XVIII

No le gustaba decir adiós, quizás por eso no tenía muchos amigos. Era algo simple de entender, a nadie le gustaba despedirse. Y despedirse de Luc implicaba decirle adiós a la comida gratis también. Su estómago protestó enseguida por eso, o tal vez porque no recordaba cuándo había comido por última vez. Entrenamiento, se dijo mientras caminaba fuera del aeropuerto, simple preparación para lo que le esperaba.

La pluma no parecía en nada diferente a las demás que ella había visto en el café, quizás un poco más gastada, pero si Luc decía que era la misma que había salvado a McKenzie... Mica la guardó con cuidado dentro de su abrigo, no deseaba que la Iglesia se la arrebatara. Un capricho, pero quizás el único que podía permitirse en ese momento. No podía pensar en una sola ocasión que hubiera guardado algún souvenir de un caso. Ese lo merecía.

No miró atrás. Tampoco se molestó en responder el móvil. De todos modos un vehículo ya estaba esperándola fuera del aeropuerto. El padre David había sido directo esa mañana al decirle que la Iglesia no le había concedido el permiso y debía cumplir de inmediato con el tiempo de meditación. Ella quizás había cometido un error al escapar de su piso en ese mismo momento, pero había tenido que mantener su palabra.

No debió ser muy difícil encontrarla. Ella tampoco se molestó en intentar huir. Simplemente se montó al vehículo, y no dijo nada cuando este emprendió marcha. Con calma se quitó su chaqueta y la dobló para dejarla a un lado. Una a una se deshizo de todas sus pertenencias personales. Solo se permitió conservar el rosario, porque cuando la desesperación la alcanzara, sería lo único que tendría para mantenerse del lado de la luz.

Podría haber huido. Podría haber comprado un pasaje a cualquier lado para abandonar Roma, o incluso haber seguido a Luc. Él parecía del tipo que la habría aceptado de regreso en el café, y ella tenía suficiente dinero ahorrado como para vivir mil vidas sin preocupaciones, pero entonces... Azazel siempre rompía lo que le gustaba. El pasado en algún momento se hubiera sabido. Arabella nunca la abandonaría del todo.

Quizás eso era lo injusto de la vida. Sus errores siempre la perseguirían sin importar cuánto tiempo pasase. Luc merecía paz luego de todo lo que había sucedido. Si ella lo seguía... entonces toda su oscuridad lo haría también. Si él se mantenía fuera de los problemas, nunca más tendría que preocuparse por asuntos demoníacos. No era tan fácil para Mica, no se podía escapar de su propia sangre.

—Perdóname padre, porque he pecado —murmuró una vez estuvo de nuevo en el confesionario—. He desobedecido órdenes directas de la Iglesia, sin remordimiento alguno. He intentado corromper un alma con lujuria, sin éxito alguno lamentablemente.

—No están para nada contentos, creen que quisiste huir —respondió el padre David.

—¿No soy libre de abandonar mis servicios cuando lo desee?

—Hiciste un juramento.

—A menudo digo muchas cosas sin pensar —ella suspiró—. De todos modos, no es como si tuviera otra opción.

—Eres libre de hacer lo que desees.

—Deseo morir, pero mientras Zabulon deambule por este mundo, eso será imposible. La Iglesia tiene un buen monitoreo de actividad demoníaca, algún día lo encontraré y nos pondré fin.

—El suicidio es un pecado.

—¿Hay algo que no lo sea?

—La muerte no debe ser ansiada, ni esperada. Vendrá por todos nosotros algún día, pero no ganarás nada buscándola.

—Se está tomando su tiempo conmigo. ¿Cuánto será esta vez?

—Lo desconozco.

—¿Y castigo físico?

—Doscientos azotes.

—Podría ser peor. ¿En cuánto tiempo?

—Tres días —Mica se paralizó al oírlo.

—Este cuerpo ya no es tan fuerte como lo era al comienzo.

—Lo siento.

—¿Ellos saben eso? Cada vez tardo más en sanar. Cada vida resisto menos. Es como...

Ella calló cuando la palabra cruzó su mente, como si con el tiempo se estuviera marchitando. Como si una parte de su cuerpo que no pudiera ver, estuviera cada vez más dañada y nunca llegara a recuperarse del todo. Miró sus manos, los últimos azotes todavía no se habían curado del todo. La oscura voz de Arabella regresó, susurrándole que en realidad la estaban torturando. Mica conocía la tortura, el empujar a alguien al borde de la muerte y esperar que sanara lo suficiente para no perderlo antes de retomar el trabajo.

—¿Crees en ángeles? —preguntó sin haber escuchado nada de lo que el padre David le respondió.

—Ya tuvimos esta conversación.

—¿Zabulon fue un ángel antes de ser un demonio?

—No tenemos modo de conocer la historia, más que por nuestros textos divinos.

—Ellos tienen prohibidos por el grandote tener descendencia, pero un ángel caído... —Mica se puso de pie enseguida—. Andrea. Necesito hablar con Andrea. Él sabe de estas cosas.

—Michaela, por favor compórtate.

—Algo no está bien con mi cuerpo. Azazel solía decirme que su pasatiempo favorito era empujar a los ángeles al pecado.

—No pienses en el pasado. No la llames. Tienes que controlarte.

—Me empujó a mí al pecado. Me encontró, porque exterminé a una aldea de pecadores. Eran todos pecadores. Merecían morir. Tenían que pagar por lo que habían hecho. Tenían que ser castigados.

—La venganza no es justicia, no peques de soberbia al creer lo contrario. Estabas dolida por lo que le hicieron a tu madre.

—¡La Iglesia quemó a mi mamá!

Demasiado tarde, lo sabía. Estaba cometiendo un error muy grave, pero necesitaba hablar con Andrea, necesitaba preguntarle a la mamá de Luc qué había visto en ella. Había fallado en la prueba más sencilla, en su especialidad. No era su culpa. Todos la habían empujado a eso. La Iglesia, su pueblo, los demonios. Ella había sido buena, hasta que un arma había terminado en sus manos.

Salió del confesionario y se detuvo al instante. Su corazón latía demasiado rápido. Sus manos no dejaban de temblar. Tres hombres la apuntaban con sus armas. Por supuesto que habrían estado preparados y esperando que intentara huir, que se resistiera. Era su culpa, por haber admitido cuan presente Arabella había estado últimamente. Y, a esa altura, Mica ya no sabía cuáles pensamientos eran suyos y cuáles no.

No llegó muy lejos. Apenas dio un paso, el disparo fue inminente. La bala de goma golpeó en su rodilla y escuchó el crujir cuando cayó al suelo. El karma era cruel. No tuvo tiempo de reaccionar. Dos hombres la sujetaron por detrás. Sintió el pinchazo en la parte baja de su espalda, la electricidad la recorrió por completo. Débilmente escuchó al padre David pidiendo por comprensión y amabilidad en un intento por defenderla. Era inútil.

Su cuerpo falló por completo. La arrastraron lejos, directo hasta el pasadizo y abajo hasta las catacumbas. Las protestas del padre David sobre cómo no había terminado con ella eran en vano. No lo culpaba. Él no tenía poder alguno en las decisiones de la alta cúpula. Mica había cometido un grave error. Demasiadas reglas rotas, demasiados crímenes, y demasiado ingenua al creer que era libre.

Cerró los ojos, era más simple si negaba la realidad. Sin importar lo que hiciera, de algún modo, todo siempre se resumía a lo mismo. Intentó pensar en cosas felices. Inspiró profundamente. Cosas felices, o los mataría a todos. No debió haber dicho que la Iglesia había quemado a su madre, ese había sido el pueblo inculto siguiendo las perversas acusaciones de una niña albina. Tampoco debió matarlos a todos, pero ellos la habían provocado.

Los demonios no la habían obligado, no había nadie a quien culpar más que ella. En su defensa, acababa de ser enterrada viva hasta asfixiarse y escarbado todo su camino hasta la superficie al darse cuenta que eso no era suficiente para matarla. Necesitaba alejar su mente de esos recuerdos, o la oscuridad no tardaría en dominarla de nuevo.

La celda se abrió, los hombres la lanzaron dentro, ella no se inmutó al escuchar el sonido del cerrojo. ¿Cuánto tiempo sería esta vez? ¿Días? ¿Semanas? Meses de seguro, había cruzado una raya. ¿Cuánto podría aguantar antes que los pensamientos oscuros regresaran? Casi había perdido el control allí atrás.

Luc se equivocaba. Era un buen chico, tal vez, pero no sabía nada de ella ni su pasado. Quizás tenía buenas intenciones, nada más que eso. Esa familia no tenía sentido. ¿Él o su madre tenían poderes? Su dominio del violín era indudable, pero si su madre era capaz de ver cosas... Cuanto más pensaba en ellos, menos sentido tenía. Entonces tal vez lo mejor fuera no pensar, antes que desatar una cacería de brujas.

Su música era linda, no podía negar eso. Y al menos ese recuerdo bastó para relajarla, por lo poco que duró su paz. Alguien no tardó en aparecer para entregarle una muda de ropa más adecuada. Apenas tuvo el tiempo de cambiarse antes que pasaran a buscarla para arrastrarla hasta un santuario, como si un vestido blanco fuera a hacer la diferencia.

Fue obligada a arrodillarse en el centro. Los cánticos en latín no faltaron. La obligaron a repetirlos y pronunciar nombres benditos. La ahogaron en agua bendita y quemaron con objetos sagrados. Echaron sal en sus heridas como si con eso bastara para purificar su sangre. Se contuvo de gritar. No les daría tal placer. No les mostraría dolor, o podrían tomarlo como un indicio de naturaleza demoníaca.

No fue tan sencillo al momento de los azotes. La piel rasgándose y el cuero golpeando sin piedad la carne no era un dolor que pudiera callar. Para cuando la tiraron de regreso a su celda, su cuerpo no dejaba de temblar por el frío y el dolor. La sangre había empapado por completo sus prendas. El diminuto espacio se sentía sin aire y demasiado pequeño. Quería huir, pero no había ni una sola ventana para tener esperanza de tal cosa.

Tocó su propio rostro sin encontrar lágrimas. ¿Dónde estaban para demostrarle que tenía un alma? ¿Dónde estaba Luc para limpiar sus heridas y vendarlas? A salvo en New York. Mica era lo suficientemente egoísta para desearlo a su lado en aquel momento. Su música habría sido suficiente para distraerla al menos.

¿Sabría él lo que ella había sacrificado para ayudarlo? Por supuesto que no, Mica le había sonreído como si nada estuviera mal en el aeropuerto aun sabiendo lo que le esperaba cuando partiera. ¿Le escribiría por mensaje como le había dicho? Habían quedado como amigos. ¿No? Quizás debió haberlo besado, pero las palabras de la noche anterior no habían dejado de repetirse en su cabeza.

—¿Te amas?

Mica no necesitaba pensarlo mucho, para conocer la respuesta. Estaba tirada sin fuerza alguna en una oscura celda, en un charco de su propia sangre, con su cuerpo gritando de agonía por el castigo recibido. Y ella lo había permitido y aceptado. Era una extraña teoría, pero casi tenía sentido. ¿Si no se amaba a ella misma con todas sus fallas y defectos, cómo podría amar bien a otro?

Tampoco era como si amara a Luc. Solo le resultaba atractivo y un buen compañero, aunque en aquel momento hubiera dado cualquier cosa por un poco de su cuidado. Él le había dicho que lo buscara en cuanto estuviera mejor, que la esperaría. Ella no era tan ingenua para creer en eso. Las personas tendían a olvidarse de los demás cuando el contacto se perdía.

Cerró los ojos, aun sabiendo que solo le esperaban pesadillas. Él había sido bueno con ella a pesar de todas sus críticas. Pero así era Luc, y así le gustaba también. Nunca antes se había cruzado con alguien que se atreviera a cuestionar todo del modo en que él lo hacía, porque se aseguraba de tener todo el conocimiento posible para respaldar su opinión de un modo coherente. Había conocido a tantas personas que criticaban sin argumento alguno. Pero él nunca la había prejuzgado, tampoco atacado. Se había esforzado por comprenderla, por intentar conocer su punto de vista, y siempre con respeto. Eso era más de lo que muchos alguna vez habían hecho.

Eso era más de lo que la Iglesia estaba haciendo ahora mismo.

Entonces... Estaba bien que la gente matara en nombre de la religión y empujara a otros al suicidio al agitar en alto sus libros santos, pero no que ella le hubiera provocado un aborto a una mujer violada y que de seguro hubiera muerto de no ser así. Podía imaginar a la perfección todo lo que Luc tendría para decir en su lugar. Su acento francés siendo más fuerte que de costumbre. Cuando él estaba molesto por algo, su acento solía marcarse más.

Se hubiera llevado bien con su madre. Ella había tenido el mismo espíritu revolucionario, insistiendo en que la religión era un invento del patriarcado para fundamentar su dominio sobre las mujeres. Quizás lo fuera. O quizás su madre había sido un poco extremista y debió haber tenido mayor cuidado con sus palabras. De un modo u otro, seguía siendo su culpa lo sucedido, ella se había hecho amiga de Bianca y le había contado que su madre había hecho un trato con un demonio para tenerla.

Había confiado en la persona equivocada, y esta la había traicionado. Se había dejado seducir por la promesa de venganza de un demonio, y este había corrompido por completo su alma. Al menos podía estar segura de haber salvado a Luc de pasar por algo similar, y eso era suficiente. Él podía alegar ser un pacifista, pero Mica sabía que habría sido capaz de exterminar a todo New York si algo le hubiera sucedido a su madre. Y Azazel había estado acechando como para querer aprovecharse de su alma y empujarlo al pecado.

Si lo había salvado a él de pasar por lo mismo... ¿Era eso suficiente? Su mente estaba en paz, su corazón también a pesar de lo hecho. Sabía que no había sido el mejor modo, y tampoco el más civilizado, pero había salvado un alma y reencontrado una familia. Eso tenía que valer para algo. ¿No? ¿En su juicio final se tomarían en cuenta también sus buenas acciones, o solo sería juzgada por todos sus errores?

Nadie allí arriba le tendría piedad luego de siglos de rencor por haberla abandonado. Si Dios en realidad existía, nunca había respondido a sus plegarias, y ahora Mica se negaba a arrodillarse por alguien. Los ángeles nunca la habían cuidado, ni a ella ni a nadie. Luc le había preguntado por Juana de Arco. ¿Dónde habían estado sus aliados divinos cuando la habían quemado viva con tan solo veinte años? ¿Dónde habían estado los alados para ayudarla siendo buena o detenerla siendo mala?

Ciertamente, no estaban allí ahora. Sola y a su suerte, como siempre había sido, como siempre sería, con solo el dolor como su eterna compañía. ¿Cuánto duraría esta vez? Quizás eso era lo peor de todo. Cada vez que era arrojada dentro de la celda, no sabía cuánto tiempo pasaría antes de volver a salir. La última vez habían sido tres semanas. ¿Y ahora? Sin comida, sin bebida, solo castigos y sermones.

Quería gritar, pero ya no tenía fuerzas para eso. Apenas era capaz de respirar. Intentó pensar en Aokigahara y sus susurros de muerte. Podría intentar visitarlo apenas fuera libre, solo para decepcionarse de nuevo ante un fracaso. Podría buscar a un demonio y dejarse matar, pero era como si su cuerpo respondiera instintivamente con un enfrentamiento. Cuando un arma llegaba a sus manos, no había modo alguno de controlarse, y solo podía pensar en exterminar lo que estaba mal.

Incluso ahora, sin arma alguna, solo podía pensar en que eso estaba mal. Sus manos estaban quebradas y sus muñecas cortadas. Siempre hacían lo mismo, lo primero que herían eran sus manos para asegurarse que no causara problemas. Tardarían días en sanar. Y, cuando lo hicieran, volverían a quebrar sus huesos y abrir sus venas para que no tuviera fuerza alguna.

Se lo merecía. Sabía todo lo que había hecho, y una eternidad de castigo no sería suficiente para redimirse. Podía soportarlo, si con eso se aseguraba que Arabella jamás volviera a ver la luz del día. Podría tolerar cualquier cosa, y las secuelas que el encierro traería, si el mundo no volvía a conocer semejante oscuridad de nuevo.


*


Los gritos lo despertaron en medio de la noche. Se sobresaltó enseguida, sin saber con exactitud cuándo el cansancio lo había vencido y reprimiéndose por ser tan débil. Se puso de pie de un salto y se acercó hasta su madre, cogiendo su mano para recordarle que no estaba sola. Las pesadillas no habían cesado, ni una sola noche. Con cuidado acarició sus dedos, y besó sus muñecas cuando ella abrió débilmente sus ojos para mirarlo. Había cicatrices allí que ya nunca se irían.

No debió haberse quedado dormido. No recordaba la última vez que había descansado bien. Su cuerpo protestaba por la mala postura en el suelo, no estaba hecho para resistir demasiado. Las pesadillas no cesaban. Los demonios se habían asegurado de dejar tantas cicatrices en su cuerpo como en su alma. Y aunque su madre poca importancia le daba a su cabello corto o sus muñecas cortadas, el miedo no la había abandonado.

—Estás a salvo —susurró Luc.

—Ella va a volver por mí.

Él negó con la cabeza al escucharla. El demonio blanco estaba muerto, pero no había modo en que fuera a detallarle cómo Mica lo había decapitado con sus propias manos cuando su madre se encontraba en semejante estado. No necesitaba más horrores para agregar a sus malos sueños. Deseaba creer más que nada que eso mejoraría algún día, sabía que no era así. Había compartido cama con Mica, la había visto retorcerse en pesadillas y gritar con frustración, y si ella seguía sufriéndolas luego de tantas vidas...

Suspiró y estiró una mano para alcanzar su violín de donde lo había dejado. Egoísta, tramposo, injusto. Las palabras se repitieron en su cabeza mientras entonada una melodía para ayudarla a dormir de nuevo. No se suponía que su música fuera utilizada para eso, pero había descubierto que era el modo más efectivo de calmarla.

Solo se detuvo cuando ella volvió a descansar en paz. En el hospital había estado demasiado drogada como para comenzar a padecer las secuelas psicológicas. Los fármacos habían persistido esa única noche en el hotel, y Luc también había estado distraído con sus propios dramas hormonales como para notar los primeros síntomas, pero entonces había estado esa tortuosa vuelta en avión.

Esa primera semana de regreso no había dormido para nada. Contra cualquier indicación de su madre, había insistido la primera noche en quedarse con ella. Había sido evidente entonces que ella no estaba en condiciones para quedarse sola. Y únicamente la había dejado, cuando las chicas del café se habían dado cuenta de que él se caía a pedazos por la falta de sueño y habían armado un plan para turnarse en cuidarla por las noches.

Miró el reloj y cogió su móvil. ¿Qué hora sería en Italia? ¿Las siete de la mañana? ¿Era eso demasiado temprano? Marcó su número, pero de nuevo fue directo a casilla. Mica no había recibido ni respondido ninguno de todos sus mensajes, tampoco sus llamadas. ¿Era así como funcionaba? ¿Ella terminaba un trabajo y se olvidaba de todo? Había lucido tan emocionada cuando él le había dicho que se mantendrían en contacto, y sabía que Mica no se despegaba de su teléfono por nada además de responder sus mensajes enseguida.

Algo no estaba bien. O quizás él estuviera empezando a tener paranoia también como su madre. Con lo que era la vida de Michaela Servadio, no debería sorprenderle que no tuviera tiempo para responderle. Quizás había partido en otra misión y estaba sin señal, tan insoportable como eso la tendría. Ella le había dicho que la llamara en caso que su madre tuviera una recaída, Luc no había creído que sus palabras serían tan exactas. Tenía sentido, después de todo ella era la especialista en asuntos demoníacos.

Michaela estaba bien. No había modo en que no lo estuviera, aunque él no podía dejar de imaginar sus alas marchitas. Le había pedido a su madre una vez que intentara describirlas con más detalle, y ella había sido amable al intentar dibujarlas para ilustrarlo mejor. No lo había soportado. Le había quitado el dibujo y lo había roto cuando apenas iba a la mitad, porque si realmente se veían así...

Bueno, solo podía preocuparse por un problema a la vez pensó mientras veía a su madre dormir. Quizás pudiera presentar a Mica como su proyecto personal cuando comenzara un nuevo año, por más que eso implicaría mucho trabajo previo para convencer a Zed que no estaba loco. Aunque apenas podía con Joanne. ¿Entonces cómo ocuparse de Mica? A simple vista, la primera parecería en peor estado, pero Luc la había mirado a los ojos esa última noche en Roma y la verdad detrás había sido más dolorosa que cualquier otra cosa.

Dejó de tocar, y se permitió cerrar los ojos un momento para descasar la vista, solo para ser despertado por gritos un rato después. Tenía que existir algo para ayudarla, pero solo el tiempo podía hacerla mejorar y, siendo sincero, Luc sabía que la recuperación dependía de quien padeciera el problema y los demás no podían hacer mucho más que acompañarlos.

—Lo siento —susurró su madre.

—Está bien. Yo te debo haber despertado incontables veces de niño.

—No llorabas, ni siquiera cuando naciste —ella estiró su mano para alcanzar la suya y Luc intentó que el dolor no se reflejara en su rostro ante su frágil agarre—. A veces me daba miedo. Temía que callaras cuando algo malo te sucedía y yo no pudiera saberlo para ayudarte. Tuve tanto pánico de perderte durante el embarazo, que luego nada me parecía suficiente para protegerte.

—Es mi culpa. No pude cuidarte como debí.

—No soy tu responsabilidad, tú eres la mía. Y soportaría el encierro por el mismo Lucifer, si eso significa tenerte en mi vida.

—Aun así —él suspiró al echar su cabeza hacia atrás—. Son mis asuntos, no se suponía que te arrastrara en mis problemas.

—Intentaste ayudar a otros, no hay nada malo en eso. ¿El juego sigue existiendo?

—Seguramente. Pero ahora la Iglesia sabe, y ellos tienen lazos con la policía y otras personas que puedan intentar controlarlo y erradicarlo.

—Como la chica que nos ayudó.

—Creo que Mica se ocupa de casos más importantes.

—¿Qué puede ser más importante que cuidar almas jóvenes?

—Lidiar con demonios mayores. Cazarlos. Enfrentarlos. Exterminarlos. Ella vino aquí por el demonio blanco, no por nosotros.

Tenía sentido entonces que no respondiera sus llamados. O quizás la frustrante situación solo lo estaba deprimiendo. Ella no estaba recibiendo sus mensajes, y eso era muy diferente a no responderlos. Un caso en un sitio sin señal, o su móvil se había roto, o mil suposiciones más probables que el hecho que Michaela Servadio se hubiera olvidado de él cuando ella había estado fascinada por cada muestra de camaradería.

—Entonces vale más el que nos ayudara —su madre ahogó un bostezo, y él se preparó para otra tanda de pesadillas—. Es normal si la extrañas, te sonreía de un modo bonito.

—No es como se mostró el día que la conociste. Es mucho más cálida y sonriente, algo dura en sus juicios, y odia las mentiras, pero tiene un buen corazón. Tan solo temo que su alma está algo dañada, y todavía no encontró el modo de repararla.

—¿Puedes ayudarla con eso?

—Puedo acompañarla, como lo estoy haciendo contigo ahora, pero la recuperación es personal y nada en lo que otro pueda intervenir.

—Entonces deberías ir a buscarla. Estoy a salvo, en algún momento tendré que mejorar, pero sus alas...

—No puedo seguir llamando tanto la atención, mi jefe ya bastante molesto está por mi ausencia estas semanas. Zed no piensa como yo. Tampoco es de escuchar. La querrá muerta, y no pondré a Mica en ese riesgo.

—¿La quieres?

—Esa es una palabra muy fuerte.

—Eres muy sensible, y siempre pensé que eso te haría sentir mucho más profundo que a cualquier otro. Las pasiones son así, intensas y sin sentido. No conocen reglas o diferencias. No eres inmune a ellas. Este... sujeto que está encima tuyo, tampoco lo es.

—No es el mejor tema para discutir con él —cerró los ojos, intentando no pensar mucho en el asunto—. Podemos hacer lo que deseemos, ese es el trato, pero existen reglas que respetar a cualquier costo.

—¿Y cuáles son?

—Las típicas. No romper el pacto de silencio. No tocar armas o caer en la violencia. No contraer matrimonio ni tener descendencia.

—No suena justo.

—No me interesa lo que prohiben, así que de momento no veo el problema. Tan solo... A veces siento que Zed es muy limitado en su visión. Todo tiene que ser tan estricto y ordenado para él... Soy un músico, no puedo adaptarme a eso. Hay tanto más que podría hacer, de no ser por tantas restricciones. Tal vez esté equivocado y aspire a demasiado.

—No. Es como yo te crié. Siempre debemos ayudar a los demás. Nuestro país no se construyó sobre la falta de solidaridad.

—Durante la ocupación alemana se traicionaban los unos a los otros.

—¿La resistencia alguna vez dejó de actuar y ayudar a las víctimas por alguna orden externa? —preguntó ella y Luc no tuvo respuesta—. Somos franceses, no militares. Y no dejaré que nadie le haga sentir a mi hijo que está equivocado al querer ayudar a quienes lo necesitan.

Sonrió sin poder evitarlo, su madre se llevaría bien con Joanne si ella fuera capaz de mantener una conversación no-deprimente durante sus raros días de lucidez. El problema era que, lo deseara o no, Zed seguía siendo la máxima autoridad y el dueño de su contrato. No había mucho que discutir allí. No quería perder su vida y todo lo que tenía. No quería volver a perder a su madre, cuando apenas la había recuperado.

El resto de la noche fue una intermitencia de sueño. Nunca llegaba a descansar del todo, siempre había un nuevo grito para despertarlo. ¿Cuánto tiempo le tomaría mejorar? ¿Cuánto hasta que el miedo la abandonara? No era como si existiera algún grupo terapéutico al cual asistir, lo último que su madre necesitaba era ser tratada de loca al hablar de su experiencia en busca de ayuda.

El día siguiente fue duro. Tocar el violín por tanto tiempo drenaba toda la energía de su cuerpo de modo que apenas podía mantenerse consciente, pero era cierto que su madre no descansaba mejor que cuando él la cuidaba. Desistió de trabajar en la cocina al no poder concentrarse, tampoco le dijeron nada cuando decidió tomarse el resto del día. Aunque no llegó muy lejos.

Contuvo una maldición al ver a Rufi sentado en uno de los cubículos. Eso no podía significar nada bueno. ¿Qué podía ser tan importante, como para que él no pudiera esperar a que terminara su turno o decirle por teléfono? A juzgar por sus ropas de civil, también se había tomado el día libre. Deseó tener la posibilidad de escapar de esa, pero fue imposible una vez que Rufi lo vio y le indicó que se sentara frente a él.

—Luces como la mierda —comentó su amigo.

—Solo necesito dormir —Luc se dejó caer en la otra silla y suspiró—. ¿Qué quieres? No me gusta mezclar las cosas. ¿Qué es tan urgente que no puede esperar?

—El jefe sabe —él se quedo helado al escucharlo—. Esto en algún momento iba a pasar. Te fuiste de la ciudad al mismo tiempo que Michaela. Tu madre reapareció. Ace le dijo.

—¿Y confía en la palabra de un demonio?

—Deberías estar agradecido que no haya decidido tomar represalias, le dijo que ella te sedujo y compartieron lecho. Tienes suerte que logré convencerlo de que no habías roto ninguna regla.

—No lo hice.

—Igual. No está muy contento con que fraternizaras con la loca homicida. Trabaja para la Iglesia.

—Nos ayudó.

—No me meteré en esto. Es un asunto entre tú y el jefe

—Mantuve el pacto de silencio y cumplí con el período de abstinencia mientras duró.

—Lo sé, pero eso no cambia que él no esté contento y sabes lo que pasa cuando no lo está. Te duplicará las horas diarias de servicio, y seguro te exija resultados más altos para compensarlo.

—¿Todo porque un demonio me delató?

—La falta de disciplina debe ser corregida. Y es una mierda, pero así es la vida aquí. Ace se la pasa acechando para hacerse con alguno de nosotros, Zed solo nos cuida.

—Puedo cuidarme solo.

—Hay una línea muy delgada entre creer estar actuando bien y actuar mal. Tampoco puedes seguir usando tu violín para fines personales.

—No lo hago.

—¿Seguro? —Rufi se fijó en su madre sirviéndole café a unos clientes lejanos, Luc cerró fuertemente sus puños—. Esto no puede seguir así, lo sabes. Las almas no están hechas para sobrevivir a la tortura de un demonio, y aun si ella fue lo suficientemente fuerte y afortunada para hacerlo,no es natural. No la hagas adicta a tu música. De eso sí que no tendrá recuperación.

—Tan solo quiero ayudarla.

—Toma esto como la recomendación de un médico: no lo hagas. Ella no se puede volver dependiente de ti. O se recupera, o termina de romperse por su cuenta. No podemos intervenir en eso. Si lo haces, el resultado será peor.

—¿Y qué se supone que haga? ¿Nada mientras la veo sufrir?

—A veces el sufrimiento es necesario.

—No entiendes

—Solo porque en esta partida decidí jugar sin relaciones, no significa que no entienda. ¿Crees que disfruto no poder hacer nada por Joanne?

—No son en nada similares sus casos.

—También creímos estar ayudando a Joanne al darle algo que la hiciera sentir bien luego que un demonio rompiera su alma. No sirve si solo oculta el dolor, pero no lo sana. Ella es la prueba. Y ahora ve a intentar quitarle el placebo. ¡Fue para peor! ¿Quieres que tu madre termine así también?

No pudo mirar a Rufi al escucharlo, sabía que Joanne era un tema demasiado delicado para él y tal vez nunca se perdonaría por el error que había cometido. Tenía sentido, supuso que cualquiera haría cualquier cosa con tal de dejar de ver a la chica que amaba suicidarse. Luc no deseaba imaginar a su madre teniendo un futuro similar, ya bastante era con Joanne, pero el verla sufrir cada noche...

—Tiene que haber otra manera —murmuró.

—Lo siento, pero no la hay.

—No puedo simplemente verla sufrir y no hacer nada.

—Es difícil, pero es lo mejor. Puedes acompañarla, pero no más violín.

—¿Cuánto tiempo tardará en mejorar?

—¿Con suerte? Toda una vida.

No era una respuesta alentadora. Tampoco una que ayudara a aligerar su culpa. Si hubiera estado allí para ella... Si no se hubiera involucrado en el nexus meus... Si no hubiera contactado a McKenzie... ¿Valían los resultados, el pesar de su madre? Sí, ahora el juego era más controlado y difícil de llevar a cabo, y el demonio blanco ya no estaría haciendo de las suyas. ¿Pero siendo egoísta? Luc no sabía si había perdido más de lo que había ganado.

—Dile a Zed que me reuniré con él si eso quiere. Gracias por informarme.

—Eres mi amigo. Puedo no estar de acuerdo con lo que hiciste, pero eso no cambia nada.

—¿Le contaste?

—Le dije que el demonio blanco fue a buscarte, y Michaela Servadio peleó con este. Y como eres un idiota de blando corazón, por eso la trajiste a mi piso para que la salvara. No le dije nada respecto a McKenzie, o el trato que hiciste con ella.

—Gracias.

—Solo... No seas idiota. Y no hagas que me arrepienta. Mientras no contradigas la versión que le he dado, no deberías tener problemas —Rufi se puso de pie al dar por terminado el encuentro—. ¿Sigues hablando con ella?

—No recibe mis mensajes —admitió Luc.

—Es normal. La Iglesia tiene este... tiempo de meditación, creo que así lo llaman, para sus seguidores cuando se salen un poco de las reglas. Los aíslan, en ayunas y rezando cada día. Suena a tortura para mí, según ellos es un modo de purificar el alma. No debe tener su teléfono por eso.

—Ya va un mes. ¿Qué clase de Institución hace eso?

—Ninguna religión debería tener premisas de sacrificios y obligaciones para ser un buen devoto, pero el hombre interpreta y escribe lo que desea. Hay cosas que no podemos cambiar.

—Lo sé.

Eso no lo tranquilizaba. No podía imaginar a Mica renunciando a su teléfono por voluntad propia y menos aceptando el estar en ayunas. Pero si Rufi estaba en lo correcto, entonces ella debía estar bien, y de momento tenía un asunto más importante del cual ocuparse.

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