XII
Más rápido. Más rápido. Más rápido.
En medio de la oscura noche, sus pasos no hacían ruido alguno mientras corría por las estrechas callejuelas de Venecia, aunque no podía evitar los eventuales chapoteos del agua acumulada en el empedrado. Sus prendas se pegaban a su cuerpo luego de haber estado dentro de un canal, el frío se calaba hasta sus huesos. ¿Cuánto tiempo llevaba huyendo? Necesitaba moverse más rápido.
La chica que cargaba en su espalda gimió llamando a su madre, ya nadie respondería. Ella apuró el paso al saber que le quedaba poco tiempo. Poco le importaba estar dejando un rastro de sangre y agua a su paso. Necesitaba correr más rápido. Solo unos cientos de metros más, podía hacerlo. El peso extra la obligaba a ir por tierra, pero podía lograrlo. Tenía que lograrlo. Sería el único modo de demostrarse que podía ser buena también.
Las calles se encontraban completamente vacías por las horas, las personas aterradas en sus hogares por las leyendas de demonios acechando y cumpliendo religiosamente el toque de queda por protección. Semanas atrás, había reído con orgullo al ser una de esas historias, ahora solo podía pensar en todos los males que ocultaba la oscuridad y podrían atraparla. Los había perdido demasiada distancia atrás, pero de todos modos podía sentirlos persiguiéndola en alguna parte.
Se vengaría. De todos y cada uno de ellos. Los cazaría uno por uno, aunque le tomara toda la eternidad. Los rastrearías hasta sus oscuras madrigueras, y entonces los obligaría a ponerse de rodillas antes de rebajar sus gargantas. Su único dios siempre había sido la venganza, así que pondría su cuerpo al servicio de cualquiera que se la prometiera a cambio. Poco le importaba tener que recurrir al mismo carnicero, si este ponía un cuchillo en su mano y le señalaba a los culpables.
Cruzó la Piazza San Marco cuando se había jurado que solo pondría un pie allí para incendiarla. El aire se sentía tóxico, una punzada de dolor atravesó su corazón como si los mismos ángeles de piedra que la rodeaban desde las alturas la atacaran con sus armas invisibles. Continuó a pesar de todo. Había luz en su mirada. Era capaz de pronunciar nombres sagrados sin trabarse y tocar objetos benditos sin quemarse, si se esforzaba podía incluso rezar sin que las palabras fueran dolorosas.
Subió desesperadamente los escalones de la basílica, ignorando todos los impulsos de su cuerpo que le rogaban el correr en la dirección opuesta. Los demonios no podían pisar terreno sagrado. Los demonios no eran capaces de permanecer mucho tiempo en la Piazza San Marco. Los demonios eran repelidos por los símbolos religiosos. Se repitió eso una y otra vez mientras su voluntad luchaba por ser más fuerte que el rechazo de su cuerpo.
La puerta estaba cerrada. La empujo de una patada pero no cedió. La chica en su espalda estaba dando sus últimos suspiros. Sintió la urgencia invadirla mientras el tiempo se acababa. Apretó los dientes y embistió con su hombro la pesada puerta de madera. Algo crujió. El dolor le arrancó un grito. Repitió la acción sin detenerse hasta que la cerradura cedió y trastabilló dentro de la basílica.
Apenas logró mantener el equilibrio lo suficiente hasta llegar al frente del altar principal. Cayó al suelo sin poder evitarlo, el cuerpo de la joven terminó delante de ella. El aire quemaba en sus pulmones y al levantar la cabeza no pudo ver nada más que las duras miradas de todos los ángeles al juzgarla. Pinturas, esculturas, vidriales, todos ellos estaban en lo correcto al mirarla como la intrusa que era.
La joven tosió, y ella se acercó para estar a su lado. Cogió su mano sabiendo que era demasiado tarde. Su cuerpo estaba lleno de cortes y golpes, la carne podrida e infectada en algunas partes, su bonito rostro deformado por tanta agonía que había sufrido, pero aun así estaba sonriendo y por primera vez desde que la había conocido, las cristalinas lágrimas que se deslizaron fuera de sus ojos no fueron de dolor o miedo.
—Estás en casa, ya puedes descansar.
La joven dio su último suspiro, y ella sintió su corazón terminar de romperse con ese acto. ¿Qué había hecho? Sostuvo su mano con fuerza entre las suyas y levantó la mirada esperando que los santos tuvieran alguna respuesta a su situación. Gruesas lágrimas se deslizaron por su rostro hasta caer al suelo. Los seres sin alma no eran capaces de llorar. ¿Significaba eso que todavía existía salvación para ella?
El padre responsable no tardó en aparecer ante semejante ruido. A juzgar por su arrugado camisón y alborotado cabello, lo habían sacado de la cama. Ella se mantuvo de rodillas, el torturado cuerpo a sus pies. El hombre gritó al ver la grotesca escena, pero calló tan pronto como ella lo miró con su rostro lleno de lágrimas y desesperada por un poco de piedad. ¿El arrepentimiento valía?
—Ella merecía morir con sus ángeles —su voz tembló por el llanto contenido—. Por favor, ayúdeme a darle el sepulcro correspondiente. Ella merece el cielo.
—Es deber de San Piero juzgar aquello —respondió el padre.
—Por favor. Se lo suplico. Perdóneme, padre, porque he pecado —su voz se rompió al no poder soportarlo más—. Soy una huérfana producto de un pacto diabólico, jamás conocí a mi padre y mi madre fue condenada por sus prácticas, he asesinado a inocentes y torturado a más hasta que me suplicaron por sus muertes, he obrado junto a demonios y codiciado ser como ellos, he fornicado fuera del matrimonio y blasfemado sobre nombres santos. Cualquier pecado habido y por haber, lo he cometido sin remordimiento alguno. He intentado terminar con mi vida en vano. He querido ahogarme en agua bendita sin éxito alguno. Temo que estoy condenada a padecer una eternidad, privada del descanso mortal. Me arrepiento de haberme dejado influenciar por Azazel y haber obrado bajo su comando. Me arrepiento de haber deseado ser como ellos. Me arrepiento de haberle fallado a mi madre. Por favor, padre, ayúdeme a expiar mis pecados y purificar mi alma. Enséñeme a remediar todo mi mal. Si mis manos solo sirven para causar daño y destrucción, entonces que sea en nombre del bien. Señale a quienes debo castigar por haber jugado conmigo. Por favor, deme un motivo para seguir existiendo.
El hombre la escuchó en silencio en su descargo hasta que su voz le falló por completo y fue incapaz de continuar. ¿Era demasiado tarde para pedir perdón? Había creído en mentiras imperdonables, y traicionado la memoria de quien más amaba por ello. ¿Qué diría su madre de ver en lo que se había convertido? Si su cuerpo estaba predispuesto para causar mal, entonces pondría sus manos al servicio de alguien que supiera guiarla adecuadamente.
—El suicidio es un pecado que se castiga con el infierno —murmuró simplemente el padre.
—Estoy condenada a este de todos modos, pero estancada en este mundo hasta entonces.
—Has cometido crímenes demasiado graves, hija.
—Lo sé, padre. Por favor, ayúdeme —el hombre suspiró al escucharla.
—Por lo que dices, la muerte no es una opción.
—Temo que el castigo resulta ineficiente.
—Tendrás que pagar por tus pecados.
—Lo único que tengo para ofrecerle es mi cuerpo y alma. Quiero servirle a la Iglesia para erradicar a todos aquellos demonios que me han hecho sufrir.
—No será un camino sencillo.
—Solo indique dónde comenzar.
—¿Ha sido bautizada?
—No.
—¿Sangre demoníaca corre por sus venas?
—Sí.
—Pero también humana.
—Sí.
—Todo alma en busca de perdón merece una oportunidad, pero tendrá que esforzarse más que cualquier otro. Ha causado mucho daño. Sus habilidades pueden servirle a la Iglesia, puedo armar y presentar su caso a la Santa Sede para conseguirle un oficio propio, pero su alma se encuentra demasiado contaminada actualmente como para hacerlo. Deberá purificarla primero.
—Lo que sea necesario.
—No le mentiré, será un camino arduo y doloroso antes de conseguir un puesto.
—Haré exactamente todo lo que me diga.
—¿Tiene un nombre, hija? —ella miró sus manos sosteniendo una tercera, el rosario en el medio.
—Michaela —murmuró y miró con determinación al hombre—. Michaela, y yo no fallaré como los ángeles han hecho hasta ahora.
—Michaela Servadio será entonces. El blasfemar de ese modo es un pecado. Me aseguraré de conseguirle ropas apropiadas, y llamaré al verdugo para que venga a primera hora de la mañana. Empezará por una cuaresma de ayunas y tormento, cien azotes por día deberían bastar para expiar sus pecados en tan poco tiempo —ella palideció ante la idea pero no se quejó—. Cuarenta días de encierro, y luego un pacto de silencio. Cuando esté lista, comenzará a asistir durante las misas. Cuando haya probado que su voluntad está al servicio de la luz, entonces buscaremos que la Santa Sede la acepte como una servidora. ¿Está dispuesta a soportar ese proceso?
—Solo dele sepulcro a esta joven, y diga las palabras necesarias para que su alma descanse en paz. Haré lo que sea para asegurarme que lo logre.
El hombre asintió al escucharla y cumplió al pie de la letra sus palabras.
Durante cuarenta días ella se resignó al encierro absoluto y el silencio, saliendo únicamente para recibir sus cien azotes diarios y no ingiriendo más que agua y migajas. Cualquier hombre hubiera muerto al primer día, pero Michaela lo soportó sin queja alguna, cumpliendo con su pacto de silencio y su promesa personal de venganza. Haría lo necesario para lograrlo, incluso si debía romper su cuerpo y espíritu hasta el mismo polvo para reconstruirlo de cero.
*
Estaba cometiendo un suicidio.
Lo sabía perfectamente mientras corría escaleras arriba cargando a Mica, pero ella difícilmente estaba respirando. ¿Por qué no vivía en un edificio con ascensor? No, eso hubiera tomado más tiempo. Ya bastante difícil le había sido conseguir un taxi y lograr que el conductor no sospechara de cómo la chica se encontraba debajo de su abrigo. Llevarla a un hospital no era una opción, cualquiera la hubiera encontrado fácilmente y aprovechado su delicado estado para eliminarla. Zed no perdería la oportunidad de verla. La medicina tradicional tampoco era capaz de curar la herida hecha por un demonio. Solo quedaba una opción.
Rufi le abrió tan pronto como llamó a su puerta. Ni siquiera se molestó en escuchar su reacción al momento de entrar. Fue directo a la sala, barrió toda la basura sobre la mesa central con un brazo y dejó a Mica encima. No existía mejor lugar para ir en caso de una emergencia, que el departamento de Rufi. Era el agujero más desordenado en todo New York, pero cualquier cosa que fuera necesaria para salvar una vida también se encontraba allí.
—No puedes estar hablando en serio —soltó Rufi sin ocultar su asombro.
—Sálvala.
—Es una asesina. ¿Tienes idea de a cuántos de los nuestros ha matado?
—Es capaz de ponerle fin al nexus meus de una vez y para siempre.
—No lo haré.
—Si no despierta antes del amanecer, mi familia pagará.
—¡Entonces menos lo haré! ¿Ves lo que digo? Si te tiene amenazado de ese modo para...
—¡Rafael! —gritó sin poder soportarlo más—. Por favor, sálvala. Me haré completamente responsable de esto, pero no la dejes morir esta noche. Es solo otro instrumento de la Iglesia, como Joanne lo fue en su momento. Ayúdame a ayudarla.
—El jefe me matará por esto —él resopló con exasperación y lo señaló con un acusador dedo—. Que conste que solo lo hago por ti.
Sintió su cuerpo relajarse por completo ante esas palabras y se hizo a un lado para que Rufi pudiera examinarla. Había temido más que nada que él se negara cuando lo había llamado de urgencia para despertarlo minutos atrás. Su amigo había estado listo, previamente advertido que estaría participando de otra partida, pero jamás habiendo imaginado con lo que Luc aparecería esa noche.
Se apoyó contra un muro para descansar mientras lo veía actuar. Las manos de Rufi eran precisas y eficientes, cortando ropa y contabilizando todas las heridas. Él no dejaba de quejarse sobre cómo la sangre estaba manchando su pijama de NyanCat, pero supo dejar su odio de lado para actuar como un profesional. Luc se mantuvo en silencio a un lado. Su cuerpo todavía no se había recuperado del todo por el esfuerzo, cargar a Mica había sido más de lo que debería haber hecho en tal estado.
¿Qué estaba haciendo? Protegiendo a su familia, salvando a la chica, intentando ignorar las palabras de Ace. Su cuerpo ansiaba el descanso más que nada, pero no podía permitirse dormir en esa situación. El estuche con su violín estaba seguro a su lado, su fiel compañero nunca le fallaría. Debería haber actuado antes.
Miró el cuerpo inconsciente de Mica sin poder evitar la culpa. Si no se hubiera dejado distraer por Ace... Si hubiera estado más atento... Si se hubiera atrevido antes a dejar de lado las reglas... Era demasiado pequeña e inocente en realidad, una chica desesperada por el afecto de otros y el deseo de salvar su alma. Un instrumento manipulado y usado por la Iglesia para imponer su voluntad, solo eso.
—Esta sangre definitivamente no es humana —murmuró Rufi frotando sus dedos manchados de rojo.
—¿Es como Joanne?
—No. La sangre de Joanne solo está contaminada. Esta es así por naturaleza. Es una oportunidad única.
—Primero sácala del peligro —dijo Luc seriamente.
—Necesito saber qué le pasó.
—La atacó el demonio blanco.
—Luc, te juro que si esto es por tu madre...
—Esto es por mí. Nunca te he pedido ningún favor.
—¡Y me estás pidiendo que salve a una asesina!
—Tuvo mil oportunidades para matarme y no lo hizo.
—No sabes cómo es.
—Lo sé, y por eso mismo estoy aquí. Sálvala ahora. No me hagas coger mi violín.
—No luces como si fueras capaz de utilizarlo esta noche.
—No me subestimes. Mi resistencia es mejor de lo que puedes imaginar cuando lo deseo. Por alguna razón Zed me buscó personalmente para reclutarme.
—Él te buscó porque tu don sirve precisamente para lidiar con esta clase de problemas —Rufi señaló el cuerpo de Mica.
—No me importa. Haz lo que digo.
—Soy tu superior.
—Y yo te estoy diciendo que están equivocados respecto a esta chica. Quizás no sea como Joanne, pero la está sanando. Hizo que comiera y su música sonara distinta, menos rota.
Rufi pestañeó sin terminar de creerlo, él jamás le mentiría. A regañadientes terminó por ceder y dirigirse al baño solo para volver segundos después con guantes puestos y su maletín médico. Solo entonces Luc se dejó caer al suelo para poder sentarse y descansar. ¿Qué había hecho? Hija de una bruja, así se había referido el demonio blanco a Mica aunque la mayoría de esas acusaciones terminaban siendo incorrectas.
No debería haber dejado que Ace lo distrajera. ¿Cómo había sido tan débil? De haber prestado más atención, habría podido intervenir por ella antes, notar lo que en realidad estaba pasando. Lo que le pasara a Mica, sería su culpa. No había estado para ella como debería. El nexus meus era un riesgo mutuo, y ambas partes debían cumplir con el acuerdo. Mica no le había fallado al momento de enfrentarse, y ella deliberadamente había peleado con el demonio blanco fuera del ring para que no le afectara a él.
—¿En qué te metiste? —preguntó Rufi sin emoción mientras se ocupaba de limpiar sus heridas tras cortar su ropa—. Me dijiste que no volverías a jugar. Te pedí que no lo hicieras. ¿Y con ella?
—No es tan malo como parece.
—¿Que no es tan malo? ¿Cómo te atreves a ayudarla? ¿Has visto lo que su gente le hizo a Joanne? ¡Deberías haberla entregado enseguida!
—Ella no es como los demás.
—No. No me salgas con esa mierda barata de novela juvenil y sus ella no es como los demás. Es una sicario. Y lo mismo que le hicieron a Joanne, te lo hará a ti también.
—Ella no fue quien le hizo esto a Joanne.
—¿No? ¿Cómo lo sabes? ¡Por su historial seguro que fue ella!
—Joanne fue acusada de brujería, Mica solo se ocupa de demonios.
—¿Cómo la llamaste? ¿Cuánto tiempo lleva esto ocurriendo?
—Eso no importa.
—¡Sí que importa! ¿Qué has estado haciendo con ella?
—Está investigando sobre McKenzie, alguien tenía que vigilarla.
—Alguien tiene que rematar el asunto, pero tú te niegas.
—No atacaré a un viejo en coma.
—Entonces cárgate a ella.
—No me gusta matar.
—No nos encontramos en una situación para permitirnos estos riesgos.
—Esto no es lo que Zed me prometió. No firmé para esto. Soy un músico, no un asesino.
—Y yo un médico, pero a veces no nos queda otra opción. Si vemos una amenaza, debemos eliminarla.
—¿Incluso a una chica inconsciente?
—Lleva siglos matando indiscriminadamente.
—Siguiendo órdenes de la Iglesia.
—Creo que tiene suficiente edad para tener juicio propio y darse cuenta que lo que hace está mal.
—¿Al igual que Joanne?
—No te atrevas a compararlas —advirtió Rufi fríamente—. Ahora déjame trabajar en paz, y ten a mano tu violín.
Suspiró con cansancio y de mala gana terminó sacando el instrumento de su estuche para apoyarlo en su hombro, listo en caso de ser necesario. Por supuesto que Mica jamás sería como Joanne, pero eso no cambiaba el hecho que fuera igual de manipulable. Seguía sus órdenes a ciegas, tan obsesionada con cual fuera su motivación detrás que cumpliría cualquier capricho de la Iglesia si con eso creía estar más cerca de lo que quería.
Esa institución nunca había dudado en aprovecharse de las creencias de sus miembros para manejarlos a su antojo. ¿Cómo ella, resultando tan inteligente en algunas cosas, no podía verlo? Él había intentando explicarle el motivo detrás de su rechazo, pero ella siempre había respondido con que no era una creyente sino una simple empleada. No había notado, que de un modo u otro, habían envenenado sus pensamientos. ¿Cómo podía actuar sin cuestionar? ¿Cómo podía ser tan tonta en ese aspecto?
—Cuando Zed me contactó para ofrecerme este puesto, dudé. Sí, él me daría cualquier cosa que deseara y estuviera fuera de mi alcance, pero sabía que implicaría un gran costo y no era algo de lo que podría salir fácilmente. Era renunciar a todo lo que siempre había conocido, para dejar que me arrastrara en este caos de oscuridad y demonios y almas, tantos juegos macabros que desconocía y con apuestas tan altas... Pero la oferta era muy tentadora —admitió Luc sin mirarlo, sus dedos acariciando inconscientemente el cuello de su violín—. Él había visto lo que podía hacer con mi música, y me prometió cumplir mis mayores deseos a cambio de mis servicios por lo que durara el contrato. A todos nos tienta esa recompensa. ¿No? Dijo que no tendría que hacer nada que no me gustase, solo ocuparme de algunas personas al año y presentarle resultados. Lo hablé con mi anterior jefe. ¿Conoces a Uri?
—Lo he cruzado algunas veces —respondió Rufi.
—No es en nada como Zed. Mucho más cálido y carismático. Odiaba el trabajo, pero me gustaba hacerlo para él. Le pregunté qué hacer, por qué se me había presentado esta oportunidad única a mí cuando millones la desearían primero. Zed es muy selectivo con su equipo, y no deja que nadie más se meta en sus asuntos. Uri me dijo que tomara el puesto porque tenía la intuición adecuada para el trabajo. Confío en él más que en nadie. Así que acepté, dejé les champs élysées para venir a este sitio tan ruidoso y caótico y oscuro. Mi intuición nunca me ha fallado, y ahora me dice que Michaela Servadio no es nuestro enemigo, pero podría ser una aliada.
—Es una amenaza.
—No te negaré eso, no dudo en que sea capaz de matar cualquier cosa que esté en su lista negra y no me gustaría estar allí, pero siento que no sabemos toda la historia detrás como para juzgarla y dar un veredicto. Me recuerda a él, ninguno parpadea al hacer atrocidades impronunciables, pero ambos muestran el mismo entusiasmo cada día por intentar superarse y dar todo de sí para cumplir con lo que deben.
—Uri no es el mejor ejemplo a seguir.
—Yo debería estar en esa camilla, no ella. Podría haberse aprovechado de ello al enfrentar al demonio blanco. Estaba herida de antes, hubiera tenido ventaja dentro de las reglas del nexus meus si yo recibía el daño. No lo hizo. No puedo ignorar esa decisión.
Rufi no respondió luego de eso. Luc lo escuchó trabajar en silencio. Odiaba la sangre, las heridas, la simple crueldad de la constante guerra. Había estado allí una vez, el servicio militar siendo obligatorio. Había tenido la mala suerte de ser enviado a una de las líneas de defensa. Tantas pérdidas, tantos nombres que ahora solo existían en su memoria. Había aprendido a no hacer amistades entonces, porque no sabía cuánto durarían. Cuando Zed había aparecido con una oferta para sacarlo de ese calvario, no había sido difícil entregar su arma y partir.
A veces todavía tenía pesadillas. No era como si existiera tal cosa como la paz absoluta. ¿Mica lo escucharía si se lo intentaba explicar? No era malo, pero había hecho un trato para escapar de la guerra y ahora debía cumplir. Del mismo modo que ella cumplía con las órdenes de la Iglesia. Era eso, o regresar al sitio de donde había salido para cumplir con el tiempo que le faltaba de servicio obligatorio.
—Listo —anunció Rufi.
Fue demasiado rápido. Luc no llegó a levantar el arco de su violín a tiempo. Mica se sentó enseguida, el cuchillo estuvo contra el cuello de Rufi antes que ninguno de los dos pudiera hacer algo. Sus ojos brillaban por las lágrimas de dolor contenidas, pero su rostro era pura furia y su dura mirada estaba fija en Luc. ¿Cuánto tiempo llevaba consciente? ¿Cuánto había soportado sin hacer sonido alguno? Sus heridas estaban cosidas, un poco de sangre deslizándose fuera por el brusco movimiento.
—Intenta tocar una sola nota, y el cuerpo de tu amigo estará en el piso antes que lo logres —dijo ella fríamente, el cuchillo se presionó más contra el cuello de Rufi—. Mentiroso. ¿Para quién trabajan?
—Estás despierta. Ahora saca a mi familia del peligro en que la pusiste —dijo Luc seriamente.
—Debería dejar que Alessandro los exterminara a todos. Cualquiera que haga tratos con demonios debe ser castigado con la muerte.
—¡Te dije que esto pasaría! —gritó Rufi.
—Sé dónde cortar para enmudecerte de por vida, así que guarda silencio —murmuró Mica—. ¿Para quién trabajan? Responde ahora mismo o...
—Tu madre fue una bruja, escuché al demonio blanco decirlo. No serías tan hipócrita.
—Por ella, mataría a cualquier ser vivo con tal de hacerle justicia.
—Las brujas no pueden tener hijos, es parte de su enfermedad —la voz de Rufi sonó áspera por la presión en su garganta, Mica mostró una lenta sonrisa llena de oscuridad.
—No hay nada que un demonio no pueda darte, por el pago correcto. Y les demostraré con placer que puedo llegar a ser peor que cualquiera de ellos, si no me responden ya mismo para quiénes trabajan. ¿Es Zabulon?
—¿Quién es Zabulon? —preguntó Luc sin comprender.
—Un incubus. Uno extremadamente poderoso, dicen que lleva siglos rondando la Tierra y no hay modo de exterminarlo. Por suerte no hace nada fuera de sus intereses personales, solo cumplir con su lujuria en exceso —Rufi mantuvo sus quietas manos en alta, mirando con desconfianza a Mica—. Su sangre corre por tus venas.
—¿Qué te hace pensarlo?
—Solo él podría ser lo suficientemente poderoso para darle un hijo a una bruja si es cierto lo que se rumorea.
—Parece que encontré al cerebro del par —respondió Mica sonriendo—. ¿Sabes lo que eso significa? Mamá creyó que sería buena idea anclar mi alma a él, así que mientras ese demonio siga en este mundo, yo también lo haré.
—Astuto modo de proteger a una hija. El demonio es muy discreto, nadie nunca sabe dónde está.
—Entonces deberías tener en claro quién tiene la ventaja aquí. ¿Para quiénes trabajan?
—No para demonios.
—¿Entonces qué son? ¿Una secta? ¿Para lo que sea que los paganos tengan por dioses?
—Los negocios actuales de los demonios interfieren con los nuestros, pero no guardamos ninguna relación con ellos. Luc es nuevo en esto, inexperto, cual haya sido su ofensa, seguro fue un malentendido —explicó Rufi cuidadosamente.
—Mientes.
—En Francia el servicio militar es obligatorio. Un año mínimo. ¿Ves a este chico con un arma? Nuestro empleador le ofreció una alternativa, a cambio de su servicio por unos años. No es un contrato de vida, tampoco implica corromper almas. No es demoníaco. No somos tu asunto.
—¡Mentiroso! —gritó Mica.
—No tenemos ningún negocio actual que interfiera con los planes de la Iglesia —insistió Rufi.
—McKenzie. Fue atacado hace unas semanas.
—No nos vimos involucrados en tal incidente.
—Baja el cuchillo —pidió Luc—. Ya hablamos de esto.
—Odio las mentiras —murmuró Mica mirándolo fríamente.
—Y nadie te está mintiendo —respondió Rufi.
—Debería estar muerto. No soy insensible, McKenzie debería estar muerto y lo sabes tan bien como yo —Mica mantuvo su mirada fija en él, ignorando por completo al joven que estaba amenazando—. Los croissants.
—¿Qué sucede con los croissants? —preguntó Luc.
—Bianca es muy fuerte, pero no es inteligente. Por eso Azazel siempre me prefirió. Un demonio tiene que saber engañar. Los croissants. Te gusta servirlos recién hechos, Lou me lo dijo, pero si abres el café a las seis significa que debes estar antes para poder cocinarlos. Tu piso queda en el lado este de la ciudad, para llegar al café tienes que cruzar la quinta, cerca de Saint Patricks. En un horario cercano al que McKenzie fue atacado. El video se corta al final. Las fallas eléctricas durante los ataques demoníacos son comunes, pero Bianca no es tan inteligente. Ella quería que lo viera, quería que la viera. La cámara no falló, el registro fue alterado. Para eso necesitarías alguien con contactos en la policía local, capaz de meterse a la central sin llamar la atención, manipulable y que olvidaría fácil lo hecho. Alguien a quien no te gustaría que le hiciera preguntas, porque podría terminar soltando algo como que guardabas trato con McKenzie.
—Estás malinterpretado los hechos.
—¡Deja de mentirme!
—No te estoy mintiendo.
—Las brujas no pueden tener hijos. Tú encantaste la pluma que salvó a McKenzie como hiciste con tu violín, no tu madre.
—¿Que tú hiciste qué? —exclamó Rufi.
—Te estás equivocando —dijo Luc.
—No. Eres empático. Te llevabas con McKenzie. No pudiste dejarlo morir, del mismo modo que no pudiste ahora dejar que yo me las arreglara por mi cuenta. Pero tenías que cubrir bien tus huellas. Y ahora, lo necesitas vivo para negociar. Y me necesitas viva a mí para negociar. Debería dejarte por tu cuenta. Tú te buscaste esto. Todo lo que te pasó, fue tu única culpa. Te involucraste con demonios, te mereces eso y mucho más. Tus prácticas malditas te llevaron a esto.
—Deja de hablar como si estuvieras en un sitio para juzgar.
—¡Al menos yo no miento!
—Nunca me dijiste que tu madre era una bruja.
—Y tú nunca mencionaste que la tuya no estaba muerta, el demonio blanco se la llevó.
No tuvo respuesta para esa acusación. ¿Cómo defender lo indefendible? Había pensado que ella sería más comprensiva, pero no había piedad alguna en su esmeralda mirada. Había creído que Mica no sería tan dura en sus prejuicios, pero al parecer la Iglesia era capaz de envenenar hasta a sus propias víctimas con sus cuentos de almas condenadas. ¿Quién más habría quemado a una bruja?
—No puede... No eres tan... Si estás haciendo todo esto por esa mujer... —Rufi era incapaz de formular frases completas por su ira.
—Es mi madre —Luc le sostuvo la mirada sin vacilar.
—No justifica el riesgo en que nos has puesto.
—Cállate, este negocio no te incluye —dijo Mica seriamente y miró a Luc—. Odio las mentiras. Debería romper nuestro acuerdo solo por eso.
—¿Qué diferencia hubiera hecho que lo supieras? —preguntó Luc de un modo desafiante—. ¿Qué le puede importar una pagana a la Iglesia? Tú solo sigues órdenes.
—Así hubiera sabido que los demonios tienen con qué chantajearte para traicionarme.
—Podría haberte dejado morir. No soy tu enemigo.
—Tampoco mi aliado.
—Baja el arma, Michaela. No somos una amenaza para ti.
—Eso no es lo que parece.
—Solo baja el arma.
—¿Por qué?
—Estás sangrando. ¿O quieres morir sin haber matado al demonio blanco?
Ella lo miró con furia un segundo más, pero terminó por suspirar y bajar su cuchillo. Eso era un avance. Con cuidado Luc dejó el violín en el suelo y lo alejó de su alcance para mostrarle que tampoco tenía intención de atacarla. Estaba jodido. A ese ritmo perdería su trabajo si eso era posible. Zed no estaría nada contento en cuanto supiera, y Luc no sabía hasta qué punto la muerte no era un posible castigo.
Suspiró y echó su cabeza hacia atrás, era mucho con lo cual lidiar. Nadie jamás entendería, ese era el problema. Zed era demasiado estricto, y Mica demasiado limitada. Incluso Rufi pensaba en sus reglas, antes que en su vocación de salvar vidas. ¿Cuándo todo eso había pasado? ¿Cuándo las personas se habían vuelto tan egoístas en cuanto a sus acciones? Extrañaba a la vieja Joanne, ella lo hubiera entendido y defendido, pero esa chica había dado todo de sí por ayudar a otros y su estado actual era un ejemplo al cual señalar para evitar más acciones similares.
—No deberías haberte movido de ese modo —dijo Rufi acercándose de mala gana—. Tienes puntos internos, si no te quedas quieta, te desangrarás antes del amanecer.
—Solo vuelve a cocerme —respondió Mica con rudeza.
—¿Anestesia?
—¿En serio?
Rufi no insistió ante su seria mirada. Ella había soportado sin siquiera moverse o decir algo la primera vez, claramente su umbral de dolor estaba muy por encima de la media y Luc prefirió no pensar en qué experiencias podrían haber logrado aquello. No hizo ruido alguno cuando Rufi retocó su trabajo. Ace había hablado de ella como si fuera su mejor creación, capaz de corromper al más santo de los hombres había dicho. Hija de un incubus, condenada por su sangre demoníaca y madre pagana...
Puras mentiras. Más engaños de la Iglesia para atar los hilos de su marioneta. ¿Ella lo sabría? ¿O creería ingenuamente que algo así era capaz de condenarla? Ace se equivocaba, Mica no era oscuridad. Era luz, demasiado tenue, del tipo que pasaba desapercibida durante el día, pero en medio de la oscuridad podía llegar a ser la salvación de los desesperados. Y el propósito de la luz debía ser el alumbrar la oscuridad.
Y el demonio se había atrevido a hablar de ella como si su físico fuera la mayor tentación... Lo era el modo en que sus ojos brillaban con vida cuando sonreía, la despreocupación en sus movimientos al hacer lo que quería, la seriedad en su voz cuando era tiempo de ponerse manos a la obra. No se había fijado en la chica que le gustaba mostrar su ropa interior al considerarla bonita, sino en aquella que no se quejaba de sus heridas al estar satisfecha con sus acciones.
No debería mirarla. Aun sin la delicada situación actual y lo que implicaba, no debería, porque ella tenía un lo-que-fuera con quien-fuera. ¿Pero tan mal estaba querer convencerla que merecía algo mejor? Valía más de lo que creía, de lo que fuera que le hubieran dicho para adiestrarla y encadenarla. Las Instituciones habían dejado de ser útiles del momento en que habían comenzado a abusar de sus poderes e influencias sobre el resto. Nadie merecía ser juzgado por sus creencias o gustos, menos por su sangre. Esas superficialidades poco valían en realidad cuando se trataba de demostrar el verdadero mérito de uno.
¿Pero Mica lo sabría?
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