1 | Entre la oscuridad
«En silencio aquí estamos recordando cómo estamos condenados...»
—The Epilogue, Crosses.
El olor a licor barato inundó sus fosas nasales de un golpe. Casi tuvo que llevarse la mano al rostro, en un intento por obstruir su respiración aunque fuera un momento; en cambio, solamente atinó a hacer una mueca de desagrado mal disimulada. Realmente había ido a meterse en un lugar repugnante.
Sin embargo, no tenía a dónde ir. No después de todo lo sucedido desde que se despertó en la mañana. Algo irónico, si se ponía a pensar en todas sus amistades con las que aún mantenía contacto frecuente.
En primer lugar, definitivamente no regresaría al lugar que, hasta el día de hoy, había compartido con su expareja. No sólo la había engañado; la hirió, traicionó la confianza ciega que tenía en él y la humilló de una manera que jamás se hubiera imaginado. O que había estado evadiendo todo este tiempo.
Porque no era un secreto que Izuku admiraba a Katsuki. Demasiado.
Y tampoco era tan difícil llegar a la conclusión de que, esa admiración era una simple excusa para ocultar los verdaderos sentimientos de aquel chico que todo el tiempo lo miró a él y no a ella.
Era por eso que las palabras «soy gay» no le sorprendieron en absoluto. Sin embargo, dolieron. Dolieron como nunca pensó que dolería una ruptura. Porque ella sí lo amaba.
Mentiría si dijera que no lo hacía.
Cuando puso fin a esa discusión que parecía poner fin a su vida, se recordó a sí misma que no valía la pena dejarse vencer por un amor fallido —ya llegaría otra persona que sí la amara y respetara—, que aún tenía una razón más importante para seguir adelante: su carrera como heroína.
Y como el crimen no descansaba, ella tampoco. Aún después de tener el corazón roto, debía presentarse a trabajar.
Ocultó sus lágrimas y su dolor con maquillaje para salir con dirección a la agencia profesional de Ryukyu, la heroína dragón. Al menos ahí no le harían ningún reproche o le cuestionarían algo que no quería responder; y la dejarían en paz por un momento, claro, si no se presentaba alguna emergencia. Al menos ahí era alguien cuyo prestigio se forjó a base de esfuerzo y trabajo duro.
Qué equivocada estaba.
Al llegar al lugar, las miradas hacia su persona no se hicieron esperar. Algunas eran burlonas, otras expresaban pena, pero las que más la hicieron rabiar, fueron las que mostraban lástima. Y ni siquiera se molestaron en guardar discreción, casi pudo jurar que incluso intentaban descifrar cuál era el color de su ropa interior.
La gota que derramó el vaso, fue un comentario sin pudor que expresaba todo lo que el ojo público pensaba de ella:
«Finalmente esa zorra tiene lo que merece. ¡Mira que aprovecharse de la fama de Deku para subir en el ranking!»
Si no hubiera sido por la intervención de Hadō, estaba segura de que en ese momento tendría que lidiar con un escándalo más, no sólo en la agencia, sino en los medios de comunicación, a los que les encantaba tener premisas calientes con respecto a la vida personal de las heroínas. Algo que odiaba de sobremanera.
Empero, esa era la cruel realidad que caía de lleno sobre sus hombros: no era reconocida por ser «Uravity»; era reconocida por ser «la novia de Deku.»
Todo lo que creyó estar construyendo, era una simple fachada que comenzaba a desmoronarse a medida que abría los ojos.
No era nadie. Absolutamente nadie.
Sin soportar un segundo más, se disculpó con Nejire y Ryuko, para después salir de ahí sin un rumbo fijo. No podía ir por ahí llorando como si fuera una adolescente precoz... ¡Tenía diecinueve años, maldita sea!
Era una heroína ahora. No podía permitirse llorar frente a las personas que había salvado y salvaría en algún momento. Mismas que la señalarían con el dedo, después de escuchar algún chisme publicado en alguna revista de dudosa reputación.
Así era la vida para las heroínas. Una mierda.
Y ni siquiera sus padres, a quienes tanto cariño, respeto y admiración les tenía, fueron un caso contrario.
Bastó escuchar un fragmento de la conversación que sostenían sus muy amados padres para terminar de destrozarla. Porque al no tener a dónde ir y viéndose en la necesidad de ser consolada por las personas que siempre estuvieron ahí para ella, acudió a su antiguo hogar; afortunadamente aún conservaba las llaves del modesto apartamento que tantos recuerdos le dio, pero en ningún otro momento deseó tanto haber ido a cualquier otro sitio y, seguir siendo ignorante de los verdaderos pensamientos de sus padres.
«Debimos haberla abandonado cuando tuvimos la oportunidad...»
No lo comprendía.
¿Qué hizo ella para que de un momento a otro el mundo se girara en su contra?
Quizás el mundo siempre estuvo en el lado opuesto a ella.
—Hey, muñeca. ¿Pedirás algo más, o te traigo la cuenta?
Volteó a mirar al barman que se mantenía expectante por una respuesta suya. Claramente se notaba molesto por tener a una clienta que solamente estaba ocupando un asiento en el que podría estar sentado un cliente mucho más valioso, que le dejara una mejor propina por soportar el mismo monólogo ya escuchado de su apestosa vida.
—Una botella de sake.
—¿Estás segura? —cuestionó, no muy convencido—. El sake es fuerte para alguien como...
—No te estoy preguntando. Trae aquí esa botella.
Realmente no quería ser grosera con un civil que odiaba su trabajo —por la misma razón: los clientes maleducados—, pero la rabia burbujeaba sin cesar, a tal punto de estar en ebullición; ese día, parecía que todos se habían puesto de acuerdo para voltear a mirarla condescendientes. Ella no era una niña indefensa, ni una villana como para que la trataran de esa forma.
Cuando el hombre acercó la botella hacia su lugar, se la arrebató de las manos y dio un gran sorbo que casi se derramó de su boca, cuando reprimió una mueca de asco por la amargura del líquido. No era una fanática del alcohol —ni siquiera bebía—, sin embargo, lo necesitaba para olvidar todo lo que le había sucedido por ser una miserable.
Posteriormente, una sensación familiar recorrió su espina dorsal. Lo había sentido antes, mas no podía identificar si era algo bueno o malo. Entonces se giró sobre su asiento, mirando en todas direcciones, esperando encontrar un rostro conocido.
¿Y si Deku la había seguido?
No. Él debía estar disfrutando su noche junto a Katsuki.
—Maldito bastardo.
Sus pensamientos se materializaron en forma de una voz profunda, perteneciente al hombre que se encontraba sentado en la barra, justo en un rincón oscuro del bar. Por alguna razón, estaba segura de haber escuchado esa voz antes.
Su estómago hormigueó. Ahora pudo identificar aquello como curiosidad.
Quizá se trataba de un viejo amigo, aunque ese timbre no sonaba como alguno de su clase; o tal vez era algún pretendiente o fanático con linda voz que le había gustado en su momento. Fue por eso que no pudo evitar tomar su bolso, levantarse de su asiento y caminar en su dirección, con el único propósito de corroborar sus dudas.
Y también desahogar su frustración. Después de todo, varios hombres ya se le habían insinuando con propuestas indecorosas. ¿Qué más daba si se metía con un hombre cualquiera en un acto de despecho? A final de cuentas, ahora era libre.
—La noche aún es joven para pasarla en soledad... —Al no saber qué decir, aquello fue lo único que se le ocurrió.
El hombre ni se inmutó ante sus palabras, como si no le hubiera prestado atención. Eso no hizo más que molestarla; empero, ella quería escuchar su voz nuevamente para poder despejar sus dudas al escucharlo más cerca, por lo que no se rendiría tan fácil.
—Justo allá tengo una botella. —Señaló la mesa que había estado ocupando—. Si quieres...
—No me estés jodiendo con tus ridículos coqueteos, mocosa. No me interesas.
Si bien, el mote dicho despectivamente la ofendió de sobremanera, también pudo saber que, en definitiva, sí conocía al dueño de aquella voz. Lo único que no recordaba, era dónde la había escuchado. Estaba demasiado oscuro y al parecer, él no quería mostrar su rostro escondido entre una mata de cabello blanco y su capucha oscura.
—Ya veo por qué estás solo... —Sin importarle que la hubiera rechazado, tomó asiento a un lado suyo.
—Ya te dije, mocosa. No me...
—¡No soy una mocosa! —exclamó, apartando la vista hacia el lado contrario.
Aprovechando que la chica tenía la atención puesto en otra parte, la miró de soslayo.
Tenía un cabello asquerosamente bonito.
Tal vez...
—Lo que sea —gruñó, apretando el vaso vacío de vidrio que sostenía entre sus manos enguantadas—. No estoy de humor. Lárgate.
—¿Oh, sí? —Ochako giró su cabeza hacia él—. Ya somos dos.
No sabía por qué seguía hablando con el desconocido, pero ahí estaba, con la piel erizada debido a la angustia que le provocaba estar sola si se alejaba.
—Me importa una mierda...
—Ni te atrevas a llamarme «mocosa» otra vez... —Lo interrumpió severa—. No lo soy.
En ese instante pudo percibir un ligero estremecimiento de su parte que, le hizo pensar que ya lo había fastidiado lo suficiente como para arremeter en su contra. Fue entonces cuando la cordura hizo eco en su subconsciente. ¿Y si en ese lugar también habían villanos? ¿Y si ese sujeto era uno?
Tragó grueso y, levantándose sutilmente del banco que ocupaba, hizo el ademán de retirarse sin siquiera disculparse o decir algo. No obstante, la pregunta del individuo la hizo detenerse:
—¿No lo eres?
Aún no se dignaba a mirarla, sin embargo, sus palabras se escucharon casi como un ronroneo sugerente que la incitaba a pecar. No lo admitiría en voz alta, pero sonaba tan sensual que, por poco la hizo derretirse en la atracción. Si ese hombre hablaba así de hipnotizante, estaba segura de que también era joven y guapo.
—Puedo demostrártelo.
Habló de la misma forma para que él para después, sonreír de manera sugestiva. A la mierda lo que pensara la sociedad de ella si la reconocían en un lugar tan aberrante como ese; o si la veían interactuando con un hombre de identidad desconocida y complejo de vagabundo. Necesitaba descargar su ira y, la única forma de hacerlo sin sentirse culpable, era precisamente con alguien a quien no volvería a ver después.
Él pareció meditarlo un momento, empero, después de unos minutos de silencio, se levantó de su lugar y sin previo aviso, la tomó de la muñeca para guiarla hacia la parte trasera del establecimiento. Tal parecía que conocía de antemano el lugar.
Lo extraño fue que a pesar de que su mente le gritara que huyera, no lo hizo. Bien podía tratarse de un villano que tratara de aprovecharse de ella mientras se encontraba en su momento más vulnerable. Sus sentidos de alerta se hubieron apagado en el momento que se acercó a él.
Llegaron a lo que parecía ser una bodega a la que nadie iba, pues la cerradura de la puerta estaba tan oxidada, que incluso daba la imagen de caerse con el más mínimo toque; el hombre, que ahora le daba la espalda, colocó los dedos de su diestra sobre la madera, deteniéndose por un instante antes de preguntar:
—¿Segura?
Oh, claro. Debía estarse arrepintiendo de llegar a ese punto con alguien ajena a él. Ochako no era tonta, sabía perfectamente que podían haber consecuencias grandes después de eso, empero, lo único que deseaba en ese momento, era actuar bajo sus instintos; saberse libre de cualquier atadura que la detuviera en una realidad que comenzaba a odiar; pecar por una maldita vez y hacer de su cuerpo lo que ella quería. Los arrepentimientos bien podían esperar hasta mañana.
—Segura —afirmó sin un atisbo de vacilación—. ¿Y tú?
Tampoco quería ser desconsiderada con un pobre hombre que quizá se lamentaría después. A lo mejor hasta era un vírgen alcoholizado y ella pensaba aprovecharse de aquello... Aunque eso último sonaba poco probable. ¿Qué chico vírgen iba a un bar de mala muerte a las once de la noche?
Antes de que pudiera pensar en más cosas que pondrían su mente a volar, él la volvió a tomar de la mano y, abriendo la puerta de la bodega, la arrastró hacia adentro sin darle tiempo para protestar; ulteriormente, cerró con un fuerte portazo, dejándolos a ambos únicamente con la sensación del tacto del otro —aunque Ochako no pudo sentirlo a fondo, debido a los guantes que él traía puestos—. El lugar estaba aún más oscuro que ahí afuera, pero poco le importó, porque lo único que necesitó para sentirse completamente segura de lo que iba a hacer, fue mirar el brillo intenso en los ojos escarlata del contrario.
Unos ojos que le mostraban un ardiente deseo que jamás había visto ser dedicado a ella.
Lo último que supo, fue que ese deseo fue transmitido a ella de manera descomunal, insana y atrevida. Así que, cediendo a sus impulsos, buscó desesperadamente sus labios y lo besó. Si bien, el tacto fue brusco y al parecer, los labios masculinos estaban resecos, él correspondió inmediatamente al íntimo contacto, aferrando ambas manos a su cadera y arrinconándola salvajemente contra la pared más cercana.
Quizá se trataba del alcohol apoderándose de su organismo, o el calor en su cuerpo incrementando a medida de que los besos se volvían más y más ansiosos; pero Ochako nunca se dio cuenta de que, a quien en realidad estaba entregándose carnal mente, era nada menos que Tomura Shigaraki, uno de los peores villanos en la historia moderna de Japón.
Los arrepentimientos definitivamente vendrían después, para quedarse a torturarla de manera lenta y dolorosa.
El inicio de una serie de errores que la marcarían de por vida.
Notas:
1.- Quería poner una escena lemon, pero no lo hice debido a que no soy buena en ello. En el siguiente capítulo tal vez lo haga.
2.- Muchas gracias a las personas que votaron y comentaron. En serio, no pensé que hubieran personas que les gustara (o al menos sintieran curiosidad) este Ship. ¡Prometo que haré que al menos una persona descubra que ambos son shippeables!
3.- ¿Quieres ver más fanarts cutres? ¡Sígueme en mis redes sociales! (Haré mucho spam, jajaja)
Siguiente capítulo: Los sentimientos de Ochako Uraraka.
¡Gracias por leer!
Publicado: Septiembre 5, 2018.
Reescrito: Mayo 27, 2020.
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