Los pecados de Inna
—Bien sabes que lo hago por tu bien y en nombre de dios. —Mi madre toma una tabla. Y con ella me golpea en las manos, lo más duro que pudo hacerlo, hasta sentir que mis manos eran algo similar a carbón ardiendo. La razón de mi castigo es que, como toda madre, entró a mi habitación sin permiso ni aviso y me encontró explorando mi cuerpo con una película pornográfica a bajo volumen en mi televisión. Eso fue hace muchos años, pero incluso hoy día no puedo olvidarlo. Me pregunto, ¿qué pretendía castigar?, todos queremos sexo llegada cierta época de nuestras vidas, y en lugar de tratarlo como algo malo o hasta criminal, debe ser tratado como tal, como algo natural que debe ser bien enfocado, para no tener conflictos en el futuro que terminen con un embarazo no deseado, sida o cualquier otra cosa similar. Pero, eso no es lo que piensa mi madre. No es secreto que yo no aprecio del todo a la mujer que me dio la vida. Y es que nunca llegamos a conectar, nunca nos hemos entendido, y lo único que hemos hecho ha sido pelear sin cesar, cada día, desde que tengo memoria. Su actitud es muy distinta a Cattiveria, con quien coincide en muchas cosas. ¿Soy yo el problema?, me lo he preguntado durante años, y la respuesta no queda clara.
La capilla del hospital es pequeña, sus puertas son ceremoniosas y al entrar, un ambiente pesado y triste rodea el lugar. Gris, apenas iluminado y muy seco. Con tapices rojos y grandes telas marcadas con la cruz católica, colgando del techo. La única en todo el sitio, arrodillada en una de las bancas, es Inna, que puede haya tenido esa pose durante horas. Tiene los ojos cerrados, y con las manos juntas, rezando con fuerza muchas oraciones. Ahora entiendo por qué está tan vacío el lugar, seguro ella terminó por repeler a cualquiera que tratara de acercarse.
—Inna —digo, seco y serio.
—Es tu madre, háblale con propiedad —rezonga Debole, a quien siempre le molestó que nunca le dijera «mamá».
—Ammiro se fue. Para siempre, y quisiera saber por qué —pregunto, Debole y Vennus ya lo habían deducido. Pero lo que más rabia me da, es ver que Inna no se inmola, no se mueve, conserva la calma, parece no importarle.
—Danniel, no me siento muy bien —dice Debole, quien empieza a desfallecer. Vennus la sostiene y llama a un médico quien está pasando y con su ayuda va a una habitación para tratarla. Quiero acompañarlas, pero Inna me detiene.
—Así que ya se fue ese inútil. Vaya, era hora. Y como veo a tu amiga algo le cayó mal. Aunque fue algo lento, fue hace horas que se tomó ese té, y apenas le hace efecto —dice Inna, con una tranquilidad enfermiza y tono de burla combinada con superioridad.
—¿Qué veneno usaste? —pregunto.
—¿Das por hecho que la envenené?, sí que eres listo hijo, aunque Cattiveria se hubiese dado cuenta apenas viese sus ojos. —Siempre me compara con mi hermana, de una u otra forma, consigue hacerme menos, aunque rara vez funciona. Sé que no soy su hijo favorito, y tampoco pretenderlo serlo. Pero, quizá hoy no ha sido mi día y ya no planeo ser indulgente con ella solo por ser mi madre.
Trato de ir detrás de las chicas, pero Inna cierra las grandes puertas ceremoniosas y deja toda la capilla en un total silencio y oscuridad. Ya es tarde, el sol hace tiempo que nos abandonó, aunque su luz aun nos alumbra. Las puertas están cerradas por completo, de alguna manera consiguió sellarlas con llave. Prende las velas que se encuentran en todas las paredes del sitio. Actúa como si yo no estuviese ahí, simplemente continúa con su lento paso, ceremoniosa y orgullosa. Pero, a nadie engaña, está muy acabada. Se le nota, su mirada es la de una desquiciada, y aunque quiere mantener el temple, no puede. Igual que Cattiveria, quiere explotar, rasgar su ropa y después, huir asustada a los brazos de aquel que la escuche. Estoy preocupado por Debole, quiero salir, pero también sé, que debo estar aquí. Algo me dice, que, si llego a perder un solo detalle de lo que va a ocurrir, perderé la razón de todo lo que sucede. Por lo que, simplemente me quedo de pie, frente a la puerta, sin tratar de forzarla. Es Inna, quien vuelve a su lugar, pero no para arrodillarse, ni sentarse. Para nada, me mira fijamente, y con ojos llenos de veneno y rabia, parece que se contiene para asesinarme. Lo cual, hasta ahora, es un lunes por la mañana.
—Ammiro se fue por tu culpa, la misma razón por la cual, yo sigo aquí —dice Inna—. ¿Qué le hiciste a Lissa?
—Ella se prendió fuego en su intento por asesinarme —respondo, es la verdad, y no puede demostrar lo contrario.
—Niños... siempre jugando —¿Le parece normal?, llega un punto en el que no sé qué tan distorsionada sea su forma de ver el mundo—. Sabes Danniel, siempre te odie.
—No me digas. —No es una sorpresa, mi respuesta fue sarcástica por lo mismo. Más que familia, somos enemigos. Es la primera vez que lo acepta, aunque yo hace tiempo, ya lo había asimilado.
—Alguna vez fui joven, inexperta e inocente. Alguna vez amé, amar de verdad. Pero llegaste tú. Hace años, mi mejor amiga era Vertta, evidentemente, solíamos salir con Ammiro, y su mejor amigo, Giovanni. Los cuatro, salíamos a fiestas, nos ayudábamos en los exámenes. La universidad fue sencilla gracias a ellos. Nadie podía interferir en mi felicidad —¿Felicidad?, supuse que su concepto de ser feliz era torturar personas por mero entretenimiento, y posteriormente, tirarlas a un tanque de ácido o agua hirviendo—. Había un chico, guapo, tierno y torpe. Pero no pudo ser, pues en una fiesta, nos emborrachamos, no recuerdo nada. Y al día siguiente, estaba en la cama, desnuda y acostada con Ammiro. A los meses, naciste tú.
Hermoso, saber que eres resultado de un accidente y uno provocado por el alcohol, es sin duda uno de los mejores prefacios para una mala vida. Aunque, no es de extrañar, Ammiro e Inna no pegaban ni tratando de soldarlos. Eran totalmente incompatibles, ¿por qué terminaron juntos? quizá fue resultado de algo así. Un accidente.
—Me casé con Ammiro porque la iglesia me lo imponía. Pero, hasta hace no muy poco, lo volví a encontrar. Me fui de vacaciones y los dejé con Ammiro. Aunque esas vacaciones fueron solo una aventura con el amor de mi vida —Algo evidente, la pasión entre mis padres estaba tan apagada como mis oportunidades de tener una vida normal—. Y resultado de todo eso, el cielo nos recompensó con un hermoso regalo. Una pequeña, hermosa, y muy delicada. Por desgracia no podía quedarme con ellos, regresé con ustedes y Ammiro porque así me lo pedían los cielos. Pero ellos no se rindieron y volvieron a mi lado.
Acaso ¿está diciendo que Cattiveria no es hija de Ammiro?, de otra forma creo que no lo... entiendo... Un momento, no puede ser. La pregunta resulta hasta estúpida. Pero, tiene mucho más sentido del que puedo llegar siquiera a aceptar. Sé que Inna está loca, escuchar voces del cielo es síntoma de esquizofrenia, pero, abandonarlos, significa que no se trata de Cattiveria. Y que ellos volvieran...
—¿Por qué preguntaste por Lissa?, no debería importarte. —Tengo mucho miedo de la respuesta. No sé por qué me contó toda esta historia. Es alguna especia de confesión, extraña, y muy sutil. Creo que al igual que Cattiveria o Ammiro, algo dentro de ella quiere salir.
—Porque es mi hija, sí que eres tonto. Cattiveria ya hasta la trata como su hermana. —Las velas del sitio se atenúan. El frio me recorre todo el cuerpo, y si pudiera sentir en la espalda, seguro subiría lentamente hasta mi nuca. Sí, la idea que esa loca y yo compartamos sangre, resulta muy lógico y al mismo tiempo, terriblemente terrorífico. Significa, que igual que Cattiveria o Lissa, soy capaz de todo lo que me proponga. Hasta ahora he tenido un poder muy subestimado, quizá sea hora de hacerlo valer. Es algo dentro de mí, muy profundo, que me impide hacer justo lo que estoy pensando. Imaginen, decir algo como «De tal palo... tal astilla», tirar las velas al suelo, y dejar que toda la capilla se incendie, mientras yo me retiro quizá silbando, para sentir la satisfacción de venganza y sed que he sentido desde esta mañana. Imaginarme a Inna quemada igual que a Lissa. El simple hecho de pensarlo me da una increíble satisfacción, casi indescriptible. Pero, me detengo, no soy un monstruo, no soy igual a ellas. O es que acaso ¿sí lo soy?
—Eres igual a tu padre, y me recuerdas mucho a Giovanni, que jamás vimos después de eso. Él llevó el alcohol —dice Inna, quien toma una de las velas, temo lo peor, puede que sea ella quien se imaginó quemándome a mí. Puede ocurrir, si yo me imaginé su propia muerte—. He pecado, por ser hija de un pecador. He perdido lo que una mujer tiene a manos de un monstruo. Y he permitido, que su fruto haga lo que quiere. Lo peor, es que dios durante años me permitió olvidar, pero ahora me ha castigado con el recuerdo. Y el fuego, sirve para purificar.
Acto seguido, tira la vela justo a sus pies, y apenas puedo notar, ella no está del todo inmaculada, parece que se metió a alguna laguna o está empapada de algo muy viscoso. Al principio me costó trabajo entenderlo, pensé que se había arrepentido y dejo caer la vela. Iría a mí y me abrazaría, para intentarlo otra vez. Pero sus delirios religiosos apenas le permitían ver más allá de su realidad, al igual que a mí, mi casi nulo, pero existente cariño a mi madre. ¿Recuerdan aquellas imágenes donde se quemaban brujas?, la escena es idéntica. Inna, ardiendo en llamas, grita de agonía. Eso viscoso era inflamable, y la combustión fue prácticamente instantánea. No sabía cómo actuar ni qué hacer, el humo comenzaba a invadir y llenar la capilla. Todo lo que es tela se enciende, y las cruces cristianas, arden como escena religiosa. Es ahora cuando realmente fuerzo la puerta para huir. Pero me detengo a pensar en lo que me convertiría de abandonarla. Debo detener su locura, pero de hacerlo ¿qué ocurriría?, una pregunta que no estoy muy seguro si quiero responder. Inna es dura, y ella misma lo ha demostrado con su propio castigo a sus pecados. Adulterio, mentiras, intento de homicidio y mucho más. Es de familia, lo sé, ahora tiene sentido el carácter y personalidad de Lissa, o la crueldad propia de Cattiveria. Es en este instante en el que me pregunto, ¿qué tanto hay de Inna dentro de mí?
El humo alerta a los de afuera, quienes abren la puerta a patadas. Consiguen salvar la vida de Inna, aunque con heridas muy graves. El fuego se conserva y a mí me miran con cierta complicidad, no lo entiendo. Es cuando veo, que un hombre se acerca y tira a otro al fuego, vivo e inconsciente. Se nota que habían tenido una pelea, pero sin ningún tipo de descaro o problema, como algo totalmente normal y natural, lo deja morir. En lo que es obviamente un homicidio. Lo miro fijamente, al hombre que aprovechó el fuego para matar a alguien y después se dispone a ayudar a mi madre para llevarla con un médico. Él nota mi mirada, y me dice, con un tono de burla.
—Los muertos no hablan, pero ella sí lo hará.
Tarde un poco en entenderlo. Y ahora tiene sentido, en este pueblo la victima elige un culpable y su castigo, pero si la víctima no puede decir nada, el culpable queda impune. La ayudan no tanto para salvar su vida, es más para que haya un juicio, y me declare culpable de lo sucedido. Parece que les resulta divertido, ver como las personas se matan unas a otras, y las que se salvan cobran venganza. ¿Qué ha ocurrido?, hasta hace no mucho me encontraba en casa, preocupado por mis problemas, y ahora, parece que vivo en un mundo despojado de toda moral y autoridad. Voy corriendo a la habitación de Debole solo para comprobar que esté bien. Para su suerte es resistente a los venenos, y se encuentra estable. Vennus, ahora parece su mejor amiga, preocupada por ella a su lado, esperando el momento en que despierte para seguir peleando. Pero es al ver mi rostro, pálido e inexpresivo, su atención cambia completamente.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta Vennus.
—Inna se acaba de prender fuego a si misma —respondo, restándole importancia por completo, como algo cotidiano—. Por cierto, ahora que lo veo, nuestra familia está cimentada en mentiras, pecados y locura. Vivir aquí no sería tan mala idea.
—Danniel... —dice Vennus, extremadamente preocupada. Mi insensibilidad más que de costumbre le consterna.
—Además, la mansión es muy grande. Podemos vivir todos ahí, yo... creo que. —No respondo, estoy en un estado similar al shock. Y no es para menos, he visto la muerte de cerca tantas veces el día de hoy, que resulta hasta gracioso. Ya nada tiene sentido, nada. Mi vida es una completa sarta de tonterías, y hasta ahora me doy cuenta. Un disparo es un sonido seco, cuando un pedazo de madera cae al suelo, o incluso la gran bofetada que me acaba de dar Vennus, al punto de sentir que mi cabeza dio un giro entero y que el sonido del golpe llegó hasta el otro lado del pueblo, y alguien en el fondo susurro «uhh».
—¡Danniel!, no te pierdas. No lo hagas por favor. —Está llorando, no me gusta verla así. Quizá pueda ayudarla haciéndola sentir mejor, seguro eso la tranquilizará y todo estará bien. Por lo que, acto seguido, la beso. Con la intensidad del momento, sin preguntar y sin pensar, lo tomé y ya. Vennus se aleja por completo, entre molesta y sorprendida. No esperaba menos, pero lo que más me sorprende a mí, es su rostro de terror al ver detrás de mí. Es Vertta, quien nos vio besándonos. Tampoco está muy alegre que digamos, en realidad, su rostro es mucho más similar al de un anime. Ojos increíblemente grandes y abiertos, sin expresión alguna, entre susto y vergüenza.
—Necesito hablar contigo Danniel, ahora —dice Vertta, ¿acaso ella puede mandarme?, no lo sé, quizá no, en realidad no puede. Pero yo igual quiero hablar con ella, por lo que no opondré resistencia alguna. Vennus no dice nada, se quedó perpleja ante la situación y no supo cómo actuar, no esperaba menos.
—Claro, afuera estaría mejor. No me gustaría que nos interrumpieran —respondo. No sé qué me ocurre, pero se siente muy bien. Me siento, poderoso e imponente. Y es obvio, me ha ocurrido de todo, y ya no tengo familia. ¿Acaso hay alguien que pueda detenerme?, no, y no quiero. No hay nada que pueda empeorar creo yo. Y aunque lo hubiese, ¿acaso eso me haría daño?, no lo sé. Quizá solo hay que tirarse de cabeza al barranco y comprobarlo.
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