CAPITULO 1

Aurora

Mi avión aterrizó a las ocho de la mañana. Agarro mi maleta y hago el check out, mientras pido amablemente que me llamen un taxi.

Sin duda alguna, Nueva Orleans es una de las ciudades que alberga más leyendas y misterios en el mundo. En cada esquina de la ciudad, en particular en las calles del barrio francés, se respira un ambiente de misticismo, que viene de una profunda creencia en lo sobrenatural por parte de los habitantes de la ciudad.

Nunca he creído en nada de ello, a pesar de las historias que mi abuela nos contaba a Sophie y a mí de niñas.

Según ella está ciudad era más de lo que aparentaba y que si prestadas atención verías magia por todos lados y que siempre debías cuidarte la espalda o un vampiro podría comerte y chuparte la sangre.

Las mañanas en Nueva Orleans, especialmente ahora que es temporada de huracanes, son húmedas y neblinosas. El sol, que siempre se despierta más temprano, ya recalienta el asfalto que no alcanzó a enfriarse en la madrugada. Los angostos callejones del French Quarter huelen al Mardi Gras de la noche anterior. Los grandes bloques de casas y pequeños negocios resguardan en su centro jardines privados que otorgan a éstos cualidades misteriosas.

Se le conoce como French Quarter al primer cuadro de la ciudad, delimitado al este por la avenida Esplanade, al oeste por Canal St.; al sur por el río Mississippi, y al norte por Rampart St., donde, como su nombre francés lo indica, se había erigido un muro. En las inmediaciones de Rampart se encuentra el Cementerio St. Louis núm. 1, en donde está la tumba de Marie Laveau, la reina del vudú.

Esta mujer del siglo XVIII se le describe como de piel oscura, mirada profunda y con un característico peinado y tela sobre su cabeza.

Dicen que en su mejor momento llegó a ser la persona más poderosa y temida de Nueva Orleans, ya que con sus hechizos y actos de vudú podía hacer lo que quisiera, como por ejemplo cuando evitó que colgaran a los hijos de un cliente suyo, haciendo que la soga de la horca se rompiera.

Tal es su influencia que hasta el día a día de hoy, las personas llegan a donde se encuentra enterrada para pedirle deseos y favores. Se dice que lo que le pidas ella te lo concederá.

Mi abuela Emily siempre hablaba de ella con respeto y admiración. Decía que gracias a ella muchas personas habían logrado salvarse de la crueldad de sus señores en la época de la esclavitud.

También se habla de brujos, hombres lobo y vampiros. Con Sophie luego de ver crepúsculo y las otras películas que le seguían, deseamos que un Edward Cullen apareciera en nuestras vidas.

Todavía me acordaba de ese deseo. Lo pedimos a los quince años luego de ver una estrella fugaz. Mi abuela nos había descubierto y no dio el sermón de nuestra vida, diciéndonos que debíamos tener cuidado con lo que deseáramos.

Ella era un poco supersticiosa y creyente de todas las leyendas y cuentos sobre está ciudad.

Era abuela mía por parte de mi madre. Mi abuelo murió joven, junto con los padres de mi prima Sophie en un accidente automovilístico.

Mi abuela se encargó de criar a Sophie y cuidarla. Nosotros nos fuimos de Nueva Orleans luego de lo sucedido. Mi madre decía que ella no podía quedarse en un lugar que le había quitado tanto y traído tanto dolor.

Mi padre era canadiense y un encanto de hombre. Siempre estuvo para mí y para mi madre y nunca nos faltó nada.

Hoy con veintitrés años me acababa de graduar en psicología y había decidido que era hora de tomarme unas merecidas vacaciones.

El primer lugar que se me vino a la mente fue Nueva Orleans. Hace años que no venía a visitar a mi abuela y a mi prima y debía decir que las extrañaba horrores.

Mi madre no se puso muy feliz al escuchar mi destino, pero dijo que me respetaría.

Era raro como la muerte de uno o varios familiares podían volverte tan reacia a ciertos lugares, a ciertas personas y a ciertos recuerdos.

Yo prefería pensar que todo pasaba por algo y aunque la vida había sido una maldita perra al robarnos a los tres de un sopetón, no iba a alejarme de mi abuela y Sophie por ello.

El taxi me dejó al frente de la casa de mi abuela. Una gran estructura de color rosado se postró ante mí. Le pague al taxista y baje mi maleta.

De pronto mi piel se erizo y un escalofrío subió por mi espalda. Alguien me estaba observando, me giré con rapidez y agudice la vista.

No había nada, ni nadie.

Qué extraño.

Las puertas se abrieron de par en par sobresaltándome y vi salir una cabellera rubia y rizada como un cohete viniendo a todo lo que da hacia mí.

Sus delgados brazos se colgaron de mi cuello antes de pegar un chillido que me dejo sorda.

-¡No lo puedo creer! ¡De verdad estás aquí!

Sus brazos se cerraron con fuerza y yo me reí por su entusiasmo. Sophie siempre fue cariñosa y demostrativa-al menos que quieras asfixiarme y sufrir la ira de mi madre, deberás soltarme prima.

Ella se rió antes de soltarme y mirarme con una mueca de horror- dios me libre de sufrir la ira de la tía Claire.

Nos reímos juntas, mientras ella me ayudaba a llevar mi equipaje adentro de la casa.

Mi abuela salió a recibirnos con una cálida sonrisa y los ojos empañados. Llevaba su cabellera chocolate atada en un peinado elegante y un vestido color borgoña ajustado en la cintura. Su piel era trigueña, tersa y sin ninguna arruga y sus ojos verdes esmeraldas que le daban un aire exótico, me devolvieron una mirada llena de calidez y añoranza.

-Mi amada niña ¡Estás aquí!

Sus brazos me encerraron en un dulce abrazo y luego dejo un beso en mi cabeza.

-¿Amada? ¿Y yo que soy abuela?- Sophie hacen un mohín- ¿Acaso tú no me quieres?

-Hola abuelita. Yo también la he extrañado.

Mi abuela rodo los ojos ante el dramatismo de Sophie y tomó mis manos entre las suyas- las quiero a las dos por igual, pero debes entender mi quería Sophie que llegue a pensar que nunca más veríamos a nuestra Aurora por aquí. Esta claro que sí fuera por tu madre....

-Mi madre está dolida abuela, pero ella no tuvo problemas en que viniera- mentí- es más me mandó recuerdos para ambas.

Ella frunció el ceño examinándome- me cuesta creerlo, pero por hoy lo dejaremos pasar. Debes estar muerta hambre, pasemos al comedor. Las tres nos sentamos a comer, mientras contábamos anécdotas y rememorábamos recuerdos. No nos veíamos hace mucho y había tanto por contar.

Una sensación de vértigo y plenitud se extendió por mi pecho, como si presintiera que Nueva Orleans me había estado esperando y que en esta ciudad iba a encontrarme con muchas sorpresas. Era como si sintiera que ese vacío que llevaba en el pecho había encontrado con que llenarse y mi alma que siempre se encontraba inquieta e indomable se regocijara en este lugar encontrando al fin su ancla.

Después de muchos años al fin me sentía en casa.

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