XXI
Su mano libre estaba temblando de nuevo.
Llevaba varios minutos así, y Mica tuvo que terminar la llamada al temer que el frío se extendiera más allá de la punta de sus dedos. Suspiró con tristeza, hubiera deseado escuchar la voz de Luc un poco más, siempre tan relajado y seguro de sí mismo. Mica no estaba segura. Su tic nunca era una buena señal. Ella deseaba salir a jugar, y no había modo alguno en que Mica fuera a permitirlo.
Era doloroso ver los cortes en sus manos o el modo en que los huesos sobresalían. Se había negado a pesarse, porque ver el número ridículamente bajo que temía solo confirmaría lo que ya sabía. Necesitaba recuperarse cuanto antes. Su voluntad siempre era más débil cuando su cuerpo no se encontraba bien.
Dobló las piernas y apoyó la frente sobre sus rodillas, el móvil sin peso alguno en su otra mano. Había sido una mentira piadosa. No había nada malo en mentir, si de ese modo evitaba dañar a otros. Aunque temía que la mentira hubiera sido más hacia ella misma, que hacia Luc. Un caso definitivamente sonaba mejor a lo que en realidad había padecido.
Había sonreído como una tonta al recuperar su móvil, Andrea habiendo robado sus pertenencias del Vaticano antes de pasar por ella, y ver todos los mensajes de su parte, para luego tener que destruirlo y evitar cualquier rastreo. Le hubiera gustado poder guardarlos. Le hubiera gustado poder correr directo a él, para reclamarle por todos los secretos que callaba y que vendara de nuevo sus heridas, pero no deseaba ser vista en tal estado.
Levantó la cabeza al escuchar el ruido de la puerta. Andrea entró con una bolsa con desayuno en una mano y un libro nuevo en otro. Lo lanzó en su dirección sin siquiera mirarla. Mica lo observó caer delante de sus pies sobre la cama, otro más que sumarse a la pila sobre la mesa de noche. Se sentía como una prisionera sin poder salir del cuarto de hotel, pero su cuerpo no se encontraba en condiciones para valerse por su cuenta, y con la Iglesia seguramente buscándolos y los demonios siempre atentos a cualquier posibilidad de intentar empujarlos por mal camino, no podía arriesgarse.
—¿De qué es? —preguntó.
—Fantasía. Algo sobre una princesa perdida y un mundo lleno de monstruos —respondió Andrea sin darle importancia—. Nunca vayas por los libros más vendidos, estoy seguro que los demonios andan teniendo influencia en las editoriales con promocionar cosas tóxicas y venenosas para la mente.
—¿Es cierto?
—El morbo siempre vende. Intenta que esta vez te dure más que un día —su mirada se desvió a su mano todavía temblando—. Tienes que distraer la mente para apaciguarla. Dicen que mataste a Arabella, por eso la Iglesia quiso tus servicios.
—¿Sabes de ella?
—Cualquiera que haya vivido lo suficiente, alguna vez escuchó de ella. Peor que cualquier demonio, eso decían entonces. Tenía un arte en sus manos, llevaba a sus víctimas al borde de la muerte y lograba mantenerlas allí por una eternidad si así lo deseaba, demasiado paciente y experta en tortura. Es difícil creer que alguien haya logrado matarla. ¿Es cierto?
—No.
—Otros dicen que la atrapaste en tu cuerpo. ¿Eso es cierto?
—Tampoco —admitió Mica.
—¿Entonces cuál es la verdad?
—La que yo desee que sea. A veces, si repites una mentira por demasiado tiempo, hasta tú comienzas a creerlo —Mica levantó su mano temblando para poder mirarla—. Mi mamá solía decir que cuando un alma se rompe, todo dentro de uno lo hace. Mente, personalidad, corazón. Había una chica llamada Michaela, y había una chica llamada Arabella. Una se quebró, la otra no lo hizo. Una murió en Venezia demasiados siglos atrás, la otra se refugió en la Iglesia creyendo que allí los demonios no podrían alcanzarla de nuevo.
—¿Y cuál sobrevivió?
—A veces, ni siquiera yo conozco esa respuesta. La tortura, en el nivel en que la manejaba Arabella, es algo muy íntimo. Ella lograba llegar directo al alma a través de carne y sangre, exponerla completamente para degustarse con su sufrimiento. Creo que, en ese estado, ambos involucrados están demasiado expuestos y pueden contaminarse entre sí.
—¿Alguna vez me has visto tocar un arma? —preguntó él y ella lo miró confundida—. La ira divina ciega y te obliga a aplicar justicia sin tener voluntad, por eso se dice que los ángeles reniegan la violencia. No es que no les guste, es que saben que si cogen un arma no podrán controlarse y castigarán a todos los pecadores, y en este mundo nadie está libre de tal cosa. Tu madre pudo haber sido humana, pero tu padre no, y es normal cómo reaccionas al tener un arma en tus manos.
—No dirías lo mismo de conocer mis pensamientos.
—Todos tenemos algún don —respondió mirando su propia mano—. Un arte que desarrollar. Sanar un cuerpo, alcanzar un alma, matar.
—No suena como un bonito arte.
—El arte no tiene que serlo, simplemente tiene que hacerte sentir algo. ¿Sabes a quién le pertenece tu nombre?
—Arcángel. General del ejército celestial según el viejo libro.
—Escuché que una vez fue capaz de despellejar a un demonio, milímetro a milímetro, sin matarlo.
—Los demonios no sienten. Los humanos mueren de shock durante el proceso —Mica sonrió sin poder evitarlo, su mano todavía temblando—. Es fácil con un demonio.
—No suelo tener paciencia para eso, es más fácil matar de una.
La sonrisa se borró enseguida de su rostro, no debería estar disfrutando de ese tipo de conocimientos. No era algo de lo que estar orgullosa, y Andrea no era una buena influencia al sacarlo a luz. Sostuvo su mano con la otra, esperando así poder detener el temblor. Se repitió en vano que ella tenía el control.
—Es peor si lo controlas. Usar un don es una necesidad, es el propósito por el cual existes.
—No soy un ángel —dijo ella con los ojos cerrados—. Tú tampoco lo eres. No sabes lo que dices.
—No quieres escucharme, que es distinto. No quieres creer.
—Soy Michaela Servadio. Soy una especialista. Mi mamá fue una bruja, y mi padre un demonio.
—Antes un ángel.
—¡Entonces tú también eres un demonio!
Recordó a Azazel encontrándola de rodillas, su cuerpo maltratado y su corazón completamente roto, susurrándole al oído que todo se solucionaría si tan solo lo seguía y escapaba de los malvados humanos que la dañaban. ¿Acaso Andrea no había hecho lo mismo? Debería matarlo. Si estaba intentando engañarla como Azazel lo había hecho, debería matarlo en aquel momento exacto.
—Eres tan fácil de leer —Andrea suspiró al darle la espalda y tirar de su camiseta—. Una cría aterrada. Seguro es porque moriste joven.
—Y tú un mentiroso.
—Solo quiero la tinta, Michaela. No me interesa nada más, ni lo que hagas de tu vida. Solo quiero la maldita tinta, para poder salir sin que nadie me joda la vida por no querer tomar un bando en esta interminable jodida guerra —él terminó por sacarse su camiseta y Mica guardó silencio absoluto al ver las marcas—. ¿Quieres tocarlas? Lucen mejor de lo que se sienten.
Debió doler. Ella lo sabía, debió doler bastante. Había arrancado suficientes extremidades, como para saber que se trataba de una agonía desgarradora. Sin decir palabra se puso de pie, acercándose con cuidado hasta Andrea. Levantó una mano queriendo tocar las marcas para asegurarse que eran reales, pero se detuvo tan pronto como vio el modo en que él se tensó. No lo había rozado.
—¿Cómo lucen realmente? —preguntó Mica y él no contestó—. MI mamá solía decir que las personas vemos lo que queremos, ignorando el verdadero mal y dolor del mundo. Esto no es una cicatriz. ¿Verdad?
—No quieres saber cómo es en realidad.
—¿Dolió mucho?
—No podrías imaginarlo. Las alas son lo más delicado y valioso que un ángel tiene.
—Una mujer dijo haber visto alas dañadas en mí.
—Entonces no es sorprendente que estés tardando tanto en sanar —él recogió su camiseta y se alejó de ella—. Será cada vez peor si no se recuperan.
—No soy un ángel —repitió Mica.
—Ciertamente no —respondió Andrea sin ocultar su desdén.
—Tampoco tengo sangre de tal en mis venas.
—Entiendo estés en etapa de negación, y espero no te la agarres conmigo cuando pases a la etapa de la ira, pero nadie puede evitar su naturaleza.
—Soy hija de una bruja natural, que hizo un trato con un demonio para poder tenerme. Eso no cambiará nunca. Zabulon no es nadie para mí, más que el maldito por el que estoy anclada a tierra y no puedo morir. Ni ángeles ni demonios han hecho más que arruinar mi vida, no reconoceré el poder de ninguno de ellos.
—Haz lo que quieras, pero a ninguno de los bandos les gusta los jugadores solitarios. Y ya no contamos con la Iglesia como refugio —Andrea simplemente se dejó caer sobre su cama.
—No me importa. No necesito de nadie para protegerme.
—Te caes a pedazos —dijo él echándole una cuestionable mirada.
—He estado peor.
—Si sales, no durarás ni dos horas en ese estado.
—Te olvidas de algo, ahora ya no tengo que preocuparme por qué pensará la Iglesia de mis acciones.
—¿Y qué piensas hacer?
—Primero, ir a hacerme ver por un médico ahora que ya nadie me lo prohibe. Luego, con suerte, conseguir píldoras anticonceptivas de nuevo porque hacen que no me duelan los ovarios.
—Estás demasiado por debajo de tu peso como para tener tu período —Andrea cogió el libro que había traído y lo hojeó con desinterés—. No creo que te vaya a doler nada.
—Dolerá demasiado cuando regrese. Prefiero adelantarme.
—¿Y tu forma de evitarlo es ingerir hormonas?
—Por eso primero el médico, para que me diga que estoy en condiciones de ingerirlas.
—Las chicas son extrañas.
—Si no viviéramos en patriarcado, no tendría que preocuparme por lo que ingiero y cómo —Mica recogió su bolso del suelo—. Ustedes son los que pueden detonar el gatillo y deberían ponerle seguro, no yo tener que evitar la bala.
—Quéjate con otro, siempre fui responsable. ¿Llevas armas?
—Tengo un revolver.
—Estamos en Paris. Los franceses están paranoicos con posibles atentados. ¿Y cargas un arma de ruido?
—Andrea, si quisiera consejos de un hombre con nombre de chica, se los pediría a otro.
—Eres italiana, es nombre de hombre.
—Sigue siendo divertido molestarte con eso —dijo Mica y él resopló sin levantar la vista del libro.
—Adriel. La chica que me encontró cuando caí escuchó mal mi nombre.
—¿Y nunca lo mencionaste?
—¿Y a ti cómo debo llamarte? —él la miró fugazmente al no obtener respuesta—. A veces preferimos otros nombres, para creer que somos otras personas. Regresa antes del anochecer, no puedes contra nadie en ese estado.
—He podido contra cientos en peores condiciones.
—¿Y eras tú cuando eso pasó? Toma este consejo, no prives a tu cuerpo de lo que te pide o siempre terminarás por perder el control.
Mica se puso su abrigo, lanzó el móvil dentro de su bolsillo y le dio la espalda para partir. No era una pregunta que deseara enfrentar ahora. Andrea no entendía, nadie nunca lo haría. Además, ella no necesitaba de ningún niñero ni nadie que le dijera qué hacer. Ya había estado encerrada varios días bajo el pretexto que su cuerpo no se encontraba como para aguantar un posible ataque, y ahora su mano no dejaba de temblar en consecuencia.
Siempre era peor luego del tiempo de meditación, el encierro reviviendo recuerdos lo suficientemente malos como para que su autocontrol flaqueara. El padre David tampoco estaba para tenerle paciencia y acompañarla durante todo el proceso de recuperación. Y haber dejado Italia sabiendo que no podría volver... Un gesto tonto, pero uno que le había roto el corazón. Nadie debería ser obligado a abandonar su tierra natal por una cacería de brujas.
Necesitaba aclarar su mente y encontrar las respuestas a lo que la atormentaba. ¿Por qué los demás siempre intentaban engañarla? ¿Cómo era tan estúpida de siempre creerles? Sin importar lo que hiciera, parecía siempre confiar en la persona equivocada. Primero Bianca, luego Azazel, ahora esto... ¿Estaba cometiendo un error al haber seguido a Andrea? Pero necesitaba, por una vez en su existencia, que alguien le dijera la verdad.
Cogió su teléfono y lo miró con duda. Demasiado tarde en New York. ¿Luc le habría mentido también? ¿Con quién había hecho un trato y a cambio de qué? No ser un soldado, esas habían sido sus palabras, y quería gritar de frustración porque Andrea estaba comenzando a meter ideas inadecuadas en su cabeza. Había mencionado un nombre, un solo nombre que había bastado para que ella tomara la decisión de seguirlo y su sangre hirviera de rabia.
No. No estaba en condiciones para enfrentarlo. Sabía a quién quería encontrar y obligarle a decirle toda la verdad, pero su cuerpo apenas podía cargar las dos bolsas de compras porque se negaba a estar en Paris sin comprar en Dior. Tal vez, en el fondo, siempre había sabido que terminaría por arruinar su oportunidad con la Iglesia también. Por eso había siempre guardado sus ahorros en otra cuenta bancaria, y Andrea había robado todas sus pertenencias que la Iglesia le había confiscado antes del tiempo de meditación. Nada relevante, solo su muda de ropa de ese día y lo que había cargado consigo, nada de verdadero valor... a excepción del recuerdo de su última misión y tal vez su única pista para partir.
Suspiró ante lo inevitable y descendió una de las escaleras que llevaban a la orilla del Seine. De haber estado en Roma, no hubiera dudado en buscar uno de los agujeros de la muralla que dividía la vieja ciudad de la nueva, pero en otra debía improvisar. Debajo de un puente parecía una buena idea, no muy visible para otros. Andrea le había advertido sobre no salir, ella de todos modos lo había hecho.
—Ya bastante mal me siento, como para que tu perfume barato me dé nauseas, Willa.
Se dio vuelta, solo para encontrar a la otra especialista detrás de ella, una daga ya en mano. Mica conocía demasiado bien su técnica, esperar a que su presa saliera de su escondite y seguirla hasta encontrar el momento oportuno para atacarla. Si el encuentro era inevitable, entonces al menos podía decir que había decidido el cuándo.
—¿En serio tenemos que hacer esto? Estoy cansada —continuó Mica.
—Yo tampoco tengo ganas, pero un trabajo es un trabajo —respondió Willa haciendo girar su daga—. Sabes cómo es esto, cada trabajo bien hecho es una buena paga. Pusieron una buena recompensa por llevarte de regreso al Vaticano. Incluso mayor si es con vida.
—Creí que era libre de hacer lo que quisiera.
—Juraste servir con tu vida.
—Y lo he hecho, demasiadas veces.
—Ambas sabemos que la única razón por la que se te permitió vivir, fue a cambio de tu servicio. No puedes estar sola. No puedes siquiera estar sin vigilancia.
La mirada de Willa se desvió a su mano temblando, Mica pretendió que sus palabras no le afectaron tanto como en realidad lo hicieron. ¿Era así como los demás la veían? ¿Un animal salvaje que controlar? Nunca le había caído bien Willa, tal vez porque ella había estado con la Iglesia incluso antes que Mica llegara. La más antigua de todos, la única tan fuerte como para haber sobrevivido a pesar del tiempo.
—Llevas siglos saliendo con un demonio. Llévame a Roma, y no dudaré en delatarte. Apenas sea libre de nuevo, juro que lo mataré y a ti también por complice —respondió Mica.
—¿Y qué dirán de ti cuando les diga la verdad? El tiempo distorsiona los hechos, y nunca te molestaste en corregir nada, pero yo recuerdo. Yo estuve allí. No puedes hacerme nada, si no quieres que diga lo que tanto callas.
—No hagas esto ahora. No quiero ir. No me obligues.
—¿Temes perder?
—Temo ganar. No me gusta cuando pierdo el control.
—Es tu culpa por ni siquiera ocultarte. Un vidente y una posesión tuya, eso bastó.
—No dejé nada que pudieras usar para rastrearme en mi piso.
—¿Y en el piso de tu novio? Una verdadera lástima, no disfruto de atacar humanos. No te veía del tipo cursi. ¿Le regalaste un moño?
Por un instante, temió que su corazón se hubiera detenido. Llevaba meses sin pensar en Olivier, y quizás lo hubiera olvidado, de no ser porque él le había escrito a su viejo número. Mica había encendido su antiguo móvil una sola vez, para salvar los datos relevantes y los números que le interesaban antes que utilizaran el aparato para rastrearla. Y allí habían estado, los cientos de mensajes de Luc, y los pocos de Olivier, porque él no era tanto de escribir y no había aguantado más de unos pocos días de su silencio sin hablarle, primero a modo de burla sobre que se estaba haciendo la chica dura al ignorarlo, y luego casi un ruego para que le respondiera.
Porque lo cierto era, podían discutir mil veces y no encontrarse en un buen momento, pero sus emociones seguían siendo sinceras y Mica lo sabía. Y tal vez hubiera regresado a él, hablado sobre lo sucedido y solucionado todo, de no ser porque no deseaba arrastrarlo en sus problemas. Era mejor así. Olivier era un chico normal, que merecía una vida normal, sin problemas con la Iglesia o demonios acechándolo. Y Mica había creído estar salvándolo al ignorarlo, o no escribirle como tanto había deseado esos días, necesitando contarle cómo se sentía y que la oscuridad la estaba dominando, solo para que él le respondiera que le hiciera frente.
No había creído que conservaría el moño, tampoco, si debía ser sincera. Él se lo había regalado hacía más de un año, ella lo había usado en el cabello siempre sonriendo, en un ataque de ira se lo había aventado en medio de la calle. Él no debería haberlo guardado. Y ese gesto le hubiera derretido el corazón, de no ser por las consecuencias que había implicado.
—No me gusta que lastimen a otros para llegar a mí —Mica dejó con cuidado sus bolsas en el suelo—. Lo intento, en serio lo intento, pero a veces estoy tan cansada de reprimirme. Es peor luego del encierro.
—¿Te trae malos recuerdos, Arabella?
—No deberías haberla nombrado.
*
Odiaba las reuniones en suelo neutral.
Listo, lo había dicho. El simple hecho de tener que pedir un día libre en el café para tener que asistir a una ya le molestaba demasiado, pero Zed había pedido precisamente su presencia y no era algo que pudiera negar. Luego de todo lo que había hecho y él le había dejado pasar, no era como si pudiera quejarse del trabajo extra para compensar sus faltas. Podría haber sido peor, el castigo podría haber sido mucho peor.
Al menos tenía a Rufi a su lado, eso era algo, aunque era cierto que Zed no asistía a ninguna reunion potencialmente peligrosa sin su médico personal a su lado. Y lo cierto era, que Rufi tenía el mejor autocontrol que Luc alguna vez hubiera visto. Debía ser algo necesario de dominar al tratar siempre con heridos, al haber tocado tanta sangre y curado tantas heridas.
No era tan ingenuo como para creer que alguna vez estaría a la altura de su amigo, pero al menos podía conformarse con saber que Zed tampoco lo haría. Respiró profundamente y se repitió que no era nada con lo que no pudiera lidiar. Podían entrar y salir sin ningún inconveniente mayor, aunque el delgado y largo maletín que cargaba Zed consigo no hacía más que acelerarle el pulso ante la perspectiva.
—Ascenso —Rufi golpeó sus costillas con un codo al murmurar por lo bajo—. Deberías estar feliz, primera vez que te trae a una reunión con un gran señor.
—Solo me invitó porque traje mi violín.
—Probablemente, pero aun así cuenta. No te pongas nervioso, saldrá bien.
—No estoy nervioso, tan solo no me gusta lo que carga en sus manos. Si las cosas se salen de control...
—Eso no pasará. Todo saldrá bien.
—Nada nunca sale bien con estos sujetos.
—Lo hará.
—¿Entonces por qué estás tú aquí?
—Tengo el rango como para que siempre pidan de verme. Es aburrido. Solo recuerda, si las cosas se ponen feas, saca tu violín. Puedes manejarlo. ¿Puedes?
—No lo sé.
—Pudiste con Ace y todo un salón lleno de demonios.
—Eso fue diferente.
—¿En qué sentido?
En que entonces había temido por la vida de Mica, y ni siquiera él había creído que sería capaz de algo así. ¿Que su música afectara a Ace, un principe del infierno, de un modo instantáneo? La proximidad, solo eso podía explicarlo. Proximidad, y su desesperación por no dejar morir a la chica que lo había salvado de cometer un serio error.
—Si lo que te falta es motivación, Lucien, estoy seguro que Raphael estará encantado de ponerse una peluca y gritar por ayuda —comentó Zed con su fría voz desde delante.
Luc se tensó enseguida al no creer que hubiera estado escuchando su conversación, pero Zed siempre lo hacía. Era como si nada pudiera suceder, sin que él lo supiera, estuviera presente o no. A su lado, Rufi suspiró con resignación. Casi podía escuchar sus pensamientos. Y sí, lo había hecho para salvar a la chica, tan cliché como eso sonara.
—No aprendes —susurró Rufi.
—Mi música es para defender y ayudar a otros, no para atacar —respondió Luc.
—Y si esta vez la usas, será para defendernos y ayudarnos. No puedo morir hoy, no puedo dejar a mi perra sola.
—Tu vida tampoco puede girar entorno a ese animal, Rafael —reprendió Zed desde delante.
—Es leal y no me causa problemas, no veo por qué no.
Luc se contuvo de decir que no era como si Zed pudiera decir lo mismo, pero no necesitaba provocar su enojo y tampoco se encontraba en una situación para hablar de chicas. Los rumores corrían rápido, la actual novia de Zed había querido dar el siguiente paso al comprometerse y él se había negado. ¿Habría querido hacerlo o solo se había apegado a su deber y sus reglas? No era como si pudiera preguntarle.
Tampoco tuvo oportunidad de hablar una vez que llegaron al lugar debido. Ya bastante tortuoso había sido caminar por el interminable corredor del sótano, la diminuta habitación no ayudaba. La otra parte había escogido el lugar de la reunion esa vez, y había preferido un espacio cerrado y pequeño. Lo odiaba. Cualquiera de ellos disfrutaba del aire libre y los grandes espacios abiertos, lo cual era una desventaja en ese momento, pero nada con lo que no pudieran lidiar.
Ese era el trato, la alternancia preestablecida. Tenía entendido que la vez anterior Zed había escogido que la reunión fuera en medio de Central Park bajo la intensa luz del sol, supuso que eso debió cabrear lo suficiente a los otros como para tener que pagar ahora. Luc se repitió que debía mantener la calma. El reconfortante peso del maletín en su mano le ayudaba, su violín estaba a un solo movimiento, pero ninguna precaución nunca parecía suficiente.
Se mantuvo a un lado junto a Rufi, cuidadoso de no pisar el círculo dibujado en el suelo. A diferencia del del nexus meus, sus símbolos no hablaban de falta de control sino que todo lo contrario. Limitaciones, otro intento de precaución. Dentro había una sencilla mesa y dos sillas opuestas. Una tabla de negociación.
Zed no le dio importancia y cruzó el círculo, tomando su lugar correspondiente. Se sentó derecho, demasiado formal y estricto en todo sentido, su caja descansando a un lado en el suelo. La puerta al otro lado de la habitación no tardó en abrirse. La mujer que entró ni siquiera se molestó en mirarlos antes de tomar el lugar que le correspondía al otro lado de la mesa. Sus dos guardaespaldas se mantuvieron a un lado, Luc apenas contuvo una maldición al reconocer a Ace cuando este le sonrió.
—Llegas tarde, Belle —comentó Zed simplemente—. Lo que hizo que yo llegara tarde, simplemente para compensar el tiempo que me harías esperar. No disfruto de salirme de mis horarios.
—Siguiendo tu lógica, entonces no has esperado mucho.
—Ese no es el punto.
Luc puso los ojos en blanco tan pronto como ambos se entablaron en una discusión al respecto, no había nada como contradecir a Zed para que este insistiera con sus palabras. Al otro lado, Ace no dejaba de mirarlo. Eso no era bueno. Luc había cometido un error al noquearlo con su violín, él se había vengado al delatarlo con Zed. ¿No debería eso dejarlos a mano?
—No hagas que Ace se la agarre contigo —susurró Rufi a su lado.
—Creo que ya es tarde para eso.
—Entonces no dejes que te influencie.
—Nunca.
—Te es inevitable cabrear a los sujetos que no debes. ¿Verdad?
—Era él o Mica. Si no tocaba, ella hubiera muerto. ¿Puedes juzgarme por elegir salvar una vida?
—No podemos siempre salvar a todos, no si pone en riesgo la misión.
—Eso no hará que deje de intentarlo —dijo Luc y Rufi suspiró.
—Solo ten cuidado, meterte con sujetos como Ace no es una buena idea. Si caes en su juego, no podré ayudarte cuando pierdas.
—¿Crees que soy idiota?
—No. Es un manipulador experto, incluso yo tengo cuidado a su alrededor. Por eso no tolero verlo. Siempre sabe qué decir para arrastrarte en su juego.
Lo recordó a su lado, demasiado tiempo atrás, susurrándole todas esas cosas sobre Mica como si así pudiera empujarlo a ir contra las órdenes de Zed. Recordó el modo en que ella hablaba de Ace, como si él fuera responsable de todo el mal que ella creía tener dentro. Quizás lo era. Tal vez, como Joanne, Mica hubiera estado mucho mejor de jamás cruzarse en el camino de ese demonio.
—Además odio cuando nos toca Belle, ella es de lo peor y Zed no hace nada más que seguirle la discusión —continuó Rufi, los dos líderes todavía discutiendo temas de puntualidad.
—¿Qué crees que le haya dicho a Joanne para engañarla? —preguntó Luc.
—Solo la verdad —respondió Ace acercándose—. Que su querido amigo al final la abandonó, y no hizo nada mientras era juzgada y ejecutada por obedecer ciegamente órdenes de otros. Que en realidad a nadie le importa si vive o muere, ya no es útil. ¿Y a quién le interesa una chica que no es útil?
A su lado, Rufi se tensó completamente. Luc fue rápido en poner una mano sobre su hombro, aun cuando era completamente innecesario. Rufi no necesitaba ser retenido, no había escuchado de una sola vez que su amigo hubiera perdido su autocontrol, pero Ace seguía siendo demasiado bueno en provocar y conocía el punto perfecto donde picar.
—Entonces mentiras —concluyó Luc.
—¿Lo son? Él la abandonó, porque ella no correspondió sus sentimientos. ¿Pero no son siempre así? Amables con la chica, hasta que ella dice que no los ve más que como amigos, y entonces dejan tanto esfuerzo por caerle bien al no ver futuro. Egoístas. Interesados.
—No es cierto —dijo Rufi.
—Un día tarde —Ace sonrió ante esas palabras—. Imagina lo que hubiera pasado, si no hubieras llegado un día tarde. Quizás podrías haberla salvado. Quizás ahora ella no estaría condenada a vida tras vida donde lo único que desea es cortarse las venas, y la tienes drogada para que no se suicide porque no toleras verla hacerlo. Debe ser un peso demasiado grande para un médico. ¿No? Su paciente preferida desea la muerte más que cualquier otra cosa.
—¿Y cuánto de eso es tu culpa en realidad?
—¿Cuántos favores tuviste que hacerle a la Iglesia por el alma de esa chica?
—¿No tienes nada mejor que hacer? —preguntó Luc.
—¿Por qué? ¿Sigues molesto porque le dije a tu jefe que estuviste haciendo cosas indebidas?
—No rompí ninguna de las reglas.
—Porque Michaela no quiso, o tu abstinencia no hubiera durado un día.
—Porque respeto el pacto que hice, sobre cualquier deseo personal —insistió Luc.
—O eres un cobarde que no peleó por la chica —dijo Ace bajando la voz—. Este es el problema con Michaela, siempre confía en la persona equivocada. ¿Qué crees que pensará de ti cuando sepa todas las mentiras que le dijiste? La conozco, tendrás suerte si no te mata en el acto.
—No creerá en las palabras de un demonio.
—¿Quieres apostar? La conozco desde que era una niña, nunca le mentí. Y a diferencia de ti, siempre estuve a su lado, cada sencilla vez que se quebró.
—Para empujarla a pecar.
—Para recordarle su potencial. Y he aquí algo que de seguro no sabes, Michaela miente tanto como odia que le mientan. ¿Así que qué excusa fue esta vez?
El fuerte ruido en el centro de la habitación logró hacerlo reaccionar antes de seguirle el juego a Ace. Al parecer, la otra conversación tampoco estaba yendo de lo mejor a juzgar por cómo Zed había dejado su estuche sobre la mesa. Luc se tensó. En silencio rezó porque la instancia no pasara a mayores. No deseaba un enfrentamiento. No había modo en que regresara a esa vida, porque su estómago se retorcía de solo pensar en sangre.
Inspiró profundamente, buscando recobrar la calma y paz que siempre sentía. Pensó en su música, su composición casi estaba terminada. Necesitaba unos ajustes aquí y allá, nada que un poco de tiempo y dedicación no pudiera hacer, pero la melodía ya tenía forma y fluidez. Y a Mica le gustaría, incluso cuando sus ojos siempre brillaban con fascinación al escucharlo sin importar cuál pieza eligiera.
—Ella miente, para no parecer débil, porque lo cierto es que te has aprovechado de ella tantas veces al estar rota, que aprendió a ya no mostrarse de ese modo. Y no puedo cambiarla, porque eso depende únicamente de ella, pero puedo mostrarle que no soy para nada como tú.
Al otro lado, Zed abrió su estuche para mostrar su contenido a modo de amenaza. Luc se concentró en mantener su respiración estable. Se repitió que era un pacifista, que la violencia no era solución alguna y el derrame de sangre no servía de nada. Cualquier cosa con tal de convencerse de no interceder. Porque si la situación pasaba a mayores... Entonces tal vez no podría mirar a su madre a los ojos y decirle que era una buena persona.
Culpó a la falta de sueño. No debió haber salido la noche anterior, pero Rufi había insistido en hacerlo para estar relajados luego. Debió haber dormido más horas, no levantarse tan temprano para acompañarlos. Zed abrió el estuche, el resplandor del metal casi le causó náuseas. Simple intimidación, solo eso.
—¿Qué sucede, soldadito? ¿Pensando en todos los compañeros que perdiste? ¿O en todos los inocentes que mataste? —preguntó Ace con diversión.
—Tienes suerte que estemos en terreno neutral —comentó Rufi y sonrió—. Porque lo cierto es que disfrutaré tanto de hacer una mala praxis contigo. Consejo profesional, nunca termines en un hospital.
—Este es un cuerpo prestado.
—¿Crees que me importa?
El agudo gritó cortó la conversación. Primero, la mujer discutiendo con Zed. Luego, el otro acompañado. Y, finalmente, incluso Ace gritó. Nada de eso tenía sentido. Luc vio la sangre deslizarse fuera de la nariz de todos. Zed se mantuvo impasible, seguro de no ser responsable de ningún modo, aunque la tensión en sus hombros tampoco era una buena señal.
—¡Azazel! —gritó la mujer con furia—. Si esto es culpa de Arabella...
—Oh no, esto es cien por ciento Michaela —Ace sonrió a pesar de su notable dolor y estar limpiando sangre de su labio—. En el fondo, siempre fue peor. Más fría y calculadora.
Partieron demasiado rápido, como para que Luc terminara de entender lo que estaba sucediendo. Pero si no se equivocaba con sus suposiciones... Contuvo una maldición al coger su teléfono. Si estaba en lo correcto respecto a Mica, entonces eso era un problema, porque ella no podía controlarse una vez que empezaba con la matanza y nadie cerca suyo se salvaría. Así era como funcionaba.
Soltó un insulto en francés al escuchar el constante tono, y luego la casilla de mensaje cuando ella no respondió. Mica necesitaba aprender a controlarse. Toda su vida había carecido de un tutor, no era su culpa no saber cómo manejar sus instintos. Le lanzó su móvil a Rufi, y no dudó en sacar su violín de su estuche a pesar de la dura mirada de Zed sobre él. Tenía que ayudarla.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Rufi.
—Necesito que escuche mi música para calmarla, o matará a cualquier persona a su alcance, sea demonio o no. ¿Puedes grabar un audio?
—No funciona si no estás presente, lo sabes.
—No necesito influenciarla, solo que escuche la melodía.
—Me tienes que estar...
—Déjalo —sentenció Zed y Luc sintió todo el peso detrás de su mirada—. Adelante. Muéstrame cómo eres capaz de apaciguar a Michaela Servadio, si esto es su obra.
No era capaz de controlarla, las personas no existían para ser controladas. Había tantas cosas que deseaba decirle, tanto que discutir, pero no tenía tiempo que perder. Llevó el violín a su hombro y comenzó a tocar mientras Rufi lo grababa, porque si existía una sola verdad universal que no era producto de ninguna fantasia religiosa, era que la música era capaz de alcanzar cualquier alma. Incluso una tan enterrada y dañada como la de Mica.
Pensó en el dolor en sus ojos esmeralda, el odio en su voz al hablar de ella, todo el daño que cargaba en silencio, y todo por no ser capaz de controlarse. Le había fallado entonces, reaccionado demasiado tarde para traerla de regreso a la realidad. ¿No era ese su trabajo? ¿No era ese el trato que habían hecho al acordar jugar al nexus meus juntos? Era su deber cuidar su alma, y mantenerla en tierra. Y si al menos esa vez lograba hacerla reaccionar antes que hiciera algo por lo que luego se arrepentiría... entonces eso sería suficiente.
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