Mismo juego, cambio de reglas
Elías está en su cuarto mientras ayuda a su hijo a vestirse. Al terminar de abotonarle la camisa, no puede evitar mirarlo con cierta negatividad: Eliah es una copia idéntica de él, incluso en actitud, y verlo vestido como una versión de él a sus 13 años es un golpe que no sabía que recibiría alguna vez.
—Papá —exhala de pronto Eliah, sacándolo de su trance—, tú no usas camisas.
—Hubo un tiempo en el que sí las usaba —explica el mayor ajustando el cuello.
—¿Y dónde la compraste? Está muy cool.
La camisa en cuestión es un poco entallada, de color azul ceruleo con una diagonal en el torso, color verde botella, que parece simular una galaxia.
—Yo la hice —murmura el adulto entre dientes.
—¿De verdad? —cuestiona el más joven con sorpresa—. ¿Me enseñas?
—Tal vez luego —accede el mayor exhalando un intento de risa—. Te ves bien.
—Tenías buen estilo —halaga Eliah con una sonrisa tratando de motivar a su padre—. ¿Estás listo?
—Eso creo.
—¡Entonces vamos! —repone el chico con emoción, encaminándose a la puerta.
—Eliah, espera —llama Elías antes de hacer una última búsqueda en su armario.
Eliah espera mirando a su padre y este saca del closet una vieja chamarra de cuero negra. La prenda se ve desgastada pero aún conserva su antigua gloria. Elías le indica a su hijo que se acerque y le coloca la vestidura sobre sus hombros para después ajustarle las mangas.
Al finalizar, Elías mira a su hijo con la poca nostalgia que su sociopatía le permite tener. Eliah usa unos skinny jeans del mismo azul de la camisa, unos tenis negros de agujetas blancas y la chamarra. Le cambió un poco el estilo del peinado para que se le notara un poco despeinado y algunos mechones cayeran sobre su rostro y le ayudó a resaltar sus pecas. Salvo por el color de ojos, Eliah es una auténtica copia suya de joven.
—Eres muy valiente —murmura Elías dándole una sonrisa.
—Mi padre lo vale —responde Eliah con orgullo—. Los Castillo no nos echamos para atrás.
—Ese es mi hijo —exclama el mayor con una risa orgullosa y le da un puño a su hijo antes de que ambos salgan de casa.
Eliah está sentado bajo un árbol con un balón de fútbol en sus piernas. 20 minutos antes, un mensaje, extrañamente bien redactado, había sido enviado al teléfono de Ethan desde el número de Elías para agendar un… reencuentro.
Desde su lugar, el joven pelinegro ve a un hombre de aproximadamente 50 con chamarra negra y pants gris acercándose a él. Con cada paso se notan más detalles del hombre: las canas en su cabello, los dientes blancos, la mirada de depredador… la sonrisa de pervertido. Eliah hace una mueca de asco pero no se echa para atrás. Respira con fuerza, toma el balón entre sus manos y lo lanza a los pies del hombre antes de levantarse.
Ethan ve el balón a sus pies y se detiene para tomarlo y buscar a su dueño; frente a uno de los árboles del parque ve a quien ha sido la fuente de sus más perversos deseos desde sus quince: Elías. Sabe perfectamente que ese chico no es su preciado gatito, sino el hijo de este, pero la imagen es lo suficientemente tentadora como para dejarlo pasar: el natural cabello hondulado negro, la chamarra de cuero negra que se ajusta en la pequeña curva de su cintura y los skinny jeans que resaltan cada detalle de sus torneadas piernas, además, esa postura rebelde que grita apatía y desinterés.
Eliah siente la mirada del hombre, discretamente nota como los ojos de este devoran cada centímetro de su cuerpo. Está consciente de que, al menos en su mente, ese hombre va a tocarlo y hacerle cosas horribles pero él tiene una advertencia y un padre al que vengar. Camina hacia Ethan con las manos en los bolsillos de su pantalón mientras pasea la lengua por sus mejillas, busca estar la mayor cantidad del tiempo bajo el sol para que sus pecas se destaquen.
—Buen día, señor —saluda el chico con voz más rasposa de lo habitual, tratando de imitar a su padre de adolescente—. ¿Me permite mi balón?
—Hola, chico —responde el mayor dejando el objeto en manos del chico y propinando una nada discreta caricia en sus manos. Eliah arquea una ceja y toca con cuidado el audífono miniatura que hay dentro de su oído derecho.
Al recibir un sonido que recuerda a la alarma de un auto, Elías empuja con fuerza la pesada puerta de acero de una bodega clandestina cerca de la arboleda del sector central. Dentro se ve un cuarto circular que recuerda a una sala de apuestas con sillones de elegante cuero negro alrededor de una tarima donde se encuentra una mesa del mismo color que los sillones. Las paredes son de loseta blanca; el piso y el techo, de cemento rojo.
Aunque parece un lugar bastante inocente, Elías no puede evitar quedarse petrificado un momento: sabe que del techo salen reflectores de de luces blancas y rojas y que la lámpara del techo oculta el gancho donde colgaban las cadenas con que lo aprisionaba. Al cerrar los ojos, sus gritos resuenan en las paredes junto a las risas sádicas y el tintinear de las cadenas.
—Hey.
La voz de Marcos y el toque firme en su hombro lo sacan de su trance. El castaño a su lado lo mira con una sonrisa que expresa, al mismo tiempo, comprensión y calma; le da un apretón suave y lo empuja para que siga caminando.
—Estás a salvo —susurra antes de pasar por su lado rumbo a un pasillo oculto en la esquina, detrás de una cajonera.
Gyan y Marcos se acercan al pasillo, Elías sacude la cabeza antes de seguirlos. El pasillo es angosto, no caben más de dos personas una al lado de la otra… y eso, considerando que alguna de las dos no sea más alta que un puberto.
El pasillo tiene tres puertas separadas y una iluminación increíblemente precoz, de no ser porque es de día, seguramente no se vería nada.
—Elías, dijiste que esto sería fácil —reprocha Gyan con tensión y frustración.
—Disculpame, la última vez que estuve aquí tenía… quince años —replica Elías y un escalofrío le recorre la espalda—. El lugar no era tan grande hace treinta y tres años.
—Lo cual quiere decir que estuvieron trabajando para agrandarlo —comenta Marcos y se tapa la boca al momento—. Lo siento.
—Está bien, no soy idiota, ya lo había asumido —repone el pelirrojo—. Tenemos dos opciones: volar todas las puertas o esperar que milagrosamente algo nos indique dónde está Xander.
En ese momento, un tintineo de cadenas se hace presente junto con lo que parece ser el rechinido de una cama. Gyan se queda de piedra.
—No te asustes, Gyan, no hay nadie con tu hijo —tranquiliza Elías—. Llevaríamos todo el rato escuchando ese ruido. Fue la segunda puerta.
Los tres adultos se acercan al lugar indicado, la puerta está hecha de un metal pesado y la cerradura es muy complicada.
—¿Pueden abrirla? —pregunta Gyan mirando a los otros dos.
—Puedo intentarlo —afirma Marcos—, pero no prometo mucho.
—Yo puedo hacerlo, pero estoy casi seguro de qué tiene trampa por dentro —secunda Elías.
Gyan exhala un suspiro, aprieta los puños y al segundo siguiente desaparece de la vista de sus acompañantes. El moreno gira hacia la puerta y se lanza hacia ella como si no existiese atravesándola con la facilidad de un fantasma.
El cuarto, por dentro, tiene cerámica negra en el suelo y las paredes pintadas de azul oscuro. Hay muebles, anaqueles y cajoneras a ambos lados del cuarto, y los látigos, esposas y vendas en los anaqueles dan suficiente idea de lo que no se encuentra a la vista. En una esquina del techo, una cámara de seguridad apunta directamente hacia la cama al centro de la habitación donde Xander se encuentra encadenado y con la boca tapada.
Gyan tiene el impulso de acercarse a su hijo, pero sabe que no puede hacerlo sin poner todo en riesgo. Pone ambas manos en sus sienes y aprieta los ojos con fuerza hasta dar con Irene.
«Ya los conecto» avisa ella.
«¿Qué hay, Gyan?» pregunta de pronto la voz de Marcos en su mente.
«Cámara de seguridad, esquina del fondo a la derecha»
«La tengo, trata de mover algo con lo que pueda cubrirla»
Gyan busca alrededor y encuentra una playera tirada en el suelo. Hasta ese momento, no había notado que su hijo no usa la misma camisa que el día anterior, sólo una camiseta de ropa interior. Sus músculos se tensan pero se mantiene calmado un momento, mueve la playera y la lanza hacia la puerta. Al momento siguiente, la playera se mueve hasta cubrir el lente de la cámara.
Gyan exhala un suspiro y se permite volverse visible. Los ojos del más joven en el cuarto se iluminan con alegría al verlo y le da una sonrisa amplia. Gyan le guiña un ojo, le quita la venda de la boca y vuelve a la puerta. Coloca dos alambres en la cerradura de la puerta, con cuidado, asegurándose de escuchar el “click” que indica que están bien puestos.
—Papá —susurra Xander y el mayor voltea—. Presiona el botón, tiene una alarma.
Gyan le da un pulgar arriba y se agacha. En el suelo, detrás del mueble negro junto a la puerta, hay un pequeño botón negro que se pierde con el suelo y los muebles. El adulto presiona el botón y da dos toques en la puerta.
Al segundo, los alambres se mueven hasta que se escucha la puerta destrabándose y, en el momento siguiente, la puerta se abre de un fuerte empujón de parte de Elías, quien entra al cuarto con toda la inercia del golpe para después hacer explotar la cámara.
—Tío —exhala Xander más animado.
—Hola, Blancanieves —saluda Elías con calma. Detrás de él, entra Marcos agachándose para tomar la chapa de la puerta.
—¿Qué tan buena idea fue volar la chapa considerando que no tarda en volver? —cuestiona Marcos apuntando a la puerta y mirando a Elías.
—¿No podías mencionar eso… antes de que lo hiciera? —reclama Elías.
—La idea era que ibas a forzar la chapa, ¡no a volar la chapa! —contraataca Marcos.
—¡Bueno ya! Fallas técnicas, siempre las tenemos, ahora muévanse y hagan su trabajo —apura Gyan cerrando la puerta con prisa.
Marcos y Elías se acercan a la cama dónde Xander está esposado. Sus pies están atados a las patas de la cama y sus manos están entrelazadas en la cabecera. Elías saca un encendedor de su bolsillo y lo acerca a las manos del chico.
—Me tendrás que disculpar pero no traje una navaja —exclama el pelirrojo antes de encender la llama justo sobre la tela del paño que ata ambas muñecas.
Xander se sacude tratando de apartar sus brazos del calor. Cuando la tela comienza a desgastarse, Marcos toma la cadena y tira de ella para romper el paño y liberar las manos del chico, las cuales quedan con leves marcas de quemaduras.
—Cuando salgas, dile a alguien que te ponga un paño húmedo aquí —avisa Marcos soplando suavemente la piel quemada. Xander asiente—. Elías.
Marcos le lanza al aludido un par de pequeños ganchos que el pelirrojo toma para tratar de soltar el grillete que ata el pie de su sobrino cuando llega un aviso.
«¡Vienen de vuelta!» avisa Omali.
—¿¡Qué!? ¿Tan pronto? —reclama Gyan.
—Eliah podrá ser muchas cosas pero, buen manipulador, no es una de ellas —recalca Elías—. ¿Ahora qué?
—Okey, salgan ustedes dos para asegurarse de que Eliah esté a salvo, yo me quedo a soltar a Xander —indica Marcos con rapidez.
—¿Sabes hacerlo? —cuestiona Elías con una ceja arqueada.
—No tan bien como tú, pero sí —responde el castaño y Elías le cede su lugar antes de salir del cuarto junto con Gyan.
Marcos se queda a tratar de soltar los grilletes y los otros dos caminan por el pasillo hasta la sala principal. Cuando la puerta se abre, Gyan toma a Elías por los hombros y los vuelve invisibles a ambos.
Eliah entra con paso campante y orgulloso, detrás de él, Ethan lo mira con descaro, sus ojos no se apartan de sus delgadas piernas mientras se relame los labios como si tuviera frente a él un platillo exquisito. Elías siente su cuerpo tensarse, en parte por miedo hacia Ethan y en parte por rabia de que miren así a su hijo.
—Ven aquí, muchacho —pide Ethan con una sonrisa encantadoramente perturbadora.
Elías se sienta sobre la mesa del centro y le guiña un ojo con coquetería antes de indicarle, con un señalamiento, que se siente frente a él, en el sofá. Ethan obedece recorriendo con la mirada al joven.
—Bien, hagamos esto —exhala Eliah quitándose la chamarra cuando Ethan se sienta—. Usted sabe quién soy y yo sé qué quiere, así que le daré lo que quiere si me contesta algunas cositas.
Antes de que Ethan pueda replicar, Eliah pasa su pie lentamente por la pierna del mayor, desde el tobillo hasta la rodilla en un gesto deliberadamente provocativo. Ethan termina por asentir.
—¿Qué quieres saber, niño?
—¿Qué hace aquí? —suelta Eliah sin dudarlo—. Hasta dónde sabía, usted estaba en prisión.
—Una mujer pagó para que me dejaran salir.
—¿Una mujer? —Eliah frunce el ceño con confusión sin poder creer que alguien quisiera hacer algo por el hombre frente a él—. ¿Quién? ¿Con qué objeto?
—No sé su nombre, sólo sé que le dicen “la jefa” —responde el hombre acomodándose con las piernas ligeramente abiertas—. Ella sabía que yo podía entregarle a mi hijo.
—¿Va a entregar a su hijo a otra mujer… sólo porque sí?
—Porque a cambio obtengo un pase directo y libre a lo desconocido junto con mi juguete favorito. —El hombre se inclina hacia Eliah y se lame los labios con hambre. Desde la esquina, Elías se tensa de miedo.
—Bien, ¿y para qué quiere ella a su hijo?
—No lo sé, que haga con él lo que quiera: no me interesa.
Eliah no puede contener la mueca de sorpresa que se hace presente en su rostro: la idea de que exista un ser tan cínico y despreciable como lo es Ethan Valmore le parece inconcebible. Exhala un suspiro y continúa el interrogatorio.
—¿Y… “la jefa” trabaja sola?
—No, son tres mujeres en total —detalla el mayor con desgano—. “La jefa”, la madre de mi hijo y una tercera mujer que nunca muestra su rostro, le dicen “mascarada”.
—¿Y ella quién es o qué quiere?
—Quién es, no lo sé pero quiere hacer pagar a quienes le arrebataron a su hijo. Un par de médicos que no supieron hacer su trabajo al parecer.
Marcos escucha ese comentario en su mente, gracias a Irene, y se queda congelado a medio proceso de soltar el segundo grillete de Xander. Esa descripción sólo encaja con él e Irán pero… ¿cuándo rayos pasó eso?
Eliah asiente un par de veces y recuerda a Irina, todo parece indicar que aún tiene algo de tiempo y debe aprovechar que el hombre aún no intenta nada con él.
—Bien… y sobre “la jefa”...
—Espera, niño —para Ethan y acerca sus manos a las piernas del más joven—. Yo ya dí mucha información, es tu turno de dar algo.
Eliah hace una mueca de asco que causa una sonrisa asquerosa en Ethan. El más joven exhala un suspiro antes de levantarse y sentarse con cuidado sobre el regazo del mayor.
Ethan sonríe y acerca su nariz al cuello del más joven. Eliah alza la cabeza con asco pero permite el gesto; cuando siente unas manos subiendo por sus piernas, las toma con firmeza y las sube a su espalda para mantener el control.
—”La jefa” tiene a una chica atrapada, ¿no? —pregunta Eliah. Ethan hace un sonido de afirmación desde el cuello del menor—. ¿Dónde?
—No lo tengo muy claro, la enmascarada fue quien la encerró —responde el mayor después de lamer el cuello del más joven—. Sólo sé que está en algún lugar entre el sector Hospital y Renacimiento.
Elías nota la incomodidad en el rostro de su hijo mientras este trata de mantener el control, sin embargo, lo que llama su atención es la tensión en los brazos de Ethan mientras este trata de atraer a Eliah más cerca suyo. Las alarmas en su cabeza se despliegan.
«Amelia, saca a mi hijo de aquí» ordena con los músculos tensos.
Eliah está pensando en otra cosa que preguntar para ganar más tiempo cuando escucha una voz en su cabeza.
«Eliah, suficiente. Sal de ahí»
El chico cierra los ojos con alivio y mueve sus piernas discretamente hacia el torso del adulto.
—Bueno… —murmura el chico alargando la “e”—, fue muy… iluminador hablar con usted. Gracias.
Antes de que Ethan pueda atraparlo, Eliah aplasta su zona genital con la rodilla y lo usa de impulso para lanzarse a la mesa y escapar. Ethan suelta un quejido de dolor, pero busca entre el sofá y al momento siguiente saca un aparato que, al activarlo le lanza una descarga eléctrica a Eliah y lo tira al suelo entre quejidos de dolor.
—¡Eliah! —grita Elías empujando a Gyan para correr hacia su hijo.
Gyan está a punto de llamar a Elías cuando una mano le tapa la boca y lo jala hacia el pasillo. Ahí, ve a Xander parado con los ojos muy abiertos y tras él, Marcos es quien le tapa la boca y le indica que guarde silencio. Gyan asiente y Marcos lo suelta.
—Hay una ventana al final del pasillo, tú y Xander salgan por ahí, yo veo a Elías —susurra Marcos con prisas.
Gyan asiente, toma a su hijo y ambos corren con discreción hacia el final del pasillo. Marcos toma una respiración profunda antes de asomarse por el pasillo.
Elías está de pie frente a su hijo con las manos levantadas y abiertas frente a él, su campo de fuerza evita el paso de Ethan. Elías tiene los ojos cerrados, claramente concentrado en no dejarse consumir por el miedo.
—¿Papá? —exclama Eliah sorprendido al ver a su padre.
—Mira quién está aquí —comenta Ethan humedeciendo sus labios con hambre y lujuria—. Hola, gatito.
Ethan toca el campo de fuerza a la altura donde se ve el rostro de Elías y comienza a delinear la curva de su mejilla. Elías no puede evitar abrir los ojos lentamente y, al ver el rostro de su agresor mirándolo con el mismo morbo de siempre, es incapaz de cerrarlos.
—E… Ethan —exhala entre espasmos.
—¿Listo para volver a mí, gatito?
Elías exhala algo que está a medio camino entre un jadeo y un sollozo y sus manos bajan un poco. Eliah abre la boca con sorpresa, la idea de ver a su padre tan vulnerable y vencido es inconcebible y, sin embargo, está ocurriendo frente a sus ojos.
—Papá, atácalo —pide Eliah tratando de que su padre reaccione.
—Oh, niño, ¿no te ha contado? —se burla Ethan acercándose más. Elías, incapaz de parar los ojos de él—. ¿No le has contado a tu hijo lo que eres en realidad, lo que pasa contigo?
»¿No sabe que tu cuerpo desfiló por este cuarto en mil posiciones? ¿Le cuento cómo gritabas, llorabas y suplicabas piedad como un niño asustado?
Los ojos de Elías se llenan de lágrimas y sus manos tiemblan, amenazando con bajar y desvanecer el campo de fuerza.
—Eras tan delicioso y tan complaciente. Tus lágrimas te hacían bellísimo y tus gritos sólo te volvían más deseable. Eras tan dócil y sumiso… y sabías cómo lucir ese perfecto cuerpo tuyo.
»Tu cuerpo era el más codiciado de todos, estabas adornado de marcas y afónico de tanto llanto y seguías atrayendo más y más personas a qué siguieran usandote como el buen muñequito que eres.
Elías aprieta los ojos y de su boca se escapa un sollozo lastimero que rompe el corazón de su hijo, sus manos cada vez están menos firmes. Ethan sabe que está a nada de romperlo y tenerlo de nuevo para él.
—¿Y en línea? ¿Qué me dices de todas las vistas? —comenta Ethan. Eliah se queda de piedra al escuchar eso—. ¿Cuántos millones de personas a lo largo del mundo te han visto ser usado como un juguete? ¿Cuánto morbo han causado tus curvas?
—¡Basta! —suplica Elías bajando sus manos para taparse los oídos, lo que deshace el campo de fuerza.
—¡Papá, no! —grita aterrado Eliah, lo que hace que Elías vuelva a activar su campo de fuerza antes de que Ethan pueda tocarlo.
—No te protegerá por siempre, niño —se regodea el mayor de la habitación—. No puede protegerse ni a sí mismo.
Elías exhala un sollozo seguido de un fuerte espasmo en todo su cuerpo, cree que Ethan tiene razón, que no podría protegerse… ni a Eliah. Vuelve la vista hacia su hijo y la imagen de su pequeño asustado y suplicante detrás de él lo rompe aún más, la puerta no está muy lejos.
—Eliah, corre, vete —murmura Elías.
—¿Qué? —exhala el menor—. No, papá. No te rindas, papá, por favor.
—¡Vete! —ordena el mayor.
—Hazle caso, niño —comenta Ethan petrificado de nuevo a Elías—. No creo que quieras ver a tu padre convertido de nuevo en mi marioneta.
—Papá… por favor.
—Lo siento.
Elías alza la vista hacia Ethan, está dispuesto a entregarse si con eso garantiza que Eliah estará a salvo. Está por soltar el campo de fuerza cuando ve una mano agitarse detrás de Ethan e inclina la cabeza sutilmente para poder ver.
Desde la pared, Marcos le hace señas. Cuando ha captado su atención, le muestra un objeto similar a un látigo pero con una bola de metal con pinchos en la punta. Marcos hace un gesto con sus manos similar a un lanzamiento y con su boca forma una palabra “empujalo”.
—¿Y bien, gatito? —exclama Ethan devolviéndolo al momento—. ¿Listo para volver a mi cama?
Elías se congela un segundo pero Marcos vuelve a llamar su atención e insiste con que lo empuje. Las manos de Elías se crispan de furia, su sociopatía ganando terreno y, por primera vez, mira a Ethan con rabia y desprecio.
—No esta vez, Ethan —sentencia y, con fuerza, expande su campo de fuerza.
El acto empuja a Ethan lejos de él, en dirección hacia Marcos. El castaño se prepara y cuando el mayor llega hasta él, le golpea la cabeza con la bola y los pinchos dejándolo inconsciente al momento. Elías cae de rodillas, en parte de alivio y en parte de cansancio.
—¡Papá! —grita Eliah acercándose a su padre.
—Eliah, mi niño —exhala el mayor sosteniendo a su pequeño entre sus brazos—. Estás bien, estás a salvo.
—Papá, perdóname, lo lamento mucho —solloza el menor aferrándose al cuello de su padre—. No tenía idea de lo que te había pasado, lo siento.
—Tranquilo, calma, no es tu culpa, no has hecho nada malo —afirma Elías y alza la vista hacia Marcos para formar con sus labios un “gracias”. Marcos asiente.
Cuando Eliah deja de llorar, Elías se levanta y, sin soltarlo, se acerca hacia el cuerpo de Ethan.
—¿Sigue vivo? —pregunta.
—Desgraciadamente —afirma Marcos—. ¿Qué vamos a hacer con él?
—Yo puedo ayudar —hablan de pronto.
Todos giran hacia la puerta y ahí, asomado con una sonrisa tímida, está Xander.
—Llamé a la policía —explica mostrando su teléfono con la llamada recién finalizada—. Es hora de que se termine el legado Valmore.
—¿Lo vas a denunciar de verdad? —cuestiona Elías sorprendido.
—Sí, pero… ¿podrías ayudarme?
—¿Yo?
—Elías —exclama Marcos acercándose y poniendo una mano sobre su hombro—. Sobreviviente dos veces sin decir nada, es hora de terminarlo.
Elías duda un momento, pero la mirada triste y orgullosa de su hijo le hace asentir.
—Sí, creo que es hora de terminar con esto.
«Pues que Marcos y Eliah se vayan, ya vienen» avisa Uriel.
—Yo me quedo con mi padre.
—No, Eliah, esto tengo que hacerlo yo.
—Vamos —apremia Marcos cuando se escuchan las sirenas de las patrullas—. Suerte a ambos.
—Gracias —responden Elías y Xander.
Eliah toma el brazo de Marcos y, con un choque de muñecas, ambos desaparecen dejando a las dos víctimas listas para dar el golpe final.
Xander está de vuelta y está sano y salvo, no se preocupen.
¿Listos para ir por Irina?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top