Capítulo Diecisiete
Siempre me había considerado una persona impulsiva.
Desde pequeña había sido así, no pensaba mucho las cosas antes de actuar o de decirlas en voz alta, solo me dejaba llevar por los impulsos del momento, por lo que sentía.
Y eso me suponía un problema cuando pensaba la situación frialdad. El último ejemplo era haber aceptado la ayuda del señor Fitzgerald. No es que me arrepintiese, no solía hacerlo de mis acciones, era solo que seguía sin fiarme de él. Eso no era suficiente para echarme atrás, tampoco lo haría, me gustase o no, era mi mejor opción para aprender a defenderme.
Después de aceptar su ayuda, el señor Fitzgerald se ofreció a acompañarme a casa y durante el trayecto intentó que me sintiera lo más cómoda posible a su lado. No ocurrió, me era difícil sentirme así cuando estaba con él, tenía la sensación de que había algo que se me escapaba.
A su lado no podía relajarme, aunque no era con el único que me ocurría, con Blake también era así. No sabía si era mi instinto de hada que me alertaba, que me advertía del peligro u otro motivo que desconocía.
¿Por qué los comparaba?
Ni yo misma lo sabía. No confiaba en ninguno, veía en ellos una forma de ser más fuerte, de poder defenderme. Sin embargo, entre los dos, quizá Blake era del que me fiaba un poco más, lo conocía más; o creía hacerlo.
Tampoco quería pensar mucho más de lo que debería en ello, lo más probable es que en poco tiempo dejase de verlos, tarde o temprano mi madre decidiría mudarse, como siempre.
—Buenas tardes, Aerith.
Tanto él como yo sabíamos que si nos veían juntos fuera del instituto podían empezar rumores absurdos sobre una posible relación entre ambos, unos que solo nos perjudicarían. Por eso acordamos que iría a su apartamento, según sus palabras solo yo sabía en lugar en el que vivía.
—Buenas tardes, señor Fitzgerald —saludé de forma seca. Seguir manteniendo las distancias con él me parecía lo más adecuado. Era una ayuda puntual, nada cambiaba.
—¿Por qué no me llamas por mi nombre? No hace falta tanta formalidad, ¿no crees? —Y alzó una ceja con picardía.
—Me siento mucho más cómoda si le sigo tratando de usted.
—De acuerdo. —Se movió tan deprisa por su apartamento que no fui capaz de seguirle con la mirada hasta que se situó a mi lado con varios libros en la mano—. Toma, supongo que querrás leerlos.
—¿Qué son? —Vi cómo me miraba lleno de incredulidad. Sí, mi pregunta había sido un poco estúpida—. Me refiero sobre qué tratan, sé que son libros —aclaré. Lo que me faltaba es que se mofase de mí.
—Son de mi colección privada, los he ido obteniendo a lo largo de mi vida, la mayoría hablan de vampiro —explicó—. Es por decirlo de alguna manera un registro que nosotros mismos hacemos sobre nuestras características o poderes especiales de cada clase de vampiro, lo ms destacable. —Asentí mientras lo escuchaba. Ya me había hablado de algo parecido, que no todos tenían el mismo poder de dominación que otros—. La mayoría están escritos en lenguas antiguas ya extintos, no creo que los entiendas...
—Si es latín, sé lo básico y siempre hay traductores por internet. Podría entenderlos.
—No es latín, Aerith —negó—. Y si lo fuese, sería uno más arcaico, de los que pocos humanos en el mundo conocen y saben interpretar, solo los expertos. Me refiero a lenguas mucho más antiguas: sumerio, arcadio, arameo...
—No lo entiendo, ¿por qué me los deja si no los entenderé?
—Fácil, yo te ayudaré con ellos. —Dejó los libros en una mesa y solo cogió uno—. Este está en nuestro idioma, lo he hecho yo.
—¿Usted?
—Sí, pero no está lo más importante —aclaró—. Preferí que los datos más importantes estén en un idioma que poca gente conozca.
—¿Por qué?
Tenía curiosidad por saber la razón de esa elección. El señor Fitzgerald era inteligente, no haría nada sin una causa lógica.
—Nunca se sabe cuando te pueden atacar —dijo en tono misterioso, como si fuese un aviso—. Mejor ser previsor, no es bueno que tus enemigos conozcan tus puntos débiles.
—¿Tan importante es lo que hay escrito?
—Ni te imaginas cuánto —afirmó siguiendo con ese tono tan intrigante—. El conocimiento es poder. —Cogió otro libro y me lo ofreció—. Este es para ti.
—¿Para mí?
—Sé que no es lo mismo que un libro que trate sobre la magia en nadas, pero soléis ser muy reservadas con esa información. Se sabe muy poco de lo que sois capaces de hacer o de vuestra forma de vida —inquirió—. Este es un libro de magia de los que usan los brujos principiantes cuando están aprendiendo. No es lo mismo que uno feérico, vuestros poderes no se parecen entre sí, pero por algo puedes empezar. —Lo hojeé de inmediato y pese a que no entendía ni la mitad de cosas, los hechizos relacionados con el fuego llamaban mi atención—. Este quiero que te lo quedes, si te ayuda ya tendrá un mejor propósito que estar en una estantería.
—Muchas gracias, señor Fitzgerald. —Estaba agradecida de verdad. Me había dado esperanza, una que estaba perdiendo poco a poco cuando no controlaba mi poder.
—No hace falta que me des las gracias —sonrió—. Sé que no es lo que necesitas, pero te puede resultar útil.
—Gracias —repetí y me contagió la sonrisa.
Él me miró a los ojos y por primera vez desde que lo había conocido le devolví la mirada sin miedo. Estaba intentando ayudarme a controlar mi don y lo creía, estaba siendo sincero. Sus ojos verde grisáceos me observaban, haciendo que tuviese la sensación de que lo estaba viendo a él, sin sus poderes de vampiro, sin lo que asumí que era una fachada, lo estaba viendo a él, a su yo real.
Y no me disgustó.
No parpadeé, seguí centrada en sus orbes y vi más en ellos de lo que había visto en otras ocasiones. Noté una sensación extraña al seguir nuestras miradas conectadas, una que no se asemejaba a nada que hubiese vivido antes.
Se había formado una conexión entre nuestros ojos, entre mi verde esmeralda y el suyo grisáceo.
Hasta que rompió el momento.
—Empieza la clase teórica, atenta a todo lo que te diga —dijo y todo se esfumó. Lo había hecho queriendo, su expresión le delataba, él también había sentido esa conexión y estaba tan extrañado como yo.
Escuché con atención todo lo que explicó. No profundizó demasiado, remarcaba que más adelante habría tiempo para hacerlo y que cada clase de vampiro tenía un punto débil, uno que debía conocer a la perfección.
Los nombró sin más: rastreadores, cazadores, guerreros, defensores, procreadores, alimentadores y gobernantes; los más antiguos de todos ellos.
—Y usted, ¿de qué clase es? —me interesé.
—Un vampiro cazador de vampiros dudo que esté bien aceptado como una nueva clase.
Había ignorado mi pregunta, ¿por qué? ¿Había sido casualidad?
—Pero si no fuera lo que es, ¿qué sería? —insistí.
—Eso es lo de menos, Aerith. —De nuevo había cambiado de tema—. Ese fue mi yo pasado. Cuando pude elegir, decidí dejar todo eso atrás. Lo importante es que sepas las clases de vampiro que hay, poco a poco sabrás diferenciarlos.
—De los que me ha explicado, ¿cuáles son los más peligrosos?
Si él no me lo decía de forma directa, haría mis suposiciones obteniendo la información de otro modo.
—Depende de la situación —murmuró, pensativo—. Quizá los gobernantes. Son los más antiguos, inteligentes y los que saben cómo manipular a los demás vampiros o a quién sea necesario para obtener lo que quieren: poder.
—¿Poder?
Por lo que sabía de la historia humana, el poder siempre había sido principal causa de las guerras o conflictos. Después de todo, pese a que los vampiros fuesen criaturas sobrenaturales no eran tan diferentes de los humanos. La ambición les cegaba.
—Sí, poder —contestó—. No obstante, son muy pocos y no suelen salir de sus aquelarres o dominios, protegiéndose. No se arriesgan a ponerse en peligro sin una causa beneficiosa para ellos.
—¿Se ha encontrado alguna vez con uno de ellos?
—Todo vampiro con más de cien años de edad es más que probable que haya conocido a alguien que trabaje con ellos, un descendiente o a uno mismo.
—¿Eso es un sí?
—Es un sí —confirmó.
En otras palabras, tenía más de cien años. Su edad seguía siendo un misterio que él no me había resuelto y que yo no conseguía descifrar.
—¿Y qué pasó? No creo que si descubren a lo que se dedica le dejen marchar...
—Los maté si es lo que te estás preguntando. No puedo arriesgar a que vengan a por mí Me gusta mucho mi vida, he conseguido establecerme en una buena ciudad y me gusta mi trabajo. West Salem es una ciudad agradable, aunque esté llena de otras criaturas sobrenaturales.
—¿Tantas? —Y mi madre decidió venir. Todo era tan extraño...
—Hay muchas criaturas sobrenaturales a tu alrededor, más de las que crees. Todos con forma de humanos, todos intentando pasar desapercibidos. Por eso es importante que aprendas a defenderte, que sepas usar tu fuego para que no se puedan aprovechar de ti...
Poco después decidí marcharme a casa con el libro que me había dado. Pensar que podría aprender un poco de control me hacía sonreír, estaba emocionada.
—¿Ha ido bien, cariño? —preguntó mi madre al verme.
Seguía enfadada con ella, pero le sonreí. Era mi madre, y aunque no la entendiese la mayoría de veces, por no decir nunca, era incapaz de alejarla tanto tiempo.
—No puedo quejarme. ¿Y las gemelas?
—Con su amigo Will y el hermano de este, el chico que vino el otro día.
—¿Blake? —asumí.
—Sí. Ha venido a por ti justo después de que te marcharas. Quería invitarte a hacer algo, no recuerdo qué...
—No lo sabía, no habíamos quedado.
—Quizá solo quería verte —dijo y me guiñó un ojo—. Es guapo, ¿verdad?
—Mamá...
—Solo digo que es guapo, nada más.
Empezó a reírse y me lo contagió, por lo que las dos estuvimos durante unos segundo riendo sin poder parar. Era agradable estar así con ella, ocurría pocas veces, sobre todo desde que habíamos llegado a la ciudad.
—Si necesitas algo, estaré en mi habitación.
Fui directa hacia el banco de la ventana, me senté, abrí el libro y leí todo lo que decía en el apartado de hechizos de fuego.
"Lo más importante es el control de las emociones. La magia relacionada con el fuego es de las más complicadas de dominar por la volubilidad del elemento. A más tranquilidad, mayor control."
Tenía sentido. Siempre que me había alterado o que no poseía un control de lo que sentía, el fuego salía de mis manos como si nada.
"Una vez que se tiene el control sobre las propias emociones, se debe canalizar el poder en un punto de referencia. Es importante que sea sin perder la concentración, si se pierde, el fuego se descontrolará."
Pasé el resto de lo que quedaba de día intentando asimilar esos consejos y poniéndolos en práctica. Sin embargo, estaba tranquila. No me servían de mucho esas técnicas si en un momento de necesidad no era capaz de usarlas.
Era impulsiva, emocional y muy visceral, por eso discutía tanto con mi madre, me dejaba llevar.
—Aerith, ven un momento, por favor.
Levanté la vista del libro y vi a mi madre. No dijo más, por lo que dejé el libro encima de la cama y la seguí.
—¿Qué ocurre?
—Quieren hablar contigo —se limitó a contestar con una gran sonrisa.
—¡Eso! —chilló Hebe—. ¡Quieren hablar contigo!
—¡Sí!
Febe y Hebe se miraron entre ellas con gran complicidad.
—Hola, enanas. ¿Quién quiere verme?
—Está fuera —indicó mi madre—. No tardes mucho en regresar, es tarde.
Salí por la puerta trasera y lo vi. Blake estaba apoyado en un árbol con la mirada alzada, observando el cielo de forma pensativa. El cielo estaba nublado, no se veía ninguna estrella, algo curioso, ya que por la zona en la que vivíamos ambos, al no tener tanta contaminación lumínica, se solían ver.
—No se ven las estrellas —comenté para hacerme notar. Al escucharme, bajó la mirada y me observó con el ceño levemente fruncido.
—Ni tampoco la Luna... —susurró.
—Prefiero las estrellas —remarqué—. Me parecen más bonitas y con mucha más historia detrás. La historia está llena de leyendas con relación a ellas, ¿conoces la de Altair y Vega?
—A mí me gusta más la Luna. Es tan hermosa a su manera...
—Blake, ¿quieres hablar de algo? —pregunté. No sé qué hacía aquí.
—¿Paseamos?
—No sé si a mi madre le parecerá bien.
—Tu madre sabe que conozco mejor el bosque que nadie, no te pasará nada. Confía en mí.
—No puedes pedirme eso, sabes que no lo hago.
—Entonces solo sígueme. Al menos vayamos un poco lejos de tu casa —pidió—. No sé cómo es tu madre, pero si esto ocurriese en la mía, si tú vinieras a hablar conmigo... —Negó con la cabeza ocultando una sonrisa—. Ella no se despegaría de la ventana para saber qué pasa.
—Tienes razón —admití—. Vamos.
No nos alejamos mucho, pero me llevó junto al río, a la zona que solía ir.
—Sé que te gusta este sitio —murmuró.
—Parece que me conoces un poco...
—Parece que sí —sonrió y se sentó, por lo que hice lo mismo—. Esta tarde he ido a por ti y no estabas.
—Podrías haberme enviado un mensaje, no tenía que saber que vendrías.
—No lo pensé —se encogió de hombros—. Sabía que Will quería jugar con tus hermanas, solo actúe sin pensar, quería verte.
—Querías verme... —volví a decir y él asintió—. ¿Por qué? Nos veremos mañana, te toca patearme el culo en las clases de defensa personal.
Era así, sentía que no aprendía nada a su lado. Blake con el mínimo esfuerzo me tiraba al suelo o esquivaba mis ataques con gran facilidad.
—Lo he dicho, quería verte. —No supe qué decir, por lo que me limité a escuchar los animales del bosque y la corriente del río—. Lydia no estaba contigo —añadió—. La he llamado.
—¿Todo eso es para saber dónde estaba o con quién? —espeté muy molesta. Con su actitud ya no me sentía cómoda—. Porque si es así, me voy. Odio que me controlen.
—Es peligroso que estés sola. Te lo dijo tu madre.
—Espera —le interrumpí—. Sí, lo dijo mi madre. A ella le hago caso, o debería hacerlo. A ti no. Además, no te importa si estoy bien o mal.
—Te equivocas.
—¿Lo hago?
Las nubes se habían disipado, no sabía cuándo, pero cuando miré a Blake la luz de la luna le iluminó el rostro, haciendo que sus ojos pareciesen más azules de lo que ya eran. Brillaban por sí mismos, brillaban bajo ese resplandor.
—A mí sí me importas, Aerith.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top