Pasado a medio exponer
N/A: Como dije capítulos atrás, hay otro motivo para odiar a los padres de Xander y lo conocerán en este capítulo.
Se mencionan temas delicados, se recomienda discreción.
El lunes me preparo para ir a trabajar, estoy saliendo de la ducha y rápidamente me pongo mis pantalones, aunque desearía poder hacer lo mismo con mi playera, no puedo porque primero debo embarrarme de bloqueador como si fuera pescado a la mantequilla y mi cabello debe secarse o voy a morir por la humedad.
Termino de secarme con la toalla y la lanzo hacia el lavabo para poder empezar a ponerme el bloqueador, sin embargo, la toalla golpea contra el espejo y la manta que tenía para cubrirlo se cae, permitiendo que vea mi reflejo en este.
Nunca me había gustado mi cuerpo, mi piel era tan pálida que, en mi opinión, rayaba en lo aterrador, además mis ojos azules y cabello blanco solo me hacían parecer un intento humanoide de un muñeco de nieve, sin embargo, podía lidiar con eso; Eliah, Úrsula y Zoé se habían encargado de enseñarme a tener un poco de carácter para defenderme de las burlas, en parte porque ellos eran los primeros en hacerlas. Sin embargo, algo con lo que no había podido lidiar desde mi adolescencia era un detalle que solo conocían mis padres, Karim y mi tío Marcos; mis cambios hormonales.
Haber sido sometido durante ocho años a un tratamiento de hormonas que no necesitaba, causó un desequilibrio hormonal en mi sistema que dió como resultado un chico con senos grandes, cintura delgada y caderas anchas que me hacían parecer una abominación de la naturaleza digna de ser exhibida como fenómeno de circo, además mis hormonas también seguían un ciclo menstrual que si bien, no tenía porque obviamente no tengo útero, sí pasaba por los síntomas hormonales y emocionales, entonces, por si mi tormento anterior no parecía suficiente, soy un chico que sufre síndrome premenstrual.
Justamente estoy en esa época del mes, así que si de por sí mi reacción iba a ser negativa al ver mi torso desnudo expuesto al espejo, esta vez es peor.
Me siento terrible y humillado, mis ojos se llenan de lágrimas y me cubro instintivamente con mis manos, odio lo que veo, quiero desaparecer. Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas y caigo al suelo apoyando mi espalda en el mueble del lavadero, me hago ovillo y me tapo los oídos mientras comienzo a balancearme suavemente.
Aprieto mis ojos con fuerza mientras imágenes y voces comienzan a azotar mi mente, principalmente son recuerdos de mis padres cuando yo ya no era tan feliz siendo su dulce y pequeña Carrie Anne: mi madre gritándome con desesperación cómo podía hacerle eso, dándome tirones en el cabello para obligarme a usar trenzas y moños, mi padre vistiendome a la fuerza con los vestidos de mi hermana, las risas y burlas de mis compañeros y sobretodo, el nombre que jamás fue verdaderamente mío.
Entre todos los recuerdos, uno se hace paso lenta y tortuosamente, un par de manos ásperas subiendo por mis piernas desnudas, bajo la falda del vestido hasta mi cintura y un cuerpo aplastandome entre jadeos, la sensación punzante en mi zona media me arranca de golpe del flashback.
Respiro con dificultad, mis mejillas están llenas de lágrimas y mis manos tiemblan descontroladas, siento mi corazón desbocado en mi pecho, estoy a unos minutos de un colapso nervioso y solo hay una persona que puede ayudarme en ese estado.
Me levanto apresurado, me pongo mi playera y mi bata encima antes de salir corriendo del baño, bajar con prisas la escalera y abrir la puerta de la casa.
—Xander, ¿no vas a desayunar? —pregunta la voz de mi madre detrás de mí haciendo que me detenga un momento.
—No mamá, lo siento —murmuro con voz temblorosa apretando mis manos a mi abdomen para que no se note el temblor—. Tengo una emergencia, me tengo que ir.
Sin esperar respuesta, salgo corriendo de casa, subo a mi auto y piso el acelerador a fondo rumbo al hospital, apenas y estaciono cuando bajo de un salto y entro al edificio, corriendo por los pasillos hasta la oficina de mi tío Marcos, donde me recibe su secretaria.
—¡Xander! —exclama sorprendida al verme mientras trato de regular mi respiración—. ¿Todo bien?
—Todo bien, María —afirmo jalando aire con fuerza—. ¿Está mi tío?
María se inclina sobre el comunicador después de darme una sonrisa suave y la voz de mi tío le da la palabra.
—Doctor Oliveira, el doctor Garcés quiere pasar a verlo —informa la mujer.
—Un momento —responde la voz de mi tío.
Doy vueltas por la recepción mientras me muerdo el labio intentando contener el estrés y miedo que me abruman cuando escuchó la puerta abriéndose.
—Ahora qué… ¡Xander! —exhala mi tío sorprendido al verme—. María, de verdad, necesito que busques una forma de diferenciar a los dos doctores Garcés.
—Pensaré en algo, doctor —afirma la mujer, Marcos le sonríe cordialmente y me hace una seña con su dedo para que lo siga.
Sin dudarlo, me apresuro a entrar a su oficina y él cierra la puerta detrás mío, mi estado debe ser muy evidente pues se acerca a mí y comienza a masajearme los hombros.
—¿Estás bien? —pregunta mientras me relajo un poco bajo su toque.
—No —admito en un susurro.
Marcos me gira para verme de frente y toma con delicadeza mi barbilla para hacerme levantar la vista, sus gestos son suaves y calmados como de costumbre, su simple presencia me causa una sensación de calidad y seguridad que no siento con cualquiera.
—¿Qué pasó? —pregunta con tranquilidad, tanteando el terreno.
—Flashbacks —murmuro con un suspiro—, ese flashback en particular.
Marcos me abre sus brazos y me envuelve en un abrazo cálido, somos casi de la misma estatura, pero aún así de algún modo consigue que me sienta pequeño cuando me abraza, y no en el mal sentido.
—Tranquilo, Xander, todo está bien ahora —susurra en mi oído mientras se balancea de lado a lado sosteniéndome en sus brazos—. Nadie volverá a hacerte daño, te lo prometo.
Siento las lágrimas picar en mis ojos y pronto comienzo a exhalar sollozos y a llorar mientras él me abraza con más fuerza intentando transmitirme algo de consuelo. Tras unos minutos así, Marcos me aparta de él y seca las lágrimas que caen por mis mejillas antes de alejarse hacia su escritorio y sacar una barra de chocolate que me extiende con una sonrisa, suelto una pequeña risa antes de tomarla y abrirla para darle un mordisco.
—Chocolate, la eterna medicina contra la tristeza —exclama risueño al ver que me tranquilizo un poco mientras mastico.
—Gracias —susurro y sigo comiendo.
—No hay de que —asegura acercándose de nuevo a mí y tomando mi cabeza entre sus manos—. ¿Te lastimaste?
—No, creo que hoy no —respondo y lo dejo que me revise.
Examina mi cabeza, entre mi cabello y detrás de mis orejas donde varias veces me he llegado a hacer rasguños profundos, me levanta las mangas de la bata y revisa que no tenga cortadas nuevas en lo brazos y finalmente toma el borde de mi playera, cierro los ojos y azo las manos permitiendo que la suba. Siento la tela subiendo por mi torso hasta mi pecho y luego sus dedos tocando mi piel causandome escalofríos y haciendo que suelte un sollozo, rápidamente me acomoda la playera y me atrae en un abrazo.
—Sé que es difícil, pero confía en mí, no quiero hacerte daño —musita en mi oído mientras me acaricia la espalda.
—Gracias, tío —exhalo entre sollozos antes de separarme de él para secarme las lágrimas.
Mi tío acuna mi rostro con sus manos y con sus pulgares limpia los rastros de llanto de mis mejillas dándome una sonrisa afectuosa y permitiendo que le dé otra mordida a mi chocolate.
Marcos siempre había sido muy bueno y atento conmigo, a veces no comprendía del todo a Karim, él quería mucho a los dos, pero siempre insistía con que no eran lo que se llama “buenos padres”; no sé cómo es Irán, pero en lo que a mí respecta, si Marcos es con Karim como es conmigo, es un gran padre.
—Si Gyan y Xitlali no me hubieran adoptado, me habría gustado que lo hicieran tú e Irán —comento con nostalgia.
—Entonces no escuchas con atención a mi hijo —responde Marcos con una leve risa triste, haciendo que yo me quedé petrificado.
—Tú, sabes…
—Que Karim no me considera un buen padre, sí, lo sé —interrumpe, pero no parece haber tristeza o decepción en su voz, sino más bien una especie de resignación—. No importa, siempre supe que no podría serlo.
—Pero, no entiendo —exclamo entre dientes con aire dubitativo—, a mí me pareces un gran padre.
—Eres mi sobrino, Xander, no es lo mismo —asegura con tristeza.
—Y siendo mi tío eres mucho mejor figura paterna que mis padres.
—Xander, sabes bien que tu madre no estaba bien —interviene con una mueca—. Ella genuinamente creía que tú eras su hija.
—Sí, lo sé, mi mamá trató de lidiar con su dolor, fracasó y enloqueció —admito bajando la mirada con algo de frustración—. Pero mi padre… él estaba bien, y vió a su esposa deslizarse hacia la locura y solo aumentó su delirio y conmigo… hizo… hizo…
—Ya, ya, tranquilo —frena abrazándome de nuevo—. No pienses en eso.
—Tío —llamo tras unos momentos de silencio haciendo que él me mire—, ¿cómo supiste lo que me hizo mi padre? Fuiste el único, y mi papá es psicólogo.
Veo a Marcos trastabillar y abrir la boca suavemente, no como si estuviera pensando qué responder, sino más bien como si no hubiera esperado esa pregunta, pero necesitaba saber.
Había soportado las humillaciones y burlas de mis compañeros durante todo el kinder, pero cada vez yo estaba más incómodo conmigo y confundido con mi identidad, ¿era un niño o una niña? Y esa confusión me llevó a cometer el error de decirle a mi padre que yo quería ser un niño.
“¡No puedes ser un niño! Tú no naciste para ser un niño, los niños solo sirven para una cosa, y entenderás de lo que hablo”.
Sus palabras estaban grabadas con fuego en mi mente, al igual que el tacto de sus manos en mi cuerpo y el dolor… mucho dolor. Él se fue a trabajar dejando en la cama de mi habitación a un pequeño de seis años desnudo que lloraba a mares y tenía sus pálidas piernas cubiertas de sangre.
Yo solo, me levanté adolorido y me dí un baño, después me cambié, me puse un pants holgado y una sudadera, oculté mis trenzas bajo la capucha y mis manos, con un par de guantes; después salí de casa y con las piernas temblando caminé hasta el hospital donde me senté solo en la sala de espera, incapaz de pedir ayuda, hasta que las enfermeras me vieron y de alguna forma consiguieron llevarme al consultorio de Gyan, lugar que se volvería mi refugio los siguientes dos años.
Aún así, jamás he sido capaz de admitir o confesar lo que pasó ese día, y se repitió los días, semanas, meses y años siguientes, salvo a una persona.
De alguna forma, Marcos había averiguado con solo verme, lo que me había llevado al hospital; recuerdo que yo estaba aterrado por esa idea.
La primera vez que se me acercó me miró con una familiaridad que me resultaba aterradora; yo estaba recostado en una camilla del hospital esperando a que me hicieran una prueba que Gyan había solicitado y que, de hecho, no pudieron hacerme porque necesitaban el consentimiento de mis padres; él pasó por el pasillo y se detuvo un momento al verme, entró al cuarto y se dirigió a mi con soltura y calma, no había nada del profesionalismo que conocía del personal médico. Algo en sus ojos denotaba que sentía pena por mí, me dió una suave caricia en el muslo ante la cuál me estremecí y el sonrió con tristeza, así me dí cuenta de que sabía lo que me había pasado.
“Jamás digas nada de esto, para todos será fácil tratarte igual tan pronto como sepan que no estás limpio”.
Esa era la amenaza por excelencia de mi padre, temía que fuera cierto y Marcos se aprovechara de mi evidente vulnerabilidad para lastimarme, pero solo me dió un pellizco suave en la mejilla y se alejó, asegurándome que las cosas iban a mejorar. Dos años después, sería él quien me salvaría de mi padre para siempre.
Flashback, 16 años atrás...
"Estaba sentado en el consultorio de Gyan manejando un juguete que me había dado mientras él anotaba algunas cosas en su bitácora cuando de pronto la puerta se abrió violentamente exhibiendo a mi padre, inmediatamente solté el juguete y me oculté bajo el sillón del consultorio, estaba cerca de la puerta, así que mi padre no me había visto.
—¿Dónde está?, ¿qué le ha hecho? —bramó mi papá acercándose peligrosamente a Gyan.
—Señor, cálmese por favor, ¿de quién está hablando? —preguntó Gyan, si le hubiera contado sobre mi familia, habría entendido que eso no fue una decisión razonable.
Mi padre lo tomó de la bata y le dió un puñetazo en el rostro que lo tiró sobre su escritorio, haciendo que se golpeara la cabeza y finalmente cayera al suelo inconsciente, no pude contener el grito de terror que escapó de mis labios.
Al notar que mi padre volteó en mi dirección, traté de escapar, pero él fue más rápido, me tomó de la muñeca y me arrastró hacia los elevadores para que saliéramos del hospital.
—¡Suéltame!, ¡no quiero ir a casa!, ¡déjame, por favor! —grité tratando de soltarme de su agarre.
Siempre me había visto más pequeño de lo que realmente era, y eso jugó en mi contra pues parecía simplemente un niño haciendo berrinches, nadie fue en mi auxilio y yo ya podía sentir la sangre corriendo por mis piernas, de nuevo. Por lo menos hasta que llegamos a la recepción.
La puerta estaba peligrosamente cerca, yo no paraba de llorar, gritar y forcejear sin éxito alguno cuando sentí un agarre en mi cintura y luego ví una mano sosteniendo la de mi padre, evitando que avanzaramos más; era Marcos, quien miraba a mi padre con recelo.
—Señor, deje al niño —advirtió con seriedad.
—No tiene ningún derecho a exigirmelo, yo hago lo que quiera con mi hijo —resopló mi padre.
Marcos lo miró con sospecha, soltó a mi padre, pero no a mí, me mantuvo entre sus brazos y se agachó a mi altura para verme a los ojos.
—Pequeño, ¿conoces a este hombre? —preguntó suavemente, por desgracia tuve que asentir—. ¿Es tu padre?
Volví a asentir entre llanto y sentí un tirón en mi brazo que trató de arrancarme de la protección del joven médico.
—Ya escuchó al niño, ahora déjenos —ordenó mi padre apretando su agarre y tirando nuevamente de mí, Marcos lo miraba con miedo.
—Señor, lo está lastimando —advirtió evidentemente preocupado.
Mi padre volvió a tirar de mí con más fuerza y yo traté de aferrarme al brazo de Marcos, quien se negaba a soltarme, con discreción, se acercó a mi oído y me susurró muy bajo.
—Abre y cierra tu mano si estás en peligro.
Acto seguido me soltó y mi padre le dió un golpe en la cabeza que lo tiró al suelo, solté un grito de miedo e hice lo que me dijo, Marcos se levantó apresurado y sonó el botón de alarma.
—¡Ayuda! —gritó llamando la atención de varios—. ¡Están secuestrando a ese niño!
Mi padre me tomó en brazos y trató de correr conmigo en su hombro, pero no llegó muy lejos cuando los policías lo detuvieron y me apartaron de su lado, permitiendo que Marcos me cargara y me llevara lejos de ahí para comprobar que no me hubiera hecho ningún daño”.
Actualidad...
—Fuiste el único que notó que no estaba haciendo un berrinche —exclamo sacando a Marcos de su trance—. Y has sido el único que se ha enterado de lo que mi padre me hizo. ¿Cómo?
—He visto muchos casos como el tuyo, Xander —balbucea mirando el suelo—. Solo, aprendí a reconocer las señales.
Noto un gesto que siempre hace cuando hablamos del tema, aprieta los brazos detrás de su espalda y pasea su vista por cualquier lado con tal de no mirarme y yo empiezo a sospechar que haya algo más.
—Estoy seguro de que no eres el único —insisto tratando de presionar un poco y consiguiendo que el trague saliva con fuerza.
—Ah… no lo sé —murmuró con los dientes temblando—. Tal, vez… soy de los pocos que no se guían por la primera impresión.
—Gracias por haberme salvado esa vez —exhalo cambiando de tema—. Y por cuidarme todos los días después de eso.
—Siempre —afirma mi tío con una sonrisa, relajando su postura—. Xander, tienes que contarle a tu padre sobre esto.
Lo miró con miedo y tristeza, la idea de que alguien más sepa no me gusta, tuve suerte de que Marcos sea tan… él, pero eso no significa que otra persona no pieda hacerme lo mismo.
—No quiero —berrincheo cual niño pequeño—. ¿Y si me lastima?
—Xander, por Dios —reprocha mirándome incrédulo—. ¿De verdad crees a Gyan capaz de hacerte algo así? Es tu padre por Dios.
—Y él también era mi padre —reclamo bajito.
—Touché —acepta con una mueca.
—¿No dijiste que siempre ibas a protegerme? —pregunto mirándolo con mis ojos del gato con botas.
—Y siempre que pueda lo haré, te lo aseguro —afirma apretándome los hombros—. Pero en estos momentos tenemos a una persona que te amenaza a tí y a mi hijo, y si tengo que escoger a quien proteger, escogeré a mi hijo.
Sus palabras calan en mí, tiene sentido que vaya a ver por Karim antes que por mí, no lo culpo; pero igualmente no me siento capaz de decirle a mi papá.
—¿Puedes decirle tú por mí? —pido juntando mis manos.
—Xander, si yo le digo a Gyan que violaron a su hijo hace dieciocho años y que yo lo sabía y jamás se lo dije, va a matarme —exclama con un dejo de nerviosismo.
—Yo le explico todo, lo prometo —suplico con desesperación—. Solo… no quiero estar encerrado con él cuando se entere.
Marcos duda, mordiéndose el labio y sacudiendo sus pies, él y mi padre son buenos amigos, pero los dos siempre dicen del otro lo mismo: “es muy simpático hasta que lo ves enojado”.
—Por favor, por favor, por favor —insisto juntando mis manos—. Te lo suplico.
—Bien —responde con un suspiro—. Pero vas a salvarme de la furia homicida de tu padre.
—Lo prometo —aseguro corriendo a abrazarlo con fuerza, sorprendiendolo un poco—. Muchas gracias, tío.
—Cuando quieras —afirma devolviendome el abrazo.
La vida no ha tratado bien a Xander, y la cosa se pondrá peor...
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