Capítulo 1-Rendirse



Definitivamente estaba en la completa ruina. Observé el monitor de mi computadora con obstinación, tratando de comprender la dificultad por la que sin duda alguna me sentí al borde de la desesperación.

—¡Que mierda de vida! —gruñí enojado, y le dí un golpe a la madera vieja del escritorio en el que me encontraba divagando.

Estaba arruinado y lo único que podía hacer era buscar en el último rincón de la oficina mi propio destino.

—¡Eso es! —exclamé  en voz alta, me levanté del sillón y corrí exaltado hacia el otro extremo de la oficina.

Todo estaba a oscuras, pero ya me había acostumbrado a divisar cualquier objeto en medio de las penumbras. Me escondía en un despacho sin dueño, el cual estaba repleto de carpetas que a lo largo de los meses había recolectado; la mayoría periódicos o recortes para mi investigación, o bueno, más bien para mis pruebas frente a la ley del estado. Las cuatro paredes estaban tapadas por enormes estanterías con libros llenos de polvo, en cada estantería solía haber una lámpara que alumbraba el escenario pero por mi seguridad todas se mantenían apagadas. Un mueble azul marino desvencijado y un escritorio era lo único que me acompañaba en mi infierno personal.

Solía tener una buena vida, una vida llena de oportunidades,  un mundo lleno de posibilidades en la palma de mi mano; solía jactarme de gozar a pleno esa vida pero ahora, en aquel horrible presente solo podía anhelar esa antigua vida.

El lugar se había adaptado al inquilino, convirtiéndose en el refugio perfecto para huir, dormía encima de la alfombra roja bajo el escritorio y utilizaba las cortinas para dar cierto cobijo en las noches más frías.

¿Cómo pude llegar a ese punto tan crítico? No quería aceptar lo que ya había sucedido pero era inevitable sentirme aludido y sin la posibilidad de otra oportunidad.

Aquel ser desesperado en el que me había convertido, buscaba sin cesar la única  chance antes de rendirse por completo. Mientras revolvía los papeles me daba cuenta de lo mucho que hablaba conmigo mismo, como una especie de delirio en medio de una isla abandonada. Sabia porque lo hacía en realidad: para no perderme en la miseria hecha persona, para no rendirme a mi propia e idiota realidad.

Negué frustrado por no hallar lo que tanto me hacía falta, no era tonto; lo que había visto en la computadora no era más que el descubrimiento de algo que ya sabía de ante mano. Ellos estarían ahí en cualquier momento, rodeando cada extremo, para llevarme consigo. Revisé dentro de todos los libros y luego me agaché en los cajones más bajos, intentando hacer memoria de donde estarían esas dos importantes cosas.

—¡Vamos maldición! Se que estás aquí. —exclamé, sintiendo lo rápido que latía mi corazón de adrenalina pura.

Era cuestión de tiempo para que empezaran a rastrearme hasta ese cuchitril que llamaba oficina/dormitorio, así que saqué todo hasta hacer más desastre y en el último minuto,  conseguí lo que buscaba. Tenia la respiración agitada pero la prisa era más urgente, así que agarré el aparato electrónico entre mis manos y lo encendí, esperando que con suerte tuviese batería; éste encendió al rato y sin esperar un segundo más, marqué el único numero registrado en el celular.

Podía sentir como mis  dedos temblaban a la espera de que alguien contestara; me senté en el primer lugar que ví disponible en el suelo y me detuve a escuchar pitido tras pitido.

Un primer pitido sonó, luego un segundo pitido y estuve a punto de colgar la llamada, hasta que en mitad del tercero, escuché su voz.

—¿Eres tú? —Preguntaron al otro lado de la línea telefónica. Tragué saliva y respondí después de unos segundos, con  la única pregunta trampa que se me ocurrió.

—Solo responde una cosa —inicié, completamente nervioso, —¿En qué lugar escondimos el bastón del abuelo George?

Pasaron varios segundos y de repente...

—En el jardín del señor Steve, ese viejo George nunca pudo limar asperezas con su colega y menos de ir a buscar su bastón. —respondió al instante con un tono de voz jocoso. —La jalada de oreja que nos dio no fue nada normal.

—Sabía que tú responderías. —sonreí de mi lado de la comunicación, sintiendo como el alivio me devolvía el alma al cuerpo.

—Sabes que  no podemos...

—Lo sé perfectamente —le corté de inmediato el rollo protector, —pero era necesario comunicarme con ustedes, hermano. —finalicé, contando los minutos exactos para esta llamada.

—¿En donde estás, enano? —intentó averiguar mi hermano mayor.

Su voz se sentía igual de desesperada y perdida que la mía pero no tenía tiempo para entablar pláticas largas, necesitaba hacerle entender lo que estaba por hacer.

—No te puedo decir, solo escúchame muy bien.

—Esto me suena a que algo malo está por suceder y sabes que odio que te hagas el héroe de la película —me regañó como siempre le gustó hacer de pequeños.

—Lo siento por decepcionarte otra vez pero es la única salida que tenemos por el momento. —le expliqué, volviendo al tema que tenía para decirle. —Escucha muy atento: en el departamento  de la tía Ceci está todo lo necesario para que vivan tranquilos por unos cuantos años, hay dos pasajes de ida y dos pasaportes con nuevas identidades.

—Lo que me pides es una locura, ¡Por Dios santo!

—Una locura es que dejemos que ese animal nos arruine por completo. Vamos a hacer esto y se acabó el tema. Hoy mismo me voy a entregar a la policía. —anuncié, realizando una especie de despedida con mi hermano.

—Sabia que esta llamada no era simple cortesía. —renegó mi hermano, con un tono de voz acusador. —¿Estás seguro de que es la única salida que nos queda?

—Sinceramente no lo sé gigantón pero es lo único que se me ocurre. Cuida mucho de mamá, yo… —intenté decir algo agradable pero no me salía ni una sola palabra.

—También te queremos enano fastidioso, no dejes que gane esta vez. Adiós. —colgó primero él,  haciéndome la despedida más práctica.

Me quedé ahí, sentado como un imbécil con el celular en la mano. Sin mucho más que pensar, lancé el aparato  contra una de las paredes, volviéndolo trizas en cuestión de segundos. Con todas mis fuerzas intenté levantarme del suelo pero aquella última llamada me había dejado sdesvalido. Me había despedido de las únicas dos personas necesarias para no sentirme bajo tierra y el culpable solo estaba por ahí, disfrutando de su buena vida.

Su asquerosa forma de hacer las cosas me perseguían constantemente en cada paso que daba dentro de aquellas cuatro paredes; contagiaba mi alma en veneno puro, en odio y rencor; yo sabía que debía rendirme pero al hacerlo él sería el ganador y yo pasaría a convertirme en un títere más. Así que como pude pensé en una estrategia, si ellos venían a buscarme debía ir al menos con un as bajo la manga.

Escuché las sirenas a lo lejos, lo que me daba al menos quince minutos de ventaja para pensar en que decir una vez estuviera siendo interrogado. Observé por la ventana como se acercaban rápidamente, como leones al acecho de su presa; a diferencia de que yo no era la presa indicada a capturar.

Miré mi reflejo frente a la ventana sucia, olvidando por un momento todo el circo que estaba por suceder. Me hallé frente a un tipo asustado, un tipo lleno de terror, un tipo triste perdido en su propio escondite. Me sentí derrotado y hasta sentí lástima por el hombre en el que me había convertido por huir de algo de lo que no era enteramente culpable; toqué mi rostro sin reconocer las marcas de estrés que se habían apropiado de mi frente y de la comisura de mi sonrisa inexistente. Eso sin  hablar del iris de mis ojos, completamente fríos e inhóspitos.

A ese punto de observación me di cuenta de las lágrimas que empecé a derramar, escuchando cada vez más cerca las sirenas de la patrulla policial.

Lloré, aterrado y lleno de vulnerabilidad.

Lloré, por los errores que había cometido.

Lloré, por el hombre que había sido y el que ahora era.

Lloré, para intentar sentirme vivo en esta especie de muerte lenta.

Lloré, porque no me quedaba otra que rendirme; no me quedaba más que rendirme a ser encontrado, a ser encarcelado, a ser capturado, a ser lo que era y mientras lloraba sentí como esposaron mis manos de forma brusca.

—Charles Duncan, queda usted arrestado por complicidad directa con el prófugo de la justicia Patrick Duncan, sospechoso de estafa y delitos mayores. —expuso con voz autoritaria el alguacil. —Todo lo que diga será usado en su contra; tiene derecho a un abogado, si no cuenta con uno, el estado le otorgará  un abogado durante las próximas veinticuatro horas antes del primer juicio.

CONTINUARÁ…

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Bueno continuando con la emoción, aquí el primer capítulo de esta aventura, espero lo disfruten 😊

P.D: Imagen de Charlie(Como más o menos me lo imagino)


P.D2: Mi hermosa Dou, gracias siempre ♥️

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