III
All the lonely people,
Where do they all come from?
All the lonely people,
Where do they all belong?
El chico era aburrido. Ella había revisado toda su cocina, y no había encontrado un solo dulce. Tampoco una hamburguesa. Y mucho menos algo rico para desayunar. ¿Era mucho pedir un Quik? De haber estado en el hotel, habría hecho abuso del servicio a la habitación. Después de todo, era el grandote quien pagaba. ¿Pero estando en el piso de otro?
El departamento no era mucho más grande que el suyo, aunque debía reconocer que la cocina sí lo era y había sufrido la ausencia de un sillón. El joven claramente no debía de recibir visitas o estar acostumbrado a compañía durante las noches como para no contar con uno. Su espalda se estaba quejando por la horrible posición en la que había dormido en la única silla que había encontrado. El padre David no podría decir que ella no hacía sacrificios.
Lucien Monange, francés, veintidós años, era increíble lo que se podía aprender a partir de la billetera de un hombre. Había encontrado unos buenos billetes dentro para quedarse y una metrocard que esperaba estuviera cargada. A esta altura, Mica ya había comenzado a anotar sus pecados en su teléfono para no olvidarse ninguno.
No era un humano normal, de eso estaba segura. De hecho, ella ni siquiera creía que fuera humano del todo. ¿Que apestaba a agua bendita? El agua no tenía aroma como para que ella pudiera apestar a tal. Y luego estaba el asunto de la conversación que había llegado a oír, él sabía del nexus meus. Sabía sobre McKenzie también, lo suficiente como para develar su mentira. En conclusión, Luc Monange era un sujeto digno de observación.
Lo escuchó gemir con dolor al despertarse, ella había tenido que golpearlo con una lámpara para noquearlo así que no dudaba del buen recuerdo que le había grabado. Lo había dejado dormir toda la mañana, más tiempo para que pudiera revisar su departamento y bajar a la tienda de la esquina por una caja de cereales. Seguirlo la noche anterior no le había costado, tampoco el meterse a su piso. Allanamiento de morada anotado para la próxima confesión.
—Dame una buena razón para no llamar a la policía —dijo él, su voz cargada con su fuerte acento.
—¿No puedes moverte? —aventó ella.
Un francés y una italiana se hablan en inglés encerrados en una habitación... su mente todavía estaba ideando el giro del chiste, pero ya lo conseguiría. Metió la mano dentro de la caja y se llevó más cereal a la boca. Él en serio no podía moverse, Mica había buscado en su armario cada cinturón posible y lo había inmovilizado en su cama, cada extremidad atada a una punta. Podía intentarlo todo lo que quisiera, el cuero no cedería.
—¿Atarme semi-desnudo era necesario? —preguntó Luc y ella se encogió de hombros.
—Una chica tiene que disfrutar con lo que puede. Buen físico, por cierto. ¿Vas al gimnasio seguido? Luces mejor que mi ex.
—¿A él también lo atabas a la cama?
—¿Todos los días recibes tantos mensajes de mujeres? —preguntó Mica cogiendo su teléfono—. Incluso a mí me sorprende la cantidad. Todos mensajes avisando dónde y cómo se encuentran, bastante espeluznante de hecho. ¿Eres un hombre controlador, Lucien?
—Son mi familia —respondió mirándola fríamente.
—No lo compro.
—¿Me juzgas por preocuparme por mi familia, cuando me atacaste y me tienes atado?
—Eres un sospechoso.
—Soy inocente.
Ella dejó el cereal a un lado y se puso de pie. Había revisado el móvil de él sin encontrar mención alguna de McKenzie, tampoco algo que lo relacionara en su departamento. Lo único por lo que había decidido no ceder con este sujeto, era por el maletín que había encontrado debajo de su cama con todas las chucherías supuestamente mágicas que se vendían en el café, todas piezas sueltas para armar en esas trampas, incluidas plumas blancas.
—Eres un mentiroso también —comentó ella acercándose—. Y tienes respuestas a preguntas dentro de mi cabeza, respuestas que necesito conocer. ¿Hablarás? Porque no temo el torturarte.
—¿Y tu querida Iglesia avala eso?
—Sí cuando es en la lucha contra el mal, y tú no eres humano.
¿Olfatear el agua? No era tan tonta como para comprar eso. Tampoco lo había atado porque disfrutara de someter a un hombre, aunque si había reído al sacarle una fotografía y compartirla en el chat que tenía junto a los demás de su tipo que trabajaban para la Iglesia. Incluso se había atrevido a hacer una broma sobre el señor Grey, aunque uno de sus camaradas no había dudado en responderle que era mejor el Marquis de Sade. Ciertamente, Mica no tenía tan buena memoria o ese gusto literario.
Cogió el vial con agua bendita que cargaba en su cinturón y le lanzó unas cuantas gotas. Frunció el ceño al no ver reacción. Su piel no se quemó, nada de humo o enrojecimiento, y él tampoco dio muestra alguna de dolor. ¿Había vuelto a equivocarse al cargarlo? No se arriesgaría a beber un poco, la última vez había tenido un mal sabor por horas en su boca. Suspiró al guardarlo y cogió su navaja.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —exclamó Luc pero Mica lo ignoró al apoyar la hoja de su navaja contra su piel. No hubo reacción alguna ante el hierro, la dio vuelta solo para ver que tampoco reaccionaba ante la plata—. ¿Algo más que quieras intentar? ¿Un crucifijo tal vez?
—¿Para quién trabajas?
—Soy un cocinero.
—Eres un mentiroso.
—Y tú una secuestradora.
—Le diste drogas a esa pobre chica.
—No es tu asunto.
—Es mi trabajo exterminar demonios, y mi juramento personal erradicar el mal sobre la tierra. ¿Perteneces a una secta, Lucien? —Mica se subió a la cama y se arrodilló sobre su pecho sin dudarlo, sosteniéndole la mirada mientras consideraba sus opciones—. ¿Practicas artes oscuras?
—Déjame ir.
—No puedo. Sabes sobre McKenzie, y sabes sobre el nexus meus.
—Y también sé que terminarás muerta si sigues husmeando así.
—¿No lo sabes? Es mi trabajo. Husmear y husmear, y aquí no huele nada bien.
—Así que eres el sabueso del Vaticano.
—¿Es voodoo? —preguntó ella y volvió a fijarse en las cuencas sueltas y demás objetos—. No parece voodoo. Lo consulté con alguien que se encarga de eso y dice que no lo es. ¿Entonces qué es?
—Baratijas, compradas en el barrio chino.
—¿Las plumas también?
—Todo
—¿Qué sabes sobre McKenzie?
—Le gustaban los croissants.
—¿Y tú eras su cocinero personal o qué? —preguntó Mica y Luc la miró con odio al ver que tenía su teléfono.
—¿No tienes respeto alguno por la privacidad? —preguntó él y ella sonrió con diversión.
—¿Ah, quién se arrepiente de haber escogido el touch ID de Apple? Nada conveniente cuando andas inconsciente, basta con que pongan tu dedo en la tecla y ta-dah, acceso ilimitado para mí a todo el contenido de tu móvil. Espero no te moleste pero descargué un par de juegos pagos también, estaba aburrida. Y tienes agendado el número de McKenzie, aunque bajo otro nombre.
—¿No tienes nada mejor que hacer?
—¿Crees que disfruté el memorizar sus datos y revisar tus contactos uno por uno, y casualmente haber sido recompensada al encontrarlo? Podría haber sido una gran pérdida de tiempo, pero me pagan por esto. Podemos hacerlo simple.
—¿Te me vas a quitar de encima?
Mica consideró la opción. En realidad, estaba cómoda. Y era divertido. No había modo en que volviera a sentarse en esa incómoda silla, y el resto de los muebles que parecían una opción estaban ocupados con cosas innecesarios que no sentía ganas de mover. Lo observó en silencio, intentando descifrar qué conexión podría tener con el demonio blanco.
—¿Qué eres? —preguntó en un susurro.
—¡Una persona normal como tú!
—Oh, créeme que no hay nada de normal en mí. Y tampoco en ti —respondió Mica mirándolo con curiosidad—. ¿Nos conocemos de otra vida? Me suenas familiar.
—Imposible.
—He tenido otras vidas, solo no puedo recordarlas —continuó ella y le levantó el rostro para poder verlo mejor—. ¿Tienes sangre demoníaca también, Lucien?
—Déjame ir.
—No hasta que respondas mis preguntas. ¿Algún pariente tuyo es un demonio o has tenido contacto con uno últimamente? ¿Trabajas para uno? Porque sabes de mi, y eres demasiado sospechoso como para que te deje ir.
—No lo soy.
—Conoces a McKenzie, tienes su número en tu teléfono y te compraba croissants. Le diste drogas a la chica que él ayudaba a recuperarse. ¿Sabes quiénes arruinan vidas de ese modo? Demonios, o personas que trabajan para estos, o personas influenciadas por estos.
—¿Sabes quiénes en realidad arruinan vidas? —preguntó él sosteniéndole la mirada—. Tu tipo con todos sus prejuicios y reglas. Creen ser perfectos ejemplos a seguir, creen tener la razón siempre, y por eso juzgan sin piedad a los demás y reprimen a quienes no piensan como ustedes. Los cazan porque para ustedes la Inquisición nunca terminó.
Sintió el odio y resentimiento contenidos en su voz. No estaba hablando como un demonio, si fuera uno a esta altura ya debería haberla insultado y agredido mucho más, y con su fuerza sobrehumana escapado de sus ataduras. Pero tampoco era un simple humano. No había muestras de culto satánico en su departamento, y tampoco mostraba signos de posesión.
—Eres un pagano —sentenció ella—. Y estas baratijas tus fetiches.
—¿Me quemarás en la hoguera por eso? —preguntó el joven y ella negó con la cabeza al levantarse.
—Yo no me ocupo de tu tipo, solo de los demonios y sus colaboradores —admitió—. No soy buena lidiando con humanos. Puedo darte mi palabra que no represento amenaza alguna para ti, pero eso no significa que te dejaré ir.
—No soy de tu interés, inquisidora.
Aquella palabra casi la hizo temblar. Recordó el fuego y los gritos de una mujer mientras su condena era dictada. Sacudió su cabeza, alejando las horribles imágenes. Su trabajo era matar demonios, la Iglesia tenía a otros para lidiar con paganos y prácticas de artes oscuras. Poco le importaba él en ese sentido como para siquiera juzgarlo, tampoco tenía nada que juzgar.
—¿Crees en los demonios, Lucien? —preguntó dándole la espalda y observó de nuevo sus baratijas—. Tu tipo suele creer en una representación del mal en tierra. ¿Pero alguna vez has visto uno?
—¿Y qué te hace creer que tú no eres ese mal?
—Te lo dije, yo no me ocupo de los de tu tipo y no podrían tenerme más sin cuidado. Pero este demonios, el mismo que atacó a McKenzie... Es el más peligroso que me he cruzado en toda mi existencia, y si hay una única verdad de la que estoy completamente segura en este mundo es que debe ser detenido a cualquier costo. Volverá a atacar, y sea lo que sea que quiera esta vez, no se detendrá hasta conseguirlo.
Tan solo podía pensar en que cada día, cada hora que pasaba sin haber detenido al demonio blanco, este solo seguía causando mal en el mundo. Era un especialista en eso, y Mica conocía demasiado bien el eterno juego. ¿Cuántas veces debía haber muerto por el mismo par de manos? Y en cada ocasión, el demonio blanco había ganado años de absoluta libertad sin nadie para enfrentarlo. Se repitió una y otra vez que lo había mandado de regreso al infierno, tan inútil como cualquier otro acto en su intento por encontrar la paz eterna, pero ahora estaba rondando de nuevo la tierra. ¿Entonces qué? ¿Acaso había fallado? ¿Había el demonio logrado regresar?
—El demonio blanco —murmuró él y Mica se dio vuelta para mirarlo.
—¿Sabes cómo luce?
—Una joven, una chica, con la piel tan blanca como la luna y el cabello también. Ni siquiera sus ojos tienen color alguno. Un fantasma en la oscuridad.
—¿Lo has visto?
—No, pero he escuchado de ella.
—Por supuesto, estarías muerto si la hubieras cruzado —respondió Mica y lo examinó un instante—. Nadie que sepa del demonio blanco no ha sufrido por este. ¿Qué te quitó?
—No es tu asunto —dijo duramente.
—Fue tras McKenzie para matarlo, y uno de tus pequeños fetiches evitó que concluyera su trabajo. ¿Cuánto tiempo crees que te queda antes que ella venga por ti al ser el responsable? Porque te puedo asegurar, no dejará cabos sueltos y querrá vengarse. Le diste esa pluma a McKenzie.
—Yo no se la di.
—Pero tú las haces —continuó Mica fijándose en las baratijas y Luc desvió la mirada.
—Esas cosas no son mías.
—Están en tu departamento.
—Alguien tenía que ocuparse.
—¿Quién las hace?
—Mi mamá.
—¿Y dónde está? Necesito hablar con ella, es importante que...
Mica calló al comprender su silencio. Luc no respondió, ni siquiera la miró al escucharla. Y ella simplemente lo supo. Había llegado tarde. Esos días que la Iglesia se había tomado entre el incidente de McKenzie y decidir que era algo en lo que debían intervenir... ¿Por qué siempre tenían que tardar tanto en actuar? El demonio blanco era vengativo, jamás permitiría ser vencido por algo tan tonto como un amuleto de protección sin hacer pagar al responsable por ello.
Debió haberlo supuesto. Debió haber sabido mejor. Siempre era simple de encontrar por el rastro de cuerpos y sangre que dejaba a su paso. Su papel de justiciera perdió peso en aquel instante, su corazón cediendo como lo haría con cualquier víctima. No servía para lidiar con los efectos secundarios. Se suponía que para eso estaba la Iglesia, para el apoyo emocional y acompañamiento a las víctimas mientras ella se ocupaba de lo otro.
—Si dices lo siento, te lanzaré por la ventana —murmuró Luc.
—No estás a la altura para intentar hacerme daño. Vendrá por ti también si se le place.
—Lo sé. ¿Qué harás con el demonio blanco?
—Encontrarlo, y matarlo.
—Puedo ayudar.
—No hay modo en que vaya a involucrarte en eso.
—Quieres saber sobre el nexus meus, yo quiero saber sobre el demonio blanco. Creo que ambos podríamos beneficiarnos mutuamente.
—Es difícil tomarte en serio con ese acento.
—Tu inglés tampoco suena bien.
—¡Ey!
Ella pateó el suelo y se cruzó de brazos al mirarlo con su ceño fruncido. ¡Su inglés estaba bien! Al menos su pronunciación lo estaba. Le costaba tomarlo en serio cuando mentalmente no podía dejar de corregir la suya, su acento era difícil de ignorar y ella estaba segura que había palabras debía decir en francés y su similitud al inglés logrando que ella entendiera. Bien, demonio se decía casi igual, eso era un problema menos cuando lidiaba con las barreras lingüísticas.
—No conoces esta ciudad como yo lo hago, ni tienes los contactos que yo tengo —continuó él sosteniéndole la mirada—. Sé por dónde se mueven los demonios aquí y lo que hacen. ¿Qué conoces tú de Manhattan?
Todo, y nada. Si Mica alguna vez había estado allí en otra vida, su memoria no la ayudaría y el tiempo se habría asegurado de cambiar el tablero de juego. Él tenía un punto allí, lo quisiera reconocer o no. Y acababa de admitir que estaba tan metido en el asunto como ella había sospechado al principio. El padre David no estaría contento de saber de una alianza con un practicante de artes oscuras. Pero, de nuevo, los paganos y sus actos impuros no eran su campo.
Suspiró y se sentó de nuevo en la silla, una pierna doblada para poder apoyarse en esta también, mientras sopesaba sus opciones. No sería la primera vez que recurriría a otro, incluso a un pagano y alguien que la Iglesia condenaría sin pensarlo. En realidad, a ella no podría importarle menos la naturaleza de Luc ahora que había quedado claro que no era un demonio. Además, estaba segura de haberlo visto antes en alguna otra parte, aunque no podía recordar el dónde y el cuándo, o si había sido realmente él, pero una mirada así de intensa era difícil de olvidar.
—Bien, vienes conmigo, pero solo porque eres lindo y representas comida gratis.
—No te daré comida gratis.
—Perdí mis cupones por sacar a tu amiga de sus problemas, así que me llevarás a ese café donde trabajas y me darás un desayuno decente o te quedarás atado a la cama hasta que me aburra. Y te advierto que soy una chica ruda, así que no intentes nada conmigo.
*
No lo era.
Resultaba molesta, hablaba demasiado, tenía un serio inconveniente con el orden de sus prioridades, pero no era ruda. Sí, lo había noqueado y atado, pero en su estado actual Luc sospechaba que hasta Joanne sería capaz de eso. Al menos aquello le había servido para descansar bien toda la noche y la mañana, aunque la preocupación no había dejado de desesperarlo hasta que había sido libre de coger y chequear su teléfono. Las mujeres del café estaban bien y salvo, eso era todo lo que importaba.
Sus pensamientos lo torturaban con la idea de que la extraña hubiera revisado todo su piso y su teléfono durante su inconsciencia. ¿Cómo había sido tan tonto de ser tomado por sorpresa? Conocía la respuesta. Había oído historias, pero no había considerado hasta ese momento que fueran reales. Personas con dotes sobrehumanos, entrenadas y adiestradas para obedecer la voluntad de la Iglesia sin cuestionar jamás. Cuando él le había preguntado su nombre, no había sabido si reír o hacer una mueca de asco al escucharlo.
—Michaela Servadio.
Pretencioso, exagerado, degradante incluso, pero la fiereza en sus ojos no cedió como si lo estuviera retando a decir algo al respecto. No lo haría. Sonaba falso también, seguramente lo era o era el nombre que su institución le había asignado. Los religiosos tenían esa patética tendencia a cambiar sus nombres por unos que consideraran más santos, parte de sus hipocresías habituales para considerarse mejores.
La llevó al café, solo porque él tenía la costumbre de desayunar ahí y necesitaba comprobar en persona que todo y todos estuvieran bien. ¿Era eso lo mejor que el Vaticano tenía para investigar a McKenzie? Por cómo Zed lo había hecho sonar, él había esperado alguna clase de exterminador, pero solo había conseguido una joven que no soltaba su celular ni dejaba de sonreír al intercambiar mensajes. Pero ella aseguraba poder rastrear al demonio blanco, y si le avisaba a Zed, él no dudaría en deshacerse de Michaela, y entonces Luc no podría encontrar al demonios blanco también.
—Tienes buenos abs, y un lindo tatuaje en la espalda. ¿En qué está escrito? Parece escritura demoníaca —dijo Michaela, su constante parloteo nunca se detenía—. ¿Se supone que es una protección también?
—No es tu asunto —respondió él sin ganas.
—No existe lealtad entre demonios, por eso no deberías involucrarte con ellos.
—Sé muy bien cómo cuidarme, soy más grande que tú.
—Lo dudo.
No se molestó en responder. Ella había visto su documento, y él su identificación, por lo que ambos estaban al tanto de la diferencia de edad pero eso parecía no valer para Michaela. No tenía paciencia para una chica así ahora, no tenía ganas en meterse en asunto de los hombres de hábito, pero nadie más parecía poder ayudarlo y ella conocía al demonio blanco. Haría cualquier cosa por encontrarlo, aunque fuera alimentar a esa chica.
Michaela sonrió ampliamente al tomar un lugar en el café y aplaudió con sus manos tras decidir su desayuno. Luc suspiró antes de coger ambas cartas y dirigirse al mostrador para dejar sus pedidos. Marie estaba en su lugar habitual, soltando órdenes entre el salón y la cocina para asegurarse que el lugar funcionara a la perfección y los clientes estuvieran satisfecho y felices. Sonrió con cariño al verlo y lo abrazó, antes de dedicarle una seria mirada materna que en otra ocasión a él le hubiera divertido.
—Me preocupaste esta mañana, no es habitual en ti quedarte dormido o no responder mis mensajes —dijo ella pero Luc simplemente señaló a la chica sentada en la mesa al otro lado del salón en respuesta, Marie palideció enseguida—. ¿Te ha hecho daño?
—No, estoy bien.
—¿Necesitas que le echemos mal de ojo? Porque nadie te hará daño sin pasar por nosotras primero —continuó ella y Luc no pudo evitar sonreír.
—Dudo que a esa chica le afecte algo como la mala suerte que tú puedes causarle.
—No subestimes mis dones, Lucien, o te haré probarlos personalmente. ¿Y por qué la has traído aquí? Sabes cómo son los de su tipo, sabes lo que nos han hecho y nos hacen. Creí que dijiste que...
—Ella solo está tras el demonio blanco. Quiere cazarlo. Y yo no me contendré de darle la información que necesite para encontrarlo.
—No provoques al mal. Si él sabe lo que tienes en mente, vendrá por ti también.
—Pues lo estaré esperando.
—Tu madre no estaría de acuerdo con esto.
—Ella no está aquí para decirme eso por su culpa.
—Lucien...
—Tranquila, Marie —dijo sosteniéndola por los hombros—. Solo le diré lo que quiere saber, y nada más.
Una mentira consciente, pero Marie nunca había dudado de él o su calmada sonrisa. Regresó a la mesa antes que pudiera arrepentirse, no disfrutaba de tener que mentirle pero a veces no había opción alguna. Michaela seguía concentrada en su teléfono, sus dedos golpeando con fuerza la pantalla mientras sus labios se tensaban a un lado en una mueca. Extraña expresión.
No parecía una fanática religiosa, eso era todo en lo que él podía pensar y sentía alivio al saber que no tendría que enfrentarse a algo así de nuevo. Algunas personas parecían nunca haber superado la época de la Inquisición, juzgando y castigando a cualquiera que pensara diferente, más a su familia. Odiaba esas acusaciones, y detendría a quien quisiera romper las cartas de Marie, golpearlo a él por bastardo o acusar a las otras mujeres de brujería.
—¿Te parezco linda que no dejas de mirarme? —preguntó ella y le sonrió.
—Usas maquillaje.
—Me gusta.
—Creí que tu tipo no lo tenía permitido.
—¿Mi tipo? —repitió ella y bajó su teléfono cuando sus labios se curvaron en una maliciosa sonrisa—. Oh, ya veo. Maldito seas Azazel, uno de los peores demonios según el Vaticano, culpable de hacer que los ángeles conocieran y cedieran al deseo carnal, los hombres construyeran sus armas y máquinas de guerra, y las mujeres usemos maquillaje. Todas cosas divertidas, es una lástima. No soy esa clase de chica.
—¿La que no usa maquillaje?
—La que cree en Dios y respeta las reglas del viejo libro —respondió Michaela—. El Vaticano paga bien por mis servicios, y el mercado laboral está algo difícil para alguien como yo, eso es todo.
—Trabajas para la Iglesia, y no crees en nada.
—Creo que la palabra que buscas es hipocresía.
—No, la palabra que busco es otra pero es demasiado temprano para decirla.
—¿Hay un horario para decir palabras?
—No me gusta salirme de mi orden, y has alterado mi día. Siempre cumplo con mi horario.
—Siempre cumplo con no cumplir con mi horario.
—Tú y yo vamos a tener problemas para entendernos.
—Tengo problemas hasta para entenderme a mí misma.
Quiso golpear su cabeza contra la mesa de solo escucharla. Eso no podía ser lo mejor que el Vaticano había enviado para hacerse cargo del demonio blanco. Él había visto la destrucción que había dejado a su paso, y sabía de lo que era capaz. ¿Y esta chica? Demasiado joven, demasiado débil como para enfrentarse a semejante poder, demasiado poco en comparación a lo que era el rival.
—¿Tienes un plan? —preguntó Luc.
—Lo pensaré cuando sea necesario.
—¿Entonces cómo pretendes vencer al demonio sin un plan?
—Solo necesito recordar cómo lo hice la otra vez —respondió ella y torció su boca.
—No hagas eso.
—¿Qué?
—Estás mordiendo el interior de tu boca. No hagas eso.
—Lo haré si yo quiero.
—Tendrás infecciones.
—No es tu problema.
Ella le sacó la lengua como si fuera una cría. Suspiró con resignación, y él había creído que era difícil ocuparse de Joanne... No lucía exactamente como una amenaza, aunque el dolor que Luc sentía todavía en su cabeza era una muestra de que no debía bajar la guardia ante Mica.
La joven sonrió ampliamente cuando el desayuno llegó a la mesa y no perdió tiempo en lanzarse sobre sus pancakes. Él cogió su café y se limitó a observarla, tenía que haber algo que pudiera utilizar a su favor o más de lo que simplemente estaba a la vista.
Llevaba su cabello suelto hasta la mitad de su espalda, tan oscuro como la tinta y ondeándose en las puntas. Ojos verdes, ni más ni menos, difíciles de ignorar por el modo en que el maquillaje los resaltaban contra la piel aceitunada. Sus rosados labios se curvaban con facilidad en una sonrisa. Tenía una contextura fina, su clavícula notándose en la posición en la que estaba como el delicado mástil de un violín, pero él no dudaba en que los músculos debajo de la ropa estuvieran tensos y entrenados para la acción.
—¿Has vencido al demonio blanco antes? —preguntó Luc.
—Una vez tuve un golpe de suerte, pero no puedes estar unos años fuera del negocio sin que algún tonto no vuelva a invocarlo —respondió ella mientras continuaba masticando, él se contuvo de hablarle de modales.
—Mientes. No puedes haberlo vencido siendo solo una niña.
—¿Quién dijo que lo fui entonces? —preguntó ella apenas levantando la vista para mirarlo—. No juzgues solo por lo que ves, el demonio blanco anda ahora con el aspecto de una cría mimada de trece y creo que ni tú ni yo dudamos de lo que es capaz por eso. Fue una niña originalmente, demasiados siglos atrás, cuando el mundo era ignorante y los pueblerinos la juzgaban por ser albina.
—Querrás decir cuando tu Iglesia lo hacía.
—Eres muy duro en tu juicio.
—La mayoría de los males en este mundo, ustedes los han causado. No me hables de ser duro en mi juicio, cuando nadie se compara a ustedes.
—No soy la servidora de la cual debes preocuparte.
—¿Entonces quién?
—Si causas problemas, no tardarás en averiguarlo —respondió Michaela y miró por la ventana—. Alessandro te cortará esa lengua antes que puedas decir algo, no es un sujeto de mucha plática. Es a él a quien deberías temerle, no a mí. No juzgo a tu tipo, eso sí sería hipócrita. No te delataré.
—Desconozco cuánto vale tu palabra.
—Ayúdame a encontrar al demonio blanco, así lo puedo devolver a donde pertenece, y no tendrás que preocuparte por mi tipo mientras no causes problemas. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
—No se está moviendo por los círculos habituales.
—Por supuesto que no, su codicia es mayor que mi hambre así que a menos que tengas un sitio aquí hecho de oro, no se aparecerá porque sí. No a menos que tenga alguna conexión con el nexus meus.
—No lo hace.
—¿Cómo lo sabes?
—Los demonios de alto rango no suelen participar. Es muy poderoso. ¿No?
—¿Qué sabes del juego?
—Que McKenzie quería desbaratarlo y así terminó por eso.
—Es una suerte entonces que yo no sea un anciano con artritis.
Ella intentaría desbaratar el juego también, y a él no podría tenerlo más sin cuidado luego de lo que le habían hecho, de no ser porque conocía a los de su tipo. Intentaría ir más allá, entrometerse donde no debía, y entonces Zed no dudaría en dar la orden... de nuevo.
—Sea lo que sea por lo que estés aquí, no lo conseguirás en el juego —dijo él.
—No me iré sin saber qué descubrió McKenzie para ser atacado.
—Demonios administran ese juego, es su negocio, McKenzie quiso ponerle un fin y por eso está como está.
—Solo alimentas mi motivación, y por eso eres un excelente compañero de equipo —Michaela se puso de pie cuando su teléfono comenzó a sonar—. Escucha, tengo el resto del día ocupado pero te agendé mi número por si llegas a necesitarme. Te texteo luego. Y si por casualidad te cruzas al demonio blanco sin mí, solo dile que me conoces y le dirás dónde encontrarme si te deja con vida. Es el Novo Hotel, por cierto, cerca de Times Square. Eso debería bastar para que no te degolle.
Recogió sus cosas, haciendo malabares para contestar el teléfono al mismo tiempo, y partió sin siquiera darle oportunidad de responder. No podía ir en serio. Ella no podía ser lo mejor que tenía el Vaticano para resolver lo sucedido con McKenzie y enfrentar al demonio blanco. ¡Y se había ido sin dejar un solo centavo tras comer todo! ¡Maldita ladrona!
Aun si no estuviera cabreado con Zed, ni siquiera valdría la pena intentar ganar unos puntos al avisarle de Michaela. Pero Zed se lo había buscado, y él no tenía ganas de contactarlo, así que dejaría que lo averiguara por su cuenta. Amenaza o no, Michaela Servadio era una chica impredecible, y Zed odiaba las imprevisibilidades en su ordenado estilo de vida. Sería divertido, y una dulce venganza, ver cómo se las arreglaba entonces con esa chica caminando por las calles de su preciada ciudad.
Levantó los platos y los alcanzó hasta la cocina. Su turno matutino hacía mucho que había terminado, y tendría que buscar el modo de recompensar a quien lo había cubierto por su ausencia, pero al menos podía ayudar en eso. Se sentía culpable, era cierto, pero el café tampoco tenía mucha actividad durante las primeras horas de la mañana que él solía cubrir como para haber hecho un desastre por el imprevisto.
—Es una chica rara —murmuró Marie desde su lugar detrás del mostrador.
Luc se dio vuelta para responderle y sintió el pánico comenzar a formarse al ver que ella estaba con sus cartas. No podía estar pasándole eso de nuevo. Conocía lo suficiente a la mujer como para saber lo que tenía en mente, y ella necesitaba dejar de buscarle un romance en cada chica que se cruzaba. Ni siquiera se molestó en mirar las figuras que habían salido, no caería en esa trampa de nuevo.
—Por favor, no —dijo Luc simplemente.
—Tiene el cuerpo, la mente y el corazón de una chica joven, pero su alma parece muy vieja —continuó Marie sin despegar la mirada de sus cartas.
—Tiene la mentalidad de una cría.
—No todos maduramos del mismo modo, Luc. Ella no es una amenaza para nosotras.
—Yo no dejaré que lo sea.
—Es una lástima —Marie golpeó con sus uñas negras una carta, Luc se forzó a mantener la mirada arriba para no verla—. Está atada a otro. Aunque salió al revés, quizás tengas suerte.
—Marie, te amo, eres como una segunda madre para mí, pero tienes que dejar de buscarme pareja en cualquier chica que entra a este café y menos en una como ella.
—No llevaba una cruz.
—No tienes modo de saberlo.
—Con lo abierta que tenía la camisa, hasta yo podía ver el color de su ropa interior. Y no te hagas el inocente al decirme que no te fijaste también, jovencito, que te conozco muy bien.
Encaje. Morado. No era como si él se hubiera fijado conscientemente, pero la transparencia por su camisa blanca y el hecho que ella parecía desconocer que los botones estaban allí para abrocharlos todos en vez de dos del medio no era algo fácil de pasar por alto. Demasiada piel expuesta para ser religiosa, otra cosa más en la cuestionable apariencia de Michaela Servadio.
—Es una mercenaria, solo está aquí por la paga —respondió Luc y la mirada de Marie fue directo al mostrador con los amuletos para la venta.
—Bueno, ciertamente no es la única. No tienes el mismo don que tu madre y aun así haces sus amuletos para venderlos.
No era lo mismo. No le interesaba el dinero, recaudaría lo mismo tocando su violín en la calle que vendiendo esos amuletos, pero su madre siempre había sonreído al explicarle por qué era importante hacerlos. A veces las personas necesitaban comprar esas cosas, aunque fueran ilusiones, porque había poder en creer en lo que eran capaces. Ella se lo había explicado, a veces el creer que se tendría buena suerte era suficiente para invocarla aunque eso fuera por haber comprado un amuleto de trébol. Y no había una noche que ella no se hubiera desvelado armandolos con tanto cariño y dedicación como siempre hacía, él no permitiría entonces que el mostrador estuviera vacío.
—No es lo mismo. Solo... solo deja las cartas. Nada pasará aquí más que ella cumpliendo con su trabajo y yo consiguiendo lo que quiero a cambio. Y si se aparece por aquí durante mi ausencia, me avisas y no le ofrezcas comida.
—Sabes que es el principal servicio que ofrecemos. ¿No?
—No pagó ayer, y tampoco ahora. No habrá comida para ella —sentenció Luc.
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