IX


Mica decidió que Luc se llevaría perfectamente bien con el padre David, él también insistía en que no podía matar a nada remotamente demoníaco, aunque eso fuera un chico de fraternidad que había decidido hacer un trato con un demonio para participar del nexus meus, por más que ella quisiera. En su defensa, él se lo había buscado, y ella tenía problemas para controlar sus impulsos. La rodilla de Olivier podía testificar a su favor.

Seguía sintiéndose extraño el hecho de no tener dolor alguno, a pesar de ser quien había recibido los golpes. Eso podía llegar a ser muy conveniente en un enfrentamiento real, aunque dudaba que Luc pensara lo mismo. Y no podía negar que su cuerpo estaba mucho más cansado de lo que había esperado. Internamente no podía dejar de culpar a la escritura demoníaca rodeando el ring, invisible para un par de ojos normales pero no para ella, un encantamiento oscuro para que los demonios reinaran dentro y las debidas almas fueran pagadas ante victorias o derrotas.

A su parecer, debería haber matado al idiota que había decidido jugar a eso. Sería un poco contraproducente, ya que incluiría a Luc esa política, pero cualquiera un poco inteligente sabía que no se debía bromear con ouijas y juegos diabólicos al menos que realmente se buscara la muerte. Ella tan solo le estaría haciendo un favor adelantando lo inevitable, peor sería sentir cómo el alma era arrancada del cuerpo y se convertía en el juguete de un demonio.

Estaba prácticamente dormida para el momento en que Luc la sacó del subway, los encantamientos demoníacos siempre se las arreglaban para chupar todo de ella y dejarla sin energía siquiera para estar de pie. Su alma era débil en ese sentido. Su cuerpo cedía fácilmente mientras ella se aferraba a su autocontrol para no dejarse afectar por malas influencias. A eso solo debía sumarle su aspecto físico por meterse en una pelea, por lo que no opuso resistencia cuando Luc comentó que era mejor pasar por su piso para que se arreglara y luego ir al hotel.

Siendo honesta, poco recordó del viaje en taxi hasta su departamento, excepto por el vital detalle de que no fue ella quien pagó sino él en su totalidad. Propina incluida. Eso la hizo reír a pesar del sueño, era un chico correcto que jugaba con demonios y les daba drogas a niñas descarriadas. Solo otra pieza más en el sin-sentido que resultaba Lucien Monange.

Pateó sus zapatos fuera una vez que estuvo dentro tal como él le indicó. El chico era demasiado pulcro y ordenado para lo que ella estaba acostumbrada de su tipo, aunque tampoco había encontrado hasta el momento prueba explícita de los tratos indebidos de Luc además de su amplio conocimiento sobre el juego. Quizás solo fuera otro joven descarriado más habiendo querido probar la adrenalina, y lo suficientemente tonto como para creer que podría escapar de la paga con simplemente hacerse a un lado. Cualquiera que se metiera con la oscuridad, sabía que esta tarde o temprano respondería. Aunque fuera en forma del demonio blanco cargándose a su madre.

Lo escuchó ir a la cocina por un poco de hielo, miró la cama en su habitación y no lo pensó. Se quitó sus prendas hasta no quedar en nada más que su ropa interior y se dejó caer de frente, hundiendo su cabeza en la suave almohada de plumas. Se sintió como la gloria divina, si ella tuviera idea de cómo era eso. Aunque con el estado actual de su cuerpo, incluso una zanja hubiera estado bien con tal de descansar. Casi quería reír al saber que realmente no estaba herida, por más que se sintiera así.

—¿Qué crees que estás haciendo? —exclamó Luc con horror.

—Shhh... La almohada estaba triste, así que le estoy dando un abrazo —respondió Mica sonriendo con sus ojos cerrados.

—Sal. Sal ahora mismo. ¡Ni siquiera te has bañado antes de tocarla! Nadie toca mi cama.

—¿Entonces cómo haces tu nidito de amor? —Mica abrió apenas sus ojos para mirarlo.

—¿Mi qué?

—Solo llevamos a la cama cosas que amamos, como libros, comida o personas. Por eso son niditos de amor. ¿Hay algo más lindo que acurrucarte en tu cama con lo que amas?

—Te pediré un taxi...

—¿Y mandarás a una chica completamente exhausta, completamente por su cuenta en medio de la noche con un completo desconocido? ¿Harías eso si fuera una de tus chicas del café?

—No pasarás la noche aquí.

Por supuesto, ella no se movió, ni siquiera cuando Luc se acercó para intentar convencerla de irse. Y, tan respetuoso como él llegaba a ser en ese asunto, ni siquiera se atrevió a acercar una mano para intentar moverla al ver que ella solo tenía su ropa interior. Tendría que agregar manipulación de un chico educado a su próxima confesión. Mica sonrió cuando él se dio por vencido y se metió debajo de las sabanas, aun cuando juró escuchar a Luc soltar un gemido de dolor porque ella no se hubiera bañado antes de hacerlo. Alguien era demasiado limpio para eso...

Se sentía bien, fresco y suave, y al menos la cama era lo suficientemente grande como para que ambos cupieran sin problema. Luego de varios minutos revoloteando en la habitación, y tras comprobar que ella no planeaba moverse del diminuto lado del cual se había adueñado, terminó por quitarse la ropa también y echarse a su lado. Mica abrió un ojo para mirarlo. Lucía cansado, su labio hinchado mientras todavía sostenía hielo contra el corte. Hizo una mueca, eso había sido su culpa.

—No tengo otro lugar donde dormir —admitió él de mala gana—. Podemos poner almohadas en el medio...

—Somos dos chicos grandes, no haremos nada —ella apenas contuvo su risa—. ¿Le tienes miedo a la pequeña arma mortal del Vaticano, pagano?

—Me ataste a mi cama la última vez que pasaste la noche aquí.

—Y fue muy divertido —él suspiró al oírla.

—Mica...

—No me muevo cuando duermo. Solo mantén tu lado del colchón si te molesta, y yo mantendré el mío.

—En serio eres una pequeña máquina de matar —comentó Luc mirando el techo.

—Te lo dije. Y los mataré a todos, a cada demonio ayudando a que ese juego funcione, pero solo cuando encuentre lo que buscamos.

—¿Zabulon es el nombre del demonio blanco? —Mica rio sin poder evitarlo.

—No. Pero si él está por aquí, el demonio blanco estará a su lado. Sería el modo más fácil de encontrarlo.

—¿Es poderoso?

Pensó en Zabulon con sus ojos reflejando el mismo infierno, uno tan dorado como el fuego más ardiente y el otro de un frío azul hielo. Siendo realista, era imposible encontrarlo, y él era cuidadoso en no hacer nada que pudiera llamar la atención o servir para localizarlo. No era una amenaza directa a la Iglesia, pero Mica lo asesinaría con placer de verlo. Después de todo, si no fuera por él, ella no tendría que estar preocupándose por cosas como salvar su alma.

—Demasiado, podría reinar el infierno de desearlo, pero no le interesa nada fuera de su actual modo de vida —Mica ahogó un bostezo—. Es escurridizo, pero no el sujeto malo de la historia con el gran plan de destrucción mundial.

—Nunca lo escuché nombrar.

—Deberías estar agradecido por eso.

—No creo que haya nada por lo que deberías estar agradecido con un demonio.

—Eres extraño, Luc.

—No más que toi.

—Todavía hay salvación para tu alma, no la desperdicies en el demonio blanco. Créeme, no lo merece. No le des el gusto de agregar otro nombre más a su lista de víctimas, porque la muerte es descanso, pero un alma condenada es una pena eterna. Te lo digo por experiencia —ella se acurrucó en su lugar, ojos completamente cerrados mientras sentía el sueño poco a poco vencerla—. Puedo vengar a tu mami por ti.

—No.

—Es una oferta, tómala o déjala. Deberías tomarla, no es algo que haga a menudo.

—¿Entonces por qué yo?

—Porque me recuerdas a mí, cuando era como tú. Solo que yo no tuve a una chica linda diciéndome de hacer el trabajo sucio por mí, y así ando ahora por eso, en la cama de un extraño preguntándome por qué no maté al chico de esta noche.

—Era solo un humano, jugando con cosas que no debía. Un idiota, pero un inocente. No puedes matar a alguien solo porque quieres.

—Eso es aburrido.

—Es lo normal.

—Sigue siendo aburrido.

—¿Y matar es divertido?

—Es algo. Lo recordé.

—¿Qué cosa?

—Lo importante que tenía que decirte. Didascalia —ella rio de solo mencionarla—. ¿Verdad que suena inteligente?

—Y eso es importante porque...

—Las personas siempre usan palabras raras conmigo para mostrar que son más inteligentes que yo —escuchó a Luc suspirar tras esas palabras.

—Eres inteligente, Mica, los demás se equivocan al creer que solo existe un tipo de inteligencia o esta solo se mide por exámenes académicos. No tienes que conocer palabras complicadas para serlo.

—Tampoco me gusta tener que preguntar qué significan para entenderlas.

—Las personas que usan palabras complicadas, suelen hacerlo para sentirse superiores a los demás sin saber en su mayoría qué significan. Son idiotas.

—A veces es divertido usar palabras raras.

—Si te hacen sentir mal, entonces no lo hacen porque sea divertido.

—No todos lo hacen con mala intención, Luc.

—No todos son buenos, y tampoco debes dejar que te traten de menos. Duerme, Mica. Te negaste a moverte porque estabas cansada y ahora...

—Lo sé —ella bostezó sin poder evitarlo—. Buenas noches.

—Bonne nuit.

Sonrió sin poder evitarlo al cerrar los ojos. Le gustaba que le desearan buenas noches. Olivier solía hacerlo siempre cuando apenas se conocían, luego... luego él había dejado de hacerlo, y luego de muchos meses, Mica había dejado de esperar que lo hiciera. Pero era lindo que alguien la despidiera antes de dormir, era bonito rendirse al sueño sabiendo que al menos una persona pensaba en ella.

Esa vez la pesadilla no la tomó desprevenida.


***


Tendría que cambiar las sábanas.

No era como si tuviera una aversión en especial hacia Mica, o hacia compartir cama con alguien más, pero simplemente aborrecía una cama sucia. Por alguna razón se bañaba siempre antes de acostarse, y no había modo alguno en que se acercara al colchón con las prendas de la calle, pero ella no le había dado oportunidad de detenerla ni discutir luego y, al igual que como venía haciendo desde que la había conocido, Luc simplemente se había rendido y la había acompañado.

Al menos podía pretender que la ropa interior y la piel desnuda no eran tan sucias como las prendas que habían dejado en el suelo, pero igual lavaría las sábanas apenas ella se fuera. Seguía sintiéndose surrealista el tenerla allí, considerando que su departamento era su santuario personal y adoraba su soledad. Casi nunca invitaba a alguien a pasar, incluso prefería reunirse con Zed en la azotea a la idea de abrirle la puerta. Pero Mica se había metido sin permiso, como parecía ser habitual en ella, y del mismo modo también había decidido que era un buen sitio para pasar el rato.

Si se concentraba, podía sentir su presencia a su lado. El suave calor de su cuerpo, su ligera respiración, incluso el modo en que se retorcía al acurrucarse más como un gatito buscando una pose cómoda. Había sido cuidadoso al mantener la distancia, durmiendo al filo del colchón al igual que ella para dejar un espacio ridículamente grande en el medio.

Cuando abrió los ojos, ella ya estaba despierta, anonadada con sus brazos en alto observando cómo el sol que se colaba por la ventana iluminaba completamente sus manos. Se sorprendió al pensar que era una bonita primera visión para empezar el día. Mica tenía un modo de ver el mundo como un niño, demasiado inocente e ingenua en algunos casos, fascinada por cosas comunes como si las descubriera por primera vez.

—¿No duermes? —preguntó.

Sabía que era imposible, la había visto caer profundamente dormida la noche anterior en cuestión de segundos a tal punto que había temido que el enfrentamiento la hubiera dejado finalmente fuera de combate, antes de recordar que era su cuerpo el que cargaba las secuelas de eso y no el de ella. El intenso dolor en el rostro y el gran hematoma en sus costillas eran prueba de eso.

—Mi piso es más grande que el tuyo —comentó ella en respuesta—. Y tengo un sillón para que duerman los invitados. Aunque no es nada más que eso, un piso. Está todo en la misma habitación. Tiene sentido, eres más organizado que yo. ¿Qué sabes del nexus meus?

—Lo que te he contado —Mica negó con la cabeza al escucharlo.

—No es suficiente. ¿Hace cuánto está en funcionamiento?

—Ya estaba cuando llegué a New York hace dos años, ahora tan solo se puso de moda.

—¿Y en Paris no había nada similar?

—No que yo sepa.

—Eres extraño. Alguien no se interesa simplemente de un día para el otro en juegos demoníacos, solo porque se mudó de ciudad. Hay algo que no me estás diciendo. Necesito toda la información posible para resolver esto.

—No puedo ayudarte más que como lo estoy haciendo.

—¿Conoces esa sensación de tener una respuesta en la punta de tu lengua y no saber qué es? Como correr detrás de algo que se aleja por cada paso que das, y te estiras por alcanzarlo pero nunca lo logras —ella se puso de lado para mirarlo—. Así es como me siento ahora mismo. Hay tantas cosas, que seguro la respuesta está entre ellas, pero a la vez no puedo encontrarla.

Luc se quedó completamente helado al ver su hombro, la piel hinchada y morada alrededor de lo que parecían ser marcas de dientes. En medio de la oscuridad la noche anterior, no había podido verlo, pero ahora era imposible de ignorar a la luz del día. Eso no había estado ahí antes. No era feo, Mica actuaba tan natural como si fuera una parte más de su bonito cuerpo, pero esa herida tampoco lucía normal.

—¿Qué te pasó? —preguntó él.

—¿Me crees si te digo que me mordió un pitbull?

—No.

—Me mordió un pitbull —dijo ella con seguridad.

—¿Duele?

—No, el veneno tiene bastante adormecida la zona. ¿Se ve muy mal?

—No, para nada.

Se veía doloroso, pero si ella decía que no era así entonces supuso que no había problema, aunque le preocupaba el aspecto poco sano que tenía la herida. Quiso recomendarle una de las cremas senadoras que su madre solía preparar y vender, pero seguía siendo una enviada del Vaticano y él no pondría en riesgo a su familia por ser amable con una chica.

Una enviada del Vaticano en su cama, sin nada más que su ropa interior. Estaba seguro que lo matarían de solo pensar algo así, mejor no mencionar que era una realidad. Se repitió el verdadero motivo detrás de sus actos, y que no era traición realmente a pesar de lo que pareciera.

—No es tan malo como parece —Mica le sonrió como si fuera él quien cargara la herida—. Te prometo que casi ni se siente. Esto no te afecta a ti. ¿No?

—Solo lo que suceda dentro del ring durante una partida.

—Es una suerte, no soy una buena compañera para compartir heridas. No deberías jugar más, Luc. Estás apostando mucho más de lo que crees. No te han dicho todas las reglas del juego, sino no jugarías. He visto esto antes en algún sitio, y no tenía un final feliz para los participantes.

—Solo lo hago para encontrar al demonio blanco.

—Somos todos mentirosos en el fondo. Nos decimos excusas, prometemos que es una excepción, pero seguimos atrapados por el mismo vicio. Te lo dije, déjame el trabajo sucio a mí. No condenes tu alma por una venganza, no vale tanto la pena.

Sonaba casi triste al decirlo. Él suspiró, era demasiado complicado como para siquiera comenzar a explicarlo. Le hubiera gustado decirle que no era un idiota jugando con cosas demoníacas, pero Mica jamás comprendería y tenía un pacto de silencio que respetar. Sí, la estaba usando porque ella lo ayudaría a obtener lo que deseaba, pero un solo paso en falso y podría perderlo todo.

Cerró los ojos, repitiéndose que por gente como Mica, Joanne estaba como estaba. La noche anterior ella habría matado a dos inocentes si él no la hubiera detenido, así de sesgada estaba su mente a causa de la Iglesia. ¿A cuántas personas habían matado en nombre de Dios bajo cualquier tonta acusación, solo porque no cumplían al cien por ciento lo que ellos proclamaban como la palabra divina? Inquisición, discriminación, castigos, codicia... Esa institución estaba tan corrupta como lo que decía combatir.

Su madre le habría dicho que no fuera tan duro en su juicio hacia esa chica, Zed le hubiera gritado por todavía no haberla matado para evitar futuros problemas. Odiaba matar solo porque se le ordenaba. Se puso de pie sin poder evitarlo más, murmurando una tonta excusa sobre preparar el desayuno con tal de alejarse de ella. No podía tolerar su cercanía. Sí, ella posiblemente era una víctima de lavado de cerebro, pero seguía siendo un arma entrenada para matar cualquier cosa que le ordenaran sin cuestionarlo.

El violín estaba a su alcance, cuidadosamente guardado en su maletín. No lo haría. Llevaba una buena racha sin mancharse las manos, no podía permitirse caer de nuevo en esa homicida locura y ciertamente Zed no podía enterarse de Mica o no dudaría en darle la orden. Cuando su trato terminara, ella se iría, y él fingiría que nunca había cometido traición al colaborar con ella.

—¿Quieres tostadas francesas? —preguntó desde la cocina.

—¿Son francesas solo porque las haces tú? —apenas contuvo una sonrisa, sonaba como algo que ella respondería.

—No.

—¿Entonces por qué lo son?

Resopló de solo escucharla, dejaba mucho que desear en cuanto a conocimiento culinario. Pero estaba bien, porque si trataba temas cotidianos con ella, entonces el asunto era más simple de sobrellevar y se alejaba de la delgada línea que existía en Mica. Era difícil aceptar que esa chica de mente tan sencilla, la noche anterior había demostrado no mentir en cuanto a la amenaza que representaba.

—¿Quieres o no?

Ella no respondió. No había que ser un experto para saber que Mica no respondiendo a una oferta de comida no era algo normal. Solo por instinto cogió el cuchillo de mantequilla antes de salir de la cocina. Nadie los había seguido tras la partida, de eso estaba absolutamente seguro, y nadie que apreciara su vida se atrevería a entrar a su departamento sin una invitación por lo que su silencio debía ser otra cosa.

Se detuvo en la puerta del dormitorio al verla sentada en la cama, demasiado concentrada en su móvil mientras apretaba sus labios y sus ojos brillaban de un modo que no deberían al responder rápidamente mensajes. Luc suspiró al guardar el cuchillo y apoyarse contra el marco de la puerta, no de nuevo. Reconocía esa expresión de tormento, siempre la veía en las parejas cuando discutían, esa mezcla entre ira y dolor que solo podía provocar un tipo específico de pelea.

—Si te hace llorar, no lo vale —comentó pero Mica no dio muestra alguna de escucharlo—. Nadie vale tus lágrimas.

Había repetido tanto esas palabras, que ya no recordaba la última vez que había llorado. France, fille aînée de l'Église... Cuánto había odiado esa frase. Cuánto lo había condenado. Incluso con todo aquel discurso humanista de igualdad y laicidad, los días en Francia habían sido duros. Tantos insultos, tantas burlas, tantas peleas... Había pasado su infancia con las rodillas ensangrentadas y los ojos llorosos, por niños repitiendo palabras de padres religiosos. Que llamaran a su madre bruja había sido lo de menos entre todo lo que había tenido que soportar por cómo era ella, y como era él, pero ella nunca le había dado importancia. Y siempre había limpiado sus lágrimas, repitiéndole que nadie las valía y menos si lo habían herido con mala intención, hasta que él había dejado de llorar y había aceptado que, a pesar que no creía que las personas merecieran mal, era imposible negar que se lo buscaban al causarlo. El daño solo atraía al daño.

—No le respondas más.

—Se nota que nunca has tenido una pareja si no entiendes lo que es esforzarte por arreglar lo que anda mal.

—¿Incluso si eso te hace mal? Eso no es amor, es veneno —Mica no levantó su vista del móvil a pesar de oírlo—. ¿Cuál es tu excusa para aferrarte a este sujeto?

—No es tu asunto.

—¿Dinero?

—Gano más yo que él.

—¿Diversión?

—No tenemos gustos similares.

—¿Sexo? Al menos dime que es bueno en eso —ella guardó silencio ante la pregunta—. Por favor, no me digas que tienes mal sexo.

—No es malo, solo...

—¿Por qué sigues con este sujeto?

—No entenderías.

—¿Qué es? ¿Tu iglesia te obliga? ¿Tu moral? ¿Cuál es tu excusa para seguir en algo que te hace sufrir?

Ella resopló y se puso de pie. De mala gana comenzó a recoger sus cosas del suelo y vestirse, claramente molesta por la conversación. Luc quiso golpear su cabeza contra un muro. ¿Qué tenían las mujeres con no desligarse de males externos? Culpó a la ilusión del primer amor, el incurable síndrome de mascota.

—Disfruto de acostarme con gente por la que siento algo, no es tu asunto mi vida sexual —masculló ella.

—Al final de tu vida, te arrepentirás más de las personas a quienes les dijiste te amo sin que se lo merecieran, que de las personas que te tiraste.

—No me conoces, Lucien. No tienes la menor idea de quién puedo llegar a ser —Mica se detuvo delante de él, vestida y con sus zapatos en mano—. Ni siquiera la Iglesia puede tolerarme entonces, pero este chico lo hace. Así que no me excusaré, por no querer sacarlo de mi vida.

—Es una relación enfermiza.

—Lo dice el francés que juega con demonios.

Ella partió sin nada más que decir, y él golpeó el muro por la frustración. ¿Cómo podía ser tan necia? Era mejor que jamás la escuchara quejarse respecto a su corazón, porque entonces no se contendría de responder exactamente lo que pensaba y eso le costaría una reprimenda de Marie respecto a su cruda honestidad. Pero la chica se lo buscaba como una masoquista, y él no estaba de humor para lidiar con su sentimentalismo.

¡Y se había olvidado su chaqueta! Al menos sabía que volvería a buscarla, luego de las vueltas que había dado la noche anterior sobre su valor al ser cuero de cabrilla, volvería sin dudarlo a buscarla.

Se ocupo de cambiar sus sábanas antes de seguir con su desayuno. El mundo era así, las personas adoraban quejarse de sus problemas y retorcerse en su propia miseria cuando lo cierto era que no dejaban de quitar la llaga ellos mismos para luego gimotear por estar sangrando de nuevo. Había creído que tal vez Mica fuera diferente en ese sentido, su visión más clara, pero se había equivocado y en el fondo ella era igual que el resto.

Odiaba equivocarse en su juicio. Había estado tan seguro... en vano. ¡Y él no jugaba con demonios! Pero ella jamás entendería, y él tampoco deseaba hacerle entender luego de recordar todo lo que su tipo le había costado. ¿Cuál era el punto de intentar cuidar de los demás, física y emocionalmente, si igual resultaban unos adictos al dolor? Eran todos iguales, rechazando la ayuda y atacando en retorno solo por haber opinado sobre sus vidas.

Le tomó veinte minutos a la puerta sonar de nuevo, y él fue a responder con una réplica ya en mente para lograr que ella se disculpara por el mal trato y molestarla en venganza, solo para encontrar a Rufi al otro lado. Eso era una decepción. Intentó que el disgusto no fuera tan evidente en su cara. Su amigo ni siquiera se molestó en saludar al momento de hacerlo a un lado y entrar sin ser invitado.

—¿Qué crees que estás haciendo? —dijo Luc sin ocultar su molestia.

—No respondías mis llamadas.

—Estaba durmiendo.

—Fuiste ayer a la partida —Rufi se giró para enfrentarlo y su expresión se desfiguró al verlo—. ¡Jugaste!

Suspiró. Aun si se hubiera vestido, el golpe en el rostro era algo difícil de ocultar. Tampoco era como si le importara la reacción de su amigo, no cuando parecía un loco con su vieja ropa en su desgarbada figura mientras abrazaba un gran libro de cuero contra su pecho como si fuera el mayor tesoro del mundo. Y luego él se preguntaba por qué la gente lo trataba como a un prófugo de un manicomio...

Lo ignoró y regresó a la cocina para recuperar su taza de café. Rufi lo siguió sin cuidado, tan enérgico como resultaba siempre cuando Luc estaba molesto. Barrió todo lo que estaba sobre la mesada sin importarle que cayera al suelo, solo para lanzar su enorme libro con un pesado ruido sobre esta. Por eso mismo Luc odiaba sus visitas, y prefería evitar el desastre que era su departamento.

—¿En qué estabas pensando? —el enojo de Rufi era evidente en su voz.

—No es lo que crees —Luc bebió un poco de café sin prestarle real atención—. Joanne no fue si es eso lo que te preocupa.

—Me preocupas tú, idiota. ¿Es esto por tu madre?

—Te dije que solo quería ir a chequear el ambiente. No jugué, pero las cosas se pusieron violentas y no pude salvarme de unos golpes —la expresión de Rufi cambió enseguida de ira a precaución ante esas palabras.

—¿Peleaste? —preguntó con cuidado—. Conoces la regla. Debemos evitar la violencia a cualquier costo o de lo contrario...

—No hice nada.

—No estamos en una situación para permitirnos deslices. Menos de este tipo. Un solo error, y terminaremos muertos —Rufi abrió el libro y lo señaló como si fuera el culpable de todo.

—Fui para asegurarme que los demonios culparan a Joanne por lo sucedido con McKenzie, así nunca más la dejarán entrar. No volverá a acercarse al juego, y nadie volverá a incluirla.

—Ella no lo hizo, tarde o temprano sabrán que no fue. Nadie sabe quién fue.

—Es lo mejor que tenemos ahora para mantenerla alejada.

—Alguien le dijo a McKenzie del nexus meus, y alguien lo ayudó a infiltrarse para que el compartiera la información con el Vaticano.

—Ya le dije a Zed todo lo que sabía.

—Hay que cargarse al viejo antes que despierte.

—Está vigilado las veinticuatro horas.

—¿Crees que no lo sé? No puedo ni acercarme a menos de diez metros de su habitación para terminar el trabajo —la intención fue demasiado clara en los ojos de Rufi cuando lo miró—. Tú puedes hacerlo. Tienes que rematarlo.

—No.

—El trabajo tiene que ser terminado.

—Está en coma.

—Podría despertar en cualquier momento y hablar.

—Fue atacado por un demonio, ambos sabemos que no despertará.

—El Vaticano envió a su mejor sicario para hacerse cargo de esto, y si nos descubre no tendremos tiempo de correr siquiera —eso fue suficiente para llamar su atención y que se acercara a observar lo que su amigo señalaba—. La he visto. Y esta chica es lo peor que la Iglesia podría haber conseguido. Es escalofriante.

—¿Le has dicho a Zed? —preguntó Luc pasando las páginas.

—No anda respondiendo su móvil. No puedo ir hasta Chicago para avisarle.

—Mencionaste que Ace también estaba en la ciudad, debe andar ocupado con eso. Podemos dejar lo del Vaticano para después.

—No entiendes. Esta chica te sonríe como una niña, pero sus ojos dicen claramente voy a matarte. Michaela Servadio ya ha matado a nuestros antes.

La pequeña máquina de matar. Luc había aprendido a creer en esas palabras, pero ella había insistido en que solo se cargaba demonios. Aunque también había matado un gatito en plena calle sin siquiera pestañear. De todo eso, el mayor problema era que Rufi la había visto, y ella a él. Y eso sumaría un par más de engaños a la lista para mantener una buena partida y ganar con sus jugadas.

—¿De dónde sacaste esto? —preguntó Luc sin ocultar su asombro ante los familiar símbolos.

—Esa es toda la información que pudimos juntar con el tiempo sobre Michaela Servadio —la mirada de Rufi fue dura—. La Iglesia tiene registros sobre ella que se remontan hasta el siglo trece.

—Eso es incluso antes que Joanne.

Parpadeó sin poder ocultar su aturdimiento. Había sospechado que Mica no era como cualquier otro humano, incluso Marie había comentado que su alma era anciana y ella nunca había negado ser inmortal, pero de allí a tener tantos siglos... No era humana, y claramente no era un demonio, por lo que no quiso imaginar el poder que habría en ese menudo cuerpo considerando su edad.

—Incluso prefiero a Ace antes que cruzarme con esta chica, está mal de la cabeza —murmuró Rufi pasando las páginas—. Sabía que era ella. No es un nombre que olvidas. Esto está mal, esto está tan mal.

—¿Si es tan peligrosa, cómo puede ser que nunca escuché de ella?

—Demasiado joven, demasiado nuevo. Oh por favor, ya suficientemente mal estaba la situación sin que ella apareciera. El jefe enloquecerá cuando lo sepa. ¡Ya era suficiente con Ace!

—Podemos hacernos a un lado y dejar que ella se ocupe de eso.

—Nuestra suerte es horrible —Rufi tiró de su cabello con ambas manos, la desesperación evidente en sus ojos—. ¡No podemos tener tanta mala suerte para haber coincidido con ella! Estamos haciendo algo grande aquí, no podemos permitir que intervenga.

—Estás exagerando.

—Desearía estar haciéndolo.

Lamentablemente, Rufi nunca exageraba. Y Luc jamás cuestionaría su experiencia. Sí, Mica había resultado un inconveniente, pero el plan ya se había ido al diablo desde el error con McKenzie. De allí a reaccionar como su amigo... No todo tenía por qué ser tan extremista. Con la manipulación adecuada, ella podía ser usada a su favor, tan solo debían evitar darle motivos para matarlos.

—Entonces solo la evitaremos —respondió Luc.

—Nunca es tan sencillo con ella. Ni siquiera yo estoy a la altura de enfrentarla, no así.

—Eso no tiene sentido —Luc lo miró sin ocultar su asombro, Rufi era uno de los más fuertes que conocía, pero él lucía derrotado al admitir la verdad.

—Quizás contigo tendría una oportunidad, pero... No. Tendríamos que tener la ventaja. ¿Alguna vez has golpeado una pluma?

—Eso es ridículo.

—Así es como se siente enfrentar a Michaela Servadio. No puedes pelear contra algo tan ligero. No puedes pelear contra el aire. Necesitamos reformular nuestra estrategia si ella está aquí, y tenemos que cargarnos a McKenzie. No podemos permitir que el viejo despierte y le diga lo que sabe.

—Ni siquiera sabemos lo que el viejo conoce.

—Sabe del nexus meus, y sabe que funciona en ambos sentidos, eso es suficiente para silenciarlo.

—No tiene pruebas.

—¿Debo recordarte lo que le hicieron a Joanne cuando supieron de ella? ¿Quieres terminar así también? La Iglesia es responsable de su estado actual, y ha hecho eso cada vez que tuvo la oportunidad. ¿O ya te olvidaste de todo lo que te hicieron? Intentaron ahogarme en agua bendita una vez, me cazaron como a un demonio solo porque uno de ellos dijo que era uno.

—No lo mataré.

—Eres el único que puede hacerlo sin que nadie lo note.

—Es un anciano en coma, no lo mataré. No me gusta matar. No firmé para esto.

—Hay mucho más en peligro de lo que crees. A veces hay que hacer cosas que no nos gustan, por un bien mayor.

—Cuando conocí a Zed por primera vez, me dijo que una sola persona con el poder correcto podía hacer la diferencia. No tenía que ser violencia, no tenía que ser extremismo, un pequeño acto a la vez era suficiente. Influenciar unas pocas personas cada día, cumplir la cuota mensual, tener algún proyecto a largo plazo con alguno... Y a cambio, tendría cualquier cosa que deseara. Una vida normal, con placeres y sin reglas, a cambio de un poco de trabajo diario. Firmé para eso, no para matar a un anciano que de todos modos sabemos que no sobrevivirá.

—Tenemos que proteger lo que estamos haciendo. Y odio tener que pedirte esto, porque sé cómo te sientes respecto a la violencia y hace tiempo dejaste en claro que no querías derramar más sangre, pero eres el único que conozco con una habilidad que incluso podría ayudarnos contra Michaela Servadio.

Luc desvió la mirada sin querer escuchar más. Apretó los labios sabiendo que Rufi estaba en lo cierto. No quería hacerlo, pero luego de lo que había visto la noche anterior no podía negar que Mica en serio era un peligro, y si lo que su amigo decía sobre ella era cierto... Entonces, tal vez, había hecho un trato con el mismo diablo. 

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