XIV


Mica disfrutaba de los pequeños placeres que la vida le daba luego de siglos estancada en ese mundo. Un estudio con una hermosa vista de Roma, una cuenta bancaria para cumplir todos sus caprichos luego de años siendo remunerada por sus servicios a la Iglesia, y la mirada de terror de cualquier idiota que se atrevía a cuestionarla cuando finalmente ponía un cuchillo contra su garganta.

Apenas contuvo una risita al ver el horror en la mirada de Rufi cuando se despertó. Se llevó un dedo a los labios para indicarle que guardara silencio y presionó más el cuchillo contra su cuello. Luc estaba durmiendo en la otra habitación, y por lo agotado que lucía y lo difícil que le había resultado conciliar el sueño, ella no deseaba que nada lo despertara. El chico merecía descansar un poco luego de lo que había sido su noche.

—¿Nos conocemos de antes? Me resultas familiar —ella entrecerró los ojos al acercarse más para observarlo mejor—. ¿Quizás te maté en otra vida?

—Las almas no están destinadas a reencarnar —Mica miró el viejo libro sobre su mesa de noche y sonrió sin poder evitarlo.

—¿Cristiano? Eso hace las cosas mucho más fáciles —con su mano libre cogió el rosario de debajo de su ropa y lo apoyó contra la frente de Rufi, luciendo decepcionada al no ver reacción adversa—. Ufa. Me gusta el olor a piel quemada. No eres demoníaco.

—¡Claro que no, mujer!

—¿Entonces qué eres?

—Alguien que salvó tu vida ayer y ahora estás amenazando.

—¿Y estás seguro que no te maté en otra vida? Me recuerdas a un sujeto muy famoso que asesiné, le gustaba pintar. También le gustaba aprovecharse de pintar el Vaticano para espiar y robar información confidencial. Tuve que callarlo cuando se metió en mis cosas —Mica deslizó lentamente el filo del cuchillo sobre su piel—. ¿Quieres saber lo que pasa si te metes en mis cosas?

—No.

—Chico listo. Ahora, tengo una pregunta muy importante que necesito que respondas.

—Con un cuchillo en mi cuello es difícil negarme.

—Se llama persuasión —Mica sonrió con orgullo antes de inclinarse más cerca—. ¿Por qué Luc no quiere una novia?

—¡Me tienes que estar...!

—No hables fuerte que Luc duerme —susurró ella.

—¿Crees que me importa el sueño de ese estúpido cuando metió a una loca a mi departamento?

—Sí, porque él es amable conmigo, así que tú lo serás con él —Mica se inclinó más cerca, bajando su voz y apretando el cuchillo hasta ver una brillante gota de sangre—. ¿Sabes por qué, Raffaello? Porque esta vez no seré tan gentil de matarte con veneno y hacerlo parecer una enfermedad. Me gusta que las cosas que mato, permanezcan muertas, sobre todo si es un fisgón como tú. Han pasado unos siglos. ¿Verdad?

—No sé de qué hablas.

—¿Qué se supone que son? ¿Una secta?

—¿Qué hice para merecer no dormir?

—Estoy despierta y tengo que molestar a alguien, así suele funcionar esto.

—Me compadezco de quien te soporte a diario.

—Nah, ya están acostumbrados. ¿Entonces? ¿Para quién trabajas? Y más importante. ¿Cómo puedo aprovecharme de eso?

—¿Esta táctica suele funcionar?

—Te sorprendería.

—No tengo negocios con la Iglesia.

—Entonces no te metas conmigo.

Mica saltó enseguida fuera de la cama al escuchar el ruido. Escondió el cuchillo detrás de su espalda y mostró su mejor sonrisa ensayada para situaciones así cuando Luc entró en la habitación. No estaba haciendo nada malo, solo dejando en claro algunos puntos. No confiaba en el enfermero colorido, más de lo que lo había hecho en el pintor tantos siglos atrás. Claramente eran la misma persona. ¿No? Tenían el mismo nombre. ¿O tal vez el caso estaba comenzando a afectarle?

Arabella la estaba torturando en sueños de nuevo, susurrando sus oscuros pensamientos dentro de su mente otra vez e intentando seducirla de regreso hacia el mal. Eso no podía continuar así, Mica no sabía cuan fuerte era su voluntad para tolerarlo. El rosario siempre era su última opción, no lo suficientemente creyente como para que fuera útil o le importara, solo una vieja baratija recuerdo de su promesa inicial de servir a la Iglesia; pero ahora mismo no podía negar que lo colgaba de su cuello por protección.

La cruz le quemaba a Bianca como el mismo fuego celestial. Esa era la excusa que no dejaba de repetirse para justificar el no tenerlo olvidado al fondo de su mochila. Arabella se burlaría de semejante acto patético.

—¿Qué está sucediendo? —la voz de Luc estaba cargada de sueño, como si eso no fuera evidente en su rostro y cabello despeinado.

—¡Metiste a una loca homicida, eso sucede! —Rufi la señaló sin dudarlo y Mica frunció sus labios.

—¡Te dije que lo despertarías por hablar fuerte!

—No importa, tenemos trabajo por delante —Luc ahogó un bostezo antes de mirarla—. ¿Puedes guardar el cuchillo? Te prometo que nadie te hará daño aquí.

—¿Y qué hay de mí? ¡Me amenazó con esa cosa! —se quejó Rufi.

—Al menos no te ató a la cama, eso hizo la primera vez que se metió a mi departamento.

—Me gusta dejar impresiones memorables —Mica le sonrió abiertamente.

—Lo logras.

Ella lo siguió fuera de la habitación, cargando su cuchillo como si fuera una niña con su muñeca. Era cierto, tenían trabajo que hacer. Dejó el arma a un lado y se sentó en la mesa de la cocina tal como Luc le señaló. Con diversión lo observó revisar el refrigerador, mascullando adormecidos insultos en francés y pateando a un lado las incontables chucherías que Rufi tenía tiradas en su desordenado piso.

No podía evitar mirarlo con otros ojos ahora. Eso era lo que la verdad lograba, cambiar las percepciones de las personas. Antes había sido un pagano jugando con artes oscuras, pagando por su curiosidad, un potencial aliado de demonios. Ahora... Ahora solo era un chico, que había hecho un trato para no ser un soldado.

Luc tenía la paciencia y frialdad necesaria para esa vida, Mica lo había visto mantener la calma sin importar la situación o ni siquiera parpadear ante las heridas que veía, pero su alma era sensible. Delicada y empática, necesitando solo un rato junto a alguien para aprender a ser compasivo y querer protegerlo. Así había hecho con Joanne, y con McKenzie... y con ella. Un chico queriendo hacer el bien, aunque igual era ingenuo al creer que estaba a la altura de la situación. Un joven preocupado por su familia, dispuesto a hacer cualquier cosa por cuidarla y recuperar lo que había perdido.

—¿El trato que tienes con tu jefe es malo? —Luc no se dio vuelta al escucharla.

—No. Es bastante bueno, cuando no pasan desastres como estos con demonios y la Iglesia. Mi jefe es un cabrón y yo también, así que la relación no es de lo mejor, que esto lo ponga tenso no ayuda.

—¿Desearías librarte de ese trato?

Era una oferta fuera de lo usual, contra cualquier política de solo apegarse a asuntos demoníacos, pero no podía ignorar la herida cosida en su torso. Si Luc no la hubiera salvado, el detener el nexus meus se habría retrasado unos buenos años. Y ella estaba dispuesta a devolverle el favor, pero él no se inmutó mientras rompía huevos en una sartén.

—No —respondió tras largos segundos—. Me gustaría que fuera mejor, pero la otra opción... Lo que era mi vida antes... Eso no era vida para mí. No quiero regresar a eso. Sé que no me entiendes, pero al menos así siento que en serio puedo cuidar a quienes me importan y proteger lo que aprecio.

—Has dormido a mi lado, sabes de mis pesadillas —él guardó silencio, y ella no pudo evitar sonreír ante eso—. Sé que lo haces, no tienes que fingir que no por respeto o lo que sea que creas. Son muy fuertes últimamente.

—No te gusta que se metan en tus cosas.

—No.

—Parece que la pasas muy mal en tus sueños.

—Sí. Por eso mato.

—Eso no suena normal, ni psicológicamente correcto.

—Te lo dije, Luc, fui exactamente como tú una vez y estuve en tu mismo lugar ahora. Pero no hubo nadie para ayudarme, y esa niña se rompió tanto... Temo que no quedó nada de ella, y sus peores memorias son mis pesadillas. Mato a quienes disfrutan de hacer eso, romper personas inocentes y hacer que ni la eternidad misma pueda recomponerlos. Pero si preguntan, di que lo hago por venganza, así suena cool. Lo disfruto mucho.

—¿Qué piensas de la justicia?

—Una bonita ilusión poética. La vida no es justa.

—El ser humano cada vez es más sensible, con cada siglo es más juicioso por eso también. Los demonios los influencian en ese sentido, así pueden dividirlos con opiniones contrarias y aprovecharse de ello —Luc dejó un plato de huevos revueltos delante de ella y se sentó en frente—. Debates por guerras, abortos, castigos, creencias, gustos, sexualidad... Engañan con sus mentiras, disfrazando la censura con los dichos políticamente correctos, haciendo pasar la esclavitud por trabajo fuera de horario no remunerado, destrozando los sueños al decir que no te darán de comer como un trabajo normal lo haría. La definición de justicia fue tan modificada, que ya no existe. ¿Libertad bajo fianza? ¿Imputabilidad por edad o enfermedad? ¿Reducción de condena por buen comportamiento?

—Estoy empezando a sospechar que eres casi tan cruel como yo en el fondo.

—¿Qué dice tu viejo libro sobre la justicia?

—Algo sobre piedad y compasión. Nunca lo leí la verdad, es muy largo y aburrido, pero el padre David no deja de repetir de ser buena con el prójimo.

—La piedad es para un error, no para un crimen. ¿Perdonarías a un asesino solo porque se arrepiente?

—¿En qué parte de tu discurso de justicia entro yo, si soy una asesina?

—La justicia debería ser implacable. ¿Tu libro no menciona eso con el tema de los ángeles?

—Me salté el apartado del grandote y sus hombre-palomas —Mica hizo una mueca.

—Tu Iglesia habla de piedad, cuando la justicia divina es la más dura y cruel que existe. No hay piedad para los pecadores. Las personas hablan de ángeles como seres pacíficos y bondadosos, pero huyen y los señalan como demonios cuando ven sus verdaderos rostros, porque un ángel con una espada no dudará en hacer correr la sangre de todo a quien considere culpable de algo. No eres muy diferente a eso.

—Tengo sangre de demonio, no de ángel —ella sonrió ante esa tonta comparación.

—Los demonios más viejos y poderosos, fueron en un momento ángeles que luego cayeron —él estiró una mano hasta poder tocar el interior de su muñeca—. La sangre es la misma, son tus acciones lo que determinarán qué eres. Eso es lo que creo.

—No me conoces, pagano —Mica retiró su mano enseguida, manteniendo su sonrisa—. No sabes cuan corrupto es este cuerpo, o cómo soy en realidad. Solo ves a la chica que se controla. No te culpo, a mí también me gusta más esta versión.

—¿Quién te convenció de tan dura opinión?

—El espejo —picó un poco de comida con su tenedor y se lo llevó a la boca—. Está bueno.

Soltó un quejido al escuchar su móvil. ¿Qué tenía el mundo con no dejarla comer? Estar pasando el rato con un cocinero era definitivamente la mejor decisión que había tomado en mucho tiempo, cuando Luc cocinaba cosas decentes o que al menos ella podía pronunciar bien. ¿Y alguien quería privarla de tal beneficio? ¡Ya bastante estaba trabajando tiempo completo! Merecía comida gratis por el simple hecho de tener que lidiar con el demonio blanco.

De mala gana cogió el teléfono. Le había dicho al padre David que estaba entera al despertar. ¿Qué más podía pedir el hombre? Aunque no era él, tampoco Alessandro lo cual comenzaba a ser inconveniente. Necesitaba mejores compañeros. Andrea seguían insultándola, aunque Mica debía declararse culpable por seguir molestándolo por su nombre. Por descarte, quedaba solo una persona a quien le había enviado un mensaje y esperaba su respuesta.

—¿Tienes cinco minutos? —la voz de Willa sonaba tan aburrida como era habitual cuando respondió—. Tengo este sujeto al cual acechar y me estoy aburriendo.

—Te llame hace horas. ¿Por qué decides contestarme cuando estoy comiendo? —Mica no ocultó la molestia en su voz.

—No lo sé. Es divertido. La gula es un pecado, Michaela. El tuyo en particular. ¿No deberías controlarte?

—¿Sigues teniendo una relación con un demonio?

—¿Sigues queriendo mantener tu pequeño secreto?

—Estoy en New York y tengo que encontrar a alguien. Necesito uno de tus contactos.

—Bohdana Prezvik.

—¿Cómo siquiera se escribe eso?

—No necesitas escribirlo, solo ve y dile que yo te envío.

—Bandana.

—Bohdana.

—Bu Dana.

—Te odio.

—De nada.

—¿Quieres saber dónde encontrarla o no?

—Me encantaría.

—Sexta y cincuenta y siete.

—Eso suena como una triple intersección. ¿Existe?

—¡No! Sexta avenida, y calle cincuenta y siete.

—¿Dónde es eso?

—¿Tienes un problema de comprensión?

—No puedo pensar y comer al mismo tiempo —Mica llevó otro tenedor a su boca—. ¿Entonces?

—¿Sabes dónde está la sexta?

—No.

—¿La quinta?

—Oh, he gastado mucho en la fifth.

—Pues la sexta, está al lado de la quinta.

—¿Para la derecha o la izquierda?

—Para el oeste.

—¿Y eso es...?

—Solo busca la sexta —Mica sonrió con diversión ante la notable irritación de Willa mientras seguía masticando.

—¿Y luego?

—Estás en New York. Los números suben para un solo lado. Ve al norte hasta la cincuenta y siete.

—Son muchas calles...

—¡Es a dos calles de Central Park!

—Central Park es muy grande.

—Agarra un mapa.

—No tengo.

—Pues busca uno.

—No.

—¿Sabes dónde queda la escuela de arte?

—No.

—¿Alwyn Court?

—Ni idea.

—¿Carnegie Hall?

—¿Es un lugar de comida?

—¿El salón ruso del té?

—Oh, ese sí —Willa resopló con frustración al otro lado—. Hacen un excelente té. Estuve ahí la otra tarde.

—Por supuesto, no tienes nada de cultura excepto que implique un gasto excesivo... Al lado vive Bohdana. Tiene un letrero gigante en la calle que dice psíquica. ¿Cómo no recuerdas la dirección?

—No le presto atención a muchas cosas...

—Solo ve ahí. Lleva algo de la persona que quieres buscar.

—¿Sabes algo de Alessandro?

—Sigue en Brasil.

Terminó la llamada, Willa no era especialmente de su agrado para mantener una conversación. Demasiado fría y calculadora, del tipo sin paciencia que no dudaría en asesinar a cualquiera que le resultara conveniente. Pero era una especialista en sujetos con sentidos paranormales, y tenía una memoria exacta. También era malvada y chantajeaba a todos, Mica algún día mataría al sujeto con quien salía.

Luc la miraba del mismo modo que seguro ella lo miraba cuando lo escuchaba hablar en francés. Cierto, eran dos personas opuestas en cada sentido posible, sin siquiera compartir su lengua materna o cultura, y apenas pudiendo comunicarse en una ciudad mundial con un idioma dicho universal. Le gustaba su acento francés, quizás a él también le gustara su acento italiano. Había cierta fascinación en esas pequeñas diferencias, tan simples e íntimas a la vez.

—¿Andas lo suficientemente despierto para salir? Tengo una visita que hacer, y al menos hasta que mi herida se cierre me vendría bien un poco de compañía.

—Solo me quieres por mi violín —Luc no la miró al comer también.

—No, en realidad necesito una carnada en caso que las cosas salgan mal.

—Adoro tu sinceridad.

—Lo sé. Y yo adoro que me des comida gratis.

—Un trato es un trato.

Luc levantó un puño, y Mica tardó unos segundos en comprender que debía chocarlo con su propio puño. No pudo ocultar su sorpresa al hacerlo, y luego sonreír ampliamente. Era la primera vez que alguien hacía eso con ella. ¿Significa entonces que ya eran amigos? ¿Había hecho un nuevo amigo? No recordaba la última vez que había logrado algo similar.

Intentó que su felicidad no fuera muy evidente, las demás personas siempre tenían problemas para aceptarla como era y por eso le costaba relacionarse con cualquiera excepto el padre David. Pero con Luc... ¿Había prueba de amistad más sincera que desayuno casero recién hecho?


*

Rufi estaba cabreado. En ese caso, solo quedaba huir. No era como si Luc pudiera culparlo, él sabía de primera mano que no era una bonita experiencia despertarse con Mica amenazándolo. Pero luego de mucho pensarlo, había llegado a la conclusión que si la chica en realidad deseaba hacer daño, lo hacía en vez de perder el tiempo. Un pensamiento frío y cruel, pero cierto. Si Mica hubiera querido matarlo, Rufi ni siquiera hubiera despertado.

Tendría suerte si lograba concluir el asunto antes que Zed se enterara, y posiblemente lo asesinara por eso. Se repitió en vano que no estaba cometiendo traición, no había roto ninguna de las reglas fundamentales. Seguía respetando el pacto de silencio, estaba cumpliendo con el periodo de abstinencia a pesar de que llevaba días deseando una cerveza, y no se había visto involucrado directamente en ninguna pelea.

Suspiró ante eso último, Mica no debía imaginar que lo había salvado en ese sentido. Bien, tal vez había cometido un desliz al exponerse frente a tantos con su violín, pero a veces algo así era inevitable. ¿No era Rufi quien había sugerido eso mismo, solo para lograr silenciar a McKenzie definitivamente? El viejo no despertaría jamás, era un caso cerrado.

Se repitió que había hecho lo que había hecho para salvar a la chica, tan cliché como eso sonara. Se negaba a tocar nota alguna con mala intención. En su cabeza, su música solo debía existir para distraer a las personas de sus problemas cotidianos y lograr que su madre sonriera con orgullo. Incluso Mica había sonreído con felicidad al escucharlo tocar la primera vez, tan ingenuamente feliz como solo ella podía ser.

—Willa dice que esta tal Bandana debería ayudarnos —comentó Mica caminando hacia atrás para poder estar frente a él mientras se dirigían al subway.

—¿Una amiga tuya?

—Otra especialista, en personas con sextos sentidos o como sea. Bastante aburrido, tienes que vigilarlos hasta tener pruebas de que andan haciendo algo malo para poder exterminarlos. No es sorprendente entonces que siempre esté de tan mal humor. Me trata muy mal a veces.

—Entonces ella no debería importarte.

—Lleva en el equipo casi tanto como yo, solo que su memoria es mejor.

La tristeza fue evidente en su mirada. Él había comprendido, luego de días observándola, que su memoria era un tema delicado con ella. ¿Era la única de su tipo con recuerdos tan difusos? Mica tenía cuidado de no dar mucha información sobre los demás, nada que pudiera ser utilizado en contra de alguno. Pero si de algo estaba seguro, era que no deseaba verla triste.

—Mi memoria también es bastante mala —se encogió de hombros con indiferencia cuando esos grandes ojos esmeralda lo miraron con curiosidad—. Y Rufi definitivamente tiene mejor memoria que yo. Cosas que pasan. ¿Y qué clase de nombre es Willa?

—¡Verdad! Yo también creo que es muy raro. Según ella, es inglés. William y Willa, o Michaela y Michael, o Luc y...

—Lucille —él sonrió al completar su frase por ella ante su desconocimiento.

—¿Por qué cuando tú lo pronuncias, suena lindo?

—No escuches a otros cuando quieren hacerte daño, tu felicidad no debería depender de la opinión ajena.

Quizás eso era lo que principalmente estaba mal en el mundo, en algún momento las personas habían dejado de ver las palabras de los demás como una sugerencia y comenzado a considerarlas un juicio a aprobar. ¿Cuándo ser aceptado por el otro se había convertido en algo más importante que aceptarse uno mismo? ¿Cómo era posible que la opinión ajena definiera el valor de uno?

La sonrisa de ella vaciló un instante al escuchar su móvil antes de pretender que no le afectaba. ¿Quién sería esta vez? ¿La Iglesia para increparla por sus pecados? ¿Sus compañeros para hacerla sentir mal? ¿Lo que sea que fuera el sujeto con el que siempre discutía por mensajes? Pero Mica lo ignoró, y al menos durante le viaje en subway, parecía feliz. Eso era suficiente.

Intentó entrar al salón ruso del té. Aun considerando la hora y que no cumplía el código de vestimenta, ella se distrajo hablando con el portero en un intento por lograr pasar y Luc tuvo que cogerla por el brazo para seguir adelante. Cuando todo estuviera resuelto, él mismo la llevaría a tomar el té si eso deseaba. Conocía un lugar japonés que era el mejor de la ciudad, y ella había mencionado adorar Tokyo. Le mostraría las noches de películas en las azoteas de los edificios, los domingos de sabores en los diferentes mercados callejeros que la ciudad ocultaba y el simple placer del cotidiano.

—Estoy buscando a Bohdana Prezvik —anunció Mica en la puerta de al lado y la joven que los atendió la observó con desinterés.

—¿Tienen una cita?

—No.

—Mi tía no atiende a nadie sin una cita previa.

Mica resopló y echó su mochila hacia delante para buscar dentro. Por un momento Luc temió que fuera a sacar un arma y amenazar a la chica en medio de la vía pública para obligarla a dejarlos pasar. Era solo una menor, posiblemente una estudiante queriendo ganar algún dinero extra trabajando para su tía. Debía haber mejores modos de hacerle entender que era una emergencia. Pero Mica solo sacó un pequeño portadocumentos de cuero con el sello papal encima y se lo entregó. La joven lo miró con curiosidad antes de volver a fijarse en ella.

—¿Es esto auténtico? —preguntó levantando una ceja.

—¿Por qué traería algo así si no lo fuera?

—La palabra exorcista está tachada —Mica hizo una mueca al escucharla.

—No me llevo bien con la paciencia que eso necesita. ¿Podemos pasar?

Él contuvo una mueca de solo intentar imaginarlo, Mica no parecía del tipo con la paciencia necesaria para realizar un exorcismo. La joven finalmente los dejó pasar, y ella recuperó su documento una vez adentro. Era extraño como hasta ese momento había parecido más normal en cierto modo, aunque lidiar con personas como ella era algo normal para Luc. Mica nunca había mentido sobre su profesión, y para él siempre había sido la enviada del Vaticano, pero de ser así a ver un documento oficial...

Ella podía bromear y restarle importancia, pero en serio estaba comprometida con su causa y su Institución si cargaba esos papeles y los mostraba con tanto orgullo. Él solo podía pensar en quemarlos. Se sentía como esa vez de niño que había encontrado un cachorro en la calle y lo había llevado a su casa, solo para que su madre lo obligara a devolverlo al ver que tenía un collar y una placa con los datos de su verdadero dueño. Había odiado a su madre por días por eso. El estado del cachorro había sido lamentable cuando él lo había cogido, desnutrido y lleno de pulgas, y con cariño lo había bañado y alimentado, solo para entregárselo a un hombre que le había gritado a la criatura por escaparse y lo había golpeado.

Pero el mundo era así, cruel y retorcido en algunos casos, y a veces imposible de reparar. Sin nada que pudiera hacer en situaciones así. Y a su lado, solo podía imaginar a Mica con su delicada cadena de oro pagada por todos quienes creían que la limosna a la Iglesia tenía fines nobles, y con sus dueños detrás tirando de ella o golpeándola cuando hacía algo que no les complacía.

—¿Estás bien? Luces pálido —ella le ofreció una amable sonrisa al mirarlo.

—Solo cansado —respondió él, pero Mica fue rápida en guardar sus papeles al notar el efecto.

—Será rápido y habremos acabado.

Sabía que ella solo se refería a la visita, pero sus palabras se sintieron como un todo. Solucionarían rápido lo pendiente, Mica regresaría a Roma, y todo habría acabado; porque esa chica podía sonreírle, pero eso no cambiaba la realidad o lo que eran. Ella volvería a cumplir con sus deberes, y él a sus reuniones con Zed y el resto para escucharlos despotricar contra la Iglesia y decir que personas como Michaela Servadio debían ser eliminadas.

Suspiró sin poder tolerarlo más y desvió su mirada. El lugar donde estaban tampoco ayudaba. Quería decirles a todas las personas sentadas en la sala de espera que no encontrarían ninguna solución mágica allí. Un viudo queriendo hablar con su difunta esposa, colegialas esperando saber sobre el amor de sus vidas, parejas queriendo una bendición para su futuro, mujeres de negocios esperando previsiones... Así no funcionaban las cosas. Perdían tiempo, y dinero.

Estaba demasiado cansado, de lo contrario habría comenzado a tocar su violín solo para que ellos se olvidaran de sus preocupaciones y fueran felices. Jugar con lo paranormal de ese modo no estaba bien. Agregó eso a la lista de cosas por las que sería castigado algún día. Zed cerraría ese lugar enseguida de saber que la persona que atendía tenía un don real. Ni siquiera le había mencionado a Rufi a dónde habían ido.

La joven que los había recibido los llevó hasta una sala que solo complementaba todo el circo del misticismo. Bolas de cristal en estanterías, cartas del tarot repartidas sobre una mesa, pancartas sobre lectura de manos... Pensó en su madre, enseñándole a hacer oídos sordos ante las burlas, en su familia del café obligada a huir del sur por la discriminación. Aun si ese negocio era real, era una burla, y causaba más daño que bien a los demás practicantes.

La mujer al otro lado de la sala se había sacado su túnica y estaba en ropas ordinarias disfrutando de un café. Supuso que con una enviada del Vaticano, no necesitaba todo el teatro. Lucía seria y casual, como otra oficinista más en medio de su jornada. Una muestra de lo falsa que resultaba.

—No eres Willa —comentó la mujer sin siquiera mirarla y Mica tomó asiento sin problema.

—No, pero necesito un favor y tú necesitas que la Iglesia siga tolerando tu negocio.

—Absolutamente legal.

—Jugar con fuerzas más allá del control humano no es correcto.

En eso debía de estar de acuerdo con ella. Bohdana finalmente les prestó atención, solo para que su mirada se detuviera en él más de lo que le hubiera gustado. Se repitió que ella no tenía modo de saber la verdad, aunque igual de rápido que lo había mirado, Bohdana se fijó en Mica y con aburrimiento se sentó frente a ella al otro lado de su mesa envuelta en terciopelo verde. Con su oscuro cabello recogido en una coleta y su dorada piel maquillada, la mujer estaba lejos de su teatro habitual.

—Tu mano —pidió Bohdana y Mica las sostuvo con recelo contra su pecho.

—¿No viste que vendríamos? ¿No se supone que puedes hacer eso?

—Así no es cómo funciona —la mujer rodó los ojos con molestia—. No te ayudaré, si no me dejas ver primero que eres confiable.

—¿Mi palabra no basta?

—Entenderás mi desconfianza hacia los mestizos, no todos ustedes se separan de sus progenitores.

—Puedes estarte tranquila, los problemas con papi son muy fuertes de este lado.

—Es confiable —dijo Luc y Bohdana lo examinó con lentitud antes de asentir.

—Bien.

—¡Ey! ¿Por qué su palabra es suficiente y la mía no? —se quejó Mica.

—Por alguna razón yo soy la vidente y tú la asesina.

—Especialista.

—Eso no quita la sangre de tus manos.

Mica resopló como una cría en medio de un berrinche, y miró sus manos vendadas como si fueran las culpables. Sus cortes no se habían cerrado del todo, las cintas estaban manchadas con tierra y sangre seca por ser demasiado activa como para tener el reposo debido. ¿Estaba mal que él no supiera qué hacer? Por un lado, obligarla a descansar para recuperarse, por otro, solucionar cuanto antes el asunto.

—Soy confiable —murmuró Mica con tristeza de modo que Luc apenas llegó a oírla, Bohdana no.

—¿Entonces qué los trae por aquí? —preguntó Bohdana.

—Willa nos envía, necesitamos tu ayuda para encontrar a alguien.

—Willa es más educada.

—Es más falsa también, prefiero la honestidad y mostrarme cómo soy.

—¿Tu compañero igual?

—Yo le pedí ayuda para encontrar a esta persona —admitió Luc.

Sintió la mirada de Bohdana de nuevo sobre él, y pretendió mantenerse impasible solo por Mica. Ella se mostraba despreocupada y casual como siempre, pero Luc había notado la tristeza en sus ojos y el modo en que ya no sonreía. Lo cierto era, esa chica había crecido siendo discriminada por su sangre y cualquier recordatorio de su ascendencia la lastimaba. ¿No era ese suficiente fundamento para sostener su repulsión a la Iglesia? ¿Los mismos hombres que la condenaban por lo que era también se aprovechaban de ella para usarla como un arma? Eso era jugar sucio, coger a una niña pequeña y señalar todo lo mal en ella convenciéndola que el único modo de arreglarse era con ciega obediencia y fiel servicio.

Odiaba el rol que estaba jugando, serio y de pie detrás de ella como un centinela más, había renunciado a esa vida demasiado tiempo atrás, pero si ese era el único modo de lograr que Bohdana colaborara sin lastimarla... Entonces Zed estaría orgulloso de verlo por una vez acatar las reglas de conducta y comportamiento. Si Mica estaba allí exponiendo su frágil alma ante el juicio de una desconocida, entonces lo mínimo que él podía hacer a cambio era cuidarla.

—Eres por mucho lo más extraño que ha pisado mi oficina, y eso es mucho decir considerando la chica que te acompaña —respondió ella—. ¿Entonces?

—¿Cómo se llama tu mami? —preguntó Mica mirándolo y él casi sonrió ante su inocencia.

—Angelique Monange.

—¿Eres adoptado? —Luc tuvo que repetirse que la violencia no era lo suyo al momento de mirar a Bohdana—. Necesito algo de ella para rastrearla.

Se dijo que no todas las personas con dones extraordinarios eran así, él hubiera dado con placer su vida por sus chicas del café, pero esta mujer estaba logrando ponerlo de los nervios y eso no tenía nada que ver con su impaciencia por solucionar el asunto o el modo suspicaz en que ella no dejaba de mirarlo. Rebuscó en su bolsillo antes de entregarle las llaves de su piso. Su madre había hecho el llavero, le había sonreído al decir que era un amuleto de protección mientras sus ojos brillaban con lágrimas de tristeza y orgullo porque su hijo se independizara. Luc jamás las había encontrado, pero sabía que había hebras de su cabello en la gruesa cinta de macramé, porque no existía mejor símbolo de protección que el instinto de una madre hacia su hijo.

Bohdana cogió el llavero entre sus manos y cerró los ojos en concentración. Frunció sus labios con disgusto. Luc no necesitaba ser un experto, para imaginar que su madre estaría rodeada de energía demoníaca, lo cual podría dificultar el rastreo o causar una mala sensación. Confió en que ella fuera fuerte y resistente como siempre había sido. Nada demasiado malo podía haberle ocurrido, porque si ese fuera el caso, él jamás se lo perdonaría por haber permitido que sucediera bajo su guardia. Odiaba a Zed más que nada por haberle hecho llegar tarde a su turno esa vez. Si hubiera estado allí... El demonio blanco era demasiado fuerte, pero por proteger a su familia él hubiera tocado el violín hasta que sus dedos sangraran y su cuerpo desistiera.

—Hay mucha agua —comenzó Bohdana y Mica puso los ojos en blanco.

—Es Manhattan. Estamos rodeados de agua.

—Aviones.

—Los neoyorquinos tienen un trauma desde el nueve once. ¿No?

—No ayudas —murmuró la mujer con los labios apretados—. Está oscuro.

—A los demonios no les suele gustar la luz.

—Cerca del jardín sin plantas —Mica se enderezó al oírla.

—Ahora, eso sí es un indicio. ¿Hay más info?

—No soy el Google Maps, es difícil ver entre tanta energía demoníaca —respondió Bohdana sin ocultar su enfado.

—Entonces no eres tan buena.

—Hay algo más. Un mensaje, escrito en rojo.

—¿Qué dice?

—Dulces sueños, Arabella.

El chirrido de la silla contra el suelo casi lo hizo estremecer. Mica no dijo nada al ponerse de pie y salir de allí sin darle oportunidad a nada más. Bohdana no se inmutó, simplemente dejó el llavero a un lado como si el trabajo ya estuviera hecho y posó sus entrometidos ojos en él, esperando por una respuesta.

Había respuestas más importantes de por medio, y solo Michaela Servadio las tendría.

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