Capitulo 10
Buenas a todos en estenuevo capitulo. No diré nada más ahora, pues ahora mismo solo tengomalas cosas que decir de la temporada 3º, pero me desquitaré cuandotenga que cruzar ese puente. Mientras tanto, solo pensaré como lascosas han podido salir de ese modo.
Disfrutad del capitulo.
CAPITULO 10
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La presencia de Athelstan en la corte del rey de Wessex fue tanextraño para sus condes como lo fue para el propio sacerdote, ya queno entendía qué era lo que el rey Ecbert quería de él ni porquelo mantenía a su lado cuando todos sabían que tenía que estarcrucificado.
Aun así, notó que, como Ragnar, quería saber cosas: las costumbresde los nórdicos, en qué se diferenciaban sus leyes de las suyas,así que, a regañadientes, tenía que permanecer en la sala deltrono, junto a los demás consejeros del rey, mientras este teníasus audiencias abiertas para su pueblo, escuchando sus problemas ybuscando soluciones.
No se sentía cómodo, no quería estar allí, siendo de nuevo elbicho raro en una tierra que no sentía como suya, pero el rey Ecbertera diferente a todos los demás. Al igual que Ragnar, era el únicoque no parecía juzgarlo por sus creencias y solo quería saber. Elansia de conocimiento abría los ojos a la verdad, ignoraba lasetiquetas sociales y religiosas para encontrar la verdad másprofunda y, por suerte para él, había conocido a dos hombresfuertes que lo defenderían mientras buscaban esa verdad detrás delas cosas superficiales.
Ahora que estaba junto a él, entendía lo que había querido decirlos soldados con que el rey Ecbert se parecía al pagano que habíallegado a sus tierras.
Lastima que su hijo no se pareciera tanto a él. El príncipe deWessex parecía más preocupado por la visión de Dios, que laIglesia se empeñaba en transmitir, que en lo que podía llegar aconocer del mundo. Solo conocía uno y era el reino de su padre. Laausencia de el sacerdote que había vivido con los nórdicos en laiglesia se había hecho notar y no pensaba permitir que el nombre desu padre apareciera implicado. Así que, de modo tácito, le ordenóque acudiera a la iglesia y rezara como todo el mundo si no queríaun final para su vida.
Solo por eso volvió a la iglesia, ya que, en verdad, no sentíaningún deseo. Sus emociones estaban mezcladas. Lo que siempre habíacreído de Dios y lo que había visto de los dioses nórdicos semezclaba dentro de él y no le daba paz. Por un lado, creía en uno,pero, por otro lado, había visto a los otros. Todos parecían realespara él y, en consecuencia, no creía realmente en ninguno. Sufidelidad estaba hecha pedazos y trataba de dar equitativamente acada uno, tratando de encontrar un poco de descanso. Pero.....era tandifícil hacer eso.....
El rey le había dado unas habitaciones donde podía recuperarse yrezar. Así que eso trató de hacer, rezar en busca de una respuesta,dándose cuenta que le habían quitado la pulsera de Ragnar cuando elrey les había ordenado que lo lavaran.
-Por favor, Señor, escucha mi plegaría. Soy débil. Dame fuerzas,vuelve a entrar en mí, Señor. Cautiváme. Abre mis ojos a laverdad, a tu presencia. ¿Por qué no te muestras ante mí? Quierovolver a sentir tu espíritu santo.
Perolo único que sacó de semejantes plegarias fue ver la presencia delDiablo en su propio cuarto, llenándole de temor. Quería encontrarun modo de encontrar paz, orden para su espíritu dividido. ¿Por quése hacía tan difícil? ¿Por qué no podía creer en ambasreligiones si las había visto, si había vivido con las dos?. Eraalgo que se escapaba a su comprensión.
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Con el paso de los días, sus heridas se curaron, ya no necesitó laayuda de una muleta y, a pesar de que no se cortó el largo cabello,como debería hacer un monje, se recogió este en una coleta paradejar de dar esa imagen de ''nórdico sanguinario'' que la genteparecía ver en él cada vez que se cruzaban en su camino,facilitando su trato con la gente del lugar donde ahora vivía.Incluso consiguió pinturas y tinta para transcribir manuscritos,como había hecho en el monasterio de Lindisfarne.
-Tienes un gran don Athelstan- le dijo Ecbert, entrando en el cuartodonde hacía esa copia de documentos, sorprendiéndole.-Creo que esun don divino.
La presencia del rey, a pesar de haberle salvado la vida, lo poníanervioso. Tenía una forma extraña de mirarle que no le permitíamirarle a su vez durante demasiado tiempo, pero, aun así, se dijoque eran imaginaciones suyas y pretendía parecer tan agradecido comose sentía hacía él.
-Gracias, señor- le dijo, con una risa nerviosa.-Creí que lo habíaolvidado, pero....Me encanta todo esto. Los pinceles, las pinturas,los colores....No recordaba cuanto añoraba mi trabajo.
-¿Los paganos no tienen nada de esto?
-No. No tienen arte. Y no saben ni leer ni escribir. Solo tienen susrunas.
-Y sus dioses- remarcó el rey.-Odín y Thor, y Freya-. Se rió.- Queextraños debieron parecerte.
-Sus dioses son muy antiguos- se obligó a decir. En cuyo caso, eldios extraño sería su Dios, pues era el nuevo en aquel mundo.-Y aveces no pude evitar ver cierta similitud con nuestro Dios y con suHijo.
Ecbert lo contempló con atención, como si estuviera contemplando aun extraño animal que jamás hubiera esperado encontrarse, negandocon la cabeza como si estuviera hablando consigo mismo, solo paraacabar diciéndole una cosa:
-Acompañame.
Se sintió inquieto con esa orden, pero no podía negarse a seguirley sentía curiosidad sobre lo que quería mostrarle. Un hombre comoel rey Ecbert parecía tener mil cosas a la vez en la mente y legustaría conocer una de aquellas cosas.
-Dime sinceramente- le pidió este, cuando ambo se colocaron delantede unos murales que había en palacio.-¿Qué piensas de estas obras?
-Son indescriptiblemente hermosas.
-Pero son paganas- objetó el rey Ecbert, señalandole.-Solo eres unmonje, Athelstan, y, sin embargo- le dijo, sonriendo.-Me inspirasconfianza. Creo que encuentro un alma gemela en tí.
Ambos permanecieron mirándose a los ojos, algo que tendría quehaberle hecho sentir incomodo. Sin embargo, en aquellos momentos, nofue así. De verdad, parecía que habían conectado de alguna maneraante su visión más abierta del mundo.
-¿Quién? ¿Quién pintó esas imágenes? ¿Qué gloriosa raza dehombres pudo haber existido para llenar nuestro mundo de tan, como túhas dicho, indescriptiblemente belleza?
-He sabido, señor, que servisteis en la corte del emperador CarloMagno, que yo también visité. Por consiguiente, no consigo entenderque no sepáis lo que yo sé. Estas imágenes fueron pintadas por losromanos. Ellos conquistaron estas tierras hace mucho tiempo.Conquistaron el mundo entero. Pero eran paganos. Adoraban diosesfalsos.
El rey Ecbert sonrió, viendo algo nuevo en él.
-Nunca menciones esta conversación a ningún otro hombre de aquí.Ningún otro lo entendería. Tendrían miedo. Han aceptado lainterpretación de que, una vez, una raza de gigantes vivió aquí yque no tenemos nada que ver con ellos- le confesó, riendo.
En consecuencia, él se vio forzado a reír nerviosamente también.Tenía la impresión de que aquella conversación era más importantede lo que parecía a simple vista.
-El hecho es, Athelstan, que hemos perdido más conocimientos de losque hemos adquirido. Esos romanos sabían cosas que nosotros nuncasabremos. Sus dioses paganos les permitían dominar el mundo. ¿Ycual es la lección que podemos aprender?
Athelstan lo miró, en busca de esa respuesta.
Pero no obtuvo ninguna. Lo dejó en el aire para que él mismobuscara esa respuesta.
-Ven- le dijo, extendiendo una mano hacía él, indicándole que seacercara hasta que le colocó un brazo en torno a los hombros.-No eslo único que he conseguido de los romanos.¿Alguna vez te haspreguntado como eran sus baños?
-No. La verdad es que no, señor- comentó Athelstan, dejándoseconducir por este.
La sala era un amplio espacio, lo bastante grande como para quepareciera una de las habitaciones de palacio. Y, en medio de aquellaamplia sala, había una enorme piscina de agua caliente, pues veíael vapor ascender desde el agua, contemplando las cuatro columnas quese elevaban desde los cuatro bordes de la misma hasta el techo.
-¿No es sublime?- comentó el rey Ecbert, señalando el lugar.-Losromanos creían en este tipo de baños y eran los conquistadores delmundo entero.
-Es un cuarto impresionante, señor- admitió él, pues sabía queeso era lo que quería escuchar.
-¿Te gustaría probarlo?- le preguntó el rey a su vez, comenzando adesnudarse.
-Eso.....¿eso no sería inapropiado, señor?- se aventuró apreguntar.
-¿Por qué? Me he bañado con mis conocidos, con mis condes, mishombres de confianza, con los altos cargos de la Iglesia.... inclusoel conde Ragnar a estado en estos baños.
-¿Ragnar se ha bañado aquí?- preguntó. Imposible no podermostrarse sorprendido por la noticia.
-¿Te sigue importando mucho ese tan Ragnar Lodbrok? ¿Qué relacióntenias con él?- le preguntó Ecbert, dejando toda su ropa a un ladoy entrando en la piscina.
A regañadientes, Athelstan también comenzó a desnudarse con ciertopudor. El único hombre que le había visto desnudo era Ragnar y,brevemente, la hija de Siggy, que ya estaba muerta.
-He vivido tanto tiempo gracias a Ragnar Lodbrok. Algo lo parócuando pudo matarme sin impedimentos. Pero no lo hizo. Me llevó conél, me instaló en su casa, me dejó a cargo de sus hijos cuandomarchaba y confiaba en mí, dándome la libertad, haciéndome ser unhombre libre que decidió pelear a su lado- admitió.
Pensaba que, si hablaba mientras se desvestía, el rey estaría tanpendiente en la charla que no repararía en su cuerpo. Pero no sepercató que la atención de este podía estar en dos sitios al mismotiempo, entrando en la piscina tan rápido como pudo.
-Parece un hombre fascinante, ese Ragnar. Noté algo en él cuandoambos hablamos, pero, con su marcha, no tuvimos más posibilidades deun nuevo encuentro.
Athelstan calló, pues lo que deseaba decir en aquellos momentos eraque Ragnar regresaría a Wessex. Cuando se asegurara de que sus hijosestaban a salvo y retomara su hogar, este volvería a aquella tierray exigiría explicaciones por lo que había ocurrido con los hombresque había dejado atrás. Sin embargo, prefirió decir otra cosa.
-Él solo busca tierras para su gente. Es granjero. Pero tiene unagran mente.
El rey Ecbert, que se había encontrado nadando al otro lado de lapiscina, se acercó a él, poniéndole nervioso, asegurándose de queno se viera nada por encima de la superficie del agua.
-Entonces, será inevitable que tengamos un nuevo encuentro, ¿no teparece?- le preguntó este, colocando una mano en su rodilla.
Athelstan carraspeó, sintiéndose un poco incomodo. Aquella cercaníano podía estar bien de ninguna de las maneras.
-¿Qué ocurre, Athelstan? ¿Hay algo que te ponga nervioso?- lepreguntó Ecbert, fingiendo inocencia, como si su mano aun nosiguiera sobre su pierna.
-No, señor- tuvo que murmurar, viendo con cierto temor que estabansolos en el cuarto.
-Bien. Me alegro. Creo que vamos a pasar mucho tiempo juntos tú yyo. Y no estaría bien que mi presencia te pusiera nervioso- comentó,apartando por fin la mano y permitiéndole respirar.
Mientras el pobre sacerdote pensaba que se había librado de unmomento incomodo, Ecbert solo podía sentirse dichoso ante elsemejante espécimen que había obtenido para su colección. Un jovensacerdote entregado a Dios, que había vivido entre los paganos hastaconocer sus costumbres, que sabía de la existencia de los romanos ycon la belleza tranquila de cualquier muchacha sajona. Desde luego,era una pieza que pensara dejar escapar.
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El trabajo de Athelstan copiando manuscritos continuó con el paso delos días. Era lo único que tenía que hacer durante su largaestancia en palacio, sin tener otro lugar al que regresar. Estabaclaro que el rey no abriría sus puertas y le diría ''Corre. Puedesvolver si quieres con tus queridos paganos'', así que tenía queocupar su tiempo como fuera.
Más escenas como la ocurrida en la piscina se habían sucedido.Ecbert se acercaba, pero, cuando pensaba que acabaría lanzándosesobre él, retrocedía, dejándole desconcertado. ¿Eran soloimaginaciones suyas, después de haber vivido con Ragnar? ¿Por quéiba a pensar que otro hombre iba a estar también interesado en élde otra forma que no fuera como lo que representaba, un monje bajo elpoder de Dios? Desde luego, su mente no funcionaba como correspondía.
Atemorizado, se dio cuenta que sus alucinaciones continuaban. Inclusohabía visto que sangre salia de su cabeza, como si aun llevara alrededor de la frente, la corona de espinas que le habían colocadoantes de crucificarlo. Incluso los estigmas de sus manos, que yadeberían haberse cerrado, se abrían y, de ellos, brotaba sangre,alterándolo.
-Monje- le llamó el príncipe desde la puerta, sobresaltándolo.-Mipadre desea verte.
El cuarto donde le indicaron como el lugar donde estaba el rey seencontraba en la zona más apartada de palacio, en una torre dondenadie más que el propio rey tenía acceso. Y, sin embargo, a él leindicaban que tenía que ir allí a verle. Desde luego, parecía unomás de aquellos misterios del rey Ecbert, así que, interesado,entró en la habitación solo para admirar todo lo que había a sualrededor.
Había estatuas y bustos romanos, así como cientos de manuscritos enordenados montones en unas lejas en varias partes del cuarto,haciendo que mirara sorprendido a su alrededor.
-Ven aquí- le indicó este, haciendo que se internara en elcuarto.-Mira esto. Creías que solo habían esas pinturas paganas.
No pudo evitar tocar aquellas obras, sintiendo la presencia del rey asu espalda. Pero era superior a sus fuerzas. ¿Quién habría vistojamás todas aquellas obras juntas, excepto el propio rey?
-De todos los objetos romanos, estos son los más preciados- leindicó, poniendo ante sí uno de aquellos manuscritos.-Historias delos Césares. La caída y la ruina de la britania romana, historiasde emperadores e imperios. De aquí nacen los sueños, Athelstan- leindicó, haciéndole sonreír.-Es la propia estructura de los sueños.Sabrás leerlo, por supuesto- le indicó, tendiéndole el manuscrito.
Con cuidado, deshizo el hilo que lo mantenía atado y observó esteun momento, acabando aquella delicada revisión con una sonrisa.
-Sí. Sí, sé leerlo.
-Bien- le indicó este, también sonriendo.-Por eso te he elegido.
¿Elegido? ¿Qué quería decir con eso? Y, para buscar unarespuesta, caminó tras el rey Ecbert por la sala, esperando queaclarara aquella afirmación.
-¿Qué queréis decir?- acabó preguntándole.
-Quete he escogido como guardián de estos manuscritos y sus secretos.Quiero que los copies. Tú sabes latín y no muchos lo entienden. Tutrabajo será conservar estas obras y estos fragmentos para laposteridad.
Una tarea muy noble. La iglesia siempre había sido la encargada deproteger obras sagradas. ¿No parecía adecuado que él cuidara desemejante colección, conociendo los sucesos del pasado a través deaquellos papeles?
-Pero, si alguna vez hablas de ello a alguien, dejaré que tecrucifiquen.
De nuevo aquellos ojos. Era como si, detrás de aquella imagensimpática que quisiera hacerle llegar a todo el mundo, un monstruodespiadado te observara desde el fondo de sus ojos, dispuesto asaltar sobre alguien ante el menor indicio que no le gustara,haciéndole tragar con nerviosismo. Era casi la misma sensación quedaba Ragnar cuando se enfadaba.
-¿Quieres ir de nuevo a los baños, Athelstan?- le preguntó Ecbert,sonriendo de nuevo, como si no acabara de amenazarlo de muerte.-Sivas a comenzar con tu nuevo trabajo cuanto antes, debes de estarlimpio antes de ponerte a tocar nada.
-Claro, señor.
Cualquier sugerencia de salir del cuarto en aquellos momentos, cuandosu amenaza aun pululaba en el aire, era más que bienvenida, así quelo acompañó hasta la salida, viendo como cerraba la habitación conuna llave, que acabó tendiéndole.
-Creo que ahora esto es tuyo- le dijo, con aquella pequeña sonrisasuya, mirándole fijamente.-Yo me pasearé por aquí, pero túpasaras dentro más horas que nadie.
Sonrió nerviosamente hacía Ecbert, pero se guardó la llave y loacompañó a los baños. Teniendo en cuenta que estaba cayendo latarde, le sería imposible empezar el trabajo aquel mismo día, pueseso significaría trabajar con velas y corría el riesgo de que lahabitación se incendiara. No podía correr un riesgo semejante conun cuarto con semejantes tesoros. Y así se lo hizo saber al rey.
-Pues, entonces, no habrá problemas para que nos traigan vino-convino este, dando unas palmadas.
La puerta de uno de los extremos del cuarto se abrió y un soldado seasomó al interior.
-¿Desea algo, señor?
-Sí. Trae vino para mi amigo y para mí. Y en bastante cantidad. Hoyhay algo que celebrar- comentó Ecbert, riendo, mientras envolvíasus hombros con un brazo.
Athelstan volvió a sentirse un poco incomodo, pero, con la llegadadel vino, eso fue algo que se solucionó rápidamente. La ventaja delvino era que eliminaba pesares y nervios, así que no tardódemasiado en reír junto al rey Ecbert, escuchándole cantar antiguascanciones sobre días de gloria de reyes pasados.
-¿Te ocurre algo, Athelstan?- le preguntó este, viendo como dejabala copa de vino en la orilla de la piscina, apoyándose en el borde.
-Creo que.....he bebido más de la cuenta- murmuró, con unasonrisilla tonta en los labios que era incapaz de eliminar por suspropios medios.
-¿Enserio?- preguntó el rey, dejando su copa en el mismo lugar,colocando su mano en la espalda de este, notando como, a pesar desolo parecer preocupado por asegurarse de que estaba bien, aquellamano descendía poco a poco.
-Dime, Athelstan. ¿Cómo te trataban esos paganos? ¿Eran buenoscontigo?
-Bueno.....algunos no estaban contentos con mi presencia. Pero yonunca me preocupé por ellos. Ragnar y su familia eran losuficientemente buenos para que no me preocupara nadie más.
-¿Qué tan bueno fue ese Ragnar contigo?- preguntó, llevando sumano hacía la parte baja de su espalda, haciéndole abrir los ojosde golpe, comprendiendo que algo parecía haber ocurrido y que no seacabaría solo allí.
Estaba algo atontado por el vino, pero, ¿realmente le dejaría haceraquello? Pero, si no le dejaba, ¿cumpliría aquella amenaza de dejarque lo crucificaran? No podía saberlo y no podía dejar que sunegación le ayudara a descubrirlo, así que solo le dejó hacer,permaneciendo inmóvil.
-Ragnar siempre me prestó atención y lo considero un buen amigo-murmuró.
-¿Qué tan amigos erais? ¿Lo suficiente para que te dejara aquí?
La mano de Ecbert había llegado a su destino mientras habíacomenzado a colocarse detrás de él, llevando su otra mano a supecho, explorándolo a placer. Con alivio, comprobó que el contactono le creaba repugnancia, pues habría apartado sus manos y solo Diossabría como habría reaccionado este ante su rechazo.
-Yo fui quién.....-.La mano del rey que había estado en su pechodescendió hasta su entrepierna, haciéndole saltar cuando tomó sumiembro en la mano con una facilidad digna de la experiencia.- Quiéndecidió quedarse aquí. Pensé que.....sería bueno pa.....paraRagnar.
-Tienes una piel tan clara, Athelstan- murmuró Ecbert, besando sunuca mientras se posicionaba tras él, haciéndole sentirle contra suparte baja.-Seguro que ese nórdico no pudo resistirse a hacerte algocomo esto.
Pero no dijo nada. Era preferible no admitir que así había sido,solo preocupándose por agarrarse al borde de la piscina mientrasEcbert lo tomaba. Después de todo, si cerraba los ojos, y gracias alvino, podía imaginar que estaba entre los brazos de Ragnar.
Trató de contener sus gemidos por los soldados de la puerta, quepodrían estar oyendo lo que estaba ocurriendo allí dentro. Pero, silo hicieron, no dieron muestras de ello. Y, cuando la mano de Ecbertbombeó más rápido sobre él, notando que este no necesitaba muchotiempo para alcanzar su propio clímax, recordó la primera noche quehabía pasado en manos de Ragnar y se dejó ir, apoyando la cabeza enel borde de la piscina, apretando los puños, sintiendo como todo suinterior se volvía líquido, su cuerpo perdía su peso.....
Ecbert ni siquiera dijo nada cuando terminaron. Simplemente saliódel agua y se vistió, saliendo poco después del cuarto.
Seguramente, no había nada que añadir, ya que todo lo que estehabía querido de él ya lo había obtenido. Lo único que le quedabaa Athelstan era salir del agua y vestirse también, abandonando elcuarto y dirigirse al comedor para la cena.
Con un poco de suerte, nadie tendría porqué saber jamás que era loque había ocurrido allí.
Findel capitulo 10
Nome digáis que Ecbert no tenía pinta de hacer algo así. Parece deesos tipos que se te acercan con sonrisas y buenas palabras,seduciéndote poco a poco, con esas artes que ni siquiera ves quedespliega en torno tuyo. Así que así me imaginé que tendría quehaber empezado a acercarse a Athelstan. La verdad.....desde que vique invitaba a todo Dios a esa piscina suya, solo pensaba en todoslos gérmenes que habría en ese agua. ¡Si hasta Ragnar acabó allídentro! Su cara fue muy cómica cuando este le invitó a entrar.Estaba claro que eso de meterse desnudo en una bañera gigante conotro hombre no se hacía en Kattegat.
Y,teniendo en cuenta que, cuando lo crucificaron, Ecbert no sabía queAthelstan sabía algo de los romanos o que sabía latín, solo loquería porque había vivido entre los paganos y que, de algún modo,le llamó la atención. Queramos o no, antes o después, le hizo''tras tras por detrás'' a nuestro querido Athelstan. No es quesea una imagen muy agradable para mi, por eso la escena en concretono es muy larga. Imaginarme al pobre ahí, recibiendo de este, no eraalgo en lo que quisiera pensar.
Auncon todo, espero que hayáis disfrutado del capitulo y espero que nossigamos encontrando en el resto de capítulos. Me estoy viendo la 3ºtemporada, como ya sabéis, así que, si no acabo dándome decabezazos contra una pared ante cada nuevo capitulo, que estaconsiguiendo sacar el tren de vapor que hay en mí, pues no dejo deresoplar, seguiré por aquí para subir el resto de capítulos.
Manteneossanos y nos seguimos leyendo!!!!!!!!!. Bye
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