XX

Crack.

Mica abrió los ojos enseguida al escuchar el primer crujido. Todo su cuerpo se tensó en alerta. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Su garganta dolía por el tiempo sin beber, sus músculos estaban agarrotados por la falta de movimiento, su cuerpo se encontraba en el estado más crudo de supervivencia.

Crack.

Se enderezó enseguida, ignorando el dolor en su espalda. No había nadie a la vista. No había armas a mano. El sonido era el inconfundible crujir de huesos. El aire apestaba a cenizas. No era la peste habitual cerca de los demonios, pero tampoco era un aroma inofensivo. Se sostuvo sobre sus manos. Sus uñas estaban rotas hasta el sangrado, sus manos inútiles en su estado actual. Sus dientes estaban bien. Podría arreglárselas con eso.

Crack. Crack. Crack.

—No tengo todo el día, Michaela. Si te quisiera muerta, lo hubiera hecho hace años.

Sus hombros se relajaron un poco al reconocer esa voz, no lo suficiente. No confiaba en los otros, el confinamiento tampoco ayudaba a mantener un buen humor. Gateó hasta la reja y se aferró a los barrotes para poder mantenerse enderezada. Andrea estaba apoyado a un lado, haciendo sonar sus nudillos uno por uno, Mica nunca se había sentido cómoda al verlo mover sus huesos de ese modo.

Le gustaría creer que la relación entre los distintos especialistas era buena, nada tan alejado de la verdad. Willa no dudaría en vender su secreto si Mica no la tuviera amenazada. Alessandro con gusto los mataría a todos si la Iglesia se lo permitiera. Andrea aborrecía a los demás como si fueran escoria. Y así podía seguir con cada uno de ellos. Ella tampoco quedaba libre de pecado, no tenía escrúpulos en apuñalar a quien fuera necesario si la molestaban demasiado.

Demasiado débil como para siquiera pensar en burlarse de su nombre. Él lucía tan delgado, que Mica se preguntó si en realidad los papeles no estarían invertidos y el joven llevara meses sin comer. Pero Andrea siempre había sido así, de piel pegada a los huesos y cuerpo miserable, la ropa quedándole grande. Hermoso aun así, con su rubio cabello casi por los hombros y despeinado con estilo, sus ojos azules, su rostro perfecto. Le gustaba ganar unos euros extra como modelo, a escondidas para que la Iglesia no lo acusara de pecar de vanidad.

Mica observó enseguida sus botas acordonadas. Él tenía un caso entre manos, nada más explicaría que las estuviera usando. Pero lucía tan casual y relajado, descansando junto a su celda, que ella no pudo hacer más que levantar su guardia sabiendo que estaba buscando algo de su parte. Si estaba allí para burlarse... No. Andrea era demasiado desinteresado en todos como para siquiera disfrutar de eso.

—Luces como la mierda —comentó él, otro crujido—. Tienes que aprender a mentirles para salvarte, en realidad no hay nada que el Vaticano pueda hacer por tu alma. ¿Crees que allí arriba a alguien le importa si confesaste tus pecados a un sujeto que no tiene relación alguna con ellos? Ni siquiera sé por qué sigues aquí.

Quiso preguntarle por qué seguía él allí, si pensaba eso, pero su voz no sonó como más que un áspero eco. Andrea lanzó una botella de agua a sus pies. Mica se desesperó por agarrarla y arrancarle la tapa, ni siquiera se detuvo a pensar en su contenido o que aquello le valdría un castigo luego por romper la abstinencia. Bebió todo el contenido de un solo trago. Su esófago dolió, desacostumbrado a la acción de tragar aunque fuera liquido. Mica no pudo evitar ahogarse en consecuencia.

—¿Cuántos siglos llevas pasando por esto y todavía no aprendes que debes retomar de a poco el ingerir? —preguntó Andrea con desinterés.

—Al menos me hubieras traído Evian —murmuró ella mientras su cuerpo temblaba.

—Agradece que no es del Tevere, en tu estado actual cualquier cosa es bienvenida —él le lanzó otra botella.

—¿Y qué haces aquí, Andrea? —Mica se sentó, siendo más cuidadosa esta vez como para solo tomar pequeños sorbos—. ¿Vienes a complacerte de mi estado?

—Tú no lo haces cuando yo estoy en tu lugar.

—No disfruto de ver a otros encerrados, me trae malos recuerdos.

—Eso escuché. Puedes morir, deberías estar agradecida por eso. Es peor cuando te tienen encerrado y torturan, y no puedes morir. Los demás te envidian por eso.

—Créeme, algunas veces prefiero su resurrección a reencarnación. ¿Qué es para ustedes? ¿Unos pocos minutos? No dejan nada sin concluir.

—Yo ni siquiera tengo eso. No es muy conveniente cuando te están torturando —Mica se detuvo antes de beber otro trago.

—¿Inmortal?

—Parte de la condena. ¿Crees que soy un mestizo?

—¿No lo somos todos?

—Te lo estás cuestionando. El padre David dijo que me estabas buscando.

Era cierto. Lo había olvidado. Su espalda dolía cada vez más, estaba convencida de tratarse de contracturas, pero Luc había mencionado... No. No había modo. ¿O sí? Si Zabulon era tan antiguo y poderoso como creía, si en serio Azazel disfrutaba de empujar a otros a caer, si estaba dispuesta a pensar en locuras... Andrea sabía de esas cosas. Era un especialista sin trabajo, porque no había nada que él pudiera cazar.

—¿Qué sabes de ángeles? —preguntó ella y él sonrió con regocijo.

—Ahora sí estás comenzando a hacer las preguntas correctas.

—¿Zabulon fue uno?

—Todo demonio demasiado poderoso, fue un ángel en algún momento.

—No puede ser. Es un incubus. Es un demonio de la gula y...

—Es un maldito egoísta que quería tener sexo y no seguir reglas de generales. Ese es el problema cuando estás en servicio, desobedeces a los superiores y te echan de una patada en el culo. ¿Y en tierra? Tomas el lado de Lucifer, o esperas a que sus filas te eliminen si los demás ángeles no lo hacen primero.

—Suena como si supieras de eso muy bien —comentó Mica con desconfianza—. ¿Trabajas para demonios?

—Hay una tercera opción. Te ocultas dentro de la Iglesia, donde ningún bando puede encontrarte o hacerte algo —Andrea le guiñó un ojo—. Eras más perspicaz antes, Michaela. Tu memoria está peor cada vida.

—¿Y por qué me dirías esto ahora, si llevas siglos callando? —preguntó ella sin bajar su guardia, Andrea rebuscó en su bolsillo y sacó su móvil para mostrarle una foto.

—No le presté atención cuando la enviaste. Envías tantas estupideces por mensaje...

—¡Ey!

—¿Ya descubriste lo que es? —ella no respondió al reconocer el tatuaje, había enviado esa foto el primer día esperando que otro pudiera interpretarlo—. ¿Sabes lo que significa?

—Protección.

—Es enoquiano.

—Lengua demoníaca —siseó ella enseguida, sintiéndose tonta al no haber pensado en esa opción—. Demasiado antigua. Ya no se usa. Por eso no la reconocí. Dada a John Dee y Edward Kelley durante el siglo dieciséis. Un demonio los engañó con que era lenguaje de ángel para que hicieran rituales e invocaciones demoniacas. Fueron unos estúpidos.

¿Cómo no había pensado en eso antes? Pero ya nadie utilizaba el enoquiano. Los humanos habían sido tan imbeciles como para caer en ese engaño, y habían provocado mil atrocidades al jugar con el idioma. ¿Y ella había sido tan ingenua de haber confiado en Luc? La magia enoquiana era demasiado compleja como para que quien la utilizara no muriera, pero también la más poderosa si se lograba dominar.

—Idiota —masculló Andrea—. El enoquiano, es para ángeles y demonios, lo que el latín para los humanos. ¿A quién le tomaste esta foto?

—No es tu asunto.

—Es un sello de protección —él finalmente la enfrentó, aferrándose a los barrotes para estar a la misma altura que ella—. Es para que ningún demonio pueda localizarte de ningún modo. ¿Sabes cuánto vale algo así? ¿Crees que disfruto de estar aquí encerrado y fingir que todos ustedes me caen bien? Quemaría el Vaticano hasta sus cimientos de poder.

—Pues ve, y hazte un tatuaje igual. Ya tienes el diseño.

—No la tinta.

—No siempre podemos tenerlo todo, Andrea.

—¿Y acaso no deseas saber la verdad? —preguntó él por lo bajo—. ¿No deseas salir? Estás dudando de tu naturaleza, es evidente en tus ojos. Estás tan convencida que los ángeles te fallaron, que no estás pensando con amplitud.

—¿No te abandonaron a ti también, si lo que dices es cierto?

—Supongo que Zerachiel nos abandonó a ambos a nuestra suerte —Mica se paralizó al escuchar ese nombre—. Es muy estricto, no es conocido por tomarse las reglas a la ligera.

—¿Quién?

—Arcángel. Príncipe a cargo de velar por los mortales —respondió Andrea sosteniéndole la mirada—. Sariel, Jariel, Esdreel, Raziel, Zerachiel. Llámalo como quieras, se ha cambiado tantas veces el nombre que ya ningún humano sabe cuál es. Su deber es cuidar de las almas en tierra, en especial de los niños hijos de pecadores que podrían tender hacia la oscuridad también. ¿Quieres escapar, Michaela? ¿Quieres respuestas?

—¿A cambio de qué?

—Llévame con el dueño del tatuaje, quiero esa tinta. Eso solo necesito, y nunca más tendré que bajarle la cabeza al Vaticano a cambio de refugio. ¿No quieres lo mismo?

—Subestimas hasta donde llega mi masoquismo.

—¿Y no crees que será peor cuando vean que has roto ayunas? —la mirada de Andrea bajó a la botella de agua en sus manos—. Sabes cómo funciona esto.

—Te equivocas mucho, si crees que esto es tortura —ella sonrió sin poder contenerse—. ¿Quieres que te enseñe? Son como niños, no tienen la menor idea de cómo torturar realmente. No juegues conmigo, Andrea. Puedes asegurar que a ti los chicos alados te echaron de su equipo, pero yo fui tan temida que los mismos demonios tuvieron que ponerme una correa. ¿Por qué habría de negociar con un cobarde como tú?

—Porque leí el informe, Michaela. No fue difícil infiltrarme y leerlo, y siempre tuviste debilidad por los casos que te recuerdan a tu primera vida —susurró él—. Y porque la Iglesia no dejará pasar lo sucedido con uno de los suyos. Alessandro no tiene piedad por paganos, lo sabes.

Eso bastó para callarla. La botella cayó de sus manos. Se sintió de nuevo como esa niña tonta e ingenua que no sabía nada del mundo, e inocentemente creía en todos. Estúpida. ¿Cómo había sido capaz de creer que había puesto un punto final? Sí, su declaración había sido falsa para proteger a Luc y su familia. Pero la Iglesia había estado molesta, habría desconfiado, se aseguraría por todos los medios posibles que la oscuridad no la hubiera tentado.

Alessandro no tendría piedad. Del mismo modo que él la asesinaría de poder, no dudaría en matar a cualquiera que no fuera el ejemplo ideal de cristiano. Miró a Andrea comprendiendo que finalmente había caído en su trampa. Y luego sintió la ira. Fue lenta y silenciosa, como agua hirviendo a fuego bajo, pero allí estaba. La sensación de ser engañada, el rencor que acompañaba el descubrir una mentira, Arabella susurrando que todos merecían morir.

—Sácame de aquí ahora —dijo ella y él sonrió lentamente.

—Estaba esperando que dijeras eso —respondió y sacó una navaja—. ¿Sabes dónde está el rastreador?

Mica asintió. Extendió su mano y señaló un punto. Ni siquiera se molestó en no mirar cuando Andrea clavó la hoja en su piel, tampoco lo sintió en medio de lo decadente que estaba su cuerpo. El chip saltó fuera junto a un buen río de sangre. Se suponía que era para encontrar su cuerpo en caso que algo le sucediera, ella siempre lo había visto como otra cadena alrededor de sus pies.

Él sacó una llave de su bolsillo y abrió la celda. Cuando Mica fue incapaz de ponerse de pie por cuenta propia, murmuró varios insultos en italiano antes de levantarla como si no pesara nada y cargarla sobre su hombro. Ella tampoco estaba del todo contenta con la situación, pero no era como si su cuerpo fuera a ayudarla. Guardó silencio mientras él la llevaba por los distintos y rebuscados pasadizos de las catacumbas.

Había escuchado historias, de personas aventurándose fuera de las zonas turísticas y perdiéndose para siempre, muriendo al jamás encontrar de regreso la salida. Incluso la Iglesia no se movía más allá de sus zonas habituales. Mica tampoco se sentía muy a gusto entre tantos huesos como para deambular. Pero supuso que Andrea habría tenido el tiempo suficiente para explorar todo lo que deseara, y armar su propio mapa.

Se detuvo una única vez para poner su chip de rastreo en una rata, antes de continuar. Mica tuvo que cerrar los ojos una vez que estuvieron fuera, el sol dañando su vista luego de semanas en la oscuridad. ¿Qué estaba haciendo? Necesitaba un cuchillo. Quería un arma. No podía simplemente confiar en otro especialista, cuando todos apenas se contenían de matarse entre sí. Necesitaba su mochila con sus juguetes.

Pero nada de eso existía, ya no más. Había escapado del tiempo de meditación. Eso era imperdonable. Quiso convencerse que todavía había vuelta atrás, el padre David le creería si confesaba que Andrea se había aprovechado de su necesidad y su voluntad había sido débil. Los demás no lo harían. Duplicarían su tiempo. Alessandro seguiría libre. Alessandro, quien había asesinado a sangre fría a un anciano que era capaz de leer el futuro en hojas de té y aniquilado a una niña por poder hablar con gatos, quien arrasaba con cualquier persona que no creyera en lo mismo que él.

—Bájame —protestó ella, pero él no la escuchó—. Bájame ahora mismo.

—Eres insufrible.

—¡Bájame!

No se encontraba tan mal, como para no poder defenderse. Un solo y certero rodillazo, eso necesitó para que Andrea la soltara enseguida. Mica gimió con dolor al caer al suelo. Nadie les dio una segunda mirada cuando él lanzó su abrigo sobre ella para cubrirla, la chaqueta demasiado grande para que su deplorable cuerpo no se viera. Los huesos sobresalían de un modo doloroso, las manos seguían inutilizables, y su piel... Crema. Necesitaba demasiada crema y un día de spa, pero no era algo que pudiera hacer ahora.

Con dificultad se puso de pie. Andrea no la ayudó, ni siquiera le ofreció una mano. Ella apretó los dientes y lo miró furiosa antes de desviar su mirada más allá de él. El muro dividiendo la vieja ciudad era visible a lo lejos y, más allá, los angeles de piedra señalando la entrada al Vaticano. Roma era hermosa, una ciudad esculpida en base a sangre y traiciones. Sabía la decisión que estaba tomando. Podría regresar, acusar a Andrea de secuestrarla, rogar perdón y volver al tiempo de meditación hasta cumplir su sentencia. O podría darle la espalda, y jamás regresar, porque la Iglesia nunca le perdonaría semejante traición a pesar de lo que decía sobre ser libre de ir.

—Esto es traición —susurró ella.

—Tal vez, tal vez no lo es —él se deslizó detrás de ella, pegando sus labios a su oreja—. No me arrodillo ante nadie, Michaela. Por eso me echaron del cielo, y por eso los mismos demonios me cazaron. No cedí ante querubines, no lo haré ante humanos. Tampoco deberías hacerlo. ¿O no recuerdas las palabras de tu madre?

—No digas cosas que no sabes.

—Le cuentas esa historia a todo el mundo. Deja de escuchar a los demás. Deja de obedecer a otros. No somos instrumentos, cosas que otros pueden usar para su beneficio. No les importas.

—El padre David...

—¿Dónde estaba mientras te torturaban?

—Arabella... —Andrea ahogó una risa al escuchar ese nombre.

—¿En serio quieres tocar ese tema?

—No.

—Te golpearon, hasta enseñarte a temerles. Te torturaron y arrancaron gritos, vida tras vida, para convencerte que solo había oscuridad en tu alma y debías temerle. No lo hagas. No dejes que el miedo te limite. Ellos pusieron ese miedo en ti, los humanos, para poder controlarte. No tienes que hacerlo.

—No me has visto cuando no lo hago.

—Para mí todos son pecadores. Todos deberían morir. La fuerza no está en resistir el impulso, sino en aprender a perdonarlos. Así es como funciona. Pero decide rápido, porque del momento en que sepan lo que hicimos, mandarán a los demás detrás de nosotros. ¿Qué decides?

—Quemaron a mi mamá por curar enfermos —susurró Mica, su cuerpo perdiendo fuerza—. La acusaron de brujería, por usar sus dones para ayudar enfermos. Ella solía decirme que la virgen María hacía lo mismo, brujería que los hombres llamaron milagros después. Y la quemaron. Porque el fuego purifica el alma, y ella había dormido con un demonio, solo porque quería una hija y él era el único capaz de dársela.

—¿Y?

—Nada —ella suspiró, relajando sus hombros por completo—. Solo recordé que mamá no mentía. Y prefirió el fuego, a agachar su cabeza y traicionar sus creencias. Vamos, conozco a un gitano que puede pasarnos por la frontera.


*


La noche era aburrida.

No era algo que Luc fuera capaz de reconocer en voz alta. Meses atrás, hubiera disfrutado demasiado de la idea de salir de fiesta con Rufi. Meses atrás, su mayor preocupación había sido que Joanne no terminara en la comisaría en un momento inconveniente. Ahora estaba demasiado cansado, su espíritu más agotado que su cuerpo.

Ni siquiera estaba prestando atención a lo que decía la chica sentada a su lado. La música retumbaba demasiado fuerte en sus oídos. En frente, Rufi estaba sentado en su propio sillón junto a otra joven, sonriendo con facilidad mientras le hablaba, su mano cada vez más arriba en su cintura. Su amigo lo estaba disfrutando, Luc solo podía pensar en estar tranquilo en su departamento y tocar en paz su violín hasta dormirse.

Si cerraba los ojos, casi podía imaginarse allí. El silencio, la paz, la sonrisa de Mica al escucharlo tocar. Incluso ahora, meses después, seguía encontrando rastros de ella allí. Primero había sido su intoxicante perfume en su almohada, Luc estaba seguro de haber encontrado su droga personal en esa sola esencia. Hebras de cabello en sus sábanas, invisibles en el suelo, incluso un esmalte que había rodado debajo de su cama.

Ella había estado allí, su presencia fugaz e inquieta, pero había dejado su marca como lo había hecho con todo lo que había tocado en New York. Y cuando él se imaginaba tocando en su piso, Michaela siempre estaba recostada en su cama con sus sucias ropas de calle sobre las impecables sábanas, sonriendo con diversión al escucharlo. Y cuando él en serio estaba allí y tocaba su violín, cerraba los ojos solo para poder imaginarla con él también.

La chica a su lado se inclinó para besar su mejilla. Él no se inmutó. Ella debió tomar aquello como una invitación, porque sus labios siguieron la línea de su mandíbula. Si cerraba los ojos, podía revivir el roce de los labios de Mica contra su piel. ¿Por qué no la había besado cuando había tenido la oportunidad? ¿Por qué la había dejado ir tan fácilmente? Le gustaban esos besos.

Pero no eran de Michaela. Podía sentir los rastros del labial quedando en su piel, Mica solo usaba maquillaje que no se corría para estar siempre impecable. El perfume tampoco era el de ella, demasiado picante cuando debía ser dulzón. Y sus manos... Mica siempre se movía de un modo astuto y medido, como si sostuviera al mundo en su palma y lo supiera. No era el caso.

La joven se sentó en su regazo para tener un mejor ángulo, sus labios ahora contra su cuello. ¿Cuánto tiempo llevaba sin besar una chica? ¿Cuánto sin estar con alguien? Eso nunca había sido una carencia hasta el incidente con McKenzie. Entonces Zed había impuesto el período de abstinencia, para que ninguna tentación los distrajera del deber. Y luego había estado demasiado preocupado por el estado de su madre. Y luego demasiado ocupado pensando en Mica. Pero Angelique ahora estaba bien, o al menos dormía estando a solas lo cual era más que bien a pesar de sus pesadillas constantes.

Giró el rostro y la besó, porque esa chica estaba allí y era una fiesta y era lo que se suponía que hiciera, aun si sus pensamientos estaban muy lejos de ese lugar. Estaba bien, después de todo la joven tampoco estaba buscando mucho más que un entretenimiento esa noche. ¿Entonces por qué no se sentía bien como las veces anteriores? No era como Zed, nunca le habían interesado en lo más mínimos las relaciones y tampoco había dudado en complacer a su cuerpo con compañía cada vez que lo había deseado. ¿Entonces por qué ahora no sentía nada?

Prefería estar en su departamento, tocando su violín o cocinando. La vida estaba llena de placeres simples, los demás solo no los veían. Podría haber hecho un buen plato de pastas, lo increíble de las salsas era que siempre se podía experimentar con las especias y lograr sabores exquisitos y cada vez distintos. Se habría sentado junto a la ventana para cenar, observando la iluminada ciudad de noche.

Rufi estaba murmurando algo sobre llevar la fiesta a un lugar más privado, las dos jóvenes parecían de acuerdo, Luc solo podía pensar en que no tenía ganas de sexo esa noche. ¿Qué estaba mal consigo? Su madre solía decirle años atrás, cuando él apenas comenzaba a salir para divertirse de ese modo, que mente y cuerpo debían estar de acuerdo para tal cosa. Y aunque el cuerpo podía ser fácilmente convencido la mayoría del tiempo, cuando la mente decía que no, no había mucho que se pudiera hacer. Nunca había creído que ella estuviera en lo cierto, ahora solo podía pensar en que los padres solían tener la razón sin importar cuál fuera la época.

Necesitaba pensar en alguna excusa decente, un modo educado de desligarse del asunto. ¿Cuándo la vida se había vuelto tan complicada? ¿No era esa misma libertad por la que había hecho el trato con Zed? Cualquier cosa, antes que sostener un arma en sus manos y ser empujado a una zona de guerra, cualquier cosa antes que la sangre y los muertos. Él solo había querido tocar su violín y disfrutar del resto de los placeres.

La música estaba demasiado fuerte. El ambiente muy cargado como para que pudiera respirar. Rufi ya estaba ofreciendo el ir a beber una copas a su departamento. Había un sonido molesto fuera de tempo. No se suponía que la noche saliera de ese modo, pero ya desde el momento en que su amigo le había propuesto salir, él no se había sentido del todo con ánimos.

Tardó un buen rato en darse cuenta que el sonido fuera de ritmo que le perturbaba era su teléfono. El constate pitido de estar recibiendo un mensaje tras otro iba contra cualquier atmósfera. No se preocupó, de ser su madre lo hubiera llamado y Zed también. Pero eran mensajes, y solo conocía a una persona capaz de escribir tanto. Su corazón dio un vuelco enseguida.

Con cuidado se sacó a la chica de encima y se abalanzó sobre la mesa delante para coger su móvil. Sintió la presión en su pecho al ver número desconocido. No era una sorpresa, le había puesto un tono distinto a Mica para saber cuándo ella le hablara. Le había enviado un mensaje también esa mañana, como cada día, necesitando saber que nada malo le había sucedido, de nuevo sin obtener respuesta. Desbloqueó su pantalla para ver qué clase de spam lo andaba atacando, su corazón se saltó un latido.

Te has mantenido alejado de los demonios, pagano?

Tuve que leer la línea tres veces para convencerse que no estaba delirando. Era ella, realmente lo era, no había modo alguno de negarlo. En el momento menos esperado y en un horario más que inusual, pero culpó al distinto tiempo entre continentes. Y sonrió sin poder evitarlo, perdiendo cualquier interés en todo salvo todos los mensaje juntos que ella le había enviado, porque esa chica no podía dejar de hablar algunas veces.

Larga historia

Caso sin señal

Te has pasado todos estos días escribiéndome?

Ojalá hubiera podido responderte :(

Tienes alguna recomendación para desayunar en Paris?

Mica estaba bien. Eso era todo lo que importaba. Rufi tenía razón, tal vez había sido un idiota al preocuparse. Agendó su nuevo número, sintiéndose tontamente feliz de que ella lo hubiera contactado al fin. ¿Pero no habían quedado en eso? ¿En mantener el contacto para mantener fuera lo que fuese que hubieran desarrollado durante ese poco tiempo juntos a pesar de la distancia?

L: Andas en Paris?

M: Sipi

L: Estás bien?

M: Sipi

L: Puedo llamarte?

Fue una pregunta precipitada. No. Tal vez. Ella leyó el mensaje, pero no le respondió. ¿Se había equivocado? ¿Había sonado demasiado ansioso? No eran nada. No tenían nada. Además, Mica siempre había preferido comunicarse por mensaje. ¿En qué había estado pensando? Pero sus dedos picaban con la necesidad de seguir hablándole, y empezó a escribir otro mensaje solo para detenerse al ver su nombre en la pantalla junto al letrero de llamada entrante.

Se puso de pie enseguida, no había modo en que fuera a perder esa oportunidad y la fuerte música o las quejas de la otra chica no ayudaban. ¿Qué estaba haciendo? Vamos, era un chico grande, no debería estar nervioso por algo así, pero no podía moverse lo suficientemente rápido para encontrar un lugar tranquilo. ¿De quién siquiera era la casa en la que estaban? Salió del salón, y se apresuró en bajar a la planta principal, ignorando los jóvenes dispersos en las escaleras bebiendo y charlando.

El frío aire nocturno se sintió bien una vez que estuvo fuera. Inspiró profundamente antes de llevarse el móvil a su oreja y responder la llamada. Contuvo la respiración, casi temiendo estar siendo engañado y que no fuera ella, pero todo su cuerpo cedió tan pronto como escuchó ese pequeño ruido que solo hacía Mica al contener una risa, el vibrar escapándose entre sus labios como si encontrara todo divertido.

—¿Qué haces despierto a esta hora? —preguntó ella.

Ciertamente no lo que había imaginado que escucharía primero al hablar de nuevo con Mica, en ninguno de todos los escenarios que había pensado, pero no pudo hacer nada más que sonreír en retorno. Su inglés seguía sintiéndose extraño en su voz, las palabras intentando fluir con la velocidad del italiano. Pero ella sonaba bien, y eso era todo lo que importaba.

—¿No has escuchado que New York es la ciudad que nunca duerme? —dijo Luc en respuesta y ella rio, fue algo glorioso de oír.

—No creí que fuera tan literal, suenas cansado.

—Tal vez —admitió él y suspiró—. Son casi las cuatro de la mañana aquí.

—Aquí casi las diez.

—¿Qué haces en Paris?

—Caso nuevo. Me recordó a ti. Dijiste que podíamos hablar si quería. ¿No?

—Siempre.

—Me escribiste cada día —Luc sintió su rostro arder al escuchar eso.

—No lucías bien la última vez que te vi. Dijiste que habías molestado a tus jefes con algunas cosas. Temí...

—No tuve señal hasta hace poco, solo entonces pude ver tus mensajes. Lo siento.

—No es tu culpa. Me alegra saber que nada grave te sucedió. ¿El otro número?

—Quizás tuve una pelea con alguien importante y quiero evitar que me encuentre. Tuve que cambiarlo. ¿Cómo está tu mami?

—Cada día mejor.

—Es normal si no está bien, la recuperación puede tomar años —Luc se apoyó contra la farola más cercana para descansar, las palabras de Mica similares a las de Rufi—. Mejorará. Solo asegúrate de estar a su lado cuando te necesite y mostrarle cuánto te importa.

—¿Tomará mucho tiempo?

—Bianca no sabe cómo romper bien un alma humana. Y sabes que si necesitas algo, puedes llamarme, prometo que esta vez responderé.

Él sonrió sin poder evitarlo al oírla, se sentía tan bien conversar de nuevo. Cerró los ojos, casi siendo capaz de imaginar a Mica a su lado. El solo escuchar su voz era suficiente. Extrañó Paris más que nunca, tantos lugares que enseñarle, tantos sitios que visitar. O New York. O Roma. Cualquier ciudad hubiera estado bien, de ella estar a su lado para recorrerla.

—Hay un café cerca de la Bastille, hace los mejores éclairs que conozco —murmuró él—. No sé dónde te andas quedando, pero si puedes pasar por allí entonces lo recomiendo.

—Veré qué puedo hacer. Gracias.

—Cuéntame algo —susurró Luc sin poder contenerse—. Lo que sea.

—Compré un libro ayer.

—¿Otra de tus novelas a l'eau de rose?

—Quizás. Me gusta que tengan romance.

—Eso está bien. ¿De qué va?

—Oscuros mundos y objetos mágicos, una chica con un don y un chico con un secreto.

La escuchó hablar por lo que parecieron horas y segundos a la vez, pero hubiera sido capaz de oírla hasta el amanecer por el entusiasmo en su voz. ¿Por qué ya nadie preguntaba a otros por sus gustos y los dejaba hablar de sus pasiones? Quizás fuera una tontería para él, pero para ella ciertamente no, y se oía tan feliz al poder compartir la historia que estaba leyendo ahora. Michaela, la chica capaz de matar sin pestañear y sin temor alguno ante los demonios, la misma que adoraba las novelas empalagosamente románticas.

—¿Cuánto crees que te dure la lectura? —preguntó Luc con diversión.

—No lo sé, tal vez hasta el mediodía. Tengo demasiado tiempo libre. ¿Qué hay de ti?

—Compuse una nueva canción. Llevaba meses estancado, pero creo que ya sé cuáles notas le faltaban.

—Me gustaría poder oírla.

—No tengo mi violín conmigo ahora.

—Yo tampoco tengo mucho tiempo más. Trabajo que hacer.

—¿Riesgoso?

—¿Hay algo que sea peligroso para mí?

—Eres el peligro para los demás.

—Desearía que fuera así —ella suspiró con cansancio al otro lado—. Tengo cosas que hacer. ¿Puedo seguir escribiéndote?

—Siempre.

—Gracias. Tan solo... ¿Sigues creyendo lo que me dijiste la última vez?

—¿Sobre qué?

—Sobre ángeles y demonios siendo lo mismo en el fondo, y solo diferenciándolos una simple decisión.

—Algunos demonios mayores, los más antiguos, fueron ángeles en su momento.

—¿Y qué los diferencia a los unos de los otros?

—Amor. Creo que los demonios no pueden amar. ¿No eres tú la especialista en ese tipo?

—Dijiste que no me amo, ni lo hago bien. ¿Entonces eso en qué me convierte?

—En alguien que tiene que aprender a quererse un poco más, no alguien que no siente. ¿Estás mejor?

—Me siento libre, y eso es lo mejor que puedo estar ahora mismo. Lo siento, tengo que irme.

Ella cortó sin darle explicación alguna o siquiera tiempo a despedirse, pero esos pocos segundos de escuchar su voz habían sido suficientes. Había tanto que hubiera deseado decirle, lo que había averiguado sobre Zabulon y lo que en realidad creía sobre ella, pero no había sabido cómo abordar el asunto o si Mica hubiera deseado hablar al respecto recordando cómo había reaccionado la última vez. Eso, y que se sentía como un asunto para tratar en persona en vez de por teléfono.

No había sido el tiempo suficiente. Había sido más que suficiente. Se hubiera quedado hablando toda la noche, de ser posible. Miró el edificio delante, la fiesta todavía en su apogeo, y se dio vuelta para partir. Su departamento sonaba como un mejor lugar, ya no había nada que hacer allí ni el ánimo para pretender que deseaba quedarse.

Algo debía estar definitivamente mal con él, o quizás todo lo contrario. Rufi podría disfrutar de las distracciones, sabiendo que jamás podría tener a Joanne, pero no era su caso. Tal vez era demasiado sensible, demasiado empático también, siempre creyendo que las cosas mejorarían y era mejor ser honesto que cualquier otra cosa sin importar cuánto los demonios se jactaran de estar ganando.

Porque, si Mica le había preguntado sobre el asunto luego de meses, era porque no lo había dejado ir. Y si había conseguido que al menos ella se cuestionara sobre la verdad, entonces eso era suficiente. Un alma a la vez, todo podía mejorar. Y se sentía como para dormir merecidamente por lo que quedaba de la noche. Michaela lo había llamado, solo porque estar en Paris le había recordado a él, y eso era suficiente como para hacer a cualquiera feliz. ¿Había sensación más dulce que el saber que otro pensaba en uno?

Tan solo... Tan solo esperaba que todo fuera para mejor, que Ace no apareciera para intentar frustrar sus avances o Zed lo reprendiera por estar trabajando en algo por fuera de su plan anual. Mica ciertamente no era uno de sus proyectos personales, pero si de todos modos podía ayudarla... No importaba. Porque esa chica le había regresado lo más importante que tenía, y le debía tanto en retorno. Aun si ninguno de los dos lo sabía en realidad.

Aun si el mundo no tenía sentido y menos la vida. ¿Pero no eran así todas las pasiones? Sin reglas, atemporales, incomprensibles, intensas. Y quizás por eso resultaban tan tentadoras, nada lograba que uno se sintiera tan vivo como una incontrolable pasión. Y quizás por eso mismo entonces era tan fácil ceder ante la tentación, porque el corazón llegaba a ser más fuerte que cualquier razón.

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