III

"Tiene un herpes en el labio, maldita sea..."

"Ésa es tan joven como mi media hermana"

"Ésa... es un hombre"

Su mayordomo debía pensar que era gay. Pero no lograba sentirse atraído por ninguna.

—Señor, sólo le diré esto porque estoy seguro que no me enviará al calabozo... pero podemos ir a una habitación de chicos, si así gusta.

—No es eso, Lucio. De donde vengo todo es más... limpio. Uno podía estar seguro que una mujer al menos olía bien.

—¿Son tan distintas las mujeres de donde viene?

—No, son iguales. Pero al menos se protegen, y sabrás que no dejarás niños por ahí. O que no te peguen nada horrible. Me gusta la forma de mi pene como para llenarlo de enfermedades.

Lucio rió, impresionado por el comentario.

—Esas cosas se pueden tratar, señor.

—Con una lentitud que no me convence, de seguro. Lo siento Lucio, sé que querías hacerme un favor, pero para no perder el viaje puedo pagarte a alguna. Sólo asegúrate que no sea muy cara ¿sí?

Lucio regresó a los diez minutos, tenía tomado de la mano a una niña de no más de quince años.

Tony se obligó a no mostrar ninguna expresión.

—¿Cuánto?

—Tres de bronce por quince minutos. Si es más tiempo entonces son cinco de bronce.

Tony le dio a su mayordomo seis piezas de bronce, y fingiendo estar aburrido salió del prostíbulo.

"Bueno, esa tenía la edad de mi media hermana... por el puto amor a Dios, en Río de Janeiro o cualquier sitio las niñas de catorce años tal vez saben lo que es una polla, pero no piden dinero por comérselas"

Tony podría pedirse prostitutas caras, vírgenes de las que estaba seguro que no le pegarían enfermedades, pero eran jóvenes, y el no quería a una joven e inexperta, quería a una mujer atrevida que le hiciera olvidar todo por un rato.

"Supongo que para eso la inversión es de plata... no de bronce" pensó mientras caminaba por las calles de sus tierras. Los vagabundos se habían convertido en algo parecido a policías. Delataban ladrones, violadores y asesinos, que no eran muchos, pero Tony no quería darle su protección a malvivientes.

Un vagabundo pelirrojo y ciego de un ojo lo saludó.

—¡Tony, Tony manteconi!

Eso le hizo reír. Estaba desastrozamente borracho.

—¿Qué hay?

—¡El señor me saluda! —se levantó aparatosamente. Tenía una botella en la mano, un solo zapato, y ropa que le quedaba demasiado grande.—¡La noche mejora! ¡Hurras para el señor Tony!

Otros vagabundos gritaron voces de ánimos, menos uno, que gritó más fuerte que los demás.

—¡Déjalo! Somos chusma, somos sucio. ¡Los grandes señores no se acercan a nosotros y no nos acercamos a ellos!

—¿Cómo te llamas?

—¿Que cómo me llamo?

Parecía estar más borracho que vivo. El pelirrojo miró a Tony con algo de temor.

—¡No le haga caso, señor Anthony! Es un tristón...

—¡Mi primer nombre fue Mierdas, si quiere saber, gran señor! Después, exigí que me llamaran Juda. ¡Y Juda no tiene nada que decirle al gran señor!

Se  casi se cayó de lado. Tony se fue, deseándoles una buena noche a todos.

Realmente no sabía qué más decir.

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