Tormento por delante
El viernes de esa misma semana, Elías encuentra a Xander sentado en una banca de la arboleda. Elías se acerca a él con cuidado y le coloca una mano en el hombro para llamar su atención.
—¿Puedo sentarme? —pregunta cuando el chico voltea sus ojos claros hacia él.
—Adelante —concede Xander y se recorre para darle espacio.
Elías se sienta a su lado en silencio y pasea la vista por los árboles. Hablar nunca ha sido su fuerte; iniciar una conversación, menos.
—¿Cómo me encontraste? —pregunta Xander haciendo que Elías respire tranquilo al no tener que iniciar la conversación.
—Le pregunté a Karim —responde con calma—. ¿Cómo estás?
—Nervioso, supongo —comenta Xander con la voz temblorosa—. No creo estar listo para encontrarme cara a cara con mi papá.
—Eso no va a pasar, Xander —afirma Elías apretando los puños discretamente—. Ese hombre no volverá a verte nunca.
—Tío… —murmura Xander apretando los puños—, sé que Marcos te habló de lo que viví.
—Sí, Xander.
—Él me dijo que tú podrías entenderme, así que supondré que… —Xander duda un momento, piensa cómo decir lo que cree sin sonar insensible—, ¿estamos en igualdad de condiciones?
Elías cierra los ojos un momento y humedece sus labios, si se concentra lo suficiente, aún puede escuchar los comentarios morbosos que le hacían a su cuerpo sin reparo. Asiente.
—Sí, Xander —admite exhalando un suspiro—. Estamos en igualdad de condiciones.
—Lo lamento mucho, tío —exhala el chico sintiendo las lágrimas aparecer en sus ojos—. De verdad, perdón.
Elías frunce el ceño y mira a su sobrino. Xander tiene los ojos anegados en lágrimas y lo mira con culpa y genuino arrepentimiento.
—No, a ver —exclama Elías girando para poder ver al chico de frente—. Xander, ¿por qué me pides disculpas? Tú no hiciste nada.
—Pero… mi, mi padre…
—¡No! Xander, no —corta Elías apuntando a Xander con su dedo—. Bajo ninguna circunstancia se te ocurra culparte por lo que hizo Ethan.
—Es mi padre… —murmura Xander dejando escapar un sollozo mientras agacha la cabeza.
Elías estira su mano y toma la barbilla de su sobrino para obligarlo a que lo vea a la cara.
—Llevas su sangre, sí, pero tú no eres Ethan —sentencia apretando la mandíbula del más joven con algo de fuerza—. Tú no tienes la culpa de nada de lo que ese bastardo hizo, ¿entendido?
»Lamento haberte dicho que eras como él. El resentimiento hacia tu padre fue más fuerte que el tiempo que llevo de haberte conocido pero tú no tienes que cargar con sus malas acciones. Al igual que muchos, sólo eres una víctima de la situación.
Xander se lanza a abrazar a su tío y Elías lo recibe con algo de rigidez. Lo toma por la espalda y apoya su oreja contra el cabello de su sobrino mientras este llora.
—No me lo merecía, ¿verdad? —pregunta Xander entre lágrimas—. No fue mi culpa.
Elías siente un vacío crecer en su pecho y aprieta a Xander con fuerza. Esas mismas preguntas corrieron en su cabeza por años pero no había nadie que pudiera tomarlo en brazos para consolarlo y afirmarle que nada había sido su responsabilidad.
—No, Xander —responde con firmeza—. No fue tu culpa, no te lo merecías, no podías haber hecho algo diferente por evitarlo, eso no te define y, lo más importante, no estás solo.
Elías aparta a Xander para poder mirarlo a la cara. Entre las lágrimas que caen por su rostro, una sonrisa suave se hace presente en el blanco rostro del jóven. Elías limpia las mejillas de su sobrino con algo de rudeza pero tratando de demostrar compasión.
—Afortunadamente, creo que nunca me he sentido solo —asegura el chico apartándose para secarse las lágrimas restantes en sus ojos.
—Fuiste muy valiente, niño —afirma Elías.
—Tú fuiste el valiente —contradice Xander—. Sobreviviste a mi padre y a sus hermanos dos veces, escapaste y lograste levantarte.
»Yo sólo lloré y salí huyendo.
—Xander, tú buscaste ayuda. Tuviste la inteligencia y el valor suficiente para, a tus 6 años, levantarte y escapar de tu casa en el momento que pasó y buscar ayuda.
—Jamás pude decir en voz alta que necesitaba ayuda.
—No importa, la buscaste y la encontraste. —Elías se detiene a pensar un momento antes de seguir—. Tal vez tardaste más de lo que habías planeado pero conseguiste ayuda y la conseguiste solo.
—Pero… tú escapaste y te levantaste solo, no tenías a nadie y aún así saliste adelante. Eso sí es valor.
Elías traga saliva, tenía años sin pensar en la época más oscura de su vida y, de pronto, todo estaba volviendo de golpe. Sentía que estaba en medio de una tormenta eléctrica y todos los rayos le caían a él, cada uno lastimaba más que el anterior.
—No escapé solo… y no me levanté solo —exclama bajando la mirada.
—¿Qué?
—La primera vez que escapé, no tuve ningún mérito. Estaba en pésimo estado y quería morirme, había pensado en suicidarme pero tus tíos y tu padre no me lo permitieron. No me dejaron solo ni un momento. Era mi cumpleaños.
»Yo, estaba tan mal que mi cuerpo no resistió más y empecé a convulsionar y a toser sangre. Colapsé horriblemente y los hermanos decidieron dejarme morir lejos de ahí. Me vistieron como un indigente y me arrojaron a una calle en mitad de la noche. Sólo sobreviví por un transeúnte que me encontró cuando me estaba asfixiando. Él llamó a la ambulancia y ellos me devolvieron a la vida.
»Mi sociopatía nació como mecanismo de defensa y fue lo que me mantuvo a flote los casi dos años siguientes pero yo seguía hundido en esa miseria. Me odiaba por haber dejado que me hicieran tanto daño, me culpaba y… y vivía con mucho miedo que sólo disfrazaba de rabia.
»La segunda vez, escapar tampoco fue mérito mío. Ellos tomaron lo que quisieron tomar de mí y luego me dejaron abandonado para que alguien me encontrara. Y yo tampoco me levanté, no quería hacerlo.
»Puedes preguntarle a cualquiera del grupo, pasé año y medio como un muñeco: no hablaba, no me levantaba, no hacía nada. Uriel tenía que obligarme a comer. Él fue quien me mantuvo vivo y fue Mikel quien me obligó a levantarme. Después, Marcos me daría un último empujón para que yo decidiera hacerlo por mi cuenta.
Elías frota sus ojos con algo de fuerza para secar las lágrimas que se juntaron en ellos y vuelve a mirar a su sobrino.
—Yo no tengo ningún mérito en mi salvación. Siempre estuve acompañado de alguien que quiso salvarme y mantenerme vivo —finaliza con una sonrisa nostálgica—. Tú lo hiciste solo y tenías 6 años. Eres muy valiente, Xander, aunque no lo creas.
Xander exhala una suave risa antes de acurrucarse contra el pecho de su tío. Elías pasa un brazo sobre sus hombros y lo aprieta en un suave y fraternal abrazo.
—Parece que ambos tenemos en común la ayuda de Marcos —comenta el más joven sin variar su posición.
—Sí, Marcos tiende a ayudar mucho. Aunque a veces parece no darse cuenta.
—Probablemente sólo intenta dar lo que a él le hizo falta.
—¿Qué insinuas? —pregunta Elías dirigiendo su vista hacia el más joven.
Xander se incorpora lentamente y mira a su tío con seriedad y algo de duda.
—Bueno… he notado que Marcos oculta mucho de sí mismo y de su pasado —menciona el joven mientras cavila—. Y, bueno, él se dió cuenta de lo que me pasaba sin necesidad de una palabra o alguna prueba.
—¿Qué? —cuestionó Elías recordando lo que Marcos le había contado—. No te hizo ninguna prueba.
—No, sólo leyó mi expediente y con una mirada supo que algo no estaba bien conmigo.
Elías guarda silencio y asiente un par de veces, se guarda sus pensamientos para sí y continúa hablando con Xander.
Más tarde, ese mismo día, Elías ingresó al hospital con un objetivo claro: tener una muy seria discusión con Marcos Oliveira. Avanza por los pasillos del hospital hasta la puerta de la oficina del médico en cuestión y abre la puerta de golpe.
María, la joven secretaria de Marcos, da un brinco en su asiento al mirar entrar al hombre y detiene sus movimientos. Elías la mira por espacio de cinco segundos, intimidándola con la mirada antes de hablar.
—¿Está tu jefe?
—Eh, sí pero… —Elías no la deja terminar, sólo avanza hacia la oficina y abre la puerta sin reparo. La joven lo sigue para tratar de detenerlo sin éxito alguno.
—¡Marcos! —reclama Elías al abrir la puerta. Marcos da un brinco sobre su silla por el susto.
—Perdón, doctor Oliveira —excusa la joven secretaria asomándose por el marco de la puerta—. Traté de detenerlo pero pasó de largo.
—No te preocupes, María —tranquiliza Marcos con calma—. Podría haber visto al líder de la embajada de la paz aquí y habría hecho exactamente lo mismo.
—Voy a tomar mi descanso, doctor.
—Adelante. —La joven sale del lugar y Marcos mira a Elías con frustración—. ¿Qué quieres?
—Que me expliques algo —responde Elías, con una calma bastante inusual en él, mientras cierra la puerta—. ¿Por qué mierda me mentiste?
—¿Qué? —exhala Marcos sorprendido.
—No te hagas el idiota —escupe Elías azotando las manos contra el escritorio de la oficina—, sabes perfectamente de lo que estoy hablando.
—¿Cómo te enteraste?
—Xander me contó lo que en verdad pasó.
—Debí suponerlo —murmura Marcos mordiendo el interior de su mejilla—. ¿Me habrías creído si te hubiera dicho la verdad?
—La verdad, sí —repone Elías con los brazos cruzados—. Eso es mucho más creíble que la idea de que realizaras algo ilegal.
—No pensé que…
—Un momento —interrumpe Elías razonando la situación antes de mirar a Marcos con fiereza—. Me mentiste. Tú me mentiste. ¿Cómo mierda hiciste eso?
—¿Hablando?
—¡No seas payaso, infeliz! —reprocha el pelirrojo—. Todos sabemos que tú no sabes mentir. ¿Cómo diablos me mentiste?
—Ah… —Marcos traga saliva con fuerza y se encoge de hombros sin saber qué responder.
—¿Qué ocultas, Marcos Oliveira? —interroga Elías acercándose al castaño con intensidad.
—¿Qué? —exhala Marcos con la voz tensa—. ¿De qué hablas?
—Si hay alguien que sabe de mentiras, aquí, soy yo —declara Elías firme—. Tú no sabes mentir y, sin embargo, me engañaste. Si lograste mentirme, quiere decir que lo que sea que ocultas es demasiado grande.
»O que mientes sobre tu inutilidad para mentir pero eso no me parece algo que harías.
—Yo… yo, no oculto nada —tartamudea el castaño tratando de fundirse con su silla. Elías arquea una ceja.
—¿En serio? —Elías respira profundo antes de empezar a rodear el escritorio, lo que obliga a Marcos a levantarse—. Bien, cambio de tema: ¿Cómo supiste lo que le habían hecho a Xander?
—Soy médico, es mi trabajo —miente Marcos.
—¿Y el resto del personal aquí qué son? —cuestiona Elías cruzándose de brazos—. ¿Mecánicos?
Marcos se queda en silencio. Su mandíbula y hombros se crispan mientras piensa en cómo salvarse.
—No vas a engañarme dos veces, Marcos —asegura Elías apuntandolo de forma acusadora—. ¿Cómo diablos te enteraste y por qué mierda no me lo dices?
—No quería hacerlo, lo lamento —se excusa el médico mientras retrocede—. Quería cuidar a Xander.
—¡¿Cuidarlo de qué?! ¡Si eso fuera, no me lo habrías contado! —reprocha Elías dándole un golpe a la mesa que sobresalta a Marcos—. ¿Cómo supiste?
—Porque te vi a ti y…
—¡No! —reclama Elías con rabia antes de acercarse a empujarlo contra el librero—. Que no se te ocurra usar mi pasado para cubrirte.
Antes de que Marcos pueda moverse, Elías lo toma por el cuello y aprieta con fuerza.
—¡No puedes ser tan bastardo como para atreverte a hacer eso!
Marcos le golpea el brazo hasta conseguir que Elías lo suelte. Elías lo deja y retrocede un par de pasos mientras el castaño cae de rodillas entre toses agarrando su garganta.
—Lo siento —susurra Marcos, con la voz ronca, mirando a Elías.
—Eres un imbécil —reprocha el pelirrojo—. Sabía que eras muchas cosas pero jamás creí que podrías ser tan infeliz.
—No fue mi intención —afirma Marcos apenado. Elías le estira una mano para ayudarlo a levantarse.
—Claro que no —resopla el arquitecto tras ayudar al castaño—. ¿Qué mierda pasa contigo?
—Nada.
—¿Sabes? Tal vez Xander tiene razón, das la ayuda que tú no tuviste. —Marcos mira a Elías sorprendido—, pero si al día de hoy no pides ayuda, es por pendejo.
—No necesito ayuda.
—Si no la necesitaras, no serías como eres —declara Elías con los brazos cruzados—. Esa necesidad de ayudar y de que todo el mundo esté bien no nace de ser servicial. Yo creía que era parte de ti y tu trastorno pero no, va más allá.
»¿Qué necesitas sanar? O peor, ¿qué tienes que probar?
—Nada.
—¡¿Qué viste entonces, maldita sea?!
Marcos aparta la vista y se cruza de brazos mientras muerde su labio. Elías se acerca a él y le toma la cabeza con fuerza para obligarlo a que lo mire.
—¿Qué tienes de especial que tú pudiste ver lo que nadie más pudo? —insiste Elías apretando su agarre—. ¿Qué es lo que pasó en tu vida como para que hayas notado el sufrimiento de otra persona tan fácilmente y tú sigas obstinado en cargarlo solo?
—¡Ya, detente! —grita Marcos tomando las manos de Elías para que lo suelte y dándole un empujón. Su cuerpo tiembla de forma incontrolable pero en su postura se ve más rabia que miedo—. ¿Qué quieres de mí?
—Que hables, maldita sea —reclama Elías tratando de mostrarse tranquilo mientras recupera el equilibrio—. Que abras tu maldita boca diplomática para algo útil y digas qué mierda está mal contigo.
—No.
—¡Tu puta madre, Oliveira!
—¡¿Por qué te importa?! —reprocha Marcos con la mandíbula apretada—. ¿Por qué mierda te importa tanto de pronto?
—Porque algo te pasa, necesitas ayuda.
—No somos amigos, Elías, eso tú más que nadie debería tenerlo claro —declara Marcos con las manos hechas puños—. Hablamos, pertenecemos al mismo grupo, me agradas, sí, pero no eres mi amigo y no tengo por qué contarte lo que me pasa.
—No somos amigos, es cierto —admite Elías sin inmutarse un segundo—. Tampoco soy muy amigo de otros en el grupo y sin embargo conozco sus problemas y ayudé con lo que pude porque eso dijimos que haríamos. Todos nos contamos todo y todos ayudamos a todos.
»Tú cumples la segunda parte pero no la primera. Siempre estás para ayudar pero nunca cuentas nada.
—¡Porque no es asunto suyo! —reclama Marcos dándose cuenta que empieza a quedarse sin argumentos—. Y claramente tú eres la última persona a la que se lo contaría.
—No soy muy confiable ni decente, lo acepto. —Elías se encoge de hombros como si el comentario no le afectara en lo más mínimo—. Pero, cuando se trata de algo serio, no me burlo ni critico y te consta.
»Además, tú eres la última persona de quién me burlaría.
—¿Qué? —exhala Marcos con completa confusión—. ¿Por qué?
—Cuando me encontré con Ethan por segunda vez, en esa fiesta de disfraces, ¿recuerdas? Pasé año y medio… como un muerto. No comía, no me movía, nada.
—Lo recuerdo, eras casi un muñeco. —Elías apretó los ojos y la mandíbula ante el comparativo. Marcos hace una mueca de incomodidad—. Lo siento.
Elías asiente un par de veces aún tenso, inhala profundamente y sacude la cabeza.
—Como sea… —resopla Elías apartando la vista un momento—. La primera vez que Uriel me obligó a salir de casa, todos ustedes estaban ahí, con su pena y su lástima que no quería ni me servía de nada. Todos, menos tú y Amelia.
»Amelia no dijo nada, como de costumbre, pero yo sabía que tenía su apoyo. Tú, esperaste a que todos se fueran, te me acercaste y dijiste: "Si hay alguien a quien pueden destruir y aún así va a levantarse de nuevo, aunque sea por molestar, ese eres tú… pero no podemos obligarte, tienes que hacerlo solo”.
»Tenías razón. Mikel, Omali, Uriel y hasta tu hermana estaban ahí, dándome el apoyo y las herramientas que necesitaba, pero yo estaba tan decidido a hundirme que no lo tomaba, ¿de qué servía que tuviera ayuda si yo no quería usarla?
»Tú me recordaste que ya me habían destruido y tirado antes, que no había sobrevivido en vano, pero yo tenía que querer levantarme. Con esas palabras, me salvaste la vida.
—Fueron palabras, no es para tanto —refuta Marcos, incapaz de mirar a Elías a la cara.
—Alguien alguna vez mencionó que las palabras no significaban nada para el que las decía…
—Pero lo eran todo para el que las recibía —finaliza Marcos exhalando un suspiro—. Fui yo, hablando de Amelia.
—Exacto, para ti sólo fueron palabras pero para mí, son las palabras que me mantuvieron con vida.
—¿Y qué con eso? —repone el castaño volviendo a su tono firme—. ¿Esperas devolverme el favor?
—No, por supuesto que no —emite Elías entre suaves risas irónicas—. Nunca te voy a poder devolver ese favor pero sí me gustaría poder darte, al menos, una mínima parte de lo que tú me diste hace veinte años.
»Por desgracia, no se puede ayudar a alguien que se niega a pedir ayuda.
—Porque no necesito ayuda —sentencia Marcos—. Lo he soportado más de cuarenta años solo, puedo seguir así.
—Pero no deberías, no saldrás…
—Shhh —calla Marcos de repente mientras inclina ligeramente la cabeza.
—Marcos, no puedes hacer esto…
—¡Cállate! —ordena el mayor con rabia y firmeza casi militar—. Escucha.
Elías se queda en silencio mientras mira a Marcos con molestia al creer que sólo busca evadir el tema, sin embargo, se escuchan de pronto dos disparos que se acercan. Segundos después, un grito.
—¡Auxilio!
—¿Ese fue…?
—¡Xander! —termina Marcos la oración y rodea a Elías para salir de su oficina.
Elías se queda parado estático unos segundos, hasta que la alarma de urgencias lo saca de su trance, y procede a seguir a Marcos. Al salir de la oficina, se ve el cuerpo de un guardia de seguridad tirado en el suelo. Apenas va a tomar hacia la puerta cuando Gyan choca contra él.
—¡Gyan! ¿Qué pasa?
—¡Se lleva a mi hijo! —grita Gyan desesperado antes de correr hacia la salida. Elías lo sigue, apurado.
Afuera, Marcos tiene el arma de uno de los guardias de seguridad entre sus manos y apunta a una camioneta que se aleja por la calle, puede ver la puerta siendo golpeada desde adentro y casi puede jurar que escucha los sollozos de Xander. Tiene la llanta en la mira, sólo debe disparar, pero sus manos tiemblan.
El sonido de los pasos apresurados de Gyan lo hace reaccionar pero el disparo llega muy tarde, la bala choca contra la parte trasera de la camioneta antes de que esta se pierda a la distancia.
—¡No! ¡Mi hijo! —solloza Gyan cayendo de rodillas al ver la camioneta desaparecer.
—Lo lamento —murmura Marcos antes de agacharse a sostener a su amigo.
¡Epa! Marcos no podrá escapar de su pasado por mucho tiempo, ¿o sí?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top