Capítulo Treinta y Siete


Parpadeé varias veces en un intento de que cuando volviese a abrirlos, no viera lo que tenía delante de mí.

No podía ser cierto; no me creía lo que acababa de ocurrir, Hebe no estaba muerta, me negaba a ello.

Bajé la mirada para ver su cuerpo sin vida, tirada en el suelo, y... y sin vida.

No supe cómo reaccionar, no lo procesé ni fui capaz de hacerlo, ni cuando vi que sus ojos azules seguían abiertos, aunque no tenían expresión alguna, estaban inertes y no eran sus ojos... No eran los ojos de mi Hebe.

Estaba llena de sangre, tanto su ropa como su piel, incluso su pelo dorado ya no era de ese color, tampoco brillaba ni resplandecía.

Mi pequeña hermana, mi hermanita, estaba muerta.

No quería creer que eso fuera cierto; me negaba a hacerlo.

Y quien la había asesinado había sido nuestro padre, la persona que en teoría tenía que defendernos de cualquier cosa y querernos.

En teoría.

Tanto Hebe como Febe más de una vez me habían preguntado pequeños detalles acerca de él y yo les contaba los buenos recuerdos que tenía, que no eran pocos. El padre que yo recordaba no tenía nada que ver con esto y mucho menos hubiese matado a una de sus hijas sin motivo alguno.

Jake la había matado, sin titubear, sin dudar, la había asesinado a sangre fría y en su cara no se veía ni una pizca de arrepentimiento.

¿Qué persona en su sano juicio mataba a su propia hija? Sin ningún tipo de motivo o explicación. Había accedido a ir con él, siempre y cuando dejase a mi familia en paz. Y sabiendo esto había matado a mi hermana. ¿Por qué?

¿Qué ganaba con esto?

Un silencio extraño se instauró en la habitación, solo interrumpido por las carcajadas sin sentido de Jake y algún que otro sollozo en voz alta por parte de Febe, que era incapaz de aguantar su dolor.

¿Cómo debía sentirse ella? Le habían arrebatado a su hermana gemela, le habían quitado su mitad. Siempre había pensado que entre ellas había una relación especial que yo nunca entendería, se entendían con solo una mirada o un gesto. Ya no tendría a una persona igual a su lado, no tendría esa persona que la comprendería mejor que nadie en el mundo. Le habían arrebatado su otro yo sin ni siquiera darle tiempo a despedirse.

—Qué trágico, ¿verdad? —se mofó Jake lamiendo la sangre de sus manos—. En fin, nos vamos, Aerith.

La sangre me ardía, estaba llena de rabia y pretendía que después de asesinar a mi hermana me marchase con él.

—No —conseguí articular en voz baja después de mucho esfuerzo sin dejar de observar a Hebe. No podía dejar de mirarla con la esperanza de que todo fuera una mentira, que quizá se levantaría... Pero estaba intentado engañarme a mí misma.

—¿Qué has dicho? Creo que no te he escuchado bien, hija.

—He dicho que no.

—Aerith, el que tiene el poder soy yo, ¿recuerdas? Tengo un ejército de vampiros dispuestos a hacer lo que yo les ordene y os superan en número—habló aún con el tono jocoso—. Vas a venir conmigo quieras o no. No tienes opción, de hecho nunca la has tenido.

¿Y si no la había tenido nunca por qué había asesinado a mi hermana?

—No voy a ir contigo a ningún lado.

—¿Quieres que mate a alguien más? —preguntó y se rio otra vez—. No me importaría, la otra mocosa no para de llorar y hacer ruidos molestos, es insoportable. Quizá debería callarla. —No reaccioné ante sus palabras, seguí mirando el cuerpo inerte de mi hermana y, por fin, empezaron a salirme lágrimas de los ojos, asimilando a mi manera que estaba muerta—. ¡Mírame cuando te hablo! —exigió y en ese grito se denotó su locura.

¿Quería que lo mirase? Lo hice, alcé la vista con seguridad. Verde contra verde. Su locura contra mi rabia. Y al ver que en sus ojos seguía sin haber ni una pizca de arrepentimiento, solo mofa y diversión, no fui capaz de controlarme.

Estaba tan furiosa, tanto, que una sensación extraña me invadió, como si fuese yo misma de nuevo.

—Aerith... —me susurró mi madre.

La miré sin entender el motivo de que llamase mi atención.

—Cogedla, nos vamos a ir ya —ordenó Jake.

—¿Y no me vas a llevar a mí? —Gael habló y lo hizo para ganar tiempo. Por mucho que me hubiera utilizado, y nada hubiese sido real entre nosotros, sabía que mis hermanas eran las personas más importantes de mi vida y estaba intentando concederme unos minutos más para despedirme de algún modo aunque fuese.

—No, aún no. Kier se encargará de ti, no le voy a quitar eso, será su honor. Después de todo os conocéis muy bien, ¿verdad, Gael? —Jake rio de nuevo—. O si no Aerith te matará, ¿verdad que sí, hija mía?

—Has matado a Hebe —murmuré en voz alta por primera vez.

—¡Supéralo! Un hada del bosque menos, ¿sabes la cantidad que hay de esas? Nadie la echará de menos. Además era una mocosa insoportable.

—Yo la voy a echar de menos.

—Porque eres demasiado emocional, hija. Tranquila, después de todo lo que te haremos Kier y yo no sentirás nada, ni bueno ni malo. Serás una máquina de matar sin emociones. Ni siquiera te acordarás de... —se calló—. ¿Esta cuál era?

—¿De verdad no te arrepientes de lo que has hecho? —gruñí—. Has matado a tu hija, ¡tu hija!

—Lo he dicho antes, por conseguir lo que quiero sería capaz de matar a mis hijas. ¡Y lo he hecho! —Sus carcajadas hicieron que cada vez estuviera más y más enfadada—. Cogedla, nos vamos ya. Me estoy cansado de todo esto. —No facilité eso, me intentaron levantar pero apartaron la mano lo más rápido que pudieron—. ¿Qué hacéis? —gruñe Jake—¡He dicho que la cojáis! ¡Levantadla a la fuerza si es necesario!

—La chica quema —respondió uno de los vampiros—. No podemos tocarla. Está abrasando.

—Si la tocamos perderemos las manos —añadió otro—. Tiene la temperatura corporal muy elevada.

—Eso es imposible, no puede quemar. —Jake se acercó a mí e intentó tocarme pero también apartó la mano de forma brusca—. ¿Qué estás haciendo?

—Has matado a Hebe —repetí de nuevo sin contestar a sus preguntas.

Seguí sintiendo tanta rabia que me dejé llevar. Había algo más, como si algo dentro de mí estuviese despertando. Ya no me sentí vacía, me volví a sentir poderosa, fuerte e... invencible.

Cerré los ojos y cuando los volví a abrir ya no era la Aerith humana, me había transformado en hada, dejándome llevar por mis instintos.

—Esto no es posible —habló Jake—. ¡Atacadla! ¡Inmovilizadla!

Con solo una mirada, los vampiros que se aproximaban a mí entraban en llamas, no me hacía falta ni hacer gestos, ni invocar el fuego, solo con una simple mirada quedaban calcinados, sin esfuerzo, sin pensar. Solo con una mirada.

No parpadeé, maté a cada uno de los vampiros que había presentes mientras las lágrimas me caían por la mejilla.

Quería venganza y esa pasaba por matar al que había matado a mi hermana, por matar a mi padre.

—Eres más fuerte de lo que creía —Jake interrumpió lo que estaba haciendo, cruzándose en mi camino—. No me das miedo, no sé cómo te has podido transformar ni usar el fuego pero se acabó, Aertih. Sigo teniendo un ejército más grande que tú. No me importa que uses el fuego o tus trucos.

—Arrepiéntete. —Mi voz sonó ronca de lo habitual y no había ningún tipo de emoción en ella.

—¿De qué?

¿Lo preguntaba de verdad? ¿No lo pensaba ni por un momento?

Y su indiferencia aumentaba mi rabia.

—¡De haber matado a mi hermana!

Jake se rio, por enésima vez, tanta risa solo me enfadaba más, ¿no se lo tomaría en serio? Con un gesto de mano abrí la puerta de un golpe seco y miré a mi madre.

—Idos de aquí —ordené.

—Aerith... —mi madre intentó hacerme reaccionar.

Pero era ya tarde, había pasado el punto de retorno.

—Idos —repetí—. Todos vosotros. —Al decir esto me fijé por unos segundos a Blake y a Gael—. Esto es entre Jake y yo.

No esperé que me hicieran caso, con otro gesto hice que empezaran a moverse, dejándome llevar por mis impulsos.

Mi madre, no muy convencida por la forma en la que me miró, se marchó casi obligada por el señor Lycaon, quizá porque empezaba a generarse fuego a mi alrededor sin control.

—¿Crees que podrás contra mí y contra mis vampiros? —me retó Jake—. Qué equivocada estás, aquí hay vampiros con más años de los que te puedas imaginar. No podrás con ellos. Vendrás conmigo, aunque estés medio muerta, lo harás.

—Solo me interesas tú —aseguré e hice que el fuego empezase a propagarse por la casa vigilando que no tocase el cuerpo de Hebe—. Los demás, no me importan.

—Estos vampiros morirán para salvarme la vida, no podrás contra mí. No seas estúpida.

—Entonces van a morir todos ellos. —Sentí casi las mismas sensaciones que el día que perdí el control con mi madre. No era consciente de lo que hacía, me movía sin pensarlo, solo haciéndolo, esquivando los golpes de los que intentaban atacarme sin inmutarme, de forma ágil, si no supiera que no tenía alas diría que estaba levitando, casi volando. Y a cuanto más los quemaba, menos me sorprendía e de ver cómo muchos de ellos huían a toda prisa para salvar sus vidas—. Después de todo, pese a que son fieles a ti, valoran más su vida que tu seguridad. Gracioso, ¿verdad, papá? —Me enfrenté de nuevo a los ojos verdes de Jake, y ya no había locura, ya no había esa excentricidad. Solo vi temor, pánico, terror de que acabase con su vida. Y lo disfruté—. Nunca voy a perdonarte por que has hecho —aseguré mientras me acerqué aún más a él—. Nunca olvidaré lo que le has hecho a Hebe.

—Aerith, por favor—suplicó.

—¿Tú has tenido compasión con Hebe?

—Lo siento, de verdad que lo siento —dijo sin sentirlo, ni siquiera me miraba al hablar.

—Mientes —Fui yo la que se rio—. ¿Crees que voy a creerte?

—Bien que haces —sonríe—. Volvería a hacerlo una y otra vez.

—Vas a sufrir por lo que has hecho, Jake.

Le toqué con la mano su mejilla derecha de forma sutil y luego la aparté, poco después esta empezó a arder, el fuego se propagó poco a poco, porque así lo quería, por toda esa parte de la cara y él chilló de dolor.

Iba a tener una muerte muy dolorosa.

—¡Por favor!—pidió como pudo—. Tú no eres así, te he visto estos años.

—Poco me importa lo que pienses de mí.

Cuando estaba dispuesta a quemarle otra parte del cuerpo, deleitándome en su sufrimiento, noté algo en la espalda y luego un dolor intenso, tanto que caí al suelo y se me nubló un poco la vista. Uno de los vampiros que estaban en la casa se llevó a Jake a toda prisa, supongo que él me había atacado.

Perdí el poco control que me quedaba, ver cómo Jake se iba sin recibir su merecido lo hizo. No pude vengar a mi hermana, no pude hacerle sufrir lo que merecía.

Las llamas empezaron a propagarse por toda la casa y yo me acerqué al cuerpo de Hebe para ponerlo en mi regazo y acariciarle el pelo de forma suave.

—Lo siento tanto, Hebe —murmuré con un nudo en la garganta, en lo que era una despedida—. De verdad que lo siento muchísimo. Nunca quise esto. Todo es mi culpa, si yo no hubiese querido investigar más, nada de esto hubiera pasado... Quizá estaríamos en otra ciudad y tú estarías sonriéndome mientras me pides jugar. Y no he podido, no he podido hacérselo pagar.

Las lágrimas cayeron encima del cuerpo de mi hermana y cierro los ojos para no mojarla. El fuego empezó a rodearnos, pero no me importó, si tenía que morir consumida por mi poder con mi hermana en brazos, que sea fuera así.

Me lo merecía, todo esto era mi culpa.

No obstante, el fuego no llegó nunca. Abrí los ojos y vi a Matthew en la puerta lanzando agua con las manos.

—¡Aerith, sal de aquí, maldición!

Al ver que no reaccioné, se acercó a mí cubierto por una ligera capa de agua para no quemarse, cuando estuvo a mi lado me arrebató a Hebe de las manos.

—¡No! —quise quemarlo pero solo salió vapor de ese ataque.

—Aerith, no sigas con eso —pidió de forma suave—. No podré resistir mucho tus ataques de fuego. Piensa en una cosa, ¿crees que tu hermana querría esto? No puedes quitarle la oportunidad a tu madre y a Febe de despedirse de ella.

Tenía razón, quizá por eso lo seguí fuera de la casa que cada vez estaba más consumida por las llamas. Al salir dejó el cuerpo de Hebe en el suelo y me miró, sus ojos ya no eran marrones, eran azules.

—¿Eres un hada?

—Ahora no es momento de eso.

Mi madre vino corriendo para saber cómo estaba y se fijó en al cuerpo de Hebe.

—¿Charles? —preguntó al ver a Matthew.

—Ese es mi padre —respondió el aludido..

—¿Eres el...?

—Sí, hola, tía Camille. Antes de que me reproches nada Aerith, yo nunca te he mentido, solo he omitido la verdad —se adelantó—. Vine aquí porque el abuelo escuchó que estabais de vuelta a West Salem, quería comprobar si eran ciertos los rumores y el hada de fuego era una Ignis.

—No voy a ir a ningún lado...

—Piensa una cosa, aquí no estás segura. No pueden protegerte y no controlas tu poder. Si vienes conmigo al reino de nuestra familia podrás aprender a usarlo.

—No puedo abandonar a Febe aquí...

—Debes hacerlo —sentenció mi madre—. Debí haberlo hecho yo hace muchos años, volver aunque mi vida corriese peligro. Deberías haber crecido ahí, aprendiendo a usar tus poderes...

—Pero...

—Nos quedaremos aquí Febe y yo. Todo el mundo pensará que hemos huido contigo y...

—Si me voy no podré protegeros —susurré mirando a Febe.

No podía pasarle nada a ella, no después de esto.

—Las protegeremos nosotros —habló el señor Lycaon—. Confía en mí.

—No lo hago, no confío en nadie —gruñí—. No debí fiarme de ninguno de vosotros.

—En mí sí deberías —terció Matthew—. Cuanto antes nos marchemos, mejor...

—No —negué mientras me agaché para abrazar a Febe que lloraba desconsolada mirando a su hermana.

Lo único que me importaba era estar para Febe.

Para lo demás ya habría tiempo.

Al igual que para mi venganza.




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