Parte 2: Viaje



Dejó caer su maleta sobre una litera metálica embutida en la pared y se detuvo a contemplar su nuevo camarote con una mezcla de curiosidad y resignación. Aunque en esa mezcla, la resignación ganaba la partida.

El lugar era muy angosto y pequeño; las paredes eran del típico gris gélido de naves de carga aburridas con paneles verticales angostos que ocultaban tras de sí compartimientos pequeños de almacenamiento.

Y no había mucho más. Solo algo que se asemejaba a una pequeña mesa en la esquina opuesta donde se hallaba la litera, que tenía una ventana ovalada que mostraba una impresionante vista hacia el exterior de su habitación: la vasta y oscura inmensidad... del hangar interno de la propia nave.

Una basura de camarote, la verdad.

Suspiró y abrió su maleta, volcando todo su contenido en la cama. Como una de las pocas Dacnarianas de un linaje a punto de la extinción, ella presentaba cuatro extremidades naciendo de su espalda. Algo así como patas de araña. El insecto con el que más solían identificarla. ¿Y qué podía hacer? Era imposible negar la similitud.

Dos de sus patas comenzaron a colocar sus cosas en los compartimentos superiores, mientras las otras dos revisaban el resto de la ropa. Ninguna de sus patas tenía dedos, pero no hacía falta, solo tenía que tomarlas como si fuesen garras, y las cosas se pegaban a los microbellos de las extremidades, y luego, con un poco de tensión muscular, era capaz de soltarlas.

Decidió cambiarse de atuendo. En los viajes largos, prefería algo más cómodo que el traje de exploración superajustado que llevaba ahora.

Movió las prendas hasta dar con la que buscaba: una blusa amplia con aperturas estratégicas para sus brazos adicionales y unos pantalones a juego.

Desabrochó el traje, deslizando la tela con un movimiento preciso y fino de sus brazos superiores, mientras que los inferiores la asistían con la cremallera. Entonces, retiró la prenda con sutileza. Sintió bastante frío, pero el alivio de estar fuera de aquella prisión de aire llamada uniforme, le reconfortó bastante.

Mientras se vestía la blusa, hizo un pequeño nudo en la parte trasera para que se ajustara mejor a su cintura. Sus brazos adicionales se deslizaron por las aberturas sin dificultad, encajando de manera natural.

Por último, se observó en el reflejo del cristal de la ventana: aun con ropa casual, su silueta seguía siendo distinta a la de cualquier Prymariano —humano—. Se acercó un poco más. Sus ojos, dos grandes ojos violetas, reflejaban su efervescente y típica mirada de determinación... aunque, sabía que su mirada sería mejor de no ser por los otros dos.

Apretó los labios y se llevó una mano a los pómulos, ahí donde se ocultaban sus ojos inferiores. A comparación con los otros, eran más pequeños, y siempre estaban cerrados, dando la impresión de ser dos cicatrices.

Los abrió, junto con un recuerdo que todavía le apenaba.

La primera vez que lo había hecho en público había sido cuando tenía doce Cyklos. Un niño Prymariano de la estación en donde se había criado la vio y gritó como si hubiera visto un monstruo. Los demás niños no tardaron en seguirlo. En segundos ella se había convertido en el centro de miradas de miedo y susurros incómodos.

Tener ocho extremidades era aceptable, ¿pero cuatro ojos? Un horror.

Desde entonces, por y para siempre, los mantenía cerrados la mayor parte del tiempo. No porque le molestara su propia apariencia, sino porque la reacción de los demás... era agotadora.

De repente, un golpe repentino en la puerta la sacó de sus pensamientos.

—¡Ey, reportera! —La voz del capitán Vank se escuchó al otro lado—. Llegaremos a la zona de salto en veinte minutos. Y no sé... supuse que querrías... ¿Documentarlo? ¿Se dice así?

Su corazón dio un pequeño brinco. Automáticamente, cerró los ojos inferiores.

—¡S-sí, Capitán! ¡Gracias! Saldré en un minuto.

Escuchó un leve gruñido de aprobación resonando detrás de la puerta y los pasos de Vank alejándose por el pasillo. Sacudió la cabeza y se apresuró a completar lo último que le faltaba.

Activó su dron-cámara, un pequeño dispositivo flotante que salió de su cápsula de almacenamiento y comenzó a orbitar alrededor de la cabina, escaneando el entorno y sincronizando los datos con su panel de reportes.

—Registro de viaje activado. —El dron emitió un pitido.

Respiró hondo, le lanzó una última mirada al espejo. Sonrió, giró sobre sus talones y salió de la recámara.

Kiki avanzó por el pasillo con pasos apresurados, dejando que su dron flotara tras ella. En el trayecto, tenía que cuidar que sus patas no golpearan las paredes. Después de todo, la nave Verdan TR no era una nave de guerra, ni de exploración intergaláctica.

No tenía pasillos amplios ni grandes espacios para reuniones estratégicas, lo que la convertía en un entramado de corredores angostos y sectores compactos.

El pasillo por el que avanzaba tenía apenas cinco o seis pasos de ancho, lo justo para que dos personas caminaran lado a lado sin sentirse apretadas.

Llegó a una escalerilla metálica empotrada en la pared y la subió con facilidad, casi sin escalar con las piernas, simplemente usando sus brazos arácnidos para sujetarse. No podía negar, que le gustaba hacer eso.

El sector superior, no era amplio, pero después de los pasillos estrechos y la escalerilla, se sentía... más libre. Desde ahí, avanzó hacia la zona de operaciones, una sala situada justo antes de la cabina de mando, con monitores incrustados en las paredes que mostraban decenas de datos que ella no comprendía, pero que le encantaría hacerlo... algún día.

En el centro, un holograma tridimensional proyectaba una imagen de su ruta de navegación. Eso sí era fácil de entender. Luego de unos pocos pasos más, su mirada fue cautivada por un pequeño elevador en medio de la sala. Tenía una luz intermitente y un único destino hacia el nivel superior que indicaba: Camarote del Capitán.

De inmediato una sonrisa pícara se dibujó en su semblante. ¿Sería de esos camarotes lujosos con vista a las estrellas? Se preguntó. ¿O habría un amplio ventanal con vista panorámica?

La idea de contemplar el vacío infinito desde un punto alto de la nave le resultaba tentadora. Por un instante, consideró presionar el botón, solo para ver si se abría la puerta, pero se contuvo.

Sonrió para sí misma y siguió adelante. Finalmente, al cruzar la última compuerta, llegó a la cabina de mando, donde el capitán Vank ya estaba sentado en su puesto, con la postura ligeramente inclinada hacia un lado mientras ajustaba los controles de navegación.

—Capitán —saludó Kiki con naturalidad.

Vank giró la cabeza y le dedicó un asentimiento breve.

—Reportera.

Y de repente, antes de que pudiera decir o hacer nada, un pequeño dron se metió a la cabina y sobrevoló las inmediaciones, rozando peligrosamente los controles.

Vank lo persiguió con una mirada que fue mutando de pocos amigos, a poca paciencia, hasta llegar a su fase final: pocas ganas de aguantar ese zumbidito aberrante.

—Ah, genial... un ojo flotante que me va a vigilar todo el viaje. ¡Lo adoro!

Kiki reprimió una sonrisa.

—Espero que no le moleste demasiado, Capitán, pero es una herramienta indispensable para mi trabajo. En zonas abiertas, como el planeta al que vamos, es imprescindible para las tomas panorámicas.

—¿Tomas panorámicas de desolación y destrucción?

—Sí. En especial esas tomas.

Vank resopló.

—Mientras no me lo encuentre flotando sobre mi cama, supongo que sobreviviré.

—¡Eso jamás! Debo cargarlo por las noches. —Kiki sonrió y desvió la mirada hacia su dron—. Se llama Zëttir.

Vank levantó una ceja.

—¿Zëttir? Que nombre... raro.

—Sí, suena imponente, ¿no? —respondió ella con una sonrisa, viendo cómo el dron realizaba un suave descenso antes de volver a elevarse—. No quería que tuviera un nombre que sonara... amigable.

Vank echó un vistazo de reojo al dron.

—Entonces no es amigable. Lo capto. —Se dirigió al dron—. En fin, me alegro de que solo tendré que aguantarte un solo día, globo de cables.

Vank sonrió para sí mismo, pensando que globo de cables había sido una ocurrencia fenomenal y muy espontánea. Ojalá tener más así. En fin, giró en su asiento y deslizó la mano por el panel de control, activando una secuencia que hizo que las luces de la cabina amainaran su intensidad.

—Bueno, reportera. Es hora del espectáculo.

Kiki alzó ambas cejas, divertida.

—Genial. Grábalo todo, Zëttir.

Vank apoyó un dedo sobre un botón en la consola y luego le dirigió una mirada a la reportera.

—Imagino que sí, pero debo preguntar. ¿Sabes lo que es un Salto de Masa Zero?

Kiki asintió con naturalidad.

—Sí, claro. Aunque... —Alzó la mirada hacia el dron, que giró con sutileza como si esperara su siguiente orden—. Sería una buena idea explicarlo para los que vean el documental.

—Sí, es verdad—admitió—. Bien. Como sabes, estamos en una nave de carga muy pesada, destinada únicamente al transporte, lo que significa que no todas las de este tipo tienen la capacidad de realizar saltos al hiperespacio.

—En efecto. Por su tamaño y peso —aportó ella, regalándole una sonrisa al dron.

—Exacto —Vank señaló una de las pantallas donde se desplegaba el esquema de la nave—. La mayoría de estas bestias no pueden desplazarse más allá de ciertos umbrales de velocidad, pero el Verdan TR es una de las pocas excepciones que puede realizar un salto de Masa Zero... aunque no es algo que se haga a la ligera. Solo funciona con distancias relativamente cortas.

Kiki arrugó el entrecejo con curiosidad.

—¿Y eso por qué?

—Porque consume demasiada Ezer.

Al decirlo, deslizó un comando en el panel y una nueva serie de códigos y números aparecieron en las pantallas. Ahí se mostraban los niveles de energía de la nave.

—La Ezer es nuestro combustible de conversión eléctrica —continuó Vank—. Es lo que permite que un salto de Masa Zero sea posible. Observa.

Kiki hizo lo propio y contempló hacia los rincones de la cabina. Redes de canales de energía en forma de tubos de cristal empezaron a resplandecer con destellos y chispas rojizas, y comenzaron a recorrer la estructura interna, empapando todo con un zumbido eléctrico.

—Lo que ves ahora —dijo Vank, señalando los destellos eléctricos que chisporroteaban en los bordes de la cabina a través de las redes de tubos—, es la nave embadurnándose con Ezer. Esto también sucede en la zona externa de la nave.

Kiki observó el espectáculo con atención. Las líneas de energía se extendían como un sistema nervioso incandescente, recorriendo los paneles exteriores, pulsando y latiendo en intervalos concretos. Como si la nave tuviese un corazón en su interior. Era algo totalmente hipnótico.

—La energía se eleva a una potencia determinada —prosiguió Vank—. Llegado a un punto, eso reduce la masa de la nave a cero, de ahí su nombre.

Kiki abrió los ojos.

—Así que lo que hacemos, en síntesis, es eliminar la resistencia gravitacional...

—Correcto. Cuando la nave reduce su masa, su desplazamiento es el equivalente al de una hoja de papel flotando en el viento. No existe fricción, ni peso, ni inercia que frene su movimiento.

—Impresionante.

Vank sonrió con confianza.

—Ah, claro que lo es. Y ahora... —Tocó un último comando, sujetó una palanca, y la empujó al frente—. Vas a sentirlo en carne propia.

La Ezer alcanzó su pico de acumulación. Los relámpagos rojos danzaron por toda la estructura de la nave, y entonces, al siguiente segundo... el universo se desvaneció en un parpadeo.

*****

El salto de Masa Zero se había desplegado con éxito, y Kiki y el capitán ahora compartían el tiempo en la zona de operaciones, un área lo suficientemente amplia como para sentarse cómodamente sin sentirse atrapados en la compacta estructura de la nave.

Kiki miró por la ventana lateral, observando cómo el universo parpadeaba y se distorsionaba en formas poco naturales.

Las estrellas no parecían moverse en una línea recta, sino que parecían vibrar, se curvaban, cambiaban de dirección y fluctuaban con patrones impredecibles.

—Capitán... —empezó a decir, enfocando el dron hacia él—. ¿Cómo evita el salto de Masa Zero que colisionemos con un planeta o un asteroide?

Vank, que estaba recostado contra una de las paredes, disfrutando de un yogur, alzó la mirada.

—Recuerda que somos como una pluma —contestó con yogur en los labios—. Pero ahora imagina que esa pluma tiene su propio... campo magnético.

Kiki siguió con la mirada al capitán, que señaló hacia la ventana.

—Mientras viajamos, la energía Zero emite una señal a todo aquello sólido que se cruce en nuestro camino. Calcula el impacto, reajusta la trayectoria y encuentra una ruta segura en tiempo real.

Kiki volvió la mirada hacia la ventana para ver cómo las estrellas no seguían un patrón lineal.

—¡Ah! Por eso se ven así...

—Exacto —Vank asintió—. La nave no sigue un simple camino recto. Las estrellas parpadean porque estamos ajustando la dirección constantemente. Algunas veces zigzagueamos, otras veces doblamos, tomamos curvas, ascendemos, descendemos... Todo esto sucede en microsegundos, y mientras viajamos, reajustando nuestro curso para no colisionar con nada.

Kiki se dejó llevar por lo hipnótico que se veía el espacio distorsionándose cada segundo.

—Imagino que este... reajuste, lo hace la computadora.

—Así es. No hace falta romperse la cabeza. En cuanto ingresamos las coordenadas, el sistema se encarga de todo el trabajo sucio.

Kiki desvió la mirada de la ventana y cruzó los brazos sobre su regazo.

—Pero... he escuchado de pilotos que ajustan la ruta manualmente. ¿Eso es posible?

El dron apareció casi de la nada y se le puso en frente. Vank bajó la mirada y lo apartó un poco.

—Sí, es posible, pero como piloto, no te lo recomiendo.

Kiki alzó una ceja.

—¿Por qué no?

Vank la miró de reojo con una media sonrisa.

—Porque nadie quiere estrellarse contra un planeta y ser parte de un genocidio masivo por presionar mal un número.

Kiki rio ante la respuesta.

—Dramático...

—Exactamente. Por eso dejamos que la computadora haga el trabajo. Si alguien quiere probar qué tan bueno es ajustando coordenadas a mano... bueno, solo espero que nadie más viaje con él.

—Supongo que es mejor confiar en la tecnología, aunque no sé si eso me tranquiliza del todo.

Vank se encogió de hombros.

—Bueno. A mí jamás me ha fallado.

*****

El camarote del capitán era pequeño, pero acogedor.

La cama se empotraba contra la pared, y frente a ella, un pequeño panel holográfico mostraba la información del estado de la nave en caso de emergencia, pero en ese momento solo emitía un brillo tenue, indicando que todo estaba bajo control.

Vank dormía plácida y profundamente. Solo sus ronquidos eran capaces de ahogar el zumbido de estática que emanaba de los tubos energéticos Ezer. Todo era armonía y paz...

Hasta que de repente, algo cambió.

De un segundo a otro, un escalofrío le recorrió la frente.

No fue un sonido, ni una vibración, ni siquiera un cambio en la presión de la cabina.

Fue una sensación extraña, como si algo invisible se desplazara por la habitación.

Sus ojos se abrieron de golpe.

Se incorporó abruptamente y contempló la oscuridad del camarote en total silencio. Sus ojos recorrieron las esquinas, las paredes, el suelo, el techo... pero no vio nada.

Su respiración, aunque aún controlada, se volvió más pausada, como si esperara algún cambio en el ambiente, para poder captar algo, lo que fuera que le diese un indicio de movimiento.

Pero nada sucedió.

Frunció el ceño y, casi sin pensarlo, pasó la mano por su rostro, sintiendo la humedad pegajosa en su piel.

Se levantó con cautela y cruzó la habitación con pasos medidos.

El pequeño elevador que conectaba con la zona de operaciones estaba inactivo, y su panel de control indicaba con claridad que nadie lo había utilizado en toda la noche.

Revisó los indicadores del camarote. Ninguna anomalía. Ninguna alteración en el sistema. Todo... en orden.

Vank exhaló el aire, observando la pantalla por un momento más, pero finalmente, sacudió la cabeza y volvió a la cama, frotándose la sien con los dedos. Tal vez solo estaba cansado.

O tal vez...

Nah.

No valía la pena pensarlo.

Cerró los ojos.

Y volvió a dormir.

*****

—¡Mierda!

Kiki levantó la cabeza desde la cocina. El tono que había usado el Capitán en su voz no parecía el de alguien irritado por un error menor. Eso parecía grave. Dejó lo que estaba haciendo y se encaminó hacia la cabina de mando a pasos estándar.

—¡Puta madre!

Los pasos estándar podían esperar, decidió que apresurarse sería lo mejor. Al llegar, encontró al Capitán Eryon Vank inclinado sobre los paneles. A simple vista, Kiki no vio nada fuera de lugar. Por otro lado, él, cada vez que presionaba un comando, volvía a hacerlo, pero con más insistencia, como si la nave se negara a responderle.

—¿Qué está...?

—¿¡Qué está pasando!?

—Ay, me lo quitó de la boca —dijo ella, pero ni siquiera fue escuchada—. ¿Capitán?

Él no levantó la cabeza.

—No... no, no, no —murmuró, sus manos volaban por la consola—. ¿Qué carajo te pasa?

Kiki frunció el ceño y giró la cabeza hacia la pantalla más cercana. Un mapa holográfico trazaba el recorrido de la nave. Allí estaba el planeta de destino: Karprime, marcado con una señal estática.

Entonces vio algo raro. La línea que marcaba la trayectoria de la nave... no se detenía. Si no que seguía extendiéndose y alejándose cada vez más y más.

—Capitán... —se inclinó un poco más—. ¿Por qué nos estamos alejando de Karprime?

Las manos de Vank se quedaron quietas sobre la consola. Se tomó un momento para respirar y buscar la calma.

Pero la clama fue efímera, y en vez de eso, sintió la efervescente necesidad de golpear la consola de nuevo.

Y eso hizo.

—¡No lo sé!

Se produjo un silencio.

—¿Cómo que no lo sabe? ¿Hay algo mal con la nave?

Vank deslizó ambas manos por su cabello, empujándolo hacia atrás con frustración.

—No, pero... por alguna razón, nos hemos pasado.

—Eso no tiene sentido.

Vank dejó caer los brazos, rendido.

—Sí. Lo sé.

Kiki miró la pantalla una vez más. La línea de trayectoria continuaba su curso, alejándose a una velocidad abismal.

—Y no importa lo que haga. La nave... —murmuró él, también llevando la mirada hacia la pantalla—, no sé qué le pasa, pero simplemente... no se detiene.

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