32.


Dulce tentación en la piel ajena, aquellos labios carmín por la pasión, esa mirada hambrienta y deseosa, las ideas fuera de lugar, la piel ardiendo, los suspiros adornando aquel cuarto que no debió ser profanado.

—Oh god... Arge... —apretó los dientes, pero era imposible detener su voz— eso... ¡ah!

Exteriorizó un gemido mientras su piel vibraba por el deseo.

—Fue tu idea... usar el escritorio.

Porque estaban en la oficina de aquel británico serio, decente, y poderoso.

La madera tosca rozaba con dureza, las marcas se notarían después, pero sus quejas sonaban actuales.

—Solo... No tan fuerte... querido.

—Es solo que vos me...

Todo se detuvo cuando alguien abrió la puerta... ¿No aseguraron el...?

UK apenas giró su cabeza para mirar a su invitado, regulando su respiración entre aspiraciones fuertes y pestañeando un poco para concentrarse.

—Señor UK, le dejo la dotación de este trimestre —el visitante acomodó la caja en un mueble.

—Pero quién sos... y qué...

—Gracias, Durex —UK jadeó—. Ahora vete... Now —advirtió con voz firme.

Durex ni se inmutó, sorprendió o incomodó por la escena que lo recibió en aquella oficina. Es más, solo elevó una ceja y buscó en sus bolsillos.

—¿Quiere que le facilite uno?

—Sí... —el inglés asintió—, por favor.

Durex lanzó un paquetito y después solo agitó su mano en despedida.

—Disfruten con precaución —y tan rápido como vino, se fue.

Silencio momentáneo, porque Argentina aun no entendió lo que acababa de presenciar.

—UK... Decíme que ese tipo no entra así de la nada.

—¿Importa?

—¡Estamos haciendo el amor! —arrugó el entrecejo—. No sólo...

—Ya tenemos condones —UK enseñó el paquetito.

—Ah... Bueno... ¿En qué estaba?

Una sonrisa en modo de invitación, un beso más, el abrazo de aquellos cuerpos, y siguieron en el frenesí que empezaron por casualidad.

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