XVII
—Perdóname, padre, porque he pecado —inspiró profundamente, esperando que eso ayudara a aligerar la pesadez que sentía dentro del confesionario—. Los crímenes que he cometido, los he hecho sin remordimientos, y los volveré a hacer del mismo modo. Estoy teniendo pensamientos oscuros, cada vez más recurrentes. He hecho trato con paganos y mentido para protegerlos, lo continuaré haciendo cuando me pregunten sobre lo sucedido. He estado con demonios y casi cedido a sus influencias, no fue mi mejor sesión de masajes. He golpeado inocentes y disfrutado cada instante, aunque se lo merecían por andar jugando con cosas que no comprenden. He asesinado a sangre fría, e incluso entonces no deseaba detenerme. He considerado matarlos a todos. He atacado inocentes mientras dormían, y gozado al despertarlos con un cuchillo en su cuello. He blasfemado y burlado de la situación del padre McKenzie, aunque todos saben que no despertará a esta altura. Maté inocentes. Hombres influenciados por demonios. No me arrepiento. Tampoco del último.
—¿Cómo te sientes ahora?
Mica miró sus manos, era una pregunta difícil. Recobrar el control sobre sí misma le había tomado más tiempo del que estaba dispuesta a admitir, nadie necesitaba saber la verdadera oscuridad que callaba o cuan frágil era su autocontrol algunas veces. Bianca estaba muerta. Se repitió eso una y otra vez, aunque prefería no pensar en esos detalles. Había arrancado su cabeza con sus propias manos y dientes, definitivamente no era algo que necesitara recordar. El canibalismo... No, si no había tragado no era canibalismo, y el viejo libro no mencionaba eso como pecado. ¿O sí?
No. Era una salvaje, no una caníbal. Una asesina, pero eso nunca lo había negado. Los cortes anteriores se habían curado casi por completo, apenas raspones en sus palmas. Se dijo que la marca del rosario en su piel era por lo fuerte que lo había sostenido últimamente, aferrándose más que nada a lo que representaba. No le quemaba, no era dañino, ella solo lo estaba sosteniendo muy fuerte. Tan solo... desearía que fuera tan simple de creer, pero a veces temía mentir tan bien como para no ser capaz de diferenciar la verdad del engaño propio.
Sus dorsos no estaban de lo mejor. No le había sorprendido que el castigo físico fuera inmediato. Había perdido el control, había deseado acabar con todos, los oscuros pensamientos debían ser combatidos y acallados. Le hubiera gustado que Luc no la viera. Habían azotado sus manos antes del viaje, lo suficiente para quebrar sus huesos y que no pudiera usar un arma por las próximas horas. Y lo habían hecho de nuevo al ver lo que ella había hecho.
—No soy un demonio —susurró y escuchó al padre David suspirar al otro lado—. No estoy bien. No puedo mentir sobre eso, no hoy.
—Temo que esta vez ha sido una grande, Michaela. No puedo ayudarte.
—No fue para tanto.
—Le provocaste un aborto a una mujer.
—Ella ni siquiera sabía que estaba embarazada.
—Mataste a un niño.
—Una célula. Días, no creo que eso cuente como vida.
—No eres quien para juzgar eso.
—Había sido violada, por un demonio. Le hice un favor.
—Michaela...
—En casi la totalidad de los casos, la mujer no sobrevive al parto. Hubiera muerto. Le salvé la vida. Le dije a Luc que haría todo lo que pudiera para salvar a su madre. ¿Qué clase de persona sería si la hubiera rescatado, para que un parasito la matara luego?
—Si el costo de hacer el bien es demasiado grande, entonces es un mal.
—Eso no tiene sentido.
—Entiendo que... lo que hiciste... lo hiciste creyendo que era un favor, manteniendo una promesa. Pero eso no lo justifica. Y cruzaste una raya esta vez.
—Ella no hubiera podido hacerlo por sus medios.
—No importa. No es asunto de la Iglesia decidir sobre una vida. Menos un caso así.
—¿Crees que las víctimas de violaciones quieren tener a sus hijos?
—Cada uno es responsable de su propio juicio. ¿Cuántas vidas crees que destruimos, porque no dejamos que los demás tomen decisiones sobre sus propios cuerpos?
—Estoy segura que esta religión se basa en prohibir las decisiones sobre tu propio cuerpo. ¿Me estás perdonando?
—Estoy intentando que entiendas. No importa si estoy de acuerdo o no con lo que hiciste, debería haber sido decisión de ella.
—Dudo que me vayan a condenar por eso.
—Ellos lo ven como asesinato.
—Por eso.
—No podrás escapar del tiempo de meditación.
Ante cualquier otro castigo, ella simplemente hubiera gemido a modo de queja y resignado a lo que le esperaba. Ante este, solo pudo guardar silencio. Había estado segura que eso le esperaba al regresar, y aun así había tenido la esperanza de poder salvarse esa vez. Mataba a tres hombres y un cuerpo adueñado por un demonio, y solo tenía que confesarse y pedir perdón. Salvaba a una mujer de morir, y era condenada a meditación.
—No me arrepiento —dijo Mica.
—Eso no ayudará a tu sentencia.
—Igual ya lo tienen decidido. ¿Cuánto tiempo será?
—Michaela...
—¿Semanas? —ella sintió su corazón encogerse ante el silencio—. ¿Meses?
—Todavía no lo han decidido.
—No es justo.
—Lo siento.
—No. No quiero que me tiren en una celda sin decirme al menos por cuánto tiempo.
—Soy tu confesor, no hay nada que pueda hacer.
—Consígueme más tiempo —pidió ella—. Cumpliré con el castigo, pero déjame terminar este caso. Solo eso.
Estaba pidiendo demasiado, lo sabía. Y podía amar al padre David, pero era cierto que él no tenía mucha influencia al momento de determinar su futuro. La escuchaba y aconsejaba, e intentaba convencer al resto de sus buenas creencias sobre su alma, pero su palabra no tenía peso alguno. La edad, quizás era demasiado joven para ser alguien, o su corazón demasiado bondadoso con ella, siempre creyendo que era mejor de la realidad.
Escuchó al padre David suspirar, él lo intentaría. Había hablado del nexus meus, había desconocido lo sucedido a McKenzie más allá de lo que involucraba a Bianca, y se había abstenido de dar cualquier detalle sobre cierto pagano. Cuando la Iglesia había presionado, había bastado con responder que su rubro eran los demonios y no se ocuparía de otra cosa. Solo quería ver que sus asuntos terminaran bien.
—El chico ha preguntado por ti —comentó el padre David y Mica suspiró al oírlo.
—Eso te pasa por visitarlos en el hospital.
—Cualquier familia que atraviese una situación similar merece acompañamiento —Mica sonrió ante su compasiva respuesta.
—¿Y qué ha preguntado?
—Quiere verte.
—Lo dudo. Perdí el control. Muy pocos desean verme una vez que conocen la oscuridad que hay en mí.
—Eres un instrumento de luz, Michaela.
—No es cierto. Es solo lo que pretendo.
—Arabella está muerta. Tú la mataste. Pereció en la Piazza San Marco, en Venezia, en mil...
—A veces me susurra cosas —interrumpió ella.
—¿Cómo están las pesadillas?
—Han cedido un poco ahora que estoy de regreso, pero no desaparecen.
—No eres un demonio.
—No, quizás soy peor. ¿Continuamos mañana? Estoy muy cansada, y tú tienes una misa nocturna que preparar.
Una excusa tonta, pero siempre útil. Se puso de pie y partió antes de darle oportunidad al padre David de algo más. No deseaba que él conociera en realidad el verdadero estado actual de su alma. Empeoraría, siempre lo hacía ante el tiempo de meditación, antes que el encierro terminara por vencerla y dejar un cuerpo exhausto dispuesto a cualquier cosa por un soplo de aire fresco.
Regresar a Roma había ayudado, pero la oscuridad seguía allí, sus garras aferrándose con lo poco que le quedaba a su mente para arrastrarla también. Perder el control siempre dejaba sus secuelas, y no sabía cuándo estaría curada del todo. Tampoco sabía cuántos días llevaba desde el incidente. Le era difícil llevar la cuenta del tiempo, cuando su mayor preocupación era rearmar su personaje.
Fuera, el crepúsculo la recibió como una vieja conocida. El padre David ya debía tener su misa preparada, en algún momento había dejado de molestarse en invitarla sabiendo que Mica siempre se negaría. Era como una muerte silenciosa, cuando alguien se rendía contigo de ese modo. Una parte de ella siempre esperando esa invitación, y ahora ya no la tenía. Era su culpa por siempre haberse negado, pero también le hubiera gustado que él no se diera por vencido en ello.
Salir de la cama esa tarde había tomado todo de ella. Ahora solo podía pensar en arrastrarse de regreso, pero no quería. Dejó que sus pies la llevaran por las calles hasta el muro que dividía la vieja ciudad del resto. Se apoyó contra este, sintiendo todo el peso del pasado en sus hombros. Si lo cruzaba, metros y llegaría al Vaticano. Si se daba vuelta, calles y estaría de regreso en su piso.
En sus mejores noches, le gustaba escalar el muro, pararse en la cima y jugar a hacer equilibrio entre el suelo santo y la oscuridad habitual de cada ciudad. No tenía fuerzas para escalar. En sus mejores noches, ni siquiera tendría que estar preocupándose por sus manos heridas o el inevitable tiempo de meditación. Pero ahora los cortes eran tan solo el comienzo, y todo empeoraría con las semanas.
No había nadie para pasar el rato. Todos demasiado ocupados en sus propias misiones. A esa altura, hubiera estado feliz con la compañía de cualquier otro especialista. Las oportunidades en que todos estaban juntos eran muy escasas, pero había creído que al menos habría otro en Roma. Al parecer, todos estaban fuera. Incluso se hubiera conformado con Alessandro.
Cuando la oscuridad fue inevitable, supo que era tiempo de partir. No deseaba estar fuera cuando los demonios salían, su voluntad no era tan fuerte esa vez. Fue incapaz de contagiarse de la vida nocturna cuando comenzó a brillar. Jóvenes correteando por las empedradas calles hasta el bar mas cercano, risas y alegres gritos saliendo de los distintos locales de alimentos, amantes susurrando en callejuelas.
Echó la capucha sobre su cabeza. Si podía desaparecer, mejor. El mundo había cambiado con los siglos, cada vez más lleno de vida, cada vez teniendo más por destruir. No deseaba estar allí, no lo merecía tampoco, pero su madre le había arrebatado esa decisión al creer estar protegiéndola. No podía culparla, tampoco había creído que desearía la muerte tan temprano.
Se detuvo al llegar a su edificio y ver a Luc sentado en la entrada. La sorpresa fue demasiado dulce e inesperada como para paralizarla en el lugar. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo había visto? ¿Cuándo las personas habían dejado de buscarse para verse en persona, y lo habían reemplazado por vacíos mensajes? Sabía que él había intentado contactarla de ese modo, pero había dejado su teléfono en su piso y lo cierto era que no lo había tocado desde que había regresado a la ciudad. Y era lindo ver que no se había rendido ante la falta de respuesta, la mayoría siempre lo hacía.
—¿Tuviste que hacer un pacto demoníaco para encontrarme? —preguntó Mica y Luc levantó la cabeza para mirarla, aliviado por finalmente alcanzarla.
—Solo recurrir a la Iglesia —respondió como si eso fuera incluso peor—. Lo siento, le pedí al padre David tu dirección.
—Me compadezco, su inglés es horrible y no se le entiende.
—Supongo que quería lo suficiente una respuesta como para entenderle.
Mica apenas pudo contenerse de sonreír, había olvidado lo amable que llegaba a ser Luc. ¿Cuánto tendría que haberle insistido al padre David? Sacó las llaves y abrió la puerta del edificio, él se quedó fuera. Dudó un instante. No había odio o prejuicio alguno en su mirada, a diferencia de lo que estaba acostumbrada.
—¿Quieres entrar? —preguntó y Luc asintió antes de seguirla.
Era extraño. Su piso era su santuario. Raramente alguien la visitaba, mucho menos Mica lo invitaba a entrar, pero Luc la había hospedado cuando no había tenido a donde ir y quién sabía cuánto tiempo llevaba esperándola fuera. Subió hasta el último piso y abrió la puerta para dejarlo pasar. Esperó algún comentario sobre la falta de decoración o fotografías, lo vacío que en realidad se sentía todo, una pregunta siquiera, pero Luc no hizo nada de eso.
—¿Estás bien? —pregunto él en cambio y Mica ocultó conscientemente sus manos detrás de su espalda.
—¿Por qué no lo estaría?
—No estás maquillada.
—Pereza. Estoy segura que está dentro de la lista de siete cosas divertidas que a la Iglesia no le gustan.
—No eres de inclinarte hacia los pecados capitales.
—Muchos te discutirían eso, tengo sangre de demonio.
—Los demonios cumplen con todos los pecados capitales, y se destacan en uno en particular. Los provocan también. Se alimentan de eso principalmente —respondió Luc mirándola con calma—. Tú no eres así, no incitas a otros a pecar. Y no esperes que crea aquello, cuando no tienes una sola pizca de lujuria encima.
—Zabulon es un demonio de la gula, a pesar de ser un incubus.
—La Iglesia te ha mentido desde siempre para manipularte, no pecas de gula. Tu sangre no es del todo humana, tu cuerpo tampoco lo es, y la única forma que conoces de alimentar ese extra de energía que necesitas para compensar la diferencia, es a través de la comida.
—Los demás no son como yo.
—¿Zabulon es poderoso?
—El más poderoso en tierra que conozco.
—Entonces los demás tienen sangre de demonios inferiores, y por eso no comen tanto.
Mica suspiró al escucharlo. Tenía lógica, como cualquier cosa que Luc diría, y sería una bonita mentira de creer si tan solo ella fuera tan ingenua como para hacerlo. Lo que él no sabía, era que ella había buscado la ayuda de la Iglesia para redimir su alma, y no al revés. ¿Él siquiera sabría lo que le había hecho a su madre? ¿Que por un instante, en New York, había deseado con placer matarlos a todos?
—Si viniste hasta aquí para discutir sobre mis empleadores...
—¿Crees en ángeles?
—No más de lo que creo en un dios.
—Eso no es una respuesta —Mica sacudió su cabeza con cansancio, había olvidado lo insistente que él llegaba a ser cuando quería demostrar su punto.
—Hubo una vez en que creí en ellos. Les lloré y supliqué por ayuda. Odio rogar. ¿Pero por ellos? Estuve de rodillas hasta que mis piernas sangraron y me quedé sin voz de tanto gritarles por ayuda —Luc palideció al oírla, pero ella continuó—. ¿No se supone que deben cuidarnos de los demonios? ¿No están para ayudar cuando se les pide? ¿Dónde estaban cuando mi mejor amiga me enterró viva? ¿Qué hicieron cuando quemaron a mi madre y solo encontré sus huesos? ¿Dónde estaban cuando un demonio me susurró que era culpa de los humanos y debía matarlos a todos para vengarme? Fui una chica buena, y nunca hicieron nada por mí. Fui una chica mala, y tampoco intentaron detenerme. Si en serio existen, este mundo y sus habitantes no les importan. Y para mí, solo existe lo que puedo ver y enfrentar.
—Esa no es razón para pensar tan mal de ti.
—Me preguntaste si creía, ahí tienes tu respuesta. No existen.
—¿Conoces la historia de Jeanne D'Arc? —preguntó él y ella casi sonrió—. Juana de Arco.
—Decía escuchar la voz de Dios y actuar bajo sus órdenes.
—Decía escuchar las voces de ángeles. ¿De dónde crees que sacó tanto conocimiento militar?
—¿Y acaso la ayudaron cuando la capturaron y la quemaron por bruja?
—La Iglesia la quemó. Como debe haber quemado a tu madre también.
—¿Y qué hubiera sido de la tuya, si la Iglesia no me hubiera dado el caso? ¿Qué hubiera sido de tu país, si la Iglesia no hubiera apoyado a la chica de las voces para conseguir un ejército? Ganó una guerra, creo.
—Tenía solo veinte años cuando la traicionaron y quemaron —Luc la miró de la cabeza a los pies—. ¿Qué harán contigo, cuando apoyarte ya no les sea conveniente como sucedió con ella?
—Desearía que fuera tan fácil para mí morir.
Intentó pasar a su lado para huir de la discusión, pero se quedó quieta tan pronto como Luc puso una mano en su espalda. Extrañó a su masajista. No había cumplido con su sesión semanal, ese era el problema. Y, por lo que le había adelantado el padre David, tampoco asistiría por un buen rato.
—¿Duele? —preguntó Luc.
—Eso es lo curioso de las contracturas, no sabes cuánto duelen hasta que alguien las toca.
—¿Siempre lo sentiste así?
—Soy una chica que vive metiéndose en peleas y entreno para eso. Vengo de dormir bastante mal en New York. No debería sorprenderte que me duela la espalda.
—Mi mamá dice que es capaz de ver tus alas, y que están dañadas. Por eso te duele —respondió él y la soltó—. Creí que debías saberlo.
*
Por un momento que pareció eterno, ella no dijo nada. Tampoco se movió. ¿Qué acababa de hacer? Luc se repitió que había tomado la decisión correcta. Lo había pensando durante días, noches enteras sin dormir, debatiéndose si decirle o no. Pero Mica merecía saberlo, porque esto iba más allá de él y su trato con Zed o ella y su contrato de trabajo con la Iglesia. Todo ser vivo, tenía el derecho y merecía saber la verdad sobre lo que era.
Volvió a tocar su espalda suavemente, sintiendo los nudos debajo. Contracturas, había dicho Mica. Alas marchitas, había dicho su madre. Y Luc creía ciegamente en ella, sin importar lo que le dijera, su palabra siempre sería la verdad. Deseó poder verlas también, sentirlas al menos, pero sabía que eso era imposible. Y, si en realidad estaban tan dañadas como su mamá había dicho, entonces tal vez no deseaba verlas, porque sabía quiénes serían responsables de tal estado y hacerle tanto mal a Mica.
¿Cuánto tendrían que haberla maltratado para quebrar sus alas? No debería haberle dicho. Sí debería. Mica jamás lo hubiera sabido de otro modo. Llevaba una semana intentando contactarla para decirle, pero ella no había respondido ninguno de sus mensajes o llamadas, y él tampoco había abandonado el lado de su madre mientras había estado internada. Pero ahora ella había recibido el alta, y estaba cómoda y segura descansando en la habitación del hotel, y él había conseguido que el padre David le dijera dónde encontrar a Mica. Aunque, quizás, había tocado un poco su violín para que el hombre tuviera confianza y soltara las palabras. No su más noble movimiento, pero uno necesario.
Esperó que llorara, que le gritara, que lo insultara y alejara, pero Mica simplemente se echó a reír antes de girarse y mirarlo. La sonrisa en su rostro no se sentía real, sus ojos demasiado tristes y vacíos. ¿Qué le había sucedido a la chica alegre e infantil que había conocido en New York? Algo no estaba bien con ella, lo había notado desde que la había vuelto a ver. ¿Era así cada vez que regresaba a Roma?
—Esa fue buena, casi la creí —respondió Mica—. Debiste pensarlo mucho para que sonara lógico.
—Mica, hablo en serio.
—Te equivocaste de chica, Luc. No soy un ángel, no podrías estar más alejado de la verdad. Si viniste hasta aquí para decirme eso, temo que estás perdiendo el tiempo. No quieres verme teniendo a Roma para ti, nadie prefiere algo sobre esta ciudad.
—Mi vuelo es mañana.
Esas palabras salieron demasiado rápido, para ser tan pesadas. Vio el shock en el rostro de Mica, el instante exacto en que el significado detrás la alcanzó. Él regresaría a New York, y ella se quedaría en Roma, y todo lo vivido no sería más que un recuerdo. Nunca había sido su intención desarrollar algo por ella, pero el adiós se sentía como una herida inevitable ahora. Mica intentó sonreírle.
—Qué bueno. Tu mami está bien entonces.
—Gracias a ti.
—Solo me cargué un demonio, es mi trabajo. No te confundas al creer que hice algo bien, no tienes idea.
—¿Por qué tienes que ser tan dura contigo misma?
—Es la verdad.
—Mataste a un demonio y salvaste a mi mamá. Eres buena.
—¿Cómo están tus heridas? —preguntó Mica con calma—. Las mías ya se curaron, porque eres tú quien tomó todo el dolor. ¿Cómo va eso?
—Las aspirinas ayudan.
—No me importó, Luc. Sabía que tú resultabas herido en mi lugar, y no me importó.
—Hiciste lo que tenías que hacer.
—No. No era necesario. Me viste en ese astillero. Así es como soy cuando no me controlo. Y vi el modo en que me mirabas también.
—Estaba preocupado por ti.
—Tenías miedo.
—Nunca.
—Deberías.
—La justicia es ciega. Es dura e implacable, y todos somos iguales ante ella, sin importar nuestros lazos o lo que seamos.
—Eso no fue justicia.
—No puedes saber lo que es, si no la conoces realmente. La concepción actual no podría estar más errada. Tu librajo lo deja bastante en claro, creo. ¿Crees que a alguien le importó si Adan y Eva habían sido engañados? Uriel los echó sin pestañear, porque así es como debería ser. Si cada crimen no es castigado como se debe, si alguien es blando y perdona, entonces las atrocidades se repiten. El problema, es que en este mundo, nadie está libre de pecado, y eso debe ser muy claro ante tu juicio.
—¿Quieres que te diga que hay una voz ahora diciéndome que te mate?
—Porque me consideras un mentiroso, y eso es imperdonable ante tus ojos.
—Hay mil cosas de ti que todavía no entiendo, y no tienen sentido tampoco. Eres quien hace ese juju o como le llames, pero ahora dices que tu mami ve cosas. No pueden ser los dos a la vez. Hazte un favor, y deja de hablar antes que decida averiguar la verdad —dijo Mica mirándolo a los ojos—. No le he dicho nada a la Iglesia sobre ti o lo que haces, menos tu familia. No hagas que me arrepienta.
Su madre le había dicho una vez que no podía forzar a otros a aceptar una verdad cuando no lo deseaban, y con frustración él había aprendido que el mundo era así. Las personas eran necias, tercas, convencidas de tener la razón y sin desear aceptar lo contrario. Mica merecía saber, pero si ella no deseaba creerle, entonces él jamás podría convencerle. Así que cedió, porque McKenzie había investigado de más y así había terminado, y no deseaba que ella siguiera su mismo camino también.
—Lo siento, no insistiré más —dijo Luc—. ¿Te metiste en muchos problemas por mí?
—Siempre me meto en problemas, así la vida es divertida —respondió ella con una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—No deberías.
—Si hubiera dicho toda la verdad, ahora tú estarías encerrado o hubieran lanzado a un especialista sobre ti. Te dije que estarías bien si hacías todo lo que te decía, y cumpliste. Estás a salvo. Tan solo... Por favor, evita a los demonios. ¿Puedes hacer eso?
—No me gusta mentir. Ellos ya me conocen.
—Debería eliminarte. Vi lo que eres capaz de hacer con tu violín, y lo estoy dejando pasar. Al menos úsalo para cuidarte y a tu familia.
—Siempre.
—Eso está bien, eres un buen chico.
—¿Y ahora qué harás?
—Surgirá otro caso, quizás no y pida vacaciones. ¿Quién sabe? Tal vez pueda descansar.
Las palabras estaban allí, en la punta de su lengua. Los últimos días en New York habían sido un caos de problemas y oscuridad, en Italia ni siquiera la había visto hasta esa noche, y antes... Se había dicho que le mostraría su ciudad, que le enseñaría a vivir y sentir como debía en vez de como le era dictado. Si Mica tenía días libres ahora, entonces quizás pudiera convencerla de acompañarlo.
—¿Quieres que te cocine de cenar? —preguntó en cambio y ella sacudió su cabeza.
—No. Ya comí algo.
Hubiera sabido que algo estaba mal, incluso si no era evidente con Mica negando comida gratis. Había pasado demasiados años con Joanne como para reconocer esa mentira al instante. Se acercó hasta ella y puso una mano en su mejilla sin poder controlarse. Su piel estaba helada, sintió el rastro de lágrimas secas también. ¿Qué estaba mal? ¿Qué le había sucedido esos días que no la había visto?
—¿Me dirás la verdad? —preguntó Luc.
—¿Por qué sigues aquí? —dijo Mica en su lugar—. Ya está. Recuperaste a tu mami, ella está bien, la Iglesia no te va a retener... Ya puedes volver a casa.
—¿Y qué hay de ti?
—Ya estoy en casa.
—Esto no parece un hogar para ti.
—Lo es.
—¿Entonces por qué luces triste?
—No estoy acostumbrada a las despedidas.
—No es una.
—¿No?
—Tienes mi número. Puedes hablarme cuando quieras. Puedes visitarme también.
—No soy una buena amiga.
—Puedo tolerarlo. Me gusta tu modo de ver el mundo, siempre es bueno escuchar otros puntos de vista, conocer realidades distintas.
—¿Te gusto?
No era lo que él había dicho. Mica se acercó un paso más. Luc se tensó ante la proximidad. Podía sentir la calidez de su cuerpo, olfatear los restos de la ciudad en sus ropas. Roma tenía una esencia extraña, tan diferente al contaminado aire de New York o el fresco viento de Paris, una extraña mezcla de humedad y el vibrar de la vida que no había sentido en ninguna otra parte.
Ella tenía esa misma chispa, el entusiasmo juvenil junto a la pizca de tristeza. Roma había sido fundada en sangre y traiciones, y esa misma historia parecía escrita en Mica también. No estaba bien que un alma tuviera tales cicatrices. Y se tuvo que repetir que nada de eso estaba bien, porque Mica lo estaba provocando a consciencia, pero no era más que una chica rota buscando una distracción.
No era real, y ella quería a otro. Se repitió esas palabras hasta que eran lo único en lo que podía pensar a pesar que Mica no retrocedió. Su madre le había advertido sobre nunca intentar nada con una chica que en ese instante estuviera inestable emocionalmente, porque luego ella se arrepentiría y él creería algo que no era.
Y lo cierto era, que en ese momento le recordaba tanto a Joanne. ¿Cuántas decepciones en vida en realidad separaban a ambas chicas? Cuando Joanne no consumía, cuando su mente estaba clara, entonces no pasaba mucho tiempo sin que recurriera a herirse o buscar la muerte. ¿Sería igual con Mica? ¿Pelearía con demonios solo por la posibilidad de ser asesinada?
—¿Te amas? —Mica parpadeó al no comprender la pregunta, Luc suspiró al ver la respuesta tan evidente en sus ojos—. No puedes amar bien a otro, si primero no te amas a ti mismo. Por eso tienes tantos problemas con el otro chico. Quiérete un poco más, Michaela. Yo no puedo repararte o hacerte sentir completa, solo tú puedes amarte como tu alma necesita.
—No es tan fácil. No dirías lo mismo de conocer la oscuridad que cargo —respondió ella alejándose.
—Ángeles y demonios mayores comparten el mismo origen, fue la decisión de cada uno cómo ser y de qué lado quedar. Por eso no me gusta tu viejo libro, siempre se olvida de mencionar esos detalles. Todos tenemos un bien potencial y un mal potencial en nuestro interior, nuestras decisiones inclinan la balanza hacia un lado u otro. No dejes que te engañen, la has inclinado en el buen sentido.
—Palabra de alguien que juega con demonios.
—Palabra de alguien a quien le importas, y se preocupa por ti —con esfuerzo, él logró interponer más distancia entre ellos—. Búscame cuando estés mejor. Te esperaré.
—¿Mañana? —preguntó ella, la esperanza débilmente brillando en sus ojos.
—El vuelo es temprano.
—Entonces te veré en el aeropuerto.
Sonaron como las palabras de una niña, una vacía promesa de adiós. Y, siendo honesto, él no le creyó al momento de partir. Pero a veces era mejor así. Había aprendido, con los años, que algunas veces alguien deseaba estar solo y sonreía en compañía, y otras veces gritaban para alejar a los demás cuando solo deseaban estar con otros. Mica era del tipo que jamás negaría compañía, pero sus ojos suplicaban por ser dejada sola para que tratara con sus problemas.
Quizás debió quedarse. Tal vez partir fue lo mejor. Había estado desesperado por lograr contactarla esos días, por corroborar que la chica que había conocido estaba bien. Y no lo estaba. Pero también era cierto que solo ella podría recuperarse, y no había nada que él pudiera hacer para ayudarla. Mica debía sanar por su cuenta. Luc tan solo deseaba no haberle fallado.
Sorprendentemente, ella cumplió. La encontró al día siguiente en el aeropuerto, luciendo igual que cuando la había conocido, con sus prendas de diseñador y su ropa interior a la vista, su rostro maquillado y su sonrisa intacta. Deseó no lucir tan mal como se sentía, porque no había podido cerrar un ojo en toda la noche de solo pensar en sus palabras y el desgarrador dolor en sus ojos al decir que no le importaba a nadie.
Su madre murmuró una rápida excusa sobre ocuparse del papeleo antes de alejarse y dejarlo a solas. Por primera vez en su vida, se sintió torpe. Ni siquiera la compañía de su violín parecía suficiente para lo que debía enfrentar. Su edad se sintió insignificante en cuanto a experiencia. Porque Mica estaba allí, y mañana no lo estaría, y en algún momento sin darse cuenta, se había acostumbrado a la compañía de su alma.
—¿Tu mami está bien? —preguntó ella.
Luc suspiró al verla a lo lejos. Su cuerpo definitivamente no lo estaba, pero su madre estaba sonriendo, y eso valía más que cualquier cosa. El cuerpo sanaba, su peso volvería a ser normal en algunos meses, su cabello volvería a crecer, su piel volvería a brillar como antes. El demonio blanco había intentando destruirla, empujándola al borde de la inanición, arrancándole mechones de cabello desde la raíz, torturándola fisicamente; pero su madre estaba sonriendo y no dejaba de hablar sobre la gran oportunidad que ahora tenía para usar pañuelos en su cabeza tras raparse para dejar todo del mismo largo.
—Lo estará —respondió él.
—Tiene un espíritu muy fuerte. Solo... vigílala de cerca. Las víctimas de demonios suelen tener recaídas tras unos días, cuando creen que pueden regresar a su vida de antes. Nunca olvidará lo sucedido. Nada que buena compañía no solucione. Y si vuelven a tener problemas, tienes mi número.
—Gracias —murmuró mirándola a los ojos y ella sonrió como si fuera capaz de comprender el verdadero significado detrás.
—Te dije que no permitiría que te sucediera lo mismo que a mí. Cuídala, yo a veces extraño a la mía.
—¿Piensas en ella?
—Constantemente —Mica le guiñó un ojo con diversión—. Cada vez que me fuerzo a ser amable.
—Para acercarte lo suficiente y obligar a los demás a arrodillarse ante ti.
—Exacto. Creo que funciona bastante bien. ¿No? —él sonrió sin poder evitarlo al oírla.
—Tal vez. ¿Te volveré a ver?
—Quizás. Todavía tengo muchos cupones que solo son válidos en New York.
—¿Me avisarás si andas de visita?
—Creí haber escuchado algo sobre comida gratis de por vida en donde trabajas a cambio de mis servicios.
—Nunca dije tal cosa.
—Entonces era algo implícito del trato. De todos modos, jamás negaría comida gratis.
Negó con la cabeza. Esa era la Michaela Servadio que conocía y, para su sorpresa, se sentía tan doloroso saber que debía continuar con su camino y ella se quedaría al otro lado del mundo. Luego de todo lo que había hecho por él, no había modo en que no fuera a darle comida de cortesía si alguna vez la volvía a ver. Dudó un instante antes de meter una mano en el bolsillo de su chaqueta. En silencio se resignó a lo que le esperaba de ser descubierto, de todos modos ya se había metido en suficientes problemas y roto demasiadas reglas. Zed lo mataría.
—Teníamos un trato —dijo Luc y le enseñó una pluma blanca, los ojos de Mica se abrieron por completo al reconocerla—. Se la vendí a McKenzie como uno más de los amuletos de mi mamá. La recuperé minutos después que fuera atacado cuando llamé a la ambulancia. Joanne borró las pruebas de la policía.
—¿Funciona? —preguntó ella.
—A veces —admitió él—. Depende de cuánto creas.
—¿En qué?
—En que es real. Solo sirve para alejar. Por si alguna vez te metes en demasiados problemas.
Quiso decirle más, agregar palabras que nunca debía mencionar. Ella lo miró un momento más, pero terminó por coger la pluma y por ese instante, sus manos se encontraron. ¿Hubiera sido demasiado pedir el congelar ese minuto en el tiempo? ¿Demasiado ambicioso de su parte desear algo que no podía ser?
El móvil de Mica sonó en aquel momento, y Luc la cogió por la muñeca para evitar que respondiera. Se acercó un paso sin desear tener que dejarla ir. Su perfume lo intoxicó por completo. Era su única oportunidad, tal vez la última. Y el calor de su cuerpo se sentía tan bien próximo al suyo, su suave piel perfecta contra la suya.
—No respondas —susurró él—. Y sé que nadie tiene el derecho a decirte qué hacer con tu vida, pero si este sujeto te hace más mal que bien...
—Es mi asunto —Luc suspiró con resignación ante su implacable respuesta.
—Tan solo... ¿Puedo hacerte una última pregunta?
—Sí.
—¿Alguna vez te fallé?
—Nunca.
—Eso es suficiente —él se inclinó y rozó suavemente sus labios sobre la frente de ella—. Cuídate.
Una palabra tonta e insignificante para decirle a una pequeña máquina de matar, pero fue lo único que pudo pronunciar al momento de dejar ir la pluma y permitir que Mica respondiera el teléfono. Se alejó sin mirar atrás, porque si ella estaba sonriendo al hablar... La vida a veces no tenía sentido. ¿Qué se suponía que era lo correcto hacer en situaciones así? ¿Dejar ir a la chica con el sujeto equivocado para respetar su decisión? ¿Pelear por ella?
—Creí que la besarías —comentó su madre cuando la alcanzó y él se encogió de hombros.
—Está con otro, o algo así.
—Todavía puedes ir tras ella.
—No creo que sea el momento adecuado.
Le ofreció una sonrisa, intentando aligerar el asunto cuando él mismo sabía que no se trataba de una tontería. Pero su madre no insistió al momento de coger su brazo y continuar, porque Michaela Servadio ya había desaparecido y ellos tenía un hogar al cual regresar.
*********************************************************************
Por favor no te olvides de dejar tu voto, y puedes encontrar más historias de todo tipo en mi perfil.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top