Ha llegado el verano como una sombra: aunque me acompaña a todas partes sigue siendo inservible. Sé que muchos contarán historias de prodigios hechos en calurosas playas en agosto y de pieles tostadas por el sol, habrán los que dirán maravillas sobre los tops y los pantalones cortos que en otras épocas del año no pueden llevar, y no faltará el que espere el inicio de la temporada para disfrutar de la piña y de otras frutas que servidas frías, según ellos, alegran el paladar; pero yo no, porque yo solo sé hablar del sudor, el desánimo, el sol que me quema, la temperatura que me asfixia, las multitudes que en verano parecen densa niebla, y otra serie de terribles sucesos que solo ocurren en esos meses a partir de la mitad de junio. Aunque si les digo la verdad, todo es cuestión de perspectiva, podría ser invierno e igual el árbol de navidad me resultaría tan bonito como un pino en un cementerio, y es que cuando uno se siente vacío, podría estar en el cielo, y aun así no ver los ángeles.