Capítulo Treinta

Sabía que Blake escondía algo, lo sabía por la manera que tenía de hablar o por la forma en la que me mentía de forma deliberada.

Sospechaba de que no era humano, no podía dejar de pensarlo, sin embargo, tenerlo delante siendo lo que era, lo cambiaba todo.

Parpadeé varias veces en un intento de encontrar lógica a lo que veía, por si al volver a abrirlos no había un lobo en lugar de Blake.

No funcionó. Delante de mí seguía habiendo un lobo que luchaba contra los vampiros que aún estaban vivos.

Era ágil, muy veloz y se notaba que sabía lo que hacía, no paraba de morderlos, o lo intentaba al menos, para arrancarles partes de sus cuerpos No obstante, seguía estando en desventaja numérica contra ellos y eso me hizo reaccionar, no podía dejarlo luchar solo.

Aunque me hubiera mentido, porque era así, Blake me importaba como para dejarlo solo.

Me acerqué a los vampiros y empecé a luchar contra uno de los defensores que había, que me miró con sus ojos ámbar con una expresión de circunstancia. Uno a uno evitó mis golpes y también mis intentos de quemarlo con fuego. Estaba entrenado para hacer justamente eso, evitar cualquier ataque o posible peligro.

Me golpeó en repetidas ocasiones porque era muy rápido, en el estómago, en los brazos e incluso probó de morderme en un par de ocasiones.

De reojo observé cómo Blake, luchaba contra los vampiros, por si necesitaba ayuda.

Empezaba a estar cansada de la situación, no podía más, la situación me superaba, sobre todo anímicamente, quería acabar con ello y poder hablar con el que se suponía que era mi amigo para preguntarle el motivo de sus mentiras.

Me dejé llevar por la rabia, lo que el señor Fitzgerald me había remarcado más de una vez que no debía hacer, que tenía que ser racional y atacar pensando en los puntos débiles de los vampiros para aprovecharme de ellos, pero no pude hacerlo, no cuando escuché un aullido de dolor de Blake.

No perdí el control, dejé que el fuego fluyese a través de mí, sin dominarme, siendo yo la que tenía el poder real, siendo consciente de lo que hacía y donde estaba.

Uno a uno, los vampiros que quedaban empezaron a arder sin poder hacer nada. Intentaron huir, pero no servía de nada, las llamas iban con ellos, solo podían resignarse, aunque no lo hacían. ¿Quién aceptaba que iba a morir sin hacer nada? Y más aún cuando sabían que iban a sufrir, porque no estaba siendo compasiva, ni tenía intención de hacerlo.

No me inmuté con sus súplicas, solo me moví para que no pudieran alcanzarme.

Cuando supe que estaban muertos empecé a calcinar los cuerpos inertes, no quería que hubiese ningún tipo de prueba o evidencia de lo que había pasado aquí.

Después de eso volví a mi forma humana, ya no hacía falta que fuese un hada para dominar el fuego mejor de lo que hago. El lobo, o mejor dicho, Blake, se acercó a mí en un intento que lo acariciase, pero no lo hice.

En un primer momento no me había fijado bien en el aspecto que tenía, pero era un lobo precioso, casi de fotografía. Su pelaje era blanco con pequeñas motas de gris haciendo que no pareciese del todo albino. Sin embargo, lo que más me llamó la atención es que tenía los mismos ojos que cuando era humano, los mismos ojos con la misma expresión cuando me miraba intentando expresar con ella mucho más de que lo que decía. Eso sí, era un azul un poco más intenso y lleno de matices.

Lo miré y debería estar enfadada por su mentira; me había mentido durante todos estos meses sin ningún tipo de pudor o cargo de consciencia. Debería, porque no era cierto, estar enfadada sería lo fácil, lo sencillo, lo que creía que Blake esperaba que sintiese.

Pero no era así.

Lo que sentía se asemejaba más a una traición que a otra cosa, estaba decepcionada con él, dolida...

Eramos amigos, creía que estábamos progresando, llegando a forjar una relación de confianza más allá de lo simple. Con Blake, por mucho que siempre hubiese tenido dudas, era yo, me mostraba tal y como era.

No estaba enamorada de él, tampoco lo quería, eso era un sentimiento muy grande, demasiado incluso. No obstante, algo en mí no lo veía como a los demás. Había dejado que entrase poco a poco en mí en estos meses, que se metiera bajo mi piel y lo había conseguido. Por eso me dolía más su mentira, porque me conocía lo suficiente para saber que no podría dejarlo pasar.

Estaba tan decepcionada con él. Tanto, que no sabía si sería capaz de poder mirarle a la cara de nuevo.

Blake intentó de nuevo que lo acariciase, puso su cabeza bajo mi mano y me miró intentando buscar una reacción en mí, aunque la que estaba obteniendo no le gustaba, por lo que se alejó y se transformó de nuevo en humano.

—Aerith. —Alcé una ceja, estaba totalmente desnudo—. Cierto —comentó algo avergonzado —. Estoy desnudo. Suele pasar cuando me transformo. Lo siento. Dame unos segundos. —Me giré para darle la intimidad necesaria para que se vistiese, o para que se tapase al menos—. Ya, Aerith. — Me di la vuelta para ver que estaba a medio vestir, que ya llevaba pantalones.

—¿De dónde has sacado la ropa? —pregunté con curiosidad.

—Bueno, cuando eres un hombre lobo y no controlas mucho tu transformación tienes ropa por el bosque —explicó de forma sencilla—. Y sobre todo, después de la luna llena.

—¿Es normal entonces? ¿Estar desnudo después de la transformación?

—Para mi desgracia, lo es. —Blake acabó de vestirse y se acercó a mí—. ¿Te importaría?

—¿El qué?

—Mira, sé que ahora mismo debes odiarme porque te he mentido pero, me muero de frío, Aerith. Con el pelaje de lobo estaba abrigado. Sin embargo, al transformarme en humano otra vez he entrado en contacto con la nieve y...

Lo interrumpí poniendo mis manos en su cuello para hacer lo que me había pedido, aportarle el calor necesario justo como había hecho mientras veníamos. Sonrió cuando recuperó la temperatura e intentó acortar la distancia entre ambos para besarme, pero me aparté. No quería que me besase, no lo había querido antes y menos en esta situación.

—No, Blake. Tú mismo lo has dicho, debería odiarte —espeté, moleta—. Me has mentido. Durante todos estos meses lo has hecho y...

—Seamos realistas, Aerith. Si te hubieras fijado en las pequeñas cosas te hubieras dado cuenta de la verdad. No era tan difícil.

Tenía razón, siempre lo había sospechado y sabía que me mentía. Todo tiene sentido, todas sus actitudes extrañas, que no se preocupase por sus heridas, que se curasen solas de forma rápida, que no tuviese miedo de la manada de lobos que se había acercado a nosotros, que supiese tanto de las otras criaturas sobrenaturales... Normal, él lo era y su familia.

Con el golpe de realidad todo se veía claro.

—¿Sabes cuál es el problema? —Tragué saliva porque quería pensar bien lo que iba a decir—. Que sí, quizá tienes razón en que todo era bastante evidente, que todo indicaba que eras una criatura sobrenatural, que había actitudes tuyas que un humano no tendría. —Suspiré—. El problema es que yo no quise darle muchas vueltas, no quería pensar en eso más de lo que lo hacía. Porque eso significaría que de verdad me habrías mentido, que todo lo que habíamos vivido era una mentira y que...

—Nada de lo que he vivido contigo ha sido mentira, Aerith —me cortó y me miró fijamente—. Todo lo que he hecho contigo es porque quería hacerlo.

—¿Y debo creerte? Me has mentido —remarqué—. Lo has hecho sabiendo que odio que me mientan. Te he contado más de una vez la manera en la que me sentía cuando mi madre me mentía y tú...tú lo has hecho.

—Aerith, no es tan sencillo. Te dije una vez que no todo en la vida es blanco y negro, que también hay gris. Y de nuevo, esto es gris.

—Es la peor excusa que podrías haber dicho, ¿gris? ¿En serio?

Cada vez estaba sintiendo más emociones y no quería estallar, no quería perder el control, por lo que intenté acompasar mi respiración con inhalaciones y exhalaciones controladas.

Necesitaba saber el motivo real, la razón por la que me había mentido.

—Sabes bien que yo no quería mentirte. Te lo he dicho más de una vez, veías la forma en la que me dolía no poder decirte la verdad. ¡Quería hacerlo! ¡Quería contártela!

—¿Y por qué no lo hiciste?

—Porque no podía —murmuró, apretando el puño derecho. Estaba nervioso, se notaba—. No podía hacerlo. Te conté como era la jerarquía de los hombres lobo. El alfa es el que manda, tienes que obedecer al alfa en todo lo que él diga aunque no estés de acuerdo.

—Tu padre es el alfa, ¿no? —até cabos, siempre me decía que era su padre quien no le dejaba contarme las cosas que no sabía.

—Sí, mi padre es el alfa de la manada de esta ciudad y yo seré su sucesor algún día. Por eso tengo que obedecer a lo que me dice, aunque no esté de acuerdo, tengo que dar ejemplo a los demás miembros de la manada. Si el hijo del alfa desobedece a su padre, ¿qué tipo de alfa es? Le debo mi lealtad.

—¿Tu lealtad? —me reí, me resultó absurdo—. Patético.

—No lo entiendes porque no estás en una manada. Deberías tener la mente más abierta y...

—Basta con esta mierda, Blake. De verdad. Me estoy hartando. —Empecé a irme, no iba a decirme lo que quería saber, no habría una explicación que me convenciese, pero él me agarró de la mano.

—¿De verdad te vas a ir? —pregunta incrédulo—. ¿No quieres hablarlo? ¿No quieres saber la verdad?

—No estás diciéndome lo que quiero, solo dices excusas, te justificas... Me has mentido, no hay más —sentencié—. No hay una doble lectura o una posible confusión.

—¡Maldición, Aerith! —chilló y se pasó las manos por el pelo, frustrado—. ¿Puedes intentar ser racional y escucharme?

—Estoy siendo lo más racional que puedo ahora mismo para no perder el control, no quiero hacerte daño.

—¿Ves? Eso es que te importo y que...

—¡Es ese el problema! —Me detuve y lo miré—. El problema es que me importas, Blake. Por eso mismo estoy así. Dolida, decepcionada... —negué con la cabeza, no serviría de nada repetirlo—. Es igual.

—Entonces, ¿lo que sea que tengamos...?

—¿De verdad lo preguntas? —no podía creérmelo—. Piensas que después de esto yo... —Volví a negar con la cabeza—. No me conoces en absoluto.

—¿Crees que no sabía los riesgos? He discutido con mi padre por esto muchísimas veces. Pero no puedo perderte, Aerith. Por favor... no puedo hacerlo.

—Blake, déjame ir —pedí, derrotada.

—No puedo dejarte ir, no así, yo te quiero. ¡Te quiero!

Me paralicé y no fui capaz de disimular la sorpresa por lo que acababa de escuchar. ¿Me quería? Eso era demasiado. Demasiado intenso, así como él.

—¿Me quieres? —conseguí formular después de unos segundos callada.

—Sí, te quiero. Estoy enamorado de ti.

Acompasé mi respiración para seguir teniendo el control. No me había gustado escuchar esas palabras de Blake, no era el momento.

Podían ser ciertas, porque dudaba de ello porque no confiaba ni me fiaba de él, pero que las dijese en una situación así solo era un mero intento para que no me marchase, una forma de hacerme sentir culpable por mi reacción. Yo no era la que me había equivocado, no era la que se debía sentir culpable.

—Antes has hablado de lealtad —espeté con rabia—. Lealtad a tu padre. —Asintió esperando a que siguiera—. ¿Y la lealtad a lo que sientes? No hablo de que seas leal a mí, porque eso sería una tontería. Hablo de la lealtad al sentimiento que tienes por mí.

—No lo entiendes —dijo muy convencido—. En una manada todo va más allá....

—Puede que no lo entienda, pero lo intento —bisbiseé en voz baja—. Puedo comprender que seas leal a tu padre, como alfa y como padre.... También deberías ser leal a lo que sientes, ¿no crees? Porque no dejan de ser tus convicciones y lo que elegirás en un futuro. Y si me quieres como dices, deberías ser leal a ese sentimiento y no mentirme.

Se quedó callado procesando mis palabras. Blake no era mío, ni yo era suya. Esto iba más allá de esta discusión, era su forma de ver la vida...

Yo en su situación no hubiera hecho lo mismo.

—No puedo perderte, de verdad que no puedo...

—No he dicho en ningún momento que me vayas a perder. No puedo desaparecer de tu vida, compartimos amigos en común y vamos al mismo instituto.

—Sabes a lo que me refiero.

—En ese sentido sí me has perdido —pronuncié y contuve las lágrimas. Era difícil afrontar lo que se venía, darme cuenta de que nunca seríamos los mismos y nuestra relación nunca iría más allá—. No puedo estar del mismo modo contigo sabiendo que me has mentido. No puedo confiar en ti —remarqué—. No puedo hacerlo. No sería capaz de estar y de actuar igual... Necesito tiempo, para pensar, para aclararme y saber qué hacer.

—Aerith, por favor —suplicó con la voz rota y lágrimas en los ojos.

—No hagas las cosas más difíciles de lo que ya son, por favor. Si no lo haces por mí, hazlo por ti.

Blake gruñó, segundos después ya no era humano, volvió a ser un lobo que me observó fijamente con los ojos azules durante unos segundos, y luego, aulló, lleno de dolor. Era desgarrador escucharlo.

Pero no cambié de opinión, no lo haría. Era fiel a lo que creía y pensaba, no podía perdonarle la mentira y menos a él. Por eso estaba tan dolida y decepcionada.

Y también estaba enfadada, no con él, sino con mi madre. Ella lo sabía. Y tanto que lo sabía. Si conocía al padre de Blake de antes sabía que era un hombre lobo. Por eso había aceptado que me enseñase a defenderme, porque sabía que con él estaba segura. Quizá por eso también le gustaba tanto que pasásemos tiempo juntos y lo aceptaba.

Pero ¿por qué no me lo había dicho? ¡Yo lo hubiera entendido! Si ella buscaba mi seguridad era normal que quisiera que tuviese al lado a una criatura sobrenatural.

Pero de nuevo una mentira. Otra más para la lista.

Tenía demasiadas cosas en las que pensar y no quería ir a mi casa, porque acabaría discutiendo con mi madre. Soltaría todo lo que me pasaba por la cabeza y no sería bueno por lo que fui a donde podía ser yo misma de verdad y donde sabía que no me mentirán.

—Aerith. —El señor Fitzgerald se sorprendió de verme ahí, en la puerta de su apartamento—. No te esperaba.

—Siento si molesto —me excusé—. No sabía a dónde ir...

—No molestas, Aerith. Pasa.

El señor Fitzgerald se apartó para que pudiese pasar y cuando lo hice, cerró la puerta. Ahí, delante de él, me rompí.

No puede aguantar más lo que sentía, estaba desbordada. Desde que había pasado lo de Blake tenía un nudo en la garganta que había podido controlar hasta ahora.

—Tranquila, Aerith. —Me abrazó e intentó tranquilizarme—. Sea lo que sea que ha pasado, todo irá bien.

No dije nada más, seguí llorando mientras el señor Fitzgerald me abrazaba. Me sentía segura, como si nada pudiese pasarme. Él tampoco hizo ningún comentario, solo siguió abrazándome sin preguntarme nada.

—Lo siento por eso —hablé una vez que había conseguido calmarme—. No era mi intención venir a llorarle.

—No te preocupes, no me importa —sonrió restándole importancia—. ¿Qué ha pasado? Si se puede saber y quieres compartirlo conmigo.

—Blake me ha mentido, otra persona que me miente y yo... Estoy harta.

—¿En qué?

—Es un hombre lobo. Aunque usted debe saberlo, ¿verdad?

—Sí, lo sé —confirmó—. Pero creía que te había dicho lo que era, tú me lo dijiste.

—Me mintió. Todo el mundo me miente, toda la gente que me importa lo hace y no puedo más.

—¿Qué te digo siempre? Tienes que intentar controlar tus emociones, si no, eres una bomba a punto de estallar, Aerith.

Su tono es tan conciliador, tan pausado... Está preocupado por mí de verdad.

—Lo intento y no puedo.... No va conmigo. Pero no he venido aquí para llorar, señor Fitzgerald, se lo he dicho antes.

—¿Entonces?

—Hoy me han vuelto a atacar, o a intentarlo. Esta vez ha sido un grupo más numeroso que las últimas veces. Mucho más organizado y con diferentes clases de vampiro. Había defensores, cazadores, rastreadores y guerreros.

—¿Cuántos?

—Once, todos muertos. Los he matado con ayuda de Blake, es por eso me he enterado de su... ya sabe.

—No estoy entendiendo nada, Aerith. No sé a dónde quieres llegar.

—Estoy harta de que siempre vayan tras de mí —expliqué—. Si esto hubiese pasado hace unos meses no hubiera podido luchar porque no sabía. Estoy cansada, señor Fitzgerald —admití—. Hay alguien que quiere capturarme, no sé quién. Puede ser Kier como dijo el vampiro que torturó aquí hace meses o puede ser otro que no sé ni el nombre. Y no puedo más con esta situación. Sé que los ataques no van a parar, que van a ir a por mí hasta que me capturen. Por lo que... ¿y si en lugar de que vayan a por mí voy yo a por ellos?

El señor Fitzgerald entornó los ojos, mi propuesta le tomó por sorpresa, como todo lo que estaba haciendo con él hoy.

—Aerith, eso es muy peligroso—susurró y sentí una leve caricia en la espalda disimulada—. Demasiado.

—Por eso estoy aquí. Para pedir su ayuda. Señor Fitzgerald, ¿me quiere ayudar?





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