Arrepentimiento
Han pasado seis meses desde la explosión del hospital y la empresa de Elías y Uriel sigue realizando reparaciones, aunque menores. Los pacientes de cuidados intensivos ya fueron devueltos al hospital y urgencias se atienden en clínicas periféricas para no saturar el lugar de personas y personal.
—Oliveira, Jiménez, Durán —llama mi tío Uriel. Mis compañeros de equipo y yo dejamos el ventanal que estábamos revisando para acercarnos a él.
—¿Sí, ingeniero Montoya? —pregunta mi compañero cuando llegamos junto a él.
—¿Cómo van con las ventanas?
—Tenemos un problema —responde Jiménez con una mueca de incomodidad—. El ancho del cristal no encaja con el ancho del marco de la ventana.
—¿Qué? —exhala mi tío, incrédulo—. Es el mismo ancho que se ha usado para los pisos superiores y para las ventanas de urgencias.
—Sí, pero por algún motivo parece que las ventanas de los laboratorios son más gruesas —explico con los hombros encogidos.
Uriel se cruza de brazos un momento, mientras golpea el piso repetidamente contra el suelo, antes de voltear hacia atrás de él, dónde se encuentra Elías.
—¡Elías, ven acá! —grita con prisa.
—¡Un minuto! —exclama Elías.
Mientras esperamos, Omali sale apresurado por las puertas del hospital y se acerca corriendo a Uriel.
—¡Uriel! Necesito ayuda —solicita parándose a su lado.
—¿Qué ocurre, Omali?
—Estaba ajustando el equipo eléctrico en las habitaciones del hospital y mira lo que encontré.
Uriel toma la tableta de Omali y revisa lo que sea que haya en pantalla, la forma en que arruga el entrecejo y tuerce la boca nos indica, a mis compañeros y a mí, que no son buenas noticias.
—¿Qué pasó? —pregunta Elías llegando junto a los ingenieros.
—A ver, vamos por partes, este… —Uriel alza la vista hacia nosotros y alterna su dedo entre mis compañeros—. Uno de ustedes dos es Ingeniero Electromagnético, ¿quién?
—Yo —exclama Durán.
—Bien, tú vas a trabajar con el ingeniero Herrera —indica Uriel y mi compañero se acerca a Omali—. Lo de las ventanas ahorita lo vemos.
»Jimenez, ve a preguntar al grupo que está revisando lo de los equipos quién tiene alguna especialidad en electricidad y después vas a trabajar conmigo.
»Oliveira…
Elías le da un jalón a su esposo que lo hace voltear y le muestra algo en su teléfono. Uriel lee rápido y hace una mueca mientras piensa.
—Oliveira, ve a revisar los ventanales del ala de Cuidados Intensivos —ordena Uriel sacando su metro holográfico del cinturón para dármelo—. En teoría esos ventanales son la medida ideal para todas las ventanas del hospital, con eso vemos cómo arreglar esto.
—Sí, señor —exclamamos mis compañeros y yo antes de separarnos para hacer lo indicado.
No soy exactamente un prodigio del ejercicio, así que no sé quién me mandó a subir, los dos pisos para llegar al ala de Cuidados Intensivos, por las escaleras pero lo hice. Llego al tercer piso del hospital jadeando por mi vida mientras pienso quién había tenido la brillante idea de poner un ala tan importante en un piso tan alto.
Entro a una de las habitaciones más cercanas y comienzo a medir. Afortunadamente muchas habitaciones están vacías pero, en aquellas que hay algún paciente, me cuesta un poco entrar y ver los cuerpos entubados, inconscientes y casi muertos de las personas ahí.
Empieza a aburrirme de mi tarea al ver que todas las ventanas miden exactamente lo mismo cuando, en una de las últimas habitaciones, veo el cabello naranjo canoso de Irán y salgo de la habitación con los ojos apretados.
—Karim —murmura la voz ronca de Marcos.
—No había nada que revisar, ¿verdad?
—No, yo les pedí que te enviaran acá.
—Dije claramente que no quería verlo. —Agacho la cabeza sin dignarme a abrir los ojos pero retrocedo algunos pasos para entrar de nuevo al cuarto.
—Lo sé, no quería que lo vieras —exclama mi padre y eso le obliga a abrir los ojos y girar la cabeza hacia él—. Quería verte.
—¿Y no podía ser en otro lugar? —pregunto mirando a los pies de Marcos, incapaz de alzar la vista y toparme con la imagen de Irán postrado en esa cama.
—Si su alarma se desata, tardarán en llegar y un segundo puede hacer la diferencia entre que despierte o no —comenta con la voz apagada—. No estoy dispuesto a dejar que pase ese segundo.
Alzo la vista, poco a poco, tratando de enfocarme sólo en Marcos. Nunca había visto, ni pensé que vería, una imagen de mi padre como la que tengo frente a mí en este momento: el pantalón sucio, la camisa arrugada, sus manos tiemblan mientras trata de acomodar las sábanas y el cabello de Irán, algo de barba empieza a aparecer en su rostro, sus ojos están cansados y su cabello despeinado.
—Papá, tú dijiste alguna vez que no podías creer que la gente fuera tan egoísta como para mantener conectado a alguien que no iba a despertar —comento mirando las máquinas conectadas a Irán que no muestran ningún cambio en sus signos vitales—. ¿Por qué haces lo mismo?
—Va a despertar.
—Papá…
—¡No! No puede irse, no así —reclama con angustia y toma el brazo de Irán como si su partida fuera física—. Él es fuerte, sé que va a despertar… tiene que despertar.
Veo a mi padre con atención, esa angustia por mantenerse junto a Irán no la había visto nunca en los once años que llevo viviendo con ellos.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—¿Hace cuánto permitieron la entrada de visitas?
—Una semana.
—Pues… eso.
—¡¿No has salido de aquí en una semana?!
Marcos no responde, sus ojos siguen clavados en el rostro de Irán mientras, con sus manos, arregla por milésima vez la sábana de la camilla. Intento recordar la última vez que vi a Marcos en casa y no puedo dar con una sola ocasión en los últimos dos meses.
—Pensé que estabas trabajando con los tecnicismos del hospital.
La respuesta de Marcos sólo es señalar una silla al otro lado de la habitación. Volteo hacia el lugar y veo su bata de médico acomodada sobre el respaldo, confundido, me acerco a ella. Mi primera idea es revisar los bolsillos, sin embargo, con sólo agachar mi cabeza, veo en la solapa izquierda el nombre en su bata: dónde antes ponía J.C. Marcos Oliveira, ahora sólo dice M.C. Pasó de Jefe de Cirugía a Médico Cirujano.
—Renunciaste a tu puesto —murmuro sorprendido antes de voltear. Él asiente—. ¡¿Por qué?!
—Yo no quería hacer esto.
—Papá, sé que es algo muy fuerte pero… es tu trabajo.
—No quería este trabajo.
Me quedo inmóvil unos segundos, sé que el trabajo de oficina no es particularmente el sueño dorado de nadie pero mi padre se ganó ese puesto y tenía la oportunidad de rechazarlo pero no lo hizo.
—¿Y por qué aceptaste?
—¿Y qué iba a hacer si no?
—Pues… lo mismo que siempre fuiste, cirujano —respondo con obviedad sin entender qué está pasando.
—¡No quiero ser cirujano! —grita de pronto, exasperado, levantándose de su silla—. No me gusta ser cirujano, no me gusta la medicina. Nunca quise estudiar esto.
—¡¿Qué?!
Mi cerebro no da crédito a lo que mis oídos escuchan. Mi padre, el mejor cirujano del hospital y uno de los mejores del país… no quería ser médico.
—Pero… tú lo elegiste —exclamo aún incrédulo. Mi padre coloca la cabeza contra la pared y asiente—. ¿Por qué elegiste algo que no querías ser?
Marcos se encoge de hombros, como si alguien invisible lo hubiera orillado a escoger la carrera de médico cirujano en lugar de ser una decisión que tuvo un año para premeditar. Lo miro incapaz de procesar lo que está pasando y giro la vista hacia Irán, Marcos me imita.
Veo el cuerpo maltrecho del menor de mis padres, no hay un atisbo de vida en uno sólo de sus músculos y la máquinas lo confirman, sin embargo, aquí está Marcos sentado a su lado desde hace una semana esperando que algún milagro le dé la oportunidad de salvarlo.
—De verdad lo amas, ¿verdad? —pregunto antes de mirar al castaño.
—Claro que lo amo, Karim, ¿por qué otro motivo me habría casado con él?
—A veces no parece…
—Lo sé, no soy buen esposo… ni buen padre. —Alza la vista hacia mí con sus ojos tristes y apagados—. Y lo lamento.
Miro a Marcos en silencio. Parece que por primera vez vamos a tener una charla larga… y claramente él no tiene idea de por dónde empezar.
—No tienes de qué disculparte.
—Karim… eres muy noble, pero sé que no hago bien mi trabajo y tú lo sabes.
—Tal vez no eres buen padre, pero no eres malo —respondo y veo un atisbo de sonrisa asomar en su rostro antes de desaparecer—. ¿Por qué aceptaste adoptarme?
—Gyan te contó que yo no quería tener hijos, ¿no? —Asiento con la cabeza y veo a mi padre meter las manos en los bolsillos de su pantalón—. En realidad yo nunca quise tener familia, planeaba quedarme solo para siempre pero… pasaron cosas.
Marcos exhala una suave risa mientras agacha la cabeza y, después, vuelve a ver a Irán con una sonrisa nostálgica.
—Tras casarme con Irán… hice muchas cosas mal, muchas cosas que definitivamente no se merecía y que soportó en silencio sólo porque me quería. Nunca pensamos en tener hijos hasta que nacieron Eliah y Úrsula. A Irán se le metió la idea y yo le dije que no podíamos porque yo era el dueño del proyecto de las incubadoras, no podía usarlas y lo aceptó.
»Con el tiempo, fuimos los únicos del grupo que no teníamos hijos y nuestro matrimonio estaba muy desgastado así que volvió a insistir con la idea… y acepté. Se lo merecía. Aún así, yo no quería ser padre, no estaba dispuesto a hacerlo.
—¿Y qué? ¿Planeabas… mentirle?
—No lo sé, no tenía nada planeado pero tenía claro que yo no tendría hijos… y él aceptaría, igual que siempre. —Marcos cierra los ojos y la vergüenza colorea débilmente sus mejillas—. Con lo que no contaba era con que el día que fuéramos al orfanato me iban a llamar para que revisara a un niño que no quería salir de su habitación.
»Un niño de casi catorce años, que parecía como de ocho, que encontré sentado en la orilla de su cama mirando el suelo abrazando una marioneta vieja y con una gran mancha roja en el ojo derecho. No sé qué pasó pero algo me dijo que ese niño era especial… y entonces alzaste la vista y vi tanta tristeza que supe, que debía quedarme contigo, que no podría ser padre de otro niño.
»Y ese día, mientras te llevábamos rumbo al hospital, miré a Irán y le dije que si no me iba del orfanato contigo, no me iría con ningún otro. Nunca quise ser padre pero, desde que te conocí, siempre quise ser TU padre.
—¿Y por qué te fuiste?
La pregunta escapa de mis labios antes de que pueda contenerla, aunque en mi defensa, desde el día que mi papá aceptó su puesto como jefe, quise hacerla. Marcos mira al suelo con una mirada que no puedo descifrar: parece una mezcla de arrepentimiento, nostalgia y… ¿libertad?
—¿Recuerdas qué época era cuando me fuí?
—Mi adolescencia —respondo. Marcos asiente y una suave risa escapa de su boca.
—Recuerdo que el día que te adoptamos llegaste a la oficina con tu carita de confundido, sin entender lo que pasaba, y después, cuando supiste que nosotros te habíamos adoptado, corriste a mis brazos gritando de alegría. Esa sonrisa y ese brillo en tus ojitos fue tan… mágico, que me prometí que nada te borraría esa sonrisa jamás, que haría lo que fuera para que no volvieras a tener esa mirada triste que tenías el día que te conocí.
»Tú me hiciste correr a pedirle ayuda a Gyan para poder arreglar las cosas en mi que siempre le hacen daño a los demás porque no quería hacerte lo mismo. Gyan… solía decir que yo te necesitaba más de lo que tú me necesitabas a mí y tal vez era cierto, porque te adoro. No hay persona en este o en otro mundo a quien pueda querer como te quiero a ti.
»Durante dos años no pude alejarme de ti: te quería y me preocupaba tanto que quería mantenerte a salvó de la mayor cantidad de tragedias posibles, no quería volver a verte sufrir… y luego cumpliste dieciséis, y todo lo que no habías crecido desde los doce, lo creciste en ese momento, física y emocionalmente.
»Eras… insoportable. Eras el ser más odioso, insufrible e insoportable en la tierra y yo intenté complacerte, ignorarte, contenerte, explicarte… y sólo lograba que fueras más insoportable. Me recordaste uno de los muchos motivos por los cuáles nunca quise ser padre: no tengo paciencia.
»Estabas haciendo uno de tus berrinches, ni siquiera recuerdo por qué… algo sobre la comida, creo. Tres minutos. Sólo te soporté durante tres minutos. Luego, te grité como pocas personas pueden decir que les he gritado, y creo que rompí… ¿un plato?
—Sí, me lo aventaste a la cabeza —contesto recordando fugazmente la imagen de Marcos furioso lanzando un plato blanco y yo, esquivandolo por casi nada.
—Recuerdo que cuando te levantaste estabas pálido de miedo, de horror… y tus ojos tenían esa misma mirada triste que tenían el día que te conocí en el orfanato. No lo soporté y me fui. No podía creer que el dolor del que te había protegido por dos años, yo te lo había causado en menos de un minuto.
»Corrí a buscar a Gyan, estaba dispuesto a trabajar en mi pasado, con tal de que no volviera a pasar, pero él me dijo que llevaría tiempo y no sería fácil y no pude. No tenía tiempo, no quería que fueras víctima de mis tropiezos. Así que acepté este trabajo y huí. Le dije a Irán que, a partir de ese momento, todo lo personal y emocional en lo que pidieras ayuda lo resolviera solo o que, si no podía, le pidiera ayuda a Gyan pero que yo no lo ayudaría en eso. Aceptó, igual que siempre, aunque intentó hacerme recapacitar.
Marcos se detiene un momento. Siento mis ojos llenos de lágrimas pero las contengo para seguir escuchando con normalidad. Marcos alza la vista para verme a los ojos por primera vez desde que comenzó a hablar, veo sus ojos con un brillo de tristeza poco usual pero al mismo tiempo tan familiar que me confunde.
—Sé que no debí irme, hice mal y lo siento pero, quiero que sepas, que nunca has dejado de ser importante para mí. Siempre ví por ti, aun cuando parecía que no era así.
—¿Hablas en serio? —La esperanza en mi voz es tan fuerte que casi es dolorosa. Desde que se fue, siempre rogué por, al menos un poco, del reconocimiento y la atención de Marcos.
—Claro… una vez le dijiste a Gyan que no te gustaba hablar conmigo porque parecía que no te escuchaba y sólo respondía en automático, ¿no? —Asiento con la cabeza—. Tienes razón, en cierto modo.
»No sé hablar, Karim, no se me da sólo… improvisar y aconsejar sobre la marcha pero te conozco: reconozco esa forma tuya de lanzar la mochila cuando tienes un mal día; como agachas la cabeza cuando te hacen sentir mal; como arrastras los pies cuando algo te duele; esa mala maña de disimular los sollozos con hipos; como te tiemblan los dedos cuando estás estresado… y el que tienes la misma mala costumbre que yo de despeinarte cuando estás frustrado.
»Lo noto todo… y siempre sé a quién preguntarle: a Gyan, a Irán, a tu maestra de teatro de la preparatoria, a la orientadora de la universidad, al dueño de la tienda de música. Sé todo lo que te ha pasado y busqué averiguarlo rápido por si alguna vez se te ocurría hablarlo conmigo, saber qué decir. Pasaba horas pensando en lo que podía decir, en lo que podrías pensar, en cómo podrías reaccionar y, las pocas veces que me llegaste a pedir ayuda, te daba las respuestas que sentía que te ayudarían más.
»No sé qué decir, nunca aprendí a expresar mis emociones y eso no te ha hecho bien así que… lo lamento, lo lamento mucho. No pude ser el padre que quería ser para ti, ni he sido el padre que te merecías pero tú has sido la mayor alegría de mi vida, no hay alguien a quien quiera como a ti ni hay alguien de quién pueda estar más orgulloso.
Sin dudarlo, me lanzo a los brazos de mi padre para apretarlo en un abrazo. Algunas lágrimas escapan de mis ojos sin poder detenerlas y Marcos me rodea con delicadeza, casi como si no supiera si es correcto lo que hace. Marcos me da un suave beso en la coronilla y yo lo aprieto más fuerte, siento en su espalda algo extraño, como si tuviera surcos.
—Papá, ¿me quieres lo suficiente como para tomar terapia, bien? —pudo separándome para verlo a la cara.
—Te quiero lo suficiente como para intentarlo, pero soy demasiado cobarde al parecer —contesta bajando la mirada con vergüenza.
—Papá, ya no soy un niño, te ayudaré, no debes preocuparte por mi.
—Siempre me preocuparé por ti, Karim, eres mi hijo —sentencia antes de darme un suave golpe en la nariz—, pero está bien, lo intentaré de nuevo.
—Gracias —murmuro antes de abrazarlo otra vez.
Ya nos mereciamos una pequeña apertura de Marcos, ¿será todo?
Espero les guste.
Atte: Ale Bautista.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top