La seducción de Vennus

Hay un placer implícito, en dormir cuando el día está en su apogeo, y al despertar, todo se encuentre totalmente oscuro. Es como una invitación a seguir durmiendo, un pequeño pecado del cual puedes darte el gusto. Cuyo caso no es el mío, para nuevamente, mi fortuita desgracia.

Se pueden escuchar los golpeteos de cristal y porcelana, algunos de metal. Mi familia seguramente se encuentra preparando todo lo necesario para la cena. Ha pasado a lo mucho unas dos horas, es decir, si me levanto ahora mismo, tendré que ayudar, quizá me quede acostado una hora más, para llegar simplemente a cenar, como un mezquino invitado que busca cual parasito comer del trabajo ajeno.

Sin embargo, mi corazón se acelera cuando puedo ver entre la penumbra de mi habitación, con el tenue reflejo de la luna, a alguien durmiendo a mi lado, justo junto a mi cadera. No es Canne, hasta donde sé no sabe abrir puertas. Es algo o alguien más. Su sueño es tan placido, que puedo escuchar su tranquila respiración, con fuertes suspiros cada cierto tiempo. Sin hacer mucho ruido o moverme muy bruscamente, trato de prender la linterna del tocador cercano. Tarea realmente compleja cuando eso me atrapa con sus brazos y se recuesta sobre mi abdomen, rodeándome por completo, y dejándome totalmente inmóvil. Trato de pensar o adivinar de quien se trata, y la respuesta resulta tan obvia, que casi trato de golpearme con mi mano extendida la frente.

Nadie podía entrar, la puerta tenía la llave puesta. A nadie de mi familia le interesaría entrar, excepto una sola persona, que curiosamente, puede tener la llave. Y es con sus suaves movimientos, que descubre su rostro entre las grandes tiras de cabello, iluminado por la tenue luz nocturna. Al ver que se trata de Vennus, no dudo mucho en hacer ruido y bruscos movimientos. Enciendo la luz, y trato de retirarme lo más posible. Se despierta, y con los ojos entrecerrados, chasqueando la boca. Me mira, y sonríe muy tiernamente, como si se tratase de una pequeña niña que merece mimos. Tal actitud me molestó tanto, que le lancé una almohada a su lindo rostro.

—¡¿Qué demonios haces aquí?! —pregunto exaltado, esperando, ingenuamente, una respuesta sería por parte de ella.

—Dann, esto no va a funcionar si por cualquier cosa haces escandalo —responde, con una impresionante tranquilidad, cual madre explicando a su hijo cómo funcionan las cosas—. Pasarás varios días de visita, y no podemos seguir así.

Hablar con Vennus es... como hablar a algo incluso más duro, resistente y necio que una pared. Llega a rozar con una paradoja, pues ella misma es una fuerza imparable y al mismo tiempo, un objeto inamovible. Siguiendo la física, tendría un valor nulo, pero no resulta así, al contrario, es tan intenso como una estrella de neutrinos. El simple hecho de interactuar con ella provoca que mi valor sea negativo. Es muy capaz, de controlar con total facilidad una situación a su favor, que asusta, aterra, y dan ganas de escapar tan lejos como sea posible, pero al igual que un agujero negro, es literalmente imposible. En pocas palabras, ella es un universo, mientras yo soy un simple humano.

—Quizá deba atrancar la puerta —pienso en voz alta. Pero Vennus me ignora por completo, al darse cuenta de que su hermoso vestido quedó totalmente arrugado y su peinado ahora es una expresión de arte moderno. La mayoría de las mujeres, romperían en llanto o histeria, todo su trabajo para verse hermosa, totalmente arruinado. Pero por momentos, se me olvida que Vennus es todo, menos la mayoría de las mujeres. Y pacientemente se levanta, me toma del brazo, y sin decir una sola palabra, casi inexpresiva, me lleva a su habitación. A pocos pasos de la mía. Como un muñeco, me sienta en su cama y ella se retira a su inmenso ropero, del tamaño de una habitación entera.

Como si fuese un títere, no opuse resistencia, y me quedé ahí, sentado. Con todo mi cuerpo sobrecogido, al no entender qué demonios sucede. Estoy rodeado de un constante esmeralda, peluches y varios artículos de belleza. Curiosamente, me esperaba un rosa, algo más femenino, pero su habitación resulta hasta oscura, bastante amarga, casi para un hombre mayor que gusta de leer libros y fumar de una pipa.

Vennus, toma del ropero varias prendas, y las coloca sobre su cama, a mi lado. Toma la primera, un vestido negro realmente corto, que a simple vista parece una blusa algo larga. Lo coloca frente a ella y posa con él, sobrepuesto.

—¿Qué te parece este? —me pregunta, mientras se mira frente al gigantesco espejo de cuerpo completo. Durante un momento pensé que habló, y dijo en tono muy bajo: «Tú eres la más bella de todas».

—Muy corto —respondo, una sincera opinión. Apenas me doy cuenta he caído en su juego. Toma otro, esta vez azul, con largos vuelos, cual vestido de princesa.

—¿Y este? —posa ante mí, con cierto disgusto. Puede que no le agrade del todo.

—No es para la ocasión. —Es navidad, un vestido así queda bien para un baile de salón, pero estamos en familia, en un hogar, y desentonaría con los colores rojos y verdes que decoran el gran salón. Entonces toma otro, es bastante largo, le llega al tobillo y tiene un pequeño corte del lado izquierdo que llega hasta su rodilla. Color verde bandera, un tanto opaco, e igual que el esmeralda con detalles que llevaba puesto, es bastante entallado.

—¿Este? —pregunta buscando mi aprobación.

—Sí, ese me gusta. —Es adecuado, y aunque me gusta menos que el esmeralda, también es elegante y creo que combina mejor con la fiesta. Vennus entonces lo toma contenta, y recorre una larga cortina que divide su habitación. La cortina es de un material casi traslucido, y del otro lado, prende una linterna. Y cual espectáculo de sombras, comienza a desvestirse detrás de la cortina, formando con su cuerpo desnudo, siluetas oscuras como dibujos, proyectados con tenues colores de su piel. La tela no es del todo transparente, pero no deja mucho a la imaginación, y Vennus lo sabe.

Con total intención, se desviste y viste sensualmente, remarcando sus curvas y moviendo su largo cabello como cascada, de un lado a otro. No me puse a pensar si todo esto era correcto o lo indicado, apenas podía pensar. Es como si mi cerebro me lo impidiera, él quería ver, y para evitar que me volteara o tapara mis ojos, se quedó en un total blanco, filmando con mis ojos el momento, y captando como un cineasta los detalles imprescindibles de la toma, la naturalidad de la escena y la bella vista desde este ángulo.

—¿Me ayudas a cerrarlo? —Quizá, una de las escenas más cliché que existen. Un largo vestido el cual tiene un cierre en la parte de atrás. Yo entro recorriendo las cortinas y veo su desnuda espalda, con el cabello recogido. Me acerco lentamente y la abrazo por la cintura, beso su cuello y ella gime ligeramente con cierto placer. Poco a poco le retiro el mismo vestido que se acaba de poner, y al ritmo de nuestros latidos, nos besamos apasionadamente, rogando que nadie entre a la habitación. Pero... no soy fan de las escenas cliché.

—Dicen que el sobrepeso evita que tú misma puedas cerrarlo. —digo sentado en mi lugar. Muchos, seguro me odiarían, otros tantos me despreciarían después de escupirme en el rostro. Vennus entonces, a la velocidad de la luz, se cierra a sí misma el vestido, y retira la larga cortina para posar nuevamente, ahora con el vestido puesto.

—¿Qué opinas? —pregunta nerviosa.

—¿Tanto te importa? —Estoy muy curioso por la insistente necesidad de aprobación de Vennus. Siempre ha sido una chica extraña, de eso no tengo dudas, pero ahora se comporta como alguien que necesita, bebe y come atención de una manera desesperada, incluso se puede decir patética.

—¡Claro que sí!, tu opinión importa —responde, normalmente ofendida, no esperaría menos.

—¿Por qué debería? —Ahora yo soy el insistente. No lo entiendo, no puedo entenderlo o quizá no quiera entenderlo. Durante mi vida entera, nadie jamás ha pedido mi opinión. Es más, imploran, ruegan y casi se arrodillan, para que mantenga mi boca cerrada y no diga ni una sola palabra. La razón: soy bastante crítico con mis ideas, y no suelo cortarme al momento de decir lo que pienso.

Vennus se queda en total silencio. Quizá esperaba algo distinto, una reacción exagerada de mi ruborizado ser, tratando de evitar mirarla fijamente con total vergüenza, mientras ella se excita al verme en ese estado. Pero, no le di el placer, la ignoré por completo y más allá de eso, apenas me fijé en ella, estuve mucho más atento a sus acciones. En una patológica busca de mi interés, hasta cierto punto, extremadamente preocupante.

—¿Por qué?, dime qué es lo que tanto quieres de mi —pregunto, tratando de cierta manera romper el tempano en el que ella se acaba de encerrar, sentada tristemente en una hermosa silla, frente a su tocador. Peinando muy desilusionada y decaída su arruinado cabello. Curiosamente, su maquillaje resultó ileso, y es porque, ahora que me doy cuenta, no lleva maquillaje. Sus largas pestañas no son de plástico, y ese profundo color no es de rímel. Sus labios rojizos no llevan tinta, y su piel tersa y limpia no tiene rastro de polvo. Su nombre sin duda hace justicia a su ser.

—Ha pasado mucho tiempo, y la verdad, no sé cómo tratarte —responde, con cierta melancolía—. Antes éramos tan unidos, lo compartíamos todo. Y ahora, es tan complicado el simple hecho de estar junto a ti. Me siento totalmente abrumada, ambos hemos pasado por cosas totalmente distintas y hemos experimentado cada uno por su cuenta. Pero, no puedo evitar pensar que fuiste mi primera vez en muchas cosas. El primer hombre que me vio desnuda, el primero que me besó, el primero que me trató bien. Eres complicado para mí.

Mi rostro en este momento debe ser el de un idiota, tratando de comprender los extraños parajes que resultan los sentimientos femeninos. Aun así, estoy seguro de que esos mismos sentimientos, no los comparte nadie más. No sé si sea la única que no puede acercarse a su primo, por miedo, inseguridad o falta de costumbre, con emociones encontradas y una serie de dudas. Yo tampoco tengo respuesta a esas preguntas, estoy perplejo, me siento inútil. Y es porque, tampoco sé con claridad que es lo que ella siente, y obviamente, no sé cómo tratar con esto, ni como contestar, o solucionar. Estoy justo entre una espada muy filosa, peligrosa y mortal, y una gran pared, imposible de escalar o penetrar.

Durante mucho tiempo, simplemente la veía como una muy extraña niña, con ciertas costumbres poco ortodoxas, y justificada libertad de hacer lo que deseara conmigo. Nunca me detuve a pensar, si ella en realidad era todo eso, o incluso más. De alguna manera, debía todo aquello tener sentido, nadie hace lo que ella porque sí, pero al mismo tiempo, creo que lo hace porque quiere.

—Quizá... debamos bajar a cenar —digo. Lo sé, soy un cobarde de lo peor. No esperaba algo más de un debilucho como yo. Trató de evitar por completo confrontar algo que no entiendo, en lugar de intentar entenderlo. Aunque la respuesta parece obvia y se grita ante los cuatro vientos, no quiero aceptarla, ni siquiera saber de ella. La voy a lastimar, mucho, pero me quiero convencer, que es lo mejor para ambos. Sería mil veces peor, si trato, desesperadamente, de darle alivio.

—Sí... deberíamos ir a la cena. Nos están esperando —dice, resignada y notablemente deprimida. Quizá llegó a la misma conclusión que yo. Todo esto, es mejor olvidarlo, y fingir como siempre, que nada ha sucedido. Ya ocurrió, volvió a pasar, y esta vez, prefiero no vuelva a ocurrir.

Ambos, un tanto alejados, caminamos por los eternos pasillos de la mansión, que, en estos momentos, se sienten inmensamente largos e infinitos. Como una maldición que solo se rompe, si las palabras mágicas son conjuradas. Hablar del tema, y darle una solución. Prefiero por mucho, quedarme en un laberinto eterno, antes de afrontarla.

—Eres increíble Dann. A pesar de todo, siempre actúas bajo tus propias convicciones. Y no te dejas amedrentar ante la presión —dice con voz baja, y un extraño tono de admiración—. Me sorprende que hasta hoy, no haya mujer que desee estar contigo.

—Digo lo mismo de ti, me sorprende mucho, que estés soltera —trato de animarla un poco, aunque quizá de forma estúpida. Nadie depende de una relación, y mucho menos ella. No es una sorpresa para nada, si no tiene pareja debe ser porque no quiere, simple.

—Lo dices por mi físico, lo sé —me pilló—. Usualmente suelo atraer al tipo de parasito que no busca una compañera, lo que quieren son trofeos. Algo que presumir ante sus amigos, con lo que pueda desquitarse. Obediente, callada, y sumisa, sin opinión ni voto. Conformándome con ser una entre tantas de su lista. Casi agradecida de estar ante su divina presencia.

—No pensé que fuera así. —Es la verdad, me esperaba que fuese cotizada, pero con grandes pretendientes que se pelean por ella como una novela juvenil. Tratando, de diversas formas y actos de amor, buscar el favor de la hermosa chica, que se encuentra en el mayor dilema de su existencia hasta ese momento, ¿con cuál me quedo?, a ambos los quiere, pero no sabe a quién ama, quizá a los dos, pero no lo sabe. Uno es misterioso y exótico, el otro es ardiente y apasionado, ambos resultan en el gran sueño de toda adolescente que compra revistas para saber de su suerte, el horóscopo y concejos para el amor, escritos por pedófilos.

—Deberías entenderme. Con tus ojos avellana, cabello castaño claro, piel albina y rostro masculino. Seguramente el tipo de chica que te busca es una interesada que te desea por tu físico y tiene como objetivo tener algo así como un héroe de capa azul, listo para sacrificar hasta la última gota de sangre por ella. Haciendo que él gire en torno a ella, como un planeta al sol, y toda su existencia se base únicamente en su egocéntrico y narcisista ser. —dice molesta, cada vez más, con gran odio o desprecio a esta actitud en particular. Yo, solo puedo notar dos grandes ironías en todo esto, la primera es que ella dijo exactamente lo mismo sobre el chico de sus sueños hace años, un príncipe que se desviva por ella, le compre ropa y zapatos como si no existiera un mañana. Y la segunda, es que me está dando mucho más crédito del real, me sobreestima.

En realidad, suelo ser seguido por las chicas raras, generalmente con ciertas tendencias molestas o de lo más inusuales. Por ejemplo, una chica hace dos años me pidió ser su novio, el problema es que la relación estaría vinculada muy estrechamente con trajes de cuero negro, agujas y látigos. Un amigo mío fue su novio durante un tiempo, y las heridas en su espalda, pecho y brazos no han terminado de cicatrizar aun hoy día. En otra ocasión, esta vez más pequeño, una chica me besó, pero era imposible evitar olfatear y probar el intenso sabor a pegamento de su boca. Ella solía comer todo tipo de pegamento en cualquier momento, generalmente en clase de artes plásticas. Años después fue al hospital por problemas gastrointestinales. Actualmente está muy delgada, pues prácticamente, le dieron un estomago nuevo.

En mis largos diecisiete años, he tenido solo tres novias, la última fue Emma, que me usó para llegar a mi mejor amigo y posteriormente escaparse a vivir una loca aventura con resultados devastadores. Otra fue una chica cuyo nombre prefiero olvidar, pues, aunque realmente me gustaba su hermoso cabello ondulado y era muy inteligente. Cualquier cosa, la más mínima, la usaba y exageraba al máximo absurdo. Se ofendía con tal facilidad, que incluso saludarla era una prueba de vida o muerte. Un día, accidentalmente le comenté que me parecía atractiva otra chica, y me tuve que ocultar en el baño durante horas. Lo que remonta a mi primera novia, la cual era tímida, aunque en un extremo bastante alejado de lo sano. Se apenaba tanto de estar junto a mí, que nos llevábamos mejor como amigos cuando podíamos hablar. Cuando fue mi novia, apenas me dirigía la palabra, se iba corriendo y gritando emocionada, para encerrarse en algún lugar oscuro y tranquilizarse. Al final, no estuve muy seguro si nuestra relación terminó oficialmente.

—Sí, te entiendo —A veces me pregunto si solo me gusta mentir, o es que lo hago tan naturalmente que no me doy cuenta—. Pero seguro hay hombres que no son del todo unos cretinos. Ya encontrarás a alguien.

—Quizá lo hice —responde como susurro.

Llegamos al final del pasillo, aparentemente rompiendo la maldición. Quizá encontramos una solución al problema, y es deslindar por completo toda razón o sentimiento entre nosotros, y delegarlo a otras personas. Bajamos las escaleras y entramos al comedor, donde la familia entera está reunida para empezar la gran fiesta de navidad. Los últimos detalles se están arreglando mientras el resto de la familia se encuentra sentada en la gran mesa, repleta de deliciosa comida.

El ambiente es ameno, con nochebuena en las paredes y hojas sintéticas para decorar. Tal parece, esta será una navidad más tranquila y normal. La anterior, que fue en mi casa, se le puede describir como una de las peores ideas que ha tenido Ammiro. Pensó que, para hacer recortes, podíamos festejar Halloween y navidad al mismo tiempo. El resultado, un Santa Claus zombi, galletas de cerebro y un pavo cabeza humana. No fue la mejor navidad de nuestras vidas. Pero, como esta es la historia de mi vida, evidentemente nada puede salir bien o favorable para mí. Sentadas juntas, como serpientes llenas de veneno, se encuentra mi hermana, y Lissa, una niña ligeramente menor a Cattiveria, de cabello rubio, delgada, y mirada angelical. Pero no es nada cercano a eso.

—¿Por qué bajaron los dos juntos? —pregunta Lissa con pedantería—. ¿Acaso ya se cansaron de tener sexo como perros?

Toda una dama de sociedad, amable y cariñosa. La mejor descripción que puedo hacer de ella en este momento, y no es de extrañar: es una malcriada, odiosa, hija de la gran fruta. Sí, fruta. Vennus es, lo más parecido a un enemigo mortal para ella, y viceversa. No se toleran ni un poco, con constantes insultos y bromas pesadas entre las dos.

—Lissa, respeta a tus primos —replica Cailan, su padre. Un hombre de grandes músculos, pero carente cabeza. Lo que más le importa es el peso que puede cargar y con dificultad puede recitar sus tres palabras favoritas. Cabe destacar que Cailan no es mi tío, es solo el novio de mi tía, por lo que Lissa, no es nada similar a una prima para mí. Al contrario, la considero algo más cercano a una mascota de Cattiveria, que un ser humano en sí. Lo que me hace preguntar, cómo es posible que mi tía Vertta se haya enamorado de tremendo idiota con su cuasi-humana hija. Aunque se nota que ella tampoco la tolera, y es por sus muy distintas formas de ser. Vertta es de acción y aventura, viajes y experiencias, similar a su hermano mayor Ammiro. Mientras que Lissa es de vestidos y barniz de uñas, muñecas y falsas apariencias. Son como agua y aceite, lo mismo con Vennus.

—¡Siéntense todos!, la cena ya está servida —grita Inna, con su muy característica voz de megáfono. Algo que hace que los aires de combate se aligeren solo por el momento, ya será otra cosa al momento de comer.

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