XV
No podía estar pasando. No de nuevo. Salió de la casa lo más rápido que pudo, pasando sus manos vendadas por su cabello e intentando controlar su agitada respiración. Necesitaba llamar al padre David. No. No la Iglesia. Ellos la castigarían por permitirlo, o la encerrarían de nuevo argumentando que el aislamiento era un modo eficaz de calmar el espíritu. ¿Entonces a quién recurrir?
Debería haber regresado a Roma tan pronto como había descubierto la verdad sobre el asunto, no hacer una tonta propuesta de ayudar a un desconocido a encontrar a su madre. Sobre todo cuando ese desconocido se lo había buscado al jugar y provocar al demonio blanco. Debería haber matado a Bianca la noche anterior, incluso si eso hubiera implicado su propia muerte también.
—Me dijiste que estaba muerta.
Mica se detuvo en medio de su caminata en círculos para mirar a Luc cuando la siguió fuera. El aire seguía sin serle suficiente. Deseaba huir. Correr hasta que sus pies no pudieran más. Pero, como siempre que se bloqueaba, no podía dejar de caminar en círculos, demasiado acostumbrada al encierro como para no salir de su pequeño diámetro de libertad. Sus manos no dejaban de temblar. Los cortes debajo dolían por lo que seguro se los había abierto de nuevo con el movimiento.
—¡Está muerta! —gritó Mica.
—¿Entonces qué significa esto?
Él no entendería, jamás lo haría. Nadie nunca comprendería toda la complejidad detrás. ¿Cómo siquiera intentar explicarle? Necesitaba al padre David para calmarla con sus palabras. Las pesadillas no ayudaban, los recuerdos comenzaban a entremezclarse con la realidad. No quería. No quería. No quería. Era un instrumento del bien, un arma utilizada a favor de la Iglesia. Nada podía quebrar su alma.
—Quieren jugar con mi cabeza —susurró ella.
—¿Está Arabella viva o no?
—¡No!
—También decías haberte cargado al demonio blanco.
—Eso es distinto.
—¿Cómo?
—¡Porque yo estoy aquí! —calló repentinamente al darse cuenta de lo alterada que estaba, la mirada preocupada de Luc siendo muy fácil de leer.
—Michaela...
—Si ella estuviera viva, yo no estaría aquí y ahora. No hay modo en que Arabella esté viva, mientras yo lo esté también, me aseguré de eso hace siglos. Por favor, tienes que creerme en esto, porque es la única verdad.
Mica lo vio dudar, y eso fue peor que cualquier respuesta que pudiera haberle dado. ¿Porque si nadie le creía, entonces cómo se convencería a ella misma de estar diciendo la verdad? Sintió las lágrimas formarse nuevamente en sus ojos, inevitables como cada vez que sus peores miedos resurgían a la superficie. Quería un golpe, una pelea, un demonio, cualquier cosa que pudiera distraerla y recordarle para qué servía. Arabella estaba muerta. Se repitió esas palabras una y otra vez mientras temblaba, apenas conteniendo el llanto.
Luc la abrazó antes que se quebrara por completo. Ella fue incapaz de moverse, incluso las lágrimas parecieron congelarse en su lugar. Olivier solía abrazarla del mismo modo, firme y cálido. Lo había hecho la primera vez que la había visto llorar, cuando él le había roto el corazón y ella no había deseado seguir escuchando sus excusas, porque Mica era demasiado orgullosa como para solo romperse en privado. Hacía mucho que él ya no la abrazaba, y compartir sus problemas e inseguridad por mensaje se sentía como si en realidad lo estuviera molestando con cargas que no le importaban.
—Está bien, te creo —murmuró Luc frotando sus manos contra su espalda—. Todo está bien. Los demonios intentan crear conflictos de este estilo para debilitarnos.
—Yo soy la especialista —Mica sintió su propia voz inestable a causa de su estado.
—Pero yo llevo tiempo lidiando con el nexus meus —él la dejó ir y le ofreció una amable sonrisa—. Vamos, tus heridas se volvieron a abrir y luces muy pálida como para estar en la calle. Podemos comer en mi piso, y luego planear qué hacer.
Quiso decirle que su estado no tenía nada que ver con las heridas de la noche anterior y la comida no solucionaría nada, pero se contuvo. Los puntos en su abdomen estaba tirando, mala noticia, y las vendas en sus manos ya comenzaban a teñirse de rosa. No se resistió cuando él la guió hasta el subway, y luego todo el camino hasta lo que llamaba su hogar. A veces se sentía bien dejar que otro se hiciera cargo.
Alejó los oscuros recuerdos intentando confundirla, horribles calabozos y gritos desgarradores, la cruel risa de Arabella ante súplicas que jamás serían respondidas. Nadie merecía pasar por eso. Nadie jamás lo haría. Pero ella tendría que cargar con ese peso toda la eternidad, la garantía viviente de que nunca semejante mal volvería a tener libre albedrío.
Se sentó en la única silla en el dormitorio tal como le indicó Luc y dejó que él removiera todas sus vendas para examinar sus cortes. Sí, se veía bastante mal, con sangre manchando por todas partes y la piel casi blanca. Un ataque de pánico nunca era una buena opción la mañana siguiente a una gran pelea.
En silencio Mica dejó que él limpiara sus heridas y volviera a aplicarle el ungüento de su madre, o de él, o quien fuera que se ocupara de preparar esas cosas. Llegaba a ese punto, ya le daba igual y no se molestaría en entender dónde se había perdido. Luc volvió a vendarla y le dio una de sus camisetas para que usara ahora que ella había perdido su equipaje y arruinado su última muda. Sonrió sin poder evitarlo, siempre había tenido una debilidad por los chicos dándoles sus prendas a sus novias para que usaran, aunque ellos estaban lejos de una relación así, y esa no era otra escena de sus novelas rosas.
—Gracias.
—¿Ella... te hizo algo malo? —él dudo antes de pronunciar su próxima pregunta—. ¿Te torturó?
—Te diré un secreto, Luc, solo porque eres amable conmigo —Mica sonrió sin sentirlo en sus ojos—. La tortura no es lo peor que le puedes hacer a una persona. No corras la misma suerte y deja de meterte con demonios.
—No lo hago.
—Te vi hablando con Azazel. Es uno de los peores. ¿Lo sabes?
—Sí.
—La Iglesia lo tiene en su top diez, incluso yo sé que no puedo vencerlo. El gran príncipe del infierno. Presume de ser capaz de hacer pecar a cualquiera.
—Él te conoce. Dijo...
—¿Qué te dijo? ¿Que soy una chica mala? ¿Que él me hizo así? —Mica ladeó la cabeza sonriendo—. Que esté luchando, no significa que no preste atención a mi alrededor. Los demonios trabajan así, haciéndonos desconfiar entre nosotros, dividiendo para vencer. No te mintió.
—Sirves a la Iglesia.
—No fui muy buena en mi segunda vida. Las cosas eran distintas entonces, este cuerpo más fuerte —ella se puso de pie y cogió su mano para que tocara sus vendas—. ¿Una puñalada? Se hubiera curado en minutos. Ni siquiera las sentía. Azazel me encontró entonces, se aprovechó de lo perdida que me sentía por la resurrección y la muerte de mi mamá, me habló de este juego que si ganaba, me cumpliría cualquier deseo que quisiera.
—Nexus meus —Mica sonrió al escucharlo, bajando su voz como si fuera un secreto.
—No era así entonces. Era mucho más crudo y violento. Las cosas eran distintas, no estaban estas tonterías de los derechos humanos para limitarte. Y no era un demonio quien tomaba tu cuerpo para hacer el trabajo sucio.
—Hiciste el trato con él.
—Me prometió lo que yo más quería. Solía estar siempre a mi lado, justo de este modo —Mica imitó a la perfección sus palabras, poniéndose de puntillas para pegar sus labios a la oreja de Luc—. Y susurrarme en el oído todo lo que tenía que hacer para ganar cada partida. Era una estudiante prodigio.
—¿Qué pasó?
—Fallé en la séptima prueba. Me retiré. Me arrepentí. No quiero que termines como yo, no fue una bonita experiencia. Prométeme que dejarás el juego.
—Quiero cerrarlo.
—Inténtalo, y te quitará todo lo que tienes. Esto está por mucho lejos de tu liga, pagano.
—¿Azazel te enseñó a maquillarte?
—¿No es esa su fama?
Mica giró la cabeza al escuchar su móvil, pero Luc la detuvo con su mano en su cintura antes que pudiera alejarse para cogerlo. ¿Qué estaba haciendo? Confesando sus secretos, intentando convencerlo de algo que no le incumbía, pero la intensidad en su mirada era tal que ella fue incapaz de decir algo para alejarlo. ¿Quién era Luc? Un desconocido sospechoso los primeros días, el chico amable que le cocinaba y cuidaba de su estado físico... La persona que ahora no la quería dejar ir.
—No respondas —dijo.
—¿Por qué no?
—No quiero.
—No puedes decidir por mí.
—¿Por qué regresarías a alguien que solo te hace daño?
—El amor es extraño, eso es lo que lo hace fascinante.
—El amor no debería doler.
—¿Cómo lo sabes? ¿Alguna vez has estado enamorado? —ella notó enseguida la duda en sus ojos—. Si no estás seguro, no es real. ¿Es lujuria? Todos aquellos con un poder sobrehumano tienen una pizca de influencia demoníaca y tienden para un pecado capital. Pero hasta el momento no he podido encajarte en ninguno. Excepto, quizás, el más básico de todos...
—No tengo nada de demoníaco.
—¿No? —él se tensó cuando ella puso una mano sobre su pecho—. ¿Entonces por qué estás nervioso?
—Quieres a otro. Y lo que sea que tengan, es retorcido, pero hasta que no soluciones eso, no es correcto —Luc cogió su mano y la alejó con cuidado.
—Mientes con demasiada facilidad para ser un chico bueno —ella volvió a sentarse para mirar sus manos vendadas—. También eres muy amable. Mamá me advirtió sobre tener cuidado con las personas demasiado amables. Ella solía arrodillarse frente a mí cada día, llamarme por mi nombre, y decir: algún día, algún día ángeles y demonios se arrodillarán ante ti, nunca te olvides de ser lo suficientemente amable para poder acercarte a ellos, y entonces los obligarás a arrodillarse como deben.
—Ya me contaste esa historia.
—Las personas no suelen escuchar la primera vez. ¿Sigo apestando a agua bendita para ti? —preguntó ella y él arrugó su nariz en respuesta.
—Siempre. Aunque la sangre y los días sin pisar una iglesia lo disminuyeron un poco.
—¿Y tu nariz de sabueso funciona en ambos sentidos? —Luc la miró confundido al no comprender—. ¿Puedes olfatear un demonio si te señalo dónde buscarlo?
—Huelen como caramelo quemado.
—Y yo pensaba que sería azufre... No puedo ganarle a Bianca en este estado.
—Lo sé.
—Necesito al menos una noche más para que la herida termine de cicatrizar. Y necesito más juguetes.
—¿Qué pasó con tus armas?
—Seguro la policía confiscó todo lo que había en mi habitación. La Iglesia lo recuperará, pero eso suele tomar tiempo y escuchar reprimendas que no deseo por haber matado a tres personas. Y está el asunto de la masajista decapitada —ella suspiró con pesar—. Sakura-chan era tan buena con sus manos.
—¿Cómo siquiera...?
—Desde que dejé de ser su estudiante, Azazel rompe cualquier cosa que me guste. No fue una escena bonita. Pero ese no es el punto, porque sé dónde buscar su guarida.
—Cerca de aviones, rodeada de agua, y estamos en una lista que es uno de los puntos con más tráfico aéreo del mundo.
—Y el jardín sin plantas.
—Eso no tiene sentido.
—¡Claro que sí! ¿Qué es casi tan sagrado como la comida gratis?
—¿Que otro pague la comida por ti? Tienes una obsesión con eso.
—También. Pero los cupones son sagrados —ella buscó dentro de su pequeña mochila y sonrió ampliamente al sacar un folleto—. El Jersey Gardens tiene los mejores cupones en Armani para extranjeros. ¿Puedes creerlo? Tengo descuentos solo por ser italiana. Es lo mejor que me pasó en esta vida.
—Estás hablando de un shopping.
—Que queda en frente a un aeropuerto y junto al río, y es un jardín sin plantas —Mica dio vuela el folleto para enseñarle el plano en el dorso—. Está rodeado por astilleros y almacenes vacíos. Conozco a Bianca. Siempre fue la sombra de Arabella, y siempre luchará por intentar superarla, y Arabella siempre torturaba a sus víctimas cerca de un lugar donde comprar ropa. La última vez fue debajo de una tienda de zapatos en Venezia. Lo niega, pero la imita y roba sus trucos. Si estoy en lo correcto, me comprarás unos zapatos de Dior.
—Apenas tengo para pagar el alquiler.
—Para eso existen los cupones.
—¿Estás segura?
—¿De los cupones? Creo que no tengo uno de Dior, pero puedo conformarme con Chanel...
—De dónde crees que está mi mamá.
Mica suspiró y se puso de pie, algunas cosas eran más fácil de decir sin tener que mirar al otro a los ojos. ¿Cómo convencerlo de que le creyera? Era algo más que intuición, aunque también podía estar equivocada. A veces le gustaría que todo fuera más simple. Recordaba el calabozo debajo de la vieja tienda de zapatos en Venezia, era una horrible pesadilla. Algunas veces todavía visitaba la calle, la tienda habiendo sido reemplazada por un bar, las personas bebiendo dentro sin imaginar los horrores que habían pasado debajo o la sangre que manchaba las alcantarillas.
Se acercó hasta la ventana y miró la ciudad fuera. Intentó recordar veces anteriores en New York, pero le resultó imposible. ¿Su primera vida? Tenía una buena idea. ¿Segunda? También, en ese entonces no era tanto renacer como revivir. ¿Luego? Todo era un borrón de imágenes y años, datos históricos y registros de la Iglesia. Sabía que había tenido varios casos en Europa, pero saber aquello era como saber respirar, algo natural e indudable.
—Manhattan es pequeño, y está lleno de iglesias —ella levantó una mano para dibujar con su dedo sobre el vidrio—. También está muy vigilado. La religión no es tan fuerte aquí como en Europa, pero hay bastantes suelos santos. New Jersey no. Esa zona está alejado de cualquier punto cristiano. Bianca sabe que yo buscaría en la ciudad, no en las afueras a menos que tuviera alguna pista. Y si tú ya estabas buscando de antes, entonces tampoco se arriesgaría.
—Puedo rastrearla. Si estás en lo correcto, y está en el área, puedo hacerlo.
—Necesitaré de tu habilidad con el violín.
—Puedo manejarlo.
—Entonces creo que podemos lograrlo.
—Gracias.
—Es mi trabajo.
—No, no lo es.
—Tienes razón. Pero me das comida gratis. ¡Y ahora tengo hambre!
Luc rio, y ella sonrió al darse vuelta para mirarlo. Le gustaba cómo habían resultado las cosas entre ellos, de desconfiados desconocidos a extraños compañeros. Casi se sentía culpable por todos los secretos de por medio. Pero había cosas que era mejor si él jamás sabía, tanto porque ella prefería guardar el silencio como para la seguridad del joven. Los secretos no eran mentiras.
—¿Por qué me miras así? —preguntó Luc.
—Me gusta mirarte.
—¿Por qué?
—Porque eres lindo. ¿Necesito un motivo?
—Los osos de peluche son lindos, no yo.
—Me gustan los osos de peluche. ¿A ti no?
—No es eso a lo que me refería...
—¿No te parezco linda?
—Eres hermosa —Mica sonrió al escucharlo y palmeó su hombro.
—Eres un buen mentiroso, Luc.
—No estoy mintiendo.
—Tampoco es bueno confundirse —ella intentó alejarse, pero él la detuvo al abrazarla por detrás.
—No lo estoy. Pero tenemos un trato, y recuerda que mi parte implica cuidar tu alma. Y a veces el alma necesita escuchar palabras lindas que son ciertas.
—Tienes una extraña visión al respecto —Mica puso sus manos sobre las de él—. Mi alma está muy marchita como para que tengas algo que cuidar.
—No es cierto. Solo necesita un poco de cariño —ella rio al escucharlo.
—¿Así es como se curan las almas? ¿Esa es tu teoría?
—Con aceptación y confianza, ese es el mejor remedio ante todo.
—¿Y el abrazo por qué?
—También ayuda.
—Puede ser... No estoy segura. Recibiste mucho cariño al crecer. ¿No?
—Sí.
—Se nota. Eres afortunado. No todos tenemos esa suerte. Haré lo posible porque todo termine bien para tu familia.
—Gracias.
—No puedo prometerte nada.
—He visto cómo eres. No necesito que lo hagas para creerte.
—Tengo que hacer unas llamadas.
Ella se escapó de su agarre sin pensarlo. Le gustaba la idea de que él cuidara su alma, pero su vida ya era un caos como para pensar en triángulos amorosos y en serio necesitaba arreglar cosas con la Iglesia si planeaba concluir el trabajo al día siguiente.
*
Escuchó a Mica hablar durante largos minutos en italiano por teléfono, sin que él lograra comprender palabra alguna. Luego siguió una larga discusión en donde intentó convencerla de que un croque monsieur era una comida real y deliciosa, aunque ella parecía espantada ante la idea de mezclar salsas y tostados. Luego la discusión fue porque ella no creía que tres fueran suficientes, cuando Luc nunca había visto a alguien comer más de uno.
Mica se fue, y volvió a la tarde con un bolso lleno de lo que ella llamaba sus juguetes. Se sentó en el suelo, vaciando su contenido y ordenando las armas según tipo y tamaño. Luc suspiró al sentarse en el borde de la ventana, supuso que eso era normal con ella. Cogió su violín de donde lo había dejado y distraídamente comenzó a tocarlo.
La ciudad siempre le resultaba hermosa al atardecer. Le gustaba el modo en que los edificios de ladrillo brillaban bajo el naranja del sol. Las personas solían ser más felices a la tarde por alguna razón, pensando en el placer de regresar a sus hogares o las expectativas de la noche. Era esa pequeña felicidad de haber sobrevivido a otro día, sin importar todo lo que había implicado.
Cerró los ojos y se perdió en su propia melodía, intento olvidar el incómodo encuentro con la vidente y las consecuencias que eso pudiera traer si ella había visto de más. Quizás no debería haber asistido, pero jamás se hubiera perdonado no estar para Mica cuando lo había necesitado. Intentaba no pensar en los horrores que esa chica debía cargar en su pasado, y cuánto la Iglesia había contribuido a crearlos.
Quería que todo terminara cuanto antes, y a la vez no. Le hubiera gustado conocerla en otra situación, hacer de ella su pequeño proyecto anual. Pero Zed ya bastante irritable estaba con el actual conflicto con los demonios, como para sumar a una enviada del Vaticano. Luc había visto la llamada perdida de su parte, pero había preferido ignorarla también. Solo tenía que aguantar un poco más, y entonces cualquier posible consecuencia recaería solo en él.
—¿Estás intentando usar esa cosa en mí? —preguntó Mica desde su lugar.
—No.
—Nunca vi a alguien con un don similar.
—Creí que cualquier músico hacía feliz a los demás con su trabajo.
—Si quieres un consejo, es mejor que lo guardes en secreto. Si alguien se entera de lo que eres capaz de hacer, podría intentar aprovecharse. Si la Iglesia se entera... —Luc se detuvo cuando ella no terminó su frase.
—¿Me quemarán?
—Yo no los dejaría. No puedo decir lo mismo de los demás especialistas. Si ellos te consideran una amenaza, querrán destruirte. Ese es el problema de la democracia.
—¿Por qué trabajas para ellos?
—El mercado laboral es limitado para una chica como yo.
—Con tus ahorros, no creo que necesites trabajar.
—Algo hay que hacer para matar el tiempo.
—Podrías hacer algo que te guste —Mica suspiró al echar su cabeza hacia atrás para poder mirarlo.
—Esto me gusta —respondió sonriendo—. Además, seamos sinceros, soy como un imán para demonios. Azazel jamás me dejará en paz, y tampoco podré descansar en paz hasta no encontrar a Zabulon. No hay otro estilo de vida para mí, ni aunque lo deseara. He pecado, y tengo que remediarlo.
—No siempre es así.
—¿Y qué hay de ti?
—¿Yo qué?
—Tu trabajo no-oficial —ella volvió a concentrarse en sus armas—. Deberías dejarlo.
—No es tan malo como crees.
—Si implica que te metas con demonios, sí lo es.
—No entenderías.
—Intento protegerte.
—Y yo a ti —ella se contuvo de reír.
—Nadie puede protegerme, Luc. No soy una cosa para ser cuidada. Soy un instrumento para matar.
Ahí estaba de nuevo esa molesta palabra. Cosa. Ella no se consideraba una persona, y no había vida alguna en sus ojos cuando hablaba así. No existía tal cosa como un ser vivo siendo un instrumento, él lo sabía mejor que nadie. ¿Pero cómo corregir siglos de mala enseñanza de parte de la Iglesia? No era la única, habían hecho lo mismo con todos sus seguidores, porque si obedecían sus reglas entonces, quizás, ganarían el cielo; pero si se atrevían a desviarse de la ciega obediencia, entonces ciertamente estaban condenados al infierno.
—¿Alguna vez escuchaste la frase: La France, fille aînée de l'Église? —preguntó él.
—Apenas entiendo tu inglés en medio de tu acento, no tengo la menor idea de lo que acabas de decir.
—Significa Francia, primera hija de la Iglesia, o hija mayor o como quieras traducirlo.
—Oh, créeme que la Santa Sede no tiene a Francia muy alto hoy en día con lo libertinos que son ustedes. No se tomaron muy bien eso de que ustedes griten ser un país laico.
—Es uno de nuestro valores. Liberté, égalité et fraternité. Somos todos iguales, sin importar nuestras creencias.
—Sé una cosa o dos de tu país —Mica sacó de debajo de su camiseta su cruz para enseñársela—. Están tan obsesionados con la libertad de pensamiento y la laicidad, que prohiben llevar símbolos religiosos visibles. ¿Cómo hacen con el asunto de la burka? Es un mal extremo, desear tanto la igualdad que prohiben las diferencias al punto de discriminar.
—Hubo un tiempo en que tus jefes eran muy fuertes en Francia, dominaban a tal punto que la mínima ofensa religiosa implicaba una condena de muerte. ¿Crees que a alguien simplemente se le ocurrió empezar a decir Par Bleu! y lo adoptamos porque era gracioso? ¿Quién jura diciendo Por Azul? Pero decir por Dios era un camino directo a la guillotina, porque era usar el santo nombre en vano.
—Estoy segura que eso aparece en la tablita de cosas que no hacer.
—Trabajas para esos mismos tiranos.
—¿Has intentando suicidarte, Luc? —Mica lo miró con sus grandes ojos verdes y él apenas pudo ocultar su sorpresa—. Claro que no, eres un chico bueno que quiere a su mami y disfruta de la vida. Es un pecado suicidarse. Un pase directo al infiero. No funciona conmigo. Piensa lo que quieras de mis jefes, pero ellos al menos me dieron una razón para seguir viviendo.
—No eres una cosa —Luc volvió a mirar por la ventana, retomando su melodía—. Y ciertamente no les debes nada. Deja de creer que vales menos de lo que en realidad lo haces, eso no es lindo como en tus libros rosas.
—El mundo no es lindo hoy en día.
El mundo era lindo, los humanos estaban dejando de serlo que era diferente. Los demonios estaban ganando con sus influencias. Y sin importar cuánto él tocara su violín, el efecto jamás sería permanente o algo más duradero que el oír de su melodía. Odiaba admitirlo, pero Azazel estaba ganando al haber implementado todos los estereotipos de belleza y la presión social por alcanzarlos. Los príncipes del infierno habían jugado bien sus fichas al disfrazar sus males bajo otros nombres para envenenar todo.
Se puso de pie cuando alguien llamó a la puerta. Internamente rezó porque no fuera Rufi para seguir recriminándolo por su actuar actual o peor incluso, que fuerza Zed, pero se relajó completamente al encontrar a Joanne al otro lado. Le indicó que hiciera silencio y terminó por salir del departamento antes de subir todo el camino hasta la azotea.
Las sombras ya comenzaban a pelear con la luz durante la puesta del sol, la temperatura disminuyendo, las estrellas intentando parpadear a la vida. Luc se sentó en el borde con su violín y miró enseguida la distancia a la que Joanne se detuvo de este. Mica no era una suicida, él pasaba mucho tiempo con una como para reconocer a otro enseguida. Y a Joanne a veces le dolía mucho el mundo, sobre todo cuando llevaba tiempo sin consumir como su rostro lo mostraba ahora.
—Ella tiene razón. Hay actividad demoníaca en la costa de New Jersey, cerca del aeropuerto Elizabeth —Joanne se abrazó a sí misma y frotó sus brazos con necesidad—. ¿Tienes mi dosis?
—Tienes que empezar a aumentar el tiempo entre estas —Luc le lanzó una bolsita y ella la atrapó enseguida—, o nunca las dejarás.
—¿A Michaela también le duele vivir? Hueles a su perfume caro.
—Ella no es como tú.
—Creo que es igual.
—Es lo opuesto.
—¿Y eso no nos hace iguales? Oscuridad en luz, y luz en oscuridad. Ella estuvo allí.
—¿Dónde?
—Durante las guerras. La recuerdo. Llevaba el cabello corto entonces, para que nadie le tirara de este, y nada podía escaparse a su ballesta. Parecía más fuerte que ahora. Perseguía y exterminaba a los demonios sin piedad, ni siquiera parpadeaba al ejecutarlos, y vivía cubierta de sangre. Recordaba entonces. Ellos le habían hecho algo horrible y su rencor era notable, su memoria todavía fresca.
—¿La conociste? —Luc no pudo ocultar la perplejidad en su voz.
—Cuando... Cuando no me creyeron la primera vez, pidieron ayuda de la Iglesia para ver si estaba mintiendo. Si lo hacía, o creían que era influenciada por un demonio en realidad, me hubieran ejecutado en el acto. Eso me dijeron. Enviaron una carta, y a las semanas la Iglesia envió a su mejor especialista —Joanne se estremeció ante el recuerdo—. Ella daba miedo. Las personas se arrodillaban ante su paso. Ministros, padres, nobles... Incluso Charles. El joven Charles. Si Michaela Servadio le hubiera dicho entonces que debía renunciar a la corona y vivir en la calle, él lo hubiera hecho sin dudarlo. Así de ciega era la confianza en ella, como si fuera alguna especie de jueza y verdugo celestial.
—Ridículo.
—Es cierto. Fue así. Todas esas pruebas que dicen que me hicieron para ver si era cierto... Mentiras. Michaela Servadio así lo pidió. Estaba desnuda frente a ella. No me tocó, no se acercó, ni siquiera me habló. Solo me miró antes de decirles al resto que no mentía, y entonces me entregó una espada. Recuerdo sus palabras. Las recuerdo cada mañana y cada noche. Me dijo que hiciera lo que quisiera, pero que luego no llorara si los ángeles no me salvaban de la misión que ellos mismos me estaban encomendando. No se equivocó.
—No deberías pensar así.
—No deberías subestimarla. Ella conoce este mundo, y a los demonios, mejor que cualquiera de nosotros. Nadie vino a ayudarme en Rouen.
—Lo siento.
—No creo que sea conmigo con quien deben disculparse. Algo le hicieron a Michaela para que guarde tanto rencor y odio.
—Existen reglas, Joanne. Hice un pacto de silencio y obediencia. Hay cosas que no puedo hacer.
—¿Y nunca te cuestionas si eso está bien o mal?
—Todo el tiempo, pero no por eso puedo obrar.
—Creo que Zed se está equivocando en algunas cosas.
—Todos podemos equivocarnos alguna vez.
—Está bien si no estás de acuerdo con él.
—Créeme, se lo hago saber a menudo.
Era, posiblemente, quien más le respondía a Zed y cuestionaba sus decisiones. Pero un soldado no dejaba de ser un soldado y, en el fondo, no podía desobedecer o contradecir a su general. No existía el libre albedrío dentro de la cadena de mando. Joanne era la excepción, la falla que debía ser supervisada para que no causara problemas. A Luc no le importaba tener que vigilarla todos los días por lo que durara la eternidad, si de ese modo ella era libre. A Rufi ciertamente no le importaba.
—¿Puedes preguntarle a Michaela si me recuerda? Sería lindo conocer a alguien así —murmuró Joanne con su mirada perdida en el atardecer—. Al menos mientras siga consciente. Luego todo pierde sentido.
—Su memoria no es como la tuya.
—Tampoco como la tuya.
—Es distinto.
—Su memoria solía ser perfecta. Michaela Servadio era capaz de decirte fecha y hora exacta de todo lo que había acontecido desde el siglo doce en adelante —Luc la miró extrañado—. Dicen que era de lo peor entonces, nadie se le escapaba.
—Mica recuerda algunas cosas de sus vidas pasadas, no todo.
—Supongo que los demonios hicieron su mejor intento. Es una buena estrategia —Joanne suspiró—. Yo hubiera hecho lo mismo. ¿Si no puedes matar a tu enemigo, por qué no limitarlo?
—¿Acaso yo...?
—Post-revolución —Joanne le ofreció una débil sonrisa—. Alguien tenía que ocuparse de que no nos guillotinaran a todos. Los demonios abusaban para causar asesinatos. Eran filas y filas de esperar tu turno para morir.
—¿Ella estuvo allí?
—Ya no era la misma entonces. Es una asesina, Luc, nunca olvides eso. Mató a varios perseguidores.
—Debería aparecer en los registros.
—Zed no te dará acceso si sospecha que ella está aquí. Pídele los registros de la primera guerra. Las cosas fueron bastante confusas para llevar un registro exacto, pero ella está ahí aunque Zed no lo sepa. Se hizo pasar por hombre entonces.
—No veo por qué aparecería en los registros entonces.
—Siempre fuiste un pacifista. Se fusilaban a los pacifistas entonces. Michaela tiene una tendencia a matar a quienes hacen esas cosas. Aunque ten cuidado con lo que le preguntes.
—¿Por qué?
—En una guerra, cuando tienes un prisionero confundido y es mejor que no recuerde cosas, no le haces preguntas para sacarle información que pueden llevarlo a lo que no quieres que recuerde —Joanne abrazó su bolsita con fuerza y se alejó unos pasos—. Tenlo en cuenta, es solo el consejo de una militar retirada.
—Una chica que le puso fin a un conflicto de más de cien años.
—Cualquiera puede ganar una guerra si escucha las voces correctas. Lo que no es fácil es lo que le sigue —él suspiró al escucharla, intentando no pensar en todo el daño que callaba.
—¿Puedes hacerme un favor más? Si vas a consumir, no estés cerca de Mica. Es mejor no correr ese riesgo. Se irá pronto.
—No puedo prometerte nada, sabes cómo me pongo.
—Al menos inténtalo. Yo también intentaré que no se crucen.
Joanne asintió antes de partir. Necesitaba solucionar eso cuanto antes, ella tenía un punto. Cuanto más tiempo pasara Mica cerca de ellos, más se arriesgarían a ser atrapados por Zed y nada bueno saldría de eso. McKenzie era prueba de las consecuencias. Cien horas. En silencio se prometió que no dejaría pasar el asunto más allá de las cien horas. Cumplido el plazo, Michaela Servadio debía abandonar New York, más por su propio bien de lo que ella creía.
Permaneció en la azotea hasta que anocheció por completo. Regresó a su piso solo para encontrar a Mica agotada en su cama, su bolso con todos sus juguetes dentro a los pies de esta y sin que pareciera algo lleno de cosas letales. Imaginó que para ella sería más sencillo en el pasado, cuando cargar armas no llamaba la atención y cosas como cazadores de demonios sonaban más normales que en estos tiempos modernos de incredulidad y desconfianza.
Se detuvo al pasar a su lado y ver que sus vendas estaban de nuevo manchadas de rojo. No podía seguir así. Si continuaba sangrando en vez de cicatrizar, terminaría por infectarse, y no necesitaba los conocimientos de Rufi para saber aquello. Suspiró al agacharse a su lado y coger un nuevo rollo de cintas del botiquín debajo de su cama. No pudo evitar sonreír al ver que sus uñas estaban prolijas y recién pintadas de negro, a pesar de cuan cortas las tuviera tras rompérselas durante el enfrentamiento de ayer. Eso parecía típico de ella.
Con cuidado quitó las viejas vendas, las heridas se habían abierto de nuevo aunque los cortes ya no parecían tan profundos o graves. ¿Qué clase de persona sujetaba un cuchillo por el filo? El tipo que de no hacerlo, estaría muerta. Él conocía esa desesperación entre sufrir o morir, la decisión no era difícil entonces, el dolor no importaba cuando la vida dependía de ello. Limpió la sangre, y apenas logró ocultar su sorpresa cuando sus delgados dedos se cerraron sobre los suyos. Levantó la mirada, solo para encontrarse con los ojos somnolientos de Mica.
—Tienes que dejar que cicatrice —Luc devolvió su agarre con delicadeza.
—Tenía que afilar las hojas y comprobar que cortaran.
—¿Te cortaste? —él apenas pudo controlar el horror en su voz, Mica rio al escucharlo.
—Fue un accidente.
—Tienes que ser más cuidadosa.
—¿Por qué te preocupas por mí? Nadie lo hace normalmente.
—Porque algunas personas son tontas, y se preocupan en silencio, cuando lo mejor es hacérselo saber al otro.
—Mañana.
—¿Mañana qué?
—Mañana le pondré fin a todo.
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