uno - perdida en la mala suerte.

—El inicio de la aventura.

Cuando Satō René conoció al detective castaño de la agencia muy conocida en la cuidad, fue de manera espontánea. O, ¿a caso él sabía que le terminaría conociendo en algún momento de su vida?

Nadie lo entendía, mucho menos René, se preguntaba por qué después de salvarle de morir ahorcado por una soga en una árbol, Osamu se quejó y miró hacia otra parte, luego se marchó sin decir alguna palabra.

—Bueno, tampoco esperaba un gracias —justificó con las manos en los bolsillos de su suéter; le veía alejarse en esa gabardina color arena.

Eran las siete cincuenta y ocho, pronto oscurecería, así que tomándole poca importancia al suceso, abandonó el parque que cruzaba para ir a la estación más cercana.

¿Estaba loca? ¿O simplemente estaba acostumbrada? Tal vez ninguna de ellas era la respuesta correcta, o tal vez sí.

A sus veinte años, en realidad René no tenía mucho que hacer en la vida. Vivía con sus padres y estudiba en la Universidad Nacional de Yokohama, sin embargo, la literatura no era algo que le entusiasmara profundamente.

Otro hecho curioso de esta misma tarde-noche, fue el siguiente:

—¿¡Me estás engañando!?

—No, no es así, no comiences a sacar conclusiones. ¡Estamos en público!

Una pareja discutía en el mismo vagón de tren cuando pensó que su día había terminado. Para mala suerte, no llevaba encima sus audífonos y pudo escuchar toda su historia de la boca de la mujer histérica, a la que no le importaba quedar expuesta frente a tanta y entrometida gente.

—¡Estoy harta! —sentenció.

—Adelante, no se preocupe. —Al mismo tiempo, René le daba el lugar que utilizaba a una señora de la tercera edad que llevaba mil bolsas de compra encima. También le ayudó con ello.

—¡Haz lo que quieras, ya me tienen hartos tus celos!

Tras la exclamación del hombre, la muchacha entrecerró los ojos. Realmente no creía que llevaran ya todo el camino peleando, sin importarles un poco toda esa gente que viajaba a descansar a casa por el largo día que habían tenido. Entre ellos René, una estudiante que apenas podía poner atención en clase.

—¡No quiero más esta suerte! —De pronto renegó algo que nadie entendió. Después camino lejos del hombre en el vagón y pasó de René a paso molesto, entonces le empujó con el hombro como si ella tuviera la culpa de sus desventuras.

No era suficiente para alterar la personalidad invisible que le caracterizaba, así que le ignoró.

—¿Estás bien? —inquirió la señora de la tercera edad.

—Claro, claro, no se preocupe —repitió la misma frase que antes al darle el asiento.

La pareja dejó de pelear con el distanciamiento, era al menos una fortuna para sus oídos que ahora descansaban y pronto el tren arribó a su estación. Estaba a cuadras de su hogar, lo sentía cerca, no obstante, antes de abrir la puerta del lugar como muerto en vida, sucedió lo siguiente:

Su mochila se quedó en el tren al atorarse ella con las puertas corredizas, dejándola sin pertenencias y a punto de morir. Los trabajadores le dijeron que no podían hacer nada, que mejor fuera despidiéndose de ella, ya que posiblemente todo terminaría regado en las vías del tren.

¡Bien, todo bien por el momento! Nada podía alterar su visión del mundo.

Y luego sucedió lo siguiente:

Llovía. Llovía a cántaros cuando el clima no lo había predecido. Un perro enorme le siguió hasta casa ladrando como si no hubiera un mañana, y cuando lo perdió, terminó barriendo el agua con su cuerpo al resbalarse y caerse en plena calle de vecindario.

Llegó a casa en el peor estado posible, ¡pero, todo seguía estando en su lugar!

—Nos vamos a celebrar nuestro aniversario, la comida está en la estufa, no te duermas sin comer algo —avisó su madre en un bonito vestido. Incluso se veía más joven que René con esa actitud tan jovial. Luego apareció su padre en un traje azul marino, listo para llevar a su bella dama al lugar que quisiese.

—Diviértanse —habló como normalmente haría.

Sus padres terminaron yéndose sin si quiera preguntar por sus pertenencias o por qué se veía del asco.

Más tarde, se duchó, puso el pijama y fue a cenar, pero por algún extraño motivo, la comida terminó en un asqueroso tono negro cuando le descuido por algunos segundos en la estufa.

Caminando al día siguiente después de bajarse en la estación, encontró en su camino a la misma pareja que peleaba el día anterior. Se besaban está vez sin importarles de nuevo estar en público, pero René no les tomó importancia y siguió su camino hasta el parque que solía cruzar a diario.

—Auch... ¿Qué es esto? —se quejó al cruzar el puente de madera, también comenzó a cojear hasta la barandilla y se recargó para levantar su pie izquierdo.

Bien, no pasaba nada, era solo una rama espinoza que no vió al caminar, pronto cruzaba el pie por su pierna par ver su zapato; la rama se enterraba mínimamente en su pie traspasando el calcetín. Se la quitó adolorida, vió la hora en su teléfono y comenzó a avanzar más rápido. Por algún motivo era ya tarde, cuando todos los días tomaba la misma ruta y la misma caminata, pero todo seguía bien.

Su día no fue exactamente mejor que la tarde-noche del día anterior:

Llegó tarde a la escuela, le dejaron fuera del salón y a la siguiente clase le culparon de hablar cuando su compañera de atrás lo hacía, así que de nuevo le expulsaron de la clase, pero bueno, todo seguía estando en su lugar.
Más tarde, compró un panesillo de canela para comerlo en las bancas en su tiempo libre, y gracias a lo dulce del rol, una mosca se acercó y se metió en su boca al mismo tiempo en que una abeja se volvía loca y le picaba la mano haciéndole soltar su alimento apenas sacado de la bolsa, y sin embargo, todo seguía estando bien, aún cuando pareció una demente frente a los demás cuando comenzó a toser de manera espeluznante.

Bien, todo seguía bien, salvo que después:

Un chico por accidente vertió soda en su ropa cuando caminaba por el corredor.

—Esta bien, no te preocupes. —le dijo. No sonreía, estaba siendo sincera.

Al terminar las clases, cerca de las seis y media de la tarde, se encaminó hasta el parque de siempre para cruzarlo, antes bien, en el camino un religioso la detuvo y comenzó a hablarle de su dios, además también le dijo que su ropa no era la adecuada para andar en la calle porque era una señorita, y en cambio ella vestía como un muchacho. René no le dijo nada, solo se quedó escuchando todo lo que tenía pare decirle, hasta que dieron las siete y por fin se alejó.

Antes de llegar al parque, tuvo que cruzar una calle, sin embargo, para sopresa de los muchos transeúntes, el semáforo falló y colocó el verde antes de tiempo. Todos comenzaron a avanzar sin ningún auto a la vista, pero de pronto vino uno a toda velocidad cuando el semáforo se hubo arreglado solo, entonces estuvo por atropellar a René. Solo a ella únicamente, de todos los demás.

El conductor se bajó molesto y comenzó a decirle que tuviera más cuidado. De nueva cuenta, René no habló y le escuchó con el semblante neutro que siempre cargaba, hasta que él se hubo cansado, subió a su auto y siguió su camino.

Una vez en la acera del otro lado, volteó a ver el semáforo que estaba funcionando adecuadamente para las personas que ahora cruzaban.

¡Pero todo seguía estando bien!

—Una coincidencia —se dijo y avanzó.

A diferencia de la tarde anterior, iba más temprano a casa con una diferencia de media. Tenía tarea en la mochila provisional que encontró en su habitación de milagro, por lo que tendría tiempo si se apresuraba a la estación.

—Auch... —volvió a quejarse en el mismo lugar de antes, cerca del puente.

Increíblemente, cuando volvió a recargarse para ver esta vez su pie izquierdo, reconoció la misma rama de la mañana atorada una vez más en la suela de sus zapatos. Quitó de nuevo la molestia y dejó la rama por un lado para revisarse con más detenimiento, pues en esta ocasión, la sangre comenzó a escurrir de manera dramática por suela.

Se quitó el zapato, luego el calcetín. No pasaba gente por ahí a esa hora, a lo mucho esperaba a una sola que cruzara el mismo camino que ella, pero nadie se acercó y no pudo pedir ayuda.

Todo seguía estando en su lugar, ¿no?

Mientras buscaba la manera de dejar de sangrar con ayuda de su calcetín, escuchó se pronto un sonido; fue como si la madera hubiera crujido detrás de ella, por lo que dió la mirada hacia atrás, sin embargo, esperaba encontrar el río siguiendo su cause, pero a diferencia encontró a un hombre intentando subirse por la barandilla.

Era el mismo de ayer por la tarde.

Por un rato se quedaron inmóviles al encontrarse sus miradas. Fue un extraño momento donde parecieron lo más cercano a estatuas de piedra, y luego el castaño se resbalo gracias a su ropa mojada. Antes de caer, quiso agarrarse bien de la madera, salvo que por accidente tomó el hombro de la joven y le jaló llevándosela con el hasta las profundidades del río.

Nadie escuchó el golpe en el agua y nadie observó el hecho.

René despertó cerca de las doce de la noche en una camilla blanca en una parte desconocida que no era el hospital. No había nadie allí, no hasta que una mujer en bata blanca de cabellos cortos paso por enfrente de la camilla y notó que su paciente había despertado.

—¿Recuerdas que sucedió? —cuestionó de primeras la mujer.

Oh, mala pregunta, por supuesto que René recordaba el día que había tenido, y no pudiendo más, explotó dejando su caracterización principal en la basura. Explotó internamente, su rostro se veía molesto y pegaba a la cama con insistencia, hasta que soltó:

—¡Me comí una maldita mosca!

—A las ranas les gustan. —Alguien más entró en la habitación.

—Dazai, no la molestes —pidió la doctora enseguida.

El castaño pronto apareció frente a ella, sonriéndole con vergüenza por lo que había sucedido.

—¿Sabes? No me importa lo que hagan los demás, siempre y cuando no me arrastren en sus problemas —confesó René, recordando exactamente los momentos de pánico que vivió siendo arrastrada por el cause del río.

—Oh, tenemos una chica mala —se burló el detective.

Se equivocaba. Satō René no estaba cerca de ser una chica mala, solo era una chica normal que ahora estaba molesta con su persona.

Comenzó a revisarse en cuerpo, pues no sentía nada fuera de su lugar. Se sacó el pie de la sábana y lo observó dándose cuenta que estaba sanado.

—Te dí mi tratamiento especial como disculpa por lo que te hizo este vagabundo —dió respuesta la mujer del adorno de mariposa en su cabello corto.

—Gracias —simple mencionó sin querer saber más.

—¿No vas a preguntar qué te hizo? —cuestionó el suicida enseguida, encontrando raro su comportamiento.

—No. —Dejó en claro que no le importaba—. ¿Ya me puedo ir a casa? —se dirigió a la doctora.

—Claro, tus padres deben estar preocupados por tí —habló despreocupada la mujer, después le ayudó a levantarse.

—Te acompañaré —se ofreció enseguida el de la gabardina.

—No —pero ella se negó al instante.

René partió a casa sin querer saber que era ese edificio que encontró casi vacío; partió descalza, uno de sus zapatos se habían quedado en el parque y el otro se lo arrebató el río junto con sus pertenencias nuevamente. Fue testaruda en no neceistar ayuda y cuando llegó a casa, sus padres habían salido a bailar salsa.

¡Nos vemos otra vez! Este es el comienzo de la historia y no se alargará mucho, el siguiente también será general y las bifurcaciones comienzan en el tercer capítulo en donde ya no leerán de manera lineal, sino que tendrán que escoger dependiendo de la situación.

¡Escogan con sabiduría, porque no saben con quién les vaya a tocar ir de pato-aventura!

¡Gracias por leer!

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