XXV

La joven no dejaba de llorar. Arabella resopló con aburrimiento y echó su cabeza hacia atrás. Debía darle mérito, había resistido más que cualquier otro. Y era frustrante también, muy para su disgusto. Nunca antes le había llevado tanto tiempo quebrar un alma, y justo tenía que ser la que contaba. ¿Por qué no había escogido otra víctima para su prueba final?

Era terca, lo sabía, quizás más obstinada que su víctima al obsesionarse en quebrarla en vez de simplemente pasar a otra. Se negaba a permitir que una miserable humana la humillara de tal modo. Se había confiado y guardado la prueba que le resultaba más fácil para el final. Se suponía que lo lograría en menos de una hora, llevaba días. Estaba a solo un alma de completar los siete desafíos del nexus meus, y estaba estancada.

Ya no tenía ni ganas de reír al escucharla rezar de nuevo. Se había cansado de gritarle que nadie la ayudaría, la joven de todos modos no se detenía. La había cortado, quemado, torturado física y psicológicamente, la chica no se rendía. La joven le había dicho que la matara, que continuara, que hiciera lo que quisiera, su fe no se quebraba.

Olía a podrido. Quemar su rostro con metal ardiente no había sido una buena idea ahora que las ampollas se habían infectado, que supuraran algo verde no era una buena señal. Si se le moría por un error tan estúpido... No lo haría, no lo permitiría aunque eso implicase limpiar sus heridas cada día solo para extender su vida y agonía. Además, debía ser bastante doloroso que ella le apretara las ampollas para vaciar el contenido. Si empeoraba, entonces solo tendría que cortar toda la carne necesaria para salvar el cuerpo.

Lento. Aburrido. Frustrante. Tedioso. Se negaba a perder en semejante reto, mucho menos que Bianca lo lograra antes que ella. La vencería. Solo era cuestión de tiempo. Y si no se había quebrado por su cuenta, ni por su familia, entonces solo quedaba una opción. Los humanos eran predecibles en ese sentido. Las almas venían de a dos, y a veces bastaba con quebrar una para que la otra cediera también, solo era cuestión de encontrar a su compañera.

Casi sonrió al escuchar los desesperados pasos. Permaneció quieta, escondida en las sombras, observando, esperando por el momento adecuado para actuar. Un movimiento preciso y certero podía ser todo lo que necesitaba, y casi se sentía una idiota por no haber considerado esa maniobra antes. Clásica. Predecible. Infalible. La historia era siempre la misma, solo los nombres cambiaban.

El joven entró desesperado por salvar a su doncella, no llegó muy lejos. Arabella le permitió acercarse solo lo suficiente para darle esperanza antes de lanzar su cuchillo. Lo derribó en el acto de un limpio golpe. El joven cayó al suelo, la empuñadura sobresaliendo en medio de su pecho. Michaela gritó, Arabella rió al acercarse. Recuperó su arma sin cuidado, solo para ver el rojo brotar de la profunda herida y escuchar al joven gorgotear mientras su boca se llenaba de sangre.

—¿Sigues creyendo que a alguien ahí arriba le importas? —Arabella tiró del cabello del joven para obligarlo a ponerse de rodillas, su novia gritó al ver cómo se ahogada con su sangre—. Adelante, Michaela. Pregúntale a tus ángeles por qué permiten que esto suceda. Quiero que lo mires a los ojos cuando muera.

Existía un pequeño instante, un placer tan efímero que pocos alguna vez llegaban a alcanzarlo. Arabella conocía demasiado bien ese fugaz momento, entre que se había vuelto a tener esperanza y esta había sido arrebatada de un modo irremediable. Y pudo ver esa precisa emoción en los ojos de la joven por tan solo un segundo, el suficiente para degustarse, para saber que ya casi lo lograba.

Cortó los tendones del joven solo para escuchar los gritos de la chica y verla luchar en vano contra sus cadenas. Inútil. No lo salvaría, él tampoco sobreviviría a la herida que ya le había causado. No había sido muy difícil aflojar sus ataduras mientras se encontraba inconsciente, y de ese modo también robarle su presa a Bianca. El joven intentó murmurar algo con sus últimas fuerzas, la sangre en su boca hacía imposible el comprenderle.

—Habla más fuerte —Arabella se inclinó para estar a su altura sin contenerse de sonreír—. Podrían ser las últimas palabras que le dirías a tu amada.

—Bianca mató a tu madre.

Mica abrió los ojos solo para ver cómo Andrea movía los labios al otro lado de la mesa, los volvió a cerrar al decidir que no era importante. Sus auriculares ahogaban cualquier ruido a excepción de la fuerte música. El ritmo retumbaba en su sangre, anclándola a la realidad y recordándole quién era.

Estaba aburrida. Su mochila había desaparecido en algún momento durante la inconsciencia, su móvil le era inútil al no tener señal, sus manos estaban esposadas a una mesa y solo le quedaba su música para no perder la paciencia y el control sobre sí misma. Ya había analizado la situación y decidido que de momento no valía la pena intentar nada. Andrea estaba igual. Ambos encerrados en la misma sala de reuniones, sin nada más que hacer que él mirarla con acusación mientras ella lo ignoraba deliberadamente.

—Never close to heaven, felt my feet were burning from the same red hot ground. There's blood on my hands, there's blood on my hands —cantó ella echando su cabeza hacia atrás—. Yeah, there's blood.

No había creído que se aburriría tan fácil, aunque su interés nunca había sido algo que durase mucho. Irónico, huir del Vaticano para terminar en manos de ángeles. Debió haber pensado esa opción antes, pero fuera de demonios lo cierto era que no se esforzaba en saber mucho más. Pensándolo en perspectiva, ahora parecía evidente. Después de todo, el padre David le había advertido sobre las creencias de McKenzie, y en las películas los viejos locos que eran atacados usualmente tenían razón y alguien quería silenciarlos.

Una parte de ella, la más oscura y cruel, aquella que solo dejaba salir a jugar cuando se trataba de un enfrentamiento duro, había disfrutado la expresión de Luc al finalmente saber la verdad. Ahora le era indiferente. Ángeles, demonios, humanos, todos eran lo mismo al final. Todos se aferraban al pasado, y sin importar lo que ella hiciera, no se lo dejarían olvidar jamás. Entonces, si no estaban dispuestos a dejarla ir, mejor mostrarles con quien estaban tratando.

Andrea estaba insoportable. Abrió de nuevo los ojos solo para ver cómo él seguía pateando la mesa, las cadenas en sus muñecas no dejaban de temblar por tal cosa. Mica suspiró y bajó sus auriculares para que quedaran colgando de su cuello. ¿Era mucho pedir unos minutos de descanso? Habían sido unos días agitados, y ahora al menos sabía que ningún demonio o enviado del Vaticano podría alcanzarla.

—Intento descansar —dijo Mica.

—¿Tienes idea del problema en el que nos has metido? —preguntó Andrea sin ocultar su molestia, ella simplemente se encogió de hombros.

—Te quejabas de que éramos presas demasiado fáciles. Haz como yo y descansa ahora que alguien nos atrapó.

—¿Tienes un problema de doble personalidad?

—Podría mentirte y decirte que sí —Mica le sostuvo la mirada sin vacilar—. O podría no hacerlo. Sabes la verdad, la sospechas desde hace días.

—Willa siempre dijo que tú no habías matado a Arabella como se creía. Ella sabía. ¿Sigue viva?

—No lo sé. ¿Alessandro sigue vivo ahora que sabe de la existencia de ángeles?

—No lo sé.  ¿Entonces qué sucedió con la verdadera Michaela Servadio?

—Su apellido no era ese, tampoco recuerdo cuál era. La iglesia me lo dio cuando tomé su nombre. Fue una digna oponente —Mica se encogió de hombros—. Debo reconocérselo. En todas mis vidas, nunca he visto un alma tan fuerte. Fue su cuerpo el que no aguantó más. Me venció, acepto la derrota.

—¿Se supone que crea que una simple humana venció al ser más despiadado que este mundo alguna vez conoció?

—Nunca subestimes a un humano y sus creencias, pueden llegar a ser especialmente tercos.

—Y tu mejor idea fue dejarnos atrapar por ángeles... Si alguno de ellos toma un arma, te aseguro que ninguno de los dos saldrá con vida de aquí. Así que sería bueno que muestres de dónde sacaste tu reputación.

—Hace siglos que dejé de ser la chica sobre la que tantas historias escuchaste.

—Aprende esto, los ángeles no perdonan —dijo Andrea con dureza—. Ni a mí por no querer formar parte de sus filas, ni a ti por todos los crímenes que has cometido. El Vaticano es amable en comparación a lo que ellos nos harán. Y Zerachiel es de lo peor.

—¿Y tú? Quisiste cambiar mi vida por tu libertad allí atrás.

—Reencarnas. A mí no me dejarán ir nunca más.

—Me sacaste del Vaticano. Te sacaré de aquí, y estaremos a mano.

—Quisiera ver cómo lo haces.

—Lo haré, cuando tenga todas las respuestas que deseo. Todavía me faltan —Mica volvió a poner los auriculares en su lugar y echar su cabeza hacia atrás—. Ahora déjame descansar. Los recuerdos siempre me agotan.

Cerró los ojos, intentando no pensar en la joven que había muerto en sus brazos y el chico que le había abierto los ojos, en todo el daño que había causado engañada por las palabras de Azazel y que había llegado a disfrutar. ¿Dónde habían estado los ángeles entonces? ¿Dónde habían estado todos esos siglos?

Luc le había mentido, como todo el mundo siempre lo había hecho. Irónico, las personas creían ingenuamente que los ángeles no mentían. Casi quería reír al saber lo que él era, y cuáles eran sus opiniones sobre temas religiosos. El padre David estaría horrorizado de saber. No era sorprendente que McKenzie hubiera quedado en coma entonces, aunque eso fuera consecuencia del ataque de Bianca y no de la verdad descubierta.

Extrañó al padre David, él no era culpable de nada más que de no tener poder alguno dentro de la Iglesia para ayudarla. Extrañó Roma, porque New York carecía de los gritos apasionados que ella tanto ansiaba y el ruido de su transporte era ensordecedor. Extrañó sentarse sobre el viejo muro, para ver la ciudad a sus pies y pensar en todas las almas debajo que dependían de ella para no cruzarse un demonio esa noche.

Pasividad. No existía peor crimen frente a sus ojos, que el no actuar cuando se debía. Y en un crimen, el victimario era tan culpable como el cómplice que lo había dejado actuar al no hacer nada. ¿De qué servía que los ángeles observaran sin intervenir? Mica estaba segura de haber matado más demonios en ese último año, que cualquier otro. ¿A cuántos humanos había salvado por matarlos?

No tuvo que abrir los ojos para saber que él estaba allí. Lo sintió perfectamente, ese cosquilleo en su nuca que le indicaba que estaba siendo observada. No se inmutó. No interrumpiría su canción por otro, y él podía esperar aunque eso lo torturara. ¿Qué hacer con la situación? ¿Cómo comportarse? Estaba tan agotada, tan poco acostumbrada a perder la consciencia por químicos, que no tenía voluntad para nada en realidad.

—¿Piensas seguir observándome como un acosador, ángel? —de mala gana, Mica volvió a bajar sus auriculares.

—¿Alguien más sabe? —preguntó Luc.

—¿Qué cosa?

—Quien eres en realidad.

—Azazel, nunca superará el hecho que lo abandoné y cambié de bando.

Escuchó su muñeca crujir al quebrarla, las esposas se deslizaron fuera sin problema. Andrea levantó una ceja, pero no dijo nada mientras Mica volvía a acomodar el hueso. Se puso de pie y con lentitud se acercó hasta el panel de cristal que separaba la sala del corredor. A prueba de balas, ya lo había estudiado. Se sostuvo firme y con la cabeza en alto. Su madre le había enseñado a jamás arrodillarse, fuera frente a hombres, demonios, o ángeles.

—Bianca, ambas tuvimos al mismo maestro —continuó sosteniéndole la mirada—. Algunos otros demonios, los mayores supongo. Willa, otra especialista, si sigue viva a esta altura. Olivier, porque para amar a alguien tienes que conocer todo del otro, incluso su peor lado.

—Ace me dijo que mentías tanto como odiabas que te mintieran, no creí que fuera verdad —respondió Luc seriamente y ella no pudo evitar sonreír.

—Eso es lo peor de Azazel, solo habla verdades de esas que no quieres creer. Debí sospechar antes lo que eras. McKenzie lo sabía. Por eso lo quieres muerto.

—No lo quiero muerto.

—Pero tu pequeña secta alada no lo dejará despertar y hablar. Tu jefe no es muy tolerante con los errores.

—¿Hace cuánto lo sabes? —ella se encogió de hombros.

—Unos días. ¿Es ahora cuando me harán lo mismo que a McKenzie por saber demasiado?

—Nosotros no atacamos a McKenzie.

—Pero quieren silenciarlo. Te descubrió, a ti. Le dijiste del nexus meus con la esperanza que la Iglesia se ocupara, pero te sentiste responsable y le diste una pluma tuya para protegerlo de cualquier ataque. Él sospechaba lo que eras. Algunos humanos son así, notan la diferencia, la notan en ti como también la notan en mí. Pasó lo que ya todos sabemos, y luego fue cuestión de borrar tus huellas con la ayuda de Joanne —Mica se inclinó más cerca contra el vidrio y bajo su voz—. Se olvidó de revisar los archivos que McKenzie tenía del Vaticano.

—Nada.

—Cuando un hecho sin explicación médica ocurre, algunos deciden enviar las pruebas al Vaticano para analizarlo. Es una práctica muy común, pocos lo saben. Los registros se guardan. Muchas veces no llevan a nada y se catalogan bajo error humano. El primer estudio dio mal, no se trata de una curación milagrosa. Pero si prestas atención, puedes ver los casos reales. Lo sé, los reviso, es fácil detectar pactos demoníacos allí. ¿Quieres saber cuántos demonios he cazado, por encontrar pacientes con enfermedades terminales que se recuperaron? Tu alma, a cambio de la vida. McKenzie pidió un archivo, una mujer francesa que hace veinticuatro años se le diagnosticó que su bebé nacería muerto, pero no fue el caso. Mi teoría, es que como los demonios necesitan a alguien que poseer para poder estar en este mundo, tu tipo también. Y te gusta eso, jugar el juego de la vida mortal. Todos los vicios, el libre albedrío, el sexo, todas esas cosas que deben estar prohibidas allí arriba. ¿Pero qué se supone que haces aquí? ¿El control de la plaga demoníaca? De eso me ocupo yo, tú no puedes ni tocar una navaja.

Le sostuvo la mirada, desafiándolo a responder, a darle la información que le faltaba. Luc apretó los labios, pero no habló. Ese era un juego retorcido, pretender ser un humano cuando ciertamente no lo era, pero ella había visto el modo en que amaba a su madre y no podía dudar de ello. Y, siendo sincera, a ella también le hubiera gustado una oportunidad similar, tener una vida normal en vez de cada vez ser arrebatada por la Iglesia. Finalmente, no fue él quien habló.

—Seguramente hizo un pacto de silencio, por eso no puede darte las respuestas que quieres o Zerachiel le arrancará las alas —respondió Andrea desde donde seguía sentado—. Es en vano, Michaela. Los ángeles tienen pocas reglas, pero jamás las rompen. Tienes razón en tu suposición, ese cuerpo no es suyo. Y tampoco podemos tocar armas, ya te expliqué esto.

—O matarían a todos los pecadores, y nadie está libre de pecado —dijo ella.

—Entonces no insistas. Solo está siguiendo órdenes como el buen soldadito que es —Andrea lo miró sin ocultar su desprecio—. Se cree mucho por tener un par de alas.

—No tienes palabra aquí, traidor —respondió Luc.

—Tiene una actitud de mierda, pero ha hecho más por mí estos últimos días que tú o cualquiera de tu tipo —dijo Michaela—. Este cuerpo está demasiado roto, por siglos soportando castigos que tú y tu tipo ignoraron porque nadie les importa en realidad.

—¿Y qué hay de las víctimas que dicen que tú torturabas? ¿A cuántos mataste?

—Cientos —admitió ella—. ¿Crees que no soy consciente de todo lo que hice? ¿Piensas que por eso no me odio tanto? ¿Crees que disfruto todo el dolor que la Iglesia me ha causado estos siglos? Pero lo merezco. Eso y mucho más. Y no me justificaré diciendo que Azazel me engañó para ser así, yo sola caí en su engaño y me dejé ser de ese modo. Quise ser un demonio. Estuve muy cerca. ¿Tienes idea de cuánto daño hay que causar para ser uno? Dices que no me amo, no puedo amarme conociendo todos mis crímenes y extrañando cómo me hacían sentir.

—Dicen que Michaela Servadio mató a Arabella. ¿Cuál es la verdad?

—¿Quieres que te cuente sobre la pobre e inocente chica llamada Michaela? ¿Sobre la ingenua y amada joven que debió tener la tranquila vida de cualquier humano? Una novicia, a sus padres no les gustó mucho la idea que se enamorara de un chico, así que intentó huir con su pareja. Nada tan tentador, como una chica buena rompiendo las reglas. Era la única prueba que me quedaba para ser un demonio, romper un alma, y la escogí a ella. Así que Bianca se llevó al chico, y yo a Michaela, y por semanas la tuve encerrada en una celda haciéndola gritar y sangrar cuanto fuera posible sin matarla. Ella no se quebró. Asesiné a su familia, le llevé sus cabezas para que pudiera verlas, incluso la del bebé, y ella no se quebró. Maté a su novio en frente de ella, y no se quebró. Y hasta el final, fue tan ilusa como para creer que sus ángeles la salvarían.


*


Por un instante Luc fue incapaz de decir palabra alguna. Inspiró hondo, intentando aceptar esas verdades, asociarlas con la chica que sonreía al encontrar cupones y se retorcía con miedo en sueños. La persona al otro lado del vidrio no era Michaela, o quizás sí lo era y se trataba de esa parte que no le mostraba a todo el mundo. Todos tenían una personalidad que ocultaban, y solo sus más cercanos llegaban a conocer.

Zed le había advertido sobre ir a verla mientras decidían qué hacer ante la situación, se lo había prohibido de hecho, algo sobre que ella intentaría engañarlo y jugar con su mente. No lo estaba haciendo. Mica siempre había sido dolorosamente directa, incluso ahora. Podía pretender ser una chica dura, pero él era capaz de ver el dolor en su mirada y sentir el odio bajo su voz.

No había justificación. Lo sabía mejor que nadie. Había escuchado sobre los crímenes de Arabella, y la mayoría no tenían perdón. Pero ambas chicas parecían demasiado diferentes para en el fondo ser la misma. Pensó en su primera vida, en ella de niña siendo maltratada por su pueblo por lo que era su madre, en su mejor y única amiga enterrándola viva, en haber logrado desenterrarse solo para correr de regreso a su pueblo y encontrar las cenizas y los huesos incinerados de su madre, en Ace viendo semejante oportunidad y agachándose a su lado para susurrarle al oído que los matara a todos.

No habría sido difícil convencerla. No habría sido nada difícil alimentar su odio, hasta convertirla en lo que había sido. Una niña asustada y rota, y un príncipe del infierno dispuesto a aprovecharse. ¿Las cosas hubieran sido diferentes si alguien hubiera estado allí para ayudarla? ¿Si hubiera sucedido algo tan simple, como él tocando el violín para hacerla olvidarse de su dolor?

—¿Qué te hizo cambiar? —preguntó Luc.

—El chico, por supuesto. El amor siempre tiene que vencer al mal. ¿No? Incluso al peor de todos —respondió ella—. Sus últimas palabras no fueron que amaba a su novia, tampoco una disculpa por no lograr salvarla, nada para ella de hecho. Lo último que hizo, fue decirme que Bianca había denunciado a mi madre para ser quemada. Ella no lo negó cuando se lo pregunté. Así que la maté, o eso creí, y me llevé a Michaela para que muriera donde ella quería. Azazel me había mentido para usarme, no lo dejaría seguir. Lo único de lo que me arrepiento, es de no haber matado a Bianca antes que quebrara el alma de ese chico, porque ya era un demonio entonces y no bastó con quebrarle el cuello.

—¿Y crees que la Iglesia no hace lo mismo?

—Ya no trabajo para la Iglesia.

—Tienes un historial muy pesado.

—Estoy acostumbrada a que me juzguen por eso.

¿La juzgaba? Sí. No. No estaba seguro. No había perdón para lo que había hecho en el pasado, pero esa chica había muerto y renacido cientos de veces, y su memoria era un caos de fragmentos de vidas pasadas. No merecía vivir. Ya había sufrido lo suficiente para pagar más. Sus crímenes estaban saldados, sus pecados eran insalvables. ¿La besaría de nuevo de poder?

Sí, porque esa chica no era la misma que había sido en el pasado, y Mica había aceptado ayudarlo incluso si eso implicaba jugar al nexus meus y acercarse a la mayor oscuridad que encerraba dentro de ella sabiendo lo que eso significaba. Y la carne era débil. Su cuerpo era tan débil estando cerca de ella.

—¿Mi música te hace sentir bien? —preguntó y finalmente Mica le mostró una sonrisa auténtica.

—Tocas lindo.

—La música llega al alma. Amo tocar el violín, soy egoísta en ese aspecto, pero debo tocar para los demás, para hacerlos sentir bien. Ese es el precio. Puedo estar en tierra y disfrutar del libre albedrío y los demás placeres, pero tengo una cuota diaria de horas tocando que debo cumplir, y una lista anual de proyectos que lograr. Evitar suicidios, sacar gente de adicciones, convencerlos de no hacer daño. Tengo que ayudarlos a ayudarse, no puedo intervenir directamente.

—Es eso o la guerra, según tengo entendido.

—Ya he perdido a demasiados amigos, como para volver al campo de batalla. No lo haré. No quiero pelear, cuando hay tanto daño aquí que puedo intentar reparar.

—No ayudas a nadie.

—Joanne es prueba de lo que pasa si interfieres directamente.

—¿Y qué hay de tu mami?

—La amo. La amo como cualquier humano debe amar a su madre, porque esa mujer me crió y me amó y le estaré eternamente agradecido por todo lo que hizo y significa para mí. Pero este cuerpo morirá en algún momento, y volveré a tener otro y una nueva identidad, y no recordaré nada de esta vida, no la recordaré a ella, ni a ti, ni nada de lo que haya logrado.

—¿Entonces de qué vale?

—Si al menos he logrado mejorar la vida de una persona, lo vale.

—Quizás te he visto antes y no lo recuerdes, o quizás nunca nos hemos cruzado. Maté a Rafael una vez.

—Eso me dijo.

—Pintaba en el Vaticano.

—Ahora dibuja tonterías que luego se tatúa.

—Lo envenené. Estaba investigando sobre mí, demasiado cerca de saber la verdad. Me gustaba, creí que éramos amigos, solo me usó para sacarme información. No me gusta ser usada.

—Creo que aprendió bien la lección.

—¿Qué planean hacer conmigo?

Matarla. Encerrarla por lo que durara su vida. Buscar algún modo de definitivamente obligar a su alma al descanso. Ninguna opción que a Luc le gustara si debía ser honesto, pero Zed siempre había sido demasiado duro en sus sentencias. No dejaría libre a alguien que supiera la verdad, mucho menos a una amenaza como ella en realidad representaba.

—No lo sé —mintió y Mica sonrió.

—Eres un terrible mentiroso. Tu jefe sabe que puedo escapar de aquí en cualquier momento si lo deseo, la única razón por la que todavía no lo hice es porque quiero negociar con él. Y me debe demasiadas respuestas.

—No podemos salvar a todo el mundo, no somos tantos.

—No me importa.

—Cuando eras niña, Zed ni siquiera debía de haber implementado este programa todavía.

—Me debe una explicación.

—Mi anterior jefe te hubiera ejecutado apenas reconociste tus crímenes —dijo Luc mirándola  a los ojos— Deberías estar agradecida de que sea Zed quien se ocupa de las sentencias en tierra. Uriel te hubiera ejecutado en el acto. Es extremadamente amable y generoso, pero no da segundas oportunidad y no perdona nada. Por cada segundo que pasa, Zed no ha actuado, lo que significa que está dudando. Es duro, pero en el fondo es más piadoso.

—¿Y se supone que eso lo hace mejor?

—No, simplemente diferente.

—No necesito su piedad, ni quiero sus excusas —Mica se alejó del vidrio—. Dile que es responsable de todo el mal que causé, quiero que le pese también.

—No puedes culpar a otros por tus decisiones.

—No lo hago, pero él permitió que sucediera. No me interesa ningún bando —ella arrugó la nariz con disgusto—. Tienes a un demonio en el edificio. Mejor ve por tu violín, es fuerte.

Quiso decirle que no había modo en que ella supiera eso, estaba dispuesto a señalarlo, cuando su teléfono sonó con un mensaje de Zed. Lo necesitaba en su oficina con su violín, ahora. Mica se dio vuelta con seguridad y se alejó para recuperar su lugar en la mesa. Ella le mostró una sonrisa de conocimiento. Era la especialista, nunca se equivocaba, incluso si se suponía que él debería saber mejor.

Se dirigió al final del corredor. Rufi ya lo estaba esperando junto al ascensor, el estuche de su violín en mano. Ni siquiera lo miró cuando cogió su instrumento, la seriedad no había abandonado su rostro desde que había enfrentado a Mica. Su amigo no habló hasta que las puertas del ascensor se cerraran, y aun entonces Luc cerró un instante los ojos sabiendo exactamente lo que diría.

—Si hay que votar qué hacer con ella, elegiré que la maten y encierren su alma de una vez —dijo Rufi sin mirarlo—. Mereces saberlo.

—Entonces no crees en segundas oportunidades.

—No estabas aquí cuando Arabella hacía de las suyas. No hay modo en que vaya a permitir que algo así se repita. No puedo apoyarte en esto, lo siento.

—¿Sabes qué es lo peor? Creo que ella intentó decírmelo antes, solo no me di cuenta. Una persona que habla con tanto odio de sí misma algunas veces, no puede no ser consciente de lo que dices que hizo y arrepentirse terriblemente.

—Nada justifica lo que hizo.

—No. Pero yo estuve con ella estos meses, y creo que se esfuerza demasiado por compensarlo.

Ninguno dijo nada más por lo que duró el viaje. Tampoco había mucho más que decir. Al menos en esa vida, eran amigos, y podían estar en desacuerdo en un millón de temas, pero eso no afectaría su relación. Luc había sabido, desde el primer instante, que la decisión de Rufi sería implacable. Según él, cualquiera que disfrutara matar, entonces también merecía morir. Una lógica simple, considerando su profesión.

Zed no estaba de humor. Lo supo tan pronto como entraron en su oficina. Se había desabrochado los puños de su camisa, y quitado su corbata. Luc no podía pensar en una sola vez que lo hubiera visto así, y por un instante llegó a considerar que tal vez Mica sí era tan peligrosa como ella creía para haber llevado a Zed a eso, pero ella ya había dejado en claro que no tenía intención de atacar.

—Cometimos un error —dijo Zed mirando por la ventana—. Estamos fuera de regla. Es intolerable el accionar fuera de regla. Las consecuencias podrían ser devastadora para todo el precario equilibrio que mantenemos ahora. Hace unos minutos un demonio ingresó a este edificio. Es imprevisible, y es más poderoso que cualquiera de nosotros. No podemos enfrentarlo. No quiero que lo hagan. Necesito que me ayuden a contenerlo, y que se vaya de aquí sin causar inconvenientes.

—No puede ser peor que lo que tenemos encerrado en el piso de arriba —comentó Rufi.

—Sí, es un principado caído.

Luc se paralizó al oírlo. Una cosa era lidiar con un demonio que antes hubiera sido un ángel, uno de los siete principales incluso, pero un principado... Nunca había escuchado algo similar. Ni siquiera había escuchado que alguien con un puesto tan alto, hubiera decidido cambiarse de bando. Estaban jodidos. No era algo que pudiera decirle a Zed para describir la situación actual, pero era lo único en lo que podía pensar.

En silencio agradeció que eso estuviera sucediendo allí y ahora, y nadie de su familia se viera involucrado. Suspiró, temiendo por primera vez por su vida, no porque le temiera a la muerte, sino por lo que sería de su madre. Ella no estaba en una situación para perderlo. Y la amaba, como debía haber amado a cualquier otra en el pasado, y como debió ser entonces, tampoco le gustaba la idea de olvidar. Pero era necesario. Porque los demonios tenían memorias perfectas, y el mundo estaba demasiado lleno de males como para ser capaz de empezar cada vez con el mismo optimismo si los recordara todos.

Se acercó hasta la ventana también, en un rincón de la oficina, y con movimientos medidos sacó su violín de su estuche. Inspiró hondo, apoyó el instrumento sobre su hombro, cerró los ojos y comenzó a tocar. Porque Zed estaba tenso, y eso era lo que se suponía que hiciera cuando eso pasaba. Porque él dudaba, y su música siempre le daba confianza. Y porque lo cierto era, no había lugar para mucho más.

Tocó hasta que los pasos le helaron la sangre y el sonido de la puerta lo obligó a girarse para enfrentar al desconocido. El joven que entró no parecía muy distante de su edad, aunque pudo sentir enseguida que había milenios de diferencia. Se sorprendió al desear que Mica estuviera a su lado. Ella hubiera sabido qué hacer, siempre encontraba un modo de tener el control absoluto de la situación.

Pero Mica estaba encerrada en una oficina en otro piso, o al menos se había encaprichado con cumplir bien su papel de víctima y él no podía culparla por no querer hacer nada fuera de las reglas de juego que Zed había establecido. Típico de ella, apropiarse del juego de otro y darlo vuelta en su contra.

El joven se sentó sin esperar invitación alguna. Lentes oscuros puestos, auriculares colgando de su cuello, ropa de diseñador, y un grueso brazalete de acero en su muñeca derecha. Sonrió como quien tuviera el mundo en sus manos, así de seguro estaba. Luc no pudo evitar la sensación de déjà vu, y estaba seguro que no pertenecía a ninguna vida anterior. Un principado. No existía guerrero más feroz o letal que un principado, y uno que había cambiado de bando.

—No me gusta entrometerme en asuntos del cielo y el infierno —comentó él tranquilamente—. Tú tampoco deberías salirte de estos, Zerachiel.

—Lo que sucede en este mundo es de mi absoluta jurisprudencia, y puedo actuar como tal.

—¿Dos arcángeles y un ángel? —el demonio los miró con desinterés—. Casi me siento ofendido por tan pobre comitiva. Sabes el error que cometiste. Arréglalo ahora, mientras soy piadoso, y ahórrate el problema con tus superiores luego.

—Estoy seguro que podemos llegar a un acuerdo.

—No hay acuerdo al cual llegar. Retrocede en este mismo momento en tu accionar, o dejaré de estar fuera del tablero. Y creo que ambos sabemos que no me quieres como otro jugador en esta guerra. ¿Aprecias la paz actual?

—Siempre se puede mejorar.

—Eres muy perfeccionista, tienes que aprender a ser más agradecido con lo que tienes —el demonio echó su cabeza hacia atrás para mirar a Rufi—. ¿Qué hay de ti, Rafael? ¿Eres el principal médico allí arriba y andas aquí abajo queriendo hacer daño? Si estuviera en tu lugar, me preocuparía por el alma que ya rompí. Pensé en hacerte el favor y matarla, ni siquiera tuve que hablarle para que me dijera lo que estaba sucediendo, pero me dio pereza. Tienes una importante fuga allí.

—Gracias por tu consideración, pero ese es mi asunto y solo yo me encargo —respondió Rufi sin ceder en su mirada, el demonio entonces se fijó en Luc.

—¿Qué hay de ti? Joven, ingenuo, todavía tienes esperanzas. No deberías estar aquí, teniendo a una chica encerrada contra su voluntad allí arriba, aunque creo que ambos sabemos que si ella deseara escapar ya lo hubiera hecho. No deberías escuchar a este par, son tan manipuladores como cualquiera orquestando esta interminable guerra.

—Prefiero juzgar eso por mi cuenta —Luc fue cuidadoso al momento de bajar su violín, y sostenerlo detrás de él como si de ese modo pudiera protegerlo—. Creo que ese no es el principal asunto de esta reunión.

—No. Tienes razón —el demonio se puso de pie y sacudió sus manos, el brazalete tintineando con el acto—. Hice un trato, Zerachiel. Tus acciones no podrían tenerme más sin cuidado, pero estoy obligado a cumplir. Suelta a la chica. Es un problema con el que no quieres lidiar.

—No veo cómo eso puede afectarte a ti —respondió Zed y el demonio extendió su mano para un saludo de despedida.

—Su madre me hizo prometerle que ella viviría bajo su propia voluntad. Y encerrar su alma, o lo que sea que estés pensando hacer con ella, no es algo que vaya a permitir que suceda —el demonio estrechó su mano y le sonrió—. Soy un hombre de palabra. Y esto es una amenaza formal.

—Lo tendremos en consideración.

—Lo aceptarás —el demonio movió su mano y Luc se vio obligado a estrecharla también para evitar cualquier ofensa—. He escuchado de ti. Amas más tocar para ti, que para los demás. Demasiado egoísta. Por eso votaron en contra de darte el lugar de un serafín. Pudiste ser un músico celestial, y te obligaron a ser un soldado para enseñarte humildad. ¿Estás seguro que no quieres cambiar de bando?

—Zed me brindó ambas cosas —Luc apenas se contuvo de sonreírle ante su victoria—. Nunca estuve más seguro de estar donde debo.

—Es una lástima. Por lo que llegué a oír, eras un buen músico.

Él bajó sus lentes, revelando un ojo color miel y otro tan oscuro como el negro abismo. Le sonrió como quien había vencido antes de apretar su agarre. Luc primero escuchó el crujido, luego sintió el agonizante dolor. Gritó sin poder evitarlo, sus rodillas cediendo ante la fuerza del daño. El demonio lo soltó con la misma facilidad y miró a Zed una última vez.

—Toma eso como una advertencia. Libera a la chica, o la próxima vez no volveré en paz, y ya no tienes a tu violinista prodigio como ventaja —dijo Zabulon antes de darse vuelta y partir.

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