VIII

Mica resopló y pateó el suelo antes de guardar su celular, odiaba discutir con Olivier por mensaje. ¿Existía algo más frustrante que discutir con alguien vía texto? Lo que escribiera, él creería que lo decía de mal modo o con intención de ataque, y viceversa, pero la discusión perdería cualquier seriedad si ella comenzaba a agregar entre paréntesis la emoción o alguna didascalia.

Sonrió al pensar en eso, sonaba como una palabra inteligente. Didascalia. No podía esperar para usarla en alguna conversación, así parecería culta. Sería una buena revancha contra el padre David y sus palabras complicadas para hacerla quedar en ridículo por no entenderlas. Además, se sentía bien en la punta de su lengua, una buena pronunciación.

—Di-das-ca-lia —practicó, enfatizando cada sílaba.

Podría haberlo gritado de desearlo, nadie iba a mirarla raro por hacerlo. No había nadie alrededor por encontrarse en medio de la nada. Un viaje en bus fuera de la ciudad y varios minutos de aburrida caminata en solitario en medio del campo después, estaba comenzando a considerar que el misterio de la pluma no merecía tanto esfuerzo. Era una chica de ciudad, y odiaba la tierra bajo sus pies manchando sus zapatos hechos por encargo personal, el constante zumbido de molestos insectos y el olor a campo.

Quizás debería haberle pedido a Luc que se ocupara, pero comenzaba a sospechar que el chico realmente era empático y entonces lo mejor sería guardar distancia para no influenciarlo de ningún modo por el que luego se arrepentiría. A veces pasaba con algunos humanos, desarrollaban esa especia de sexto sentido psíquico o cualquier nombre divertido que inventaran para eso. Alessandro seguro tendría una explicación, pero Alessandro era alérgico a la tecnología por lo que ella no tenía modo inmediato de contactarlo.

Había buscado la palabra juju en internet, aunque no había encontrado ningún tipo de definición que pareciera confiable. Después de pasar un buen rato... Porque lo primero que salía sobre el juju era la definición de un género de música nigeriano, y Luc no parecía nigeriano. Poco sabía de magia pagana. Podía ser eso, o tal vez él había tenido un encuentro muy cercano con un demonio como para haberse contagiado algo.

Mica se estremeció de solo pensar en enfermedades sexuales demoníacas, los incubus y sucubus nunca lo hacían con condón, pero si ese fuera el caso, el chico debería estar bastante muerto a esta altura. Prefería no pensar en eso y el no-fascinante negocio de robar energía vital de víctimas mediante el sexo. Eso, y que ella no sentía nada demoníaco en él, y su olfato nunca le había fallado en ese sentido.

—La magia es complicada —se quejó.

El chico era muy contradictorio, su vida demasiado estructurada con sus horarios y modales como para pensar que era la misma persona que le daba drogas a Joanne en un callejón. Pero le recordaba a ella antes de ser condenada a su actual estilo de vida, y representaba comida gratis. No era una combinación a la que pudiera resistirse.

No se sorprendió al encontrar la puerta abierta cuando llegó a la granja. Sacó del bolsillo de su pantalón la tarjeta que Luc había conseguido solo para chequear que se encontraba en el lugar correcto. El corral cercano lleno de plumas blancas en el suelo parecía también una prueba decente, aunque no había ningún ganso posiblemente milagroso y anti-demonios a la vista. Todo sería tan fácil con un mágico ganso anti-demonios...

La peste fue la primera mala señal. Supo, con solo acercarse lo suficiente para olfatear semejante hedor, que nada bueno podría salir de eso. Soltó un quejido antes de entrar, seguro apestaría cuando saliera. ¿Cuál era el punto de usar un perfume Dior si luego terminaba en sitios como ese? Su sensible nariz tampoco ayudaba, en momentos así odiaba sus sentidos sobredesarrollados.

Su cuerpo se tensó por puro instinto. Llevó una mano a su espalda y acarició la empuñadura de uno de sus cuchillos solo para estar lista. Por supuesto, el sitio tenía que estar a oscuras y lleno de polvo por el abandono. ¿Por qué siempre terminaba metida en cosas así? Al menos ahora sabía por qué el chino había mencionado la ausencia de su proveedor. ¿Y si estaba metiéndose a un callejón sin salida? El sitio no tenía ni una sola cruz, ninguna muestra de algo anti-demoníaco.

—Oh, vamos...

Miró con desgana el cuerpo colgando en medio de la sala. ¡El ahorcarse era muy elaborado como método de suicidio! Y muy molesto si no se llegaba a romper el cuello a la primera... No había modo en que ella fuera a bajar al hombre de ahí. Había llegado tarde, los demonios lo habían encontrado primero, nadie investigaría mucho el supuesto suicidio de un granjero en medio de la nada.

Olfateó el azufre incluso antes de oír las fuertes pisadas. Se echó al suelo justo a tiempo para evitar la gran masa de pelaje negro que saltó sobre ella, bien podría haberle arrancado la cabeza con ese ataque. La próxima vez que lo intentó, Mica ya estaba lista, y su cuchillo encontró carne cuando el Hellhound le saltó encima. Gritó al sentir sus dientes clavarse en su hombro izquierdo, la mordida tan mala como para que ella creyera que sus colmillos habían sido esculpidos con el fin de causar el mayor daño posible.

Dobló sus piernas y pateó al animal lejos de su cuerpo. Llevo una mano a su hombro para intentar detener la hemorragia. Genial, había contaminado la escena del crimen. Eso sería taaaaan conveniente cuando la policía descubriera el cuerpo y encontrara su sangre también allí. El Vaticano no estaría nada contento cuando los llamara para pedirles que la encubrieran. ¿Existía algo más inconveniente que un Hellhound?

Ella se levantó, y entonces se encontró con la roja mirada del sabueso. Gritó una maldición sin poder evitarlo. ¡No era justo! El animal le gruñó, y Mica cerró fuertemente los ojos antes de correr hacia él, era su turno de saltarle encima. Rodeó su grueso cuello con uno de sus brazos y sostuvo el cuchillo donde supuso debía estar la yugular. Los Hellhound eran grandes por naturaleza, pero no lo suficiente como para que ella no pudiera lidiar con uno. Solo un perro infernal naturalmente grande y capaz de matar con una mirada, nada con lo que no pudiera lidiar a ciegas con su hombro herido.

El azufre quemó su nariz junto con el familiar perfume a belladonna. El Hellhound no dejaba de moverse debajo de su inexistente peso, y ella tuvo que morder su oreja para demostrarle quien era el alfa de los dos. Tiró con sus dientes, saboreando sangre y pelos. Sus ojos escocieron. El perro soltó un chillido de dolor y se echó al suelo.

Debería matarlo. Un tajo, y lo enviaría de regreso al infierno. Inspiró profundamente, el cuchillo se hundió más en la carne. Exhaló, y lo dejó ir. Se dejó caer a un lado, cuchillo ensangrentado en mano, y escuchó al animal huir lloriqueando por el dolor. No llegaría muy lejos con esa herida.

—¡No es justo! —gritó al ponerse de pie y pateó el suelo—. ¿Me escuchan ahí abajo? ¡No es justo! ¡No lo miré a los ojos queriendo! ¡No cuenta! ¡No moriré por esto! ¡Esta no vale!

Mirar a un Hellhound a los ojos tres veces implicaba la muerte inmediata. Sabía que el infierno no se encontraba en el sótano de la granja, pero no perdía nada con intentarlo de todos modos. Una vez había intentado cavar para llegar al sitio, el padre David le había quitado la pala de las manos antes de decirle que mejor se dedicara a otra cosa.

Si había un Hellhound ahí, entonces estaba bien. Tan molestos como llegaban a resultar, también se encargaban de cazar cosas pertenecientes al infierno que hubieran escapado recientemente de allí. El demonio blanco había hecho una visita también, de eso no había dudas. Y tras un rápido recorrido, y unas buenas quejas por el actual estado de su hombro, Mica constató que no había nada interesante en la granja además del cuerpo.

Tampoco había animales fuera, esa debió haber sido su primera señal de presencia demoníaca.

Entrecerró los ojos cuando el sol la cegó al regresar al exterior. Logró divisar al cuervo blanco al otro lado, descansado sobre el cerco que separaba el corral del resto. Esa vez ni siquiera lo dudó. Deslizó una mano dentro de su mochila y sacó la pistola más rápido de lo que cualquier otro hubiera sido capaz. En la paz habitual del campo, el disparo resonó absolutamente. El ave cayó sin vida al suelo.

Mica se acercó y observó el manojo de plumas y sangre antes de poner un pie sobre este. Escuchó los huesos crujir bajo su fuerza, la carne separarse hasta dejar al descubierto la negra cuenca demoníaca que estaba buscando. Destruiría cada uno de los juguetes que esa chica hubiera dejado tirados detrás si era necesario. Recogió el objeto del suelo y le escupió para poder limpiarla al examinarla antes de guardarla.

Otra tarde completamente desperdiciada. Al menos había mantenido fuera a Luc, prefería no imaginar lo que hubiera sucedido de involucrarlo a él y un Hellhound. Pero, por alguna razón, su espíritu se sentía cansado y desmotivado ahora. Culpó a la mordida, tal vez esa cosa había tenido veneno en sus dientes o quién sabía qué.

El dolor de la herida en el hombro no se comparó en nada al dolor de tener que usar Uber, o el ruido de su teléfono cuando el dinero fue descontado de su tarjeta de crédito. Podría haber llorado de agonía al momento de bajarse del vehículo en la puerta del mismo hospital donde estaba McKenzie. Se repitió tontamente que la tarjeta era del Vaticano y no era ella quien había pagado el viaje, pero seguía siendo dinero descontado de su límite. ¡Podría haber comprado cosas más importantes que un viaje al hospital por estar herida!

La recepcionista gritó con horror al ver su estado y enseguida la arrastró a una sala de emergencias a pesar que Mica bromeó y sonrió varias veces al intentar convencerla de que estaba bien. De mala gana de sentó en una camilla a esperar. De ser de noche, nada de eso sería necesario, hubiera encontrado el modo de escabullirse de regreso al hotel o algo por el estilo. Definitivamente odiaba New York, demasiado impráctico para trabajar.

Su hombro no estaba tan mal.... Giró la cabeza para mirarlo e hizo una mueca al ver tanta sangre y tela pegada a carne rasgada. Bien, se veía mal. La hemorragia no había cesado del todo, la sangre cálida y brillante no dejaba de deslizarse fuera y hacer que todo luciera mucho más grotesco y horrible de lo que en realidad era. O tal vez ella solo le restaba importancia al ya estar acostumbrada. Solo necesitaba que lo desinfectaran y vendaran, en unos días se habría curado por completo sin dejar ningún rastro. Algo bueno tenía que incluir el paquete de alma condenada.

—¡Oh, rayos! ¿Cómo pasó eso?

Miró con curiosidad al joven en la entrada de la sala, llevando un uniforme de enfermero manchado con sangre y lo que parecían dibujos en marcador en los puños. Sonrió sin poder evitarlo, eso era lindo. Le gustaba lo extraño que resultaba con su cabello incluso más rojo que su sangre, y su cuello tatuado con intensos colores dignos de una página de un cómic. Al menos tendría una buena historia sobre su visita al hospital.

—Es una divertida anécdota, la verdad —respondió Mica y el joven suspiró con resignación al acercarte.

—Tendré que cortar tu camisa para tratar eso, la tela está adherida... ¡E incrustada en la herida! —él miró con horror el sitio a tratar y Mica hizo una mueca sin poder evitarlo.

—¿A todas las chicas que desnudas les dices lo mismo?

—El brasier también.

—¡No mi bralette!

—Solo... Solo quédate quieta, tomará un rato limpiar esto.

Él arrastró un banco hasta estar frente a ella junto a una pequeña bandeja metálica conteniendo distintos instrumentos. Suspiró con cansancio antes de coger un par de delicadas tijeras y comenzar a cortar la tela, Mica prefirió no mirar el momento en que cortó el lazo de su bralette que cruzaba el hombro y también se había visto comprometido. Lo reportaría como daño. No había modo en que ella no fuera a reportarlo como daño material para que la Iglesia se lo recompensara con uno nuevo, tal vez dos nuevos.

—Me costó viente dólares —lloriqueó ella.

—¿Qué te pasó? —preguntó él.

—Me mordió un pitbull.

—¿Esperas que me trague eso cuando la mordida es más grande que la de un lobo?

—Nunca has visto cómo reacciona un pitbull cuando le dices dale —Mica esperó pero solo obtuvo silencio en respuesta—. ¡Ey! ¡Eso fue gracioso!

—No tiene sentido.

—Y tú no tienes sentido del humor. ¿Crees que me mordió Pitbull o un pitbull? La respuesta te sorprenderá. Las mayúsculas son muy importantes, el santo tubérculo puede justificar mi teoría.

—¿Entonces qué pasó?

—Una trampa para osos. Me tropecé al colocarla.

—Eres una pésima mentirosa.

—Apelo a mi derecho de privacidad.

—Hice el juramento hipocrático —Mica lo miró confundida.

—¿Por qué todos usan palabras complicadas conmigo? —se quejó.

—Significa que no puedo divulgar nada de lo que me digas, es el pacto médico-paciente.

—Eres enfermero.

—Escucha, necesito saber qué fue para saber cómo tratarte.

—¿Y si no quiero decirte? —ella ladeó la cabeza al mirarlo directamente a los ojos—. Mi nombre no es específicamente muy normal. Llama mucho la atención, es una bonita trampa también. ¿Qué crees que me mordió?

—Creo que perdiste suficiente sangre para comenzar a delirar.

—¿En serio? Y yo creía que no necesitaba sufrir una hemorragia para caer en eso... Tengo una duda al respecto, es muy importante. ¿Si yo veo algo que los demás no ven, pero en realidad está ahí, soy yo quien delira o es el resto de la población?

—Deberías tratar eso con un psicólogo.

—El último que visité estaba convencido que era el anticristo, y ni siquiera creo en Cristo. El pobre sujeto, si en serio existió, debe tener varios problemas con papi luego de todo ese feo asunto de crucifixión.

—O tal vez solo problemas con los seres humanos. Vino a la Tierra a iluminarlos, y le recompensan con tortura y asesinato...

—¿Eres católico?

—Me abstengo de hablar de religión, política y dinero con mis pacientes. Evito los temas polémicos.

—¡Pero son los más divertidos!

—Y por los que las personas terminan golpeándote generalmente.

—Eso es lo que los hace divertidos.

—No me sorprende que hayas terminado en el hospital si eres así con todos.

—Una vez mandé a un hombre al hospital porque me dijo que estaba mal que a veces me gustaran las chicas también. ¿Pero has visto lo que es Karlie Kloss? Historia real, lo juro. ¡Doctor Gruñón!

No recordaba el nombre del médico, y a juzgar por su reacción al escucharla tampoco era ese por más adecuado que pareciera. Al menos sabía que el hombre trabajaba para el Vaticano también y había sido enviado para ocuparse de McKenzie por lo que era confiable, a diferencia del colorido enfermero que no hablaba de temas divertidos. Mica le sacó la lengua cuando el doctor Gruñón lo echó para hacerse cargo de ella.

—¡Oh por Dios, Michaela! ¿Qué te has hecho esta vez? —comentó el doctor Gruñón al tomar el lugar del enfermero y coger una pinza para quitar los restos de tela pegados a la herida.

—¡Aja! Estoy segura que eso es romper una de las diez reglas, decir el nombre importante en vano —señaló ella con triunfo pero el médico la ignoró, Mica fingió toser al soltar la palabra correcta—. Hellhound.

—¿Cuánta sangre has perdido?

—No lo sé, el veneno adormeció la zona.

—¿Veneno?

—Oh, sí, belladonna. Estoy en ese increíble momento donde mi cuerpo ya lo absorbió e intenta neutralizarlo. ¡Me da revelaciones! ¿Y si estoy buscando la pluma equivocada?

—Estás alucinando.

—Probablemente, el chico de recién tenía alas de ganso y el conductor cabeza de mono.

—Necesitas algo para detener las alucinaciones.

—¿Tú crees? Quiero cazar algo esta noche, nada da tanto antojo de una cacería como andar sin respuestas a tantas preguntas.

—No cazarás nada en este estado, al menos no mientras sigas alucinando.

—¿Tu cabello es rosa?

—No.

—Te quedaría bien el rosa.

—¿Solo ves cosas?

—Mi cuerpo también se siente un poco raro. ¿Quizás imaginé cómo lucía el enfermero? Estoy segura que tenía un unicornio en alguna parte.

—No deberías hablar tan libremente con cualquiera.

—¿No lo entiendes? Es mi arma secreta. Una chica con una herida rara llega al hospital, italiana, se llama Michaela Servadio lo cual grita por todas partes que sirve al Vaticano... Y es atendida en tiempo récord. Anotaré al enfermero colorido en mi lista de sospechosos. ¿Y puedes pasarme el historial de McKenzie? Tengo una teoría.

—Que se te ocurrió en medio de alucinaciones por veneno...

—Eso no quita que es una gran teoría. Solo necesito la info para demostrarlo. ¿Me lo envías por mail? ¿Y crees que pueda salir luego de esto? Planeo una noche divertida.


*


Si debía ser sincero consigo mismo, no estaba seguro que ella fuera a presentarse. Mica era una chica muy imprevisible, y Luc había aprendido que sus acciones eran casi imposibles de anticipar. Le había enviado un mensaje horas atrás diciéndole dónde y cuándo encontrarse para asistir a la partida de esa noche, ella solo le había respondido con el emoticón de un gato feliz y no había aparecido hasta el momento.

Suspiró y continuó tocando su violín. Ella llevaba veinte minutos de retraso. Le había enviado otro mensaje para chequear si seguía dentro para la partida, pero no le había respondido. Mica era extraña, él tan solo tenía que acostumbrarse a eso si planeaba lidiar con ella seguido. Cerró los ojos y dejó que sus dedos le dieran sonido a sus pensamientos. Imaginó su alegría y las niñerías con las que combatía la oscuridad. Tal vez ese era su secreto, siendo tan infantil dudaba que algo malo pudiera afectarle si no lo tomaba en serio.

La melodía surgió por cuenta propia, esas felices e intensas notas como una lluvia de color sobre el pentagrama. Esperó que alcanzara a cualquier transeúnte que se estuviera desvelando como él, que lo convenciera del entusiasmo de vivir y también tomar decisiones seguras, porque a pesar de todas sus cuestionables actitudes, Mica era muy precavida en lo que implicaba su seguridad.

Ella era una bonita canción, capaz de convencer a otros de mantenerse cerca de la seguridad de la luz sin dejar de disfrutar el día a día, un buen mensaje para transmitir pasada la medianoche para aquellos jóvenes y demás individuos que podían ser fácilmente sacudidos por la oscuridad.

—¡Tocas muy lindo!

Se detuvo y abrió los ojos solo para ver que Mica estaba delante de él, saltando y aplaudiendo sin cesar como si la hiperactividad fuera su estado natural a las tres de la mañana. Tal vez lo fuera. Al menos había venido, eso era algo, y se sintió mal por haber desconfiado de ella.

—Llegas tarde —comentó él.

—Conseguí un pase para One Oak, no podía perderme eso.

—¿Me hiciste esperar por una fiesta?

—Es la mejor disco de la ciudad, todos los famosos van a sus fiestas.

—¿Me hiciste esperar por una fiesta llena de famosos? —corrigió él y Mica se puso sobre las puntas de sus pies al acercarse.

—Es lo más exclusivo y costoso de New York, el perfecto gusto para el demonio blanco —susurró ella y sonrió al alejarse—. Además, tenía antojo de una buena fiesta luego de lo que fue mi tarde. ¿Vamos?

La miró de pies a cabeza. Tacos aguja, un ajustado pantalón de cuero, una camiseta traslúcida que mostraba a la perfección el lunar en su estómago y su brasier... A esta altura, Luc se había rendido en intentar comprender cómo podía servir a la Iglesia y romper con todas sus reglas a la vez. Y era claro que ella no tenía la intención de participar de ningún enfrentamiento esa noche a juzgar por su vestimenta.

Tiró las ganancias dentro de los bolsillos de su chaqueta y guardó con cuidado su violín. Al menos ella había cumplido con el código de vestimenta negro, eso era algo. Le indicó que lo siguiera al momento de bajar las escaleras que llevaban al subway. Por supuesto, tuvo que pagar el pasaje por ella también aunque su intención era totalmente contraria a un viaje, pero las estaciones siempre requerían un pago previo para ingresar y Michaela Servadio no era capaz de soltar un centavo a cambio de comida, transporte, o cualquier otra necesidad básica.

—Había algo importante que tenía que decirte, pero se me olvidó —mencionó ella.

—Entonces no era tan importante.

—Siempre olvido lo importante.

—¿Te acordaste de no traer ninguno de tus juguetes?

—Sí —respondió de mala gana.

Eso era algo. Su reacción fue casi tierna, de no saber de antemano todo lo que Mica en realidad cargaba consigo. Casi graciosa en su infantilismo, pero estaban hablando de armas. Ella suspiró de mala gana, adelantándose dos pasos para estar delante de él y dar un pequeño giro al enseñarle que no había sitio donde ocultar algo indebido.

Luc chequeó la pantalla marcando que el próximo subway pasaría en diez minutos antes de saltar dentro de las vías, Mica ni siquiera lo cuestionó al seguirlo. Le gustó eso. Cogió su celular para poder guiarse con su luz en medio de la oscuridad. Cuatro minutos de caminata en el túnel, luego a la derecha. Golpeó en clave una vez que encontró la puerta, y sintió el alivio cuando esta se abrió luego que unos ojos lo observaran a través de una ranura. Estaba claro, ya no habría riesgo de invitados indeseados, y nada tan conveniente como jugar con el tiempo y el peligro en medio del túnel.

Entró seguido de Mica. Extendió sus brazos para que el hombre pudiera tantearlo en busca de armas y de mala gana le permitió abrir su maletín para comprobar que solo contenía un violín. Tardó más con Mica, y ella soltó risitas nerviosas al ver cómo él se demoraba más tiempo con sus manos en lugares específicos. Luc intentó no fijarse, los demonios de baja categoría resultaban tan pasivos...

—¿Puedo matarte? —preguntó Mica con diversión y sonrió cuando ambos la miraron—. Luc me dijo que si vencía a muchos otros, podría ganar y conocer gente importante. Quiero conocer a Zebulon.

—Por supuesto que quieres —respondió el demonio lamiendo su cuerpo con su mirada—. No está aquí, bebé, aunque yo puedo enseñarte lo mismo que él.

—Pero tú no tienes ojos divertidos —se quejó ella y siguió de largo ante su incrédula mirada.

—¿Piensas participar con eso? —preguntó el demonio mirándolo y Luc levantó sus manos para mostrar que no tenía respuesta a eso.

Honestamente, ni siquiera él sabía qué estaba haciendo con ella allí. Mica se dirigió saltando al salón principal y Luc se preguntó en qué estaba pensando al involucrarla antes de seguirla. ¿La joven siquiera había reconocido que era un demonio quien acababa de tantearla? De baja categoría y que había ganado un cuerpo gracias al juego, pero uno al fin y al cabo. Eran fácil de reconocer porque solían trabajar para tener todo en buen funcionamiento, o tan bueno como podía ser algo tan macabro en realidad.

El salón no tenía una buena iluminación y la humedad en el aire era casi tangible debido a la profundidad donde se encontraba. Estaba completamente lleno, un ruido constante de gritos y quejas, personas exclamando apuestas y otras expresando su dolor o placer. Irónicamente, las anclas siempre eran quienes peores lucían a pesar de no ser los que peleaban. Mica se deslizó entre la multitud con facilidad, pasando más allá de chicos góticos pretendiendo algo con el satanismo o niñas mimadas de papá probando un poco de rebeldía. Si algo era seguro, era que el juego no discriminaba a nadie, fuera por edad, género, o perfil social. Otra razón más para resultar tan atractivo, en una sociedad tan joven que buscaba la integración.

—Lo mataré —decidió Mica a su lado—. ¿Entonces? ¿Esto es todo?

Ella giró para ver todo el salón. Mesas con tableros de ouijas a un lado donde jóvenes intentaban conectar con alguien para cumplir el primer paso, parejas formándose en el medio para poder participar, puestos para hacer sus apuestas y un tablero con posiciones colgado a un lado de todo. Un balcón rodeaba el salón desde donde jugadores y demonios de más alta categoría podían observar el bajo circo sin tener que mezclarse con la vulgaridad. Nadie relevante en realidad, pero entre ratas, la más refinada podía ser rey.

—Estás en las ligas bajas —Luc se encogió de hombros ante su inquisidora mirada—. No esperes mucho. Tú solo querías ver.

—¿Y cómo funciona? ¿Cómo hace uno para participar una vez que consigue alguien para entrar?

—Primero, tienes que lograr contactar con un demonio que quiera ayudarte. Para eso usas una ouija y haces el trato básico donde aceptas las reglas del juego —él se fijó en el sector de mesas, estas eran limitadas y las personas formaban en fila por su turno, luego su mirada se dirigió a las ventanillas cercanas donde algunos jóvenes se acercaban para ser atendidos—. Una vez que tienes un trato, un demonio chequea que esté todo en orden y te da una ficha para participar. Luego de eso, es simple. Si tienes ya un ancla, forman un lazo y solo queda conseguir tu primera pelea. O primero buscas un ancla, depende tu situación. Lo primero resulta más seguro. Hay un solo cuadrilátero, y muchos participantes. Normalmente el vencedor del combate anterior reta a alguien para el siguiente, si está en condiciones de otro más. Puedes simplemente mirar, o apostar también. Las tablas cambian constantemente, los sellos en las ligas bajas suelen ser poco variados así que es imposible conseguir todos aquí.

Por un rato, se quedó mirando la tabla de posiciones mientras hablaba. Dos pantallas, una local y una a nivel general, marcando nombres y cantidad de sellos hasta el momento, junto a un puntaje que se suponía representaba el nivel de dificultad del oponente. Algunas personas las usaban para encontrar contrincantes que tuvieran el sello que buscaban, a Luc solo le interesaba comprobar que nadie hubiera ganado hasta el momento. La mayoría de los nombres eran distintos a los que recordaba de su última vez allí, otros no tanto.

—Bien. Ya tengo la moneda. ¿Entonces?

Se sobresaltó completamente cuando Mica apareció a su lado, una gran moneda de bronce en mano. Necesitaba ponerle un cascabel en el cuello o algo por el estilo, era escalofriante el silencio con el que ella se movía o lo fácil que resultaba no sentirla cuando se acercaba o alejaba. Pero ella simplemente lo miró esperando su siguiente instrucción, como si no supiera que Luc había continuado hablando luego que partiera a buscar la moneda o que él ni siquiera había considerado que ella participaría.

—¿Quieres jugar? —preguntó él sin ocultar su asombro.

—¿No estamos aquí para eso?

—Pero dijiste...

—No soy muy buena con las decisiones a largo plazo.

—¿Cómo siquiera...? ¿Cuándo...? ¿Cómo es posible que...? —él se detuvo para poner en orden sus pensamientos antes de continuar—. No hiciste ningún trato con un demonio.

—Te dije que podía engañar al sistema —Mica sonrió en respuesta—. ¿Y ahora qué?

—Buscas un ancla que quiera hacer equipo contigo, y ambos deben sostener la moneda al decir nexus meus para sellar todo —ella se inclinó hacia adelante, enfrentándolo completamente.

—¿Quieres hacerlo conmigo, Luc? Dicen que soy muy buena —susurró Mica y Luc cerró los ojos al inspirar profundamente, esforzándose por ignorar lo insinuante que eso había sonado o su cuestionable elección de palabras.

—Creí ya haber dejado eso en claro —Mica cogió su mano en respuesta, sosteniendo la moneda contra su palma.

—Nexus meus.

El bronce quemó enseguida contra su piel. Contuvo un siseo de dolor mientras estaba seguro de olfatear carne quemada, pero cuando Mica retiró su mano aun con la moneda, ninguna marca quedó detrás. No era necesario. Luc sabía perfectamente lo que acababa de hacer, y lo que acababa de apostar.

—Cada daño que recibas, yo lo sentiré por ti —le advirtió, ella sonrió en respuesta.

—Soy muy buena en recibir daño. ¡Ahora a buscar un oponente!

Genial, acababa de hacer equipo con la chica más inestable mentalmente que conocía. ¿Cómo siquiera había terminado envuelto en esto de nuevo? Pero haría cualquier cosa por encontrar al demonio blanco, aunque fuera arriesgarse con una chica que días atrás había tenido un ataque de pánico ante la simple idea de lo que implicaba el juego y ahora acababa de anotarse para participar sin haberlo pensado. Mica era demasiado inestable e imprevisible para su propio bien.

Ella se acercó hasta el límite del cuadrilátero, uniéndose a los vitoreos y abucheos de la pelea actual. Se sentó sobre el barandal que separaba un sector del otro, balanceando sus pies mientras levantaba sus puños en el aire para ilustrar cada una de sus reacciones. Demasiado enérgica e inusual como para llamar la atención de todos. Y cuando la pelea terminó, y el vencedor permaneció en el ring para buscar su siguiente oponente, ella no dudó en querer sumarse.

—¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! —gritó.

Internamente Luc temió por su salud o cómo terminaría esa noche, con algo de suerte Rufi estaría despierto para ir a recoger lo que quedara de él. Miró de nuevo los tacos que ella llevaba, la ropa poco apropiaba para la actividad física, y su pequeño cuerpo tan delicado como la porcelana china a simple vista. No tenía ningún arma. Podría ser una pequeña máquina de matar con estas, pero actualmente no tenía nada. El joven dentro del cuadrilátero rio ante la evidente victoria al observarla.

—¿Qué eres, preciosa? —preguntó.

—Gula —Luc se contuvo de poner los ojos en blanco ante lo evidente, debió haber esperado que ella comenzara con esa moneda.

—Dentro.

Mica aplaudió con sus manos y se dejó caer del lado del ring. Bien, era oficial, terminaría con un buen dolor esa noche. Mica se giró para sonreírle una última vez, la felicidad brillando en sus ojos verdes, pero él no pasó por alto el peligroso brillo debajo. Se quitó su chaqueta de cuero y se la entregó con cuidado, dejando al descubierto una espalda notablemente desnuda.

—Es cuero de cabritilla —dijo con seriedad.

—Comprendo —respondió Luc sin saber que más decir—. Mica —ella se detuvo al oírlo, él no pudo contener una mueca—. Por favor, intenta que no la cara, eso es difícil de ocultar.

Ella lo miró un instante más de lo debido antes de dirigirse al centro y él supo que no le había entendido una sola palabra. Tal vez debería haberlo pensado mejor antes de decidir que ella sería una buena compañía, pero el tiempo escaseaba y si Zed estaba tan preocupado por un enviado del Vaticano debía ser por algo. Mica era todo lo que tenía, lo único que le quedaba en realidad. Era apostar por ella, o aceptar su derrota definitiva.

—¿Conoces la reglas? —ella negó con la cabeza al escuchar a su oponente—. Tienes que dejar al otro sin poder continuar. Todo vale. ¿Crees poder con eso?

—Puedo intentarlo —respondió con optimismo.

Luc inspiró profundamente, recordándose que la chica aseguraba ser una pequeña máquina de matar. Realmente esperaba que lo fuera. El timbre marcando el inicio de la pelea sonó y Mica se distrajo por el inesperado ruido, mirando hacia arriba para intentar comprender cuando un reloj comenzó a marcar el tiempo. Luc se odió por no haber podido explicarle en detalle antes que ella se metiera en eso. Su oponente aprovechó ese instante para lanzarle un puñetazo de pleno a la mandíbula.

Mica cayó dos metros atrás por el impacto, Luc se contuvo de soltar una maldición ante el dolor y no tardó en saborear la sangre en su boca. ¿Para qué le había pedido que evitara los daños en el rostro? La vio llevarse una mano a sus labios, aún en el suelo, solo para no encontrar nada tras no sentir dolor, y luego girarse para fijarse en él en medio de tantos vitoreos. Sí, le acababa de costar un labio partido. Lo miró con curiosidad, como si hasta entonces no hubiera comprendido que él en serio recibiría el daño en su lugar.

El siguiente golpe fue incluso menos amable. Una patada de pleno en las costillas que la hizo rodar tres metros hacia atrás y dejó a Luc sin aire por completo. ¿Cuánto pesaba siquiera esa chica a juzgar por cuánto la movían los impactos? ¿Dos kilos? Se dobló sobre sí mismo, apenas soportando el intenso dolor y rezando internamente que no hubiera nada roto.

Miró el maletín a su lado, el violín estaba dentro y listo para ser utilizado ante una emergencia, pero era lo último a lo que deseaba recurrir. Si lo hacía, ya no habría vuelta atrás, u otra oportunidad similar. Eso era lo que le pasaba por aceptar algo sin sentido alguno. Ella podía ser capaz de enfrentar un demonio, pero no era lo mismo hacerle frente a un humano ayudándose de uno para ser más fuerte y rápido. No había asesinos allí. Y Mica no tenía absolutamente nada.

—¿Qué sucede, preciosa? ¿Quieres que lo haga más fácil para ti? —preguntó el joven.

Ella no se movió. Tirada en el suelo como estaba, ni siquiera parecía tener fuerzas para responder. Murmuró una sola cosa, un simple nombre que Luc no llegó a oír o identificar y dudó que alguien más lo hubiera hecho. Su oponente se preparó para dar su golpe final y él se adelantó sabiendo que ella no lo resistiría. Necesitaba sacarla de allí, no había nada malo en retirarse antes del final, no sabía qué clase de estafa había hecho Mica pero no se arriesgaría a que ella perdiera su única moneda porque si eso sucedía...

Mica se levantó sin problemas, y evitó el siguiente golpe como si lo hubiera visto venir en cámara lenta. Luc se detuvo. No había ninguna sonrisa en su rostro, sus facciones normalmente suavizadas por su alegría resultaban ahora tan afiladas como una navaja, y su mirada estaba cargada de una oscuridad que incluso a él le hizo dudar el acercarse. Alejó el oscuro cabello de su rostro, y con una deliberada lentitud deslizó los tacones fuera de sus zapatos solo para mostrar que estaba lejos de no haber venido preparada, o haber dejado sus juguetes en el hotel.

—Años de feminismo... ¿Para que un idiota de fraternidad ayudado por un demonio de baja categoría quieran hacérmelo fácil? —soltó sin ocultar su enfado y desprecio—. Oh, tú no hubieras durado un minuto en el juego original.

El siguiente movimiento fue tan rápido, que de haber parpadeado Luc estaba seguro que se lo hubiera perdido. Ella evitó el golpe con la misma facilidad que el anterior, y cogió su brazo sin dificultad alguna. Aprovechó la fuerza de su oponente para usarla a su favor y saltar sobre él, enrollando una pierna alrededor de su cuello en el acto y tumbándolo en el suelo. El silencio fue absoluto, solo interrumpido por un espectador ahogándose por la falta de aire. Luc miró al joven a unos metros, su rostro enrojeciendo completamente por la asfixia mientras Mica no cedía y sostenía las manos de sus oponente en su espalda para inmovilizarlo por completo.

El timbre marcando el final del combato sonó, ella no cedió. Luc la miró sin palabras, tan abstraiga y despiadada en su trabajo. Quizás debió haberse tomado más en serio sus palabras, o todas las historias que había oído sobre enviados del Vaticano. Tal vez Zed no exagerara en su preocupación. Su mirada era completamente fría y cruel, sus acciones calculadas a la perfección, su mente parecía no registrar su alrededor y él tuvo que llamarla tres veces para hacerla reaccionar una vez que el otro joven cayó al suelo también por la falta de aire.

—¡Michaela! —gritó finalmente y ella levantó la cabeza como un perro al ser llamado.

Miró a Luc, la completa inocencia regresando de nuevo a su rostro, y luego al chico debajo de ella como si fuera lo más normal del mundo. Lo soltó y se sentó sin cuidado sobre su espalda solo para volver a armar de nuevo sus zapatos, al menos no había utilizado sus armas y Luc no dudaba de lo afilados que resultaban esos puñales. En medio del absoluto silencio por la sorpresa, se puso de pie y lo miró con curiosidad.

—¿Gané? —preguntó Mica.

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