VI


—Arabella. A-ra-be-lla. Arabellaaaaa...

El alegre canto retumbó dentro de las catacumbas. Ese nombre lograba helarle la sangre, resultaba más aterrador que cualquier nombre de demonio conocido. La joven sintió su corazón y respiración acelerarse por el creciente miedo. No, era demasiado pronto. No podían estar de regreso. ¿Cuánto tiempo había pasado desde su última visita?

La puerta al otro lado de la habitación se abrió con un agonizante chirrido, y ella casi gritó ante la tenebrosa visión. Un chico y una chica, ambos ocultando sus rostros detrás de máscaras venecianas con rasgos tan deformados que resultaban aterradores. Una cruel burla, sabía que debajo debían resultar hermosos. Los demonios siempre lo hacían, Lucifer había sido el ángel más hermoso en toda la creación antes de caer.

Sus botas hicieron ruido al cruzar la gran y oscura habitación, salpicando el agua de los charcos acumulados por las filtraciones, sus ponzoñosos aromas luchando con el hedor de la humedad. Ella tiró de sus cadenas en vano, sabía que no podría escapar y el tintineo era doloroso de oír. Su cuerpo estaba débil, la pérdida de sangre tampoco ayudaba, y prefería no pensar en todo lo demás.

—¿Has pensado en cómo quieres divertirte esta vez, Arabella? —preguntó el chico y la joven a su lado rio.

—Me gusta la improvisación. ¿Qué material tengo aquí para trabajar?

La joven sintió sus labios temblar y sus ojos llenarse de lágrimas. Había escuchado historias sobre ese demonio, hubiera sido imposible no hacerlo. Había oído las suplicas y gritos desde fuera de su celda, otros prisioneros rogando por un poco de su inexistente piedad. Arabella no tenía piedad por nadie. Decían que era capaz de exterminar un pueblo entero en una sola noche con un simple chasquido de dedos. Susurraban que era la hija del mal en persona. Ella odiaba a la humanidad, tanto como la misma humanidad le temía, y adoraba jugar con sus indefensas presas.

—Una tonta chica religiosa. Su padre la envió a un convento porque la encontró haciendo cosas prohibidas con un chico —el joven casi cantó esa última oración, su voz demasiado armoniosa y embriagante como para encantar a cualquiera dentro de su trampa. Ella se arrepintió por completo de haber caído entonces. Quizás se lo tenía merecido, por pecadora, por ir contra la voluntad divina. Y cuando el demonio se agachó para coger su rostro y clavar sus filosos dedos en su barbilla, no pudo hacer nada más que mirarlo como la obligaba a hacerlo—. Nada más que una sucia prostituta. Reza por las noches creyendo que eso servirá de algo. ¿Quieres oír su ridículo nombre?

—Sorpréndeme.

—Michaela —el demonio soltó una horrible risa, Arabella no tardó en sumarse también—. Qué patético nombre para una criatura. Supongo que será en honor al arcángel Michael.

—¡Cómo si esos plumíferos se interesaran por estas bajas criaturas! —Arabella se agachó también para estar a su altura—. No me digas, niña. ¿Crees en ángeles? ¿Piensas que si les rezas, ellos bajarán de sus pedestales y vendrán a ayudarte? Michael ni siquiera parpadearía ante la extinción de tu miserable existencia. ¿Alguno ha venido a ayudarte hasta ahora?

—Él es el líder del ejército celestial, y algún día vendrá para expulsar a todos los demonios de la tierra —respondió Michaela y gritó cuando Arabella clavó una daga en su muslo.

—No lo veo por aquí, y tampoco vendrá. No le importas. Ningún humano jamás le importaría a un ángel. Reza todo lo que quieras, no te ayudarán.

—Haz sentir orgulloso a tu padre —murmuró el joven a su lado—. Tienes un buen material para trabajar, Zebulon espera mucho de ti.

—¿Qué quieres que haga?

—Corrompe su alma hasta lo irreparable, rompe su espíritu más allá de la salvación, que le dé la espalda a su fe y escoja la oscuridad como su amante. Es otra prueba, Arabella, para que estés un paso más cerca de alcanzar lo que te corresponde por derecho.

—Una bastante simple —ella se inclinó más cerca, y Michaela gritó cuando la hoja del cuchillo fue reemplazada por su intrusiva mano—. ¿Te gusta sentir mis dedos dentro de ti, Michaela? Reniega a tus ángeles.

—Oh glorioso arcángel San Miguel, el más próximo a la Divinidad y el más poderoso defensor celestial —murmuró ella con desesperación, luchando por mantener su voz estable a pesar de la agonía.

—¿Es en serio? ¿Estás rezando? ¿Crees que eso me hará algo? —Arabella rio, y Michaela gritó cuando sus uñas rasgaron más profundo.

—Símbolo de la lucha y la victoria sobre el mal, arcángel puro y perfecto —continuó ella, las lágrimas ardían contra sus mejillas mientras su cuerpo no dejaba de temblar.

—Jamás te escuchará. Jamás vendrá por ti. Ni él, ni ninguno de sus subordinados. Eres mía, y creerás en lo que yo digo —Arabella separó la carne obteniendo otro desgarrador grito en retorno, ella sonrió complacida—. Sigue así, es música para mis oídos.

—Haz... que permanez... permanezcamos fuer-fuert...

—Fuertes —continuó Arabella.

—Fuertes ante la adversidad —Michaela gritó de nuevo cuando ella retiró su mano—. Para que sepamos encontrar nuestra luz interior.

—Te arrancaré ambos ojos con mis propias manos, así no serás capaz de ver nada de luz. Y lo haré lentamente. Es un trabajo muy delicado extraer los globos oculares sin dañarlos. Zebulon disfruta de comerlos.

—Guíanos y protégenos en nuestros caminos —continuó Michaela con dificultad.

Arabella resopló con aburrimiento y metió sus ensangrentados dedos dentro de su boca tan profundo como fue posible para acallarla. Michaela abrió los ojos con horror, saboreando su propia sangre mientras la respiración le resultaba imposible. Las fuertes arcadas casi la doblaron del dolor. Su garganta se estaba cerrado. Su cuerpo no respondía mientras se sofocaba.

—Y con tu virtud ampáranos todos los días de nuestra vida —concluyó Arabella y Michaela la miró con horror, ella sonrió en respuesta—. ¿Qué sucede? ¿Pensaste que yo no podría pronunciar esas palabras? Hasta puedo decir Dios. Dios. Dios. Maldito Dios —escupió ella—. ¿Creíste que las palabras sagradas serían capaces de detenerme? Eres estúpida, Michaela, y débil. La fe te hace débil. No sirve de nada en realidad. Quizás lloras porque extrañas a mami y a papi. ¿Quieres que te los traiga? ¿Quieres que te traiga sus cabezas para que no te sientas tan sola?

Negó desesperadamente con su cabeza, o tanto como era capaz de moverla con la mano de Arabella dentro de su boca. La chica retiró sus dedos y arrancó el rosario de su cuello. Michaela no pudo hacer nada más que mirar con espanto cómo era capaz de sostener la cruz de plata sin siquiera parecer molesta. Entonces era cierto lo que todos decían. Arabella era inmune a cualquier objeto religioso. Ni los rezos, ni las cruces, ni siquiera...

—Te traeré a mami y a papi para hacerte compañía —respondió poniéndose de pie y lanzando el objeto al suelo—. Y luego, veremos si tus ángeles vienen a ayudarte. Esta no es una historia sobre cómo la chica buena y religiosa se salva por obra divina, esta es la historia en donde te retuerzo hasta ser lo mismo que yo. Y nadie vendrá a salvarte.

*

Mica se despertó completamente sobresaltada. El sudor perlaba por completo su piel, la respiración le resultaba demasiado agitada, sus manos se cerraban con tal fuerza sobre las sábanas que ya resultaba doloroso. Quería gritar y llorar y posiblemente acurrucarse dentro de la cama para no salir nunca más. Eso no podía estar pasando, nada de eso podía estar sucediendo.

Llevó la almohada a su rostro y gritó con todas sus fuerzas, su voz sofocada por las plumas. Gritó hasta que su garganta ardió y se quedó sin aire. No de nuevo. Estaba llorando. No lo sentía, pero reconocía aquel movimiento espasmódico de su cuerpo y el acuoso jadeo. Y sus labios temblaban con tanta fuerza que le resultaba imposible controlarlos.

Necesitaba aire. Necesitaba huir. Con urgencia.

Cogió su móvil de la mesa de noche y se puso de pie enseguida. Corrió fuera de su habitación y por los pasillos del hotel. Cuatro noches, cuatro noches desde que Luc le había hecho esa indecente propuesta y la oscuridad finalmente había logrado alcanzarla. Abrió con fuerza la puerta de emergencia y corrió escaleras abajo, saltando de dos en dos como si así fuera posible huir de su pasado.

Abrió con necesidad la puerta llevando al balcón exterior. El frío aire de la noche la golpeó con fuerza por la altura. Las intensas luces de Times Square la cegaron por un instante a pesar de las horas. Sus pies fueron rápidos en llegar hasta el borde, la baranda se estampó contra su estómago para detenerla y ella perdió todo el aire mientras se inclinaba para mirar el vacío debajo.

Era pasado. Una y otra vez se repitió que no había sido nada más que una horrible pesadilla aunque reconocía con terror el sabor de un recuerdo. ¿En qué siglo había sido eso? ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? Su cuerpo no dejaba de temblar como si así fuera posible expulsar el mal sabor. Sus piernas cedieron, y ella cayó de rodillas mientras la desesperación la invadía.

No volvería al encierro. Una situación así jamás se repetiría. No podía permitirlo. Miró la hora en su teléfono y no dudó en marcar el número que necesitaba. En Italia habría amanecido ya, él le respondería. Aun así, escuchar el tono resultaba como escuchar los gritos agonizantes de un extraño, y ese momento de espera se le hizo una eterna tortura.

—¿Michaela? —preguntó el padre David confundido por lo inusual de la situación, ella difícilmente lo llamaba, menos tan temprano y considerando el cambio de hora.

—Perdóname padre porque he pecado —su voz fue demasiado apresurada, demasiado necesitada, su respiración seguía fuera de su control—. Soñé con Arabella.

—Tienes que relajarte, Michaela —respondió el padre con su calmada voz y ella intentó que algo de ese sentimiento se le impregnara también—. Escúchame y haz lo que yo. Inspira profundo, exhala. Cierra los ojos y solo concéntrate en mi voz. Inspira... Exhala... —ella obedeció silenciosamente, sintiendo poco a poco cómo su cuerpo comenzaba a relajarse—. Inspira... Exhala... Inspira...

—Tengo miedo.

—Arabella ya no existe. Tú te encargaste de eso.

—Un demonio puede subsistir en las memorias de sus víctimas.

—No tiene ningún poder sobre ti. Eres por mucho más fuerte.

—No recuerdo la última vez que soñé con ella. Creí que lo había superado...

—Lo hiciste. ¿Necesitas una confesión?

—Ella no mintió —susurró Mica—. Lo hizo. Trajo sus cabezas...

—Michaela...

—Les arrancó sus ojos y las tiró al suelo. La del pequeño también.

—Tienes que relajarte, Michaela. No puedes dejar que tenga poder sobre ti.

—Lo disfrutó tanto...

—Arabella está muerta —él suspiró al otro lado de la línea—. Repite después de mí, Michaela. Soy un instrumento de luz...

—Soy un instrumento de luz...

—Y este cuerpo solo será usado para fines nobles...

—Y este cuerpo solo será usado para fines nobles...

—Esa es mi voluntad, porque mi cuerpo le pertenece a mi alma y mi alma es guiada por la luz.

—Esa es mi voluntad, porque mi cuerpo le pertenece a mi alma y mi alma es guiada por la luz.

—No caeré en la tentación, la oscuridad no me cegará y el mal no me seducirá. Así yo lo quiera.

—Así yo lo quiera.

Cerró los ojos y dejó caer su cabeza hacia delante. Una pesadilla, solo eso, una oscura y horrible pesadilla que no tenía por qué recordar de nuevo. Era más fuerte que un pasado ya enterrado. Internamente se repitió su promesa de nunca más caer en algo similar.

—¿Te sientes mejor? —preguntó el padre David.

—Perdóname padre porque he pecado, y cometeré crímenes imperdonables en los próximos días. Le he deseado mal a una hermana de Saint Patricks, he abusado de la mente frágil de una drogadicta y de la sed de venganza de un reciente huérfano, he tenido pensamientos pecaminosos sobre Olivier y planeo derramar sangre próximamente. Lo deseo.

—La venganza nunca es una sabia elección.

—La venganza, disfrazada de justicia, es mi única razón de existencia.

—Dejará de ser justicia del momento en que causes más mal que bien por perseguirla.

—Puedo vivir con ello —Mica inspiró profundamente y se puso de pie—. Ya he tomado mi decisión. Necesito que me envíes toda la información que tengas sobre McKenzie, incluido el video de su ataque, y que le avises a Alessandro que me contacte en cuanto pueda. Esto de que se niegue a tener un teléfono resulta realmente inconveniente algunas veces.

—Le haré llegar tu mensaje en cuanto se contacte de nuevo con la Santa Sede. ¿Has podido avanzar algo en el caso?

—Lo suficiente como para saber que implicará un gran costo a cambio.

—Cuida tu alma.

—Poco queda que cuidar —respondió ella y sonrió con vacío entusiasmo—. ¡Por eso soy ideal para el trabajo!

—Rezaré por ti.

—No creo que sirva de mucho, pero igual mándale mis saludos al grandote a ver si se acuerda de mí y me quita de la lista de espera eterna.

—Michaela... El respeto...

—Es la base de lo aburrido.

—Eso no es lo que iba a decir.

—El respeto es aburrido. Espero que me envíes la información y te aviso cuando tenga novedades, u otra crisis emocional.

—Soy tu guía espiritual, puedes recurrir a mí cada vez que lo necesites por tus crisis.

—Eres el sujeto amable de la iglesia. Ve a dar una misa o algo, seguro tus feligreses te esperan.

—Ellos no son más importantes que ti.

—No, pero mi sueño sí es más importante que esta charla.

—Nunca cambias.

—Jamás.

Se despidió del padre David y dio por terminada la llamada. Dejó caer su mano sosteniendo el teléfono mientras observaba la gran vista delante. La enorme ciudad resultaba aterradora en cierto modo, demasiado inmensa para no sentirse insignificante y amenazada. No le era difícil imaginar todo el mal que escondería en tantos suburbios.

Se subió a la baranda del balcón, y giró sobre sus pies desnudos para darle la espalda a la ciudad. Extendió sus manos, disfrutando el frío viento entre sus dedos y aquella sensación de flotar a semejante altura. Inspiró profundamente, sintiendo cómo el fresco aire llenaba sus pulmones. Su cuerpo se sentía débil tras la pesadilla, pero su mente había encontrado la paz.

No era tonta, sabía a la perfección por qué había soñado eso. Había pasado los últimos cuatro días pensando en la propuesta de Luc por más que jamás lo reconocería. Y, tanto como jamás lo admitiría, sabía que él le estaba presentando una oportunidad única. Si algo estaba claro, era que debía ponerle un fin al nexus meus. No porque le interesaran estúpidos adolescentes jugando con demonios, sino porque semejante puerta abierta a la tierra desde el infierno no podía existir.

Luc había mencionado que el ganador obtenía un deseo como premio, no dudaba en que los demonios se habrían asegurado de modos imposibles para que un ganador jamás existiera, pero no la habían tenido en cuenta a ella y quizás pudiera usar ese deseo para cerrar el juego. O podría ser honesta, y admitir que su único egoísta deseo era ponerle fin a todo ese rollo del alma errante en tierra.

¿Enfrentarse a críos jugando a ser los chicos malos de las películas? Podía con eso, podría vencerlos con los ojos cerrados y una buena broma en la punta de su lengua. ¿Cuántos jóvenes ingenuos como Luc podían existir, metiéndose en cosas que desconocían y luego les explotarían en la cara? Tal vez había reaccionado mal con él la noche de la propuesta, pero la simple idea de considerar que su cuerpo albergara un demonio... Había perdido el control. Había reaccionado por puro y crudo instinto, y de seguro había sido de mal modo aunque no pudiera verlo.

¿Dejarse caer hacia atrás o hacia delante? Solo quería hacerlo, poco le importaba la dirección. Si se dejaba caer hacia adelante, encontraría el confiable y seguro suelo del balcón, un movimiento previsible y de chica buena, lo familiar de lo conocido junto con un buen golpe por estúpida. Pero si se dejaba caer hacia atrás... Podría disfrutar del abrazo del vacío, el beso de la caída, y más segundos de ese glorioso desconocimiento.

Levantó sus brazos más alto, infló su pecho con el fresco aire nocturno y lo dejó salir en un suave suspiro antes de cerrar los ojos y dejarse ir hacia atrás, permitiendo que la gravedad hiciera el resto.


*


—Sí, ella está aquí. Sí, le diré eso. Sí, también le diré que dijiste eso. No, no es mi culpa que estés trabajando y no puedas hacerte cargo. ¿Algo más?

Terminó la llamada al constatar que Rufi solo tenía quejas y más quejas para seguir lanzando por teléfono. Suspiró, él se ponía insoportable cuando tenía que trabajar y Luc ya había escuchado suficientes insultos hacia el uniforme de enfermero como para agregar más. Rufi tampoco tenía el aspecto de alguien que desearas ver en caso de una emergencia o en quien confiarías para salvar tu vida, y claramente tampoco el carácter.

—¿Y ahora qué haré contigo?

Miró a Joanne, de pie delante de él en medio del callejón trasero al café. Por supuesto que Rufi se había puesto histérico como con cualquier cosa que involucrara a Joanne. Pero Luc tenía trabajo, y no podía hacerse cargo de ella en ese momento. Tampoco estaba en una situación como para permitirse una carga extra, mucho menos ella.

Quería a Joanne, definitivamente no del modo en que Rufi lo hacía, e intentaba cuidarla pero a veces no era el momento para ella. El problema era, que cada vez que intentaba desligarse del asunto, su amigo no dudaba en recordarle el por qué ni siquiera debería cuestionarse el dejarla a su suerte. Y tenía razón, muy para su desgracia.

No podía dejarla en la calle en tal estado, siendo honesto ni siquiera sabía cómo la chica se las arreglaba para sobrevivir el día a día considerando su estado. Intentaba tampoco imaginar qué hacía ella durante el tiempo libre. Pero, como cualquier mascota enferma, Joanne era algo de lo que hacerse cargo y querer a pesar de su estado. Y Luc sabía que no podía dejarla errar por su cuenta, tanto como tampoco podía mantenerla cerca.

—Zed está buscando un traidor, cabreé a un demonio y tengo a una enviada del Vaticano encima. No puedes quedarte por aquí, pero Rufi está ocupado ahora.

—¿Con qué? —preguntó ella y Luc dudó al rascarse la cabeza.

—Alguien vio a una chica saltar de un balcón esta mañana cerca de Times Square. Ya sabes cómo es esa zona con todos sus teatros, demasiadas azoteas y techos abandonados o con acceso restringido así que será difícil encontrar el cuerpo. No... No son un bonito tema de conversación los suicidios.

—¿Por qué las personas se suicidan?

—Dolor, culpa, curiosidad, puede ser cualquier cosa.

—No entiendo.

—Yo tampoco.

—¿Tú lo hiciste?

—No.

—¿Puedo entrar?

—No.

—¿Por qué?

—Porque no.

—¡No es justo! —protestó Joanne con sus puños cerrados y Luc resopló.

—No me hagas discutir contigo, no lo harás.

—Al menos dime dónde.

—No.

—Los escuché hablando en el metro, sabes dónde será la partida de esta noche.

—Sí, y no estás invitada.

—¿Por qué?

—¡Por espiar conversaciones ajenas!

—Debería haber sido invitada también. No es justo que hayan cambiado de sitio y no me avisaran pero a ti sí.

—Yo no soy a quien McKenzie siguió para encontrar dónde se jugaban las partidas.

—Pero ya dije que no fue mi culpa.

—No volverás a acercarte al juego, no me importan tus protestas.

—Eres malo. Tú vas a hacerlo.

—Son mis asuntos.

—Solo lo haces porque quieres encontrar a la chica de blanco.

—Joanne, vete a casa —Luc intentó aferrarse a la poca paciencia que le quedaba, odiaba tener que discutir con ella—. Por favor, ya he tenido suficiente este mes.

—Te conozco, sé lo que quieres hacer. Necesitas mi ayuda.

—No.

—No puedes jugar solo.

—No lo haré. Y tú tampoco, Rufi me matará si siquiera sabe que estamos hablando de esto.

—Por favor.

—Vete de aquí, o llamaré a servicios sociales para que se hagan cargo de ti —dijo Luc y Joanne ahogó un grito al retroceder un paso.

—No te atreverías —murmuró, su piel mucho más pálida de lo habitual.

—No me desafíes.

Levantó el teléfono y ni siquiera tuvo que fingir marcar el número, Joanne gritó y huyó enseguida. Dejó caer sus hombros con cansancio, no sabía cuánto más podría lidiar con la situación. Si ella fuera la de antes, habría sabido que él jamás sería capaz de entregarla, no era conveniente ni algo que deseara, pero esa chica había muerto demasiado tiempo atrás dejando solo un cascarón sin mucho dentro. Tan fácilmente engañada, tan fácilmente manipulada...

Regresó a la cocina y cogió su delantal de donde lo había dejado, la cargada primera hora con todos los trabajadores pidiendo el desayuno ya había pasado pero su turno no había terminado. Joanne no era, ni nunca podía ser, una opción. Sin importar cuan desesperada fuera la situación, ninguna emergencia justificaría el recurrir a ella. Decirle dónde encontrar el nexus meus sería como regalarle cocaína a un drogadicto, y prefería no pensar en similitudes.

Tendría que ir, aun si no jugaría tendría que hacer acto de presencia para mostrar que era leal y no ser dejado de lado como Joanne. Si quería encontrar al demonio blanco, era su única alternativa. Aunque había cometido un error con Michaela, a pesar de haber creído con tanta seguridad que ella aceptaría. Había parecido el tipo de chica que diría que sí.

No, había parecido el tipo de chica que haría cualquier cosa con la motivación debida.

Él tan solo le había errado a la motivación que ella necesitaba, y estaba pagando con su silencio. Tenía su número, podría llamarla o enviarle un mensaje en cualquier momento, pero parecía lo mejor darle un poco de tiempo luego de cómo había reaccionado. Y, en el fondo, Luc no sabía cuánto confiar en ella. Lo que estaba haciendo, le traería consecuencias impronunciables y podría llegar a ser un suicidio, así que no podía arriesgarse a que otros lo supieran.

Por supuesto, todo eso perdió sentido en cuanto Chloe regresó a la cocina con un plato de crêpes que él estaba seguro de haber enviado hacía menos de cinco minutos. A veces le impresionaba lo delgada que Chloe lucía, pero su contextura era así a pesar de lo que su apariencia pudiera decir y ella reía al decir que estaba hecha de ramitas de laurel. La mayoría del personal venía de New Orleans, huyendo de la discriminación del sur y las malas condiciones que implicaban los huracanes.

—¿Por qué eso no está servido? —preguntó Luc con espanto.

—Cliente insatisfecho —Chloe negó con la cabeza, luciendo más preocupada por su reacción que por el servicio—. Dice que están gomosas.

—¡Están recién hechas! —Luc dejó lo que estaba haciendo y se acercó para examinar el plato—. ¡Ni siquiera las ha probado para decir eso! ¿Dónde está?

—Mesa seis.

Chloe suspiró con resignación al saber que sería imposible detenerlo tan pronto como Luc quitó el plato de sus manos. ¿Cómo alguien osaba decir algo de sus crêpes? Podía contar con una mano la cantidad de veces que alguno de sus platos había sido devuelto, incluso podría cortarse dedos innecesarios para eso, y en cada ocasión había sido porque el idiota responsable había ordenado algo sin saber lo que era o lo que contenía, no porque su comida estuviera mala. ¡Sus crêpes definidamente no estaban gomosos! ¡Él jamás permitiría algo así!

Salió de la cocina sin pensarlo, ignoró saludos de clientes recurrentes y felicitaciones de otros satisfechos por su exquisita comida. Esto era obra de Joanne. Si esa cría se había metido por la puerta delantera y estaba haciendo eso para vengarse, él mismo la arrastraría de regreso a su casa y la ataría con una correa allí si de ese modo lograba evitar que se metiera en más problemas.

Aunque la chica ocupando la mesa seis estaba muy lejos de lucir como Joanne, y Mica estaba demasiado distraída con su teléfono como para notarlo cuando se acercó. Por un momento no supo qué decir ante la inusual ocasión. Ella estaba rodeada de grandes bolsas con costosas marcas impresas en estas, mostrando toda la mañana de compras que había hecho, sus labios rojos curvados en una blanca sonrisa mientras respondía sus mensajes. Sombrero a la moda, lentes de sol, de nuevo su camisa abierta como para mostrar que el color de su ropa interior en este caso era un intenso verde esmeralda...

—¿Puedes dejar de criticar mi comida sin siquiera probarla? —exclamó Luc y ella se detuvo para prestarle atención.

—Los pinché con el tenedor, están gomosos —Mica bajó apenas sus lentes de sol para poder mirarlo a los ojos.

—Están perfectos. Mis crêpes son los mejores que encontrarás en esta ciudad.

—Eres un poco soberbio. ¿No crees?

—Díselo al inglés que una vez me pidió tres raciones junto a un pote de Nutella.

—Tengo un amigo que adora el pescado frito que sirven sobre el Tevere cerca del Castel Sant'Angelo, una vez pidió cinco piezas de esa repugnante cosa. El cocinero cambia el aceite una vez al mes con suerte. La cantidad no siempre es calidad.

—O tienes amigos con tan bajo paladar como el tuyo. ¿Qué haces aquí?

—Quiero hablar contigo, estuve pensando sobre lo que me dijiste.

—Estoy trabajando —Luc suspiró ante su insistente mirada, a sabiendas que era una oportunidad que no podía desperdiciar—. Mi turno termina en veinte minutos.

—Puedo esperar.

—Y al menos prueba mi comida antes de criticarla —él lanzó el plato sobre la mesa y ella bufó.

Los siguientes veinte minutos fueron los más lentos de su vida. Para el momento en que llegó su reemplazo, ya estaba terminando de quitarse el uniforme. Fue tiempo más que suficiente para pensar en frío lo que haría y considerar todas las alternativas posibles. Ella había dicho que había estado pensando, lo que significaba que Mica había tenido cuatro días de ventaja para considerar el asunto mientras él apenas unos minutos. Si la movida inicial de esa chica había sido esa, entonces jugaba muy sucio.

Tuvo que mover algunas bolsas para poder sentarse frente a ella en la mesa, bolsas grandes y que debían tener mercancía que superaba su salario mensual. Mica parecía haberse dejado la vida en la 5th avenue durante su ataque de compras, y había ido exclusivamente por las marcas más costosas. Era bueno saber a dónde terminaban las limosnas para la Iglesia, su madre siempre le había dicho que esa caridad no era más que una estafa encubierta.

—¿Sabes cuál es el peor castigo que Dios puede darte? —preguntó ella sin levantar la vista de su celular—. Spoiler, la respuesta te sorprenderá.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él.

—Es la inmortalidad. No existe peor sufrimiento, que la inmortalidad, en un mundo de mortales. Cain mató a Abel, y Dios lo condenó a vagar eternamente por la tierra sin que nadie pudiera matarlo —ella bajó el teléfono y se quitó sus lentes de sol—. Imagina ver a todos quienes amas envejecer y morir, y tú sigues estancado en el mismo momento de tu vida. El tiempo pasa para todos, excepto para ti, y los pierdes. Vives tanto, que empiezas a olvidarte de algunas cosas, porque la memoria es limitada. Llegas a un punto en que ya nada te importa realmente. ¿Riquezas? Has tenido siglos para acumularlas y gastarlas en lo que sea. No entiendo a esas personas que desearían ser inmortales, claramente nunca se pusieron a pensar en todo lo que acarrea. Caín debe arrepentirse tanto de lo que obtuvo, jamás podrá reunirse con su familia.

—No soy realmente un sujeto a quien le interesen tus textos religiosos.

—No, eso es evidente. Pero te estoy describiendo a un demonio. Los demonios surgieron de los ángeles caídos, seres inmortales echados del paraíso y condenados a un mundo mortal. El tiempo pasa, te aburres, empiezas a encontrar el placer en manipular a otros, y el morbo es algo adictivo en este mundo. Así que causas mal, los humanos pasan a ser tus juguetes favoritos, y tan solo empeora con los siglos.

—Te equivocas, la inmortalidad no es una condena.

—¿Tienes experiencia en ese campo como para opinar? —Mica lo enfrentó con sus intensos ojos verdes y él no tuvo respuesta que darle—. Mi mamá solía pensar similar, le gustaba cuestionar bastante al viejo libro. Ella decía que Cain en realidad había sido bendecido por Dios. Se supone que los dos hermanos tenían que sacrificar cosas para el grandote, pero el sacrificio implica dar algo de ti, Cain dio lo que más amaba al matar a su hermano. Por eso Dios lo recompensó con algo tan indigno de los humanos como la inmortalidad. Ella siempre repetía que la Biblia había sido escrita para humanos, por hombres, y que por eso estaba plagada de errores. Se reía de quienes actuaban según el manual.

—¿Ella está...?

—Hace mucho tiempo que encontró la paz.

—Lo siento.

—Es demasiado tarde como para que siga de duelo.

—Creí que eras huérfana —Mica sonrió con diversión al escucharlo.

—¿Qué te hace pensarlo?

—El apellido, principalmente.

—Eres un chico culto, Luc. No creí que a esta altura se siguiera implementando ese tema ni que fuera conocido —ella bajó la mirada a sus manos—. Servadio. Sirviente de Dios. El apellido que la Iglesia le da a los huérfanos sin nombre que recoge.

—Tu nombre también.

—Créeme que estoy lejos de ser un ángel.

—Arcángel —corrigió él.

—Detestas a la Iglesia, y sabes bastante de esta... Eres bastante curioso.

—No podrías odiar algo sin conocerlo, porque entonces ningún argumento sostendría tu reacción. Tu Biblia habla de fratricidios y filicidios, todo en nombre de tu dios. Violaciones, masacres, torturas... Y todo justificado por una supuesta palabra divina. No esperes que apoye eso. No entiendo cómo tú lo haces por lo que me cuentas de tu madre.

—Te lo dije, no soy religiosa. Solo soy buena matando demonios, y casualmente la Iglesia paga bien por ese servicio. Mi mamá era una hereje, una tonta que creía en estas cosas divinas, pero al menos cuestionaba la supuesta palabra sagrada según un puñado de hombres que escribieron un viejo libro. Me arropaba hablándome de Lilith, de la esposa jamás mencionada de Dios, de cómo Judas había actuado bajo orden divina en vez de por traición, decía tantas cosas que incluso hoy lograrían que la juzgaran y atacaran.

—¿Por qué me hablas de ella?

—Porque comprendo tu dolor, sé lo que es que te arrebaten a quien más amas y querer vengarte por eso. Ella solía mirarme cada mañana, pronunciar mi nombre y decir: Algún día, algún día ángeles y demonios se arrodillarán ante ti, nunca te olvides de ser lo suficientemente amable para poder acercarte a ellos, y entonces los obligarás a arrodillarse como deben. Te acompañaré a tu partida, y ahí decidiré si quiero participar de esto o no, pero a cambio tendrás que ayudarme a investigar sobre la pluma de McKenzie, porque si él fue capaz de detener al demonio blanco con una entonces tal vez pueda matarlo si consigo algo similar.

—¿Y me obligarás a arrodillarme al final a cambio de tu amabilidad ahora?

—No lo sé, supongo que eso dependerá del trato que me des. Pero si quieres encontrar al demonio blanco, yo soy tu chica. Y si quieres vengar a tu madre, yo soy tu chica.

—Hay algo más —dijo él y ella frunció sus labios al escucharlo.

—Me parece un trato más que justo.

—Dejarás de criticar mi cocina sin siquiera haberla probado —Luc se fijó en el plato de crêpes aún sin tocar—. Así que probarás cada cosa que te sirva, y luego criticarás.

—De seguro que también criticas mi trabajo aunque jamás me hayas visto en acción.

—Cuando te vea matar un demonio, entonces te diré si eres tan buena asesina como presumes.

—Especialista —corrigió Mica.

—¿Cuál es la diferencia?

—Uno lo puedes decir en público, y el otro no. Créeme que es un salvavidas cuando tienes que llenar formularios y preguntan tu profesión. Y suena más lindo especialista. Acepto si la comida es gratis.

—Bien.

—¡Genial! —ella se lanzó sobre la mesa para coger su mano y sacudirla—. Tenemos un trato. Seremos buenos amigos.

—Te ofrecí mi ayuda, no mi amistad.

—Hoy en día en casi lo mismo, la amistad no tiene valor —Mica continuó sacudiendo enérgicamente su mano—. ¿O crees que soy amiga de todas las personas que tengo en Facebook? Algunas ni siquiera las conozco.

—Eso no suena seguro.

—¿Quieres que enumere todas las armas que cargo conmigo ahora? Creo que la seguridad es de lo que menos debo preocuparme. ¿Ahora vamos?

—¿Dónde?

—Me llevarás al Chinatown a conocer a tu proveedor de mágicas plumas de ganso anti-demonios, aunque primero deberíamos pasar por mi hotel para dejar todo esto —ella hizo una mueca al fijarse en todas sus bolsas—. Espero que esos cupones por comida en el Chinatown tengan validez.

—¿Cuánto gastaste?

—Lo suficiente para olvidar el buen golpe que me di esta mañana —respondió ella poniéndose de pie—. Vamos, no hay tiempo que perder. Dejaremos esto en el hotel, e iremos con el sujeto de las plumas. Y si alguien te pregunta, yo no salté del balcón esta mañana.

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