempo juntas.
—Si es Blake te damos permiso para que contestes —Hebe sonrió—. Blake nos cae bien y es guapo.
—Muy guapo —confirmó Febe.
Miré el teléfono ya que podía ser un mensaje del señor Fitzgerald indicándome el sitio donde quedaríamos esta noche, pero no era él. Eran todo mensajes de Blake.
Aerith, necesito hablar contigo, por favor.
Yo no quería mentirte y lo sabes.
No me ignores más. Por favor, Aerith.
Te quiero.
Borré los mensajes después de leerlos. No sé qué decir ni qué contestar por lo que guardé el teléfono y miré a las gemelas intentando sonreír para que no me viesen angustiada y no se preocupasen por mí.
e.
—No era nada importante, no me miréis así —pedí entre risas.
Hebe sonrió con esa inocencia infantil y volví a jugar con ellas hasta que escuchamos un coche llegar.
—¿Esperas a alguien?—quiso saber Febe.
—No. Quedaos aquí, por favor. Y no hagáis uso de vuestros poderes.
Fui a la entrada desde el jardín para ver a Lydia bajar del coche, con esa actitud tan suya.
—Justo a ti te buscaba —me saludó haciéndome un gesto—. Tenemos que hablar.
—¿Sobre qué?
—Sobre tú y Blake. Vengo en calidad de amiga de ambos para hablar, de forma totalmente imparcial —aseguró con la cabeza—. ¿Qué le has hecho?
—¿Por qué todo el mundo da por hecho que yo he sido la que lo ha hecho mal? —me molestaba y mucho que daban por hecho eso. Yo no fui la que actuó mal, yo no le mentí cuando me hizo preguntas directas.
Blake supo lo que era en todo momento, él me negó en la cara que no fuese humano.
—¿Vamos a dar una vuelta?—propuso.
—Sí, mejor. No quiero hablar aquí. Dame cinco minutos.
Volví al jardín para despedirme de las gemelas, que protestaron un poco al saber que me iba a ir pero lo entendieron. También les pedí que se lo dijeran a nuestra madre ya que yo no le hablaba. Había decidido instaurar la ley del silencio con Camille por sus mentiras y su actitud. Ella también me estaba ignorando, ni siquiera me miraba cuando pasaba por su lado.
—Muy bien, vámonos —le dije a Lydia y me subí a su coche—. A todo esto, ¿cómo sabes que ha pasado algo?
—Porque Blake me ha llamado —respondió como si fuera obvio—. Y me duele que no me admitieras que tú y él estabais juntos.
—No estábamos juntos —rebatí muy seria—. Solo nos besamos y poco más. Nuestra relación iba avanzando poco a poco, pero solo éramos amigos.
—Él no piensa lo mismo, habla de ti como su novia —bufó y acabó moviendo un poco la cabeza—. Ahora tendremos tiempo para hablar, tranquila. Podrás desahogarte conmigo. No estoy aquí para juzgarte.
Al final acabamos en su casa, que estaba sola, ella antes de empezar a hablar preparó todo tipo de comida para que, según sus palabras, me animase ya que los dulces y la comida basura ayudaban a eso.
—Muy bien, ¿qué ha pasado? Quiero la verdad.
—No ha pasado nada. Solo que Blake no es la persona que creía que era. Así de simple.
—Por favor, Aerith. Que yo dijese eso tendría sentido, pero ¿tú? Blake contigo ha sido diferente.
—¿Diferente en qué sentido?
—La forma en la que te miraba —empezó a hablar—. Era indescriptible, más de una vez lo hemos comentado entre las chicas. Te miraba y te mira como si fueras lo más valioso en el mundo, como si fueras su mayor tesoro y estuviera agradecido de que estuvieses a su lado. A mí nunca me miró así.
—No exageres —intenté quitarle importancia, lo que menos quería era sentirme culpable por mi decisión. Él me había mentido, me había engañado.
Era consecuente con lo que pensaba.
—No lo hago —ella negó y se rio—. Creo que tú en estos meses has conseguido lo que yo no pude en años. Blake está enamorado de ti.
—No está enamorado de mí —rebatí de inmediato—. Eso es...demasiado.
—Piensa una cosa. Me ha pedido ayuda a mí. A mí —remarcó—. A su ex novia. Sí, soy tu mejor amiga. No obstante, no es del estilo de Blake pedir ayuda... Está destrozado. Delante de mí no ha llorado pero sé que lo ha hecho, lo conozco lo suficiente para saberlo.
—¿Y yo? —pregunté harta de escuchar que él estaba destrozado—. ¿Yo cómo estoy? Nadie me lo pregunta. Puede que él lo demuestre pero a mí también me molesta esta situación. Yo también estoy dolida y mucho. Confié en él, Lydia.
—Es que no sé lo que pasó entre vosotros para que estéis así. Blake no me lo ha querido decir.
—Me mintió con un tema muy importante para mí. Me conoces, sabes que odio las mentiras. Y él también lo sabía. Tenía que saber que no lo perdonaría, no tan fácil al menos.
—¿Tan importante era esa mentira?
Mi mirada fue demasiado clara ya que no insistió más. No podía decirle que Blake era un hombre lobo y que me lo había estado ocultando, porque si lo digo, también tendré que confesarle que yo soy un hada y que West Salem estaba lleno de criaturas sobrenaturales.
—Mucho —murmuré después de unos segundos.
—Seré sincera, Aerith. Parece que Blake y tú estáis hechos el uno para el otro. Ya te he dicho la forma en la que te mira y no es solo eso... seguro que hay más. ¿Me equivoco?
—Sé más específica.
—Yo nunca conocí a su familia, ¿y tú? —no respondí y mi silencio fue una respuesta para ella—. Me lo imaginaba. Yo nunca los conocí, siempre ponía todo tipo de excusas. A Zara sí, pero Zara es odiosa. —Asentí porque era verdad, no soportaba a la hermana de Blake—. A mí nunca me dijo que me quería. Nunca. Era como un tema tabú para él. Eso y el de la familia y contigo ha roto esa barrera, has conocido a su familia y te ha dicho que te quiere.
—¿Cómo sabes que me ha dicho que me quiere?
—Porque está enamorado de ti. —Lydia puso los ojos en blanco—. Es obvio que lo está. Puede que te haya mentido y que tú estés molesta, pero dale otra oportunidad, Aerith.
Estaba cansándome de la situación y de que nadie me entendiese.
—¿No deberías estar de mi parte? Eres mi mejor amiga.
—Yo estoy del lado en el que tú seas feliz. Y con Blake eras feliz, tenías una sonrisa preciosa cuando estabas a su lado aunque intentaseis disimular en el instituto. Que gracias por eso, sé que lo hacías por mí.
—No con mentiras —murmuré y me froté las manos—. Con mentiras no soy feliz. Todo lo que teníamos era una mentira, Lydia. No puedo pasarlo tan fácilmente. Lo siento.
Lydia no dijo nada más del tema, lo que agradecí ya que parecía que no servía de nada negarle que Blake y yo no fuimos nada más que amigos, y nos dedicamos a hablar de otras cosas mientras veíamos películas románticas, muy a mi pesar.
Aprovechando que estábamos tranquilas, me reconoció que ella y Matthew habían avanzado mucho en su relación, aunque tenía la sensación de que no lo conocía del todo, que había algo que le ocultaba y que se moría por saber qué era.
Horas más tarde, Lydia me llevó de nuevo a mi casa y me despedí de ella con un abrazo, hablar con ella me había ido muy bien. Seguía firme con mi postura, pero estaba viendo quizá otro puntos de vista.
Cuando estaba con mi amiga, me había llegado un mensaje del señor Fitzgerald en el que me decía el sitio donde quedábamos y a qué hora tenía que estar ahí.
Sin decírselo a mi madre, pero sí a las gemelas, ya que no quería que se preocupasen, volví a marcharme, esta vez con el coche a ese punto en el que ya estaba el señor Fitzgerald esperándome apoyado en el capó del suyo.
—Buenas noches, Aerith —saludó con una sonrisa y yo hago lo mismo—. Toma. —Se sacó el jersey que llevaba y me lo entregó—. Póntelo.
—¿Por qué?
—Tu aroma es una delicia, te lo he dicho más de una vez. Es demasiado atrayente. Tenemos que camuflarlo de alguna manera y si te pones mi ropa se camuflará un poco, o eso es lo que espero.
El jersey olía a él, lo noté con solo cogerlo. No solo a la colonia que solía usar, a la que ya estaba más que acostumbrada, sino que olía al señor Fitzgerald, no sabría cómo explicarlo, solo sabía que me gustaba su aroma.
—¿Te gusta cómo huele? —Levanté la vista para encontrármelo mirándome con una sonrisa, no me había dado cuenta de que había estado tanto tiempo prendada con la pieza de ropa.
—Lo siento —me excusé mientras me ponía el jersey.
—No te preocupes —comentó aún sonriendo—. Espero que funcione.
—Y yo también lo espero —asentí con esperanza—. No quiero que por mi culpa algo salga mal.
Empezó a caminar y le seguí intentando ser lo más sigilosa posible. Estábamos en uno de los límites de la ciudad en el que el hospital no estaba a más de tres kilómetros de distancia. El señor Fitzgerald iba arrugando la nariz cada poco tiempo a medida que caminamos, estaba tan concentrado que no quería molestarlo por si estaba haciendo algo importante.
—Huelo sangre —susurró. Antes de que pudiese contestar, me cogió en brazos y avanzamos a velocidad sobrenatural hacia un callejón que oscuro—. Aquí el olor es más fuerte —dijo mientras me bajaba al suelo—. No bajes la guardia.
—No, no lo haré.
Fuimos poco a poco hasta que entre unos contenedores de basura el señor Fitzgerald encontró a una chica rodeada de un gran charco de sangre.
—La han atacado —murmuró y noté como se mordía el labio mientras miraba la sangre—. Y es reciente.
—Señor Fitzgerald, si es complicado para usted aléjese de ella, yo la ayudo —me ofrecí por si la cantidad sangre era una tentación para él.
—Puedo soportarlo —aseguró mientras le tomó el pulso a la chica—. Sigue viva.
—Tenemos que ayudarla entonces —apremié con urgencia—. Usted puede llevarla con su velocidad de vampiro y...
—Espera.
Con un gesto sutil me pidió que bajase la voz y sacó su móvil para escribir y luego enseñarme: "nos están observando".
Levanté la vista para ver si encontraba quién nos estaba esperando, pero no lo encontré hasta que el señor Fitzgerald se movió de forma rápida y arrebató el corazón al que supongo que era un vampiro, que cayó al suelo muerto.
No obstante, vi que se relajaba antes de tiempo, que bajaba la guardia, que no estaba todo lo atento que debería estar después de pedirme a mí lo mismo. Ahí vi a un vampiro a punto de abalanzarse sobre él para atacarlo con una gran sonrisa.
Y actué sin pensarlo mucho. Lancé una bola de fuego con toda la rabia que pude, que impactó en el pecho del agresor atravesándolo y dejándole un gran hueco en esa zona; matándolo en el acto.
—Acabas de salvarme la vida —verbalizó el señor Fitzgerald sorprendido.
—Lo sé —sonreí con arrogancia—. Supongo que ahora estamos en paz.
—Supongo que sí. —El señor Fitzgerald también sonrió y me guiñó un ojo—. Gracias, Aerith.
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