Escribir se ha vuelto una necesidad biológica, como comer o dormir, incluso puedo llegar a tener noches de insomnio o días en los que no soy capaz de probar un solo bocado de comida, pero escribir, no ha pasado un solo día desde hace mucho tiempo, en el que al menos yo no sienta la necesidad de decir algo, y por ende escribirlo. A veces es solo una línea, algo para mí, a veces es poesía, algo para mí y para los demás, y a veces son historias dedicadas solo a las demás personas, a las que me leen desde afuera. Se ha vuelto inevitable, como una adicción. He pensado muchas veces en detenerme en seco, en dejar de hacerlo, porque a veces hay días soleados en los que si llueven tormentas es porque las llevas por dentro, en los que te sientes incapaz de hacer nada. Todos hemos pasado por días así, pero aunque lo intente, aunque me esfuerce en callar, mis manos cobran vida y me obligan —yo diría que me fuerzan— a escribir. Hay noches en las que sueño que en mi propia tumba estaré rayando versos en la madera.