Capítulo Treinta y Cuatro
Si un año atrás me hubieran preguntado si me había planteado alguna vez matar a alguien, hubiese respondido un no de forma rápida y contundente. Ni siquiera se me había pasado esa idea por mi cabeza, era algo que no iba conmigo.
O eso pensaba.
Eso había cambiado, si tenía que matar lo hacía sin ningún tipo de duda ni remordimiento. El vampiro que estaba en el suelo no era el primer vampiro que asesinaba y no sería el último. Lo volvería a hacer si de ese modo le salvaba la vida al señor Fitzgerald. Tenía una deuda por todo lo que había hecho por mí y luego estaba que a mí él me importaba.
En el transcurso de los meses había conocido una faceta suya distinta, una que me gustaba mucho. Era mucho más amable de lo que en un primer momento creía, divertido, atento e inesperado...
Inesperado porque yo me sentía a gusto con él, cómoda y el tiempo se me pasaba de forma rápida y ya no tenía esa sensación de peligro al estar a su lado, todo lo contrario, me sentía a salvo.
Y eso no me había ocurrido nunca con nadie.
—Deberíamos ir a ver a la chica —murmuró el señor Fitzgerald—. Si no fuese por esos vampiros que nos han atacado...
—Cierto.
Nos acercamos a la chica y miró si tenía pulso. Asintió de forma leve al ver mi mirada interrogativa, estaba viva.
Ver a esa chica que no conocía de nada, que debía tener más o menos mi edad, en ese estado, me enfureció de tal forma que por un momento creí que perdería el control.
Un humano no tenía ningún tipo de opción al luchar contra una criatura sobrenatural, menos contra un vampiro, a no ser que conociese el mundo sobrenatural y que estuviese entrenado para la ocasión.
Si no estuviera tan enfadada como lo estaba con mi madre, y no me quisiera llevar a las gemelas lejos de aquí, intentaría acabar con cada uno de los vampiros de esta ciudad para convertirla en un sitio seguro para todos aquellos que no podían defenderse, pero era una misión casi imposible.
Eso sí, hasta que me fuera de la ciudad acabaría con cada uno que se cruzase en mi camino o hasta que encontrase a los gobernantes que iban tras de mí. Alguien tenía que proteger a los humanos; y esa iba a ser yo.
—Hay que llevarla al hospital —dije muy seria, mirándola por si la reconocía del insitituo—. No creo que resista mucho tiempo así.
—No podemos llevarla al hospital —rebatió el señor Fitzgerald—. No con estas heridas, los profesionales harán preguntas.
—¿Por qué no? ¿No puede usar esa dominación que tiene? ¿Hacerles creer lo que no es?
—No es tan fácil —negó de forma sutil—. Además, en el hospital hay otras criaturas sobrenaturales, no sé si lo sabías. —Asentí, eso sí lo conocía—. Creerán que lo he hecho yo y no me conviene para nada.
—¿Por?
—Porque no quiero hacer enemigos innecesarios.
Alcé una ceja al escucharlo, eso me interesaba, pero no era el momento de preguntar.
—No podemos dejarla aquí, va a morir desangrada.
—Hay un lugar al que la podemos llevar —dudó un poco al decirlo, como si no le gustase la idea—. Pero no sé si es lo mejor...
—¿Es un lugar peligroso?
—No, ni mucho menos. No te llevaría a un lugar peligroso, Aerith. Nunca —remarcó.
—¿Entonces?
—Es complicado.
Todo lo era, o parecía serlo últimamente.
—Tenemos que que salvar a esta chica, señor Fitzgerald —insistí. —Por su expresión, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, no estaba muy convencido, que seguía meditando la idea de salvarla o no. Hasta que se agachó para coger a la chica en uno de sus brazos y antes de que pudiese reaccionar, también me agarró, arrastrándome a su velocidad sobrenatural. Se detuvo delante de una casa medio derruida entre edificios abandonados—. No entiendo nada —admití incapaz de quedarme callada cuando el señor Fitzgerald me soltó.
—¡Mia! —chilló sin hacer caso a mis palabras mirando la puerta—. ¡Mia!
Segundos después, de la casa derruida salió una mujer de no más de veinticinco años, o eso aparentaba, de piel pálida casi tanto como la del señor Fitzgerald, pero de un matiz diferente, la suya daba la sensación de que resplandecía bajo la luz de la luna.
No habló, se quedó quieta, observándome de arriba abajo con unos grandes ojos grises, casi tan fríos como el hielo, que me pusieron nerviosa.
Sin dejar de mirarme, se apartó con un gesto su larga melena negra del rostro y, por fin, se centró en el señor Fitzgerald.
—¿Qué haces aquí, Gael? —preguntó y me sorprendió escuchar su tono de voz: fino, pausado pero lleno de autoridad.
—Necesito tu ayuda.
—Lo veo —contestó y clavó sus ojos grises en la chica inconsciente en sus brazos—. Supongo que no habrás sido tú, ¿cierto?
—No, no he sido yo.
—¿Por qué debería ayudarte? ¿Qué gano yo a cambio?
—Mia, es humana. Una chica humana sin culpa de nada que ha sido atacada por un vampiro.
—Que esos vampiros estén aquí es culpa de la chica de tu lado —espetó sin emoción, no se trataba de un reproche—. ¿O me equivoco, hada de fuego?
—¿Cómo lo sabe? —quise saber un tanto sorprendida.
No había abierto la boca ni había hecho algo para que lo supiese, mi intención era pasar desapercibida si de ese modo la chica se salvaba.
—Tu olor es diferente, destacas sin quererlo, por eso sé que eres un hada, demasiado dulce para ser humana. Y tu aura es inconfundible, está llena de matices y de fuerza.
—¿Aura?
Ni sabía de lo que me hablaba, ¿eso siquiera existía?
—Tenías razón, Gael. La chica no sabe nada de nada. La mayoría de criaturas sobrenaturales tenemos un aura, cada especie una característica. Y las de las hadas de fuego son una maravilla de ver, son preciosas. He visto muy pocas porque las ocultáis para que no os detecten con tanta facilidad, pero a ti nadie te ha enseñado, la puedo ver sin ningún tipo de problema. Está casi al mismo nivel que la de...
Se calló de repente y apreté los labio, acababa de reconocer que el señor Fitzgerald y ella habían hablado de mí.
¿Y de quién hablaba? ¿Por qué no decía el nombre?
—Aerith, Mia es una elfa.
Lo debió aclarar porque yo no entendía nada y se debía notar en mi expresión de incredulidad. Todo se me escapaba.
—No deberías haberla traído aquí, Gael —la mujer me ignoró—. Es peligroso.
—Estábamos juntos cuando hemos visto a esta chica. Se queda sin tiempo, lo estás escuchando. Sé que sí —la interrumpió—, escuchas su corazón latir cada vez más lento. ¿Quieres tener esa muerte en tu consciencia?
—No uses esos trucos conmigo. No funcionan —espetó sin titubear—. A mí no me influye que una humana muera, no es mi culpa.
—¿De verdad estás diciendo eso? —No pude quedarme callada ante esa actitud—. Si puedes curarla, deberías hacerlo. ¿Te cree más importante que una vida humana? ¿Crees que eres mejor que ella?
—Aerith... —el señor Fitzgerald no me dejó seguir— No sé si...
—Deja que hable —habló la elfa con una sonrisa—. Muy bien, hada de fuego, prosigue. Di lo que piensas. Te escucho.
—Es que ya he dicho lo que tenía que decir —contesté, no veía necesario añadir nada más—. Si puede curarla, debería hacerlo, es una persona inocente. No tiene la culpa de que unos vampiros hayan decidido alimentarse de ella, solo estaba en el sitio equivocado cuando no debía. Y si no la cura... prepárese.
Esto último lo dije sin pensar, sin ser consciente del poder que tenía un elfo o si tenía una probabilidad real. Había sido algo impulsivo.
—Es gracioso que me amenaces cuando no controlas tus poderes —se rio ella—. Tenías razón. —Miró al señor Fitzgerald—. Tiene un carácter casi tan volátil como el fuego. Y eso me gusta. Pasad, voy a curarla. Me has caído bien, hada de fuego.
Desapareció por la puerta y tanto el señor Fitzgerald como yo hicimos lo mismo. Al cruzarla, ya no era una casa derruida ni mucho menos, era casi como un palacio de lo majestuoso y grande que era la estancia.
—Déjala encima de la mesa, no quiero que se manche ninguno de mis muebles con su sangre.
—Mia...
—Aprecio mucho mis muebles, Gael. No puedo hacerle nada.
—¿Cómo puedes ser tan fría? —me interesé al ver su reacción—. ¿Comparas la vida de esa chica con uno de tus muebles?
—Los elfos son así —explicó el señor Fitzgerald mientras ponía a la chica encima de la mesa—. Sinceros y...
—¿Y?—insistió Mia—. A ver qué dices, Gael.
—Siempre me dices que estáis por encima del bien y del mal, ¿no? Que eso es lo que os hace estar siempre en el medio de las guerras, que no os importa nada más que vuestro propio bienestar.
—Exacto —afirmó y se puso a pronunciar palabras extrañas a la par que hacía gestos con las manos, haciendo que las heridas de la chica se cerrasen poco a poco—. Hada de fuego, ¿conoces la magia élfica?
—Me llamo Aerith.
—Me encanta su carácter. —Le guiñó un ojo al señor Fitzgerald y se rio—. Supongo que debo borrarle también la memoria, ¿verdad?
—Sí, por favor —pidió el señor Fitzgerald—. Cuando menos recuerde, mejor. Es adolescente, no va a servir de nada que conserve un altercado así, no sería feliz.
—De acuerdo —volvió a repetir palabras extrañas y con chasquido de dedos la chica desapareció.
—¿Qué has hecho con ella?
Mi voz fue más rápida que mis pensamientos, no entendía nada. ¿Cómo había podido desaparecer?
—La he enviado a su casa con magia élfica —respondió Mia—. Ahora largo de aquí. No quiero visitas inesperadas por culpa del olor del hada de fuego. De Aerith —corrigió.
—Muchas gracias por tu ayuda, Mia —murmuró el señor Fitzgerald—. Te debo una.
—No me lo agradezcas, te he ayudado por el carácter de tu amiga. Ya lo he dicho, me gusta. Hacía tiempo que nadie me retaba de ese modo...—sonrió con nostalgia—. Quizá lo mejor sería decir que nadie era así de inconsciente, pero eso es lo de menos.
—Gracias —repetí las mismas palabras que el señor Fitzgerald aunque daba la impresión que no quería escucharlas—. Sé que...
—No estoy de acuerdo con lo que estáis haciendo, te lo dije en su momento, Gael —volvió a hablarle solo a él—. Es demasiado peligroso y todo parece indicar que acabará por ir en vuestra contra.
—Lo sé —contestó de forma seco el señor Fitzgerald.
—Aún estás a tiempo de cambiar de opinión y lo sabes.
—Mia...
—Has sido toda una sorpresa, hada de fuego. —La elfa cambió de tema de forma brusca—. No me olvidaré fácilmente de ti, Aerith. Tenlo por seguro.
Chasqueó los dedos y una nube me envolvió. Por inercia, cerré los ojos y al abrirlos, ya no estaba en su casa, estaba delante del coche del señor Fitzgerald con él a mi lado.
—Típico de Mia —sonrió él mientras negó la cabeza—. Estas despedidas, esas palabras tan ella... y esta forma de echarnos de su casa. Te llevo a la tuya.
—¿No me dijo que encontrar a un elfo era muy complicado?
Necesitaba información, saber qué se había callado la elfa y la razón por la que parecía conocer tanto de mí.
—Lo es siempre y cuando no lo conozcas de antes. Mia podría decirse que es amiga mía de hace años, aunque no le digas nunca a un elfo que lo consideras su amigo.
—¿Por?
—¿No te has dado cuenta? —El señor Fitzgerald entró en el coche e hice lo mismo—. Tienen un carácter complicado. Hay que saber tratarlos y conocer qué palabras puedes usar o no. No ha sido inteligente amenazarla, Aerith.
—Solo quería que salvase a esa chica...
—Lo sé —me calmó—. Tu sinceridad es lo que ha hecho que la salvase. Es una de las cosas que más aprecia Mia, la sinceridad. Los elfos siempre lo son, aunque no sea lo correcto.
—¿Puedo preguntarle algo?
—Si es una pregunta relacionada sobre cómo conocí a Mia no la voy a responder.
—No es sobre eso —respondí de forma rápida y algo enfadada—. No me importa su vida privada.
Sí tenía curiosidad por cómo se habían conocido, cuántos años llevaban siendo amigos y la razón por la que habían hablado de mí.
Pero no lo preguntaría de forma tan directa porque no serviría de nada, con el señor Fitzgerald al menos no.
—A mí la tuya sí —sonrió y me guiñó un ojo para bromear—. Mucho mejor ahora sin el chico Lycaon persiguiéndote como un cachorro abandonado, aunque lo sigue haciendo, ¿verdad? Ahora es un alma en pena.
—¿Debería preocuparme esta obsesión que tiene conmigo? —le seguí el tono jocoso—. Primero intentando que aceptase su ayuda, luego siguiéndome por las calles y ahora sabiendo con quién paso el tiempo...
—No voy a negar que me preocupo por ti, Aerith. Cuanto más conozco de ti, más lo hago.
Esas palabras me desconcertaron, acaba de reconocer de forma indirecta que le importaba.
—¿Qué quieres preguntarme?
—¿Usted sabe algo acerca de alguno de los reinos de las hadas?
—¿A qué viene esa pregunta?
—Quiero irme de West Salem, quiero llevarme a mis hermanas lejos de aquí, son muchos peligros para ellas —admití y me encogí de hombros.
—¿Estás segura?
—Sí. No quiero para mis hermanas lo que he vivido, quizá ellas no tienen la misma suerte que he tenido. Quizá ellas no tienen un señor Fitzgerald para salvarlas.
—Sí, sé donde se encuentra el reino de las hadas más cercano a West Salem. Si quieres, cuando encontremos a quienes van tras de ti, te ayudaré a buscarlo.
—¿Se refiere a acompañarme a mí y a mis hermanas?
¿Por qué se acababa de incluir?
—Sí —afirmó, mirándome fijamente a través del retrovisor interior—. No voy a dejarte ir sola, es demasiado peligroso.
—No tiene por qué hacerlo, tiene su vida aquí.
—No me harás cambiar de opinión. —El señor Fitzgerald negó con la cabeza—. Ya estamos en tu casa. Nos vemos mañana en clase, Aerith.
—Hasta mañana, señor Fitzgerald.
Nuestras miradas se cruzaron y para su sorpresa me acerqué para darle un beso en la mejilla de despedida.
Fue un acto impulsivo, no sabía la razón pero mi cuerpo me había pedido que lo hiciera y salí del coche.
Al llegar a mi casa, ignoré a mi madre y fui a darle un beso a las gemelas que ya estaban en sus camas casi dormidas.
—Buenas noches, Aerith —murmuró Hebe sin abrir los ojos.
—Buenas noches. Descansad.
•❥❥❥•
Cuando llegué al instituto sabía lo que pasaría, me había mentalizado y calmado para no perder los nervios. Blake estaría ahí y una parte de mí no estaba preparada para verlo de nuevo. Lo conocía lo suficiente para saber que querría hablar conmigo.
Y no me equivocaba.
—Aerith.
Tanto mi madre como Lydia no mentían, Blake estaba hecho un desastre. Sus ojos azules no tenían ese brillo habitual, debajo había unas claras ojeras y bolsas que denotaban que no había dormido mucho en estos días. Su voz había sido casi como un susurro, como si tuviese miedo de hablar conmigo.
—Hola, Blake —saludé mirándolo a los ojos. No me sentía culpable, no tenía motivos.
—¿Podemos hablar? —pidió luego de tragar saliva—. Por favor.
—No creo que tengamos mucho de lo que hablar.
—Has ignorado mis llamadas y mensajes. Solo quiero tener una conversación contigo.
—Intentarás convencerme de que me he equivocado, que no querías mentirme o cosas así —me adelanté a sus palabras—.Y yo ahora mismo necesito tiempo. Tiempo para asimilar... la verdad.
—No puedes apartarme de esta manera, te dije que te quería, Aerith. Te quiero. No puedo vivir sin ti.
¿Se pensaba que por volver a decirlo cambiaría mi opinión? ¿Que olvidaría como si nada lo que había ocurrido?
—Seguiremos siendo amigos, te lo dije. No tienes por qué ponerte tan dramático.
—¡Es que no lo entiendes! —gruñó—. ¡Te quiero! No puedes hacerme esto.
—Entonces no deberías haberme mentido —respondí lo más tranquila que pude.
—No lo entiendes —repitió—. No lo entiendes. —Empezó a respirar de forma muy acelerada y suspiré, conocía muy bien esa sensación, sus sentimientos le sobrepasaban, se estaba dejando llevar por las emociones—. Aerith, por favor... —me agarró de uno de los brazos y lo hizo con tanta fuerza que me dolió—. Por favor.
—Me estás haciendo daño —señalé sin dejar de mirarle a los ojos—. Quita tu mano de ahí.
—Tienes que dejar que me explique —pidió sin soltarme, casi fuera de sí
—Cálmate —le exigí—. Si no lo haces te transformarás en... lobo —susurré para que solo me escuchase él—. Y no queremos eso, porque si lo haces, yo voy a usar el fuego para defenderme, y tendremos un problema.
Blake me miró y por unos segundos, aparté la mirada de la suya, sus ojos expresaban demasiado dolor.
Con tiempo hablaría con él, solo necesitaba... tiempo.
¿Por qué no lo entendía?
—Colega, ¿no crees que la estás agarrando muy fuerte? —Matthew apareció de la nada y nos miró a ambos con una de sus típicas sonrisas burlonas.
—Matthew, no te metas en esto —contestó Blake de malas formas—. No sabes lo que está pasando.
—No, no lo sé. Tienes razón —concedió—. Pero agarrar a una chica de esta forma no me parece muy normal. Y más aún si parece que Aerith no está muy de acuerdo.
Hice que mi brazo tuviee una temperatura más alta de lo normal para que Blake me soltase. Al notarlo, lo hizo, me miró con reproche, asimilando mi gesto, lo que aproveché para irme lo más rápido que pude. No obstante, Matthew me siguió—. ¡Pelirroja! No te vayas sin mí, que te he ayudado, deberías agradecérmelo.
—Gracias por eso, aunque podía yo sola.
—Lo sé, ¿qué ha pasado entre tú y Blake? ¿Habéis roto?
—Ni siquiera estábamos juntos —corregí—. No te creas todo lo que escuchas o lo que te dice Lydia.
—¿Qué ha hecho? Porque está más que claro que ha sido él quien ha hecho algo mal.
Por fin alguien no daba por hecho que había sido yo la que había fallado en lo que sea que tuviese con Blake. Tanto Lydia como mi madre me habían culpado a mí cuando yo no había mentido al otro.
—Me mintió.
—Y tú, pelirroja, valoras mucho la sinceridad. Lo sé, te conozco. Por eso te soy sincero y no te miento en nada. Siempre con la verdad por delante, tú preguntas, yo respondo.
—Gracias por eso.
—Te acompañaré a clase, no quiero que lo pases mal. Te he visto la cara cuando te hablaba, no sabías cómo actuar o qué hacer. Así que me auto proclamo tu guardaespaldas hasta que yo quiera.
—No es necesario...
—¡Lo es! —se rio y pasó su brazo por encima de mi hombro provocando de nuevo esa corriente eléctrica que siempre aparecía cuando nos tocábamos—. Será divertido.
—Si tú lo dices...
—¡No seas negativa! ¡Será divertido!
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