2A. tres - perdida en otros ojos.
—Detras de la mala suerte.
—Vuelve mañana, seguro tu celular vuelve a funcionar como antes —prometió el albino al despedirla cuando le encaminó hasta la estación más cercana.
Aunque René no contestó más que con un asentimiento de cabeza, en realidad lo planeado era ya no volver a esa agencia de detectives. En primera, porque detestaba la idea de distraerlos de su trabajo, y en segunda, porque el castaño de la gabardina café no dejó de pedirle que se quitaran la vida al mismo tiempo en el rio, tal como si estuvieran enamorados; dicha petición terminaba con él sobre el suelo, pues su compañero rubio utilizaba cualquier objeto al alcance para interrumpirlo.
Cómo imaginó, al llegar a casa no había ni un alma dentro de sus paredes, y pegado con un imán en el refrigerador había una nota bastante sencilla que decía:
"Fuimos a celebrar el cumpleaños de Nereida. Suerte con tu cena".
—Mama y papá.
Menos mal que la comida estaba dentro del sartén; hacía falta prender la hornillo solamente, pero en vez de ello, René lo dejó estar y fue a su habitación. No tenía hambre, Atsushi le regaló un bollo dulce después de meter el teléfono en arroz, así que no tentaría su suerte para que el rico estofado no terminara dañado como los otros.
Al siguiente día, salió de casa cuando sus padres todavía no arribaban. Lo cual fue extraño, por lo que intentó llamarles incontables veces, pero siempre le mandaba a buzón, por lo que terminó saliendo tarde hacia la universidad.
Recorrió el mismo parque de siempre, agradecida de las cero irregularidades que encontró, y afortunadamente, llegó a la escuela solo unos minutos después de la hora de su primera clase.
Lo que restó del día, se mantuvo como acostumbraba, con su perfil medio entre todos esos alumnos, solamente atendiendo asuntos que le convenían.
Salió a receso, comió un pan en tranquilidad y luego al volver a sus clases todo marchó al pie de la letra. Incluso estaba un poco sorprendida de que la mala racha no se hubiera presentado.
Al volver a casa, en el camino hacia la estación, tuvo que detenerse en el parque, justo en el puente, pues sus ojos captaron una sombra en uno de los árboles cerca. Estaba inmóvil y parecía muy grande debido a la oscuridad. René pensó que lo mejor era volver por el mismo camino y tomar el largo e iluminado aunque eso significara perder el tren de las siete con treinta.
—¡René! ¡Qué bueno encontrarte aquí! —gritaron desde atrás.
Al escuchar el llamado, por inercia la joven miró hacia la otra dirección para ver quién le llamaba, luego, con brusquedad devolvió la mirada al árbol, sin embargo, allí ya no había nada.
—Nakajima-san —saludó al albino cuando no tuvo de otra.
—¿Qué tal tu día? —inquirió cuando llegó a su lugar.
Por lo menos su presencia le hacía sentir segura.
—Normal —contestó simple—. ¿Y el tuyo? —devolvió la pregunta para no ser mal educada.
—Estuve investigando todo el día un caso, pero no conseguí ninguna pista —le contó avergonzado—. Pero espero encontrar pronto algo que me lleve hacia el culpable —siguió porque ella ya no le dijo nada.
—Suerte con tu trabajo, debo ir a casa... —cortó la nula conversación con esas palabras, haciendo que al tigre le diera más pena.
—¿No recogerás tu celular de la agencia? —se apresuró a decirle—. Ha pasado casi todo un día. Seguro tenemos buenos resultados si intentamos encenderlo.
Era incómodo, pero Atsushi se decía, tenía que ser insistente con el tema, o la culpa de haberle arrojado sus pertenencias al agua aún seguiría con él. Por supuesto, tampoco quería molestarla, de modo que aceptaría cualquier respuesta que le diera.
—Bien, si tienes tiempo, vayamos a la agencia —aceptó la muchacha, tomando las asas de la mochila en su espalda.
—Me alegra escuchar eso. Hoy Dazai-san descansa, así que no te molestará —dijo sonriente.
Como un día antes, fueron camino a la agencia mientras Atsushi no paraba de hablar. René respondía a sus comentarios de vez en cuando, pero eso no quería decir que no le gustaba escucharle.
—He vuelto, Kunikida-san. Llenaré mi reporte cuando le entregue su celular a René —aviso al mayor, el único que estaba en la oficina a esas horas. Ni siquiera el presidente se había quedado por esos días.
—Solo procura terminarlo antes de las diez —respondió el rubio sin verles.
Fueron directo a donde dejaron el aparato dentro del arroz, y una vez llegaron, lo observaron por algunos minutos. Bien podía o no funcionar su truco casero, y eso les dejó sin movimiento; no hasta que René estiró la mano y lo tomó sacudiéndolo para quitar los restos y que no terminaran sobre el suelo.
—No enciende —hizo saber cuándo lo intentó.
—Lo siento tanto, pensé que iba a funcionar —se disculpó enseguida el detective poniendo un rostro desilusionado.
—Está bien, no te preocupes —atinó a decir sin cambiar el semblante del neutral.
—Es que yo enserio... Enserio lo siento. Debí poner más atención en el parque. Si lo hubiera hecho tu celular no habría pasado por esto...
—Está bien, no te preocupes —repitió guardando el aparato para luego echarlo al bote de basura correspondiente—. Estos días he tenido mala suerte, de hecho mi celular personal murió no hace mucho, este era de mi madre y ya no lo utilizaba —explicó para que se relajara.
—¿De tu madre? Cómo lo sien... —Iba a seguir disculpándose, pero recordó sus palabras como balde de agua solo unos segundos más tarde—. Mala suerte, ¿dices?
Al instante la joven asintió. Tenía algo de problema en decir que era mala suerte lo que tenía desde hacía días atrás, pero a ese punto, le era difícil no considerarlo de esa manera.
—¡Ah! Entonces ven conmigo, Kunikida-san tiene algo que preguntarte —pidió, y sin esperar, le tomó del brazo y le arrastró hasta donde estaba el idealista.
—¿Funcionó? —inquirió el rubio al verlos. Había estado con duda todo el tiempo acerca de ese método casero del arroz que absorbe el agua.
—No —ella contestó neutral.
—¡Ella tiene mala suerte! —exclamó y señaló con algo de emoción el otro. Todo el día buscando pistas y allí tenía una.
René no supo si sentirse ofendida o ignorarlo.
—Perfecto. Está mañana encontré a alguien con la misma característica, pero murió por la tarde atropellado mientras venía hacia acá para dar su testimonio —habló tranquilo, luego se levantó y miró a René a los ojos—. Necesito hacerte unas preguntas.
Ella le observó de la misma manera, sin saber que era exactamente el objetivo de todo lo que habían dicho. Aunque un hombre había muerto, seguro debía ser un caso importante.
—Está bien —accedió con facilidad.
—Atsushi, tráele algo de tomar a la joven —mandó al otro, quien asintió enseguida.
—Puedo traerte un café de la cafetería en el primer piso o ir a la tienda y traer lo que gustes —ofreció a la dama.
—Café está bien. —Simple asintió con ello.
—Acompañame por aquí, Satō-san. —Señaló unos cubículos en el mismo piso.
René no puso resistencia, solo acató sus pedidos, y cuando estuvieron de frente en esos cómodos sillones, Kunikida comenzó a hacerle una entrevista:
—¿Desde hace cuánto crees que tienes mala suerte?
—Hace cuatro días. —Estaba dispuesta a ser sincera con la información.
—¿Hay algún evento irregular por el que hayas pasado hace cuatro días?
Viendo hacia el techo, quiso hacer memoria, no obstante, sus días siempre eran tan normales que no pudo destacar ningún dato, no hasta que recordó a la pareja en el tren discutiendo. Sin duda, ella nunca había presenciado algo como ello en público.
—Hubo una pareja en el mismo vagón que yo. Discutían, hasta que la mujer se alejó. Dijo algo parecido a "ya no quiero esta suerte" y luego me empujó por accidente —contó.
Tanto ella como el idealista se quedaron en silencio tras la pequeña anécdota. Sus ojos se entrecerraron con decepción, pues ahora que lo decía en voz alta, eso sonaba bastante tonto y a la vez bastante evidente.
—Bien, eso es más ayuda de la que esperaba —aceptó el poeta—. Pareces ser una víctima más de Yokohama, y aunque suene a burla, has tenido suerte, porque este fenómeno ha cobrado la vida de dieciocho personas en lo que va del mes. Todos han tenido muertes trágicas como absurdas por la mala suerte.
René tragó saliva con dificultad.
—¿No han tenido ninguna pista de que es esto? —cuestionó interesada.
—Imaginamos que es una habilidad de carácter infeccioso, a menos de que realmente la mala suerte se esté propagando por la cuidad como una maldición. —Eso último sonaba ridículo, pero estaba dentro de las posibilidades.
Se quedaron en silencio, en eso Atsushi volvió con el café que antes había prometido, se lo dio y al instante René le tomó un trago.
—Auch. —Separó la taza de su boca casi al instante, porque además de quemarse con lo caliente, notó que la porcelana estaba rota y por ende cortó un poco su labio.
—Debes comenzar a cuidarte más, Satō-san, si es que no quieres tener el mismo final que aquellas personas —recomendó el rubio al notarlo.
—Así que sí es lo que estábamos pensando —concluyó el muchacho albino a verles la mirada.
Sin saber que más decirle o preguntarle, de pronto el ambiente se quedó estático. René recordó entonces todas esa veces antes en que estuvo a punto de morir.
—Supongo que no importa cuanto me cuide —comentó resignada.
—Tal parece que no —aceptó Kunikida.
—Si el problema son los peligros del exterior, creo que para salvaguardar su integridad física, René debe quedarse en la agencia —propuso Atsushi. Estaba siendo serio.
Momento de decidir:
3A. —Aceptas quedarte en la agencia, muy a pesar de que estarás incómoda con personas a las que no conoces, además de ello, decides no decirle a tus padres que estás metida en un aprieto con la mala suerte.
3C. —No aceptas quedarte en la agencia, porque dormir en ella sería muy incómodo y el peligro está donde sea, además tus padres deben saber que tienes un problema con la mala suerte.
⭐Si has escogido 3A, sigue leyendo después de esta explicación hasta que el capítulo acabe.
⭐Si has escogido el 3C, dirígete sin leer más al apartado en la sección de capítulos y selecciona: 3C. tres — perdida en otros ojos.
—Si el problema son los peligros del exterior, creo que para salvaguardar su integridad física, René debe quedarse en la agencia —propuso Atsushi. Estaba siendo serio.
—Es una buena idea, pero depende de lo que decida Satō-san. Nosotros podemos garantizar el ochenta por ciento de su seguridad ahora que es un testigo circunstancial en esta investigación, pero si decide irse, me temo que el porcentaje baja considerablemente. —Puso las cartas sobre la mesa.
La joven solo levantó la mirada hasta el rubio.
Era una buena propuesta, pues la incertidumbre de pronto le abordó. Saber que estaba en una situación tan delicada que era difícil controlar, le hizo decidir lo mejor para su vida.
—Creo que lo mejor es que me quede —aceptó—. Si las personas están muriendo por esta habilidad o maldición, me gustaría también poder ayudarles con la información que tengo acerca de esa mujer en el vagón.
Atsushi sonrió y Kunikida asintió.
—Has tomado una buena decisión, tu ayuda será muy necesaria para atrapar al responsable.
Por mucho que no lo hubiera visto venir, esa noche durmió en el mismo sofá en que le habían entrevistado, y el muchacho albino junto a ella en el otro. La oficina estaba en silencio y había una especie de ambiente temeroso, pero nada del otro mundo que no le permitiera dormir como un ángel.
Uyuyuy, quien sigue por acá?, espero que varios. En fin, como siempre ustedes siguen leyendo en el A, está vez 4A.
¡Muchas gracias por leer!
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