Parte 3: Interminable



¿Y ahora qué? Fue lo primero que pensó Vank mientras se dejaba caer en uno de los asientos de la sala de operaciones, desprendiendo un aura derrotista.

Mientras sus ojos seguían clavados como estacas en un solo punto de la mesa que tenía enfrente, el Capitán parecía querer buscar en su interior alguna respuesta a la problemática que le aquejaba.

Para su infortunio, Zëttir rondaba por las cercanías, girando, flotando y escaneando todas sus reacciones... muy de cerca.

—¿Puedes hacer que tu bicho deje de acosarme? —Él alzó la mano sin mirar y lo espantó con un gesto brusco.

Kiki asintió con media sonrisa y pulsó un interruptor en un dispositivo de control que tenía en su muñeca izquierda. Al siguiente segundo, tras esbozar un débil pitido, Zëttir se apagó y empezó a descender en círculos muy lentamente.

Ella se adelantó y usó una de sus patas para que se deslizara hacia una zona segura, sobre la mesa, y no cayera al suelo.

—Listo. Libre de vigilancia.

Vank resopló sin darle la menor importancia con la cabeza apoyada en contra el respaldo, todavía sumido en sus pensamientos.

—¿Y bien? —preguntó ella con suavidad—. ¿Tiene idea de cómo podemos detener la nave?

Eryon Vank chasqueó la lengua y negó.

—Ya probé todos los procedimientos estándar —contestó—. Apagué y reinicié los sistemas de navegación, revisé las rutas, incluso forcé un reseteo manual... Nada.

Kiki frunció el ceño.

—¿Y qué falló?

—Ese es el problema —Vank entrecerró los ojos y apretó los labios, como si las palabras le pesaran—. No hubo ningún fallo.

—Eso no tiene sentido.

—Bienvenida a mi jodida situación —murmuró él friccionando los dedos con su propia frente—. Todo funciona. La estabilidad del Salto Zero es perfecta, el combustible responde, la nave está en condiciones óptimas, pero no me obedece. No puedo apagarla, no puedo cambiar su dirección. No puedo hacer nada.

—¿Y qué significa eso? ¿Vamos a seguir viajando así para siempre?

Vank la miró de reojo, luego soltó una carcajada áspera.

—Nah. No es tan grave.

—Ah, okey. Eso es un poco tranquilizador.

—Tenemos dos opciones. Una positiva y otra negativa.

—Voy a suponer que quiero escuchar la positiva primero.

—Oh, si quieres —dijo él alzando un dedo—. La primera opción es sencilla: que la nave se digne a responder en algún momento. De hacerlo, me bastará con ingresar las coordenadas otra vez y viajar de regreso.

Kiki enarcó una ceja.

—Conociendo mi suerte. Eso suena demasiado fácil.

—Lo es, por eso dudo que pase —admitió, bajando la mano—. Lo que nos lleva a la opción negativa.

Ella lo observó expectante.

—Si la nave sigue sin responder, nos quedaremos en velocidad Zero hasta que el combustible se agote. Cuando eso suceda, volveremos a nuestra velocidad estándar y usaremos las reservas para llegar a la estación más cercana.

Kiki tamborileó los dedos contra la mesa, pensativa.

—¿Y qué probabilidad hay de que la opción positiva ocurra?

Vank dejó caer la cabeza hacia atrás, con los ojos fijos en el techo.

—No lo sé, pero si nos basamos únicamente en la opción negativa, eso significa que vamos a estar atrapados aquí cinco días más.

Ella exhaló lentamente.

—Bueno. Al menos tenemos alimento como para todo un planeta aquí. ¿Eh? —bromeó, pero él no sonrió.

—Sí, pero podría ser peor. Hay que agradecer que estamos en una zona céntrica de la Nación Espacial. Si nos estuviéramos moviendo entre fronteras, la historia sería distinta.

—¿Por qué?

Vank se encogió de hombros.

—Relájate... eso no va a pasar.

Kiki no continuó insistiendo y dirigió su mirada, de nuevo, hacia la ventana. El espacio, las estrellas, los planetas, las nebulosas... todo seguiría retorciéndose en patrones irregulares durante, al menos, cinco días más.

*****

Ese día continuó su transcurso entre varios intentos frustrados por recuperar el control de la nave y la desilusión de que, sin importar cuánto tratasen, al parecer nada se resolvería en lo inmediato.

Si embargo, en el horario de descanso, mientras dormía, Vank despertó, una vez más, de un sobresalto. Algo lo había alertado, pero en esta ocasión había escuchado un golpeteo en la pared de su camarote que lo obligó a salir de la cama al instante.

Caminó descalzo hasta la puerta, ajustó el oído y escuchó el mismo sonido, de nuevo. Venía de abajo. Algo estaba sucediendo. Esa noche se la pasó revisando cada centímetro de los conductos, las conexiones, pasarelas y recovecos en la nave, buscando cualquier indicio de avería, pero... así como esos golpeteos, que no volvieron a aparecer, no encontró nada.

A la mañana siguiente, con los ojos inundados de agotamiento, tomó su café mientras trataba —con pésimo humor— de ignorar la presencia del dron de Kiki.

Ella, por otro lado, lo observó con una chispa de curiosidad y captó de inmediato su estado de ánimo. Así que intentó rebuscar en su mente alguna anécdota divertida para contarle que pudiera hacerle cambiar la cara.

Finalmente, le mencionó, con total naturalidad, que de vez en cuando, ella sufría algunos tics involuntarios por las noches, que le llevaban a golpear sus patas arácnidas a los muros, y por esa razón ella siempre intentaba dormir en medio de la habitación, pero como la cama de su camarote estaba anclada a la pared... no había mucho que hacer.

—Espero que no hayas escuchado ningún ruido extraño por la noche —dijo entre risas, abandonando la sala.

Mientras tanto, Vank, sin decir nada, bebió otro largo y sostenido sorbo de café, a la vez en que sopesaba la idea de tirarse por la escotilla...

*****

El día siguiente comenzó con una conversación inofensiva sobre las diferencias entre sus razas.

Vank, con los brazos cruzados y la mirada en el infinito retorciéndose más allá de la ventana, intentaba encontrar la mejor manera de formular una pregunta que llevaba rondando por su cabeza desde hacía tiempo.

—Solo dilo —murmuró ella, sentada frente a él, con una sonrisa traviesa—. Lo que sea que estés pensando, dilo.

Vank entrecerró los ojos, tamborileó los dedos contra la mesa y tomó aire, preparándose mentalmente, como si fuera a saltar al vacío mismo.

—Tengo entendido que tu raza... —Hizo una pausa, abriendo sus ojos en busca de aprobación—, es una evolución de los arácnidos, ¿cierto?

Kiki se limitó a asentir con la misma sonrisa expectante. Vank tragó saliva.

—Por lo que... este...

La sonrisa de Kiki se ensanchó.

—Sé lo que quieres preguntar —dijo, acomodándose en el asiento—. Pero no te voy a ayudar. Adelante, solo suéltalo.

Vank desvió la mirada un segundo, como si reconsiderara su existencia.

—¿Te salen telas de araña...?

Kiki se aprovechó de la situación y sostuvo la mirada, fingiendo ofensa, como si acabara de presenciar la mayor estupidez jamás pronunciada en la galaxia... y como si no se lo hubiesen preguntado ya miles de veces.

Vank parpadeó, incómodo.

—O sea, no es que sea algo malo. No tienes que responder si no quieres.

Kiki se inclinó sobre la mesa con los codos apoyados y las manos entrelazadas, disfrutando de su agonía.

—Por desgracia, no. Pero, ¿te gustaría verme colgando del techo como una araña gigante?

Vank parpadeó otra vez.

—Eh... ¿Puedes hacer eso?

Ella asintió.

—Eh... —Por alguna razón, él titubeó—. Bueno, sí.

Ella mantuvo su sonrisa durante un largo instante. Luego, sin previo aviso, se aferró con sus extremidades arácnidas a una de las tuberías superiores, se impulsó y pivotó en el aire, quedando suspendida boca abajo, justo encima de él.

Vank se tensó en el acto y retrocedió. Kiki, por otro lado, inclinó su mirada, y se arrimó un poco a él. Su larga cabellera se desparramó por toda la mesa.

—¿Sabías que en algunas culturas de mi especie esta postura simboliza un anuncio de muerte?

Vank tardó en procesar las palabras. Entre la cercanía, la pose inquietantemente aterradora y el hecho de que ahora Kiki estaba flotando como un depredador acechante, le dejó descolocado. Y por alguna razón verla así, le pareció... ¿Sexy?

No. No podía pensar en eso ahora. Que ella se viese sexy no era el punto. El punto es que tenía que contestar. ¿Pero qué tenía que contestar? ¿Ella había dicho algo sobre muerte? ¿La muerte era el punto?

—¿En serio...? —preguntó, esperando que, lo que fuera, fuera el punto.

Kiki sonrió, satisfecha, antes de soltarse y aterrizar con una liviandad impresionante.

—Sí, pero solo para los machos. Si lo hace una hembra, el significado cambia drásticamente.

Y ahí lo recordó. El significado de la postura. ¡Ese era el punto! Vank sonrió con nerviosismo, mientras se frotaba la frente.

—¿Y qué significa?

Kiki sonrió.

—Es una invitación de apareamiento.

Vank se puso extremadamente rígido. Ella solo se encogió de hombros y salió de la sala.

Al capitán le tomó unos buenos minutos darse cuenta de que no le había podido preguntar si se comían a sus parejas después de tener relaciones... pero quizás lo haría en otra ocasión.

*****

Y finalmente, el último día había llegado y, con él, la última esperanza de que el problema se resolviera por sí solo.

Vank avanzaba con firmeza, pero con la mandíbula apretada, mientras recorría el angosto corredor que llevaban hacia la popa de la nave, donde se ubicaba la Sección de Propulsión y Conversión Energética de la nave.

Kiki lo seguía de cerca, obligada a agacharse un poco en algunos puntos de la caminata. A su alrededor, en algunos sitios escondidos, podía notar algunos conductos energéticos de Ezer que latían con su característico resplandor rojizo.

Esa energía revolucionaria que recorría cada fibra de la estructura, ahora era la cárcel que los arrastraba sin parar a un viaje que, esperaba, terminase pronto.

Vank pasó por debajo de una válvula de control, y luego dio un pequeño salto a un estrecho puente de mantenimiento. Se agazapó para contemplar a través de un cristal que estaba casi a la altura de sus rodillas, y activó un panel que sobresalía del muro, junto al cristal.

Kiki apareció y se situó junto a él, usando sus patas sostener todo su cuerpo, dando la impresión de estar levitando.

—¿Es aquí? —preguntó ella, curiosa.

—Sí. Ya estamos en el quinto día —respondió, tecleando con los dedos temblorosos—. Y la consola del puente de mando debería haber mostrado un descenso progresivo en la energía Ezer, pero no ha bajado en todos estos días.

—Eso... ¿Es malo?

—En teoría, no, pero significa que si no desciende, para nosotros sí lo será.

El Capitán señaló hacia el cristal. A través de su opaco vidrio reforzado de doble capa, se podía apreciar una sala mucho más amplia, quizás, la más amplia de toda la nave, sin contar la zona de carga. Tuberías de conversión térmica recorrían las paredes como venas inflamadas de energía, transportando el flujo constante de Ezer. Y en el centro, una esfera de estabilización gravitatoria era rodeada de tubos energéticos, pulsando con un zumbido que a estas cercanías parecían calar en los huesos. Kiki se arrepintió de no haber traído a su dron para que filmara esto.

Finalmente, Vank se volcó a manipular la consola con el ceño fruncido. Revisó los registros, estudió los valores, y entonces, su respiración pareció estancarse.

Kiki desvió la mirada hacia él.

—¿Y bien?

Pero él no respondió. Sus ojos seguían fijos en la pantalla, atónito.

—¿Vank?

—Nada... —sentenció, recibiendo los destellos rojizos de la cámara de junto con un rostro estupefacto—. No hemos perdido nada de energía.

Kiki frunció el ceño, confundida.

—¿Nada? ¿Y entonces qué? ¿Eso qué significa?

Vank se pasó la mano por la frente, y la sintió empapada de sudor frío. Se rascó. Luego, bajó la mirada de nuevo a la pantalla.

—Significa lo imposible. Que estamos viajando sin gastar nada de energía.

Kiki sacudió la cabeza, como si aún no comprendiera del todo el problema.

—Entonces... ¿Seguiremos viajando así hasta que encontremos una manera de apagarlo? ¿Es eso?

Vank dejó escapar una risa seca, sarcástica.

—No. Porque si la energía no se agota, y el Salto de Masa Zero nos impide colisionar con ningún ente físico... y no encontramos alguna otra forma de detener esta nave... —Levantó la mirada hacia ella—. Este viaje será interminable.

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