INFILTRADOS

PARA LAS OLIMPIADAS LITERARIAS DE @Rkl_Amer

-        Muy bien, muy bien. – Repetía el tipo de pelo canoso mientras aplaudía lentamente y caminaba de una pared otra en aquella lujosa habitación de hotel. – Realmente me han impresionado, chicos. ¡Los felicito!

En cualquier otro escenario, Viriginia (o Ginny, como le gustaba que le dijeran) habría estado encantada de estar en un lugar que era súper renombrado y con tan buena decoración, pero esta no era la situación ideal para admirar el buen gusto del cuarto. Tanto ella como sus más recientes amigos, estaban metidos en gran aprieto.

Beck, Cole y Ginny se encontraban atados de manos a unas sillas dándoles la espalda a un gran escritorio de madera oscura. En frente, el vicedirector de su escuela usaba el sarcasmo para burlarse de sus estúpidas y muy atrevidas acciones. En la puerta de la suite presidencial un hombre pelado como de dos metro de alto que fácilmente podría haberse hecho pasar por gorila, miraba todo sin inmutarse, como si tres adolescentes secuestrados fuera lo más normal del mundo.

Cole a través de sus gafas miraba con profundo desprecio al señor Green. Nunca se había confiado de él, no parecía la clase de persona que le agradara trabajar en un ambiente rodeado de niños descarados y poco interesados en su educación, al contrario, él parecía uno de esos hombres de negocios que estafan a las personas aprovechándose de su confianza. Y eso era exactamente lo era: Un jodido ladrón y sucio manipulador.

-        Y su otra amiguita, la castaña bajita que es bastante rara, - Molly, se refería a Molly, la cuarta y última integrante del grupo, cuyo paradero era desconocido. – Ella es bastante inteligente, claro que si. Pero desafortunadamente se metió donde no le correspondía y eso la transforma en una chica muy estúpida.

-        ¡Cállate, idiota! ¡No hables así de ella! – Gritó Beck. Sabía que no debía decir nada, sabía que no debía provocar al señor Green pero simplemente no podía evitarlo, cuando se trataba de Molly su lado protector salía a flote y tomaba lo mejor de él, ella era su mejor amiga, siempre había estado a su lado y él siempre estaría en el suyo. No importaba que.

-        ¿Y que harás al respecto, niño bonito? – El hombre acercó su cara a la de Beck sonriendo desafiante. – No creo que estés en condiciones de decirme que hacer.

Enojado, Beck forcejeó las ataduras de sus muñecas tratando de liberarse. Su cabellera negra que le llegaba a los hombros se mecía de atrás para adelante siguiendo su cabeza, sus ojos grises chispeaban furiosos pero más que nada, destellaban preocupación.

El no saber que sucedía con Molly lo estaba matando. Ni siquiera tenía la certeza de que ella estuviera en el mismo edificio y tan solo pensar en que podrían estar lastimándola, estrujaba su corazón. Si, aquel mismo órgano vital que desde el comienzo del año había estado tan confundido y perdido con sus sentimientos. Ahora estaba seguro, él amaba a su mejor amiga, haría lo que sea por ella, y quería decírselo aunque antes tenía que encontrarla.

Green se carcajeó divertido ante su intento fracasado. El pelinegro suspiró frustrado, se suponía que tenía fuerza, no era el mejor bateador del equipo por nada. Diablos, la vida de ese chico deportista parecía la de otro o el recuerdo de un sueño, se sentía tan lejos de su actual realidad que ya no la veía real.

Habían ocurrido tantas cosas en las últimas ocho semanas que había puesto el mundo de los cuatro de cabeza, se había vuelto complicado y peligroso. Todo por un maldito trabajo extra que se consideraba en ese entonces un pequeño favor. Si solo hubieran tenido alguna idea de en lo que se metían.  Bueno, probablemente hubieran hecho lo mismo que hicieron, porque era lo correcto, pero podrían haber sido más cuidadosos y así evitar esta horrible situación.

-        ¿Qué haré con ustedes, pequeños vándalos? – Murmuraba para sí mismo el viejo cincuentón mientras arrastraba sus zapatos italianos bien lustrados por la alfombra y miraba hacia afuera, más allá del ventanal, donde las luces de la ciudad brillaban al comienzo de la noche.

-        Oh, no sé, tal vez ¡Dejarnos ir! – Propuso Ginny con una expresión cansada. Ella se aburría rápidamente.

-        ¿Y tengo que confiar en que no le dirán nada a la policía?

-        Como si no tuviera a la mitad de la estación policial comprada. – Contestó la rubia con su distinguido acento británico.

-        ¡Ja! Tienes razón, chica. Estoy trabajando en la otra mitad por cierto.

Increíble que lo admitiera así como tal, como si solo estuviera confesando que jugaba al golf cada domingo.

-        No puedo dejarlos ir, de todas formas. Ustedes saben demasiado, mocosos entrometidos. Recuerden que pase lo que pase, todo esto es su culpa. Su otra compañera tenía un solo trabajo, pero no, debían ser unos adolescentes rebeldes con hambre de heroísmo y meterse donde no los llamaban. ¿Acaso no conocen el dicho de la curiosidad mató al gato?

Eso no daba ninguna buena vibra.

-        Usted es el que tiene hambre de poder, malnacido. – Ginny escupió. - ¿Es que acaso sus hermanos mayores no le dejaban suficiente comida en la cena?

Asi era ella, no tenía ningún tipo de filtro en cuanto a comentarios filosos sobre vida ajena, su lengua era como una espada que no querías que te cortara.

El vicedirector dio unos pasos hacia ella con el puño levantado dispuesto a golpearla por su pequeño cruel comentario cuando un ruido del exterior del cuarto lo distrajo.

En lo que pareció un segundo, la puerta se destrabó con un pequeño clic, luego fue abierta de una patada y golpeó al señor gorila en su puntiaguda nariz rompiéndola. Aquella chica a la que pensaban que iban a tener que rescatar era quien ahora parecía su salvación.

Molly estaba parada en la entrada con su pelo en una trenza alborotada, su respiración agitada volviendo lentamente sus mejillas coloradas y, en su mano izquierda, sujetaba un bate de béisbol metálico. Era el preciado bate de Beck que había perdido cuando los grandes tipos con trajes los habían agarrado.

El gigante había quedado inconsciente detrás de la puerta de madera oscura, con su nariz goteando y tiñendo la alfombra blanca de rojo. Esa mancha no saldría. El señor Green recomponiéndose del efecto sorpresa cargo hacia ella como un león a su presa. En un rápido movimiento experto que había aprendido de las tantas veces que vio a su mejor amigo jugar, Molly bateó el instrumento que chocó contra la mandíbula del hombre y logró noquearlo. 

Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, soltó el palo de metal dejándolo caer al piso y su cara de fiera se convirtió en una de pánico. Después empezó a hiperventilar.

-        Oh por Dios, oh por Dios, oh por Dios. – Sus ojos iban de un hombre a otro frenéticamente. – Díganme que no los mate.

-        Molly, hey, cariño para un minuto. – Ginny intentó llamarla con paciencia. No duró mucho. – ¡Molly, desátanos, maldita sea!

Pero la morocha no escuchaba, el terror estaba nublando sus sentidos.

-        Molls, - Probó Beck. – Molls, está bien, mírame, aquí.

Al escuchar su voz, Molly giró su cabeza lentamente para encontrarse con sus amigos. Respiraba por la boca tratando de mantener la ansiedad controlada y poder concentrarse en lo que debía hacer.

-        Bien, tranquila, ya veremos que sucede con ellos ¿Si? – Beck le habló con calma. – Ahora solo tienes que desatarnos. Puedes hacerlo.

Al fin libres, Cole se acercó a su secuestrador estrella y lo observó de cerca.

-        No está muerto. – Confirmó ajustando sus gafas algo decepcionado. – Aunque me gustaría que sí.

-        ¡Eso fue asombroso Molly! – Exclamó exaltada la rubia. – No puedo creer lo que pasó. Entraste como una jodida espía y bum bum ¡Libertad! Bueno ese ataque de pánico arruinó el drama un poco pero...

-        ¿Quieres dejar de gritar ya, Virginia? Llamaras la atención de todos los demás guardias. – Cole le reprochó con fastidio.

-        Agh, lo que sea. – Rodó los ojos. – Y ya deja de decirme Virginia, mal nacido.

-        Si, hablando de guardias, será mejor que ya nos larguemos. El señor V no tardará en advertirles que escapé. – Dijo Molly.

-        ¿Qué le hiciste? – Preguntó cuidadosamente su amigo. Ella se limitó a señalar al señor Green tendido en el suelo.

-        Salgamos de aquí. – Ordenó Ginny. Los demás asintieron y Beck tomó el bate.

Se asomaron por el corredor para comprobar que no hubiera nadie y justo cuando ponían un pie afuera de la habitación, un grupo de seis guardaespaldas los vieron y se dirigieron hacia ellos.

Los cuatro comenzaron en desesperación a correr por ese extenso pasillo que parecía no tener fin, mientras Ginny gritaba "al elevador, al elevador". Una vez dentro, Cole apretaba el botón del lobby una y otra vez con fuerza tratando de que las puertas se cerraran rápido. Al ver que los gorilas se acercaban cada vez más, Beck levantó el bate sobre su hombro listo para pegarles si tenía que.

El ascensor se cerró y lo último que vieron fue a uno de ellos tropezando haciendo que el resto callera en efecto dominó. Podían agradecer que los tipos no supieran manejar sus grandotes cuerpos todavía.

-        ¡Oh por Dios! – Molly agarró el brazo de Beck llamando su atención. – Tengo que buscar mi computadora. Allí está toda la información que juntamos..

-        ¿En qué piso está?

-        El segundo. – Cole presionó el número 2 en el tablero. – Ustedes tienen que bajar, no puedo dejar que los agarren de nuevo.

-        No iras sola. – Insistió el pelinegro. – Voy contigo y te cubriré. Cole y Ginny nos esperaran en la esquina.

-        Bien, genio. ¿Qué se supone que haremos la loca esta y yo si hay más de esos gigantes esperándonos? – Preguntó Cole irritado.

Beck giró en sí mismo mirando cada rincón del elevador, sujetó el caño que se usaba para sostenerse y de un solo tirón lo arrancó de la pared.

-        Demonios Beck Miller, me casaría contigo en este instante por eso pero, no gracias, no eres mi tipo.- Ginny le quitó el palo dorado. – Ahora es mi tiempo de aplastar traseros.

-        Creo que yo debería tener eso. – Dijo Cole.

-        Pues yo no.

Antes de que comenzaran a discutir, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron en el piso dos mostrando un camino despejado. El pelinegro y la morocha de baja estatura se encaminaron lentamente, atentos a cualquier movimiento y tratando de no hacer ruido, hasta la habitación en la que minutos antes ella había estado atrapada.

Al girar el pomo, se dieron cuenta que estaba trabada.

-        Necesitamos la tarjeta para abrirla. – Le dijo Molly al chico. – Es la única forma de entrar.

-        No, hay otra forma. – Ella lo miró extrañada. – La fuerza, Molls. Hazte a un lado.

Con tres patadas secas y duras la puerta se abrió de un estruendo chocando con la pared provocando un ruido sordo que acabó con el silencio fantasmal.

Beck observó el interior para luego entrar con Molly pegada a sus talones. Ella fue directamente a la pequeña mesa con cajones y empezó a revisar uno por uno hasta poder hallar su ordenador. Él hacía de vigilante quedándose cerca de su única vía de escape (sin contar la ventana, tirarse por allí no podía terminar bien).

En la cama para dos el señor V, su profesor de química y el encargado del club de informática, roncaba como un dragón mientras un hilo de baba se escurría por el costado de su barbilla.

-        Molly, ¿Qué le pasó al señor V?

-        ¿Ah? – Ella se dio vuelta confundida y al ver al hombre tirado sus ojos se abrieron bien grandes y se sonrojó. – Oh, em... Luego te cuento. O no. – En el último cajón encontró la computadora.

Beck suspiró aliviado, agarró delicadamente el brazo de la chica y tiró de el para salir finalmente y poder reencontrarse con el resto pero, justo en ese instante, el señor V despertó, hubo un intercambio de miradas y, en lo que ya parecía una vida de película, una persecución por las escaleras comenzó.

Mientras tanto, Cole y Ginny llegaban al lobby para ser sorprendidos por los seguidores del señor Green. Apresurados y en una situación desesperada, corrieron hacia la puerta más cercana con un cartel pegado que rezaba las líneas: "Armario de conserje. No entrar. Solo personal autorizado". Gracias a todos los dioses de cada religión no estaba con llave. Pusieron aquella barra dorada entre la manija para bloquear el paso. Se dieron cuenta que no resistiría mucho por lo que ambos se movieron apurados para correr el pequeño escritorio pesado hacia la entrada.

-        ¿Qué hacemos ahora? – Cole preguntó sin dejar de mirar la rendija de abajo de la puerta donde se veían las piernas de los hombres tratando de llegar hacia ellos.

-        Oh, carajo. – Maldijo Ginny. Cole se giró hacia ella acomodando sus lentes sobre el puente de su nariz, y al ver lo mismo que ella, se quedó paralizado. – Este no es el armario del conserje, ¡Es un jodido depósito de armas!

Su sonrisa se expandía cada vez más al observar de cerca cada una de las piezas:

-        Debemos llevarlas, Watson. Serán nuestra única ventaja. – Del otro lado, los gemidos de esfuerzo de los hombres se hacían cada vez más fuertes, ella parecía no notarlo. Cole estaba a punto de tener un ataque de ansiedad. – Ayúdame a llevarlas.

La rubia de nacionalidad inglesa agarró al chico afroamericano de su muñeca y le levantó la camiseta para poner las pistolas más pequeñas entre su abdomen y su pantalón, allí donde iba el cinturón, no sin antes comprobar que estuvieran cargadas. Cole miraba todo el despliegue en estado de shock.

-        ¿Cómo sabes tanto de armas? – Él cuestionó al ver la facilidad y familiaridad con la que ella trataba los aparatos de guerra.

-        Estudié sobre ellas en mi viejo instituto. – Esa supuesta academia a la que iba antes de llegar a Norteamérica solo se hace más rara, pensó Cole. – Agh – Gruñó con frustración. – No entran más.

Ginny se giró dándole la espalda y se puso a inspeccionar cada rincón del lugar. Allí, como si hubiera sido olvidado, divisó un viejo bolso negro. Se acercó a el y tiró del cierre para ver si había algo dentro y cuando lo vio, solo pudo entusiasmarse más.

-        ¡Oh santa mierda, Watson! ¡Aquí hay billetes! ¡Muchos billetes! – No esperó respuesta de su parte y empezó a llenar el reto del bolso con más armas. Sus ojos azules brillaban como una niña en una juguetería. Le colgó la bolsa al hombro a Cole y se paró en frente del escritorio, sosteniendo un tipo de calibre en su mano derecha. – Prepárate, mi fiel compañero. Esto se pondrá rudo. – Advirtió. – Y agarra una de las pistolas, zopenco mal nacido.

De un empujón, la mesa se estrelló contra la pared, y tan solo un segundo después, la fina barra dorada se partió al medio. Unos cuatro guardias con rostros de perros rabiosos miraron a ambos con odio, pero antes de que pudieran siquiera hacer algo, Ginny apuntó la boca del arma directo a una de las frentes y los hizo retroceder. Cole salió tras ella usándola como escudo. Todo el enojo que había tenido antes en el cuarto presidencial, se había desvanecido, ahora solo quedaba el miedo. Esperaba que pudieran irse lo más pronto de ese condenado hotel.

-        Bien, así. Para atrás, inútiles. – Ella tenía una mirada salvaje, una a la cual temer y evitar si era posible.

-        Vamos, preciosa. – Dijo uno de ellos. - ¿Por qué no me das el arma y solucionamos las cosas de otra manera? Podemos usar una de las habitaciones de aquí, tú eliges. – Y eso fue lo que encendió la mecha del descontrol.

Ginny le dio una bofetada con el revólver al que tenía más cerca al grito de "¡A mí me gustan las chicas, pervertido!" Y comenzó a disparar a todas las piernas y brazos que se le cruzaban. Cole solo corrió hacia las puertas que daban a la calle mientras lanzaba patadas y puñetazos a todo aquel que intentaba detenerlo (porque por supuesto más tipos con trajes habían emergido como de la tierra). Por un costado, atrás del mostrador principal, Beck y Molly bajaron por las escaleras para encontrarse con todo el confuso caos.

En una pequeña oportunidad, en la mitad de esa extraña y particular guerra, los cuatro amigos pudieron escapar el hotel sin dejar de correr cuesta abajo. Al final de la calle, doblaron en la esquina y siguieron corriendo por unos 15 minutos más hasta estar seguros de estar lo suficientemente lejos. Habían tenido suerte de que nadie los siguiera.

-        Esperemos el autobús en esa parada. – Dijo Ginny entre jadeo y jadeo. – Nos bajaremos en la última.

Nadie tenía fuerzas para discutir con ella.

Dos horas más tarde, estaban todos sentados en las incomodas butacas del restaurante barato de una gasolinera, comiendo una gran porción de papas fritas con mucha sal.

-        ¿Qué hacemos ahora? – Preguntó Beck a un lado de Molly, quien revisaba su computadora y se quejaba silenciosamente de la mala conexión del wifi del lugar.

-        Bueno, a nuestras casas no podemos ir. Nos encontraran fácilmente allí. – Contestó Cole.

-        Sip, y nos mataran y ocultaran nuestros cadáveres en el bosque, o tal vez los lancen al rio, para después "ayudar" a nuestros padres en la investigación. – Propuso Ginny mientras se chupaba los dedos llenos de grasa.

El resto se le quedó mirando. Ella seguía devorando las papas.

-        Por Dios, cállate, Virginia. Nada de esta situación es gracioso.

Esto es lo que había ocurrida y el por qué ahora estaban como estaban: Hace casi dos meses el señor V, aquel profesor alto y flaco con gafas demasiado gruesas y dientes amarillos que era el encargado del club de informática, le había pedido a la genio de las computadoras Molly Benson (quien formaba parte del club junto con Cole) que le realizara una serie de algoritmos que él no sabía muy bien cómo realizar.  Molly, confiando en su profesor favorito y él único en la escuela además de Beck con el que podía hablar, cumplió con su pedido de forma profesional. El algoritmo era algo singular, pero ella no había pensado nada extraño porque confiaba en él y bueno ¿Qué clase de mal podía provocar un profesor de preparatoria?

En contrario, su mejor y fiel amigo desde el primer grado Beck Miller, el atleta estrella de la comunidad, metió su nariz curiosa y le insistió a Molly a descubrir el propósito del señor V. Mientras tanto, unas semanas más tarde de su llegada desde Londres, Virginia Scott se hallaba peleando y rebelando contra los directivos de la escuela por la cancelación de diversos clubes y grupos por "falta de recursos monetarios". Un día chocó con los dos amigos en la sala de computadoras quienes se miraban con asombro y sorpresa pues acababan de encontrar algo grande: El señor V intentaba usar el algoritmo para robar dinero.

Ginny decidió unírseles para realizar una exhaustiva búsqueda y luego también Cole Watson, quien había escuchado todo y estaba harto de las injusticias por parte de los adultos.

La investigación de los cuatro llego a unirlos con el vicedirector Green, quien estaba detrás de toda la ilegalidad. Él, bajo las sombras, traficaba armamento y drogas por la ciudad y sus alrededores. Ahora, su nuevo plan consistía en usar la tecnología para robarle el dinero a la gente de sus cuentas bancarias, y todo eso, con los códigos que Molly había desarrollado. El señor V y Green eran parte del mismo sucio grupo junto a otras decenas de personas que fingían ser alguien que no. Eran unos infiltrados en la sociedad.

Este día, esperaron a Beck salir de su entrenamiento para irse juntos a casa de Ginny y pensar en sus próximos movimientos. Ninguno esperaba que una camioneta negra los interceptara y terminaran secuestrados en uno de los hoteles de los que Green era dueño.

Las cosas estaban complicadas y ellos era fugitivos de una banda de delincuentes.

-        ¡Ya lo sé, Watson! Corta el drama de una vez. – Ginny lo miró enojada. – Y ya te he dicho mil veces que dejes de llamarme Virginia. ¡Lo odio, mal nacido! – Se había enamorado de ese insulto.

-        ¿Yo soy el dramático? – Cole estaba indignado. – Tú eres la única que mira todo esto como si fuera una maldita película de acción. Diablos, mira a Molly por un instante.

Ella estaba temblando, con los dedos moviéndose para todos lados sobre el teclado sin apretar ningún botón. Back puso una mano en su hombro pero ella se levantó como un resorte, agarró su computadora y salió del lugar. El pelinegro la siguió, no estaba de humor para seguir escuchando a Cole y Ginny discutir.

La encontró sentada en el borde de un cantero, observaba las estrellas y sus pies colgaban. Parecía haber mil cosas en su cabeza.

-        Oye. – Él se sentó a su lado llamando su atención. – Se lo que estás pensando y no, nada de esto es tu culpa.

-        Claro que sí, Beck. – Susurró, sus ojos cubiertos de lágrimas. – Yo hice ese código, si algo malo pasa, será mi culpa.

-        Solo confiaste en quien no debías. Le pasa a todos, Molls.

Ella no le contestó, no creía totalmente en sus palabras. Negó para despejarse un poco.

-        Encontré algo más. – Le contó pasados unos segundos de silencio. – Cuando estaba con el señor V.

-        ¿Qué cosa? – Él la hablaba despacio, ella sabía que no estaba obligándola a contarle, era una oferta abierta a hacerlo.

-        Hay una memoria que tiene la información de todas las cuentas en los bancos, está conectada a una computadora que tiene parte de los algoritmos para sacar el dinero de allí. Al parecer aún no saben cómo conectarlo todo pero es solo cuestión de tiempo. – Él no le quitaba los ojos de encima, esperaba a que continúe. – Beck, debemos volver al hotel y robar la memoria, sin ella no podrán hacer nada. Esa memoria tiene lo importante.

-        ¿Y está en el hotel? – Beck trataba de procesar todo. Ella asintió. - ¿Sabes exactamente en qué parte del hotel está?

-        En el sótano. – Respondió. –Me infiltré en su sistema de cámaras de seguridad y lo confirmé.

Él sonrió y le sujetó la cara entre sus manos. Ella era tan asombrosa, no podía entender como despreciaba sus habilidades como si fueran un montón de caca de paloma, o que nunca dijera su opinión porque pensaba que a nadie le importaría, pero ¿cómo? Ella era la chica más inteligente que alguna vez haya conocido. Para él sus inseguridades no tenían sentido, era fantástica, aun así permanecía a su lado y la apoyaba en todo lo que podía y la incitaba a ir más lejos porque ella podía tanto, pero estaba demasiado ciega para ver su propio brillo. De todas formas él creía en ella, como ella en él.

Siempre había sido así, siempre habían estado el uno para el otro, en cada buen o mal momento de sus vidas. No podía imaginar una vida sin ella, tampoco quería. Pues con Molly siempre se sentía bien, cómodo, sentía que podía ser él mismo y sería más que suficiente. La quería tanto. Cada pequeña cosa que hacía le gustaba, se había aprendido cada uno de sus tics nerviosos y cada detalle de su rostro pero igual, todavía seguía descubriendo cosas. Le fascinaba.

En ese instante, la luz neón del cartel gigante de la gasolinera la hacía ver espectacular. Sus ojos brillaban intensamente y podía ver casi todas sus pecas. Era tan bonita. Puso su mirada en sus labios y unas repentinas ganas de besarla lo invadieron.

-        Molly, realmente me encantas. – Le susurró confidente a centímetros de sus labios.

Ella sentía el calor de su aliento en su piel. Quería responderle y decirle que a también le gustaba, pero no podía. Tenía miedo de decepcionarlo, de no ser la chica que en la que él creía, la aterrorizaba la idea de perderlo.  Ella bajó la cabeza hacia su regazó. Tomó con fuerza su computadora y se dirigió hacia sus otros dos amigos. Tenía que informarles que debían volver.

Y él, él se quedó allí con el corazón latiendo demasiado rápido pensando en que rayos pasaba por la mente y el corazón de su amiga.

20 horas más tarde:

Las cosas habían salido mal como era de esperarse. Incluso parte buena de la policía había estado ahí y se había retirado cuando se dieron cuenta que era demasiado para manejar. Ahora los cuatro estaban en medio de una encrucijada, era casi misión imposible el poder entrar al hotel y sería aún más difícil salir.

Las balas impactaban a cada dos por tres contra el coche de policía volcado, el cual les servía como escudo para ocultarse y disparar a su vez a los secuestradores. Su compañera escribía velozmente en su computadora, tratando desesperadamente de hackear los circuitos cerrados del hotel. A su lado un apuesto joven de piel pálida, ojos grises casi traslúcidos y cuerpo atlético infartante, miraba a las dos chicas con admiración Él sabía muy bien que tal vez solo le quedaba, un día, una hora, o tan solo estos míseros minutos. Pero a Beck lo único que le importaba era, lograrse ganar el corazón de Molly, ignorando el hecho que ya lo tenía.

La sangre de Cole bombeaba a mil kilómetros por hora, incluso le parecía poder escuchar sus latidos a pesar de los ruidos de balas. Una de ellas, la que aún tenía las manos libres, se puso de pie, sin salir detrás del auto y comenzó a devolver el ataque, intentando ganar tiempo. Él cerró los ojos por un momento, y decidió, que, si iba a morir, al menos lo haría defendiendo lo que realmente importaba. Tomó su arma cargada y se colocó al lado de Ginny.

-        Aquí vamos, mi querido Watson. – Incluso en tensos momento no podía dejar de bromear, la quiso por eso. Estar al borde del abismo te hacía apreciar las cosas y personas de una forma diferente.

Lo que pasó con los cuatro depende de ti. Puede que hayan salvado a todos los habitantes de ser estafados de una forma heroica, o que hayan caído peleando. Tal vez los planes del vicedirector hayan salido a la luz o puede que haya salido impune. Tú decides.

Lo único que tener en mente, es prestar atención a tu alrededor. Nunca sabes quién puede ser un infiltrado.


¡Que honor estar entre los finalistas! ¡Gracias chicas! Me entretuve bastante con estos chicos. Ya los amo. ¡Saludos!

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