II
Tony se despertó adolorido.
Ya estaba acostumbrado.
Tomó agua que diligente y puntualmente le había dejado Lucio en su mesa de noche en la madrugada, justo después de que se despertara. Se cepilló los dientes -odiaba ese cepillo rudimentario, pero era mejor que nada- e hizo ejercicio, aunque los músculos se quejaran con cada estirón y esfuerzo.
Se vistió con la ropa limpia que le habían dejado y salió a su salón.
"Mi salón", repitió en su cabeza con cierto orgullo.
La casa en el medio de sus tierras era la mejor estructura del lugar, hecha de madera y piedra, con estandartes con el escudo de Lord Castel a ambos lados de la silla principal, colgados muy cerca del techo. En el medio iría el suyo, pero aún no sabía qué poner en un estandarte.
Se sentó la silla de la cabecera. Sus soldados y criados más capaces comían en el mismo salón que él. Se supone que se reservaba para una gran familia o amigos de la misma clase social, pero los pocos que tenía estaban lejos. Y no le gustaba comer solo. Sus criados le habían esperado para comenzar a comer, sus platos ya estaban tibios o fríos, pero no les importó. Recibieron a su amo con los buenos días.
Tony se levantó, y tocó su bandeja con la cucharilla para llamar la atención de todos, que dejaron de hablar de inmediato y le miraron. Suspiró antes de alzar la voz y comenzar a mirar a cada uno de ellos.
— Antes de comer, quiero recordar a Braulo y a Rémogo. Quienes fueron los primeros en sacrificarse para que sus esposas y sus hijos huyeran a salvo. Y al hijo menor, por dar la voz de alarma, y evitar más muertes y saqueos. Brindemos porque murieron como héroes, brindemos porque los extrañaremos, y porque luchamos porque nuestros hijos y aliados sean tan valientes como ellos lo fueron.
>Quiero asegurarles a sus esposas y a sus hijos una buena vida, es lo mejor que puedo hacer por ellos. ¡Salud!
— ¡Uah!
El bravo y corto grito de aprobación siempre le subía los ánimos. Sonrió tristemente, y se tomó unos tragos de cerveza al son de sus criados y soldados, y comenzaron a comer.
Tony sabía que sus hombres lo apreciaban. Lo sentía, y eso lo tranquilizaba, le ayudaba a dormir por las noches sintiéndose seguro. No quería que nadie se sintiera excluido, sin labores, sin comida o un sitio seguro dónde dormir.
Recogió a los huérfanos y los dejó al cuidado de matronas -a las que tuvo que pagar un poco más- para que les enseñasen oficios. Rescató a prostitutas y jovencitas y les enseñó a leer y escribir para que lo ayudaran a llevar las cuentas, o las llevó a donde las matronas para que les enseñaran enfermería o costura y se encargaran de brindarle a todos prendas decentes. Estaba harto de ver gente desnuda y miserable por sus dominios.
Los vagabundos tenían el trabajo de recoger animales muertos y escombros, o transportaban material de un lado a otro. Dormían bajo techos improvisados -a Tony le parecía que era mejor que nada- y a los locos, a regañadientes, aceptaba que los decapitasen. No eran seres humanos útiles ni queridos, pero tampoco quería dejarlos morir de hambre.
Sus tierras tenían buenos caminos, despejados y siempre cuidados. La gente se enfermaba poco, porque todo el que entraba en su casa debía darse un baño primero -o mínimo, lavarse las manos-, sin importar el frío que hiciera. Y lavar utensilios y comida antes de cocinar.
Se había confiado porque sabía que estaba vacunado contra un montón de enfermedades, como cualquier niño a su edad... pero luego recordó que los virus mutaban y seguramente no era inmune a nada de esa época y lugar...
"Además de no saber cómo llegué aquí, no sé dónde estoy"
Suponía que era en... ¿Europa? La ropa se hacía con lana o algodón, conocían el cuero y talaban la madera... Como en todos lados. Aunque había un inesperado rango de colores de piel que no se hubiera esperado, le recordaba a la universidad.
Y además los entendía... más o menos. Tenían un acento horrible y muy difícil de entender, además de que la gente no sabía hablar bien. ¿Cómo era posible que les entendiera? Si el idioma cambiaba muchísimo en tres o cuatro siglos...
— ¿Qué hace, señor Anthony?
Se sobresaltó. No había escuchado a la mujer llegar.
— Oh, no es nada. A veces me quedo recordando cosas.
— ¿Qué cosas?
Se sentó en el banco, esperando que comenzara a tratarle las heridas de la espalda. Suspiró, un poco irritado.
— No creas que no escucho a la gente hablar... Todos creen que estoy loco. Tal vez me aprecien algunos, me respeten otros... pero los he escuchado. Creen que tengo algo malo dentro de la cabeza, por bien que los trate a todos.
La mujer decidió pensar la respuesta mientras removía astillas y sangre coagulada de la espalda de su señor.
— Usted no está loco, es un genio y nos ha ayudado mucho. Y no creo que usted tenga necesidad de mentir o de decir estupideces. ¿Qué recordaba?
Anthony suspiró, sorprendentemente aliviado de recibir esa respuesta.
— Recordaba que no estudié nunca historia... de haber sabido lo suficiente, tal vez sabría dónde estamos.
— ¡Qué cosas tan raras dice! Si sabe que estamos en Jofaral.
— Bueno... sí. ¡Mapa!
— ¿Cómo dice?
— ¿Hay mapas?
— ¿Cómo que si hay mapas? Claro que sí.
— ¡Necesito uno de inmediato!
La mujer lo obligó a tranquilizarse y dejar que le curase la espalda. Ya tendría su mapa cuando hubiera terminado.
— Distráigase... ¿Qué otra cosa me decía que recordaba?
— A Carolina. Mi novia.
— ¡Tenía una novia! Oh, iba a casarse, no lo sabía señor Anthony ¡qué cosa más triste!
Tony siempre olvidaba el nombre de esa mujer, la única que parecía creerle. O la única actriz lo suficientemente buena como para fingir que lo hacía y ganarse su simpatía. Suspiró, sacando el rostro de Carolina de sus pensamientos.
— No bueno... no íbamos a casarnos. De hecho habíamos peleado. De donde vengo, no siempre las parejas son escogidas por los padres, ni terminan casándose.
— Qué cosa más extraña...
Anthony se fue a dormir esa noche pensando en lo mucho que extrañaba su colchón. Dormir sobre pieles era de lo peor, especialmente si se tienen costras en la espalda.
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