Capítulo 8
''Olivia:
No voy a decirte mi nombre, pero tú sabrás quién soy.
Quiero ofrecerte mis más sinceras disculpas por lo que hice. Fue un acto estúpido y erróneo, estaba tan molesta que no dedique el tiempo para pensar en lo que iba a hacer. Espero que puedas algún día perdonarme.
Pero, eso no es lo único que me inquieta. Lo que más me tiene angustiada es el hecho de que estás sufriendo. Y mucho.
¿Quién es esa persona, Olivia?, ¿por qué te daña de esa manera?, y sobre todo, ¿por qué lo estas permitiendo?
No mereces ser maltratada de esa manera. Nadie, absolutamente nadie, merece un mal trato. Es algo que he comprendido el día de hoy, y espero que tú también puedas entenderlo.
Eres una persona valiosa. Eres linda y tienes un gran potencial, lo sé. Te repito, no mereces ser maltratada así.
Por favor, pide ayuda. Haz algo. Porque si tú no lo detienes, nadie más podrá hacerlo.
Por favor, ayúdate. Tristemente yo no puedo hacer nada desde dónde me encuentro, y créeme que si pudiera lo haría. Pero tú sí puedes hacer algo. Por ti misma.
Ojalá tomes en cuenta mis palabras y me perdones.''
Después de que terminé de escribir la carta, caminé hacia el buzón que estaba afuera de la casa de Olivia para depositarla ahí dentro.
No tenía un sobre ni remitente, simplemente era un papel doblado en cuatro partes con las más sinceras palabras escritas en tinta negra.
Extraordinariamente, me sentía preocupada por Olivia. Temía que hiciera caso omiso a mis letras y pensará que se tratará de una broma, o aún peor, que denunciará mi carta; ya que probablemente se habría enterado de mi accidente. Pero lo que más me tenía intranquila, era que el maltrato hacia ella continuara.
Aunque, en cierto modo, me sentía aliviada. Había ayudado de alguna manera, y realmente esperaba que se solucionara el problema de Olivia.
Me había quitado un peso de encima.
•●•
Mía, a diferencia de su hermano, odiaba el tabaco. Detestaba ese apestoso aroma a nicotina, al igual que el olor del alcohol. Le parecía repulsivo. Le disgustaban todas aquellas sustancias adictivas, pero sobre todo las drogas: ésos despreciables venenos arruina-vidas.
A Mía le gustaban otras cosas. Ella prefería el dulce aroma de las flores y el que expedían las crepas de chocolate mientras se cocinaban.
Ella era bastante distinta a su hermano –a excepción del físico-, pues aunque tenía una personalidad poco amable y criticona, era pura dulzura.
Le gustaban las cosas lindas y tiernas, prefería manifestar su dolor en un poema que drogándose en una fiesta o cortándose las venas. Así era ella. Tranquila y solitaria.
Y, mientras Cameron caminaba escaleras arriba con los ojos perdidos, Mía lo observaba protestante con un capuchino en la mano.
— ¿Dónde demonios estabas? —reclamó ella.
El pelirrojo miró hacia arriba desconcertado, y al chocar sus ojos con los grises de su hermana, le sonrió atontado mientras tambaleaba de un lado a otro.
—En...—balbuceó—en una fiesta, hermanita. Debiste haber ido, estuvo genial.
Mía volteó los ojos, mientras bajaba las escaleras para llegar hacia donde estaba su hermano.
—Quita esa estúpida sonrisa de tu cara, me tenías preocupada. ¿Sabes qué hora es? —el chico levantó las manos en modo de incertidumbre —. Son las 2:00 AM, Cameron. Y es jueves.
Cameron hizo un gesto de sorpresa, sarcásticamente. La pelirroja emitió un bufido, mientras subía las escaleras.
— ¿Cómo es que puedes ser así de idiota? es decir, después de lo que hemos vivido deberías ser, aunque sea, un poquito más maduro—exclamó molesta, una vez en el corredor de la planta alta.
Al chico pareció no importarle mucho, y simplemente caminó hacia arriba para dirigirse a su habitación. Mía lo tomó del hombro, haciéndolo voltear.
—¡Cameron, escúchame!—protestó—. ¡Te pasas el tiempo de fiesta en fiesta, como si de ello dependiera tu vida!, ¡no haces nada productivo, te estas destruyendo a ti mismo! —en eso, el pelirrojo la interrumpió.
—¡Maldita sea, Mía! —se quejó él—. ¡Déjame en paz! No es mi puta culpa que te hayan violado. —respondió, para después dirigirse a su habitación cerrando la puerta de golpe.
La chica permaneció ahí, parada, dejando escapar un sollozo por tan crueles palabras. Dejó la taza con capuchino en una esquina del borde de las escaleras, mientras lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas; a la vez que oscuros recuerdos le regresaban a la mente.
Y grito. Tomó la taza y la arrojó con furia desde el segundo piso hacia abajo, haciendo que esta cayera y se rompiera en pedazos, mientras el café se derramaba. Pensó que era parecido a lo que sentía en ese momento.
Corrió a su habitación, con la finalidad de dejar salir sus sentimientos con desesperación en un dibujo o en un poema.
•●•
Un apuesto chico de ojos azules se encontraba en la recepción del hospital. Llevaba en sus manos un globo de ''Recupérate pronto'' y una tarjeta. Observó el globo rosado. Pensó en que a Alexa ni siquiera le gustaba el color rosa, y en la ironía de la cara contenta que había en éste.
Tony Sanders se preguntó si debía estar ahí. Con esa tarjeta, con ese globo, en ese lugar y en ese preciso instante. Y sobre todo, con esa historia. Con la historia que compartía con Alexa. Pensó en irse, y estaba a punto de levantarse, hasta que pensó en si Alexa moría. Y él quería verla una última vez.
Así que se acercó a la recepción, donde se encontraba una mujer robusta de cabello corto y castaño ordenando papeles.
—Buen día, ah...—balbuceó el chico, mientras la mujer lo miraba protestante—busco a Alexa Valerie Adams, me dijeron que se encontraba en este hospital.
La castaña lo miró durante unos segundos, para después, con disgusto, buscar en la computadora el nombre que se le había proporcionado.
—Está en el quinto pasillo, a la derecha, subiendo las escaleras. Sala 221—contestó de manera poco amable, pero no sin antes preguntarle: —niño, son casi las tres de la madrugada. ¿Qué haces aquí a esta hora?
Ni siquiera el mismo Tony sabía que estaba haciendo ahí. Se lo planteó, e intento responderse a sí mismo, pero nada le llegaba a la mente. Había sido como si su mismo cuerpo lo hubiera llevado hasta allí, sin el consentimiento de su cerebro. De un momento a otro estaba parado frente al enorme edificio del hospital, con un patético globo en la mano y una tarjeta de colores.
—No lo sé. —respondió el chico casi en un susurro, para posterior caminar hacia las escaleras a la derecha como la recepcionista le había indicado.
Era temprano, a decir verdad, muy temprano; por lo que casi no había gente en el lugar.
Pudo visualizar a una que otra persona sentada en las sillas que se encontraban fuera de las salas. Todos tenían el mismo aspecto: demacrado, con enormes ojeras y ojos sin brillo, tomando probablemente el café más fuerte que habían podido encontrar para poder permanecer despiertos. Se veían tristes. Y luego Tony pensó que lo más seguro era que él se veía igual.
Abrió la puerta de la sala número 221, logrando ver a una Alexa destrozada; con sus ojos cerrados y decenas de cicatrices. Sintió que algo se rompió dentro de él al verla así, y se permitió llorar.
Lloró en silencio, sin nadie que lo escuchara, solo él y Alexa, su Alexa. Se sentía solo, porque de un tiempo en adelante empezó a sentirse así; vacío.
Y se permitió llorar, después de mucho tiempo.
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