Las mentiras de Ammiro

Quizá inocente, quizá torpe, o quizá ingenuo, esperaba encontrar a mis padres en su habitación, al igual que lo hice con Cattiveria, pero si ellos también fueron afectados por este extraño día, entonces la respuesta obvia sería otra. Y en efecto, así fue. La habitación no solo estaba desocupada, estaba destrozada. El espejo, el ropero, la cama, todo, parecía la escena de una de las peleas más épicas y legendarias de la existencia, entre dos gatos. La ropa estaba tirada de un lado a otro, colgando de la lampara y de todo aquello que tuviera gancho. Era eso o sexo salvaje, cualquiera de las dos opciones, tienen un inicio en pelea y un final en pelea.

En el pequeño escritorio frente a la cama, me encuentro con una innumerable cantidad de hojas revueltas, algunas rotas y otras arrugadas. Al verlas más a detalle, me doy cuenta de que se trata de estados de cuenta bancarios, hipotecas, bonos, créditos, entre otro tipo de papeles referentes a la economía de mi hogar. Lo que me hace pensar dos cosas; la primera y más evidente, ¿quién lleva documentos como estos a un viaje?, y la segunda, al ver los números, es fácil entender, la diferencia entre tener y no tener. Es decir, vivíamos una vida relativamente cómoda, con lujos, y comida diaria. Pero, muy por debajo, había un numero rojo que lo sostenía, en realidad, no teníamos dinero ni para subsistir. Ammiro conseguía crédito tras crédito con identidades falsas, y pagaba deudas de hace años, acumulando nuevas deudas más grandes. Me quedo impresionado, anonadado, y me pregunto, si de alguna manera mi madre o Cattiveria sabían de esto. Yo al menos, no recuerdo haber escuchado en esas molestas cenas familiares diarias obligatorias, alguna palabra al respecto. Aunque no era muy atento ante lo que decían. Suelo ponerme en estado vegetal cuando hablan, apenas me entero de lo que sucede, solo devoro mi comida y paso a retirarme. Últimamente he decidido que era mejor comer en mi cuarto, a regañadientes de Inna claro.

Supuse que la situación familiar empeoraba, pues cada vez hacíamos menos cosas. Ya no salíamos al cine, o a pasear a centros comerciales. No teníamos viajes familiares en festividades a menos que hubiese una casa de por medio. Hace tanto que no veo el mar, o la arena. Ya ha pasado tiempo desde mi último corte de carne a la medida, y ya me estoy acostumbrando a comer sopa rebajada con agua. Lo que me hace pensar, que toda esta escena, fue solo la gota que derramó el vaso. Quizá, Inna encontró todos estos papeles en la maleta de Ammiro, y al darse cuenta, explotó de ira y provocó este desastre. Puede que, Ammiro trajera todos esos papeles para pedirle ayuda a Frodde, quien, quizá no muy gustoso lo ayudaría, a cambio de su alma claro está.

De pronto, un dolor punzante atraviesa mi cuerpo, es muy doloroso. Al principio creo que se trata de una puñalada, quizá alguien trata de asesinarme, pero desgraciadamente no, no hay nadie. Es mi espalda, sé que tengo el tiempo contado, debo resolver esto, antes que mi situación se agrave más. Nadie se recupera de una quemadura de tercer grado en una sola noche, pero no puedo quedarme una semana en el hospital, porque puede ya sea demasiado tarde. Salgo de la habitación, esta vez el pasillo no resulta infinito, y puedo caminar tranquilamente, por el resto de la mansión, en búsqueda de mis padres. Curiosamente, no hay nadie, además de Debole y Vennus, no veo a Cailan, o Frodde, tampoco a Vertta, ni a Inna. Salgo al patio, y esta vez, decido no entrar al bosque, prefiero rodear la casa. Y me doy cuenta de que hay más cosas ocultas de las que podía notar en la densa niebla. Resulta que la casa tiene lo que parece un taller, de madera, simple y rustico. Hubiese sido un lugar perfecto para ocultarme de Lissa en su momento, y quizá podría haber evitado todo lo que ocurrió. Pero también es un lugar perfecto para que Vennus me secuestrara sin que nadie pudiera encontrarnos, puedo apostar que era uno de sus planes estas vacaciones.

El lugar no estaba solo, alguien estaba dentro, trabajando. Llegué a pensar que Frodde si tenía servidumbre de algún tipo, quizá un herrero que hace... ¿monedas?, para él. También puede que sea un taller mecánico, y dentro se encuentre su hermoso y reluciente auto, que hasta ahora no he visto. Pero, resulta que no hay nada similar en ese sitio, pues al abrir las puertas, me doy cuenta de que apenas hay herramientas, apenas hay luz, y en la penumbra se esconde una gran silueta, haciendo algo en una de las mesas de trabajo.

—¿Ammiro? —pregunto, un tanto al azar, no estaba seguro. Aunque, de no ser él, ¿quién sería? Es el único con cuerpo titánico sin músculos.

—Yo, siempre traté... siempre —responde, con una voz afligida, pero furiosa—. Y nadie nunca me agradeció. Fui un buen padre, cuidé de mis hijos, los ayudé. Hice todo lo que pude por mi matrimonio. Pero de nada valió mi esfuerzo, pues les importó poco.

—¿De qué hablas? —El aura de peligro inminente se hace presente, las mismas voces en mi cabeza, esas que no se callan cuando algo ocurre, vuelven a hablar. Mi subconsciente, me grita con todo lo que puede «¡Huye!». La más pequeña, esa que creo es mi conciencia, solo sabe gritar despavorida. Llega un punto en el que puedo sentir como cierra la puerta antes de irse.

—Danniel, desde que tienes memoria, dime... ¿cuántas veces me has agradecido por algo? Te construí una casa del árbol, no dijiste ni hiciste nada, ni un abrazo, ni unas gracias, ni un simple, ¡Te quedó bien papá!, nada. —No soy el tipo de persona que agradece todo. Suelo dar por hecho que lo que hacen por mí, lo hacen de manera desinteresada, y, por lo tanto, no esperan nada de mi parte. Creo que eso siempre lo dejé claro, no me quedan dudas.

—Entonces, gracias. Gracias por hacer que Cattiveria soltara a Canne anoche. No sabes lo que me está gustando que mi mejor amigo esté en grave riesgo, y yo, tenga la espalda hecha un caos, y no pueda sentir ni mis pasos. Gracias padre. —Ya había dicho que soy la peor persona, cuando se trata de hablar, no suelo pensar lo que digo y es que tampoco me importa. Puede que, quizá, tal vez, esas fueran las últimas palabras que tuviese que decir en este mismo momento. Pues, me enfrentaba al león que dormía dentro. Siempre manso, siempre amable, siempre barco, pero a todos les llega un momento de inspiración, donde todo eso vale poco. Y yo, por suerte o desgracia, soy su hijo. Siempre callado, siempre paciente, siempre alejado. Ahora sabemos que, en este instante, ambos hemos llegado a un cierto límite. Hasta ahora mi vida ha corrido riesgo en varias ocasiones, una más no me matara. Ammiro toma un gran machete de su mesa de trabajo, tal parece que había estado fabricando algo similar a un cinturón con clavos. El cual toma y mueve de arriba abajo, golpeándolo contra el suelo.

—Va siendo hora de que te eduque correctamente —dice Ammiro, acercándose lentamente. Yo, propiamente, tomo de un anaquel, un tubo muy grande, y una placa de metal como escudo.

—Te espero padre, te mostraré cuanto he crecido. —Podía haber dicho algo como: «vengaré a mi padre» o «Yo soy tu padre», pero por la situación no resulta tan épico.

Ammiro corre hacía mí y ataca con toda su fuerza, usando sus dos armas. Sinceramente no esperaba que realmente lo hiciera, pero para este momento, no es una sorpresa. Trato de defenderme con mi escudo que resultó eficaz evitando mi cuanto mínimo vuelta al hospital. Entre uno de sus ataques, encuentro un hueco por donde puedo golpearlo y con una patada directa a su estómago, lo inmovilizo durante unos segundos, suficientes para correr otra vez, y tratar de ocultarme en la niebla.

—¿Así has crecido?, ¿cómo un cobarde que siempre se esconde?, no te culpo, en eso te pareces mucho a mi —grita Ammiro, en la lejanía. Lo cual me deja pensando si realmente dice la verdad. Hasta ahora, mi padre ha sido siempre un gallardo vikingo, dispuesto a dar la vida por su familia y de ser necesario incluso más. Con el pecho frente a las balas, sin miedo ni duda, como un valiente héroe, o un incluso más heroico campeón. Es hoy, cuando veo que siempre mintió, no era todo lo que aparentaba, ni tampoco era todo lo que decía. Siempre fue cobarde, y se mantenía a raya por miedo, más que por genuina preocupación. Mentía sobre nuestra vida, sobre sus sentimientos y sobre sus intenciones. Lo cual explica, por qué soy tan bueno mintiendo, porque no me hace falta pensar para mentir, y porque Cattiveria lo hace tan natural que resulta irónico. Solo algo sé, y es que no quiero terminar igual que él, no quiero seguir huyendo, escapando o escondiéndome de lo inevitable. No quiero seguir perdiendo el tiempo buscando excusas, o tratar de justificar mis errores. Soy un problema, lo sé, no voy a negarlo, y ahora en lugar de lamentarme viendo mi vida pasar frente a mis ojos, con cierta indulgencia hacía aquellos que me hacen daño. Trataré de afrontar mis problemas, voy a...

—¿Qué estoy pensando? —me pregunto en voz baja. Pues, por unos diminutos segundos, parece que había aprendido una lección. Y desde ahora sería mejor persona, y como héroe, diría un discurso motivador con una bandera a mi espalda, ondeando orgullosa. Pero, yo no soy un héroe, y si soy un problema, lo seguiré siendo. No afrontaré mis problemas, no soy bueno para eso, simplemente los dejaré ser y viviré con ellos. No soy igual a mi mentiroso padre, pero tampoco soy mejor. Y cambiando de tema, hay cierta película que actualmente se considera de culto, la cual tiene cierta escena, en la que el padre de familia destruye una puerta a hachazos y luego postra su rostro en la rendija que ha creado para anunciar su llegada, con un tono de demencia. En esa película estaban en un hotel, y el hombre había caído a la locura. En este caso, no se trata de una puerta, es un árbol, no es un hacha es un machete, pero el mismo padre loco, anuncia su llegada.

—¡Te encontré! —dice Ammiro que hace una mueca de demencia absoluta, la cual no combina para nada con su notable estado demacrado. No existe autor del terror capaz de recrear el miedo que pude sentir en una sola toma. Clavando el machete en la corteza del árbol con tal fuerza, que se quedó incrustado varios centímetros en la madera. Justo donde se encuentra ahora, estaba mi cabeza, que por suerte ya no está, pues pude esquivar el golpe.

Un arma menos, Ammiro solo tiene su cinturón de clavos, mientras yo conservo ambas armas. Técnicamente estaría en ventaja, pero a pesar de mi edad, él es mucho más fuerte, alto y fornido. Como metáfora, es enfrentar un tanque de guerra soviético, a una pistola de agua sin agua. Trato de golpearlo con el tubo para evitar sus latigazos, pero resulta algo inútil, a tal punto que toma mi arma y lanza varios metros al aire. Su mirada denota ira, pero más que eso, es libertad. Quizá por el hecho de ser su hijo, se había contenido todo este tiempo esos sentimientos que ahora lo llenan, y seducen.

—Me pregunto si, todo lo que me has dicho y hecho, ha sido solo una mentira —digo, quizá como últimas palabras.

—Hijo, creo que ya sabes la respuesta. —Cierto, hay una verdad innegable en este mundo, y es que, todos los padres siempre les mienten a sus hijos. Justifican esto por amor o tratar de cuidarlos, pero resulta a veces más dañino una blanca mentira diaria, que una cruel verdad de por vida. Quizá, me sentí muy hombre al levantar del cuello a Cattiveria y azotarla contra la pared, pues, en estos momentos, hay algo llamado karma que actúa en mi contra. Pues Ammiro, sin dificultad alguna, me levanta. No puedo sentir en qué momento mis pies dejaron de tocar el suelo, porque... no tengo sensibilidad, pero estoy seguro de que estoy muy lejos del suelo. Y no esperaba que doliera tanto.

Con odio, me estrella contra un árbol. Aunque no puedo sentir en mi espalda, el dolor es indescriptible, la corteza puedo sentirla enterrada en mis llagas, y puedo imaginar la sangre corriendo por mi espina dorsal. Pierdo por unos segundos, la razón, el sufrimiento domina mi mente y no puedo pensar en nada más, solo en eso. Mi mente se pone en blanco, y todo lo que soy se desvanece, a la misma velocidad que mi fuerza del cuerpo. Me tira al suelo, soy menos que un muñeco de trapo. Toma su cinturón de clavos y lo mueve ansioso. De alguna manera sabe que disfrutará golpeándome, sabe que era algo que debía hacer hace mucho tiempo. Y el tiempo se detiene por unos segundos, cuando cierto mecanismo del cerebro entra en función, y hace que tus memorias más profundas, aparezcan cual película. Es una sensación que ya he tenido antes, al momento de estallar la granada, pero ahora es distinto. Pues mis recuerdos son de mi padre y yo.

El día que me construyó mi casa del árbol, no cabía en mí, estaba increíblemente alegre, pero nunca fui bueno demostrando mis sentimientos. Por lo que, decidí, ponerle de nombre a ese fuerte en los cielos: «Ammiro». Claro está que todos excepto mi padre lo sabían, así quería que fuera. Cuando pequeño, disfrutaba cada instante con él. Inteligente y científico, siempre curioso. Fueron varias las ocasiones que salíamos al patio y montábamos un campamento para jugar al exterior y ver el cielo juntos. No fue solo una vez cuando nos aventurábamos a un parque, en búsqueda de especies de insectos o de plantas. Ni hablar de la gran cantidad de intentos que me tomaron para aprender a jugar cartas con él. Buenos momentos que me hacían preguntarme si todo era una simple mentira, ¿lo eran?, ¿siempre fingió sentirse cómodo conmigo cuando él lo que quería era ver el futbol?, quizá quería descansar y tomar cerveza, pero jugaba en el patio conmigo por la fuerza. Me niego a creerlo, me niego a pesar que fue así.

—Somos unos piratas ¡sí!, arrgh, arrgh, arrgh. Y nadie nos vencerá ¡sí! —comienzo a cantar una canción, con increíble debilidad y casi sin gesticular las palabras. De hecho, parece que estoy delirando. De alguna manera, sé que Ammiro siempre me ha mentido, pero también sé, que en este momento se miente a sí mismo. Esta canción de piratas era muy típica en nuestros juegos. Cuando armábamos un bote con cojines y libros. Él era el capitán y yo su grumete, y juntos cazábamos tesoros. Una tontería cursi, no voy a negarlo, pero curiosamente funcionó. Pues, Ammiro se detiene y tira su cinturón. Su rostro cambia esa aterradora expresión a una de preocupación máxima. Es como si despertara, de un sueño o de una hipnosis. Al verme, me carga en sus brazos y me lleva de vuelta a la casa, donde toma un paquete de primeros auxilios del baño, y me cura las heridas de la espalda.

—Dime, ¿acaso todo fue una mentira? —pregunto. Aun débil.

—Las mentiras son, solo otra verdad. Sí, cuando jugábamos prefería hacer otras cosas en lugar de estar contigo, te mentía al decirte que quería jugar. Pero, al mismo tiempo, no era cierto —dice mientras venda mi espalda—. Los hijos son algo invaluable, y por mucho que yo mismo me diga que prefiero sentarme a ver televisión, lo cierto es que quería jugar contigo.

—Entonces, ¿qué te sucedió? —Mi primera hipótesis es algo relacionado a un shock traumático. Quizá el verme casi muerto, hizo que su subconsciente tomara control de él.

—No lo sé. De un momento a otro, solo sentía lo más básico y, no podía detenerme. Quería continuar, aunque imploraba parar. Siempre quise deshacerme de mis más terribles pensamientos y continuar, nunca pensé que los liberaría contra tu madre y tú —responde. Sé que no es mentira, porque ni yo mismo entiendo y las mentiras suelen ser bastante entendibles para ser creíbles. Solo la verdad es confusa y extraña.

—Ella, ¿dónde está? —Quizá, la mayoría temería, podría pensar que Ammiro la asesinó o algo similar. Pero se trata de Inna, quizá con desquitarse se quiso referir a discutir, y en eso ella no pierde. Mi padre se levanta, me siento mucho mejor y el dolor se convirtió en un refrescante alivio. Toma las medicinas, las guarda en su maletín y se limpia las manos manchadas de sangre. Poco sabía lo que iba a hacer, y de saberlo, poco hubiese podido hacer para evitarlo.

—Te toca continuar solo Danniel. No me arrepiento de ser tu padre, pero nuestra familia es irreconciliable. Desde ahora cada uno tomará su propio camino. Y una vez vuelva a casa, la venderé, huiré de mis deudas y tendrás que valerte por ti mismo. Pues dudo que Inna ayude a Cattiveria y a ti —Sus palabras tienen un peso que jamás creí sentir. Nunca es demasiado tarde para adquirir la independencia, pero cuando te fuerzan a obtenerla, el sentimiento es distinto, pasa de orgullo y superación a terror absoluto—. Ella se encuentra en la capilla del hospital, justo a donde irás. Tus heridas están muy mal y debes quedarte en cama. Y ahora sabes, que no puedes darme un no por respuesta.

Ambos vamos con lentitud, caminando al hospital pues el automóvil no está. Parece que no le importa, lo ve como algo predecible. Por primera vez, dejé de ver a mi padre como un héroe, y lo comencé a ver como un hombre mortal. Al llegar, me deja en la sala de espera solicitando un médico.

—Se fuerte Danniel, y espero, seas mejor hombre que yo. Nunca hablamos de chicas, pero, si algún día te casas, procura conocer bien a tu pareja y su pasado. Y solo hasta el día en el que las cosas se ponen aburridas, es cuando debes dar el anillo. Antes, aprende de ella, vive con ella, y supera todos sus defectos y errores. Hasta el punto, que ames su peor rostro en el peor momento. —Me da un beso en la frente. No pretendo detenerlo, no puedo, y tampoco quiero hacerlo. Ya no le importa si la ley de este pueblo se lo prohíbe, tampoco pensaba declararlo culpable. Lo es, en cierto punto, pero ¿qué castigo puedo darle, si el mismo ya se ha condenado?

Sale por la puerta delantera, erguido, toma el automóvil y se marcha. Les daré un adelanto del futuro, jamás volveré a verlo, nunca más sabré de él. Pues ese día, Ammiro había muerto y un hombre libre, se había marchado. Quizá termine en prisión o peor, pero lo aceptará como su error y ese es su castigo, uno que yo no le impuse. El doctor llega, me trata y me pide que me quede recostado, aunque no hay nadie que me impida irme. Debole y Vennus llegan en este momento al hospital, pero a diferencia de la última vez, el ambiente pasa de gracioso a pesado. No estoy de humor para seguirles un juego que ya han acabado, parece que no son rivales. Ambas, pudieron observar el momento en que ese señor, se llevó el vehículo familiar y se perdió en el horizonte.

—¿Qué sucedió? —pregunta Vennus.

—Hay que seguir —respondo, no sé con qué palabras describir lo sucedido.

—Para ya, esto solo te está destruyendo —implora Debole, quien quiere que todo termine, pues mientras más quiero saber y más involucrado estoy, peor me va.

—Será peor si lo dejo aquí. Mi madre se encuentra en este hospital, en la capilla. Quiero verla ahora mismo. —Aprendí algo de mi padre, no puedo seguir delegando y dejando que las cosas se salgan de control. Si quiero algo debo ir por ese algo sin importar qué, afrontando las consecuencias de ese acto y aceptando mi destino apenas visible en el horizonte lejano.

Con dificultad me muevo para levantarme, y voy directo a la capilla, donde enfrentaré a uno de mis peores males. Mi madre. Los pasillos del hospital ya parecen infinitos, pero esta no es la mansión, sé que tienen un final. Con cada paso me imagino todos los escenarios posibles, pero no estoy solo, esta vez no soy presa fácil. Quiero más, no puedo evitarlo, quiero hacerlo, pero no puedo. Solo sé que no me detendré, hasta encontrar al culpable y pensar en su castigo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top