La guerra
Un par de días después, Gyan y Elías se encuentran frente a la puerta de la oficina de Marcos, ambos con la misma firme intención de entrar. Se miran con sorpresa y se quedan quietos un momento.
—Elías.
—Gyan.
—¿Qué haces aquí? —Elías mira la puerta frente a él y luego vuelve la vista hacia Gyan.
—Vine a robar otro cadáver —escupe sarcástico ganándose una mirada de reproche—. ¡¿Pues qué parece que vengo a hacer Gyan?!
—¿Desde cuándo hablas con Marcos?
—Desde hace unos días —responde Elías vagamente—. Larga historia.
—¿Qué sabes? —pregunta Gyan entrecerrando los ojos. Elías arquea una ceja.
—¿Tú qué sabes? —devuelve con interés.
—Marcos…
—No habla mucho de sí mismo ni su pasado, sí —exclaman ambos al mismo tiempo.
—Pero tú sabes algo que el resto no —acusa Elías.
—Soy psicólogo, debo respetar la privacidad del paciente —evade Gyan con astucia.
—Gyan… no lo atiendes, todos lo sabemos —reprocha Elías. Gyan hace una mueca—. ¿Qué sabes?
—Habrás notado que Marcos no es bueno para hablar o expresar sus emociones —comenta Gyan y Elías asiente. Marcos tiene tres variantes: serio, contento y avergonzado, no más—. Fue criado por dos militares, así que…
—”Fuerza de carácter” —finaliza Elías por él.
—Ajá. ¿Tú qué sabes?
—Fue el único que logró distinguir que tu hijo estaba siendo, prácticamente, secuestrado y no haciendo berrinches. Además de que fue el único en reconocer lo que le habían hecho sin necesidad de hacerle una prueba —apunta Elías recargándose en la puerta con egolatría—. No cualquiera puede hacer eso.
—¿Acaso crees que él también…?
—No, se le notaría —interrumpe Elías con firmeza—. Sí le pasó algo grave, pero no eso.
Gyan asiente mientras frunce los labios y con un gesto le pide que le dé permiso. Elías se aparta de la puerta y Gyan la abre para entrar a la recepción donde se encuentra la secretaria de Marcos.
—Doctor Garcés —saluda la mujer antes de ver a Elías con nerviosismo.
—Hola, María. Tranquila, él viene conmigo —asegura Gyan con calma y la secretaria vuelve la vista hacia él—. ¿Está el doctor Oliveira?
—Sí, adelante, pueden pasar —afirma ella.
—Gracias.
Gyan da un par de pasos hacia la puerta y Elías lo sigue sin decir una palabra, sin embargo, la mirada fulminante de Gyan hace que el pelirrojo vuelva la vista hacia la secretaria con una sonrisa forzada.
—Gracias, buenas tardes —exhala con voz ronca antes de seguir a Gyan, quien ya abrió la puerta.
Ambos adultos entran a la oficina y cierran la puerta tras ellos, sólo para encontrar al médico recostado sobre su escritorio con un brazo colgando y la respiración lenta y profunda.
—¿Está…?
—Sí —interrumpe Gyan incrédulo de ver a Marcos dormido—. ¿Y ahora? Nunca se duerme en el trabajo.
—Oye —llama Elías y le muestra su teléfono. Gyan sonríe ante la idea no expresada y asiente.
Elías hace una sonrisa malévola y procede a teclear en su teléfono y buscar algunas cosas. Gyan se mantiene atento a que Marcos no vaya a despertar. El pelirrojo le muestra la pantalla con una cuenta regresiva de diez segundos y el tono de la alarma es una trompeta militar.
—No, cambia eso, tampoco te pases —reprocha Gyan al ver eso último aunque es incapaz de ocultar la diversión en su sonrisa.
Elías rueda los ojos con fastidio y cambia el tono al de una alarma tradicional. Gyan le da el visto bueno y la cuenta regresiva empieza a correr con el volumen del teléfono en lo más alto. Elías tiene que taparse la boca para no soltar una carcajada ante la broma y Gyan se contagia de su alegría.
La cuenta termina y el sonido del reloj despertador resuena por toda la oficina. Sin embargo, tan pronto como el sonido empieza, Marcos se incorpora de golpe con el cuerpo tenso cual cuerda de arco antes de que se dispare la flecha. Trata de empujarse hacia atrás como si quisiera levantarse y sólo consigue empujar la silla y caer de espaldas junto con esta.
—¡Marcos! —grita Gyan empujando a Elías para correr a ver a su amigo. Elías apaga la alarma con los ojos abiertos de sorpresa.
—PAR DE IDIOTAS —reclama Marcos desde el suelo. Gyan y Elías hacen muecas de preocupación.
—¿Estás bien? —pregunta Gyan mirando a su amigo tirado en el suelo sin moverse un sólo milímetro.
—Mi espalda —se queja el castaño. Elías se acerca.
—Elías, ayúdame a levantarlo —apremia Gyan.
Ambos se colocan cada uno a un lado distinto de Marcos y lo toman de los brazos para ayudarlo a levantarse. Una vez de pie, Marcos se apoya un momento en Elías para recuperar el equilibrio y después comienza a caminar hacia la ventana, su cojera acentuada y la curva de su espalda excesivamente pronunciada. Se apoya en el alféizar de la ventana y exhala un suspiro de dolor.
—Lo sentimos —murmura Gyan con pena.
Elías hace una mueca al escuchar eso, claramente él no se arrepiente ni lo lamenta. Gyan le da un fuerte pisotón que lo hace exhalar un quejido.
—¡Bueno, sí! Perdón —se disculpa sacudiendo su pie aplastado.
—No te preocupes, sé bien que Elías no se arrepiente —exclama Marcos, sin darle importancia, pegando su cabeza al cristal de la vidriera.
—Lo lamento, Marcos —repite Gyan—. No pensamos que te asustarías tanto.
—Tengo TOC y crecí en una Academia Militar, ¿qué piensas que me pasa por la cabeza cuando escucho una alarma? —reclama el médico con los brazos crispados de furia.
—Para tener TAG, definitivamente no piensas en todos los resultados posibles —susurra Elías en el oído de Gyan.
—Cállate —ordena el moreno entre dientes.
Marcos se gira para poner su espalda contra la pared y, en el momento que se acomoda, se escuchan todas sus vértebras tronando al acomodarse. El médico exhala un quejido de dolor y se deja caer lentamente al suelo mientras sus amigos hacen muecas de dolor por el sonido.
—Me pasan mis analgésicos por favor —pide Marcos con los ojos cerrados—. En el cajón del escritorio, lado izquierdo.
—¿Tu izquierda o mi izquierda? —pregunta Elías que está parado en dirección contraria pero más cerca del escritorio que Gyan.
—Mi izquierda.
Elías se asoma al escritorio y abre el cajón indicado. Entre varios artículos de oficina hay dos frascos de pastillas que le muestra a Gyan. El moreno toma El indicado y se lo pasa a Marcos mientras Elías devuelve el otro a su lugar.
—Gracias —exhala Marcos tomando un par de pastillas para tomarlas de golpe.
—¿Por qué estabas dormido? —pregunta Gyan mirando a su amigo desde arriba.
—Estoy cansado —se excusa Marcos. Elías rueda los ojos y Gyan frunce el ceño.
Gyan se agacha para quedar a la altura de Marcos y, sin la más mínima delicadeza, le toma la barbilla para obligarlo a alzar la vista. Esos ojos nublados y llenos de lágrimas, no de tristeza, que no miraban nada sólo los había visto una vez en Marcos y cientos en sus pacientes: la mirada del que le pasa demasiado la vida.
—Elías, busca los relajantes en el escritorio —ordena Gyan.
Elías suelta un resoplido antes de dar la vuelta para quedar frente al escritorio y poder buscar mejor. Marcos agacha la mirada, no tiene sentido que trate de negarlo u ocultarse, sabía que Gyan lo iba a descubrir si lo veía.
—¡Hey! —llama Elías antes de lanzarle a Gyan una pequeña botella.
—¿En jarabe? ¿Ahora hasta en jarabe? —regaña Gyan mostrándole la botella a Marcos con molestia—. ¿Qué es esto? ¿Encontrar cuál consigue matarte?
La fuerza con que Gyan lo obliga a levantar la mirada, lo descoloca por un momento. En los ojos de Gyan no ve a su amigo, ve a un hombre que alguna vez lo miró con la misma rabia mientras le apretaba el cabello para obligarlo a alzar la mirada. A su mente llegan los gritos de rabia y el sonido de los dulces cayendo al suelo uno tras otro. El golpe en su frente lo saca de su ensimismamiento.
—Reacciona —reprocha Gyan. Marcos parpadea un par de veces y sacude la cabeza—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —afirma el castaño antes de levantarse de golpe.
—¿Seguro? —cuestiona Gyan con una ceja arqueada. Claramente no le cree.
—Marcos necesitas ayuda —exclama Elías.
—No necesito ayuda, Elías —sentencia Marcos con firmeza.
—Marcos, Amelia y Amélie nos dijeron claramente que nos preparáramos para la guerra —apunta Elías tratando de mostrar autoridad—. Podemos protegernos entre todos… ¡Menos a ti porque ni siquiera sabemos con qué van a atacarte!
—¡Puedo protegerme solo! —asegura el mayor con los puños apretados.
—Sí, claro… porque lo has hecho muy bien los últimos treinta años —exclama Gyan con sarcasmo.
—Sigo vivo, ¿no?
—¡No por mérito propio! —reprochan Gyan y Elías.
Marcos baja la vista avergonzado y se muerde el interior de la mejilla mientras trata de recuperar el control de sus emociones.
—Déjenme tranquilo —exige con los músculos tensos.
—Marcos…
Un sonido extraño interrumpe la réplica de Gyan y Marcos les indica con un gesto que guarden silencio. El silencio comienza a escucharse más fuerte.
—¿Eso es…?
—Una alarma, sí, eso parece —interrumpe Marcos escuchando.
—¿Y por qué ninguno de los dos se mueve? —inquiere Elías incrédulo.
—Psiquiatría sólo corre si suena su alarma, y esa no es —explica Gyan encogiéndose de hombros.
—Y tampoco es la alarma de urgencias —comenta Marcos con el ceño fruncido.
Los tres salen de la oficina con paso dubitativo y miran por el pasillo: no hay movimiento, como si nada estuviera sonando. De pronto, Omali aparece por una esquina corriendo apresurado hacia ellos.
—¡¿Por qué nadie hace nada?! —pregunta desesperado.
—Omali, nadie sabe de qué es esa alarma —expresa Gyan ganándose una mirada de fastidio del técnico.
Omali toma su tableta y teclea un par de cosas. La alarma comienza a sonar con fuerza, un sonido estridente y largo: la alarma de evacuación.
—¡¿Por qué no la pusiste así desde el principio?! —reclaman Marcos y Gyan. Marcos corre por el pasillo hacia los quirófanos y Gyan, hacia el piso de arriba.
—Elías, ¿qué haces aquí? —cuestiona Omali sorprendido de ver a su mejor amigo en el hospital.
—Larga historia —responde Elías con simpleza—. ¿Qué pasa?
—¡No lo sé! Los cables comenzaron a hacer corto circuito y la descarga se dirige a la caja principal —explica notablemente ansioso—. ¡El hospital va a volar si eso pasa!
—¿Y no puedes… pararlo?
—¡No se puede parar un corto circuito, Elías!
—¡No lo sé! ¡Soy arquitecto; no, ingeniero! —reprocha Elías—. Si dejas de pasar corriente debería de detenerse, ¿no?
—Sí, pero para eso debo cortar la electricidad de todo el hospital. Los equipos de las UCI, los cuneros de neonatal, los quirófanos, ¡todo funciona con electricidad en este hospital!
—¿Absolutamente todo?
—¡Sí!
—¿Hay algo que puedas desactivar para reducir la velocidad?
—Ya desactivé los sanitarios, las luces del vestíbulo, los quirófanos que no están en uso y los paneles de las ventanas. No puedo hacer más, ¡pero no es suficiente!
—Claro que no…
En ese momento, personas empiezan a atravesar los pasillos a toda velocidad. Algunos médicos empujan camillas con pacientes en estados delicados, otros llevan sillas de ruedas y, los menos, llevan pacientes de la mano.
—¿Algo en lo que podamos ayudar? —pregunta Elías al ver a Marcos correr de vuelta hacia ellos.
—Desalojen los pasillos para que pueda pasar el personal y si pueden ayuden a sacar a los familiares en cuidados o en la sala de espera —pide Marcos antes de seguir corriendo por el pasillo.
—Corre, a las escaleras —indica Omali—. Mientras menos energía gastemos, mejor.
Elías asiente y lo sigue al piso de abajo por las escaleras mientras piensa en cómo sacar a la gente en la sala de espera de forma rápida y sin que hagan desastres. Al llegar al piso de abajo, Elías detiene a Omali un momento.
—¿Tienes algun micrófono o algo así?
—Tengo un megáfono en mi cabina —responde Omali confundido—. ¿Lo traigo?
—Rápido, a la sala de espera —ordena Elías antes de correr hacia ese lugar. Omali usa su supervelocidad para ir a su cabina.
Elías llega a la sala de espera y mira a todos los familiares moviéndose y empezando a mostrar los claros indicios de caos colectivo: gritos, movimientos sin sentido, enojó, miedo, estrés, parálisis, etcétera. Una sonrisa cruel se hace presente en su rostro: ese tipo de escenas lo hacen feliz de una manera insana. Algunas personas que lo ven, hacen muecas de incredulidad o molestia ante su sonrisa pero a él no le importa.
—Volví —anuncia Omali tras chocar contra él—. ¿Por qué tienes cara de estar a punto de anunciar que vas a quemar a todo individuo que respire?
Elías le sonríe a Omali antes de arrebatarle el megáfono que trae el ingeniero entre manos y hacerlo sonar con fuerza para llamar la atención de todos los presentes. La sonrisa cruel de Elías se ensancha y Omali se da cuenta que, probablemente, fue mala idea ofrecerle el megáfono.
—Atención, señoras y señores —anuncia Elías haciendo que todos en la sala lo miren—. Es necesario que todos se retiren de la sala en este momento y pasen a la parte de afuera.
»Los que esperaban consulta, lamento informarles que no se les podrá atender en estos momentos. Los que esperaban visitar a algún familiar o están esperando algún veredicto, les informo: veredicto incompleto y los pacientes en las ambulancias. Si son familias enteras tendrán que discutir quién acompaña a la ambulancia, pero fuera de este hospital porque va a explotar en… 30 minutos.
La gente empieza a gritar aterrorizada mientras Elías sonríe burlonamente. Omali trata de quitarle el megáfono pero el pelirrojo lo detiene y lo empuja antes de hacer sonar el megáfono de nuevo para llamar la atención.
—A ver, si siguen gritando como cabras desbocadas sólo van a lograr que nos vayamos todos al infierno así que en silencio y calmados —ordena Elías con sarna en cada palabra—. La puerta de emergencia está de su lado izquierdo, dejen el portón principal para los médicos. Salgan en orden y si alguien va a bajar a las ambulancias o por un auto, hágalo por las escaleras porque el uso de electricidad reduce el tiempo disponible.
La gente se queda estática, como si de pronto nadie supiera qué tiene que hacer. Elías rueda los ojos y hace sonar el megáfono con fuerza para romper el sopor.
—¡Salgan del hospital o salimos, pero en las noticias!
La gente empieza a alejarse a paso rápido, aunque bastante ordenado, hacia la salida de emergencia que señaló Elías hasta que la sala de espera queda vacía.
—Mira, parece que se olvidaron que tienen familiares.
—En serio que eres un maldito cruel.
—Si ya sabes cómo soy, ¿para qué me invitas?
—¡Yo no te invité! Ya estabas aquí cuando llegué.
En eso, una pantalla en una pared cercana se enciende anunciando que el ala de psiquiatría y el ala de urgencias han sido evaluadas en su totalidad. Omali saca su tableta para empezar a desactivar equipos y retrasar el corto circuito lo más posible.
Elías toma a Omali de un brazo y lo jala para sacarlo del hospital mientras llama a su esposo para informarle del corto circuito y averiguar si puede hacer algo al respecto.
El sonido de las sirenas de las ambulancias, las ruedas de las camillas y el personal gritando instrucciones a diestra y siniestra es ensordecedor. El corto circuito avanza su camino hacia la caja de fusibles y cada vez más cables empiezan a fallar sin que Omali pueda detenerlo, sólo retrasarlo. Irán y Gyan se acercan a Omali y Elías.
—¿Ya evacuaron todos? —pregunta Gyan viendo al enfermero.
—No quedan más pacientes y enfermería es el departamento más grande y evacué a todos, ya no debería quedar nadie —responde este.
—Omali, ya desactiva todo —ordena Elías con angustia al ver que el corto circuito está muy cerca de la caja.
—No puedo, aquí dice que el departamento de cirugía aún no termina de evacuar.
—¿Qué? Pero si están todos allá.
Gyan señala a lo lejos donde los cirujanos cuentan y resguardan a los residentes de su departamento, algunos cuidan a civiles y otros están haciendo llamadas.
—Pues no sé, pero esto dice que ese departamento aún no evacua y no puedo desactivar las puertas ni los circuitos de emergencia por si de verdad aún hay alguien dentro…
—Oigan, ¿y Marcos? —pregunta Irán de pronto.
Los cuatro giran la vista por todo el lugar sin encontrar rastro alguno del castaño. Irán abre los ojos con estrés y empieza a caminar hacia el hospital.
—Irán, no —exclama Gyan deteniendolo—. Es peligroso.
—No puedo dejarlo adentro, no tardaré debe haberse quedado revisando algo.
Irán se suelta del agarra de Gyan y corre de nuevo hacia el edificio. En ese momento, Amelia llega y se acerca a ver cómo están todos mientras Karim saluda a Irina con un beso largo y preocupado…
Irán corre por los pasillos del segundo piso mientras grita angustiado el nombre de su esposo. Las luces apagadas y el sonido de las chispas corriendo por los cables sólo consiguen aumentar su preocupación al no obtener rastro de Marcos. De pronto, se escuchan golpes tras la puerta de la oficina.
—¿Marcos?
—¿Irán? ¡Irán! —clama la voz desesperada del castaño.
—¡Marcos! ¿Qué haces aquí?
—¡Ayúdame! Se atoró la puerta, no puedo salir.
Irán empieza a tratar de empujar la puerta sólo para confirmar que, efectivamente, está atorada. Los tirones angustiados de Marcos lo estresan y busca desesperado por el pasillo algo que pueda ayudarlo hasta que recuerda su superpoder.
—Retrocede, déjame intentar algo —ordena antes de encender sus manos en un intenso color anaranjado neón.
Con fuerza, empuja la puerta con sus manos aún encendidas. El calor se reparte por toda la puerta y, cuando esta se ve frágil, las aparta para darle una patada y romperla, causando que se salga de su lugar y caiga al suelo.
—¡Irán! —grira Marcos corriendo hacia su esposo al verlo y sin dudarlo lo envuelve en un abrazo.
—Aquí estoy, ¿estás bien? —pregunta el más alto alejando a su esposo para observar su rostro.
—Sí, sí, ¿ya salieron todos? —Marcos intenta alejarse para revisar el lugar e Irán lo detiene al tomarlo d ela muñeca.
—Vas a tener que confiar en mí, no hay tiempo para que revises —anuncia con seriedad y firmeza—. Sólo faltas tú, vámonos.
Marcos asiente con nerviosismo y ambos empiezan a correr hacia las escaleras ya que Omali ya desactivó los ascensores.
—Apagaré el portón, ellos tienen que salir por las puertas de emergencia —anuncia Omali afuera.
—Pero…
—Karim, sé que es estresante pero sólo así les daré más tiempo —explica el mayor antes de empezar a teclear en su tableta.
—Voy a esperarlos ahí, es por dónde tratarán de salir —avisa Amelia antes de correr hacia la puerta principal del hospital.
Marcos e Irán salen del cubo de las escaleras a toda prisa rumbo a la puerta. Marcos siempre ha sido más lento, así que básicamente Irán va tirando de él como un padre con su hijo pequeño. Ambos se detienen al ver la silueta de Amelia tras el cristal indicandoles con señas que se regresen.
—Está cerrado —exhala Marcos.
—Okey, ¿dónde están las puertas de emergencia? —prehunta Irán volviendo la vista hacia el resto de la planta.
—Una en urgencias y otra en patología —exclama Marcos.
—Bien, uno a cada una en caso de que alguna falle y no abra.
—¿Y el otro qué? ¿Bien gracias?
—Oye —Irán le toma el rostro entre las manos con firmeza para hacerle entender que no está a discusión—. Al menos uno de nosotros debe quedarse con Karim.
Marcos empieza a asentir y en cuanto Irán lo suelta corre hacia la izquierda rumbo al departamento de urgencias. Irán lo mira irse y corre rumbo a patología.
Marcos llega a Urgencias sólo para descubrir que la puerta está trabada. No dispuesto a quedarse encerrado o tener que correr hasta el otro lado del hospital, empieza a usar su telequinesis hasta conseguir forzar la chapa y abrir la puerta de un empujón.
—¡Papá!
—Karim —exhala el castaño sosteniendo a su hijo en brazos.
Un “oh no” interrumpe el reencuentro. Omali sostiene entre sus manos su tableta que vibra sin control y empieza a parpadear en color rojo, todos lo miran con angustia.
—¡Alejense! —grita desesperado.
—No hay tiempo —exclama Elías y toma a su amigo del brazo.
Amelia, Gyan y Marcos toman a sus respectivos vástagos para protegerlos con su cuerpo y colocarse cerca de Elías. El pelirrojo levanta las manos y crea su campo de fuerza en el preciso momento en que el hospital estalla entre llamas y chispas eléctricas.
Cuando los escombros dejan de volar y el polvo se dispersa, se ven las paredes resquebrajadas del edificio y los cristales de todas las ventanas esparcidos por el suelo. El fuego sigue saliendo y su brillo se nota a lo largo de los pisos, sobretodo el segundo. El paisaje es desolador, casi ficticio.
Elías deshace su campo de fuerza y todos se aseguran de estar a salvo, de pronto, Marcos se queda estático y voltea hacia dentro.
—Irán —suelta antes de echar a correr hacia los escombros.
—¡Marcos! —gritan todos pero es muy tarde: el médico ya ha entrado al edificio en llamas.
—¡Papá! —llama Karim. Gyan y Xander lo detienen antes de que pueda seguir a su padre.
—Elías, ve a buscar a Marcos —ordena Gyan. Elías obedece de inmediato.
Marcos llama a Irán mientras corre por el suelo desolado, con llamas saliendo de todos lados y chispas apareciendo de la nada mientras lámparas y cientos de otras cosas, se rompen, caen o explotan. La imágen es aterradora pero en su mente sólo hay un objetivo: encontrar a su esposo.
Elías sigue el mismo camino llamando el nombre de Marcos. El caos le fascina pero en ese momento sabe que es más importante asegurarse de que por lo menos uno de los dos jefes salga del lugar con vida, así que se dedica a perseguir al mayor.
Un grito de angustia le indica dónde se encuentra Marcos. Al llegar al vestíbulo, ve al castaño de rodillas sosteniendo un cuerpo inerte en sus brazos y sacudiendolo con una desesperación casi tortuosa, mientras más se acerca, la súplica desesperada de Marcos se escucha con más claridad.
—No, no, no, no, no por favor, no. ¡Irán! ¡Irán, despierta! ¡Despierta, por favor despierta, Irán!
—Marcos —llama Elías con calma poniéndole una mano en el hombro—. Tienes que salir de aquí.
—No, no sin él.
Elías sabe que no convencerá a Marcos de irse sin el cuerpo de Irán y que no tiene tiempo para discutir, así que toma las piernas del enfermero y comienza a arrastrarlo. Marcos se levanta y toma el cuerpo de su esposo por los brazos para ayudarle a Elías a cargarlo, sin embargo, tira hacia el portón principal: es más cercano y, con la explosión, ya no es un obstáculo.
Marcos no se detiene hasta que están fuera. Elías suelta a Irán inmediatamente. Marcos sigue jalando un poco más para alejar a Irán del lugar, después lo recuesta con cuidado y se arrodilla a su lado para palmearle el rostro con manos temblorosas.
—Irán, Irán por favor despierta. No te vayas, no te vayas, amor, por favor. Abre los ojos, Irán, por favor.
Todos se acercan al lugar. La imágen de Marcos arrodillado junto al cuerpo inerte de su esposo suplicándole que despertara no saldría jamás de sus mentes…
Maratón navideño (atrasado) 7/8
Les dije que a Marcos e Irán les tocaba padecer un poco... ¿O un mucho? Jeje
Espero les guste.
Atte: Ale Bautista
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top