Capítulo Catorce

—¿Más fuerte?

—Mucho más fuerte —respondió con la respiración acelerada por el esfuerzo. Probé de hacer lo que me había dicho, pero era imposible, era incapaz de conseguirlo, no tenía la suficiente potencia—. Aerith —gruñó—. ¿Por qué paras? No te he dicho que lo hagas.

Le miré mientras intentaba no hiperventilar, algo que me estaba costando debido a lo agitada y cansada que estaba. Pese a mi inexperiencia, sabía que él también lo estaba, se notaba por cómo el pelo se le había despeinado, haciendo que le cayeran mechones por la frente y por cómo las gotas de sudor recorrían poco a poco su rostro.

—No puedo más —expliqué—. Estoy agotada.

—¿Qué creías? —se mofó con una sonrisa—. ¿Qué aprender defensa personal sería fácil o que no cansaría? Para aprender hay que sufrir y llevarte algún que otro golpe. Te lo digo por experiencia.

No sabía cuánto tiempo llevábamos aquí, en lo que era como un gimnasio al lado de la casa de Blake. Era una cabaña habilitada con todo tipo de artilugios para entrenar, algunos que ni me sabía su nombre. Y desde que habíamos entrado, Blake no me había dejado de presionar para que hiciera demasiadas cosas a la vez: golpear un saco de boxeo con todas mis fuerzas, saltar a la cuerda lo más rápido posible y al final, intentar golpearlo mientras evitaba cada uno de mis ataques.

—Al menos podrías no haber sido tan exigente, es mi primera vez, no sé nada de esto.

—¿Crees que he sido exigente? —negó con la cabeza con una sonrisa—. Podría haber sido mucho peor, me he controlado.

—¿Peor? —resoplé y arreglé la coleta alta que me había hecho al principio del entrenamiento, lo que hace que Blake frunza el ceño, algo que no entendí—. Ahora tendría que estar agradecida porque te has controlado, claro...

—Estoy intentando ponerte en situación. Si te están atracando de nuevo no van a ser buenos contigo, ni mucho menos. Irán a por ti —sentenció—. Buscarán tus puntos débiles, el factor sorpresa, haciendo uso de su superioridad e intentarán... —Se quedó callado de repente, como si estuviera hablando de más—... e intentarán robarte o agredirte sin ningún tipo de remordimiento.

Alcé una ceja, no parecía que hablase de unos simples atracadores. Me había dado la sensación de que sabía la verdad, había descrito a la perfección lo que habían hecho los vampiros con los que me había encontrado; se aprovecharon de mis puntos débiles para su beneficio propio.

—¿No crees que exageras? —comenté—. Lo que has dicho es demasiado enrevesado, son atracadores, no agentes secretos.

—Lo importante es que aprendas a defenderte para que no estés en peligro de nuevo. ¿No decías que no querías sentirte débil? Para ello tienes que tomarte en serio todo lo que te enseño.

—Parece que te preocupas por mí... —resalté lo evidente de sus palabras.

—Claro que lo hago, somos amigos. Los amigos se preocupan unos de otros.

—No somos amigos —corregí—. Conocidos, compañeros de clase...

Una carcajada fue la respuesta de Blake, que se levantó la camiseta para quitarse el sudor que aún tenía en la cara. Por mucho que no quisiera, no pude evitar mirarlo de forma disimulada, se le marcaban todos los músculos a la perfección.

—¿Te gusta lo que ves? —habló y volvió a reírse sin dejar de limpiarse el sudor.

—Cierra la boca —evité el tema—. ¿Queda mucho? Como te he dicho estoy cansada.

—Tienes una forma física desastrosa —reconoció—. A simple vista no lo parecía.

—Tampoco te pases —espeté ofendida. No es que hubiese sido una chica deportista toda mi vida, pero consideraba que no estaba en mala forma.

—Aerith, lo único que tienes es buena resistencia. Tienes poca fuerza, tus golpes ni me duelen. Sin contar que eres predecible a la hora de realizar movimientos defensivos. ¿Sigo o te ha quedado claro?

—Ya, sí, lo entiendo —lo corté enfadada—. A todo esto, ¿por qué has sido tan grosero con tu hermano? Will parece muy simpático.

—¿Llevas todo el tiempo pensando en eso? —cuestionó incrédulo—. En lugar de centrarte en aprender a defenderte, tú has pensado en otra cosa.

No, no lo había hecho, pero necesitaba cambiar de tema y era lo primero que se me había ocurrido.

—Me ha parecido muy extraño... —me excusé.

—¿Nunca le has hablado mal a tus hermanas?

—No, intento no hacerlo. Las quiero muchísimo y aunque a veces sean pesadas, pienso antes de decirles algo fuera de lugar. No dejan de ser pequeñas.

—Pues yo sí, no tengo excusa. Si quieres piensa que soy un mal hermano, me es igual.

—¿He dicho eso? —me apresuré a decir—. Solo he expresado mi curiosidad en forma de pregunta activa. Es muy diferente.

—¿No tienes un secreto de familia? —El tono de voz que usó fue tan serio que me paralicé y lo miré sin parpadear—. ¿Algo que solo sabéis vosotras y que nadie más puede saber? —finalizó y me examinó de tal forma que creía que sus ojos azules estaban viendo a través de mí.

Asentí por la certeza de sus palabras y no dejé de mirarlo. Lo había dicho de tal forma que me había sentido identificada. ¿A él le ocurría lo mismo? ¿O había sido una simple casualidad? No sabía con qué intención lo había dicho, pero había aumentado mis sospechas hacia él.

—¿Qué tiene que ver eso con Will? —hablé para evitar el silencio—. Es un niño, seguro que no iba a decir nada de forma intencionada.

—Tiene que aprender a saber lo que puede o no decir. Aunque sea pequeño, debe hacerlo.

—¿Secretos familiares? —indagué con la esperanza de que fuera más comunicativo. Blake también ocultaba algo.

—Lo de antes era un ejemplo, Aerith. —Apartó la mirada unos segundos, lo que confirmó mi pregunta, los tenía—. Cuando se trata de mi intimidad me molesta, soy reservado para mis asuntos, al igual que mi familia, es por eso que Will debe aprender a callarse.

—¿Los amigos no se cuentan las cosas? —pregunté usando su táctica.

—¿Ahora somos amigos? —rebatió con una sonrisa—. ¿No habías dicho que no lo éramos? Que somos conocidos, compañeros de clase...

Puse los ojos en blanco, acababa de usar lo que había dicho en mi contra.

—Blake. —Ambos nos giramos para ver a Will en el marco de la muerta, no se atrevía a mirar a su hermano—. Mamá pregunta si tu amiga va a quedarse a comer con nosotros.

—¿Qué dices, te quedas a comer? —Blake fue directo.

No quería volver a mi casa, no me apetecía estar con mi madre después de la discusión que habíamos tenido, por lo que la idea era tentadora. Cualquier lugar era mejor que estar en mi casa.

—¿No molesto?

—No lo haces —aseguró Blake—. Dile a mamá que Aerith se queda.

—¡Genial! —exclamó Will muy contento y se fue corriendo a toda prisa.

—Le has caído muy bien —admitió y se sentó en un banco—. Ven, siéntate.

—¿No quieres machacarme más? —murmuré con una sonrisa—. Creo que aún no me has golpeado lo suficiente.

—No, no quiero humillarte —dijo mientras también sonreía—. Siéntate, quiero hablar contigo —insistió.

—¿Sobre qué?

—De mi familia. Te quedarás a comer y los vas a conocer, necesito darte unas premisas básicas. —Asentí indicándole que siguiese hablando—. Has conocido a Will, el segundo más pequeño, sin contar a los no nacidos, pero tengo más hermanos como te he dicho.

—No hay para tanto, Blake. No te preocupes.

—Sí, lo hay, no conoces a mis hermanos.

—Peor que Febe y Hebe cuando están intensas no serán.

—Eso es porque no conoces ni a Brandon ni a Daniel. Tienen trece y once años y no paran nunca quietos, siempre están pensando qué hacer y nunca es bueno. Will a su lado es un ángel.

—Conmigo ha sido muy agradable —secundé—. Seguro que no hay para tanto. Si molesto, me voy.

Solo había aceptado porque quería estar lejos de mi madre, no es que me apeteciese conocer a todos los Lycaon, sobre todo después de ver lo extraños que eran los que ya había visto.

—Quiero que te quedes —remarcó Blake—. Solo te aviso que quizá Brandon y Daniel intentan hacerte algo, aunque intentaré evitarlo —suspiró—. Si sabes tratarlos, serán amables contigo, incluso Carol, la pequeña, que estoy convencido de que te adorará. El problema es Zara,

—¿Zara?

—Sí, mi hermana. Tiene quince años y bueno... es complicada.

—No te entiendo, ¿debería?

—Es insoportable —acabó por admitir—. No te calles en nada de lo que diga, intentará intimidarte, es muy territorial, muy sobreprotectora. No soportaba a Lydia.

—¿No decías que Lydia no había estado nunca aquí?

—Mi hermana va al mismo instituto que nosotros —se rio—. ¿Nunca te has dado cuenta cuando hablo con ella? Lo hago a diario.

—No es que me fije en lo que haces, la verdad —admití—. Somos compañeros de clase, ¿recuerdas?

La conversación se había acabado y un silencio incómodo nos rodeó, yo no sabía qué decir y él tampoco.

—¿Puedo preguntarte algo? —Blake me miró y cambió de tema por completo.

—Supongo que sí, si te dijera que no sería una hipócrita, ya que siempre estoy preguntándote todo lo que se me pasa por la cabeza.

—¿Has vuelto a hablar con el profesor Fitzgerald?

—¿A qué viene eso? —rebatí de inmediato—. ¿Por qué te importa?

—Aerith...

—No, es que no tienes derecho a preguntarme eso —contraataqué—. No te voy a responder.

Me había dado cuenta de una cosa mientras estaba intentando golpear a Blake, estaba aprendiendo a defenderme contra un humano. Y a mí eso no me servía de mucho.

No es que no fuese útil, pero en una pelea cuerpo a cuerpo contra un vampiro tenía todas las de perder; eran más fuertes, rápidos y ágiles. Por mucho que aprendiese a luchar, no serviría de nada, seguiría en desventaja.

Y la idea de aceptar también la ayuda del señor Fitzgerald rondaba mi cabeza, él me enseñaría cómo acabar con ellos.

—Bien, vamos a mi casa. Huelo ya la comida. —No le pasó por alto mi expresión de desconcierto—. No te lo tomes al pie de la letra —añadió—, es una forma de hablar.

—Sería raro que pudieras oler algo tan lejos, nadie humano puede hacerlo.

Él asintió y me dejé guiar hasta su casa, en la que siguió delante de mí.

—Ella es Aerith —anunció Blake.

—Sí, ya lo sé —dijo Will acercándose a mi lado con una gran sonrisa—. Es mi amiga.

—No lo digo por ti —especificó—. Es para los demás.

—¡Pero si todos saben quién es! —exclamó—. Si papá...

—Will, cariño —lo interrumpió una voz dulce—. Ve a poner la mesa.

—¡Pero, mamá! —protestó.

—Will... —insistió la voz.

El niño se quejó un poco más, pero se alejó para hacer lo que le habían pedido. Uno a uno, los Lycaon se acercaron a saludarme y con un simple vistazo, vi que Blake estaba en lo cierto con respecto a Brandon y Daniel. La que me suponía que era Zara, me miró de arriba abajo con una mueca de asco, pero hice lo mismo, no me sentí intimidada. Sin embargo, eso solo daba de nuevo la razón a Blake, su hermana no me iba a caer bien.

Eso sí, debía admitir que su presencia imponía, por mucho que no compartiese el mismo color de ojos que su hermano, los suyos eran marrones, desprendían la misma seguridad.

—¡Blake! —Una niña apareció corriendo y abrazó sus piernas, aunque Blake no tardó mucho en cogerla en brazos.

—Es Carol, la pequeña —me explicó.

—Dentro de poco ya no seré la pequeña —dijo algo enfadada—. Seré una hermana mayor, como tú. —Carol tampoco tenía los ojos de Blake, era una copia de su hermana Zara, por lo que supuse que se parecían a su madre—. Es muy guapa —comentó con una sonrisa—. Tiene el pelo de un color extraño... —Y empezó a reírse.

—Me llamo Aerith, ¿y tú? —pregunté aun sabiendo el suyo para caerle bien.

—Yo soy Carol, tengo cinco años y... y... —No siguió, se tapó la cara con el hombro de su hermano.

—Es muy tímida —la disculpó Blake—. Con la gente que no conoce le cuesta hablar.

Poco después, la misma voz que antes le había llamado la atención a Will pidió que fuéramos a comer y de nuevo, seguí a Blake. Una mujer de no más de cuarenta años al verme, se acercó y me abrazó, o lo intentó debido a lo abultada de su barriga, como si me conociera.

—Encantada de conocerte, Aerith.

Lo que creía era cierto, Carol y Zara se parecían a ella.

—Lo mismo digo, señora Lycaon. Muchas gracias por invitarme a comer.

—No es nada. Las amigas de Blake son bien recibidas en esta casa.

Era curioso que dijese eso cuando según las propias palabras de Blake no había traído antes a nadie. Intenté que esas dudas no se vieran mientras la comida transcurría, hablaba con todo aquel que me dirigía la palabra, sobre todo con Will, que estaba muy entusiasmado de tenerme a su lado, y Blake, que le pedía que se callase.

—Cuando te he visto antes, Aerith. —Al hablar el padre de Blake, todas las conversaciones cesaron—. No he podido evitar pensar en tu madre y en todo lo que os parecéis.

—Señor Lycaon, no sé si usted conoce a mi madre, pero...

—Sé lo que vas a decir —me interrumpió riendo—. En que físicamente no os parecéis en nada, a no ser que se haya cambiado el color de pelo, Camille era rubia y no tenéis los mimos ojos, los suyos eran azules y tú eres pelirroja de ojos verdes.

—¿Conoce a mi madre?

—Sí, o solía hacerlo. Fue una casualidad que vinierais a la misma ciudad en la que vivo con mi familia.

—No quiero sonar grosera, señor Lycaon, pero ¿se ha visto con mi madre desde que nos mudamos?

—No te preocupes —se rio—, y no, no nos hemos visto. Blake me contó acerca de ti y lo tuve claro, eras la hija de Camille y después de verte lo he confirmado. Eres igual a ella. Esa actitud, esa fortaleza... Es la misma que tenía Camille cuando la conocí. Tenía una personalidad arrolladora que hacía que quisieras tenerla a tu lado siempre, pasase lo que pasase. Era como un imán al que me sentía atraído como una pieza metálica por su magnetismo —murmuró con nostalgia—. Por lo que veo, tú eres igual a ella y a Blake le pasa lo mismo que me pasaba a mí.

Analicé las palabras que acababa de decir, repitiéndolas en mi mente.

Había descrito a la perfección el efecto que tenía un hada sobre otra persona. Por lo que había entendido, para él mi madre era una persona maravillosa. La había descrito de una forma que no era verídica, mi madre no era así, no tenía el carácter del que hablaba.

Y no me pasó por alto que acababa de mentirme.

Era imposible que con solo mi nombre, o lo que fuese lo que le hubieran contado de mí, supiera quien era mi madre, no parecía su hija. No me creía lo de la actitud, había mucha gente que se parecía entre sí con personalidades parecidas.

Ahora solo necesitaba saber el motivo por el que una persona que no conocía de nada, como el padre de Blake, me acababa de mentir.

Porque las casualidades no existían y que hubiéramos acabado en West Salem ya no me parecía una.






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